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Recuperar Nuestramérica se presentaba ante Juan Pablo II como un objetivo tan urgente que no dudó en recurrir al trato humillante y represivo con el que nuevo papa iba a tratar a las corrientes progresistas del catolicismo, sobre todo en América Latina. El 4 de marzo de 1983, en el aeropuerto de Managua, el papa mostró al mundo su personalidad en extremo dominante al someter a una severa reprimenda llena de actos de prepotencia al sacerdote Ernesto Cardenal, miembro del gobierno legal de Nicaragua y defensor de los derechos de su pueblo avasallados por Estados Unidos. Wojtyla había estado previamente en México arremetiendo durísimamente contra la teología de la liberación, y a la vuelta quiso rematar la faena humillando a Ernesto Cardenal. Sobre el fondo del relanzamiento de la irracionalidad y del idealismo más burdo, se realizaba una política reaccionaria a escala mundial. De entrada, en 1984, a los seis años de haber llegado al pontificado Juan Pablo II, ocurría que «ninguno de los cambios propuestos por Luciani había sido puesto en práctica. Los negocios del Vaticano todavía siguen funcionando. A pleno rendimiento y en todos los mercados»1.
Inmediatamente comenzó su «cruzada anticomunista». Sin entrar ahora a debatir qué entendemos nosotros por comunismo, podríamos estar de acuerdo con estas palabras: «Juan Pablo II, tuvo un discurso y una posición política muy clara en contra del comunismo y contribuyó decisivamente a su derrumbe. Los papas, los obispos y los sacerdotes no solo son guiados por obra del espíritu santo, sino también por la política y el poder»2. El sistema en crisis de la URSS –no del comunismo– se hundió en primer lugar por sus contradicciones internas, azuzadas, en segundo lugar por el ataque permanente imperialista que tuvo que superar desde su nacimiento. Juan Pablo II fue uno de los instrumentos más efectivos del imperialismo para manipular contradicciones secundarias dentro del bloque soviético. Los errores de esta cita reflejan la incapacidad del cristianismo progresista, sea o no de la teología de la liberación, para conocer la naturaleza del capitalismo.
Un ejemplo, entre muchos, de la incapacidad de este cristianismo lo tenemos en las dos citas que vamos a leer: «El paraíso es la Jerusalén provisionalmente celeste que al final de cuentas descenderá del cielo y se instalará en nuestra tierra por los siglos de los siglos. Según la Biblia, las situaciones fuera de nuestro mundo son transitorias e interinas, tanto si se llaman paraíso como si se llaman seno de Abrahán o tesoro celeste o estar con Cristo o tercer cielo. Como el Nuevo Testamento emplea terminología del judaísmo contemporáneo y este ofrece documentación exuberante, a los estudiosos no les ha quedado la menor duda al respecto»3.
El ateísmo marxista se sustenta en la certidumbre materialista de que nada «baja de los cielos» excepto las bombas imperialistas para imponer las exigencias del capital financiero-especulativo. Pero estos conceptos actuales hubieran sido incomprensibles para los creyentes que esperaban ansiosos la instauración instantánea del reino de dios en Jerusalén, porque esos conceptos –que expresan contradicciones materiales– solo se van formando con los cambios en y de los modos de producción material de las condiciones de espirituales y religiosas: una sociedad que se rige por la propiedad tributaria es muy diferente a la sociedad capitalista, y si esa sociedad a la vez tiene restos de propiedad comunal siendo invadida por otra que impone la propiedad privada esclavista, entonces la resultante concreta es de una complejidad muy diferente a la complejidad burguesa actual.
La utopía sí se cree en condiciones de trasladar al presente situaciones de hace dos mil años o más, al margen ahora de si realmente existieron tal cual esa utopía sostiene que existieron. La mente utópica en su forma idealista reaparece en estas palabras:
La idea de comunismo está con todas sus letras en el Nuevo Testamento, al grado de que en estos veinte siglos nadie ha sido capaz de dar una mejor definición de lo que es comunismo que la que San Lucas formula en Act 2, 44 – 45 y 4, 32 – 35. La misma definición que Marx toma de Louis Blanc, «de cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades», está inspirada si no directamente copiada de la formulación que Lucas redactó dieciocho siglos antes4.
Estas palabras chocan de frente con lo que ahora podemos saber sobre la tendencia al comunismo que se abre camino mediante la actual lucha de clases. Marx y Engels se negaron a aceptar una «idea de comunismo» que aseguran fue elaborada hace veinte siglos. Los y las comunistas nunca negaron que hubiera sentimientos, anhelos, deseos profundos de equidad y justicia en las primeras sociedades rotas por la irrupción de la propiedad privada, y que tales ansias básicas siguen teniendo fuerza material y moral en el presente. Sin aplicar aquí el elemental principio de precaución científica sobre todo lo relacionado con lo que se dice que la Biblia y los evangelios dicen, las condiciones objetivas y subjetivas del presente solo tienen que ver con las de Lucas en que en ambas existían dos formas de propiedad privada muy diferentes, por tanto dos contenidos y formas de lucha de clases muy diferentes y, por consiguiente, muy diferentes maneras de entender la justicia y luchar por ella.
