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Una de las obsesiones que atormentan a algunas personas creyentes que reflexionan sobre la lógica interna de su creencia, es lograr demostrar que siempre ha existido la «religión» –en el sentido oficial burgués – , que la especie humana siempre ha adorado espíritus, seres inmateriales, diosas y dioses, y que a lo largo de milenios el inicial politeísmo ha ido avanzando al monoteísmo. Otras personas no tienen esta inquietud porque se refugian en el dogma, en la fe, ese «engrudo insípido»1. Existen otras muchas obsesiones que atenazan a los y las creyentes, como la de demostrar que la Biblia «tenía razón», o también la de la existencia real de un tal Jesucristo, etcétera. Iremos analizando la irracionalidad de estas y otras obsesiones.
Sobre la esencia «religiosa» de la especie humana, hay que decir que no se trata de una cuestión metafísica y teológica y por tanto falsamente histórica, sino que atañe a la libertad genérica del ser humano que incide en la totalidad de su acción y pensamiento, o, dicho de otra forma, se debate sobre el materialismo. M. F. Niésturf criticó las hipótesis más conocidas –religiosa, tarsiana, símica, de Osborn, de Weiderenreich…– sobre la antropogenia que de un modo u otro tienen su base en formas de idealismo; luego expone algunos de los factores de la hominización y de la extinción de los antropoides fósiles del plioceno y pleistoceno, concluyendo que:
En sentido más amplio, que podríamos llamar filosófico, aconteció una acumulación cuantitativa constante de nuevas cualidades en el desarrollo del reino animal, o, más precisamente, en el de la línea que finalmente condujo al pitecántropo. Incesantemente se manifestaba un cambio evolutivo que, en la especie antepasada de los homínidos, llevó inevitablemente a la aparición de una nueva cualidad, que ni antes ni después surgió en ninguna otra subdivisión de la clase de los mamíferos. Esta cualidad absolutamente específica, caracteriza al nuevo ser: al primer hombre. Por obra del trabajo, entendido en el sentido de elaboración regular de instrumentos y utilización práctica de los mismos, realizado en común por los miembros de la horda primitiva para satisfacer sus necesidades vitales, surgieron leyes cualitativamente nuevas –las leyes sociales – , nuevos factores que modelaron el cuerpo humano y al hombre en su totalidad2.
El trabajo va creando una nueva realidad social en la que solo tardíamente surge lo que ahora se llama «religión». Antes de llegar a esa reciente fase, e incluso durante sus primeros tiempos, debemos proceder con extrema cautela. Leroi-Gourhan insistía en la necesidad del rigor y de la prudencia a la hora de aventurar hipótesis sobre las formas supuestamente religiosas de los colectivos humanos del paleolítico y ponía como ejemplo el llamado «culto al oso», que se basaba en la gran cantidad de huesos y cráneos de oso acumulados encontrados en el interior de cavernas en Eurasia y Norteamérica, hallazgos que han sustentado la hipótesis de que el «culto al oso» fue una de las primeras «religiones», si no la primera. Tras varias rigurosas páginas de estudio del problema, se preguntaba: «¿Qué nos queda del culto al oso? Una vez eliminadas todas las causas naturales, nada que sea consistente»3. A pesar de este siempre necesario llamamiento al principio de precaución y de objetividad, y de la insistencia en que no hay pruebas al respecto, insistencia avalada por el conocimiento disponible, aun así, una y otra vez personas creyentes se agarran a cualquier cosa para «demostrar» sus tesis.
La necesidad del principio de precaución, básica del método científico, se hace tanto más perentoria cuanto que en los últimos años se ha empezado a estudiar sin miedos ni tabúes la presencia del canibalismo que viene desde el fondo de la antropogenia. El llamado «hombre de Atapuerca» u homo antecessor, de hace unos 800.000 años, practicaba el canibalismo de los actuales chimpancés4. Según investigaciones, este canibalismo que era «más frecuente de lo esperado» hasta ahora, respondía a una razón que popularmente se define como ley del mínimo esfuerzo, o más correctamente ley de la productividad del trabajo: «el balance entre coste y beneficio del canibalismo es altamente rentable» considerando los riesgos de la caza y el enorme costo energético que requería. Además, según este estudio, los restos canibalizados son de personas de entre 4 a 17 años de edad, y los autores suponen que ello respondía también a razones de rentabilidad y productividad en la obtención de energía5. Iremos viendo la importancia de estas prácticas a la hora de conceptualizar la «religión».
