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Mientras Engels desarrollaba el ateísmo, León XIII avanzaba en las relaciones «con los gobiernos conscientes de la contribución del catolicismo en el orden social en una época de temores revolucionarios»1, como lo había hecho con Alemania en 1888. En 1891 publicaba la encíclica Rerum Novarum en la que el Vaticano chocaba frontalmente con el socialismo, pero pedía a la patronal y al Estado que fueran más respetuosos con los obreros y campesinos. Aunque al principio muchos curas fueron reacios en parte porque esta nueva línea chocaba aparentemente mucho con la del Pío IX, con el tiempo y ante la necesidad de contener el avance de la izquierda, la Iglesia amplió los grupos de acción católica en muchas áreas: por ejemplo los llamados «huertos obreros» en pueblos y ciudades con los que algunas familias mejoraban su alimentación y aumentaban un poco la entrada de dinero, también se potenciaron las cooperativas, los cursos educativos, las mutualidades de préstamos y de sanidad2… Para 1903 estos grupos se asentaban en la Europa industrial y en Estados Unidos.
Rerum Novarum defendía la propiedad privada de las fuerzas productivas, condenaba la lucha de clases, no iba a la raíz del capitalismo como era la explotación asalariada, era pacifista y justificaba la represión violenta de la lucha obrera si esta traspasaba lo permitido por la burguesía. No debe sorprender, entonces, que sectores católicos y de otras corrientes cristianas optaran por el «cristianismo social» que se basaba en citas de la Biblia, en escritos y condenas de la riqueza «excesiva» de los «padres» de la Iglesia, etc., que eran la base del «socialismo auténtico», única fuerza capaz de vencer a las «clases egoístas»3. El «socialismo cristiano» era parte de la corriente histórica de los mesianismos antiguos, las herejías milenaristas medievales, de partes del socialismo utópico y anunciaba la teología de la liberación, corriente que tiene el mérito de luchar contra la injusticia, pero paralizada por el ancla de plomo de atribuir la causa del mal al idealismo del «pecado».
La burguesía menos obtusa aplaudió la Rerum Novarum porque, por fin, la Iglesia disponía de una estrategia y de tácticas movilizadoras para defender al capital dentro de la clase trabajadora amparándose en dios. Pero la burguesía y los cristianos más miopes contraatacaron animados por las quejas de grandes empresarios y latifundistas, y de la santa burocracia de América Latina que presionó a Roma. En muchos lugares habían surgido reivindicaciones populares de más «justicia social» que se legitimaban en la encíclica Rerum Novarum de 1891, y eso era inaceptable. Solo una década después, en 1901, León XIII firmó otra encíclica, la Graves de Communi, revisando a la baja casi todos los principios de 1891 que molestaban a los más conservadores y lo peor fue que desautorizó al «socialismo cristiano» y limitó la acción de la «democracia cristiana» a la caridad dentro del pueblo, no a la toma del poder político4.
Si León XIII tenía presiones por la derecha, también las tenía, pero de signo diferente por el catolicismo norteamericano formado en una cultura anglosajona en la que era muy fuerte el cristianismo surgido de las revoluciones burguesas, lo que hacía que existiera un recelo social al catolicismo como «religión intolerante»5 porque muchos de los colonos desde el siglo XVII habían huido de las atrocidades vaticanas. Ante el impacto que estaba teniendo el Manifiesto comunista en las clases trabajadoras de Estados Unidos, en 1882 se fundó el grupo Caballeros de Colón para oponerse a los obreros del colectivo Caballeros del Trabajo. La Iglesia yanqui evolucionaba por su cuenta del dios medieval implantado desde Roma al dios burgués implantado por los protestantes, calvinistas y otras versiones anti feudales: era la lógica férrea de las necesidades de alienación del capital en Estados Unidos. León XIII lo comprendió en parte y en parte cedió6.
La Iglesia norteamericana también comprendió que muchos de sus clientes eran de cultura católica tradicional –emigrantes italianos, irlandeses, sudamericanos, etc.– y atemperó su adaptación al dios burgués. Pero las diversas iglesias y sectas apenas protestaron y mucho menos se movilizaron entre 1873 y 1898 contra las leyes que legalizaban la sobreexplotación de color con un halo de «constitucionalidad» que se amparó en el racista e inconcebible lema, «Separados pero iguales»7, vigente hasta 1954. Las y los italianos, irlandeses, sudamericanos, etc., sufrían un racismo menos duro que el de las y los africanos, y la Iglesia católica actuó de bálsamo opiáceo normalizándolo entre sus clientes. Las iglesias tampoco se unieron activamente a la lucha obrera en alza y, menos aun, cuando el presidente Cleveland mandó el ejército a aplastar a tiros la gran huelga8 de 1894 en Chicago.
Pío X fue pontífice de 1903 a 1914 y su lema fue: «Nihil innovatur nisi quod tradictium est» o «Contra las novedades, fidelidad a la tradición»9. Aceleró el giro reaccionario de León XIII desde 1901, sobre todo en el sentido de una mayor movilización católica en la calle y en la política contra la modernidad y contra el socialismo. Para ello, en 1904, levantó la prohibición de votar que impuso Pío IX a los católicos italianos10 para ampliar así la presión política. Los comités obreros católicos, los «sindicatos blancos», etc., debían ser oficialmente confesionales11, lo que les aislaba de una clase obrera cada vez más laica e increyente, pero les fortalecía en su disciplina interna. Su ascenso al trono de Pedro confirmaba lo anteriormente dicho por Marx sobre los métodos de la Iglesia del medievo para captar sirvientes muy aptos, como hemos visto en páginas anteriores. En la Italia de finales del siglo XIX, la captación se había ampliado:
Los campesinos del Véneto, para desembarazarse de una boca y adquirir un sostén, consagraban a uno de sus hijos a la carrera eclesiástica. A ese hijo campesino vestido de sotana le protegía, habitualmente, el terrateniente lugareño, por consideraciones nada idealistas, suponía que el sacerdote, por sentimiento de gratitud, debía defender los intereses de su valedor y le prestaría apoyo en los pleitos con los campesinos. Precisamente así se comportó el joven clérigo Sarto12.
En efecto, Pio X no apoyó solo a los terratenientes sino que apoyó fundamentalmente a la burguesía imperialista, como veremos, pero con la intención de recuperar y ampliar el perdido poder terrenal de la Iglesia. La Compañía de Jesús era su brazo ejecutor: «Fue en esa época cuando el padre Wernz, general de la Orden, escribió: “El estado está bajo la jurisdicción de la iglesia; por tanto, la autoridad secular está en sujeción a la autoridad eclesiástica y tiene que obedecerla”»13. Era tal la presencia jesuita en el Vaticano que se comentaba que no había diferencia entre el «papa blanco» y el «papa negro». Se debate sobre cuál era la estrategia del «papa negro» con respecto al choque permanente en los capitalismos francés y alemán: todo parece indicar que optaba por Alemania en vez de por Francia14, porque la industria de la primera muy superior a la de la segunda enriquecía más al Vaticano tanto en lo material como en lo espiritual.
En 1905 estalló la revolución en Rusia a la vez que grandes luchas obreras tuvieron lugar en otros Estados. Rosa Luxemburg, enfurecida por el comportamiento reaccionario de las iglesias cristianas, defendiendo a los ricos, escribió:
Desde que los obreros emprendieron en nuestro país –al igual que en Rusia– la lucha incansable contra el gobierno de los zares y contra los explotadores capitalistas, oímos cada vez más a menudo que los sacerdotes predican contra los militantes obreros. Nuestro clero dirige sus ataques de manera especialmente dura contra los socialistas, intentando por todos los medios denigrarlos a los ojos de los obreros. Cada vez se repite más el caso de trabajadores creyentes que van los domingos y días festivos a la iglesia para oír sermones y hallar consuelo religioso y, en lugar de ello, tienen que escuchar un discurso áspero, y hasta violento, sobre la política y sobre los socialistas. En lugar de fortalecer a los hombres que van a la iglesia llenos de fe y que se hallan apenados y empobrecidos por su dura vida, los clérigos se desatan en improperios contra los obreros en huelga o contra los que combaten al gobierno. Les exhortan a soportar la miseria y la opresión con humildad y resignación y hacen, en fin, de iglesia y púlpito, un lugar de agitación política15.
Rosa Luxemburg sigue explicando la política de la socialdemocracia hacia la religión, que respeta escrupulosamente la libertad de creencia de las personas, que lucha por la fraternidad y la igualdad, por la justicia, y que por eso sabe que no se puede ni se quiere forzar las creencias individuales. Insiste en que el clero ataca al socialismo, aunque al defender a los ricos, a la explotación y a la opresión están «en manifiesta oposición a la doctrina cristiana», pero Rosa Luxemburg también reconoce que:
De todas formas hay también curas diferentes. Los hay llenos de bondad y compasión, que no buscan el lucro, que están dispuestos a ayudar donde observan necesidad. Pero todo el mundo admite que son excepciones. Son cuervos blancos. La mayoría de los sacerdotes sonríen y hacen humildes reverencias ante los ricos y poderosos, a los que perdonan calladamente todas las injusticias y todos los vicios […] Esta clara contradicción entre el proceder del clero y la doctrina cristiana tiene que sorprender a cualquier obrero que reflexione16.
Rosa Luxemburg desarrolla la historia del cristianismo, llena de contradicciones y, llegando al final, explica que la socialdemocracia lucha por instaurar el comunismo, la eliminación de las clases y la abolición total de la explotación de unos por otros:
Esta es precisamente la razón de que las clases poseedoras, que viven hoy de la explotación obrera, muestren un odio tan grande hacia la socialdemocracia, hacia la ilustración de los obreros y hacia el movimiento obrero. Ahora bien, el clero, más todavía, la iglesia entera pertenece igualmente a esas clases dominantes. Todas esas inmensas riquezas que han sido obtenidas sin trabajo propio, mediante la explotación y en detrimento del pueblo trabajador. […] Los sacerdotes odian hoy al pueblo ilustrado, al que lucha por sus derechos y por la igualdad entre los hombres, tanto como los parásitos capitalistas, ya que instaurar ahora la igualdad y abolir la explotación significaría el golpe de gracia para un clero que vive precisamente de la explotación y de la desigualdad17.
