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Hablamos de ateísmo marxista, no de otras formas de ateísmo burgués sea reaccionario o reformista, que existen. J. Gray argumenta, por ejemplo, que «la visión que tenía Marx de la historia debe más a la filosofía platónica que a la religión mesiánica judía […] Lo cierto es que Marx jamás creó nada parecido a un sistema intelectual […] expresó una sucesión de opiniones que no eran necesariamente coherentes entre sí ni con lo que posteriormente se denominaría marxismo […] siempre corto de dinero, imposibilitaron los prolongados períodos de trabajo intelectual continuado que se necesitan para la construcción de todo un sistema de ideas […] La filosofía de la historia de Marx es la teodicea cristiana reencarnada en mito humanista»1. En páginas posteriores el autor mete en el mismo paquete a Lenin, Stalin, Mussolini y Hitler.
Dejando para otro momento estas excentricidades, hay que decir que la sangrante historia de las religiones no demuestra la inexistencia de los dioses, solo confirma que la desesperación de nuestra especie por la victoria de la propiedad privada sobre formas comunes de propiedad, lleva a muchas personas a buscar consuelo en fuerzas exteriores lo que consiguen individualmente descargando el dolor propio sobre las demás. Quien sale ganando de esta batalla de todos contra todos, es la clase dominante, en la que se integran las burocracias religiosas.
Dado que en última instancia el creyente cree que se salva del infierno eterno gracias a sus méritos individuales, ante todo y sobre todo debe actuar pensando en su salvación y luego en ayudar a que se salven los demás –caridad, beneficencia, etc.– porque cree que eso multiplica los propios méritos: para él es una especie de inversión rentable a futuro de «capital religioso» para ganar el cielo. Faure explica la identidad entre filantropía, beneficencia y caridad: «La beneficencia, en nuestro medio social, donde la miseria abunda, no es, la mayoría de las veces, más que un cálculo cínico o una abominable hipocresía. Puede ser un cálculo en ricos que dan ostensiblemente algunas migajas para guardar sus riquezas y calmar así la justa cólera que pueden suscitar en los pobres la insolente ostentación de su lujo»2.
Esto hace que las clases dominantes crean que tienen más posibilidades de salvación porque creen que tienen más «capital religioso», aunque algunos dicen que el tal Jesús dijo lo contrario, aquello de que sería más fácil que un camello pasase por el ojo de una aguja a que un rico entrase en el reino de los cielos. Pero no se ha demostrado que sea así tras dos mil años. En el caso de las versiones católica y copa del cristianismo, que dan la oportunidad del purgatorio, aumentarían las ventajas de las clases ricas porque pueden sufragar más misas, más caridad, comprar más amuletos y fetiches, etc., que «desgravan» la pena a cumplir transitoriamente en el purgatorio, mientras que las clases empobrecidas por la explotación solo tienen las oraciones y los rezos para reducir el purgatorio de sus personas queridas, pero incluso en este caso también lo hacen ante todo por egoísmo personal.
La caída en desgracia del dios medieval y ascenso a los cielos del dios burgués se explican en último análisis mediante el resultado de la lucha de clases que se libra como efecto de las contradicciones que estamos analizando. Es cierto que ambas expresiones históricas de dios, la feudal y la burguesa, como anteriormente la tributaria y esclavista, nos remiten al surgimiento histórico del fetichismo desde el momento en el que el valor de uso fue transformado en valor de cambio, pero el ateísmo marxista insiste en que la peor expresión del opio religioso es el que produce y reparte el dios burgués, el dios de la mercancía fetichizada. Es este el que ahora desarrollaremos aquí.
Pues bien, es por esto por lo que el ateísmo marxista se sustenta en la dialéctica de la unidad y lucha de contrarios interna a cualquier religión surgida de los antagonismos inmanentes a las sucesivas formas de propiedad privada. B. Morris explica que «fundamentalmente, Marx era un ateo»3 pero que como buen dialéctico sabía que el ateísmo y por tanto la crítica de la religión dejarían de tener sentido una vez que la sociedad hubiera superado la alienación en todas sus formas. Una vez resuelto el misterio de la religión, Marx se centró en otras urgencias, pero vuelve a ella al comienzo mismo de El Capital, cuando expone la teoría del fetichismo, mostrando cómo los términos de la economía política burguesa tienen un contenido ideológico-religioso que impide ver la realidad, que la oculta y a la vez la justifica. Por eso: «la relevancia crucial de El Capital consiste en que Marx veía los conceptos económicos como conceptos esencialmente religiosos»4. Esta es sin duda la crítica más demoledora, y definitiva, que puede hacerse a la religión.