El reconocido arqueólogo J. L. Arsuaga también sostiene que, en la Gran Dolina, en Atapuerca, se han encontrado restos de canibalismo de hace 900.000 años6, aunque en esa época los neandertales no habían surgido aún como un grupo humano claramente definido, sí se ha encontrado un grupo de treinta preandertales que empezaban a mostrar algunos rasgos faciales propios, aunque su cerebro seguía siendo más pequeño. Centrándose ya en las y los neandertales, Arsuaga dice que «“carecían del pensamiento mágico que es esencial en el pensamiento humano” […] En su cerebro no había lugar para “la liturgia, la ceremonia, el protocolo, para entender que las cosas pueden significar algo”. Sin embargo, ambos eran humanos»7. Arsuaga solo repite con sus palabras lo que hace más de treinta años había sostenido V. Chertijin, que después de hacer una descripción minuciosa de un enterramiento neandertal escavado en 1908 y de generalizar en base a otros enterramientos posteriores: «Ciertamente, las excavaciones en toda una serie de otros emplazamientos de los hombres de Neandertal no proporcionan ningún material para afirmar que entre ellos existían creencias religiosas»8.
Es importante precisar lo que ahora entendemos por «religión», «creencias religiosas», etc., y lo que realmente podían creer e imaginar los grupos humanos de épocas tan remotas. Lo primero que debemos tener en cuenta es que «los principios del lenguaje moderno debieron de adquirirse hace entre 400.000 y 300.000 años, cuando el ser humano alcanzó la conformación fisiológica necesaria para comenzar a producir el sonido de las vocales universales que caracterizan a nuestra especie […] Pero no debió de ocurrir hasta hace 100.000−35.000 años –quizá más cerca de esta segunda fecha que de la primera– que el ser humano empezase a asociar las palabras entre sí para intentar expresar cosas diferentes de los sucesos tangibles y puntuales que le ocurrían en su presente»9. Es decir, nos colocamos ya en el período en el que el neandertal estaba en extinción y ascendía el cromañón. Y sin esta capacidad psicofísica de creación lingüística es prácticamente imposible pensar que hace 400.000 o 40.000 años existieran las bases psicofísicas objetivas para idear algo parecido a una «religión», un «Dios» en el sentido ahora dominante.
Por tanto, el rechazo de cualquier elucubración se vuelve imperativo cuando se estudian considerables acumulaciones de restos óseos. Por ejemplo, uno los veintiocho restos humanos de ambos sexos y de todas las edades10, el cráneo nº 17 perteneciente a un adulto joven, que data de hace 430.000 años, encontrados en la Sima de los Huesos de 13 metros de profundidad, sita a medio kilómetro de la Gran Dolina, anteriormente citada, también perteneciente al conjunto de Atapuerca, presenta dos tremendos golpes en la cabeza con trayectorias diferentes, realizados con el mismo objeto pesado. Se refuerza así mucho la hipótesis de que no muriera por la caída accidental o provocada en la Sima de los Huesos, sino por dos golpes asestados por otra persona diestra. De ser cierta esta hipótesis nos encontraríamos ante el primer asesinato conocido en la historia, cosa excepcional en el paleolítico11, época muy prolongada en la que apenas se han encontrado muertes por violencia humana según los datos más recientes12. La violencia sufrida por la persona del cráneo-17 no debe entenderse como «violencia de guerra», porque esta aparecería mucho más tarde13. Poner esto en claro es necesario ya que, como veremos, la brutalidad planificada surge con la propiedad privada y con las religiones que le son funcionales.
Pero además de esclarecer casi el asesinato y descartar el móvil bélico en el sentido actual de «guerra», también es importante constatar que en la rigurosa investigación se plantease la posibilidad de que la Sima fuera una especie de cementerio para depositar los muertos, pero sin hablar en ningún momento de enterramientos con ritos religiosos. La razón es muy simple: cuestión de higiene, de sanidad, como quedó demostrado al poco tiempo en otras investigaciones idénticas sobre dos cúmulos de fósiles humanos de hace más de 300.000 años. Para algunos creyentes esos cúmulos demostrarían la práctica de «funerales religiosos» en el paleolítico profundo, pero investigaciones recientes cuestionan que esas dos acumulaciones tuvieran significados simbólicos, siendo más probable que fueran formados por simple acumulación de restos durante un largo tiempo de ocupación del lugar14.