Lenin, igualmente sorprendido por la reacción de las iglesias, también analizó las razones históricas de la «niebla religiosa» que hace perder la orientación a las clases explotadas. Defiende que debe instaurarse una separación estricta entre el Estado y las religiones en las escuelas, etc., en definitiva en todo, y que la religión sea un derecho privado protegido como una libertad básica. Ahora bien, sigue Lenin:
La religión no es un asunto privado con respecto al partido del proletariado socialista. Nuestro partido es la unión de luchadores conscientes y avanzados por la emancipación de la clase obrera. Esta unión no puede ni debe permanecer indiferente ante la inconsciencia, la ignorancia o el oscurantismo bajo la forma de creencias religiosas. Exigimos la completa separación de la iglesia y del Estado para luchar contra la niebla religiosa con un arma puramente ideológica y solamente ideológica, con nuestra prensa y nuestra palabra […] Nuestro programa se basa en una concepción científica del mundo, precisamente en la concepción materialista. Por eso, la explicación de nuestro programa comprende también, de modo necesario, la explicación de las verdaderas raíces históricas y económicas de la niebla religiosa. Nuestra propaganda incluye obligatoriamente la propaganda del ateísmo […] La unidad de esta verdadera lucha revolucionaria de la clase oprimida por crear el paraíso en la tierra tiene para nosotros más importancia que la unidad de criterio de los proletarios acerca del paraíso en el cielo. He aquí por qué no proclamamos y ni debemos proclamar nuestro ateísmo en nuestro programa; he ahí por qué no prohibimos ni debemos prohibir el acercamiento a nuestro partido de los proletarios que conservan todavía unos u otros vestigios de los viejos prejuicios […] En todo caso, opondremos a ella la prédica de la solidaridad proletaria y de la concepción científica del mundo, una prédica serena, firme y paciente, ajena a cualquier atizamiento de divergencias secundarias18.
La revolución de 1905 había confirmado al cristianismo el abismo insalvable que le enfrentaba al socialismo y más en el caso de la Iglesia católica, que «desde los días de Pio Nono, el Vaticano alentaba la desconfianza hacia la socialdemocracia como precursora del socialismo y por tanto del comunismo»19. La resistencia dentro y fuera del Vaticano al dogma de la infalibilidad estaba socavando la obediencia ciega, que también era golpeada por los cambios profundos motivados por el tránsito del capitalismo colonialista al imperialista. Así, entre 1907 y 1910, sucesivos documentos, condenas y excomuniones lanzadas por Pio X barrieron la corriente modernista dentro de la Iglesia, obligando a los sacerdotes a realizar un juramento anti modernista. Siendo esta represión muy grave, peor desde el punto de vista radicalmente humano, es la decisión de 1904 de «invitar» a los católicos a que recibiesen diariamente el sacramento de la comunión, que en sí era reforzar la práctica del ritual del sacrificio, del canibalismo «transubstanciado»20.
Cuando los católicos aumentaron su fuerza de trabajo gracias a la energía adquirida por la diaria «comunión sagrada», Pio X suprimió de un plumazo, en 1911, muchas fiestas21[78921 que correspondían al cristianismo medieval, adaptando la temporalidad católica a las ciegas necesidades del capitalismo: se trataba de ampliar las horas de explotación del proletariado. Incluso en la ortodoxa burguesía zarista rusa, enfrentada en muchos temas con el Vaticano, sentó muy bien el drástico recorte papal de los derechos de la clase obrera católica, recorte que dañaba en realidad al conjunto del proletariado. En 1954, Pio X fue canonizado en medio de la mal llamada guerra fría, y cuando en Italia los comunistas eran fuertes electoralmente. Carecemos de espacio para analizar si tamaño retroceso al autoritarismo proimperialista pudo influir siquiera indirectamente en el retroceso de afiliados a otras iglesias: en 1911, la Iglesia anglicana calificaba de alarmante «que la clase media educada, especialmente los jóvenes, están perdiendo por completo el contacto con la Casa de Dios»22.
La lucha de clases en Alemania iba en aumento desde 1909 y la radicalización de los partidos también se expresaba en el choque entre el ateísmo marxista y la religión cristiana en cualquiera de sus modalidades. En una sesión del Parlamente alemán en Berlín se libró un fuerte encontronazo entre Karl Liebknechet y un representante de la derecha, von Kardoff, en la sesión de 22 de marzo de 1912, transcrito en un brillante artículo titulado Rezar y… matar23. El autor explica lo que enfrenta a la juventud obrera militante con la juventud burguesa reaccionaria, cómo se educa cada una de ellas, cómo intervienen en política y cómo entienden las opuestas violencias de clase: la religión enseña a la juventud burguesa a rezar y… matar a la juventud obrera. K. Liebknecht sería asesinado junto con Rosa Luxemburg y cientos de comunistas cuando el ejército dirigido por la misma socialdemocracia aplastó la revolución de invierno de 1918.
La guerra de 1914 – 1918 demostró de nuevo, pero con muchísima más crudeza que el dios cristiano estaba roto en múltiples partidos capitalistas enfrentados mortalmente. Todas las monarquías eran cristianas, pero mandaron a sus cristianos pueblos a degollarse mutuamente y con respecto a los Estados beligerantes debemos decir lo mismo. Sin embargo: «Las creencias y las afiliaciones religiosas no representaron ningún papel en los alineamientos. De un lado luchaban la Alemania protestante, la católica Austria, la Bulgaria ortodoxa y la Turquía musulmana. Del otro, la Gran Bretaña protestante, Francia e Italia católicas, y Rusia ortodoxa»24.
La letalidad de la Primera Guerra Mundial unida a la incapacidad burguesa para terminar la guerra antes de que se radicalizasen muchas reivindicaciones dormidas, generó una oleada de luchas, revoluciones y contrarrevoluciones que volvieron a mostrar el contenido de clase de las religiones. La revolución bolchevique de 1917 cogió por sorpresa prácticamente a todo el mundo, a Lenin el primero. La Iglesia y los cristianismos fueron sus enemigos fanáticos desde su mismo inicio, aunque el gobierno de comisarios del pueblo fue extremadamente cauto con la religión y con las iglesias ortodoxas y católica una vez que puso en práctica la elemental medida democrática de separar las iglesias del Estado. El Vaticano aparentó respetar el hecho de que en Rusia y en casi toda Europa del este el cristianismo ortodoxo era el dominante, pero aun así buscó infiltrar espías en la URSS, siendo descubierto el jesuita d’Herbigny25 que fue expulsado en 1922.
Pero el anticomunismo de las iglesias se volcaría inmediatamente contra el movimiento revolucionario en la Europa capitalista. La obsesión anticomunista se hizo enfermiza una vez que la revolución bolchevique empezó a realizar una explicación científica del ateísmo marxista, como por ejemplo la publicación de La dialéctica de la naturaleza en 1925, libro escrito por Engels con la ayuda directa de Marx, y otros muchos textos entre los que debe destacarse los Cuadernos filosóficos de Lenin en los que el materialismo es definido en su exacta cualidad como automovimiento:
La identidad de los contrarios (quizá fuese más correcto decir su «unidad», aunque la diferencia entre los términos identidad y unidad no tiene aquí una importancia particular. En cierto sentido ambos son correctos) es el reconocimiento (descubrimiento) de las tendencias contradictorias, mutuamente excluyentes, opuestas, de todos los fenómenos y procesos de la naturaleza (incluso el espíritu y la sociedad). La condición para el conocimiento de todos los procesos del mundo es su automovimiento, en su desarrollo espontáneo, en su vida real, es el conocimiento de los mismos como unidad de contrarios. El desarrollo es la «lucha» de contrarios. Las dos concepciones fundamentales (¿o dos posibles?, ¿o dos históricamente observables?) del desarrollo (evolución) son: el desarrollo como aumento y disminución, como repetición; y el desarrollo como unidad de contrarios (la división de la unidad en contrarios mutuamente excluyentes y su relación recíproca).
En la primera concepción del movimiento, el automovimiento, su fuerza impulsora, su fuente, su motivo, queda en la sombra (o se convierte a dicha fuente en exterior: dios, sujeto, etc.). En la segunda concepción se dirige la atención principal precisamente hacia el conocimiento de la fuente del «auto» movimiento.
La primera concepción es inerte, pálida y seca. La segunda es viva. Solo ella proporciona la clave para el «automovimiento» de todo lo existente; solo ella da la clave para los «saltos», para la «ruptura de continuidad», para la «transformación en el contrario», para la destrucción de lo viejo y el surgimiento de lo nuevo.
La unidad (coincidencia, identidad, igualdad de acción) de los contrarios es condicional, temporaria, relativa. La lucha de los contrarios mutuamente excluyentes es absoluta, como son absolutos el desarrollo y el movimiento26.
Dialéctica y dios son mutuamente excluyentes. Por esto, por la tarea de la URSS en recuperar, producir y editar textos ateos –al margen ahora de otras cuestiones– para la formación político-filosófica del movimiento obrero, de las luchas de liberación de las naciones oprimidas y para la emancipación de la mujer trabajadora, era tan peligrosa para las burguesías y sus aparatos religiosos. Pero la fuerza del marxismo era anterior al asentamiento definitivo de la URSS. Así, a finales de 1918, cuando el poder soviético se debatía entre la vida y la muerte, Gramsci ya había analizado la rápida crisis de descomposición del Estado italiano y del catolicismo. Como marxista, sabía que las nuevas contradicciones sociales a la fuerza penetran en la Iglesia: las tendencias modernistas y democráticas palpitaban pese al control interno y a la represión exterior, pero, sobre todo:
La guerra ha acelerado este proceso de disolución interna del mito religioso y de las doctrinas legitimistas […] Los católicos se aferran a la realidad que escapa a su control. El mito religioso, como conciencia difusa que informa con sus valores a todas las actividades y organismos de la vida intelectual y colectiva, se disuelve tanto en Italia como en otros lugares y se convierte en un partido político definido. Se hace laico, renuncia a su universalidad, para traducirse en la voluntad práctica de una clase burguesa concreta, que, mediante la conquista del poder del Estado, se propone, además de la conservación de sus privilegios generales de clase, el mantenimiento de los privilegios particulares de sus miembros27.
