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3. ¿Fetichismo, magia, totemismo…?
- 1. Introducción
- 2. ¿Siempre ha existido la religión?
- 3. ¿Fetichismo, magia, totemismo…?
- 4. ¿El concepto de alma presupone la opresion de clase?
- 5. ¿Diosa madre y sacrificio canibal?
- 6. ¿El karma hinduista es para la casta dominante?
- 7. ¿Sin el Estado hubiera existido el budismo?
- 8. ¿Taoismo popular contra confucionismo?
- 9. ¿Dios de los esclavos o de los amos?
- 10. ¿Dios de los amos o de los señores feudales?
- 11. ¿Dios de los señores o dios del capital?
- 12. ¿Dios de los nómadas o dios de los comerciantes?
- 13. ¿Dios o comunismo? (I)
- 14. ¿Dios o comunismo? (II)
- 15. ¿Dios o comunismo? (III)
- 16. Ateísmo marxista
La última referencia temporal que hemos hecho es la del período que va del ‑15000 al ‑12000, poco antes del final de la glaciación de Würns, de alrededor de ‑10000. Hemos visto que el canibalismo por supervivencia empezaba muchísimo antes, los estudios sobre Atapuerca en ‑900.000 así lo confirman. Vemos como hipótesis muy plausible que el canibalismo de solo hace 10.000 años descubierto en lo que ahora es Alicante, fuera una respuesta doble –ritual y de supervivencia– al impacto destructor que supuso el final de dicha glaciación.
Sin embargo, bastantes de esos profundos cambios serían interpretados con las normas y valores formados durante las decenas de milenios anteriores. En lo que toca a la evolución de mitos, creencias y religiones, es incuestionable la permanencia hasta ahora de raíces esenciales, como hemos visto arriba en la inextinguible continuidad de las conexiones entre zoomorfia y antropomorfia en el cristianismo, como veremos.
Para ubicar bien este largo, complejo y múltiple caminar, debemos hacer un sucinto repaso de la historia de las creencias desde el fetichismo y totemismo, etc., y de las religiones poli y monoteístas en su primera fase, la que llega hasta la irrupción del fetichismo de la mercancía con el modo de producción precapitalista, momento en el que el poder opiáceo de la religión da un salto en calidad. Estudiaremos primero la evolución de las creencias desde el período en el que empezaron a surgir y, después, el impacto del primer urbanismo en las religiones. A. Spirkin es autor de una de las mejores explicaciones del surgimiento de las creencias y de las religiones:
La condición para el surgimiento de la religión no es simplemente el nivel bajo de las fuerzas productivas y de las relaciones sociales de producción, sino un nivel suficiente para formar el pensamiento abstracto y las necesidades teóricas, pero insuficiente para su orientación acertada y consecuente […] Todo el tejido caprichoso y abigarrado de la religión primitiva es una cadena ininterrumpida de tentativas de frenar las fuerzas naturales por medio de actitudes falsas, surtir efectos deseados sobre un hombre o evitar la actividad desfavorable de las fuerzas de la naturaleza (por medio de brujería, oraciones, rogativas, amenazas, etc.). Fuera de esta apremiante necesidad vital del hombre primitivo el hecho del surgimiento de la religión parecería un milagro. Pero la religión no es ningún milagro. Se iba constituyendo en el curso de la lucha dramática del hombre contra la naturaleza, lucha diaria, donde el hombre recurría no solo a medios razonables, sino, a falta de estos, a medios ilusorios como la brujería y magia. La religión no surgió de la vana curiosidad, formulando preguntas si existían o no los espíritus, el alma, dios. Al hombre, en primer lugar, le interesaba el problema de cómo cazar una fiera, curar una dolencia y evitar la muerte, cómo prever un ataque sorpresivo de una tribu vecina, etc. Sin la necesidad material de influir sobre el mundo y el hombre, no podría haber surgido ninguna religión, del mismo modo como no podría haber surgido la conciencia en general1.
