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13. ¿Dios o comunismo? (I)
- 1. Introducción
- 2. ¿Siempre ha existido la religión?
- 3. ¿Fetichismo, magia, totemismo…?
- 4. ¿El concepto de alma presupone la opresion de clase?
- 5. ¿Diosa madre y sacrificio canibal?
- 6. ¿El karma hinduista es para la casta dominante?
- 7. ¿Sin el Estado hubiera existido el budismo?
- 8. ¿Taoismo popular contra confucionismo?
- 9. ¿Dios de los esclavos o de los amos?
- 10. ¿Dios de los amos o de los señores feudales?
- 11. ¿Dios de los señores o dios del capital?
- 12. ¿Dios de los nómadas o dios de los comerciantes?
- 13. ¿Dios o comunismo? (I)
- 14. ¿Dios o comunismo? (II)
- 15. ¿Dios o comunismo? (III)
- 16. Ateísmo marxista
En lo que respecta a la situación de las grandes religiones en la mitad del siglo XIX, cuando irrumpe el ateísmo marxista, vemos que sus contradicciones internas estallan por todas partes. Son religiones creadas por las exigencias de las formas de propiedad privada precapitalistas con restos más o menos fuertes de utopías que sobreviven de las anteriores formas de propiedad comunal1, lo que explica dos cosas: por qué dios lucha a muerte contra sí mismo forzado por la lucha de clases antagónicas que le ha creado; y por qué si la verdadera «alma» de dios –el fetiche preburgués– quiere sobrevivir en el mundo de la mercancía, debe «transubstanciarse» en el fetiche del capital. Bajo esta presión, dios debe optar, o mejor dicho, la burguesía debe mercantilizar a dios en su misma «alma» para que, gracias a este nuevo contenido, sus diferentes formas externas puedan actualizar el poder alienante del opio religioso a las nuevas necesidades de acumulación capitalista.
Veremos cómo el Manifiesto comunista de finales de 1848 ofrece la mejor explicación de esta dinámica de todas las que se escribieron hasta ese momento. Lo logró porque desarrollaba el núcleo del ateísmo marxista que se enriquecerá permanentemente desde entonces Nos hemos referido al final del capítulo 11 al impacto que tuvo la obra de Feuerbach La esencia del cristianismo publicada en 1841, base de la respuesta de Marx, las Tesis sobre Feuerbach de 1845, aunque editada en 1888 por Engels. ¿Quiere esto decir que Marx no había escrito antes nada sobre dios, sobre la religión? En absoluto, en su célebre crítica a la filosofía del derecho de Hegel, Marx demuestra que es imposible superar la religión si a la vez, en un largo proceso histórico, no se superan sus causas sociales, económicas, políticas, filosóficas:
El fundamento de la crítica irreligiosa es: el hombre hace la religión, la religión no hace al hombre. Y ciertamente la religión es la conciencia de sí y de la propia dignidad, como las puede tener el hombre que todavía no se ha ganado a sí mismo o bien que ya se ha vuelto a perder. Pero el hombre no es un ser abstracto, agazapado fuera del mundo. El hombre es su propio mundo, Estado, sociedad; Estado y sociedad, que producen la religión como conciencia tergiversada del mundo, porque ellos son un mundo al revés. La religión es la teoría universal de este mundo, su compendio enciclopédico, su lógica popularizada, su pundonor espiritualista, su entusiasmo, su sanción moral, su complemento de solemnidad, la razón general que le consuela y justifica. Es la realización fantástica del ser humano, puesto que el ser humano carece de verdadera realidad. Por tanto la lucha contra la religión es indirectamente la lucha contra ese mundo al que le da su aroma espiritual.
La miseria religiosa es a un tiempo expresión de la miseria real y protesta contra esa miseria real. La religión es la queja de la criatura en pena, el sentimiento de un mundo sin corazón y el espíritu de un estado de cosas embrutecido. Es el opio del pueblo.
La superación de la religión como felicidad ilusoria del pueblo es la exigencia de que este sea realmente feliz. La exigencia de que el pueblo se deje de ilusiones es la exigencia de que abandone un estado de cosas que las necesita. La crítica de la religión es ya, por tanto, implícitamente la crítica del valle de lágrimas santificado por la religión2.
Estas palabras son de entre finales de 1843 y comienzos de 1844, y junto a la obra entera de ese tiempo, asientan uno de los pilares del ateísmo marxista, pero la totalidad de los críticos antimarxistas y reformistas las descontextualizan aislándolas de textos radicalmente políticos que también asientan el ideal comunista que ya estaba tomando forma antes de 1843. No entendemos la esencia práctica y política, además de su radicalidad filosófica materialista, de esta crítica al «opio religioso» si no la incluimos en la defensa a ultranza de la propiedad comunal3 que estaba siendo violentamente privatizada en beneficio de la burguesía. Marx defiende radicalmente el «derecho consuetudinario» a la vez que desarrolla una brillante teoría del Estado y de las diversas violencias privadas y públicas para someter por hambre y miedo al pueblo que defiende los bienes comunales, de modo que el ataque al poder burgués integra a la inmediatamente posterior crítica del «opio religioso»: una sin la otra son insostenibles.
En 1844 Marx escribió los Manuscritos de París con brillantes páginas sobre uno de los secreto del opio religioso: la alienación, secreto que irá develando con la praxis. La importancia de los Manuscritos como paso cualitativo en el ateísmo se comprueba en estas palabras de Marx:
El dinero en cuanto medio y poder universales (exteriores, no derivados del hombre en cuanto hombre ni de la sociedad humana en cuanto sociedad) para hacer de la representación realidad y de la realidad una pura representación, transforma igualmente las reales fuerzas esenciales humanas y naturales en puras representaciones abstractas y por ello en imperfecciones, en dolorosas quimeras, así como por otra parte, transforma las imperfecciones y quimeras reales, las fuerzas esenciales realmente impotentes, que solo existen en la imaginación del individuo, en fuerzas esenciales reales y poder real. Según esta determinación, es el dinero la inversión universal de las individualidades, que se transforma en su contrario, y a cuyas propiedades agrega propiedades contradictorias4.
Aquí tenemos adelantada la que en El Capital será la teoría del fetichismo: la mercancía, o el dinero, se independiza de la sociedad que la ha producido devaluando las capacidades sociales a puras representaciones abstractas, quimeras dolorosas, que la sociedad alienada de sí termina adorando como imperfecciones reales, padecimientos que tenemos que purgar obedeciendo al dinero elevado a la categoría de fetiche divino que se rige por su inescrutable voluntad, que a su vez son órdenes misteriosas que la sociedad debe descifrar y obedecer. L. Silva lo sintetiza así: la alienación es «el paso universal del valor de uso al valor de cambio»5 y que «la medida de la alienación es la plusvalía»6. Los Manuscritos fueron un paso decisivo, pues si bien Marx necesitaría un tiempo para desarrollar los conceptos vistos y, sobre todo, el de fetichismo de la mercancía, ya tenía asentada la perspectiva general.