La dialéctica aplicada por Gramsci le permitía conocer el «automovimiento» político del Vaticano determinado por las nuevas contradicciones. La burguesía se preparaba para derrotar el avance del socialismo y del comunismo en Italia, estudiando también lo que sucedía en el resto de Europa y especialmente en Alemania, porque el Vaticano estaba al tanto del efecto de la revolución bolchevique en la clase obrera europea. El cardenal Pacelli, futuro Pío XII, cerebro del Concordato firmado con los nazis en 1933, conocía muy bien Alemania donde había pasado varios años. Entre marzo y abril de 1919, en plena crisis revolucionaria, Pacelli demostró su odio hacia el «judaísmo bolchevique» con expresiones racistas incluso contra la forma física de los comunistas y se opuso con todas sus fuerzas a que la Brigada Roja de Múnich recuperara para el proletariado el lujoso coche del Nuncio28: la propiedad vaticana era intocable para la empobrecida clase trabajadora que se jugaba su destino en esos días y que sería al poco tiempo aplastada por la contrarrevolución.
Así se comprende que, en pleno ascenso de Mussolini, en 1924, el Vaticano prohibiera al Partido Popular, del que nos hablaba Gramsci, acercarse a los socialistas para impedir que su alianza electoral detuviera el avance del fascismo29. Pacelli actuaba al unísono con su hermano Francesco, quien fuera el cerebro del Concordato con Mussolini en 1929, Concordato por el que el Vaticano sacrificó el catolicismo político y social30 que había sido su ancla en las clases explotadas para intentar contener al socialismo y al comunismo. Roma, mediante el Concordato, repartió el poder político-religioso y económico, con el fascismo de un modo tan ventajoso que algunos fascistas mostraron su enfado. Dos grandes triunfos del Vaticano fueron: quedarse con la educación y mantener la Acción Católica libre del control fascista31, dos medios de alienación y movilización de masas reaccionarias que serían muy importantes en la lucha anticomunista a partir de 1944.
H. Portelli ha estudiado las aportaciones de Gramsci a la crítica de la religión y en el caso específico de la firma del Concordato con Mussolini muestra que Gramsci también opinaba que el Estado fascista había capitulado ante Roma. Para Gramsci, los dos mejores ideólogos burgueses del momento en Italia eran el papa y Croce, siendo Gentile, el teórico fascista por excelencia, muy inferior. Gramsci insiste en la victoria del Vaticano al mantener su monopolio del sistema educativo32. Y sobre la acción católica, Gramsci afirma que la Iglesia está dispuesta a todo con tal de mantener su poder:
Para esta defensa no excluye ningún medio, ni la insurrección armada, ni el atentado individual, ni la apelación a la invasión extranjera […] Dadas estas premisas, el «pensamiento social» católico tiene un valor puramente académico. Es preciso estudiarlo y analizarlo en cuanto elemento ideológico narcotizador tendente a mantener determinados estados de ánimo de expectativa pasiva de tipo religioso; mas no como elemento de vida política e histórica directamente activo. […] es un elemento de reserva, no de primera línea y por ello puede en todo momento ser «olvidado» prácticamente y «callado», aun sin renunciar a él por completo, porque podría volver a presentarse la ocasión en que fuera preciso utilizarlo. Los católicos son muy astutos, pero me parece que en este caso son «demasiado» astutos33.
Gramsci habla con toda razón de la naturaleza de reserva de fuerza reaccionaria, irracional, que tiene el «pensamiento social» de la Iglesia, reserva movilizable en los momentos de crisis pero que, en los de normalidad, está pasiva, a la espera. La estricta censura carcelaria le obligaba a Gramsci a escribir con cuidado, por eso recurre a los términos de «filosofía de la praxis» para referirse al marxismo, aunque casi siempre logra comunicar lo que quiere. ¿Cómo vencer al potencial reaccionario que se mantiene en reserva entre las masas afiliadas a la Acción Católica? Mediante la pedagogía paciente sostenida en la práctica cotidiana de la lucha de clases, sin olvidar nunca que:
La posición de la filosofía de la praxis es antitética a la católica. La filosofía de la praxis no tiende a mantener a las «gentes sencillas» en su primera filosofía del sentido común, sino que quiere conducirlas a una concepción superior de la vida […] La compresión crítica de uno mismo se obtiene, pues, a través de una lucha de «hegemonías» políticas, de direcciones contrastantes, primero en el campo de la ética, después en el de la política para llegar a una elaboración superior de la propia concepción de lo real34.
Con respecto a Hitler, aunque en un principio muchos obispos católicos alemanes mostraron serias dudas y algunas críticas al nazismo, en realidad estas eran muy suaves en contenido porque «la mayoría de los obispos era monárquica, odiaban el liberalismo y la democracia mucho más de lo que odiaban a Hitler […] una vez que Hitler asumió el poder, el catolicismo alemán desechó su actitud “negativa” y tuvo una postura de apoyo activo. […] Un factor de la capitulación católica fue sin duda el temor a los luteranos. Pues si la actitud católica frente a Hitler fue aprensiva y pusilánime, muchos miembros del clero protestante se mostraron entusiastas […] En la década de 1920 algunos luteranos derechistas habían formado la Federación por una Iglesia Alemana, que apuntaba a eliminar el antecedente judío del cristianismo y a crear una religión nacional basada en la tradición alemana. Destacaban exageradamente los enunciados antisemitas de Lutero y su odio a la democracia»35.
En mayo de 1933 Henry Leconte escribió un breve, premonitor e intenso artículo sobre las excelentes relaciones entre el nazismo y el Vaticano bajo el mandato de Pío XI, relaciones oficializadas poco después, en julio de ese año, con la firma del Concordato entre ambas potencias, aún vigente a día de hoy:
Desde que Hitler y sus pandillas irrumpieron en Alemania, precipitaron a este gran país de 65 millones de almas a la oscuridad y la brutalidad de la Edad Media, persiguiendo a la clase obrera y oprimiendo al pueblo judío (y a muchos otros, es verdad), el mundo entero está inmerso en la indignación y el estupor.
Cuando digo todo el mundo, tengo que hacer una reserva. Hay un hombre en el mundo, y eso es una total certeza, confirmada, consagrada, solemnizada y divinizada, al menos un hombre, al que Hitler no dejó estupefacto, que las vergonzosas miserias infligidas a 700.000 judíos no indignaron, que la intimidación, las aflicciones, los encarcelamientos y ejecuciones de las cuales son víctimas veinte millones de trabajadores, no han perturbado en sus meditaciones, ni lo han desviado de sus contemplaciones celestiales, ni le han impedido continuar su diálogo cotidiano con Dios. Ese hombre es el Papa.
[…]
Así que mejor no te se queje si el Papa en nuestros días disfruta de darle a Hitler su bendición. ¿Qué es una bendición? Lo sabemos demasiado bien. Fue comprada, comercializada, vendida en los viejos tiempos, en el siglo XVI, al igual que hoy. Papas, carruajes viejos y un honor inmaculado. Así entendido entonces, bendecir a Hitler es apenas un acto de pura inocencia, como si no hubiese pasado nada36.
Leconte expone algunas de las incontables atrocidades papales: Constantino I hizo clavar cuchillos candentes en los ojos del arzobispo de Rávena por desobediencia. Gregorio V (siglo X) hizo cortar los pies, las manos, la nariz, la lengua y las orejas al cónsul Crescentius y su compañero Juan por no complacerle, y después los llevó en procesión por Roma antes de ahorcarlos. Inocencio III (siglo XIII) mando quemar, saquear e incendiar la ciudad de Béziers asesinando a 60.000 personas, y un día ordenó arrojar por las ventanas del palacio papal a once personas que discrepaban de sus opiniones. Sixto VI (siglo XV) ordenó acuchillar a Laurent y Julien de Medici en una misa durante la consagración de la hostia. Alejandro Borgia o Alejandro VI (siglo XV, inicio del XVI) incestuoso, fratricida, asesino, usurero, experto en venenos, obseso sexual y padre de bastardos. Gregorio XIII (siglo XVI) exultaba de gozo al recibir en un lujoso cofre la cabeza decapitada del almirante francés Coligny, regalo de Catalina de Médicis, asesinado con otros miles de hugonotes durante la Matanza de San Bartolomé en verano-otoño de 1572 en el reino de Francia…
¿Qué se había pactado en el Concordato? La sumisión del Vaticano al nazismo a cambio de que el primero respetase las inmensas propiedades materiales del segundo, su industria educativa y sus organizaciones político-religiosas. El artículo 16 del Concordato –aún vigente– sintetiza lo que obtenía Hitler y lo que cedía el dios católico:
Artículo 16: Los obispos, antes de tomar posesión de sus diócesis, prestarán en manos del lugarteniente del Reich (Reichsstatthalter) en el Estado competente o bien en manos del Presidente del Reich un juramento de fidelidad según la siguiente fórmula: «Delante de Dios y sobre los Santos Evangelios, juro y prometo, como corresponde a un obispo, fidelidad al Reich alemán y al Estado… Juro y prometo respetar y hacer respetar por mi clero el Gobierno establecido según las leyes constitucionales del Estado. Preocupándome, como es mi deber, del bien y del interés del Estado alemán, en el ejercicio del sagrado ministerio que se me ha confiado, trataré de impedir todo daño que pueda amenazarlo»37.