Más adelante, Spirkin sostiene que:
La premisa subjetiva del surgimiento de la religión es la relativa autonomía del pensamiento humano. Toda la trama de las invenciones religiosas está tejida por hilos reales, de las propiedades y relaciones reales entre las cosas por vía de su divorcio mental de unas cosas y de sus atribuciones a las otras por vía de sus combinaciones artificiales, su exageración e inflación hasta magnitudes fantásticas. […] Toda generalización y abstracción que conduce a la formación de un concepto es, por una parte, la separación de la realidad; más por la otra, su reflejo más profundo y fiel. Si la primera parte en la formación del concepto conducía su absolutización hacia la religión y el idealismo, la otra conducía a la ciencia. […] Pero la conciencia ilusoria tiene raíces no solo intelectuales, sino también emocionales, el ciego terror ante los poderes incompresibles de la naturaleza. […] Si la cualidad determinante del contenido de la conciencia religiosa es la creencia en lo sobrenatural, el decisivo estímulo psicológico de la fe es el ciego terror, la sensación de impotencia, no iluminados por el auténtico conocimiento. En la agitada fantasía, que tiene un contenido objetivo, irrumpen también los momentos subjetivos como recursos inadecuados de elaboración de los datos traídos por los órganos de los sentidos2.
Recurriendo a una extensa bibliografía sobre las formas de vida, pensamiento y creencia de pueblos que incluso desconocían los metales, Spirkin asegura que «el hombre primitivo vivía y se desarrollaba no gracias a sus invenciones religiosas y a las prácticas relacionadas con estas, sino a pesar de ellas. En caso contrario perecería. Precisamente las prácticas racionales podían fijar en el cerebro por la vía indirecta tanto las ideas correctas como las erróneas. Es muy importante comprender la relación del pensamiento con la práctica»3. Y debido al ingente cúmulo de obstáculos objetivos, peligros y limitaciones de la experiencia, las lecciones válidas extraídas de la práctica encontraban muchas dificultades para desplazar a las creencias erróneas. El miedo, la subjetividad temerosa ante lo nuevo, estas cadenas mentales mantenían con vida las creencias erróneas «porque el hombre siempre busca alguna posibilidad para interpretar uno u otro acontecimiento en un sentido favorable para su fe ciega o para su sentimiento deprimido»4.
Podemos resumir la visión de Spirkin en conceptos analíticamente diferenciados pero interconectados en la creencia: uno es la «personificación» que consiste en creer que la naturaleza, los ríos y bosques, los animales, son personas, son «gente» como nosotros; otro es el totemismo, por el que los pueblos se sienten herederos o partícipes de las cualidades de ciertos animales u objetos; otro es el fetichismo, que es «la creencia errónea del hombre de que entre los objetos y las personas, y también entre los vocablos y sus sentidos existen además de los naturales, relaciones y vínculos ocultos, sobrenaturales; que las fuerzas malas y buenas que residen en las cosas y en sus denominaciones pueden influir positiva o negativamente en el destino del hombre»5: la magia es el método de influir sobre los fetiches buenos y malos; y el animismo que «es la falsa creencia en que los hombres, los animales, las plantas e incluso los objetos, a la par con su forma visible percibida sensoriamente, poseen su principio especial activo y autónomo: el alma»6; y la mitología, que «es una forma de reflexión fantástica de la realidad, donde los objetos y fenómenos de la naturaleza, los animales y las personas se presentan como manifestaciones de seres sobrenaturales parecidos a animales u hombres»7.
Por su parte, mediante un sistemático estudio multidisciplinar –arqueología, antropología, lingüística, folclore, etnografía, etc.– el historiador V. Chertijin ha formulado un listado de diez creencias antiguas, anteriores al capitalismo, muchas de las cuales surgieron al poco de que nuestra especie empezase a articular conceptos básicos creando otros más más cargados de simbolismo. El autor los detalla en su grado ascendente de complejidad, que resumimos aquí:
El fetichismo que consiste en venerar objetos y fenómenos de la naturaleza.
La magia que consiste en creer que puede influirse en los fetiches u otras fuerzas mediante determinados ritos y conjuros.
El totemismo que consiste en creer que determinados fetiches, animales o fenómenos son los antepasados del grupo y sus protectores, a los que el grupo se dirige mediante la magia u otros métodos.
El animismo que consiste en creer que el tótem y el fetiche del grupo, del clan, o la naturaleza circundante tienen «alma» o «espíritu» propio.
El chamanismo que consiste en creer que determinadas personas del grupo son las encargadas o las más capacitadas para obtener favores de los espíritus.
El culto a la naturaleza que consiste en creer que las plantas, ríos, el sol, la luna, diversos animales son los principales objetos de adoración.