La teología de la liberación era una de tantas variantes utópicas mesiánicas del cristianismo disfrazada de pretendido aire de cientificidad y, para el Vaticano, uno de sus peligros mayores radicaba en que al sacar a la luz las insufribles injusticas que padecían sus pueblos, podía «iluminar» a amplios sectores católicos. Pero el Vaticano no tiene demasiadas razones para inquietarse por la teología de la liberación en cuanto a sus posibles identidades con el marxismo. Muchos teólogos de esta corriente insisten que no tienen nada que ver con la concepción materialista de la historia. Por ejemplo, J. B. Libanio:
La teología de la liberación se enfrenta con una nueva pregunta. Esta pregunta nace de la práctica pastoral de liberación dentro de un contexto en el que al mismo tiempo coexisten la explotación drástica y la dominación por un lado, y los movimientos de liberación en curso por otro. Unos cristianos comprometidos en este contexto plantean preguntas a su fe. Aunque algunas preguntas de la teología de la liberación tienen un origen parecido a las del marxismo, sin embargo se dirigen a una instancia totalmente distinta: la fe. El marxismo busca una respuesta en la línea de la práctica económica y política, mientras que la teología de la liberación encuentra en la revelación su respuesta, con consecuencias evidentes para las prácticas pastorales de alcance económico y político5.
Veamos la carga que tiene esta cita. Dice que el marxismo pregunta, pero que la teología de la liberación «encuentra» la respuesta, dando a entender que el marxismo no siempre logra encontrar la respuesta mientras que la teología de la liberación, sí. Restringe las preguntas marxistas a la economía y a la política, dejando fuera la ciencia, la filosofía, la ética, el arte y la cultura, la historia… con lo que vuelve a dar una imagen empobrecida del marxismo, restringida a lo groseramente «material», a lo económico y político; mientras que la teología de la liberación pregunta a la fe y se refuerza con la revelación, con lo «trascendente», lo «sublime». Si en la teología cristiana en general existe un desprecio al ateísmo, en la teología de la liberación lo es al marxismo.
La base de la teología de la liberación como del cristianismo, es la fe en un dios y la aceptación incondicional de la revelación que este dios quiera darnos; la base del marxismo es la terrenalidad inmanente a nuestra especie y la unidad y lucha de contrarios que se libra en ella. Son dos visiones inconciliables sobre la antropogenia, aunque en la lucha contra la propiedad privada haya algunas coincidencias prácticas con miembros de la teología de la liberación, en el sentido de avanzar al comunismo, pero desde luego que ninguna coincidencia con el Vaticano y con las iglesias cristianas en general. Hasta ahora, después de 2.000 años, el dios cristiano no ha revelado ninguna alternativa contra la propiedad privada, al contrario, la ha fortalecido ayudado por la corriente de sus seguidores defensores de la propiedad que casi siempre ha reprimido a quienes luchaban por la propiedad colectiva. Después de 7.000 u 8.000 años de propiedad privada, ningún dios o diosa ha revelado a la «humanidad doliente» cómo acabar con su sufrimiento.
La fe y la esperanza en la revelación tienen que esperar mucho tiempo para ver si dios decide ayudar a que «se cumpla su voluntad así en la tierra como en el cielo», porque es injusto que su voluntad se cumpla en el cielo pero se incumpla en la tierra. Esta es una de las críticas marxistas a la espera de la «venida del reino a la tierra». Hay muchas más. Tal vez sea por eso, por no afrontar la cantidad y calidad de los argumentos del ateísmo marxista, que algunos representantes de la teología de la liberación eluden el debate con el marxismo y prefieran hacerlo con las llamadas «ciencias sociales». Gustavo Gutiérrez asegura que:
En ningún momento, ni explícita ni implícitamente, nos propusimos un diálogo con el marxismo en vistas a una eventual «síntesis» o a tomar un aspecto o dejar otro. Este tipo de empresas eran frecuentes en esos años en Europa (por ejemplo, el movimiento creado por las conversaciones en Salzburgo en los años sesenta) y comenzaban a serlo en ciertos ambientes en América Latina. Esa no fue nuestra intención, porque otras eran las urgencias que nos venían de nuestra práctica pastoral.
Tener en cuenta el contexto de la pobreza y la marginación, en orden a una reflexión teológica, lleva –lo hemos recordado– a su análisis desde un punto de vista social y para ello se hace necesario apelar a las disciplinas correspondientes. Esto significa que si hay un encuentro, este se da entre teología y ciencias sociales, y no entre teología y análisis marxista, salvo por los elementos de este que se hallan en las ciencias sociales contemporáneas, en particular tal como se presentan en el mundo latinoamericano6.
Nada de «síntesis» con el marxismo, que es reducido a un método de «análisis». La teología de la liberación necesita las aportaciones de las «ciencias sociales», no del análisis marxista en su totalidad sino solo de aquellas partes utilizadas por las «ciencias sociales». Ante esto, tenemos que peguntarnos: ¿qué son las «ciencias sociales». Para nosotros son aquellos componentes de la ideología burguesa especialmente adaptados para integrar el malestar de las clases y naciones explotadas en el sistema capitalista evitando su radicalización. En el caso de Nuestramérica, las «ciencias sociales» son en su mayoría un medio de control político-cultural norteamericano. Las «ciencias sociales» sí utilizan «elementos» del marxismo, pero expurgados del contenido revolucionario, separados de la totalidad, para apuntalar el orden burgués con reformas.
Por lo que estamos viendo, la teología de la liberación tiene una visión progre del positivismo cientifista y, de nuevo, vuelve a mostrar el desprecio ignorante del marxismo como a escala más amplia la teología desprecia al ateísmo, solo lo combate. Una forma algo más suave de mostrar la secundariedad del marxismo para la teología de la liberación nos la ofrece Antonella Guerrero que ha extraído siete principios que recorren las obras de los principales teólogos de la liberación:
La lucha contra la idolatría (no el ateísmo) como el principal enemigo de la religión. Estos son: el dinero, el mercado, la Seguridad Nacional, el Estado.
La liberación humana histórica como anticipación de la salvación final en Cristo, el reno de dios.
Una nueva lectura de la Biblia que da atención significativa a pasajes tales como el éxodo, que es considerado un paradigma de la lucha por la liberación de un pueblo esclavizado.