En 1845, redactó las imprescindibles Tesis sobre Feuerbach en las que muestra las limitaciones del materialismo contemplativo de su autor, reafirmando lo que ya había escrito en la Crítica a la filosofía del derecho de Hegel, que hemos visto. Las breves Tesis son el mejor compendio del ateísmo marxista porque se basan en la inmanencia y en la práctica social. Al menos con respecto a Yahvé, Jesús y Alá, la inmanencia, el ateísmo, se diferencia cualitativamente en que rechaza que el poder esté fuera del ser humano y que este tenga que rebelarse contra ese poder externo para llegar a ser como dios. R. Aslan sostiene que al menos existen tres historias en los primeros capítulos del Génesis sobre los intentos para alcanzar el estatus de dios: el jardín del Edén, los ángeles caídos y la torre de Babel7. El ateísmo marxista sostiene que la humanidad explotada debe luchar dentro de la materialidad sociohistórica contra la humanidad explotadora para que esta deje de creerse que es el dios que ella misma ha creado con el que golpea a la explotada. De las once tesis, la segunda, la octava y la onceava son las que vamos a utilizar como medio de validación histórica del ateísmo marxista.
La tesis dos dice: «El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico». La tesis ocho dice: «La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución racional en la práctica humana y en la compresión de esta práctica». Y la tesis once: «Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo»8.
Dejemos las múltiples interpretaciones del misticismo escolástico sobre la relación entre dios y el «hombre», y veamos en los hechos la inhumanidad burguesa de la esclavitud y del colonialismo según le inmanencia atea de la lucha de clases. Como venía sucediendo desde san Pablo, en 1822, la Asociación Bautista de Carolina del Sur volvió a justificar la esclavitud basándose en la Biblia. Luego, «en 1843, 1.200 clérigos metodistas poseían esclavos, y 25.000 miembros de la Iglesia eran propietarios en conjunto de más de 200.000 esclavos»9. En 1844, esclavistas y abolicionistas de Estados Unidos utilizaban las contradicciones del cristianismo unos contra otros: «Había textos bíblicos estándar acerca de la inferioridad de los negros, la aceptación patriarcal y mosaica de la servidumbre y, por supuesto, San Pablo, acerca de la obediencia debida a los santos. Ambos bandos podían arrojar textos cada uno a la cara del otro, y lo hacían»10. La República francesa anuló tímidamente la esclavitud en 1794, pero Napoleón la reimplantó en 1802, no siendo erradicada formalmente hasta 1848.
En esta lucha por lo esencial de la libertad humana hay que reivindicar a la primera mujer que se declaró abiertamente atea, según la información actualmente disponible: Ernestine Rose (1810−1892), mujer de origen polaco y atea militante, luchó por «la libertad de pensamiento, la igualdad de las mujeres y la abolición de la esclavitud»11. La práctica de la libertad de ella y de su entorno le puso en contacto con R. Owen (1771−1858), uno de los teóricos del socialismo utópico. E. Rose pronto ocupó un lugar destacado en la defensa de este socialismo premarxista. En 1836 emigró a Estados Unidos defendiendo la libertad de religión, el abolicionismo, la educación pública y la igualdad sexual. En 1855 fue acusada por la prensa como «una atea femenina… algo mil veces peor que una prostituta»12. E. Rose no se arredró por el aumento de los ataques y, actuando tácticamente, logró que varias iglesias le invitaran a realizar debates. Una de sus frases favoritas, confirmada por la pediatría y psicología posterior, siendo ya una verdad científica: «Es un hecho interesante y demostrable que todos los niños son ateos y si no se les inculca la religión, seguirán siéndolo»13.
Desde hacía tiempo y hasta 1865, con el final de la Guerra de Secesión norteamericana, las iglesias cristianas en su conjunto llegaron a ser propietarias de centenares de miles de esclavos, sobre todo en el sur confederado. Por lo general, «los ministros estaban entre los individuos más fanáticos de ambos bandos. Las iglesias representaron un papel importante en la división de la nación y, probablemente, puede afirmarse que las divisiones en las iglesias fueron el factor que llevó a una inevitable y definitiva división nacional […] Así, en ambos bandos, el cristianismo contribuyó al millón de bajas y a los 600.000 muertos»14.
El misticismo escolástico cristiano y sus teologías no acabaron con la esclavitud en Estados Unidos ni en ninguna parte. Fueron las groseras necesidades económicas y bélicas de los yanquis, para ganar una guerra extremadamente dura, las que llevaron a un sector frío y lúcido de la burguesía nordista a hacer público el debate que mantenía en privado sobre la conveniencia de «liberar a los negros» para que trabajasen o murieran para ella. La famosa editorial del New York Tribune de 2 de agosto de 1862, «La Plegaria de los Veinte Millones»15 lo decía tan claro que el propio Lincoln tuvo que reconsiderar su inicial rechazo a liberar a las esclavas y esclavos para, al final, decretar su liberación el 1 de enero de 1863.
Con el tiempo, muchos soldados yanquis de a pie aceptaron esa medida impactados por el trato inhumano que daban los propietarios del sur a las y los esclavos, pero sobre todo porque su liberación agotaría al sur y fortalecería al norte16. Pero aun así, hubo un fuerte rechazo público y privado, como el del decisivo general Grant y su ejército: «Habían ido a la guerra para salvar a la Unión y no para liberar a los esclavos»17. Los soldados negros alistados voluntariamente después de su liberación demostraron una bravura en combate superior a la de muchos blancos, lo que ayudó sobremanera a que estos aceptaran su liberación, si bien el racismo no desapareció sino que tomó otras formas menos salvajes aunque igual de dañinas al finalizar la contienda.
La prueba o criterio de la práctica muestra que dios no hizo nada contra la esclavitud porque estaba roto en sí mismo a favor y en contra, y porque, históricamente, tampoco había hecho nada contra semejante inhumanidad. El mantenimiento del esclavismo no es únicamente responsabilidad del dios cristiano, también es de Alá, de Jehová, de Zeus, Odín, Marduk, Buda, Brahma… de absolutamente todo el panteón divino porque ninguno podía ni quería abolir la esclavitud: vivían de ella. Lo peor es que millones de esclavas y esclavos eran cristianos y el «opio religioso… como felicidad ilusoria» les mantenía adormecidos impidiendo que la mayoría se sumase a las rebeliones que realizaba una exigua minoría. Los sermoneos cristianos y la violencia de los cristianos blancos hacían que si se intentaba una «solución» esta fuera casi siempre la huida individual, en contadísimas veces en grupo, y apenas la rebelión. La «santa paciencia» de los esclavos fortalecía la legitimidad del sistema y, como denunció Marx18, servía para avasallar a otros colectivos y pueblos.