La verdad es que la obediencia del Vaticano –y del cristianismo alemán y en buena parte de Europa en su conjunto– a Hitler fue significativa en lo moral e importante para facilitar la práctica del terror nazi. Aun así, hubo excepcionales casos heroicos a título mayormente individual, de oposición al nazismo. Por ejemplo, la valiente condena del salvajismo del régimen realizada en agosto de 1941 por el obispo Clemens von Galen, que la RAF británica esparció sobre Alemania con millones octavillas, apenas sirvió de algo porque Pío XII echaba un pesado capote de silencio a favor de las dictaduras nazi-fascista, franquista, salazarista, etc., en su encíclica Mystici corporis en julio de 1943, mientras se libraba la decisiva batalla de Kursk entre alemanes y soviéticos, en la que «no había nada de notable ni de valiente»38.
Pero siendo loables estas resistencias, existía en el Vaticano una fuerza reaccionaria estructurada internamente, en su raíz burocrática, que impedía cualquier avance en la denuncia de ideas inhumanas como el fascismo, el franquismo, el racismo… En verano de 1938, Pío XI proyectó escribir una encíclica –Humani Generis Unitas39– contra el racismo, contra la persecución de las y los judíos, encargando su borrador a tres jesuitas. Pío XII ordenó archivarla en octubre de 193940 hasta que casualmente fue descubierta en 1967; aun así, la encíclica no vio la luz hasta que una revista católica norteamericana la publicó muy parcialmente41 en diciembre de 1972 y enero de 1973.
Con respecto a otras acciones de Pío XII en la política internacional de 1939, vemos que: «En marzo, Hitler se anexó la región de Klaipeda, territorio lituano. El papa fingió no darse cuenta. En abril, Mussolini llevó adelante la ocupación de Albania. Esta nueva agresión del fascismo italiano fue condenada por todas las personalidades progresistas del momento, pero el papa no estimó necesario pronunciarse. No quiso censurar la anexión de Albania, aunque no podía aprobarla públicamente. En todo caso, el clero italiano aplaudió, con su consentimiento, ese acto, lo que sin duda hacía el juego a Mussolini»42.
La invasión del ejército internacional nazi-fascista de la URSS fue respondida por una movilización masiva en la que la mayoría de las y los cristianos ortodoxos optaron por la defensa de su país. El nazi-fascismo fue derrotado fundamentalmente por la URSS que mató a unos 4.500.000 invasores mientras que los aliados solo a unos 500.000 porque «el Ejército Rojo resultó ser capaz de resistir en las condiciones más espantosas imaginables»43. La lucha armada clandestina en los países ocupados, dirigida en su gran parte por comunistas, obstaculizó mucho los despliegues nazis: los ingleses estimaron que seis de las veinticinco divisiones alemanas en la Italia de 1944 estaban ocupadas en luchar contra los partisanos44. Si bien muy pocos sacerdotes, curas, monjes y monjas se arriesgaron a título individual a participar en la resistencia, las iglesias cristianas permanecieron pasivas o colaborando.
Las victorias del Ejército Rojo, ya innegables desde comienzos de 1943, preocupaban al Vaticano, inquieto además por el debilitamiento de su prestigio. Para recuperarlo en parte inició una campaña sin ningún contenido político inmediato en defensa de los derechos aplastados por las dictaduras de Mussolini, Hitler, Salazar, Franco, etc. En 1943, Pío XII animó a los expertos a profundizar en el estudio de la Biblia. Hasta ese año, las dos únicas versiones oficiales del libro eran la traducción griega del hebreo realizada hacia el siglo III y la traducción latina del siglo IV45. Sin quererlo, abría las puertas a una serie de estudios científicos que acelerarían el desprestigio del dogma tan celosamente defendido desde aquellos siglos.
Otro ejemplo de colaboracionismo con Hitler, aunque esta vez más directo, fue el acuerdo entre el Vaticano y Berlín por el que se respetaría la soberanía del Estado Vaticano y sus 150 propiedades en la Roma recién ocupada por el ejército alemán en otoño de 1943, a cambio del silencio colaboracionista46 de Pío XII. Lo primero que hizo el nazismo fue exigir cincuenta kilos de oro a la comunidad judía. El Vaticano ofreció un préstamo sin intereses y sin plazo de devolución, pero la comunidad judía reunió el oro por su cuenta. Alguien hizo correr la mentira de que el Vaticano había fundido el oro de cálices, cruces y otros ornamentos para ayudar a los judíos, pero no es verdad47. A finales de octubre se preparó la detención y traslado a campos de exterminio de miles de judíos.
Muchas personas fueron a pedir ayuda al Vaticano, pero este permaneció en silencio; después, ante las presiones, designó a un cura de baja categoría entre la burocracia, rechazado por eso mismo por los nazis que exigían la presencia de un representante de más alta responsabilidad. Pio XII designó al obispo Alois Hudal que al acabar la guerra conseguiría cierta fama «como figura clave en la ayuda a los criminales de guerra nazis en su huida de la justicia a través de las casas religiosas de Roma»48, al que volveremos enseguida. Desde la Segunda Guerra Mundial un debate interesado pretende perder el tiempo para no entrar a la cuestión central: ¿por qué el Vaticano no se opuso frontalmente al nazi-fascismo, como lo había hecho contra el socialismo y en comunismo desde mucho antes? La respuesta es obvia y la estamos desarrollando en este capítulo.
Conviene saber que el Vaticano sí pidió la colaboración de Alemania y Japón para reprimir a protestantes: en 1943 envió un documento a Tokio en el que se pedía que se mantuviera presos a 528 misioneros protestantes hechos prisioneros por los japoneses en diversos lugares de Asia. «En Eslovaquia, el monseñor Tiso –líder jesuita dictatorial– tenía libertad para perseguir a los “hermanos separados”, aunque su Estado era satélite de Alemania, una nación primordialmente protestante»49. Recordemos también el infame apoyo de Pío XII al «atroz régimen católico de Croacia»50, dirigido por la dictadura del criminal Pavelic, con la participación oficial de obispos católicos en su sistema represivo genocida.
Ahora se sabe a ciencia cierta cómo se había organizaron las redes de escape –«pasillo Vaticano», «ruta de la araña», «ruta libertad»– de criminales nazis antes de su derrota en abril-mayo de 1945, a través de conventos, parroquias, casas sociales, embajadas, etc., del Vaticano con la vital participación de la España franquista51 hacia Centro y Sudamérica, Estados Unidos, Canadá, Oriente Medio… Damos por sabido cómo decenas de miles de funcionarios nazis, policías, jueces, militares, científicos, periodistas, profesores, sacerdotes y obispos, técnicos y sobre todo empresarios fueron integrados en la «democracia» alemana occidental o en la británica y norteamericana. Incluso Francia acogió a torturadores nazis para aprender de ellos. En cierta forma y gracias entre otros al obispo Alois Hudal arriba citado, la huida nazi se realizó tan bien gracias a las lecciones aprendidas en Italia cuando la burguesía dio la patada a Mussolini:
Incluso con Mussolini formalmente depuesto, el rey insistía en que «no se puede desmantelar el fascismo de un plumazo. Se necesita modificarlo gradualmente a fin de eliminar esos aspectos que se han demostrado nocivos para el país». Su nuevo primer ministro era el mariscal Badoglio. Sus credenciales antifascistas no eran mucho mejores: también había apoyado enérgicamente a Mussolini y obtenido la promoción y el título de duque de Addis-Abeba en el proceso […] Ingleses y americanos compartían el miedo del stablishment italiano a la revolución y les perdonaron gustosos sus crímenes del pasado, siempre y cuando Italia abandonase la coalición imperialista rival. En efecto, Estados Unidos había realizado aproximaciones al rey antes y después de la entrada de Italia en la Segunda Guerra Mundial. La admiración de Churchill por el Duce databa de 1927 y seguía sin disminuir en 194352.
No debe extrañarnos la facilidad y hasta el apoyo con el que las burguesías «democráticas» acogieron este perdón práctico a los criminales. El nazi-fascismo gozaba de muchas simpatías en occidente y desde siempre existía una base de irracionalidad, la tristemente célebre reserva de la que hablaba Gramsci, que era activada por el poder. Un ejemplo: en 1940, la Universidad de Nueva York ofreció un puesto de profesor de filosofía a Bertrand Russell. De los veinte miembros de la Junta, diecinueve acudieron a la reunión en la que todos los asistentes, los diecinueve, aprobaron el nombramiento. Al día siguiente de comunicarse el nombramiento oficial, el obispo Manning, de la Iglesia Episcopal Protestante se lanzó a una sucia campaña de desprestigio de B. Russell y de intimidación a la Junta para que revocara su decisión. Amenazas y chantajes lograron al final que el poder político-religioso se saliera con la suya anulando el nombramiento por tres razones: que B. Russell era extranjero, que no se le hizo ningún examen de evaluación y que sus ideas «inmorales» maleducarían a la juventud53.
Es comprensible, entonces, que con esta reserva de irracionalidad activada astutamente con la excusa del «peligro comunista», se aplicasen las lecciones italianas, con las pertinentes adaptaciones, a los nazis y, en el otro extremo del mundo, para el grueso de los criminales japoneses que habían aplicado tanta o más iniquidad que los nazis, empezando por el emperador nipón que se libró de todo excepto de la obligatoriedad de renunciar a su supuesta naturaleza divina. La razón para la magnanimidad occidental era la misma que en Italia y Alemania: el miedo al comunismo que avanzaba por Asia, porque sabía que «el Este es Rojo»54. Al igual que las iglesias cristianas y el Vaticano en concreto no tuvieron que responder por su colaboracionismo activo o pasivo con el nazi-fascismo, también los sacerdotes sintoístas quedaron libres en Japón.