El autor de esta tesis, D. Mediavilla, cita a Frans de Vaal, quien explica que hasta los chimpancés enterrarían a sus congéneres si permaneciesen mucho tiempo en un lugar porque su fuerte olor atraería rápidamente a los carroñeros. Sabemos que otras especies tapan con tierra y hojarasca los restos de comida que encuentran o piezas que cazan para que su olor no atraiga a otros animales. P. Rodríguez ha mostrado los sentimientos de los elefantes y también ha escrito que:
Se ha visto a chimpancés adultos en estado salvaje que incluso se han dejado morir de pena –según nuestros parámetros emocionales– tras el fallecimiento de un congénere al que estaban muy unidos, pero los chimpancés no han elaborado tampoco ninguna religión (aunque, en su estructura social, la figura del sujeto alfa o macho dominante presente ya los trazos fundamentales de comportamiento que caracterizan a los líderes políticos y religiosos humanos en su interacción con sus súbditos)15.
Estas afirmaciones han sido corroboradas por muchas investigaciones posteriores en las que se ve cómo elefantes dan un «entierro digno»16 a sus crías, y cómo los gorilas, por ceñirnos a estas especies, «lloran»17 a sus congéneres muertos, pero sin creencias religiosas. Por consiguiente, lo más probable es que la Sima de los Huesos cumpliese una función triple: mantener la mínima salubridad en el entorno ante el hedor de la putrefacción de los cadáveres, mantener la seguridad al evitar o reducir en lo posible el riesgo de presencia de carroñeros atraídos por ese hedor y «llorar» y cumplir en período de «luto» y «duelo emocional» en el sentido de los gorilas y elefantes, a los congéneres muertos.
La posible triple función de la Sima de los Huesos no contradice que en otros lugares se desarrollaran más tarde posibles cultos al cráneo con la antropofagia de su cerebro en bastantes casos, según propone E. O. James con sus estudios de un caso en China de hace alrededor de 300.000 años, otro en Italia de hace unos 70.000, en Java, en Baviera, en los territorios de los actuales Estados español y francés, etc. Prácticas repetidas incluso en el mesolítico:
Es posible que el cerebro fuera extraído y comido sacramentalmente para absorber sus cualidades vivificantes, ya que la extendida costumbre primitiva de cazar cabezas aparece invariablemente ligada a creencias de que en la cabeza se concentra una sustancia anímica de gran potencia. Al ir reuniendo cráneos, el cazador incrementa su propia fertilidad y la de su tribu. […] También en Java, los cráneos de Ngandoeng parecen haber sido partidos, posiblemente en un curso de una fiesta caníbal, y quizá usados después a manera de cuencos, de modo similar al de algunos salvajes que beben en el cráneo de un guerrero para asimilar su fuerza. […] En la gruta de Trou-Violet en Montardit, finalmente, se ha encontrado un fragmento de cráneo limpio de carne y piel, junto con unos cuantos huesecillos y cierto número de piedrecitas dispuestos en forma de cuerpo humano, quizá formando todo ello una especie de cenotafio conmemorativo de algún notable, cuya cabeza era objeto de veneración18.
Aunque el libro de E. O. James aquí citado fue escrito en 1956, la visión que propone es coherente con los recientes avances sobre la prolongada función de la antropofagia tanto sacramental como de supervivencia. Excavaciones rigurosas de enterramientos de lo que ahora es Alicante confirman prácticas de canibalismo hace solo 10.000 años, en el mesolítico, una práctica «más o menos común en toda Europa»19, o de hace solo 7.000 años en la actual Antequera20, provincia de Málaga; y sobre todo en el hecho de que el culto al cráneo fuera parte de las relaciones de poder en sociedades pre clasistas del mesolítico, como se insinúa en Montardit según las tesis entonces empleadas. Pero especialmente, porque también estaba generalizado bastante más tarde, en las sociedades del bronce y del hierro, en los íberos21 e incluso en Roma, como se aprecia en la columna Trajana.
En resumen, estas realidades nos remiten a preguntas claves: ¿dónde queda el «alma» humana, ¿dónde queda dios, si se demostrase que el «lloro» de elefantes y gorilas, u otros comportamientos animales y humanos como el canibalismo, tienen alguna relación con la antropogenia? El trabajo fue y es el salto cualitativo que separa a la especie humana de los simios más desarrollados, pero, aparte de esta diferencia cualitativa definitiva, se descubren día a día comportamientos de mamíferos22 que se parecen de alguna forma a los humanos, y también se confirma el papel de la antropofagia. Entonces, ¿cuándo hizo dios el alma? ¿Hace más de dos millones de años cuando aparecieron las primeras herramientas humanas? ¿Hace alrededor de 800.000 años cuando empezaron a surgir los primeros indicios de un proto neandertal? ¿Hace 430.000 años cuando fue asesinada la persona del cráneo-17? ¿O cuando aparece el simbolismo gráfico…?