Aunque algunos misioneros, los menos y a título individual, se oponían a la esclavitud, las iglesias cristianas y la católica no la combatían. Pero todavía era más unánime su apoyo a las peores disciplinas y formas de explotación. Tenemos la espelúznate historia de la colonización británica de la India en la que el ejército británico reprimió con «increíble salvajismo»19 la sublevación nacional de 1857, reforzando un sistema de explotación terrorista –bendecida por la Iglesia anglicana – , a consecuencia del cual: «Los indios pagaron cara su subyugación: el 25 por 100 de la recaudación de impuestos se gastaba en el ejército, frente al 1 por 100 en sanidad, educación y agricultura. Las hambrunas mataron un millón de indios en la década de 1860, 3,5 millones en la de 1870 y 10 millones en la de 1890, en lo que el historiador radical estadounidense Mike Davis ha llamado “holocaustos victorianos [que] configuraron el Tercer Mundo”»20.
A finales del siglo XIX, el reverendo anglicano Colin Rae de África del Sur expuso con una humilde sinceridad cristiana el principio irrenunciable de la civilización del capital: «Es necesario mantener controlado al nativo, sujetándolo a la disciplina y la palabra de orden debe ser: “¡Trabajar! ¡Trabajar! ¡Trabajar!”»21. La obsesión por controlar a los nativos surge de la creencia de que Jesús es el “buen pastor” que debe dirigir al rebaño, protegerlo de los peligros y, si se lo merece, integrar de nuevo a la “oveja descarriada” al orden establecido por dios; un dios blanco, por supuesto. La potencia dominante del momento, Gran Bretaña, veía reforzado su poder con las obras de Rudyar Kipling “exaltando los valores de la civilización anglosajona y la misión de la raza blanca que debía eliminar la barbarie de las razas inferiores”»22. El dios blanco no podía permitir que las razas inferiores, aun cristianizándose, adorasen a dioses de otros colores.
Sobre todo en China, Japón e India, el Jesús europeo hizo todo lo posible por acabar con sincretismos locales que integraban costumbres nativas con su interpretación de Jesús. Desde principios del siglo XVI los católicos portugueses presionaron a los cristianos de Kerala, en la India, para que abandonaran su versión nestoriana. Los católicos fueron apoyados por protestantes en la tarea de europeizar una milenaria corriente que aseguraba que el apóstol Tomas predicó en sus tierras23. Pese a tanta presión, todavía hay quien asegura que Jesús está enterrado en Cachemira.
Mientras el dios cristiano veía cómo las contradicciones sociales le obligaban a posicionarse en Estados Unidos y en los pueblos agredidos por el colonialismo, a favor o en contra de su querida civilización, en Europa la Iglesia sentía miedo ante la radicalización del joven movimiento obrero. En 1845, el ultracatólico cura d’Alzón creó la orden asuncionista para hacer apostolado en el interior de la clase trabajadora francesa, con una «rabiosa línea populista de derecha»24, acelerando una dinámica intervencionista de la ultraderecha católica en la política francesa que llegaría en 1883 a fundar el influyente periódico La Croix, verdadero estratega del antisemitismo contra el capitan Dreyfus. El cura d’Alzón y la Iglesia estarían todavía más preocupados si hubieran podido leer La ideología alemana escrita por Marx y Engels en ese año de 1845 –publicada por primera vez en 1932– en la que se expone el método materialista histórico con una profundidad impresionante pese a ser un borrador.
Nos resulta imposible resumir aquí semejante obra, solo vamos a citar dos ideas básicas para entender el ateísmo marxista: una, «para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente»25. Las religiones creen que la sociedad solo cambia debido a los designios transcendentes, exteriores, dictados por uno o muchos dioses que dicen a los humanos qué deben y qué no deben hacer. El comunismo actúa en el sentido contrario: es la humanidad explotada la que puede y debe –la ética marxista– luchar dentro de las contradicciones sociales guiándolas hacia la superación y anulación de cualquier forma de propiedad privada. Las derrotas y masacres infringidas por la clase dominante se transforman en lecciones, y una lección aplastante consiste en que, en esta lucha, el panteón de dioses defiende la propiedad privada reprimiendo además de a los humanos libres, también a las y los herejes que subsisten en los sótanos del panteón.
La segunda cita nos describe una de las bazas de alienación masiva que permite a las clases dominantes y a las religiones mantener la propiedad privada sin tener que aplicar permanentemente todas o parte de las violencias imaginables:
Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante son también las que confieren el papel dominante a sus ideas. Los individuos que forman la clase dominante tienen también, entre otras cosas, la conciencia de ello y piensan a tono con ello; por eso, en cuanto dominan como clase y en cuanto determinan todo el ámbito de una época histórica, se comprende de suyo que lo hagan en toda su extensión y, por tanto, entre otras cosas, también como pensadores, como productores de ideas, que regulen la producción y distribución de las ideas de su tiempo; y que sus ideas sean, por ello mismo, las ideas dominantes de la época26.
El materialismo histórico explica por qué y cómo las clases propietarias reproducen su poder material y espiritual, entre los que debemos incluir la religión. Dos décadas después, en El Capital, Marx volvía sobre este tema, que nunca lo abandonaron ni él ni Engels:
Exactamente lo mismo que el hecho de que la iglesia católica, en la Edad Media, alimentase su jerarquía, sin fijarse en la posición social, el nacimiento o la fortuna, con las mejores cabezas del pueblo constituía uno de los elementos fundamentales que contribuían a consolidar la dominación del clero y a oprimir a las gentes de estado laico. Una clase dominante es tanto más fuerte y más peligrosa en su dominación cuanto más capaz es de asimilar a los hombres más importantes de las clases dominadas27.
Las empresas cristianas de educación privada o concertada siempre han sido muy eficaces en seleccionar a miembros de las clases y naciones explotadas y formarlos como eficaces peones bien remunerados de las clases dominantes. La supervivencia de las religiones tras su primera irrupción se logró gracias a su fusión con los Estados y a su efectividad para producir fuerza espiritual de dominación y funcionarios religiosos o laicos. El materialismo histórico de 1845, enriquecido dos décadas después, descubría esa realidad inaceptable para la iglesia católica y el cura d’Alzon, pero también para la burguesía. Pues bien, ahora mismo veremos que el contenido político de la crítica atea a la producción de dominación espiritual, también religiosa, formaba parte de la estrategia comunista para la revolución de 1848.