El mismo «perdón cristiano» y por las mismas razones se concedió al terror franquista, y a la jerarquía nacional-católica, desde 1975 hasta hoy. Y ya que hablamos del Estado español, K. Deschner ha escrito que:
La primera bandera extranjera que ondeó sobre el cuartel general de Franco fue la papal y no tardó el Vaticano en izar a su vez la enseña franquista. También Pío XII, por los días en que Hitler lo hacía desde Núremberg, exhortó al mundo a la lucha contra el bolchevismo, calificó la ayuda en bombas de sus aliados fascistas de «medios de protección y salvación» y rechazó en redondo, en el verano de 1938, la petición de los gobiernos francés y británico de que se sumase a la protesta contra el bombardeo de la población civil republicana. En medio de la guerra, por el contrario, dio a Franco, el general rebelde, las gracias por un telegrama de homenaje y manifestó su profunda alegría de «haber sentido latir en el mensaje de Su Excelencia el sentimiento profundamente arraigado de la España católica»55.
Otro de los servicios del Vaticano a Franco fue intermediar en la rendición de la parte del ejército vasco controlada por la católica mediana burguesía del país a las tropas italianas, en agosto de 1937. Esta rendición humillante fue organizada por la mediana burguesía vaca, por el que sería Pío XII, por Mussolini y Ciano, y por Franco56, y cabe imaginar que los nazis estaban al tanto. Los fascistas entregaron los prisioneros ya desarmados a Franco, que fusiló a muchos de ellos. El 11 de junio de 1939, al poco de acabar la guerra de exterminio de la República y en medio de un régimen de terror implacable, recibió en audiencia solemne en el Vaticano a 3.000 falangistas encabezados por Serrano Suñer, ministro de Asuntos Exteriores del gobierno franquista, cuñado del dictador y figura máxima del ala más pro-nazi del régimen nacional-católico. Ellos sabían que la verdadera fuerza victoriosa había sido la Iglesia57, más que los militares y falangistas. Pío XII apoyó incondicionalmente la dictadura desde el primer segundo, otorgando a Franco una de las órdenes vaticanas más altas, sin este apoyo no se hubiera llegado nunca al siguiente hecho histórico:
En España, las fuerzas de Franco efectuaron unas 180.000 ejecuciones. Se alegó que se debían al «terror» que, supuestamente, se había apoderado de la zona republicana. Sin embargo, los republicanos solo ejecutaron a 38.000 personas y cerca de la mitad en las primeras seis semanas de descontrol tras el levantamiento de Franco. Todos los partidos de la República criticaron esas ejecuciones y se esforzaron –con cierto éxito– por ponerle fin. En la zona rebelde, en cambio, los fusilamientos contaban con la incitación oficial y no cesaron durante toda la guerra y después de ella58.
Pasando del franquismo al Vaticano, una vez concluida la guerra, en noviembre de 1947 la CIA informaba de la debilidad del gobierno italiano ante la fuerza del Partido Comunista y recomendaba «la ayuda a los demócrata-cristianos y un programa de guerra psicológica contra los comunistas, financiado con fondos ocultos, para lo cual se “lavaron” 10 millones de dólares de fondos capturados al Eje, puesto que aún no se podía disponer de los de las contrapartidas en moneda italiana del Plan Marshall»59. La manipulación y compra de elecciones se repetiría de una u otra forma durante las décadas sucesivas. La estrategia política expulsaba a socialistas y comunistas de las instituciones y sustituirlos por fascistas y antiguos torturadores. La guerra psicológica inventaba una serie de mentiras y bulos contra la izquierda. Se desviaron barcos que llevaban trigo para América Latina, trigo que fue repartido en Italia con camiones con las banderas yanquis…
Entonces el comportamiento del Vaticano cambió ciento ochenta grados con el inicio de la mal llamada guerra fría, ya que: «En contraste con la política conciliadora que había desarrollado hacia los nazis en la Alemania de los años treinta, Pacelli alentaba ahora la resistencia activa y hasta la muerte»60 contra el comunismo en los Estados del Este europeo. Sin embargo y como sucede siempre en la historia de las religiones, en la que, a pesar de toda la presión represiva interna, sobreviven cricas o, en determinadas circunstancias, críticas aparecen movimientos que desobedecen a la jerarquía. También sucedió en el pontificado de Pío XII: en las decisivas elecciones parlamentarias en Italia de abril de 1948, frente al peligro electoral de las izquierdas comunistas, del PCI, sobre todo, la política del Vaticano «incluía intimidar a los clérigos de ideas progresistas. Pío XII desconfiaba de los servidores de la Iglesia que habían participado en el movimiento guerrillero, considerándolos “amigos de los comunistas”. Sin embargo, algunos sacerdotes declararon públicamente su adhesión al Frente Nacional antifascista y, pese a la instrucción inequívoca del Vaticano, se negaron a “anatematizar a los marxistas”»61.
La desobediencia causó tal inquietud y nerviosismo que el Vaticano prometió a Estados Unidos castigar a los sacerdotes rebeldes y, en común acuerdo, la CIA y la Iglesia crearon «comités cívicos» con 300 secciones regionales y 18.000 locales para luchar contra el comunismo. La misma táctica se extendió a Holanda, Francia, Austria y Bélgica. Para contextualizar, hay que saber que bajo la dictadura fascista y antes del inicio de la guerra mundial, el Partido Comunista Italiano tenía 6.000 militantes y al final de la guerra ascendían a 1.800.0062 implantados en la guerrilla, en las fábricas, en el campo… Entonces, a finales de 1949, Estados Unidos entregó 500.000 dólares al Vaticano para la campaña anticomunista, de modo que no debe extrañarnos que «Pío XII conservara, hasta su último día, una actitud abiertamente hostil e intransigente respecto al comunismo. Excomulgó a los sacerdotes que participaban en el movimiento mundial por la paz y exigían la prohibición del arma atómica»63, lo que explica que:
Una colaboración importante fue la de la Iglesia católica, que ha permitido decir en 1947 que «los Estados Unidos se habían embarcado en una guerra santa en alianza con el Vaticano», claramente manifestada en la correspondencia que mantuvieron Truman y Pío XII. En julio de 1949 se publicó un decreto del Santo Oficio que excomulgaba a quienes defendieran la «doctrina comunista, materialista o anticristiana»; un gesto de firmeza que nunca empleó este mismo papa frente al fascismo y al nazismo64.
Para reforzar la estrategia contra-revolucionaria se creó la Red Gladio con financiación de la CIA que formó a 600 agentes especiales que a su vez formaron a otros centenares más de segundo nivel, apoyados por 130 depósitos de armas algunos de ellos ubicados en los mismos cuarteles de la policía. Por si fuera poco, este plan era tan completo que:
Una actuación semejante se planteó para Islandia, donde el Partido Comunista ocupaba un tercio de los escaños del Parlamento. En 1949 los británicos no solo proporcionaron al gobierno islandés abundante material anticomunista para que lo usase en la siguiente campaña electoral, sino que planearon con los norteamericanos una operación de desembarco «para restaurar el gobierno democrático», en caso de que los comunistas llegaran al poder. Con este fin, los británicos retiraron de Alemania una brigada paracaidista, preparándola para una actuación rápida en Islandia si fuese necesario65.
Danielle Ganser ha investigador con extremo rigor en Los ejércitos secretos de la OTAN qué era la Red Gladio y cómo actuaba junto a otras organizaciones terroristas. Pero el nuestro interés ahora es el de seguir la pugna entre religión y ateísmo en el contexto posterior a la Segunda Guerra Mundial. De entre los marxistas que más destacaron en esa época vamos a recurrir a G. Lukács que en su voluminosa obra sobre estética (La estética) de 1967 se atrevió a analizar una cuestión muy poco estudiada: el individualismo egoísta de los creyentes. Sin embargo, antes de desarrollar ese punto, hay que recoger por su importancia para la crítica del fetichismo, esta frase: «al hombre de la cotidianeidad el azar le aparece como algo incalculable que perturba sus planes»66. Los designios de dios son inescrutables como lo son los de la «mano invisible del mercado». El dios-dinero impone la contingencia, el azar incalculable al ser humano, al quien solo le queda la sumisión. Esta valiosa aportación se refuerza con las dos siguientes:
Y en la historia de las religiones se aprecia que la tendencia dominante apunta a la conservación de la practicidad; por grandes que sean los sacrificios, por heroicas las adaptaciones y hasta las renuncias a sí mismo que es capaz de promover la teodicea del dolor, su objetivo final es de todos modos la salvación del alma individual, de que se trate la preservación sublimada de su privaticidad, aunque el camino pase por una mortificación de su elemento creado, y aunque acarree sentimientos profundos e íntimos que refieran como objeto a la salvación de los demás.
[…] El conservadurismo social tiene profunda afinidad con la trascendencia religiosa; a la luz de su objetivo final, se desprende por sí misma la defensa de lo que socialmente existe en un momento dado como estadio intermedio meramente terrenal, mientras que una transformación revolucionaria del ser social tiene que competir –lo quiera o no– con la trascendencia, porque ambas tenderán a conseguir la mayor influencia sobre los hombres y su conducta.
[…] La solución que puede dar la teología es, por una parte, la nivelación muy baja de todas las fuerzas inmanentes humanas que tienden a rebasar la privaticidad al nivel de la criatura, o sea, la prueba de que esas diferencias son nulas ante Dios; y, por otra parte, la radical acentuación de la relación de la privaticidad con la salvación en el más allá, la acentuación del humilde reconocimiento de la naturaleza creada de todo lo meramente humano que hay en el hombre a la luz del premio o castigo que espera en el más allá67.
La crítica de Lukács es demoledora porque va directamente a la raíz del egoísmo del salvarse cada cual, individualismo que surge de la misma naturaleza de la creencia en dios como «padre» que establece relaciones exclusivas con cada uno de sus «hijos». Este egoísmo, revitalizado por la reforma luterana y calvinista con su insistencia en la lectura individual de la Biblia, es perfecto para el burgués y en especial en los pueblos explotados por el imperialismo: el cristiano burgués individualista no se siente responsable de los padecimientos de su pueblo como colectivo, solo, y si acaso, puede sentirse caritativo hacia un «pobre» separado radicalmente de la nación trabajadora sobreexplotada por el imperialismo. Como veremos, la teología de la liberación intentará superar este vacío… fracasando.