Esta pregunta no es una pregunta simple, al contrario: «Los biólogos materialistas demostraron, a través de sus investigaciones, que el hombre está indisolublemente vinculado con el resto del mundo animal. Constataron la existencia en el hombre de rasgos comunes con los restantes animales y, con ello, salvaron el aparente abismo entre el mundo animal y el hombre»23. Las investigaciones posteriores sobre este decisivo debate confirman punto a punto la existencia de «rasgos comunes» tanto en la evolución genética como en la cultural. Por ejemplo, en esta segunda área «la evidencia de la cultura en animales se ha encontrado en múltiples especies»24, o también que ahora mismo un linaje de monos lleva varios milenios perfeccionando el desarrollo de herramientas25 para aumentar la productividad del trabajo invertido en la obtención de comida, ley de la productividad o del ahorro de la energía que es el secreto último del origen de la cultura.
El desarrollo del cuerpo humano y de sus capacidades intelectivas es parte del desarrollo de su capacidad de trabajo y de supervivencia, y viceversa: se trata de una totalidad en movimiento que responde al movimiento de la totalidad de la naturaleza en la que vive y de la que forma parte. Profundizando en este método, P. Rodríguez ha escrito que: «La religión, con sus elaboraciones míticas, fue complicando progresivamente este mundo es espejismos y acabó sacándole un jugo inusitado al más allá, pero, en definitiva, la supervivencia post mortem, al igual que el concepto de dios, se nos aparecen como claros deudores del modo peculiar que tiene nuestro lóbulo frontal del cerebro para procesar la información almacenada en nuestro lóbulo lateral»26. O sea, primero y gracias a la adaptación bípeda mediante el trabajo y para el trabajo, nuestra especie desarrolló el cerebro, y luego, con los siglos y las contradicciones sociales, las ilusiones sobre un hipotético más allá. Veremos que la primera referencia al «alma» escrita con claridad aparece con Platón27 en la Grecia de finales del siglo ‑V y comienzos del ‑IV.
La teoría de la evolución es incompatible con las creencias en espíritus, dioses y almas, como argumenta G. Puente Ojea, porque «ha desmantelado definitivamente los sueños de una cosmovisión ajustada a la hipótesis religiosa ancestral de la existencia de un diseño divino inteligible que explica diáfanamente todo y siempre»28. G. Puente Ojea basa esta afirmación entre otras cosas también en que, con el dogma del alma inmaterial e inmortal, a la religión «no le queda ninguna posición de repliegue, porque la religión en general, y la cristiana en particular, es inseparable de la doctrina de almas o espíritus. Si la abandonasen, el precio sería su extinción como religiones. He aquí por qué la ciencia, sin proponerse asumir competencias teológicas, tiene hoy palabras decisivas que decir, que afectan negativamente a las pretensiones de verdad de las religiones»29. También:
La creencia en almas inmateriales e inmortales ha venido a representar, como consecuencia del desarrollo de la teoría de la evolución biológica y del avance vertiginoso de las neurociencias orientadas al conocimiento del cerebro humano y sus funciones mentales el talón de Aquiles de las creencias religiosas. Lo que la Iglesia católica quiere levantar como último baluarte de la fe, se convierte ahora en el punto más vulnerable de la religión ante la ciencia. Interpretar el relato del Génesis como la expresión simbólica de la verdad de la Revelación y refugiarse simultáneamente en la supuesta certeza de la existencia del alma espiritual como garantía de lo que sería eterno en el ser humano, comporta el comienzo de la disolución de las pretensiones veritativas de la fe religiosa, tanto en el plano documental como en el plano ontológico30.
Porque el materialismo destroza las ensoñaciones religiosas, por eso mismo hay un esfuerzo descarado para mantener la creencia en la religiosidad esencial e inmutable desde los criterios oficiales de nuestra actualidad, o un esfuerzo sutil y camuflado de colar la religiosidad desde el Neandertal31, en su mismo origen. Sin embargo, en el caso concreto de creencias «en alguna noción de pervivencia en un hipotético más allá»32 hay que esperar hasta hace unos 90.000 años para encontrar los primeros enterramientos que así puedan sugerirlo. Y en lo que hace al simbolismo gráfico, que constituye ya un conjunto de datos más llenos de contenido, hay que esperar hasta entre ‑60000 y ‑30000, pero otra vez nos pone en alerta para no caer en la ilusión «pobre y boba» causada por el error de analizar los datos fuera de su contexto lo que nos lleva a los «más sorprendentes errores». El autor advierte del riesgo de incluir en el totemismo y en el chamanismo más recientes aquellas prácticas, faltando al rigor inherente al método científico, ya que «puede incluso suponerse razonablemente que las mudas paredes de las salas adornadas presenciaron escenas muy pintorescas de encantamientos y magia, quizá incluso sacrificios humanos, actos de canibalismo ritual o acercamientos hiero gráficos. Nada de lo humanamente concebible en ese orden de cosas es inverosímil; pero los documentos no pueden mostrarlo como no sea al precio de una distorsión excesiva»33. Como veremos, su referencia a los sacrificios humanos y al canibalismo ritual es decisiva para comprender la tragedia de la religión.