La extensión del capitalismo industrial por Europa como un maremoto que todo lo sumerge en la nueva racionalidad productivista, con los cambios sociopolíticos, culturales y científicos del siglo XIX, asestó durísimos golpes al idealismo en general y las religiones en concreto. Todo parecía estar en crisis y efectivamente así era. Si bien la revolución de 1848 había sido aplastada para mayor tranquilidad de la burguesía, de ella había nacido un pequeño librito que será el terror eterno del capital: Manifiesto del Partido Comunista, en el que sus autores hacen al menos dos referencias explícitas a la religión. Una, dicen que la burguesía «se asemeja al mago que ya no es capaz de dominar las potencias infernales que ha desencadenado con sus conjuros»28. Si el mago y su religión han fracasado en el intento de controlar las potencias infernales, las crisis, las guerras, la catástrofe socioecológica, el hambre y la enfermedad… ¿Qué debemos hacer? ¿Buscar otro brujo para intentarlo de nuevo?
¿O avanzar hacia la sociedad comunista? Si es –como lo es– esto segundo ¿qué debemos hacer con el mago, el brujo, el shamán, el sacerdote, el ulema… fracasados? La respuesta nos la ofrece el Manifiesto un poco más adelante. En efecto, los autores, después de responder a las afirmaciones burguesas de que los comunistas quieren acabar con la religión, las tradiciones, la familia, la cultura, etc., afirman: «La revolución comunista es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad tradicionales; nada de extraño tiene que en el curso de su desarrollo rompa de la manera más radical con las ideas tradicionales»29.
¿Cómo romper con las tradiciones? El decálogo de medidas generales propuestas por los autores, va directa o indirectamente contra el poder de la Iglesia de entonces: todas y cada una de las diez medidas debilitan en mayor o menor grado el poder de engaño del cristianismo, pero hay dos medidas fundamentales porque destrozan los dos pilares materiales que sostienen el opio religioso: la propiedad privada y la educación. La número 1 propone la «expropiación de la propiedad territorial y el empleo de la renta de la tierra para los gastos del Estado» y la número 10 propone la «educación pública y gratuita de todos los niños; abolición del trabajo de estos en las fábricas tal como se practica hoy, régimen de educación combinado con la producción material, etc.»30. La burocracia cristiana en cualquiera de sus sectas era propietaria de incontables riquezas, de inmensas tierras y bosques, y de otros bienes robados que pasarían a manos del pueblo destruyendo las bases materiales de la religión. Las bases culturales alienantes, la creencia introducida desde la infancia, el opio mental no podrían reproducirse ni extenderse más desde el momento en el que perdería el monopolio de la educación, desde que esta fuera pública y obligatoria.
La estrategia que el Manifiesto proponía para superar el opio religioso era la mayor amenaza sufrida nunca por la Iglesia porque era la primera vez en la que se había elaborado un programa revolucionario mediante una praxis científica nueva, que luego llamarían «marxista». Además de ser atea militante, la estrategia comunista veía la ciencia desde una perspectiva dialéctica: por un lado, era una fuerza revolucionaria que chocaba con una Iglesia católica que en el siglo XIX se opuso a decisivos avances científicos para la mejora cualitativa de la salud humana, como fueron la higiene social, la vacunación y la anestesia general31.
La pedagogía atea del Manifiesto sostiene que la superación del opio religioso exige tener el poder estatal, poder obrero, sin el cual es literalmente imposible desarrollar medidas socioeconómicas y culturales que tendentes a erradicar paulatinamente la efectividad reaccionaria de la alienación. Valorando a comienzos de 1852 la derrota de 1848, Marx dijo:
Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre albedrío, bajo las circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando estos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionarias es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal. Así, Lutero se disfrazó de apóstol Pablo32.
Lutero, uno de los representantes de las primeras revoluciones burguesas, tuvo miedo a las fuerzas liberadoras que el pueblo llevaba en su interior. Su proyecto no era devolver la propiedad de la Iglesia y del feudalismo al pueblo, sino solo traspasársela del modo más pacífico posible a la ascendente burguesía, dejando al pueblo en la miseria. Sumido en el terror, Lutero conjuró a los espíritus del pasado, al apóstol Pablo, para que su santa violencia mantuviera a precio de sangre la propiedad de la clase dominante. Pero los avances tecnocientíficos se van demostrando imprescindibles para la industria porque son parte del capital constante para explotar a la clase trabajadora, competir con otras empresas y extender el saqueo colonial gracias al «imperialismo de las naves de vapor (1807−1898)»33. Así:
A diferencia del siglo XVIII los sabios ya no tienen que temer las condenas religiosas. El poder de las Iglesias tiende a no ser más que espiritual. El peso de la religión en las sociedades europeas disminuye a lo largo del siglo XIX. Pese al apoyo de los regímenes autoritarios, que ven en el culto un factor de estabilidad y una recuperación de religiosidad en ciertos medios cultivados, la práctica religiosa en el conjunto del siglo experimenta una regresión […] La aparición en 1835 de la Vida de Jesús de Strauss, que sostiene que los evangelios son fruto de un mito, provoca violentas polémicas en Alemania. […] Los científicos y filósofos que se oponen a los dogmas con sus trabajos, no corren ya el riesgo de la muerte o la prisión. Pero según su situación social, se exponen a una última forma de censura eclesiástica, debido a los vínculos constantes entre el Estado y la jerarquía religiosa34.
Lo que se está produciendo es el definitivo declive del dios medieval, el que solo exige ir a misa, cumplir los ritos y las apariencias, ser caritativo, etc.; dios obsoleto para el capital y por eso sustituido por el dios burgués que exige al hombre abstracto cumplir a rajatabla las extenuantes jornadas de trabajo fabril, aceptar su dura disciplina, supeditar la vida a la mercancía, dejar la caridad por el individualismo y, a lo sumo, por la obligación del pago de impuestos… El dios burgués, con su ropaje católico o protestante e incluso en el ortodoxo ruso, arrolla el mundo gracias, entre otras cosas, al acorazado que «no es solo un producto de la gran industria moderna, sino hasta una muestra de la misma; es una fábrica flotante –aunque, ciertamente, destinada sobre todo a dilapidar dinero»35. La industria militar, la fábrica flotante erizada de cañones, fue uno de los medios fundamentales de los que se sirvió el dios burgués para imponerse violentamente sobre otros dioses y así sobreexplotar a los pueblos que les adoraban, como acabamos de ver.