El animatismo que consiste en creer que determinadas personas del grupo, jefes de clan, chamanes, etc., además de objetos o animales, pueden concentrar fuerzas sobrenaturales amorfas.
El culto a los antepasados-protectores que consiste en creer que los antepasados humanos, que no solo el tótem, pueden proteger o protegen al grupo.
El culto a los jefes tribales que consiste en creer que los jefes tienen poderes superiores y deben ser adorados, es una conclusión lógica de todo el devenir anterior.
Los cultos agrícolas y ganaderos que consiste en creer en fuerzas que rigen los ciclos ganaderos y agrícolas8.
V. Chertijin –como Spirkin y otros estudiosos– sostiene que estas formas de creencia se entremezclan y superponen, evolucionan y adaptan en sociedades concretas según múltiples circunstancias que exigen estudios particulares, pero insiste en que tienen un denominador que les une: «En todas estas creencias hay un momento de veneración de algo sobrenatural, algo que está por encima del mundo real, algo que domina ese mundo […] El mundo sobrenatural creado con la ayuda de la imaginación y colocado por encima del mundo real fue el resultado de la impotencia y de la debilidad del hombre primitivo, oprimido por las fuerzas de la naturaleza»9. Pero aún y todo así, las formas más desarrolladas de estas creencias todavía no son religiones en su sentido pleno.
El autor detalla los rasgos característicos fundamentales de este desarrollo. Por ejemplo, la dependencia a la naturaleza inmediata del totemismo: para los aborígenes australianos que vivían en la costa, más del 60% de sus tótems eran peces o animales marinos, mientras que esa cantidad se reducía al 8% en las tribus del interior10. La creencia de que en estos objetos, personas y animales existe alguna fuerza superior, empieza ya a acercarse al concepto de «espíritu», «alma», etc., separada del cuerpo, con algún poder sobre el destino humano, de modo que: «Para conmover a los espíritus y para inclinarlos a su favor los hombres empezaron a hacer sacrificios, a menudo incluso sacrificios humanos, para obtener favores de los dioses.
Así, en el Perú antiguo todos los años inmolaban a los espíritus de la naturaleza varios chicos y chicas de diez años de edad»11. En la costa norte de Perú se estudian desde 2018 los restos de 224 niños de una edad de entre 4 y 14 años sacrificados hace unos 1.400 o 1.200 años, con un ritual de la cultura Chimú para aplacar las catástrofes naturales relacionadas con el fenómeno climático Niño. Cerca, en la Pampa la Cruz se encontraron 56 niños sacrificados y en Huanchaquito otros 140 niños y 200 llamas de hace 1.450 o 1.400 años de antigüedad12. Quedémonos con esta referencia a Perú porque volveremos a los sacrificios en este continente.
De todos modos, el autor sostiene que el desarrollo social no fue debido a los avances en las creencias ni a las hipotéticas ayudas y consuelos que estas aparentaban ofrecer, sino al contrario, afirma que «la fe en lo sobrenatural no hacía más que estorbarle en esto»13. Ya desde su origen, las creencias y luego las religiones fueron un obstáculo para la libertad. Basta saber cómo se entendía el «temor a dios» en el antiguo Israel para cerciorarnos de sus nefastas consecuencias. H. Walter Wolff, estudioso de la Biblia, resume así la relación entre conocimiento y temor de dios:
Según una experiencia hecha con frecuencia, el principio de sabiduría es el temor de Dios (Prov 1;7; 9,10; 15,33; Job 28,28; Sal 111,10) Esto vale para actitud profesional, para una conducta inteligente, así como para decisiones en el campo social y político. El que quiera juzgar rectamente al hombre en lo referente a sus posibilidades, tiene que medir la importancia que el temor de Dios tiene para sus ideas14.
A miles de kilómetros de distancia de Israel y en otro medio geográfico diferente en todo, el chamán Aúa trataba de explicarle al explorador Knud Rasmussen por qué los esquimales se aferraban a sus creencias para aguantar los miedos que sentían prácticamente a todo:
Tenemos miedo al mal tiempo, contra el cual debemos luchar para arrancar nuestro alimento al mar y a la tierra. Tenemos miedo a la miseria y al hambre de nuestras frías chozas de nieve. Tenemos miedo a las enfermedades que observamos a diario en torno de nosotros. No tenemos miedo a la muerte, sino a los sufrimientos. Tenemos miedo a los hombres muertos y a las almas de los animales que matamos en la caza. Tenemos miedo a los espíritus de la tierra y del aire.