Sobre el ateísmo marxista tenemos aportaciones decisivas de un revolucionario casi ignorado, Paul Lafargue (1842−1911) que tuvo a Laura Marx como compañera de vida y de ateísmo militante hasta el final de sus días. Ejercieron el grado sumo de libertad autoconsciente mediante el suicidio cuando la vida les enseñó que ya no eran sujetos activos capaces de crear libertad, sino objetos pasivos, inertes, una pesada carga para quienes vivían junto ellos. P. Lafargue no emplea el concepto de fetichismo pero su valiosa crítica de la religión está impregnada de él. Permítasenos citarle en extenso:
Lo impenetrable del orden social envuelve al burgués del mismo modo que lo impenetrable del orden natural rodeaba al salvaje; todos los actos de la vida civilizada, o casi todos, tienden a desarrollar en él la costumbre supersticiosa y mística de atribuir todo a la suerte, como ocurre en el jugador profesional. Por ejemplo, el crédito, sin el cual ningún comercio ni industria son posibles, es un acto de fe a la ventura, a ciegas, que realiza el que lo da ya que no existe ninguna garantía positiva de que, al término previsto, el que lo recibe vaya a poder cumplir con sus obligaciones, puesto que su solvencia depende de un montón de accidentes tan imprevistos como desconocidos.
Otros fenómenos económicos cotidianos hacen realizarse en la mente burguesa la creencia de una fuerza mística desprovista de base material independiente de la sustancia. El billete de banco, por no citar más que un ejemplo, lleva en sí una potencia social tan desproporcionada con su escasa sustancia física, que predispone a la inteligencia burguesa para creer en la existencia de una fuerza que es independiente de la materia. Un miserable pedazo de papel, que no merecería la pena de ser recogido del piso si no fuera por su mágica potencia, atribuye a quien lo posee las cosas más tangibles que existan en el mundo civilizado: pan, carne, vino, casas, tierras, caballos, mujeres, salud, responsabilidad y honores, etc., los placeres de los sentidos y los disfrutes mentales; ni Dios mismo podría dar más. La vida burguesa está cuajada de misticismo5.
Más adelante, detalla el proceso histórico durante el cual los múltiples dioses, el politeísmo, se fueron reduciendo, fusionando sus atributos y poderes en cada vez menos, hasta llegar al monoteísmo. Aunque tampoco emplea el concepto de fetichismo, este sí está presente en el interior de su recorrido histórico. Las primeras deidades, según Lafargue, representaban y defendía los intereses locales, de pueblos pequeños frecuentemente enfrentados entre ellos, pero:
Siete o diez siglos antes de la era cristiana, se observa en las ciudades marítimas de Lajonia, de la Magna Grecia y de Grecia algunas tentativas para organizar religiones cuyos dioses no fueran exclusivamente monopolizados por una ciudad, sino que pudieran ser reconocidos y adorados por pueblos diversos, incluso enemigos. Aquellas divinidades. Isis, Deméter, Dionisio, Mitra, Jesús, etc., muchos de los cuales pertenecían a la época matriarcal, tenían todavía una forma humana, aunque ya se comenzaba a sentir la necesidad de un ser supremo que no fuera antropomorfo; pero solo en la época capitalista llegó a imponerse la idea de un dios amorfo, como consecuencia de la forma impersonal que presenta la propiedad en las sociedades accionista6.