En esta segunda mitad del siglo XIX Marx y Engels desarrollan una intensa militancia práctica y teórica. Los Grundrisse y El Capital, entre otras muchas obras, dando un paso de gigante en la elaboración del ateísmo como crítica radical del fetiche divino:
A primera vista, parece como si las mercancías fuesen objetos evidentes y triviales. Pero, analizándolas, vemos, que son objetos muy intrincados, llenos de sutilezas metafísicas y de resabios teológicos. Considerada como valor de uso, la mercancía no encierra nada de misterioso, dando lo mismo que la contemplemos desde el punto de vista de un objeto apto para satisfacer necesidades del hombre o que enfoquemos esta propiedad suya como producto del trabajo humano […] Como vemos, el carácter místico de la mercancía no brota de su valor de uso […] El carácter misterioso de la forma mercancía estriba, por tanto, pura y simplemente, en que proyecta ante los hombres el carácter social del trabajo de estos como si fuese un carácter material de los propios productos de su trabajo, un don natural social de estos objetos y como si, por tanto, la relación social que media entre los productores y el trabajo colectivo de la sociedad fuese una relación social establecida entre los mismo objetos, al margen de los productores36.
Mientras que el producto del trabajo humano se mantiene simplemente como valor de uso, la vida social es transparente, no mistificada porque la sociedad sabe lo que hace; pero cuando esos productos cognoscibles materialmente por su transparencia social se convierten en valores de cambio al ser absorbidos por el mercado y su obscuridad metafísica, y ser rebajados a simples mercancías, entonces toman vida propia al margen de los productores que las han creado:
Lo que aquí reviste a los ojos de los hombres, la forma fantasmagórica de una relación entre objetos materiales no es más que una relación social concreta establecida entre los mismos hombres. Por eso, si queremos encontrar una analogía a este fenómeno, tenemos que remontarnos a las regiones nebulosas del mundo de la religión, donde los productos de la mente humana semejan seres dotados de vida propia, de existencia independiente, y relacionados entre sí y con los hombres. Así acontece en el mundo de las mercancías con los productos de la mano del hombre. A esto es a lo que yo llamo el fetichismo bajo el que se presentan los productos del trabajo tan pronto como se crean en forma de mercancía y que es inseparable por consiguiente de este modo de producción37.
Hemos visto en el principio de esta obra que la adoración de un fetiche positivo o negativo fue desde hace decenas de miles de años la primera forma común básica de un sistema de creencias pre religiosas, forma básica relacionada con otras adyacentes analizadas en su momento. Aunque el modo de producción capitalista es económica y políticamente dominante desde el siglo XVII, la economía mercantil a pequeña escala existía desde el modo de producción tributario, como un corcho en un océano, por esto no existían condiciones objetivas para que el dios tributario, esclavista y feudal tuviera que arrodillarse ante el dios burgués. Desde los siglos XII-XIII empieza en zonas de Europa a crecer un proto capitalismo minando poco a poco con su incipiente poder fetichista mercantil la engreída soberbia del dios feudal.
Solo cuando la mercancía se impone definitivamente en lo económico, político, cultural, militar, etc., a partir del siglo XVII, la religión del fetichismo mercantil empieza a borrar del mapa al fetichismo de la mera riqueza gastada en suntuosidad: la diferencia cualitativa entre uno y otro radica en que el fetichismo de la mercancía, el capitalista, gira alrededor de la acumulación ampliada de capital, mientras que el fetichismo de la simple riqueza, el feudal, esclavista y tributario, gira alrededor de amontonar riqueza para dilapidarla en gastos. Marx lo explica así:
Para una sociedad de productores de mercancías, cuyo régimen social de producción consiste en comportarse respecto a sus productores como mercancías, es decir, como valores, y en relacionar sus trabajos privados, revestidos de esta forma material, como modalidades del mismo trabajo humano, la forma de religión más adecuada es, indudablemente, el cristianismo con su culto del hombre abstracto, sobre todo en su modalidad burguesa, bajo la forma de protestantismo, deísmo, etc. […] El reflejo religioso del mundo real solo podrá desaparecer para siempre cuando las condiciones de la vida diaria, laboriosa y activa, representen para los hombres relaciones claras y racionales entre sí y respecto a la naturaleza. La forma del proceso social de vida, o lo que es lo mismo, el proceso material de producción, solo se despejará de su halo místico cuando ese proceso sea obra de los hombres libremente socializados y puesta bajo su mando consciente y racional. Mas, para ello, la sociedad necesitará contar con una base material o con una serie de condiciones materiales de existencia, que son, a su vez, fruto natural de una larga y penosa evolución38.
El Capital, como obra que integra diversas etapas, está escrito durante los años de la expansión colonialista, período largo durante el cual Marx y Engels criticaron con una tremenda dureza tamaña brutalidad y, como siempre, llegaron al fondo del problema: los intereses de clase de la burguesía británica y también los gigantescos negocios de su dios dominante, el anglicano, porque: «La venerable Iglesia anglicana, por ejemplo, perdona de mejor grado que se nieguen treinta y ocho de sus treinta y nueve artículos de fe que el que le priven de un 1⁄39 de sus ingresos pecuniarios»39. En el caso de la India, el venerable dios anglicano asesinaba a centenares de dioses y a millones de hindúes para no perder el 1⁄39 de su riqueza, y en otras partes del imperio, en África por ejemplo, el comercio esclavista en buena medida controlado por Gran Bretaña aumentaba el peso de los crucifijos de oro con incrustaciones de piedras preciosas y el de los amuletos del fetichismo anglicano.
El potencial heurístico de la crítica marxista del fetichismo se materializa también en otro componente destacado de las religiones: el rito del sacrificio y el canibalismo espiritual que hemos analizado en páginas anteriores. Siguiendo la industria inglesa, Marx afirmó que «muchos de los capitales que hoy comparecen en Norteamérica sin cédula de origen son sangre infantil recién capitalizada en Inglaterra»40. Existe un paralelismo entre el sacrificio ritual tanto en su forma cruda, la de la carne sacrificada y la sangre saliendo a borbotones de la víctima, como en su no menos crudo simbolismo de la comunión cristiana, comer la carne y beber la sangre de Cristo, con las metáforas que Marx emplea varias veces sobre el vampiro capitalista que sobrevive bebiendo la sangre humana, la fuerza de trabajo incluso de niñas y niños: la reproducción del capital mediante el proceso de convertir el trabajo vivo en trabajo muerto41. La «sangre infantil recién capitalizada» se convierte en mercancía fetichizada en el momento en que esos capitales son reintroducidos en la producción en Estados Unidos.