Por eso nuestros antepasados se armaron con todas las reglas antiguas del vivir, elaboradas por la experiencia y sabiduría de generaciones.
No sabemos, no adivinamos por qué, pero las cumplimos, para que nos sea dado vivir en tranquilidad. Y somos tan ignorantes que, a pesar de todos nuestros conjuradores, tememos a todo lo que no conocemos. Tememos a lo que vemos en torno de nosotros y tememos aquello que relatan las leyendas. Por eso nos atenemos a nuestras costumbres y cumplimos nuestros tabúes15.
Para los esquimales, cumplir los tabúes y las costumbres era lo mismo que el temor a dios de los antiguos hebreos y Tokarev está en lo cierto cuando refiriéndose a la generalidad del miedo religioso, dice que «es esta una psicología muy típica de hombre creyente, que no reflexiona, ni formula preguntas, porque tiene miedo al castigo sobrenatural, en último término teme al hambre, al sufrimiento y a la muerte»16. Un informe del siglo XVIII sobre la religión en las Islas de la Sociedad, en Polinesia, separada por miles de kilómetros de mar de esquimales y hebreos, describe entre otras cosas, lo siguiente:
Ni siquiera al más celoso ministro de cualquier divinidad se le podía ocurrir que el objeto de su adoración y sumisión pudiera darle pruebas de cariño y benevolencia; incluso a él mismo, con todo su celo y devoción, le era ajeno todo sentimiento que pudiera pasar por cariño. El terror era la causa secreta del enorme poderío de los dioses. El terror era el motivo principal, y a veces único, que determinaba los actos de los ministros más tenaces de aquellos dioses17.
En su texto, Spirkin reproduce la siguiente descripción que hace E. Vrangel de lo aprendido en su convivencia con los esquimales:
Es difícil imaginarse qué grado alcanza la hambruna entre los esquimales cuya existencia depende únicamente de eventualidades. Con frecuencia ya a mediados de verano la gente se alimenta de cortezas de los árboles y de pieles que servían antes de lecho y ropa. Un reno atrapado o cazado por casualidad se reparte entre los miembros de toda la gens y es comido literalmente todo, con los huesos y la piel. Todo, las vísceras, los huesos y las astas convertidos en polvo sirve de alimento porque hay que llenar de lo que sea el estómago desgarrado por el hambre. Durante nuestra permanencia aquí la llegada de los renos era único tema de conversación. Por fin, el 12 de setiembre, en la orilla derecha del río… apareció la salvación de los aborígenes: un rebaño enorme de renos cubrió todas las colinas del litoral. Sus astas ramificadas oscilaban como enormes franjas de arbustos. Desde todos los lados de precipitaron yacutos, lamutas y tungures a pie y en botes con esperanza de que una buena caza terminaría con las penurias. La alegria animó todos los rostros y todo presagiaba abundantes trofeos. Pero de pronto se hoyó un clamor angustioso: «El reno retrocede». Vimos que toda la manada, probablemente asustada por la multitud de cazadores, se alejó de la orilla y desapareció en las montañas. La desesperación tomó el lugar de la esperanza. Era desgarrador ver al pueblo que perdió de golpe todos los medios de mantener su pobre existencia. Era terrible el cuadro de dolor y desesperación general. Las mujeres y los niños gritaban y gemían, gesticulaban y clamando caían sobre la tierra, escarbándola y arrojando la nieve, como si prepararan su tumba. Los ancianos y los padres de familia estaban de pie, callados, mirando como exánimes las colinas por donde desapareció su esperanza18.