Lafargue sabe que el dios único de la burguesía se multidivide en un sinfín de dioses particulares y singulares según las cuasi infinitas realidades del mundo, porque cada uno de esos grupos o personas necesita su propio objeto de adoración:
La propiedad impersonal que engloba todos los oficios, se extiende por todo el globo, despliega sus tentáculos armados de chupadores de dividendos lo mismo en una nación cristiana que en un país mahometano, budista o fetichista. Dado que la acumulación de las riquezas a pasión absorbente que se adueña del burgués, esta integración de propiedades de naturalezas y de nacionalidad diferentes en una propiedad y cosmopolita, tenía que reflejarse en su inteligencia en influir en concepción de Dios. La propiedad impersonal le conduce sin que él mismo se dé cuenta de ello, a identificar todos los dioses de la tierra con un Dios único y cosmopolita que, según los países, lleva el nombre de Jesús, Alá o Buda y que es adorado según diferentes ritos […] cuando dos naciones cristianas se declaran la guerra, cada una de ellas reza a su Dios nacional y cristiano. Los paganos hacían que Dioses diferentes combatieran unos con otros, y los cristianos obligan a su Dios único a combatir consigo mismo. El Dios único y cosmopolita solo podría destronar completamente a los dioses nacionales en el cerebro del burgués si todas las naciones burguesas quedaran centralizadas en una sola nación7.
Bolívar Echeverría demostró que Marx tenía un concepto de fetichismo cualitativamente más rico y profundo, más complejo, que el de la tergiversación realizada por la socialdemocracia y el estalinismo, y también con respecto al concepto usual, dominante, de fetichismo simplón en sus dos formas el de la sociología burguesa y el de ciertas prácticas sexuales8. Bolívar Echeverría afirmaba que no podemos reducir el fetichismo de Marx al de uso común, al de fetichismo como objeto exterior al sujeto, a la sociedad, sino que el fetichismo tal cual como lo entendió Marx trata sobre la unidad de contrarios entre la forma valor y el valor de uso inherente al capitalismo desarrollado, ya que:
El «mundo de las mercancías» es un conjunto de objetos fetichoides porque, además de actuar como reservorio de los objetos prácticos (acción «ordinaria»), actúa también como médium efectuador de la socialidad de esos productores/consumidores (acción «milagrosa») […] es el conjunto de las cosas u objetos prácticos el que tiene que garantizar al menos la repetición de la identidad social heredada imponiéndole al sujeto inactivo los efectos sintetizadores inertes, provenientes de su propia «vida social». Y esta «vida social cósica» solo puede consistir en la vigencia efectiva de la interdependencia abstracta, casual o caótica de las diferentes cosas en tanto que situadas en un plano común («social»), el de su calidad de valores9.
Esta superación histórica de «vida social cósica», caótica, abstracta y casual, reforzada por la «acción “milagrosa”» del fetichismo hacia fuerzas exteriores incognoscibles, que es objetivo del comunismo, nos lleva a:
[…] ubicar el concepto de «fetichismo» moderno en el centro de la argumentación de Marx, implica, en primer lugar, concebir el discurso comunista como un discurso heterogéneo respecto del discurso teórico sobre la sociedad que predomina en la época moderna o capitalista. Como un discurso cuya cientificidad, esencialmente critica, es de un orden diferente del de la «cientificidad de ciencia natural», ahistórica y supraclasista, que pretende tener el discurso sociológico burgués. Implica, en segundo lugar –y sobre todo– concebir el discurso marxista como un discurso que es científico-crítico porque es el discurso de la transición revolucionaria, históricamente necesaria, a una nueva era, la comunista; es decir, porque existe únicamente como componente de esa revolución y en la medida en que contribuye a su progreso10.
J. R. Fabelo recurre, primero, al concepto de «enajenación» y, luego, al de «fetichismo mercantil» para explicar la paradoja de la existencia humana bajo el capitalismo, paradoja consistente en que, a nivel genérico, la persona se enfrente a la colectividad como efecto de la división burguesa del trabajo, que se realiza a escala mundial, que enfrenta a unos contra otros, invirtiéndose la realidad: «la explicación de esta inversión tan común en la interpretación de las relaciones mercantiles se asocia a la doble naturaleza del producto-mercancía que protagoniza esas relaciones, su escisión en cosa-útil y cosa-valor. A pesar de que las mercancías son portadoras de un cierto valor de uso, vinculado a sus propiedades utilitarias, lo determinante en su condición de mercancía y en su valor como tal es su capacidad de ser intercambiada por otra»11.