El canibalismo físico del capital es el acto de transformación de la fuerza de trabajo viva en trabajo muerto en forma de fetiche mercantil. El canibalismo ritual burgués es el acto del consumo del fetiche mercantil. Y el acto sacrificial es la ofrenda al capital de la vida propia y de la de las personas cercanas, familiares sobre todo, como carne humana explotable entregada en el altar de la producción y reproducción. La entrega sacrificial tiene mucha más importancia de lo que se cree, y mucha más que en los sacrificios precapitalistas, porque la «mano invisible del mercado», el dios de la acumulación ampliada de capital, arruina la vida de las personas si estas, si sus padres y su familia, no se han sacrificado durante toda su vida para ofrecerle en el altar de la producción una fuerza de trabajo dócilmente explotable y altamente productiva.
La canibalización del trabajo vivo por el capital para convertirlo en trabajo muerto en su forma de fetiche mercantil se realizaba entonces en el contexto de expansión colonial que vio a Pío IX «trabajar» de pontífice desde 1846 a 1878, tres décadas en las que la guerra de independencia burguesa italiana redujo drásticamente el poder político del Vaticano. Además, ya en 1860, sectores garibaldinos pactaron con los terratenientes para ampliar las fuerzas conservadoras de la independencia burguesa. Esta alianza aplastó a tiros el movimiento revolucionario campesino que quería recuperar esas tierras; la guerra de clases se extendió por amplias zonas del sur italiano: la burguesía agraria creó grupos de asesinos a sueldo para ayudar al ejército convencional, «que pronto se convirtieron en la Mafia»42. No pasaría mucho tiempo para que la Mafia y el Vaticano se convirtieran en fieles aliados anticomunistas.
La prioridad de Pío IX fue reforzar el autoritarismo católico en todos los sentidos, sobre todo en tres puntos decisivos: con dos encíclicas muy duras –Cuanta Cura y Syllabus– condenó el liberalismo y el racionalismo, y rechazó prácticamente la sociedad moderna. Con Non expedit prohibía a los católicos italianos ejercer el derecho a voto en las elecciones democráticas de la reciente República italiana43 y, con el dogma de la infalibilidad papal decretado en 1870, destruía la racionalidad y la lógica del pensamiento científico, y de la misma libertad humana.
El dogma de la infalibilidad papal, fue respondido antes y después por algunos sectores de la Iglesia conscientes de lo ilógico e insostenible de tal dogma desde la mínima racionalidad exigible al pensamiento. Lo más importante es que suscitó un amplio rechazo en las fuerzas liberales y democráticas por considerar que permitía al Vaticano intervenir en la vida de otros países y el príncipe Hohenloe, ministro de Estado de Baviera, propuso organizar un movimiento en contra de la infalibilidad en aquellas cuestiones que pudiesen afectar a los países con súbditos católicos porque tenía miedo a la utilización política del dogma. En la primera votación, hubo 451 placet, 88 non placet, y 62 placet juxta. Pero el papa no atendió a los argumentos de los 88 noes, sino que los silenció, lo que hizo que estos abandonaran el Concilio. En la votación definitiva del 18 de julio, votaron a favor de la infalibilidad papal 535 y en contra 244.
La infalibilidad papal no libró al Vaticano de la derrota político-militar definitiva. Mientras la lucha de clases de los campesinos era masacrada, en 1860 fue derrotado el ejército vaticano en Castelfidardo y se vio la posibilidad del exilio de Pío IX. La ayuda francesa revitalizó el papado que finalmente derrotó a Garibaldi en 1867 volviendo en triunfalismo reinante desde el siglo IV. Pero la sociedad capitalista no tenía nada que ver con la Roma decadente y la agotada Francia retiró su ejército de Italia para luchar contra Prusia en la guerra de 1870 y el 20 de septiembre de ese mismo año Garibaldi acabó con un Estado que siempre había combatido con todas sus armas la unidad de Italia. Aun así, resistió hasta el final de su vida para rendir el último baluarte del extinto poder militar del papado: el único barco de guerra45 que le quedaba a Roma se rindió en 1878, año de la muerte de Pío IX. El dios feudal perdía su fuerza material pero aún conservaba parte de su fuerza espiritual externa e interna.
Efectivamente, lo terrible del retroceso de la racionalidad burguesa de finales del siglo XIX ante un dogma abiertamente contrarrevolucionario e irracional es que P. Odifreddi asegure que en la actualidad son pocos los teólogos que rechazan la infalibilidad, pero aunque lo hicieran: «en cualquier caso los ortodoxos creen que el espíritu santo no permite que la Iglesia se equivoque en materias doctrinales: en particular, los primeros siete concilios ecuménicos celebrados en Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia entre 325 y 787 se consideran infalibles y sus pronunciamientos sobre Cristo y María, dogmáticos»46.
Envalentonados por el nuevo dogma, los católicos justificaron la masacre de la Comuna de París de 1871. La basílica parisina dedicada al sagrado corazón fue edificada para dar gracias a dios por el aplastamiento atroz de la Comuna47. La heroica irrupción del proletariado y la larga crisis capitalista desatada en esos momentos asustaron a la santa burocracia que veía cómo su base social decisiva, el campesinado y los artesanos empobrecidos, empezaban a proletarizarse en talleres y fábricas, entrando en contacto con el «socialismo ateo», defensor a ultranza de los derechos de la mujer trabajadora, de la sexualidad libre, crítico radical de la familia… Para impedir el contagio, alrededor de 1875 surgen los comités católicos primero en Italia pero que van extendiéndose por otros países, con una visión interclasista dependiente aún del mito de los gremios en la Edad Media.
Pío IX murió cinco años antes que Marx y diecisiete antes que Engels. Hubo un respiro entre los sectores menos fanáticos, mientras que los más fanáticos propusieron que el cónclave para elegir al nuevo papa se celebrara fuera de Italia, pero cuando el gobierno amenazó con no dejarles entrar a la vuelta, desistieron. León XIII fue pontífice entre 1878 y 1903. Rápidamente mostró su preocupación por el dinero. Impulsó sindicatos católicos y asociaciones laicas dirigidas a distancia por la Iglesia, con una ideología interclasista y antisocialista. Logró el restablecimiento de las relaciones con Alemania en 1888 rotas anteriormente por la política anti bismarckiana del Vaticano, e intentó restañar el prestigio perdido por la Iglesia en los círculos filosóficos y científicos48 a raíz de la publicación de la encíclica Syllabus en 1864.