Una aguda denuncia moral y social del capitalismo dependiente de ser un sistema injusto y malvado, una forma de pecado estructural.
El marxismo como recurso social-analítico para poder entender las causas de la pobreza, las contradicciones del capitalismo y las formas de lucha de clases.
La opción preferencial por los pobres y la solidaridad con su lucha de auto-liberación.
El desarrollo de comunidades cristianas de base entre los pobres como una nueva forma de Iglesia y como una alternativa para el estilo de vida individualista impuesto por el sistema capitalista7.
No vamos a entrar al debate sobre si existió o no el éxodo judío de Egipto, sobre la ausencia de pruebas que lo demostrarían, sobre si fue una construcción interesada escrita mucho tiempo después, sobre la inexistencia de Moisés, etc. Estas y otras muchas «dudas» –verdades– rompen la quilla del texto que analizamos, pero sigamos. Debemos decir que para entender en su radical contenido histórico los puntos uno, cuatro, seis y siete hay que emplear el método marxista, que es reducido en el punto quinto a un «recurso social-analítico», porque el cristianismo es incapaz de hacerlo, aunque ello no anula el gran valor emancipador que tienen y que los comunistas también asumimos; en cuanto a los puntos dos y tres, se mueven fuera del materialismo marxista.
Una corriente de la teología de la liberación acusa a Marx de determinista en lo que toca a la definición de socialismo. Para esta corriente, la crítica económica de Marx al capitalismo no es determinista, y es la mejor crítica que se le ha hecho hasta ahora a este sistema inhumano, pero sí es determinista la solución política que Marx propone: «La visión esquematizada de Marx es la siguiente: si el capitalismo no es capaz de garantizar un orden determinista, entonces el socialismo debe serlo. De esta visión esquemática emerge el socialismo soviético, que mediante un plan central pretendió realizar el determinismo del orden. Si bien Marx no concibe algo parecido a una planificación central –Engels sí la concibe, en particular después de la muerte de Marx – , elabora una visión trascendental correspondiente»8.
Sorprende que a estas alturas de conocimiento de la evolución del marxismo, se siga tomando la vía fácil de identificar estalinismo con marxismo. También sorprende que a estas alturas se siga reduciendo simplistamente la evolución del marxismo –y de los marxismos posteriores a finales del siglo XIX– a lo que pudo escribir Marx hasta 1883.
Más adelante, dicen:
El socialismo histórico, teórico y práctico, quería y quiso construir un «mundo otro», que estuviera libre de leyes compulsivas que se imponen a espaldas de los actores. Engels llamó a eso «el salto del reino de la necesidad al reino de la libertad». El capitalismo, en cambio, sostiene ser este «mundo otro». De ahí las formulaciones del «final de la historia» y de leyes metafísicas de la historia, común a las prácticas de ambos. Precisamente por eso, el problema de las alternativas se presenta hoy como el problema de cambiar el mundo sin pretender crear algún «mundo otro», mundo (orden) que siempre vuelve a ser una pretensión de un orden determinista a priori. El socialismo histórico buscaba este «mundo otro» más allá de todas las relaciones mercantiles, el capitalismo por el contrario lo busca en el mercado total. Ambos disuelven la política en la aplicación de una técnica9.
El socialismo, realmente, sí creó un «mundo otro» concreto muy superior al capitalista. Si de las nubes de la abstracción bajamos a la materialidad social vemos que la URSS logró conquistas históricas que ninguna burguesía imperialista había logrado hasta entonces, pese a tener varios siglos más de existencia y una ingente superioridad de medios cuantitativos. Basta comparar Cuba con el Caribe, o China con India, o Argelia con Marruecos, o Vietnam con Sri Lanka… Basta ver el retroceso brutal impuesto a los pueblos de la exURSS por la burguesía reinstaurada a partir de la contrarrevolución de la casta burocrática dirigente. Todos los argumentos expuestos en la cita se desploman a la primera que nos introducimos en la historia real de la lucha de clases.
En síntesis, para los autores, primero, el marxismo es «una de las herramientas más potentes» para entender el capitalismo, lo que quiere decir que hay otras herramientas tan potentes o más, aunque no nos las dicen; segundo, su límite es que no puede entender y plantear «un horizonte emancipador […] hay que pensar con, contra y más allá de Marx, pero no sin este […] es una exigencia deshacernos de la ilusión del progreso y la ciencia, de su correlación»; tercero, lo obsoleto del marxismo es la ilusión de que el capitalismo crea de forma automática a su sepulturero, cuando en realidad este solo se autoconstruye en la misma lucha: cuarto, el uso de términos como «dictadura del proletariado» aumenta los límites del marxismo porque aquellos tiempos excepcionales ya pasaron; quinto, ahora de lo que se trata es de cambiar el mundo sin tomar el poder; y sexto, debido a la situación del mundo: «surge el desafío de pensar no solo con Marx sino también contra Marx»10.
Los seis puntos muestran que esta forma de teología de la liberación ha devaluado el marxismo hasta la caricatura de los manuales estalinistas, aplicando el método clásico de los debates religiosos de crear un falso enemigo al que achacarle todos los pecados y vicios horrendos. Seguir reduciendo la multifacética riqueza de variantes marxistas a una versión interesada de Marx es repetir el método empleado sistemáticamente por la Iglesia desde el siglo II para denigrar a las herejías, el libre pensamiento, a las corrientes protestantes, a la ciencia incipiente, a la Ilustración y al Modernismo, al socialismo utópico, y al comunismo.