La cosa-valor se independiza de la cosa-útil, que es la verdadera para un ser humano libre. La exteriorización de la cosa-valor aparece entonces al ser humano que la producido como lo que le determina a él mismo, por él –o ella– también acaba siendo una cosa-valor para el capitalismo una vez que este es la totalidad:
La crítica del valor ha roto radicalmente con la dicotomía entre base y superestructura; no en nombre de una supuesta «pluralidad» de factores, sino apoyándose en la crítica marxiana del fetichismo. El fetichismo de la mercancía no es una falsa conciencia, una mistificación, sino una forma de existencia social total, que se sitúa por encima de cualquier separación entre reproducción material y factores mentales porque determina las propias formas de pensar y de actuar. Comparte estos rasgos con otras formas de fetichismo, tal como la conciencia religiosa. Podría por eso ser caracterizado como un a priori; que, sin embargo, no es ontológico, como en Kant, sino histórico y sujeto a la evolución. Esta indagación sobre los códigos generales de cada época histórica salvaguarda al mismo tiempo, contra la fragmentación introducida por el enfoque posestructuralista y posmoderno, una perspectiva unitaria12.
El Capital y sobre todo su capítulo primero ya desde su primera línea, plantea una cuestión decisiva: «La riqueza en las sociedades en que domina el régimen capitalista de producción se nos aparece como un “inmenso arsenal de mercancías” y la mercancía como su forma elemental»13. F. Fischbach demuestra que el contenido teórico de esta frase forma la base para entender el problema de la producción de espacio/tiempo capitalista, dado que la expansión del capital exige no solo una reducción del tiempo del ciclo completo del capital, sino también la creación de «un espacio liso y lo más homogéneo posible, sin obstáculos ni barreras, unificando los espacios naturalmente separados, suprimiendo las diferencias cualitativas entre los espacios y reduciéndolos a un espacio único e idéntico, abstracto y homogéneo»14.
La creación de espacio/tiempo lineal y plano es inseparable de las atrocidades contra los pueblos trabajadores y contra la naturaleza, y una de las realidades a batir por la filosofía dialéctica en especial la alienación15 y el trabajo objetivado, muerto, y el salto de lo cuantitativo a lo cualitativo16. En síntesis, veremos una y otra vez, aunque con otras palabras que: «bajo el capital la vida solo se despliega subordinada a la muerte, el futuro solo se despliega subordinado al pasado y al presente, el tiempo solo se despliega subordinado al espacio y la actividad del trabajo vivo no sirve más que para valorizar el capital, es decir, el trabajo muerto»17.
La subordinación de la vida a la muerte y del tiempo libre al espacio de la producción y del trabajo, reproduce la necesidad irracional, inconsciente de los fetiches que debemos adorar y que el capitalismo van cambiando cada vez más rápidamente para impedirnos tomar conciencia sobre nuestro tiempo y nuestra vida. La precarización de la existencia multiplica la necesidad psicológica de encontrar un sostén en un fetiche general, o en muchos con casi infinitas formas creadas industrialmente por el capitalismo, porque el problema que aparentemente resuelve es el mismo. La dependencia psicológica crece en la medida en que el capital se externaliza como totalidad regenerando mecanismos de autoprotección típicos de las religiones, que algunas corrientes psicoanalistas definen como «el velo de no querer saber»18.
En este sentido para nosotros elemental, el del efecto del fetichismo de la mercancía en la estructura psíquica de masas, J. Veraza ha hecho una aportación al mostrar, primero, cómo la crítica de Marx al fetichismo se inicia en el capítulo primero pero recorre abierta o solapadamente toda la obra en sí, hundiendo con ello a quienes niegan o redicen a muy poco la presencia de esta crítica en el marxismo. Y segundo, una especial insistencia en los efectos psicosociales del fetichismo en la represión sexual y en el autoritarismo19 fascista, citando a W. Reich como uno de los teóricos claves en estas críticas que, como es sabido, conectan directamente con la esencia represora de las religiones.