La preocupación por el avance de la ciencia y por el debilitamiento del cristianismo entre la clase trabajadora aumentaba en las iglesias al ver cómo las fuerzas socialistas creaban una densa red de clubes, asociaciones, revistas, etc., para llevar la cultura libre al pueblo49. Marx murió en 1883 y Engels en 1895, y sobre el tema que nos concierne, el ateísmo, dejaron una vasta y profunda concepción esparcida entre múltiples textos de filosofía y método dialéctico e histórico, de economía, de historia, de política, de arte y literatura…
Unas veces la denuncia de la religión era abierta y explícita en base a la práctica histórica, como es el caso de las palabras finales de Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana escrita por Engels en 1886 para educar teóricamente a la militancia revolucionaria. Después de repasar las diferentes posturas político-religiosas de las clases burguesas desde el siglo XVI, análisis basado a su vez en la evolución anterior de las religiones antiguas, Engels dice:
Cada una de las distintas clases utiliza para este fin su propia y congruente religión: los terratenientes aristocráticos, los jesuitas católicos o los ortodoxos protestantes; los burgueses liberales y los radicales, el racionalismo; siendo indiferente, para estos efectos, que los señores crean o no, ellos mismos, en sus respectivas religiones.
Vemos, pues, que la religión, una vez creada, contiene siempre una materia tradicional, ya que la tradición es, en todos los campos ideológicos, una gran fuerza conservadora. Pero los cambios que se producen en esta materia brotan de las relaciones de clase y por tanto de las relaciones económicas de los hombres que efectúan esos cambios […] Pero esta interpretación pone fin a la filosofía en el campo de la historia, exactamente lo mismo que la concepción dialéctica de la naturaleza hace la filosofía de la naturaleza tan innecesaria como imposible. Ahora, ya no se trata de sacar de la cabeza las concatenaciones de las cosas, sino de descubrirlas en los mismos hechos. A la filosofía desahuciada de la naturaleza y de la historia no le queda más refugio que el reino del pensamiento puro, en lo que aún queda en pie de él: la teoría de las leyes del mismo proceso de pensar, la lógica y la dialéctica50.
Este ateísmo explícito es parte de la concepción materialista de la historia que fue asentándose desde 1842 – 1843. Las Tesis sobre Feuerbach de Marx vertebran este texto escrito cuatro décadas después: «Ahora, ya no se trata de sacar de la cabeza las concatenaciones de las cosas, sino de descubrirlas en los mismos hechos». Descubrir la verdad en el interior de los hechos, esta esencia inmanente del conocimiento está abierta a lo nuevo, a lo que supera y desplaza a la tradición. Engels lo reconoce así cuando precisa «lo que aún queda en pie» del conocimiento pasado: la dialéctica, la lógica y las leyes del pensar: quiere esto decir que los avances posteriores realizados desde el interior de las contradicciones, superarán los actuales métodos. Es obvio que en esta concepción, no hay cabida para dios alguno. Y en el substrato más raizal de esta visión está la categoría de materia:
Materialidad del mundo, carácter objetivo del objeto de la investigación científica, independencia de este último respecto al sujeto, increabilidad e indestructividad de la materia, vinculación indisoluble de la materia y del movimiento, unidad de la materia y de sus formas de existencia –espacio y tiempo – , carácter inagotable de la estructura, las propiedades y formas del movimiento, infinitud de la materia en profundidad e infinitud del autodesarrollo de la materia51.
Otras veces, en otros textos, el ateísmo consustancial a la dialéctica materialista actuaba en el fondo, sin aparecer al exterior, pero orientando desde abajo la alternativa política argumentada por escrito. Por ejemplo, la última aportación un poco extensa de Engels escrita nueve meses antes de morir fue El problema campesino en Francia y Alemania, redactado a mediados de noviembre de 1894. Cuando Engels estudia la gran masa del campesinado, tanto el pequeño propietario al borde de la ruina, agobiado por la precariedad de su existencia, como el empobrecido campesino ya sin tierras, asalariado y peón del terrateniente, el proletariado agrícola que malvive en la semi servidumbre, etc., en este momento parte de la realidad alienada por la tradición religiosa, aunque no cite esta palabra: «Digámoslo francamente: dados los prejuicios que les infunden toda su situación económica, su educación, el aislamiento de su vida y que nutren en ellos la prensa burguesa y los grandes terratenientes […]»52.
La crítica atea al poder político-religioso estructura esta cita, aunque no se hable ni de religión ni de iglesias. La unidad entre ateísmo y lucha política revolucionaria, que hemos visto operativa en el Manifiesto del Partido Comunista, también está ahora presente y de forma más desarrollada porque la explicación de la necesidad de tener el «poder del Estado»53 para, desde él, desarrollar soluciones socioeconómicas drásticas que mejoren cualitativamente las condiciones de vida del campesinado, va reforzada con las medidas que hay que tomar para impedir que el antisemitismo manipule y pudra la conciencia campesina. Engels defiende una estrategia a la vez objetiva y subjetiva, por cuanto, en lo primero, implica medidas socioeconómicas aplicadas por el Estado obrero y, en lo segundo, en la subjetividad, implica una pedagogía contra el antisemitismo y otras alienaciones reaccionarias sustentadas en la tradición y en los prejuicios religiosos.
Por último, dado que se argumenta la necesidad del Estado obrero, es decir de la revolución, concluye advirtiendo de las amenazas burguesas «a nuevas medidas de violencia para impedir la expansión de nuestro partido»54. El contenido político del ateísmo, aunque no esté explícitamente expuesto, es el que, junto a otros componentes del método dialéctico-materialista, les lleva a Engels y a Marx a tener siempre presente la represión burguesa en cualquiera de sus formas, incluida la religiosa, como último recurso del capital para mantener su poder. También de 1894 y, precisamente, sobre El Capital, Engels vuelve a mostrar el ateísmo invisible al relacionar la remota posibilidad de la transición pacífica al socialismo al menos en Inglaterra, recordando sobre Marx que en estos debates «tampoco se olvidaba nunca de añadir que no era de esperar que la clase dominante inglesa se sometiese a esta revolución pacífica y legal sin una “proslavery rebellion”, sin una “rebelión proesclavista”»55. La contrarrevolución siempre es posible y se torna probable si la lucha de clases se le escaba al capital. Las tradiciones religiosas, en su inmensa mayoría, actúan en estos momentos como fuerzas contrarrevolucionarias.
Recordemos la crítica de Marx en El Capital a la honorable Iglesia anglicana, que se había enriquecido con el esclavismo, por estar dispuesta a abandonar treinta y ocho de los treinta y nueve principios de la teología, con tal de no perder el 1⁄39 parte de sus inmensas riquezas. Recordemos también la relación directa que Marx establece entre los fetiches mercantiles producidos en Estados Unidos gracias a capitales que tienen su origen en la «sangre infantil recién capitalizada» en Inglaterra. Desde entonces, el imperialismo se ha expandido por el mundo capitalizando la «sangre infantil» y convirtiendo muchas de las fuerzas productivas en fuerzas destructivas, de la misma forma en que los sacrificios rituales destruyen fuerzas productivas y estancan o hacen retroceder el avance humano hacia la libertad. El ateísmo comunista es la sublevación material contra esta inhumanidad.