La teología de la liberación ha sido muy debilitada por las represiones dentro y fuera de la Iglesia y por su misma incapacidad. No ha desaparecido pese a que el Vaticano la ha sometido a tal presión que ha quedado minorizada con respecto a lo que fue, y la violencia estatal ha rematado la faena. Pero también la ha debilitado la irrupción de los nuevos medios de alienación de masas y los duros cambios sociales originados por la ofensiva conservadora. La llamada «década progresista» no ha logrado una recuperación de esta corriente hasta el nivel anterior. Peor aún, el fortalecimiento de las sectas cristianas ultra reaccionarias11, de las que hablamos en el primer capítulo, le supone una competencia muy dura por el mismo espacio de «evangelización» porque estas sectas tienen muchos más recursos económicos para hacer «caridad», su programa ultraconservador no es combatido por la burguesía y su demagogia llega fácilmente a la estructura psíquica alienada de las masas cristianas.
Sin embargo, una baza para la supervivencia de la teología de la liberación viene precisamente del estudio que ha hecho de la crítica marxista del fetichismo, lo que le ha llevado a presentarse como «teología concreta y no abstracta»12, como explica J. J. Bautista. Llegados a este punto, el problema radica en qué entendemos por «concreto» si por teología «abstracta» definimos la que realiza la Iglesia defensora del capital. Llegar a lo concreto exige utilizar la adecuación marxista de la doctrina del concepto13 según Hegel, inseparable de la praxis liberadora, del valor de la subjetividad como fuerza material revolucionaria que no solo refleja científicamente la realidad, que sí lo hace, sino que a la vez la crea14. Ahora bien, en este punto encontramos de nuevo ese aire de superioridad óntica del cristianismo sobre el ateísmo marxista al decir que este entendió la dialéctica, «casi sin excepciones»15, como el pasaje de la doctrina del ser a la doctrina de la esencia, subvalorando la doctrina del concepto.
Para nosotros, son mayoría las y los marxistas que basan su militancia en la doctrina del concepto, en la dialéctica de auto-movimiento y de la autopoiesis. Lenin en su estudio de la Ciencia de la lógica dedicó trece páginas de su manuscrito al «Prólogo» y a la «Introducción», veintidós a la «Doctrina del ser», treinta y cinco a la «Doctrina de la esencia» y, por fin, setenta y una a la «Doctrina del concepto»16. Según Raya Dunayevskaya, Lenin era un «dialéctico practicante […] de la dialéctica como transformación en lo opuesto»17, que leyó a Hegel en un tiempo, contexto y circunstancia diferente a la de Marx y Engels, desarrollando, en sus condiciones, más los criterios de automovimiento, autoactividad, autodesarrollo, etc., que los de esencia versus apariencia, y otros.
Para esta autora: «Las categorías por medio de las cuales vamos a obtener conocimiento de la realidad objetiva, según Lenin, son la libertad, la subjetividad, el concepto. Estas son entonces la transición o, mejor aún, la trascendencia del idealismo objetivo en el materialismo, así como también del materialismo vulgar en la subjetividad real que ha absorbido al objeto»18. Esta doctrina del concepto es incompatible con cualquier ente espiritual y con cualquier expresión de idealismo. Nos alargaríamos demasiado si hiciésemos siquiera un somero repaso de la abrumadora militancia marxista que practica esta teoría del concepto, en la que el autodespliegue de lo material y el poder de la negatividad son partes necesarias para la creación inmanente de lo nuevo: «La actividad y la negatividad son condiciones inalienables de la historicidad natural, pues, sin ellas, no se puede explicar la aparición de lo nuevo y el cambio natural quedaría reducido a la repetición (cíclica) de lo mismo»19. Los y las diosas son parte del ciclo eterno de lo mismo desde que existe la propiedad privada.
J. L. Alemán sostiene que la teología de la liberación ha fracasado porque no ha podido integrar en su corpus la crítica radical del capitalismo neoliberal, debiendo ser sustituida por la «teología crítica». Dice que su concepto de «liberación tiene un contenido fatuo en sí mismo, pues hay una real comprensión de su supuesto correlativo dependencia […] Esta lógica discursiva, generalizada en el seno de la teología de la liberación, puede ser asumida como un tipo de “romanticismo anticapitalista”, que se fundamenta en una idealización de supuestos valores éticos, estéticos y religiosos del pasado precapitalista, y que se contraponen a la lógica capitalista moderna de cálculo racional y frío con su contenido individualista»20. Semejante debilidad le impide realizar una lucha radical contra el capitalismo y ha facilitado su absorción por el Vaticano.
La «teología crítica», por el contrario, se caracteriza por retomar y actualizar la teoría del fetichismo de Marx al capitalismo presente. Para J. L. Alemán la «teología crítica» forma parte de una larga tradición de pensamiento que se remonta desde Martí y Mariátegui hasta hoy y que asume como sus ideas centrales las resumidas por seis extractadas por Maritza Montero: una, comunidad, participación y saber popular; dos, liberación a través de la praxis; tres, el sujeto/objeto como constructor del conocimiento; cuatro, historicidad del conocimiento y pluralidad epistémica; cinco, perspectiva de resistencia y modos alternativos de hacer-conocer; y seis, revisión de métodos y de las aportaciones generadas por lo anterior21.
Varios de estos puntos pertenecen al acervo histórico de la lucha por la libertad, como sucede con los arriba expuestos por Antonella Guerrero, confirmando así el método marxista. Pero el cuarto y el quinto son equívocos tal cual están enunciados. La pluralidad epistémica y los modos alternativos de hacer-conocer solo pueden existir como subcorrientes, como subcapítulos o apartados insertos en una concepción más amplia que los engloba y subsume. Solamente hay dos concepciones generales, las dos enfrentadas en todo momento: la científico-crítica y materialista, y la idealista. Dentro de cada una de ellas, existen multitud de subcorrientes que, con sus diferencias, apuntalan o bien el materialismo o bien el idealismo, pero nunca las dos a la vez en cuestiones esenciales. Este es un debate insoluble que enfrenta el ateísmo marxista con el idealismo y atañe al concepto clave de «verdad»22 como desarrollo práctico de la lucha de contrarios interna a la realidad objetiva.