Investigaciones posteriores han vuelto a dar la razón a Leroi-Gourhan porque en la primera evidencia de canibalismo neandertal del norte de Europa, datada entre hace 40.500 y 45.500 años, en el yacimiento de Goyet (Bélgica), se han identificado noventa y nueve restos óseos pertenecientes a un mínimo de cinco individuos. Sus restos presentaban una gran proporción de marcas producidas por herramientas de piedra al cortar la carne. Las excavaciones han demostrado también que los neandertales usaban huesos humanos para ciertos trabajos por su plasticidad para ser empleados como «percutores blandos»34.
Estos datos son coherentes con la explicación ofrecida por J. L. Guil-Guerrero de que, en aquella época de la edad de hielo, alrededor de hace 40.000 años, solo el canibalismo aportaba los nutrientes imprescindibles para la muy difícil supervivencia35 de los grupos humanos. Estudios genéticos muestran que fue «un pasado complejo y violento en el que poblaciones enteras tuvieron que emigrar o desaparecer para siempre»36. Una prueba más de que la edad de hielo fue violenta podemos tenerla en el cráneo humano de hace 33.000 años, roto por dos fuertes golpes asestados por una persona zurda o que utilizó ambas manos, encontrado en una cueva en Transilvania. Dos golpes que le causaron la muerte al poco tiempo, porque no se inició el proceso de cicatrización. El artículo, que cita el «asesinato» de C‑17 en la Sima de los Huesos de hace 430.000 años, aunque no habla directamente de canibalismo37, tampoco cierra esa posibilidad.
Después de este baño de realidad, volvemos a Leroi-Gourhan porque, acabando el libro que citamos, vuelve a insistir con fuerza en que «antes del homo sapiens, es decir, antes de ‑30000 o ‑40000, no hay casi nada que resista el examen». El autor explica que se han encontrado algunos restos de enterramiento del final del Neandertal, también ocres y pocas grabaciones, y poco más, lo que sí sirve de base para imaginar algún sentimiento de algo parecido a lo sobrenatural «pero probablemente no en el sentido en que nosotros lo concebimos desde hace algunos milenios […], Es abusivo tratar de aplicar los puntos de llegada archiseculares del pensamiento intelectualista de una minoría erudita a los hombres de los comienzos y buscar ofrendas, sacrificios y cultos sin disponer de documentos irrefutables»38. Hemos visto que la antropofagia era antiquísima pero como medio «natural» de obtención de energía; solo en épocas recientes se desarrolla un canibalismo sagrado, religioso. Es muy importante la referencia que el autor hace a los sacrificios rituales porque, como veremos, estos aparecen en el mismo proceso de escisión de la comunidad en bloques sociales enfrentados por la posesión colectiva o privada del excedente social acumulado.
Otro investigador también muy reconocido, Tokarev, constató que mientras que las imágenes de animales son de un realismo fascinante, la de las figuras humanas son abstractas y borrosas, incluso en las figuras de seres zoo antropomórficos resulta difícil distinguir lo humano de lo animal39. Una diferencia tan notoria entre el realismo de los animales y lo abstracto de los humanos, puede sugerir el comienzo de una forma de culto específico hacia el ser humano, separándolo del otro animal. Ha habido y hay toda una serie de especulaciones sobre por qué son «deformes» las famosas Venus del paleolítico. V. Chertijin sostiene que destacan los senos, los vientres y las caderas de las mujeres y que la opinión general es que se trata de un «monumento de cierto culto antiguo, relacionado con la fertilidad»40.
Irrumpe así en la historia de las creencias y religiones una constante que no desaparecerá nunca pese a los esfuerzos del patriarcado por acabar con ella: el papel de la «diosa» adorada por sus facultades mágicas. Sin embargo, la profunda investigación realizada por D. Snow de las manos pintadas en ocho cuevas en los Estados español y francés demuestran que nada menos que el 75% son manos de mujer y pinturas rupestres pintadas por mujeres, exactamente veinticuatro de las treina y dos manos estudiadas41. Quedan aún muchas dudas que resolver, pero la gran mayoría de los especialistas aceptan el estudio de D. Snow.