La precariedad de la vida esquimal, o de cualquier otro pueblo con muy reducidas fuerzas productivas, aparece aquí crudamente: la esperanza de vida se esfuma en un instante porque los renos intuyen el peligro y retroceden. El temor a que los renos no aparecieran ese año buscando pastos, o aparecieran demasiado tarde, corroe la vida de los pueblos dependientes de factores externos. Donde impera el temor absoluto a cualquier forma que adquiera dios, el terror a las fuerzas sobrenaturales, no cabe moralidad ninguna, ya que la libertad de conocimiento y decisión es la base de la elección moral y de la elaboración ética. Dado que el conocimiento y con él las relaciones humanas han de estar supeditadas al temor a dios, cuanto más fuerte es este más débiles son aquellas. Por esto, Spirkin define así a la religión:
La esencia de la forma religiosa de la conciencia consiste en la reflexión fantástica y desnaturalizada de las fuerzas naturales y sociales que dominan a la gente y en los sentimientos de esperanza, temor y veneración de estas fuerzas consideradas como manifestaciones de los poderes sobrenaturales19.
Durante muchos milenios, desde luego bastante antes del dios terrible del Antiguo Testamento, el temor a espíritus, fuerzas sobrenaturales, diosas y dioses, etc., ha frenado siempre la lucha valiente por la libertad humana. Este combate que se agudiza en nuestro tiempo es decisivo para entender qué es la esencia de la religión, que niega que, sin dios, pueda existir la moral y la ética como elementos básicos de la libertad, del derecho… Para comprender que estamos ante una de las críticas insuperables de la religión desde su origen, veamos qué importancia crucial tiene ahora para centenares de millones de personas que se debaten entre su temor a dios y sus necesidades vitales en cuestiones decisivas como la salud, las drogas, los derechos sexuales, la afectividad, las libertades concretas. R. Holloway detalla cómo va avanzando una moralidad que no tiene miedo a dios, y dice:
La condición humana es propensa al dolor, la soledad y el descontento. La forma tradicional de hacer las cosas proporcionaba seguridad, aparte de oportunidad para los malos tratos y el desprecio. Por eso siempre sentimos la tentación de mirar atrás y añorar los lugares que hemos abandonado, aunque no nos sintiéramos particularmente felices cuando estábamos allí […] La primera característica de esa nueva y ligera tradición moral será el principio de consentimiento. Así como la obediencia a los mandatos de la autoridad –Dios, el Estado o cualquier otra fuente de poder– era el rasgo dominante de las antiguas tradiciones, hoy lo es el consentimiento de la razón y los sentimientos. En la actualidad, una política particular debe convencernos mediante argumentos coherentes y buenos resultados20.
La obediencia aterrorizada o simplemente miedosa a los espíritus o diosas y dioses, el temor a dios, hacía que se malgastase mucho esfuerzo en los ritos y en los sacrificios, en los enterramientos en los que se dilapidaban bienes muy costosos de producir y, sobre todo y ya más adelante, se añadían esposas, esclavas y esclavos, y animales que eran sacrificados para servir a su amo en la supuesta otra vida: «La religión ha infundido siempre en el hombre la esperanza de una ayuda sobrenatural debilitando su lucha por el progreso social. El desarrollo progresivo de la sociedad no se ha llevado a cabo gracias a la religión sino a pesar de ella […] La religión ha constituido también un gran prejuicio material para la sociedad, ya que los sacrificios, los enterramientos y los demás ritos, han obligado al hombre a gastar de forma improductiva sus bienes de por sí escasos, sus alimentos, etcétera»21, como se verá más adelante.
Según avancemos en nuestra exposición veremos cómo se ha llegado al grado actual de lucha entre el avance del conocimiento y la coherencia, con sus límites, y la contraofensiva actual del oscurantismo temeroso de dios, base de todas las religiones desde su origen ya que es una de sus señas de identidad, al margen de las formas que adquieran los fetiches, los tótems, las ánimas, los y las chamanes, etcétera; y veremos cómo la Iglesia propagó en la Edad Media el terror al infierno. No debemos creer que tanto el temor de dios va en retroceso imparable. No. Ch. Hitchens describe las cuatro prácticas que demuestran que «la religión no solo es amoral, sino positivamente inmoral»: «Presentar una imagen falsa del mundo para los ingenuos y los crédulos. La doctrina del sacrificio de sangre. La doctrina de la expiación. La imposición de tareas y normas imposibles»22. Las cuatro se practican ahora mismo por las tres religiones llamadas monoteístas. La segunda, el sacrificio de sangre, también, como veremos en su momento.