Ante este retroceso innegable de las diversas expresiones de la teoría de la liberación nos viene a la memoria la cita que J. L. Segundo hace de Henri Cazelles en su libro Biblia y política, cuando recuerda que los profetas de Israel terminaban en el fracaso de sus propuestas de liberación: «Pero a pesar de este fracaso, los discípulos de esos profetas recogerán sus oráculos y reconocerán su validez como palabra divina»23. Según se mire, el cristianismo ha fracasado como religión de los pobres y/o ha triunfado como religión de los ricos. La «palabra divina» ha guiado la derrota de los pobres y la victoria de los ricos, para utilizar la terminología de los teólogos de la liberación que apenas emplean los conceptos marxistas de proletariado, clase obrera, pueblo trabajador –sí utilizado con profusión por Rosa Luxemburg en sus textos sobre religión – , etc.
La «palabra divina» volvió a actuar contra la teología de la liberación cuando «iluminó al Cónclave» a la muerte de Juan Pablo II en 2005 para que nombrara pontífice a Benedicto XVI, un conocido reaccionario responsable de la Congregación para la Doctrina de la Fe –nombre puesto a la antigua Inquisición – , que había militado en la juventud nazi, aunque se dice que se afilió «por miedo»24. Posiblemente para equilibrar un poco la imagen de neutralidad en un momento en el que las contradicciones del imperialismo se habían agudizado como nunca antes tras el estallido en 2007 de la tercera gran depresión mundial, en 2013 el «espíritu santo» convenció a la Iglesia para que Benedicto XVI pasara a la reserva y Francisco I asumiera el mando aun cuando existen interrogantes muy sólidos sobre su «fascinación por el mal»25 que se remonta a sus oscuras relaciones con la dictadura militar argentina, oportunamente ocultadas.
La rapidez con la que se intentó ocultar el pasado de Francisco I no logró evitar que saliera a la luz: en marzo de 2013 fue acusado de entregar en 1976 dos jesuitas a la dictadura militar, aunque fueron devueltos con vida al poco tiempo26. La dictadura torturaba sistemáticamente e hizo «desaparecer» a alrededor de 30.000 personas, la gran mayoría militantes de izquierdas entre los que abundaban los cuadros sindicales más peligrosos para la burguesía argentina: es una verdad establecida que la dictadura pudo practicar el terror entre 1976 y 1983 gracias al apoyo de la Iglesia además de la de Estados Unidos. Para limpiar esta parte de la vida del papa la prensa intensificó la campaña de distracción al igual que lo había hecho con el pasado de Benedicto XVI, pero los malpensados ateos se preguntan sobre si dios, en su omnisciencia, no había previsto estos problemas ¿o fueron dos pruebas que «el Señor» mandó a la Iglesia?
Dejemos que los creyentes discutan sobre el particular. Lo cierto es que el nuevo papa irrumpió con algunos cambios significativos con respecto al anti marxismo visceral de Juan Pablo II y Benedicto XVI. En diciembre de 2013 declaró que el marxismo es erróneo, pero que él había conocido a muchos marxistas que eran personas buenas, así que no se ofendía cuando le tachaban de comunista27. En junio de 2015 declaró beato al obispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero asesinado en 1980 por los militares de su país cuando celebraba misa. La reacción del Vaticano fue la de siempre que se asesinaba a católicos progresistas o de izquierdas: una escueta condena individualiza y descontextualizada, y después silencio, en este caso durante treinta y cinco años. Francisco I no podía seguir con esa política fría hacia el pueblo y colaboracionista con el crimen si quería detener el grave retroceso del catolicismo en Nuestramérica ante el avance de otros cristianismos. Beatificar al obispo asesinado era un paso imprescindible que ocultaba una estrategia a largo plazo: «Prefieren un san Óscar silenciado y silencioso»28.
En 2015, el Vaticano no podía permanecer ciego, sordo y mudo ante todas las contradicciones que hervían y hierven en Nuestramérica, pero tampoco podía dar la razón al catolicismo identificado con el dolor del pueblo explotado abandonando su histórico apoyo a la tortura. Tenía que buscar un punto de equilibrio que le permitiera desactivar a los católicos consecuentes para impedir el resurgimiento de otra teología de la liberación, no enemistarse con el capital y, a la vez, contener el avance del cristianismo de extrema derecha, pro yanqui. Silenciar a san Óscar convertido en un fetiche de altar, fue parte de esa larga estrategia.
Otro paso era su famoso viaje a Cuba de septiembre de 2015, Francisco I no fue tan directo en sus críticas al socialismo como lo había sido Juan Pablo II en los ataques a la teología de la liberación, pero intentó «evangelizar» de manera indirecta abusando de la proverbial diplomacia cubana, defendiendo un interclasismo abstracto e indefenso ante la sistemática agresión imperialista, desideologizado: «Pedir la desideologización es pedir la rendición y, para eso, primero, tienen que derrotarlos. Porque cuando se abandonan los principios ideológicos se queda derrotado, vencido»29. El prestigio de Cuba en América Latina, en el Caribe y en todo el mundo, es bien conocido por el imperialismo. Ya que no se la puede destruir, hay que debilitarla lo más posible, y hay que hacerlo con la sutileza de Francisco I en vez de con la hosquedad de Juan Pablo II y Benedicto XVI.