Pero para entender su dramática derrota, primero debemos saber por qué el hedor y la podredumbre del Vaticano eran conocidos por todas las cancillerías mundiales que tenían embajadores en Roma, por los servicios secretos del mundo, por la gran banca, por las agencias e industrias de prensa… y por el mismo papa de turno. El todopoderoso cardenal Marcinkus, el «banquero de dios», decía que «no se puede gobernar la Iglesia con los Ave María». Roberto Calvi, uno de sus fieles peones fue encontrado ahorcado debajo de un puente londinense en 1982 y otro tan fiel como Calvi, Michele Sindona, mafioso y de la extrema derecha, fue envenenado en prisión en 1986. D. A. Yallop, investigador reconocido por su rigurosidad, definió así a R. Calvi:
Su habilidad para planear retorcidos proyectos con los que limpiar el dinero negro de la mafia; sus tramoyas para exportar ingentes sumas de liras por conductos ilegales, para evadir impuestos y para ocultar el hecho delictivo de la compra de acciones en su propio banco; su demostrada destreza para manipular la bolsa de Milán, para el cohecho, el soborno y la corrupción; sus astutas artimañas para desviar el curso de la justicia, disponiendo un arresto equivocado aquí, dictaminando un asesinato allá; su talento para hacer todas estas cosas y más coloca al Caballero dentro de una clase de delincuentes muy especial.
Calvi solía aconsejar a la gente que si quería entender realmente por dónde se encaminaba el mundo lo mejor que podía hacer era leer la novela de Mario Puzzo, El padrino. Iba con un ejemplar de la novela a todas partes, como un sacerdote con su Biblia bajo el brazo68.
Calvi, Sindona y otros peones aplicaban con alguna autonomía propia los planes del cardenal Marcinkus para, dejando el menor rastro posible, sacar de Italia los cientos de cuentas bancarias y negocios múltiples del Vaticano y llevarlos a Estados Unidos donde gozaban de menos impuestos y controles; negocios como el de la producción de anticonceptivos que el Vaticano condenaba en público pero del obtenía grandes beneficios en privado69. El Banco Vaticano fue fundado durante la Segunda Guerra Mundial y en su acta fundacional constaba que sus cuentas debían pertenecer, en su gran mayoría, a instituciones y órdenes religiosas. Gracias a lo que ahora se llama «ingeniería financiera», Marcinkus pasó a manos privadas 9.351 cuentas de las 11.000 que tenía el Banco70. De modo que:
En 1978, el nuevo papa Juan Pablo I decidió hacer limpieza de los «banqueros de Dios», pero murió repentinamente un mes después de su elección. Aunque Marcinkus era sospechoso de su asesinato, de tener negocios con la mafia y la masonería, en particular con la logia neofascista P2 de Licio Gelli, a la que pertenecían tanto Calvi como Sindona, Juan Pablo II le dejó en su puesto, no solo entonces, sino también en los siete años siguientes a su imputación en 1982 por la quiebra, que ascendió a un total de tres mil quinientos millones de dólares, del Banco Ambrosiano presidido por Calvi, del que el IOR era el mayor accionista71.
Juan Pablo I, el papa Luciani, fue asesinado porque era una amenaza absoluta para la casta político-religiosa y económica propietaria del Vaticano «Sociedad Anónima». El papa tenía la lista de esta casta, que según D. A. Yallop era masona, e iba a depurarla, pero su muerte lo impidió. También se enfrentaba a la mayoría cardenalicia en temas importantes como el nombramiento de nuevos cargos, designaciones que mantienen, abren o cierras vías política de alcance en la Iglesia: de hecho, pocas horas antes de su muerte sostuvo una discusión muy tensa por la elección de algunos cargos que terminó a gritos con varios cardenales. Dentro y fuera del Vaticano se conocía la precaria salud del papa, pero sorprendentemente no había ningún médico de guardia en todo el Estado Vaticano, y fue en esa noche cuando sucedió el «acontecimiento misterioso», tal cual lo definió el cardenal Poletti. Las múltiples peticiones de que se hiciera la autopsia fueron desoídas por las Curia y Juan Pablos I fue enterrado sin este estudio imprescindible72. Fue «una de aquellas muertes repentinas nada infrecuentes en la historia de los “Santos Poderes”»73.
Los rumores inmediatos que causaron estos hechos siguieron a la estupefacción inicial al conocerse el deceso, sobre todo en sus médicos personales; y se expandieron a la velocidad de la luz por la inusitada rapidez con la que se organizó su embalsamamiento74. Por esto, y por más, «ningún médico de la Curia asumió la responsabilidad de dar fe de su muerte extendiendo el certificado de defunción. Para sofocar, transitoriamente al menos, los rumores que acerca del asesinato del papa recorrían el mundo entero con la rapidez del rayo y desviar la atención hacia un nuevo espectáculo, se eligió, con la mayor celeridad posible al nuevo sucesor, ya el 16 de octubre»75.
Pero antes de seguir y para disponer de una visión general del retroceso autoritario, tenemos que saber otra constante del papa Wojtyla: la estrategia deliberada de multiplicar el santoral de la Iglesia y con él la lista de «milagros». En los primeros tiempos, la santificación como el mejor medio de subsumir el politeísmo en la Iglesia era fácil y tramposa, y muchos santos y santas nunca existieron como personas reales aunque sí como tradiciones mágicas de cultos agrarios paganos. Simonía y santificación iban frecuentemente unidos, junto a los intereses políticos. Ante tanto escándalo la Iglesia tuvo que crear en 993 el primer registro oficial. En 1588 se reglamentaron los métodos de santificación porque seguían siendo un coladero que no aguantaba la menor investigación crítica, sobre todo en una época en la que la racionalidad científica empezaba a imponerse. Las dudas volvieron a surgir en 1738. Son las exigencias sociopolíticas las que motivan las santificaciones: en veintiocho años de pontificado, Juan Pablo II santificó «nada menos que a 1.338 beatos y 482 santos: es decir, él solito, más de 1.319 beatos y 296 santos que todos sus predecesores desde 1588»76. Sobre este particular R. Dawkins comenta lo siguiente:
El papa Juan Pablo II hizo más santos que todos sus predecesores de varios siglos juntos, y tenía una especial afinidad por la Virgen María. Sus ansias politeístas se demostraron dramáticamente en 1981, cuando sufrió un intento de asesinato en Roma, y atribuyó su supervivencia a la intervención de Nuestra Señora de Fátima […] El punto más importante es que no fue simplemente Nuestra Señora quien, en opinión del Papa, guió la bala, sino que fue Nuestra Señora de Fátima. Probablemente, Nuestra Señora de Lurdes, Nuestra Señora de Guadalupe, Nuestra Señora de Modjugorje, Nuestra Señora de Akita, Nuestra Señora de Zeitoun, Nuestra Señora de Garabandal y Nuestra Señora de Knock estaban ocupadas en otros asuntos en ese momento77.
Dicen que para muestra, un botón. Exacto. En 1980, Juan Pablo II canonizó al padre Anchieta, jesuita que dirigió la cristianización de zonas de Brasil en la segunda mitad del siglo XVI con el lema de que «la espada y la vara de hierro son los mejores predicadores»78. Otro botón: «Ni siquiera la “ley de Haití” –cien indios muertos por cada cristiano muerto– resultó finalmente suficiente. Para vengar a tres jesuitas que perecieron a manos de los caribes del Orinoco, se enviaron soldados, según informó el jesuita J. Gasti en 1685 desde Sudamérica, “para que matasen a cuantos caribes pudiesen. No hay medio mejor para vencer la ferocidad de los pueblos bárbaros…”. Y todavía en 1812 el jesuita Del Coronil inculcaba a las tropas que salían a combatir a los rebeldes venezolanos: “Matad a todo el que tenga más de 17 años”»79.
Tras estos ejemplos, debemos considerar que uno de los requisitos para el proceso de santificación es que haya existido al menos un milagro por intercesión de la persona beatificada o santificada, pero las y los mártires se libran de semejante esfuerzo bastando con demostrar la autenticidad de su martirio. No hace falta decir que este sistema además de manipulable a placer por la Iglesia, también facilita al poder político «demostrar» que tal o tales son merecedoras de esa gracia. Por ejemplo, el 28 de octubre de 2007, siendo papa Benedicto XVI, nada menos que 498 religiosos del Estado español, muertos entre 1934 y 1939 por las fuerzas republicanas y revolucionarias, fueron declarados «mártires de la fe»80. La contabilidad de la Iglesia cifra en unos 10.000 el número de mártires en esos años, de los cuales solo han sido beatificados 977 hasta ese año. La canonización simultánea de los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II el 27 de abril de 2014 fue, sobre todo, una demostración de la unidad político-religiosa entre el Vaticano y el imperialismo.
Además de esto, otro efecto tanto o más destructor de la libertad es la irracionalidad inherente a la creencia en el milagro, en fuerzas sobrenaturales que escapan a la capacidad del conocimiento humana. Por un lado, la Iglesia intentó quitarse lastre en su enorme desprestigio por la persecución histórica al librepensamiento y a la ciencia, al elogiar a Einstein en el centenario de su natalicio, en 1879, pasando como por sobre ascuas candentes al saberse que el científico había loado al socialismo, defendía un ateísmo sui géneris, radicalmente racionalista, y criticaba con extrema dureza la «maldad» de dios y la política eclesiástica81. Más fácil resultaba pedir perdón por la condena a Galileo, a quien no torturaron físicamente pero sí psicológicamente al enseñarle los instrumentos del tormento82.