Gustavo Bueno no se refiere a las mujeres y utiliza el genérico masculino: «Los hombres hicieron a los dioses a imagen y semejanza de los animales»42 durante milenios, en los que la única referencia objetiva, directa e inmediata era, además del propio grupo o de otros humanos, la existencia de animales peligrosos y amenazadores, pero de los que también dependía en parte la supervivencia colectiva bien por la caza o, sobre todo, por el carroñeo. En otro texto posterior, G. Bueno insistirá en la misma idea: «La religión estricta se constituirá en función de las relaciones bien visibles que nuestros antepasados mantuvieron necesariamente con determinados animales del paleolítico, precisamente aquellos cuyas representaciones todavía hoy podemos contemplar en las cavernas de Chauvet, Lascaux o de Altamira»43.
Citando a R. Calder, J. Beinstein nos recuerda que «el poderoso dios de Babilonia, Nergal¸ era representado bajo el aspecto de un insecto»44. Un mosquito inoculador de la malaria era el «fetiche negativo» más temido por los pueblos de las marismas de Babilonia. ¿Qué diferencia existe entre este fetichismo positivo y el negativo? Estudiando con detalle la psicología criminal de los fascistas que quemaban vivas a personas en la Guarimba de 2017 para derrocar por el terror al gobierno democrático de Venezuela, L. Brea llega a la correcta conclusión de que:
Tal como existe un fetiche positivo en el cual se le rinden culto a cosas o personas a las que se les otorgan virtudes extraordinarias o sobrenaturales, existe un fetichismo negativo en el cual se rechazan o desprecian cosas o personas a las que igualmente se les atribuyen características extraordinarias o sobrenaturales, solo que infames. Sin embargo, lo característico del fetichismo que hemos caracterizado como negativo es que termina por rendirle culto a aquello que en un principio quiere denostar45.
En la historia de las religiones, el fetichismo negativo sirve para justificar todos los crímenes imaginables realizados en nombre del fetichismo bueno: la Inquisición torturaba atrozmente para lograr que, en el último suspiro, el reo pidiera perdón a dios.
El tránsito de los dioses y diosas comunales totémicos de clanes geográficamente reducidos con atribuciones simples y muy concretas a la formación de una casta masculina de druidas socialmente muy poderosa, de carácter vitalicio, aunque todavía sin transmisión por herencia familiar del poder personal acumulado, ha sido muy estudiado en Egipto. Así, animales totémicos locales –gato, buitre, ibis y cocodrilo46– terminaron convertidos en dioses nacionales. Eran adorados por sus cualidades beneficiosas: el gato impedía que los ratones devoraran el grano almacenado; el buitre limpiaba la carroña; el ibis se comía las culebras y el cocodrilo los animales muertos que flotaban en el Nilo. Todos eran muy limpios, aseguraban la salud y el almacenamiento de cereales.
Pepe Rodríguez está de acuerdo en la importancia de los animales, pero extiende el campo de observación a la naturaleza entera, al agua, al ciclo de las estaciones, etc.; sostiene que «la totalidad de las abstracciones simbólicas» realizadas en esta larga época están presentes en las religiones actuales:
[…] es imposible imaginar a un vegetal o animal como ancestro si no se le ha antropomorfizado previamente; otra cosa bien distinta es que ese símbolo –surgido necesariamente dentro de un marco mítico determinado que le dio vida y fuerza – , ya represente a un ancestro o ser divino, tenga su traducción iconográfica mediante rasgos antropomórficos o no. Así, por ejemplo, el gran dios egipcio Amón Ra era representado por un carnero y/o por una figura antropomorfa con cabeza de carnero para simbolizar la regeneración solar y en Karnak se guardaba un carnero sagrado que se suponía la reencarnación viva del dios, pero ningún egipcio confundía el fondo con la forma, de la misma manera que ningún cristiano se imagina a Cristo como un cordero por más que este animal le simbolice iconográficamente como signo de algunas de sus cualidades míticas47.
Lo más significativo es que en el auriñaciense, hace aproximadamente 38.000 años, aparecen ya las figuras de mujer. De entre las varias hipótesis sobre su significado, la más plausible es que representaran a las «dueñas del fuego», función que se ha mantenido hasta el presente en tribus de Siberia como figuras del «culto familiar-clánico»48, pero «diosas» y otras figuras de animales desaparecieron por completo al final del paleolítico, en la época aziliense, siendo sustituidas por dibujos más o menos esquemáticos. Recordemos que el aziliense es la época en la que el paleolítico se agota y mediante la transición del mesolítico se sientan las bases para el neolítico, con el desarrollo de la agricultura, dicho muy rápidamente. De las Venus del paleolítico que podían representar el culto a la fertilidad, a las dueñas del fuego del auriñaciense, han transcurrido muchos miles de años en los que la mujer dirigió las cuestiones decisivas para la supervivencia del grupo, como su reproducción biológica y el fuego, el aporte energético vital.