En ese mismo 2015 Obama endureció la agresión yanqui a Venezuela al constatar el fracaso de todas las presiones anteriores, incluido el fallido golpe de Estado de 2002, la «guerra petrolera» posterior, las sucesivas oleadas de ataques terroristas o guarimbas, etc. Desde 2002, la Iglesia, no los «cristianos populares», se oponía a la libertad del pueblo venezolano, oposición total ya desde 2007:
La discrepancia insalvable entre el Comandante Hugo Chávez y la Jerarquía Eclesiástica fue desarrollándose paulatinamente en la medida en que la cúpula eclesiástica y la burguesía iban viendo el avance inesperado del apoyo popular hacia el líder de masas y este iba percatándose de que había encontrado en la Iglesia una formidable adversaria devenida militante activa contra su anhelo de atraer respaldos a su causa30.
La militancia de la Iglesia venezolana contra el pueblo bolivariano se endurecía en los momentos en los que el imperialismo organizaba las guarimbas fascistas, pero en los tiempos «normales» se centraba fundamentalmente en aumentar su control del sistema educativo y crear asociaciones sociales que movilizaran el voto de la derecha y del centro. Desde la década de 1950, la Conferencia Episcopal Venezolana en alianza con la burguesía presionaba a los sucesivos gobiernos para que redujeran la educación pública estatal y ampliaran la privada y católica31. Con el tiempo, muchos dirigentes neofascistas surgieron de la educación privatizada: la prensa imperialista mostraba escenas de «estudiantes luchando por la democracia» que Estados Unidos quiere imponer en Venezuela. Y como en otros pueblos resistentes, también en este crece el siguiente interrogante: «El papel político de la Iglesia ¿es decisión autónoma de quienes la dirigen localmente, la jerarquía de la Conferencia Episcopal Venezolana, u obedece a una doctrina preestablecida como principio ideológico de la organización impuesto desde el Vaticano?»32. La respuesta es obvia: manda el Vaticano.
Según las circunstancias e intereses de la Iglesia, en unos se beatifica a un «obispo rojo», en otros se recrimina al socialismo con algo de tacto y a pueblos enteros se les intenta adoctrinar en la sumisión al capital norteamericano. En este calidoscopio no puede faltar la santificación por Francisco I, en 2016, de la madre Teresa, la «santa de los pobres»33, desoyendo las fundadas críticas que desmontaban el mito creado por intereses coloniales sobre la monja que había ido a «cristianizar la India». Como ideal de libertad, la madre Teresa es el modelo antagónico con el de la emancipación radical de la mujer trabajadora porque defendía una «cultura del sufrimiento»34. La contradicción era tan notoria y tantas las críticas que la BBC tuvo que buscar un equilibrio informativo porque en 1968 un periodista de esta cadena, públicamente derechista y antiabortista, la había santificado en vida; con la campaña ya lanzada por la BBC y la prensa imperialista, en 1979 recibió el premio Nobel de la Paz.
La santificación de la «cultura del sufrimiento» que defendía la madre Teresa era coherente con las santificaciones que realizó Francisco I en su viaje a Rumania con dos objetivos:
El primero de los objetivos es producto de una reciente tendencia, propugnada tanto por Roma como por los principales patriarcas ortodoxos, especialmente Kirill, primado de la Iglesia rusa, de acercar posturas y tender puentes entre las dos religiones, en el evidente marco de la globalización y la internacionalización de los mercados (¿qué otra cosa más que mercado han sido principalmente las iglesias, especialmente en la actualidad?).
En cuanto al segundo, se trata de la continuación del esfuerzo del Vaticano, evidente desde la Segunda Guerra Mundial, en la que apoyó sin fisuras al fascismo (tanto en Alemania, como en Italia, Croacia, España, Ucrania, etc.), en su lucha anticomunista. En definitiva, la beatificación de siete obispos greco-católicos, como «mártires» del comunismo, no persigue otra cosa que continuar la guerra de propaganda contra esa utopía hecha realidad de que la clase trabajadora deje de producir para una minoría holgazana y empiece a hacerlo para sí misma35.
Tal vez una razón más de este viaje a Rumania fuera la de compensar el fracaso del llamado «diálogo de religiones» sobre el que tanta propaganda se hizo en su tiempo cuando, en 2016, lo reactivó el Vaticano. Además del interés de dar una imagen de diálogo con otras religiones a las que se ha perseguido incluso a muerte durante siglos, el Vaticano también busca sus directos intereses económicos que, según W. Saleh, consisten entre otros en que:
El diálogo entre religiones más que diálogo es una maniobra para encubrir los intereses que sí unen a las religiones. En un país como España y también en otros países europeos procuran conseguir más privilegios y subvenciones de los particulares y de los Estados para llegar al espacio público y a toda la población. Es el «café para todos» para meter clases de otras religiones diferentes a la católica en el sistema educativo. Pretenden poner en pie de igualdad las religiones minoritarias con la católica y de esta manera obtener exención de impuestos y lograr otros privilegios36.