Pero es imposible presentar a Einstein como un científico «normal», «clásico», porque su concepción de la vida le enfrentaba al dogma divino. B. Kuznetsov, en su biografía de Einstein, probablemente la mejor que se ha escrito hasta el momento, se detiene en el impacto de la «ciencia no clásica», de la que Einstein fue uno de los impulsores decisivos, sobre el problema de la libertad, o sea, del ateísmo:
La ciencia no clásica es una ciencia que no ignora, por principio, los procesos individuales, el destino de los individuos, la salida de los individuos más allá de los límites de lo que les es prescrito por una ley macroscópica […] También hay una situación parecida en la aplicación de la ciencia no clásica, en la técnica, basada en la aplicación de los esquemas relativistas y cuánticos. En esto, como también en el experimento, el resultado de la producción lo constituye no solo el producto y solamente la sucesión de repeticiones del ciclo, sino también la inevitable variación del ciclo –además, en ocasiones, variaciones fundamentales–, o sea, el tránsito hacia un ciclo en principio nuevo por sus bases físicas y hacia la variación concomitante de las nociones físicas fundamentales […] Los rasgos característicos de la ciencia no clásica encarnan el ideal de hombre libre acerca del cual hablaba Spinoza. Apuntemos solo que la ciencia no clásica, al igual que toda encarnación no clásica de una concepción más general, de un principio más general, modifica esta concepción, este principio. La fórmula de Epicuro era negativa. La fórmula de Spinoza era positiva. Vinculaba la liberación del hombre del temor a la muerte y también el pensamiento acerca de la muerte, con la diluición del hombre en el todo, en el cosmos. La realización de esta concepción la cambia: el hombre libre no se diluye en la naturaleza, sino que la transforma83.
Como decimos, en realidad, Juan Pablo II no tenía más remedio que hacer ese gesto tan oportunista de aparentar una apertura hacia la ciencia, porque ya era escandalosa la historia anti científica de la Iglesia y del cristianismo en general. Tenemos el ejemplo de los intentos de manipulación reaccionaria de la física y mecánica cuántica a partir de la absolutización del principio de incertidumbre de Heisenberg y de la Escuela de Copenhague. B. Russell ya criticó que algunos «apologistas cristianos» utilizaran la física de los «fenómenos minúsculos» para apuntalar sus dogmas84. Los embaucadores y falsarios que hacen negocio con lo «paranormal», con el «conocimiento extrasensorial» que les permite «hablar con los muertos» que les comunican el futuro, con el poder de los astros85, etc. Esta industria de la manipulación del dolor y de los sentimientos buscó legitimidad en lo cuántico, ante la ilusión de muchos cristianos esperanzados con que, por fin, la «ciencia» demostraba la existencia de dios.
Puente Ojea repasó la evolución de las creencias en los fenómenos paranormales desde 1900, mostrando cómo, en 1920, surge una corriente idealista que más adelante, alrededor de 1934, consigue crear un departamento de experimentación en la Universidad de Duke (Estados Unidos). Sobre esta base oficial, la corriente idealista crece en medio de grandes discrepancias con la mayoría de las y los psicólogos consultados que rechazan tal misticismo; pero: «En la década siguiente, los teóricos de la parapsicología comenzaron a descubrir la “bicoca” que algunas interpretaciones de la física cuántica formalizada por la llamada interpretación de Copenhague, sobre todo, podían usar para su disciplina»86.
Estos grupos querían demostrar la veracidad de la «hipótesis psi», según la cual existen fuerzas psi» que no son materiales, que se mueven en un universo no material, por lo que no tienen más remedio que retorcer y manipular la teoría cuántica lanzándose al saco sin fondo de lo inmaterial y, en realidad, de alguna forma de milagro que nos remite a la voluntad incognoscible e incontrolable de espíritus o de dioses. Puente Ojea fue directo en su crítica:
Mientras la investigación científica no proponga una explicación satisfactoria de los fenómenos putativamente paranormales –suprimiendo su condición «putativa» y convirtiéndolos en normales–, encontrarán que su paradigma son los fenómenos religiosos. Entonces acreditarán su nulidad ontológica y su pertenencia a otro mundo, un mundo sobrenatural del cual nada podemos saber, ni siquiera conocer si existe. Lo paranormal y lo religioso formarán una ecuación perfecta, pero para nosotros una anomalía incomprensible y literalmente vacía87.
La utilización oportunista de la física cuántica con fines místicos, esotéricos e idealistas ha sido denunciada muchas veces. V. N. Pushkin y A. P. Dubrov, tras estudiar extensamente la complejidad de los aspectos macroscópicos y micro cuánticos de la materialidad de la psique animal y humana, advierten que:
Debe señalarse que esta complejidad es utilizada por algunos científicos predispuestos al idealismo para aportar un principio místico y de ocultismo a la explicación de los ET-psi-fenómenos. El lector imparcial puede ver por sí mismo, sin especial cuidado, que aquí solo se trata sobre una futura y nueva investigación física de la esencia de los procesos psíquicos, sobre una nueva etapa del desarrollo de la ciencia universal sobre el cerebro, pero no sobre las creencias y el chamanismo, sobre los criterios místicos y el idealismo88.
Por otro lado, ampliando la brecha entre materialismo y religión, en esos mismos años en los que Juan Pablo II quiso aparentar una tenue «apertura de espíritu», se había establecido la teoría de la autopoiesis de Varela y Maturana desde 1973 que con otras palabras confirmaba la dialéctica materialista del conocimiento: Todo acto de conocer trae un mundo a las manos… todo hacer es conocer y todo conocer es hacer89. I. Prigogine había recibido el premio Nobel en 1977 entre otros méritos por enseñar que la emergencia de lo nuevo a partir de lo viejo –otra ley de la dialéctica– también se da en la naturaleza y que: «La actividad humana creativa e innovadora no es ajena a la naturaleza. Se la puede considerar una ampliación y una intensificación de rasgos ya presentes en el mundo físico, que el descubrimiento de los procesos alejados del equilibrio nos han enseñado a descifrar»90. Dicho de otro modo, Engels y Marx tenían razón cuando defendían la existencia de una dialéctica de la naturaleza, no solo de la sociedad y del pensamiento.
Por si fuera poco, las llamadas «ciencias de la vida» y la biología animal91 daban pasos cualitativos, lo que ha permitido, y ha obligado, a reflexionar sobre la posibilidad de que el método científico se acerque cada vez más a desentrañar el llamado «problema de la vida», porque está más cerca de poder crearla, primero, en laboratorio y luego, tal vez, industrialmente. M. Ansede escribe que: «Tres científicos dan un paso esencial para certificar que es posible explicar el surgimiento de los seres vivos sin recurrir a fuerzas sobrenaturales», y luego añade:
En nuestro planeta hay unas 4.200 religiones, todas ellas diferentes e incompatibles entre sí, así que todo el mundo es ateo de alguna manera. Una persona que cree firmemente en una religión no se traga las otras 4.199. El Corán asegura que Alá creó todos los seres vivos a partir de agua. El Dios de la Biblia dice: «¡Que produzca la tierra seres vivientes: animales domésticos, animales salvajes y reptiles, según su especie!» Y, según un mito del hinduismo, el primer ser viviente, el dios Brahma, brotó de una flor de loto. Los científicos, mientras tanto, acaban de dar otro paso esencial para averiguar cómo se creó realmente la vida y para recrear este proceso en el laboratorio. «Sería la prueba definitiva de que la vida emerge de la química y de que no hace falta recurrir a ninguna fuerza sobrenatural», resume el bioquímico Juli Peretó, de la Universidad de Valencia92.
Cuando se demuestre que la vida emerge como cualidad viva de la química se confirmará que tenía razón el científico soviético Oparin93 sobre el origen de la vida a partir de la «sopa primordial», –¿reforzada con la hipótesis de la panspermia? – , mérito logrado gracias a su empleo muy efectivo de la dialéctica de la «materia». Esta parte de la inmanencia de la relación objeto/sujeto, es decir, que solo se explica por la unidad procesual entre lo «material» –la química– y lo «espiritual», la inteligencia como el grado más alto por ahora de autoorganización y automovimiento –autopoiesis– de la materia.
P. Charbonnat critica el materialismo burdo, metafísico, de toda una corriente, por ejemplo la de Toni Negri, y explica así la dialéctica objeto/sujeto inmanente a la materia en su sentido marxista: «Sea cual sea la versión, la atribución de semejante metafísica al materialismo, del tipo “todo es materia”, silencia la dimensión inmanentista. En su forma caricaturesca expresa un antimaterialismo implícito. Asimila el materialismo a una empresa de reducción, cuando es ante todo un pensamiento de emancipación»94. Es un pensamiento de praxis revolucionaria, emancipadora, porque el sujeto también determina al objeto sobre todo cuando en las crisis, en los momentos de bi o polifurcación la conciencia, la subjetividad organizada, da el salto cualitativo a fuerza material que puede determinar la dinámica del objeto dependiendo del desenlace de la lucha de contrarios unidos. P. Charbonnat añade:
El defecto de esta manera de concebir el materialismo como una prioridad reside en su renuncia a cualquier idea de «salto» en el devenir de las cosas. Atribuida abusivamente a Engels o a Lenin, esta definición gnoseológica de la primacía de la materia no conviene al materialismo dialéctico. En su definición del Ludwig Feuerbach, Engels define el materialismo no como una prioridad del ser sobre el pensamiento, en el sentido en que la precedencia biológica bastaría para agotar su relación, sino como una concepción inmanentista del origen de las cosas. La naturaleza existe por sí misma y encuentra en sí misma la razón de sus transformaciones. Para Engels, el materialismo no es una reducción de lo real a los átomos, sino un pensamiento liberado de cualquier entidad trascendente. Su problema no es saber si la materia es prioritaria sobre el pensamiento, o viceversa, porque la dialéctica le ha enseñado que estas dos relaciones de causalidad son igualmente verdaderas: el pensamiento es efectivamente el producto de una historia biológica y, al mismo tiempo, es capaz de cambiar el mundo material, de devenir a su vez la causa, domesticando las fuerzas naturales por medio del conocimiento. Igualmente, imaginar que el trabajo propiamente humano puede existir sin el logos, como si uno hubiera precedido al otro, y establecer una relación causal unilateral, es algo ajeno al materialismo de Marx y Engels. Este último sigue siendo un misterio en la medida en que se desconoce su carácter dialéctico95.