Han sido necesarios varios miles de años para que, ahora, podamos debatir sobre los cuatro puntos de CH. Hitchens sin correr demasiado riesgo de ser quemados vivos en la hoguera para agradar a dios. Siempre es conveniente tener en cuenta la escala histórica. Por eso, volvemos a V. Chertijin:
Los hombres primitivos, que desconocían la estratificación según las clases, que ignoraban la desigualdad de propiedad y la explotación y los explotadores, se imaginaban el mundo de ultratumba igual para todos. Originariamente, con el mundo de ultratumba no se relacionaba la idea del castigo a los pecadores por sus pecados y la idea de la recompensa a los virtuosos. En el mundo de ultratumba de los hombres antiguos no había ni infierno ni paraíso […] Para conmover a los espíritus y para inclinarlos a su favor los hombres empezaron a hacer sacrificios, a menudo incluso sacrificios humanos23.
Estas prácticas rituales adquirieron «una gran difusión […] como un regalo más generoso al ser sobrenatural […] existieron en el culto no solo de la religión primitiva, sino también en el culto de los estadios siguientes de la religión»24. Muy probablemente el «regalo más generoso» que un grupo humano podía hacer a sus espíritus protectores era el del sacrificio de carne, fuera sobre todo humana, o en forma de otro animal como sustitución, ya que «la carne es un sinónimo de poder que ha imperado a lo largo del tiempo»25, desde hace dos millones de años. Y lo más significativo, desde la perspectiva de una ética evolucionista y por tanto atea, es que, como dijera Marylène Patou-Mathis, el canibalismo es típicamente humano porque es algo muy elaborado ritualmente26. Según K. Deschner:
El ritual de comerse a un dios es muy antiguo y la creencia en la unión con él mediante su comida y bebida algo muy conocido en la historia de la religión. A ojos vista –en sus distintas formas litúrgicas y en una línea continua– va desde la antropofagia, extendida por el mundo entero, pasando por las jamadas totémicas de los australianos, el disfrute de la carne cruda en el culto de Dioniso, las comidas sagradas de las religiones helénicas de misterios hasta llegar a la eucaristía27.
¿Cómo se llegó al canibalismo sagrado de la eucaristía cristiana, que representa un salto en la fetichización sagrada del ser humano? Veámoslo: Ambrogio Donini fue un prestigiado historiador de las religiones que por su coherente militancia antifascista tuvo que abandonar la Italia de Mussolini en 1929, desarrollando su potente capacidad investigadora en el exilio. Luego la continuó en Italia siempre dentro de una praxis revolucionaria, esto hizo que la cada vez más poderosa industria político-cultural burguesa, apoyada por la Iglesia, hiciera lo imposible por desprestigiar y ocultar sus decisivos descubrimientos. Sobre el origen de las creencias A. Donini sostiene que:
Se produjo un laborioso proceso hasta que el hombre llegó a tomar conciencia, en términos de experiencia religiosa, de las nuevas estructuras de la vida asociada. La pluralidad de las formas de organización económica y social creó la pluralidad de los dioses. Lo que se llama politeísmo corresponde pues a la etapa más antigua de la evolución religiosa. Y fue necesaria la formación de las primeras grandes monarquías esclavistas en Egipto, Asiria y Babilonia, en México y en Perú, en el mundo mediterráneo y en los valles de los grandes ríos de Asia central-oriental, para que nacieran fatigosamente las primeras teologías monoteístas.
Son los hombres quienes han creado a los dioses a su imagen y semejanza. Son los hombres quienes han conferido a la divinidad las formas que reflejan el desarrollo de su actividad productiva y de su experiencia social. No podía surgir la idea de un solo Señor del cielo antes de que surgiera el primer régimen de un solo señor en la tierra28.
Quedémonos con esta última frase: «No podía surgir la idea de un solo señor del cielo antes de que surgiera el primer régimen de un solo señor en la tierra», porque es el secreto del monoteísmo, por un lado, y más adelante, ya en el modo de producción capitalista, de la nueva forma de la religión basada en el fetichismo de las mercancías. Ya hemos dicho que el acontecimiento decisivo que sentó las bases para que, con varios miles de años, surgiese la adoración al señor en la tierra idealizado como señor del cielo, fue el relativamente rápido calentamiento de la Tierra que acabó con la glaciación de Würns, obligando a determinados grupos humanos a avanzar al neolítico, la agricultura y ganadería, y a las primeras ciudades. Las nuevas contradicciones sociales, desconocidas hasta entonces, creadas por las ciudades están en la base del salto de las creencias y ritos iniciales a las religiones politeístas y luego monoteístas.