Si hacemos caso a M. Bettini, el diálogo entre religiones existió solamente antes del cristianismo porque una vez asentada esta religión se hizo imposible cualquier tipo de diálogo. Según explica este filósofo, que no cita a Platón, «con la aparición del cristianismo comenzaron los conflictos religiosos», y también:
Las antiguas religiones no conocieron el rasgo dominante de las religiones monoteístas, es decir, la idea de que no solo hay una única deidad, sino que esta es la «verdadera». Las religiones monoteístas han identificado hasta tal extremo esas tres nociones (deidad, unicidad, verdad) que resulta casi imposible concebir una sin las otras: un «dios», si es tal, solo puede ser «único» y «verdadero». En las religiones antiguas no solo las deidades eran muchas, sino que no se excluían mutuamente, no había divinidades «verdaderas» y divinidades «falsas»; ni tampoco se excluían entre sí deidades de diferentes culturas y religiones. Un romano no consideraba falsos a los dioses de los griegos o de los germanos; todo lo contrario, los consideraba «verdaderos» al mismo nivel que los suyos. […] a pesar de que los griegos y los romanos pudieran ensangrentarse en todo tipo de guerras y conflictos, nunca mataron o torturaron para afirmar la supremacía o la verdad de sus dioses sobre los de los demás. Como se ha producido, por el contrario, de forma sistemática y dolorosa a lo largo de los siglos en las culturas monoteístas; y como todavía sigue sucediendo hoy, por desgracia, con hombres que matan a otros hombres en nombre de su propio dios. Esa es la lección más valiosa que podemos extraer de las religiones antiguas37.
Las guerras religiosas originariamente creadas por el cristianismo requieren armas y ejércitos, y como veremos seguidamente, este es el principal motivo por el que desde Juan Pablo II se reactivó la política del milagro. Santificar mártires rumanos impulsa la política milagrera, el martirologio y el comercio de fetiches, amuletos y demás injertos paganos en el cristianismo. Pero al poco tiempo, para recuperar la legitimidad del fetichismo, Francisco I ordenó al santuario de Lourdes que controlara «el negocio de los milagros»38 por el desprestigio que tiene. El papa Francisco I quiere parar el creciente desprestigio del Vaticano en todas las áreas. En el caso concreto de Lourdes, este desprestigio era ya escandaloso porque cualquier turista cree haber hecho un viaje en el tiempo hasta la Edad Media.
Francisco I tiene otra razón de peso para que Lourdes recupere su prestigio religioso. En su viaje al santuario de Fátima, en 2016, un grupo de personas, entre las que se encontraba un sacerdote, organizaron una campaña no contra su presencia, que respetaban, sino contra el comercio de fetiches y amuletos, denunciando que el supuesto milagro de Fátima «es un embuste, una farsa, una mala escenificación con cien años, tiempo ya para haber desenmascarado lo que hoy en día es un negocio»39. Fue un golpe para los católicos añorantes de Juan Pablo II. El Vaticano quería impedir que el movimiento de denuncia se extendiera a otros santuarios milagrosos y por eso Francisco I presionó al de Lourdes.
Sin embargo, lo que llevó al Vaticano a lavar su imagen de la virgen francesa fue que este santuario tiene una gran simbología militar que a su vez va unida al imperialismo religioso y a su rentabilidad económico-política. Muchos ejércitos organizan la peregrinan a Lourdes para reconfortarse con la advocación a su virgen. Juan Pablo II prefería a la virgen de Fátima, pero los ejércitos prefieren a la de Lourdes, donde acudieron entre el 17 y el 19 de mayo de 2019 en la 61ª Peregrinación Militar Internacional. Sobre la 58º Peregrinación, C. de Urabá escribió:
El domingo, el día del señor, se celebra la santa misa internacional con la presencia de los altos mandos, las delegaciones militares, la jerarquía eclesiástica, las autoridades civiles y el cuerpo diplomático (católico) Desde luego que los poderes fácticos están más unidos que nunca. La basílica de san Pio XII (de 12.000 metros cuadrados y capacidad para 25.000 almas) se convierte literalmente en un cuartel que acoge a miles de soldados de los cuarenta y cuatro países que enarbolan los estandartes y banderas invictas. Muchos de ellos lucen elegantes trajes de gala en los que no faltan sus medallas y condecoraciones ganadas en franca lid en el campo de batalla. Tal es el descaro que algunas representaciones castrenses que sin consideración alguna desfilan con los uniformes mimetizados y botas de campaña. Desde luego que este es el signo de los tiempos. «Jesucristo regresará liderando un poderoso ejército» Cristo ya lo dijo: «no he venido a traer la paz sino a traer la espada», «todo el mundo debe adquirir un rifle AR-15 porque eso es lo que Jesús habría hecho» –sabias palabras del teniente general de los comandos de operaciones especiales estadounidenses William Boykin40.
La Iglesia debe cuidar las formas y los negocios. Las ganancias políticas, económicas y religiosas provenientes de lo que el presidente Eisenhower llamó «complejo industrial-militar» son casi inconmensurables en relación a la parte que se queda del pequeño comercio de fetiches milagreros. Para ser más precisos, y saber de qué hablamos cuando hablamos de industria militar, hemos de abandonar el tramposo término yanqui que oculta la realidad salvaje y volver al concepto que empleaban Marx y Engels en su correspondencia: «industria de la matanza de hombres»41. Así conocemos en su radicalidad las causas y los efectos del apoyo del Vaticano a las peregrinaciones militares al santuario de Lourdes.
En la sociedad burguesa real, la que existe objetivamente por detrás del «parlamento democrático», incluso dentro del hemiciclo, hablar de ejército y de lobbies económico-militares es hablar de las relaciones entre el sistema policíaco-militar, o de «las fuerzas del orden»42, según la magnífica descripción de O. Jones, y el sistema judicial. Muy probablemente E. Gómez Alcorta conozca mejor que nosotros la relación entre la industria de la matanza humana y la justicia del capital y más concretamente en un país como Argentina, lo que le ha llevado a un estado de alerta personal al enterarse del proyecto de Francisco I «de influir en la justicia, de borrar las líneas delimitadoras entre el derecho y la religión/moral»43 mediante una «reflexión» convocada por el papa sobre el derecho y la justicia en sus relaciones con la sociedad, con especial énfasis en los derechos concretos de las mujeres, aborto, sexualidad, divorcio, salarios, legislación contra las violaciones y violencias…
Es aún pronto para calibrar en su pleno alcance esta «reflexión» de por sí inquietante, viendo cómo Francisco I realiza una política más sibilina y astuta, típica de la Compañía de Jesús, que la de los papas anteriores. Lo cierto es que Francisco I está lidiando con dos oposiciones internas muy fuertes: la que busca una mayor adaptación de la Iglesia a los cambios actuales en dos temas decisivos y permanentes en la Iglesia: el poder y la sexualidad44. Pero también hay una postura crítica que plantea la necesidad de abrir las reformas a todas las áreas de la vida, como es el caso del obispo Heiner Wilmer, conocido por sus ideas progresistas, que defiende la necesidad de una «nueva teología»45 centrada en los problemas cotidianos de la gente, y no centrada en el control de la sexualidad.