Como decimos, los avances de la ciencia crítica –para diferenciarla de la tecnociencia «normal» que es parte del capital constante, con sus obedientes trabajadores asalariados llamados «científicos»– ya habían destrozado los reaccionarios principios de la neoescolástica96 de la segunda mitad del siglo XX, lo que obligó a Juan Pablo II al lavado de imagen. Pero la fe, toda la fe, por cuanto es eterna e inmóvil, dogmática y cerrada, no puede comprender la lógica de estos avances, el hecho de que el materialismo ha derrotado a Platón:
Es importante reconocer el papel que desempeña el azar, si queremos definir convenientemente las cualidades del investigador. Las más decisivas son la flexibilidad de la mente, el rechazo de cualquier tipo de dogmatismo y la sujeción absoluta a los hechos, lo que equivale a aceptar, como ya hemos dicho, la superioridad de lo real sobre cualquier otra idea preconcebida, a aceptar el criterio de la objetividad de una observación o la validez de un experimento de otro investigador que trabaja en las mismas condiciones97.
Esta cita, y el libro del que la extraemos, son doblemente valiosos para el debate entre la libertad y la religión porque muestra el antagonismo entre ciencia y fe en la praxis del conocimiento crítico, y certifica que la derrota del platonismo es también la de uno de los pilares básicos del cristianismo98. La ciencia ha pulverizado la «roca de Pedro» y para ocultarlo el papa elogió en abstracto a Einstein y a Galileo. Una autocrítica concreta, veraz, le hubiera exigido condenar el capitalismo al que se enfrentó Einstein y el sistema de opresión de la misma Iglesia, empezando por la tortura, que aplastó a Galileo. El Vaticano hizo todo lo contrario, lo que confirma su oportunismo: una vez lavada una parte de la fachada y recobrado parte de su prestigio, podía reforzar su defensa del capitalismo y defender por omisión la tortura y otras violencias opresoras.
Además, la multiplicación de los milagros y de las personas santas y beatas, alimentaba la irracionalidad del «pueblo de dios» y su confianza ciega en el «santo padre» como su vicario en la tierra. Un ejemplo delirante de la manipulación deliberada de lo que el léxico común cristiano llama «fe del carbonero», lo tenemos en el montaje de los famosos tres secretos de Fátima que supuestamente la virgen María rebeló a dos niñas y un niño en 1917: guerras devastadoras, la conversión de Rusia atea al cristianismo y un atentado al papa. Durante la implosión del «socialismo» de la URSS, en mayo de 1991, Juan Pablo II visitó Fátima para agradecer a la virgen al menos dos cosas: que le salvara la vida en el atentado que sufrió en 1981 y que intercediera ante dios para que este hiciera realidad la súplica papal realizada en 1984 en Roma en la que consagró el mundo y Rusia al inmaculado corazón de María. El objetivo político de la «peregrinación» en avión a Fátima en 1991, no se le escapa a nadie, pero tampoco el objetivo económico porque las ganancias del «turismo religioso»99 son muy considerables: en el viaje papal de 2017 los precios se dispararon un 1.500 por cien.
Hemos dicho arriba que lo fundamental, aunque importante, no es la existencia real o mítica de un tal Jesús, de si sobre la base de un personaje concreto que pudo existir se han construido diferentes y hasta opuestos Jesús para llenar las necesidades de las múltiples corrientes cristianas, sino que realmente –sin menospreciar lo anterior– vale para el ateísmo es lo interno, por qué los creyentes necesitan un Jesús u otros dioses y diosas. Así lo entendió Juan Pablo II nada más ser nombrado papa: hay que reforzar la fe en el Jesús de la transnacional vaticana para lo que hizo la doble maniobra: por un lado, de activar lo irracional, el milagro, pero a la vez aparentar una apertura hacia una ciencia amputada de toda efectividad crítica. Y por otro lado, arremeter contra el marxismo y contra la teología de la liberación, repitiendo la misma táctica que con el irracionalismo milagrero: pedir perdón por algunos crímenes de la Iglesia. Entre 1991 y 2001 multiplicó los viajes internacionales implorando perdón por algunas de las atrocidades contra la ciencia y la filosofía, contra las resistencias «heréticas» de los pueblos, contra ortodoxos, judíos y musulmanes100. Mientras se perseguía dentro del Vaticano, se imploraba perdón fuera.
Juan Pablo I murió el 28 de septiembre y solo en diecinueve días fue elegido Juan Pablo II: comparado con otros cónclaves, en este el espíritu santo demostró una sorprendente eficacia. Pero el nuevo papa también demostró una gran rapidez en la aplicación de su política. El 28 de enero de 1979 asistió a la Tercera Conferencia del Episcopado latino en Puebla. Es casi seguro que para ese momento el papa ya conociera la «reunión secreta» que el 20 de agosto de 1978 mantuvieron la mayoría de los cardenales de América Latina para consensuar una línea común, y aunque no avanzaron mucho sí «se convino que se requería un papa con vocación pastoral, un hombre con manifiesta beatitud que reconociera las aspiraciones de los pobres y que estuviera dispuesto a compartir el poder, a hacerlo colegiado»101.
La Iglesia americana conocía los sufrimientos de las clases explotadas, de los pueblos, de las mujeres y de la infancia, y también la ferocidad de las dictaduras apoyadas por el centro y la derecha católica. Fue muy comentada la detención en agosto de 1976 de nada menos que diecisiete obispos, cuatro de ellos norteamericanos, y de otras decenas de personas entre las que se encontraba Adolfo Pérez Esquivel y su familia, futuro premio Nobel de la Paz. La dictadura militar de Ecuador les detuvo en Riobamba acusándoles de «reunión secreta de militantes marxistas convocada clandestinamente para intentar desestabilizar el orden»102.
Ese mismo año, el golpe militar en Argentina confirmaba la larga historia de colaboración con el terror de las clases dominantes, de un sector muy amplio de la jerarquía católica. La visita de Juan Pablo II a Puebla era el inicio oficial del ataque a la teología de la liberación: «El nuevo Papa presentó en Puebla un programa en el tradicional estilo de la Iglesia, omitiendo elocuentemente hablar de la existencia de dictaduras fascistas en América Latina, el bárbaro asesinato o tortura de centenares de sacerdotes y activistas católicos en las cárceles de Pinochet, Somoza y otros tiranos, el papel de Estados Unidos en el avasallamiento de los pueblos de América Latina»103.
También en 1979, desató una nueva inquisición contra teólogos progresistas de Estados Unidos, Holanda, Suiza, Estado francés… que se habían atrevido a pensar libremente sobre prohibiciones y tabúes bi milenarios en la Iglesia: control de la natalidad, sexualidades, familia, igualdad de derechos dentro del sacerdocio, dogma de la infalibilidad papal, etc.104 Como ha demostrado K. Deschner la sexualidad es una de las potencialidades y cualidades humanas más reprimidas por el cristianismo. La exigencia del celibato fue una de las bazas de disciplinarización interna más efectivas y una base psicofísica muy sólida a partir de la cual levantar los delirios místicos sadomasoquistas de tantas santos y santas, de las flagelaciones y disciplinas, y de la sublimación de la potencia material crítica de la sexualidad libre hacia el autoritarismo violento y cargado de ansiedades y miedos. Por eso, K. Deschner da en el clavo cuando se pregunta «¿“crisis del celibato” o agonía del cristianismo?»105.
El papa Juan Pablo II empezaba reprimiendo dentro del Vaticano las reflexiones sobre la relación entre sexualidad y catolicismo para, además de disciplinar la carne, sobre todo «disciplinar el alma»106 en la feroz ortodoxia castradora paulina y agustiniana. Una vez encadenada el «alma» mediante la prohibición del sano placer, se podía intentar ocultar las denuncias contra el criminal dictador Pinochet: un grupo de familiares de desaparecidos pidió audiencia papal. Se les negó, las y los chilenos ocuparon una iglesia en Roma empezando una huelga de hambre, pero Juan Pablo II siguió despreciándoles. solo después de que quince iglesias romanas leyeran una denuncia del terror fascista, redactada por los chilenos en huelga de hambre, Juan Pablo II hizo una tibia crítica a la dictadura militar, aprovechando para atacar a la vez a Checoslovaquia y Kampuchea107.
Pero uno de los objetivos prioritarios de Roma era volver a controlar Nuestramérica. Desde el principio, el Vaticano estaba al tanto del proceso de recuperación del llamado «cristianismo popular» en amplias zonas. Por ejemplo, conocía las discusiones provocadas por las ponencias que se habían presentado en 1968 en la CELAM de Medellín108, sobre todo en la titulada La pastoral de las masas y la pastoral de las elites, que mostraba la «eterna» pugna entre el dios de los pobres y el dios de los ricos dentro del cristianismo. Con los años, el concepto de «cristianismo popular» será utilizado contra Chávez y la revolución bolivariana, por los obispos reaccionarios.
- John M. Roberts: Europa desde 1880 hasta 1945, Aguilar, Madrid 1989, p. 76.
- AA.VV.: El movimiento obrero internacional, op. cit., tomo 2, pp. 468 – 469.
- AA.VV.: «Influencia de la Iglesia sobre el movimiento obrero», El movimiento obrero internacional, op. cit., tomo 2, pp. 462 – 463.
- I. Grigulévich: El papado – Siglo XX, op. cit., pp. 39 – 40.
- Vladimir Acosta: El Monstruo y sus Entrañas, Edic. Galac., Caracas 2017, pp. 437 y ss.
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- Sharon Smith: Fuego subterráneo, Hiru, Hondarribia 2015, pp. 58 y ss.
- J. L. Millán Chivite: «Desarrollo y despegue de los Estados Unidos de América», GHU, op. cit., tomo 23, p. 72.
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- Paul Guichonnet: «El socialismo italiano de sus orígenes a 1914», HGS, Destino, Barcelona 1979, tomo 2, p. 278.
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- Antonio Rangel: Luces y sombras. Iglesia, poder y Estado en Venezuela, op. cit., pp. 130 y ss.
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