La personalidad dopada por el opio fetichista que cree que es libre porque puede optar por los cuasi infinitos fetiches concretos que se ofrecen a diario, al igual que el católico puede optar por cuantos santos y santas tiene la Iglesia ya que siempre, al final, le remite al dios. Sin embargo:
La religión es la máxima expresión de la alienación del ser humano, que «transfiere» su impotencia para cambiar el presente a unos seres que solo existen en su cabeza. Pero como todas las ideologías, para que tengan fuerza real, tienen que expresarse en organizaciones: las iglesias son las cristalizaciones de las ideas que bullen en la cabeza de los seres humanos. Esa alienación surge de la impotencia o bien frente a la naturaleza, fuerza incontrolable para los seres humanos, o bien, bajo el capitalismo, la economía, la «mano oscura del mercado», que actúa frente a los seres humanos como cualquier fuerza de la naturaleza, fuera del control de la voluntad humana.
En el capitalismo la alienación se complica con la cosificación de las relaciones sociales, deshumanizándolas hasta el extremo; el mercado es el lugar (¿«paraíso»?) en el que los seres humanos se relacionan, comprando y vendiendo sus mercancías y donde está atrapada la voluntad individual. El extremo al que conduce esta alienación es la reificación, la atribución a las cosas y, especialmente, a una, el dinero, de cualidades humanas. «Poderoso caballero es Don Dinero», decía el poeta20.
Acercarse lo más posible al dios-dinero para recibir su protección es una forma de reducir el miedo al azar del hombre religioso del que nos hablaba Lukács, porque «el mantenimiento de la ideología del miedo se ha convertido en un arma política, en parte de la estrategia de los grandes poderes: confirmar la culpa definitiva e intrínseca del otro y la necesidad de protegerse a sí mismo mediante medidas de seguridad o por la fuerza de las armas»21. E. González Duro se pregunta por el sentido de la respuesta social e individual ante el problema de la enfermedad, del dolor, del sufrimiento, en el presente capitalista:
¿Qué sentido tiene la enfermedad en una sociedad de consumo que enfatiza al máximo el culto a la felicidad instantánea? Tradicionalmente, en las sociedades que integraban la llamada «civilización cristiano-occidental», la respuesta era clara, rotunda: el dolor y la enfermedad podían tener un sentido positivo en tanto en méritos para la otra y verdadera vida. Por efecto del pecado original, el trabajo y el sufrimiento formaban parte de la condición humana en un mundo que era un «valle de lágrima»22.
El autor describe las transformaciones cualitativas introducidas por el capitalismo sobre la salud y el dolor, señalando cómo la industria sanitaria se ha convertido en un gran negocio que explota el dolor y el miedo creciente en una vida incierta, precarizada cada vez más, temores multiplicados por la creación artificial de falsas enfermedades para crear más personas «enfermas» y así producir más tratamientos inútiles pero muy rentables económicamente. Mientras se desmantela la sanidad pública, se expande la industria de la salud, el negocio privado que, por su propia lógica, necesita ampliar el mercado de la enfermedad. De este modo y por otras razones:
La vida de los individuos en la sociedad del riesgo produce inseguridad, ansiedad, miedo. Muchos se sientes enfermos y son convenientemente medicalizados […] también en toda suerte de terapeutas, sanadores, videntes, astrólogos y echadores de cartas. Como la enfermedad parece absurda y carece de sentido para la propia vida, es muy frecuente que mucha gente recurra a supuestos expertos o a quienes se presentan como dotados de poderes especiales. Al carecer de sentido, es como si la enfermedad tuviese algo de misterioso, como si nadie supiese el porqué y el para qué del padecer23.
La ignorancia de las causas del Mal siempre ha sido una desencadenante del opio religioso, y de opio en su sentido lato, material. La sociedad norteamericana, que adelanta lo que viene a Europa, padece entre otros muchos males, también el del sobreconsumo desbocado de opiáceos como pócima mágica al desastre social que está pudriendo las raíces del imperialismo. La farmaindustria, uno de los fetiches capitalistas más efectivos, es la responsable de que la plaga de opiáceos sea «una epidemia orquestada desde arriba»24 que está disparando la tasa de muertes por sobredosis, aunque en realidad esta tragedia sea solo la epidermis de un problema mucho más grave: el aumento imparable del consumo de ansiolíticos y de otros medicamentos y productos ilegales para acostumbrarnos a tolerar pasivamente el Mal, en vez de combatirlo. En esta misma sociedad yanqui se expande como la peste negra el miedo a perder el trabajo25, al desempleo, al empobrecimiento, en cuanto las expresiones más dañinas de los miedos difusos o concretos «alimentados por un trabajo político»26.