Aunque por ahora es la mayoría de la Iglesia alemana la que avanza en esta modernización, es sabido que las mismas o parecidas inquietudes se agitan en otras iglesias, aunque tal vez con menos fuerza. La cerrazón del Vaticano no augura nada bueno sobre todo en los derechos de la mujer, en los que la burocracia ha frenado en seco el proyecto de mejora de hace tres años46. La otra corriente es la neo-tridentina extremadamente peligrosa si tomamos como ejemplo al nacional-catolicismo español. Asistimos a una pugna entre tres formas de dios: la neo-tridentina que defiende al dios medieval ya inservible para el capitalismo, pero que, debido a la autonomía de lo irracional, aún reconforta a sectores reaccionarios; la reformista que quiere que el Vaticano se acerque al dios burgués pero sin caer en los excesos del protestantismo; y la defendida por el Vaticano que busca un rumbo propio alejado de ambos extremos.
La vida eclesiástica de Francisco I en la tensa y terrible Argentina anterior, durante y posterior a la dictadura, el hecho de que se formara en la Compañía de Jesús desde 1958 profesando como jesuita en 1973, su experiencia en las relaciones político-religiosas en este continente imprescindible para Estados Unidos y para el euro imperialismo, así como la experiencia que iba adquiriendo en los laberintos engañosos de la burocracia vaticana, más el poder efectivo que ha adquirido con el pontificado, le ha permitido controlar plenamente el próximo cónclave47, que parece que será decisivo. Francisco I es el primer pontífice que une en su persona dos poderes diferentes en la Iglesia, el del «papa negro» por cuanto jesuita y el del «papa blanco» por cuanto pontífice. Para imaginar el futuro previsible tal como puede intentar moldearlo el primer papa jesuita, busquemos consejo en las siguientes palabras sobre la Compañía y su fundador Ignacio de Loiola:
Entre sus miembros se estaba formando lo que llamamos el espíritu jesuita. No obstante, el fundador no había descuidado la aptitud, siendo inspirado principalmente por las necesidades de las «misiones», en el país y fuera de él. En su Sententiae asceticae escribió: «Una cautela sagaz junto con una pureza mediocre es mejor que una pureza mayor con una aptitud menos perfecta. Un buen pastor de almas tiene que saber cómo ignorar muchas cosas y pretender que no las entiende. Una vez que sea amo de las voluntades, podrá guiar sabiamente a sus estudiantes a donde él elija. La gente está totalmente absorta por intereses pasajeros, por lo que no debemos hablarles muy directamente acerca de sus almas: seria lanzar el anzuelo sin la carnada»48.
- David A. Yallop: En nombre de Dios, op. cit., p. 329.
- Ana Silvia Solorio Rojas y Juan Diego Ortiz Acosta: «Marx y el cristianismo primitivo. El papa Francisco y su discurso político anticapitalista», 200 años de Marx, Universidad de Guadalajara, México 2018, p. 210.
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- Franz Hinkelammert, Henry Mora Jiménez: Una economía para la vida, Edit. Camino, La Habana 2014, p. 298.
- Franz Hinkelammert, Henry Mora Jiménez: Idem., p. 299.
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- R. Dunayevskaya: Filosofía y revolución. De Hegel a Sartre y de Marx a Mao, op. cit., p 119.
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- El lado oscuro de la Madre Teresa del que no responde el Vaticano, 4 de septiembre de 2016 (https://www.publico.es/sociedad/lado-oscuro-madre-teresa-del.html).
- El Papa Francisco en Rumanía y el anticomunismo vaticano, 6 de junio de 2019 (https://insurgente.org/el-papa-francisco-en-rumania-y-el-anticomunismo-vaticano/).
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- Eli Gómez Alcorta: Les jueces del papa, 20 de septiembre de 2019 (https://www.lahaine.org/mundo.php/les-jueces-del-papa).
- La Iglesia Católica alemana aborda desde mañana su «camino sinodal» con la oposición del Vaticano, 22 de septiembre de 2019 (https://www.religiondigital.org/mundo/Iglesia-Catolica-alemana-oposicion-Vaticano-religion-cardenal-marx-papa-francisco_0_2160983894.html).
- Sólo una nueva teología puede salvar a la Iglesia, 9 de julio de 2019 (http://canarias-semanal.org/art/25595/solo-una-nueva-teologia-puede-salvar-a-la-iglesia-asegura-obispo-aleman).
- Jesús Bastante: Al papa Francisco se le atraganta el papel de las mujeres en la Iglesia católica, 19 de mayo de 2019 (https://laicismo.org/al-papa-francisco-se-le-atraganta-el-papel-de-las-mujeres-en-la-iglesia-catolica/).
- Daniel Verdú: Francisco se asegura la mayoría en el próximo cónclave, 5 de octubre de 2019 (https://elpais.com/internacional/2019/10/04/actualidad/1570186352_228400.html).
- Edmond Paris: La historia secreta de los jesuitas, op. cit., p. 29.
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