Tengamos en cuenta que, según se piensa, las comunidades humanas de esta época «constituían pequeños grupos cooperativos estrechamente enlazados, que a su vez estaban vinculados en redes mayores, pero más laxas, basadas en el parentesco, el intercambio y el apoyo mutuo […] sus formas de obtener alimentos, vivir juntos, compartir tareas, fabricar instrumentos, adornarse, enterrar a los muertos y muchas otras cosas eran acordadas dentro de los pequeños grupos y seguían reglas establecidas. Esto implicaba algo más: tomaban decisiones colectivas conscientemente. Se hablaba de las cosas y a continuación se decidía»49. Semejante horizontalidad, solo sujeta de vez en cuando a los consejos de las personas de más edad, podía reflejar muy bien su mundo subjetivo en las pinturas rupestres.
En estas sociedades, lo fundamental era el trabajo aportado por las mujeres, y de aquí la importancia del arte rupestre femenino como prueba contundente. U. Melotti y otros investigadores han demostrado que las mujeres del Kalahari aportan un peso en alimentos entre dos o tres veces mayor que el que aportan los hombres y entre el 60 y 80% de la dieta son vegetales; las aborígenes australianas aportan el 60 – 70%, las tindiga más del 80%50. La producción de cestería, bolsas, cuerdas, redes, etc., que más tarde el sistema patriarcal menospreció también la realizan las mujeres. Ha quedado demostrado fehacientemente que las mujeres también cazaban51, que esta no era exclusivamente una «tarea de hombres».
Con el transcurrir del tiempo se acumulan los datos hasta llegar a su punto culmen entre ‑27000 y ‑22000 cuando en al menos cuarenta cuevas, por ahora estudiadas, se realizan pinturas rupestres de manos con dedos amputados. Se han presentado varias hipótesis al respecto, pero la más reciente y a la vez la más plausible es que fueran amputaciones rituales, sacrificiales, registradas seguidamente en pinturas rupestres. Uno de los investigadores proponentes de la hipótesis, arguye que: «Debido a que esta ha sido una práctica relativamente común en el pasado más reciente y en distintas zonas del mundo, pensamos que existe la posibilidad de que también se haya efectuado en el paleolítico superior». La razón más común para amputar dedos, de los 121 grupos humanos estudiados entre los siglos XVII y XXI, fue «el sacrificio voluntario dedicado a una deidad o fuerza sobrenatural, aunque también destacan las expresiones de luto y la forma de demostrar la pertenencia a una comunidad. También se hallaron amputaciones como trofeos de guerra, así como por el resultado de métodos de castigo por una falta grave»52. Aunque se trata de una hipótesis cuestionada por otros investigadores53, podría indicar que el ritual del sacrificio humano con fines «religiosos» era ya practicado en época tan antigua.
Poco más tarde, entre ‑15000 y ‑12000, en que ya podemos vislumbrar con «razonable certidumbre» el asentamiento de una sorprendente grafía rupestre, todavía incomprensible, en la que las figuras femenina y masculina, de bisontes y caballos, pero también de otros animales como ciervo, mamut o cabra, guardan relaciones aún no desentrañadas. En base a esto, ya es obvio que:
La valoración de la misma caverna como símbolo hembra queda muy clara en los numerosos casos en que formas naturales fueron subrayadas (nichos pintados de rojo) o completadas con signos […] un sistema extremadamente complejo y rico, mucho más rico y mucho más complejo de lo que se había supuesto […] piénsese en el tema euroasiático del águila, el león y el toro, que en Mesopotamia, en Escitia, en Egipto, en China, en todas partes, recubrió contenidos mitológicos diferentes y que, para nosotros, es el signo de los Evangelistas54.
Más adelante, conforme avancemos en la evolución de las creencias precapitalistas, es decir, hasta antes de la irrupción del fetichismo de la mercancía, veremos cómo surge semejante riqueza de adoraciones y ritos, cómo se interrelacionan, se adaptan a los nuevos cultos y a la vez cómo estos se adaptan a los antiguos, los copian e integran, y veremos cómo no es ningún misterio ni tiene originalidad alguna la escenografía de los Evangelistas. Pero antes debemos profundizar un poco más en el decisivo problema de los cultos a la mujer desde los primeros datos fiables –las pinturas rupestres– de la historia humana.