Los miedos difusos y concretos alimentados por el poder terrenal o divino llevan a la persona alienada a buscar protección en un poder superior más fuerte, que en último extremo puede terminar siendo una dictadura político-religiosa. Ante esta realidad, el ateísmo marxista es una fuerza material históricamente emancipadora porque:
La fe religiosa es una forma de conciencia ilusoria, consecuencia de la alienación del ser humano en la vida real; cuando esta sea superada en una sociedad comunista que realice las potencialidades del ser humano, la religión perderá su razón de ser. En un mundo alienado la religión expresa en la conciencia el desgarramiento de la vida y lo sublima proyectando el ideal humano que no se reconoce en la tierra en un ser todopoderoso que habita en el cielo. En semejante situación, el ateísmo que niega a Dios ha servido para afirmar al propio ser humano. Pero en una sociedad no alienada que afirme directa, positiva, continuamente el valor radical de la vida humana, la negación de Dios resulta sencillamente superflua. El ateísmo es superado por el humanismo positivo de una sociedad en la que el ser humano sea prácticamente reconocido como el ser supremo, centro y señor del sentido de todo27.
Euskal Herria, 6 de octubre de 2019
- John Gray: Siete tipos de ateísmo, Sextopiso, Madrid 2018, pp. 48 – 50.
- Sebastián Faure: Doce pruebas de la inexistencia de Dios, Júcar, Madrid 1980, p. 93.
- B. Morris: Introducción al estudio antropológico de la religión, Paidós, Barcelona 1995, p. 53.
- B. Morris: Idem., p. 59.
- Paul Lafargue: «La creencia en Dios», Textos escogidos, Ciencias Sociales, La Habana 2007, p. 296.
- Paul Lafargue: «La creencia en Dios», Textos escogidos, op. cit., p. 300.
- Paul Lafargue: «La creencia en Dios», Textos escogidos, op. cit., p. 301.
- Bolívar Echeverría: «El concepto de fetichismo en el discurso revolucionario», Dialéctica, México, año III, nº 4, enero 1978, p. 100.
- Bolívar Echeverría: Idem., p. 99.
- Bolívar Echeverría: Idem., pp. 95 – 96.
- J. R. Fabelo Corzo: «Capitalismo vs. vida. La actualidad del pensamiento de Marx», Marx Ahora, nº 17⁄2004, p. 141.
- A. Jappe: Crédito a muerte, Pepitas de calabaza, ed. 2011, p. 175.
- K. Marx: El Capital, op. cit., libro I, p. 3.
- F. Fischbach: «De cómo el capital captura el tiempo», Marx. Releer El Capital, Akal 2012, p. 91.
- F. Fischbach: Idem., p. 98.
- F. Fischbach: Idem., p. 99.
- F. Fischbach: Idem., p. 107.
- Stephan Lassenich: La sociedad de la externalización, Herder, Barcelona 2019, pp. 68 – 82.
- Jorge Veraza Urtuzuástegui: El sentido común mercantil capitalista y sus fetichismos (https://elsudamericano.wordpress.com/2019/09/19/preludio-a-una-teoria-marxista-del-sentido-comun-por-jorge-veraza-urtuzuastegui/).
- Roberto Laxe: El «poder» de la religión anida en las mentes, 23 de julio de 2019 (https://kaosenlared.net/el-poder-de-la-religion-anida-en-las-mentes/).
- Enrique González Duro: Biografía del miedo, Debate, Madrid 2006, p. 254.
- Enrique González Duro: Idem., pp. 255 – 256.
- Enrique González Duro: Idem., pp. 256 – 258.
- Chris McGreal: «No quiero morirme de una sobredosis»: la crisis del opio sigue matando en Estados Unidos, 11 de mayo de 2019 (https://www.eldiario.es/theguardian/quiero-morirme-sobredosis-muerte-verguenza_0_897311336.html).
- Patrick Boucheron-Corey Robin: El miedo, Clave Intelectual, Madrid 2019, p. 40.
- Patrick Boucheron-Corey Robin: Idem., p. 20.
- C. Goldaracena del Valle, Charo Guerrero Pérez y A. C. Santos Sedano: Cinco teorías sobre la religión, Eris, La Coruña 1994, pp. 168 – 169.
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