13. ¿Dios o comunismo? (I)
- 1. Introducción
- 2. ¿Siempre ha existido la religión?
- 3. ¿Fetichismo, magia, totemismo…?
- 4. ¿El concepto de alma presupone la opresion de clase?
- 5. ¿Diosa madre y sacrificio canibal?
- 6. ¿El karma hinduista es para la casta dominante?
- 7. ¿Sin el Estado hubiera existido el budismo?
- 8. ¿Taoismo popular contra confucionismo?
- 9. ¿Dios de los esclavos o de los amos?
- 10. ¿Dios de los amos o de los señores feudales?
- 11. ¿Dios de los señores o dios del capital?
- 12. ¿Dios de los nómadas o dios de los comerciantes?
- 13. ¿Dios o comunismo? (I)
- 14. ¿Dios o comunismo? (II)
- 15. ¿Dios o comunismo? (III)
- 16. Ateísmo marxista
- Françoise Houtart: Religión y modos de producción precapitalistas, IEPALA, Madrid 1988, pp. 217 – 243.
- K. Marx: Crítica de la filosofía del derecho de Hegel, OME 5, Crítica, Barcelona 1978, p. 210.
- K. Marx: «Los Debates sobre la Ley acerca del Robo de Leña», En defensa de la Libertad: los artículos de la Gaceta Renana 1842 – 1843, Fernando Torres Editor, Valencia 1983, pp. 211 – 213.
- K. Marx: Manuscritos: economía y filosofía, Alianza Editorial, Madrid 1969, p. 180.
- Ludovico Silva: La alienación como sistema, Alfadil Edic., Caracas 1983, p. 274.
- Ludovico Silva: Idem., p. 371.
- Reza Aslan: Dios, op. cit., p. 303.
- K. Marx: Tesis sobre Feuerbach, Obras escogidas, Progreso, Moscú 1978, tomo 1, pp. 7 – 11.
- Paul Johnson: La historia del cristianismo, op. cit., p. 493.
- Paul Johnson: Idem., p. 494.
- Xavier Roca-Ferrer: Historia del ateísmo femenino en Occidente, op. cit., p. 305.
- Xavier Roca-Ferrer: Idem., p. 306.
- Xavier Roca-Ferrer: Idem., p. 307.
- Paul Johnson: La historia del cristianismo, op. cit., p. 494.
- William E. Huntzicker: «Prensa y opinión pública en la guerra de secesión», Desperta Ferro, Madrid, nº 2, 2012, pp. 42 – 45.
- Daniel E. Sutherland: «El rostro humano de la campaña de Vicksburg», Desperta Ferro, Madrid, nº 7, 2012, pp. 16 – 19.
- Michael B. Ballard: «Decepciones y determinación. Los intentos de U. S. Grant de tomar Vicksburg, diciembre de 1862-enero de 1863», Desperta Ferro, Madrid, nº 7, 2012, p. 25.
- K. Marx: «La Guerra Civil norteamericana», Guerra y emancipación. Lincoln & Marx, Capitán Swing, Madrid 2013, p. 153.
- Neil Faulkner: De los neandertales a los neoliberales, op. cit., p. 243.
- Neil Faulkner: Idem., p. 244.
- Paul Johnson: La historia del cristianismo, op. cit., p. 510.
- Elías de Mateo Avilés: «Inglaterra y el imperialismo británico», GHU, op. cit., tomo 22, p. 181.
- Paul Johnson: La historia del cristianismo, op. cit., pp. 559 – 560.
- Paul Johnson: Idem., p. 524.
- K. Marx y F. Engels: La ideología alemana, Pueblos Unidos, Montevideo, Grijalbo, Barcelona 1972, p. 37.
- K. Marx y F. Engels: Idem., p. 37.
- K. Marx: El Capital, FCE, México, 1973, libro III, p. 562.
- K. Marx y F. Engels: Manifiesto del Partido Comunista, Progreso, Moscú 1978, tomo 1, pp. 116 – 117.
- K. Marx y F. Engels: Idem., p. 128.
- K. Marx y F. Engels: Idem., p. 129.
- Manuel Lozano Leyva: Cuando la Iglesia se opuso a la higiene, la vacunación y la anestesia, 13 de abril de 2019 (https://elpais.com/elpais/2019/04/11/ciencia/1554980129_977019.html).
- K. Marx: El dieciocho brumario de Luís Bonaparte, Progreso, Moscú 1978, tomo I, p. 408.
- Daniel R. Headrick: El poder y el imperio, Crítica, Barcelona 2011, pp. 135 – 168.
- Pascal Charbonnat: Historia de las filosofías materialistas, op. cit., pp. 364 – 365.
- F. Engels: Anti-Dühring, Grijalbo, Mexico 1968, p, 166.
- K. Marx: El Capital, FCE, México 1973, libro I, pp. 36 – 37.
- K. Marx: Idem., p. 38.
- K. Marx: Idem., p. 44.
- K. Marx: «Prólogo a la primera edición», El Capital, op. cit., tomo I, p. XV.
- K. Marx: El Capital, op. cit., libro I, p. 642.
- Marcos Nocleous: La economía política de los muertos: la metáfora cognitiva de los vampiros en Marx, 7 de junio de 2013 (http://www.sinpermiso.info/sites/default/files/textos/neocleo.pdf).
- Neil Faulkner: De los neandertales a los neoliberales, op. cit., p. 246.
- Luis Palacios Bañuelos: «Los últimos años del pontificado de Pio IX», GHU, op. cit., tomo 22, pp. 79 – 80.
- Luis Palacios Bañuelos: Idem., pp. 80 – 81.
- D. S. Chambers: Historia sangrienta de la Iglesia, op. cit., pp. 214 – 215.
- Piergiorgio Odifreddi: Por qué no podemos ser cristianos y menos aún católicos, op. cit., pp. 260 – 261.
- Neil Faulkner: De los neandertales a los neoliberales, op. cit., p. 262.
- I. Grigulévich: El papado – Siglo XX, Progreso, Moscú 1982, p. 30.
- AA.VV.: El movimiento obrero internacional, Progreso, Moscú 1982, tomo 2, pp. 459 – 463.
- F. Engels: Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, Obras escogidas, Progreso, Moscú 1976, tomo III, p. 394.
- F. T. Arjiptsev: La materia como categoría filosófica, Grijalbo, México 1966, p. 271.
- F. Engels: El problema campesino en Francia y Alemania, Obras escogidas, op. cit., tomo III, p. 495.
- F. Engels: Idem., p. 500.
- F. Engels: Idem., p. 502.
- F. Engels: «Prólogo a la edición inglesa», 5 de noviembre de 1886, El Capital, op. cit., libro III, p. XXXIII.
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