Como veremos, la mujer será central en la evolución de las religiones, primero por ser adorada como la diosa madre y después, desde la victoria del patriarcado, la diosa derrotada y esclavizada por el dios masculino. Pero antes tendría que pasar mucho tiempo porque estudios internacionales han descubierto ciertas constantes en las pinturas paleolíticas que sugieren el empleo del sistema de cálculo quinario-decimal y sobre todo los sistemas de cálculo basados en los números 3, 4 y 7, y también el 5 en determinados casos, así como la reiteración del «principio femenino» «sea interpretando la propia cueva como el vientre materno, sea recalcando el puesto central de los signos femeninos»55, lo que confirmaría la tesis de que ya en aquellas lejanas épocas la supervivencia colectiva exigía niveles elementales de proto-ciencia, estrechamente relacionados con la presencia de la mujer.
En otro texto, B. Frolov muestra las relaciones entre los números 5 y 7 en cuevas de Europa occidental, añadiendo que: «El centro del cuadro de la creación primitiva lo ocupaba la imagen de la mujer madre, así como las imágenes de toros y caballos salvajes, en tanto que la periferia comprendía las imágenes realistas de la de fauna de caza del pleistoceno y otra simbología de caza (masculina)»56. Como se aprecia, en el comunismo primitivo del pleistoceno la mujer madre, la mujer en general, ocupaba el centro de las preocupaciones productivas, sociales y culturales de los grupos humanos mientras que el papel del hombre cazador era periférico, secundario.
Según Tokarev, todo indica que en el neolítico se desarrolla el culto a la divinidad femenina, al menos eso sugiere la alta desproporción existente entre la cantidad de estatuillas de mujer y las pocas de hombres: «Las estatuillas masculinas solo se encuentran por excepción en los terrenos neolíticos»57. Las tribus bosquimanas, que vivían en sistema matrilineal y totémico, también pasaron por una fase en la que se mezclaban las figuras animales con las humanas, semianimales y semihumanos58, y este proceso de «antropomorfismo de los animales sagrados»59 está estudiado en África y muy especialmente en el antiguo Egipto. Esta tesis de Tokarev es plausible porque el neolítico fue el comienzo de la ganadería y de la agricultura, con la aparición de nuevas enfermedades infectadas por los animales estabulados, por la extrema incertidumbre de los resultados muy aleatorios de los primeros sembrados debido a la ignorancia del tema, incertidumbre vivencial que se agudizaba día a día al irse reduciendo rápidamente la caza disponible por el rápido cambio climático de entre los años ‑12000 y ‑10000: es muy probable que todo ello revalorizada la función protectora de las diosas madres.
Con el tiempo, sin embargo, ese contexto empezó a cambiar. Frolov sostiene que fue durante el tránsito de la edad del bronce a la edad del hierro cuando aparece un «personaje nuevo: la figura masculina cuyo atributo fundamental es un aureola por encima de su cabeza, formada por rayos radiales, incluidos los siete rayos […] El estudio de tales imágenes desde el Mediterráneo hasta la costa del Pacífico permite suponer su unión con cambios profundos en la estructura social y en la ideología de la sociedad primitiva, cambios que implicaron, entre otras cosas, el reemplazo de las mujeres por los hombres en cuanto guardianes de los conocimientos exactos y de otras esferas tradicionales de la cultura espiritual de la época primitiva»60. Conviene saber que este tránsito del bronce al hierro fue también el de la creación de armas de hierro más letales que las de bronce.
Ahora bien, este reemplazo no supondría la total desaparición de la diosa madre, sino que pese a la pérdida de poder y de referencialidad, mantendría cierta presencia como figura secundaria o terciaria, positiva o negativa según los casos, de modo que sobre ella caerán todas las alabanzas falsas y todas las verdaderas reprobaciones, como veremos. Frolov nos dice que:
A medida que cambiaba el papel social y de producción de la parte femenina de la comuna se modificaba el papel del calendario lunar, que cedió al solar sus funciones en la organización de la vida comunal de los agricultores y ganaderos. En los distintos estadios de descomposición de la sociedad primitiva, y luego en las sociedades de clases, continuaron conservándose las representaciones sobre la importancia que revestía el cálculo del tiempo según la Luna y sobre la notable significación pasada del calendario lunar61.
P. Lafargue resumió así el proceso histórico que se abría con estos cambios:
Este comunismo se mantuvo incluso mientras que los bienes mobiliarios (rebaños, esclavos, joyas, metales preciosos, etc.) se multiplicaban en el seno de las tribus bárbaras. Sin embargo, estos bienes mobiliarios, que durante millares de años serán el azote de la humanidad, al prestarse a la acumulación personal y al comercio, van a organizar la formidable revolución que despojará a la mujer de su alta posición social y empujará al hombre inconsciente a erigir sobre las ruinas del comunismo primitivo y el colectivismo consanguíneo la nefasta propiedad privada62.
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