Ch. L. Redman dice escuetamente que:
El desarrollo del concepto de «propiedad» fue un factor esencial de las civilizaciones antiguas. Las bandas de cazadores y recolectores del pleistoceno tenían nociones básicas de territorialidad y también de propiedad privada respecto a sus propias armas. Con el advenimiento de las comunidades agrícolas sedentarias, aumentó el esfuerzo invertido en los objetos materiales, de modo que entonces la inversión de tiempo que comportaba la construcción de casas y la necesidad de almacenar grandes cantidades de alimentos engendraron la noción de propiedad privada. En las aldeas igualitarias, la mayor parte de la tierra y de los utensilios eran propiedad de la comunidad. La instauración de la propiedad privada fue un proceso lento, paralelo al surgimiento de las sociedades jerarquizadas y estratificadas. La formalización e institucionalización de la propiedad privada como un mecanismo regulador esencial se llevó a cabo en el seno de las comunidades que conocieron la irrigación, la especialización artesanal y la estratificación social. En este sentido, la propiedad privada de los recursos productivos y el acceso diferencial a ellos formaron la base de la sociedad estratificada. Aunque la propiedad (por ejemplo, la inexistencia de un acceso libre a los bienes) adquirió un status formal con las primeras ciudades, es probable que ya existiera durante el sexto milenio. Los sellos de Çatal Hüyük y de los yacimientos tipo Halaf, y las marcas de ceramista en la cerámica tipo Samarra, documentan la importancia creciente de la comunicación simbólica respecto a la regulación administrativa o a la propiedad de los bienes materiales. A esta época también podría remontarse el acceso restringido a las tierras cultivables. La autoridad sobre la propiedad de la tierra cambió considerablemente durante los estadios posteriores al advenimiento de la civilización. Es probable que, hasta el sexto milenio, la tierra fuera propiedad de toda la comunidad, pero a partir de entonces podría haber empezado a caer en manos de reducidos grupos privados29.
Estamos ante una descripción aséptica, fría y neutralista de la historia antigua, que silencia sus contradicciones internas crecientes y las violencias unidas a ellas. Una investigación mucho más afinada permite a V. Masson sostener que «torrentes de sangre cubrían el camino que conducía a la cima de la civilización»30. Esta es la frase con la que el autor sintetiza el demoledor estudio sobre el papel de la violencia en el tránsito del comunismo primitivo a las primeras formas estatales creadas para garantizar la propiedad privada, y eso que el autor no distingue las múltiples formas de violencia, como por ejemplo la violencia contra la mujer, que la engloba en la totalidad. Como adelantándose a la versión dada por Ch. L. Redman, el autor insiste en que:
En las últimas etapas del régimen primitivo, la aristocracia ya poseía privilegios sociales de bienes más o menos registrados, debido a lo cual regía los asuntos generales y controlaba la distribución de los productos. Con frecuencia las guerras exteriores o el proceso de asimilación de tierras nuevas estimulaban las tendencias autoritarias del jefe y gobernante supremo. Señalemos también que, al monopolizar el derecho a distribuir los bienes materiales, el poder del jefe-líder adquiere así funciones económicas. Estos procesos dan por resultado que el jefe-líder subordina poco a poco a su poder el aparato transformado de la autogestión comunal y, con ayuda de este, encabeza la organización social del proceso laboral. Desde este momento, los miembros de dicho aparato, en virtud de su posición, participan de una u otra forma en la apropiación de gran parte del producto social31.
El surgimiento del poder de las castas y clases explotadoras, tensionaba las relaciones sociales previas, relaciones basadas en diversas formas de propiedad colectiva, comunitaria: para decirlo más correctamente, en diferentes expresiones del comunismo primitivo.
G. Bueno sostiene que durante esta larga antropogenia y debido a la necesidad de supervivencia, la especie humana creó lo que ahora el cristianismo define como las «tres virtudes teologales» –fe, esperanza y caridad – , que supuestamente dios nos infunde para ayudarnos a convivir en armonía y paz. En realidad, surgieron como respuesta a las condiciones de supervivencia muy duras. La fe surgió conforme se aprendía que los rastros, pistas e indicios dejados por los animales, los colores y olores de las plantas, etc., podían facilitar su captura o recolección; o sea, fe en las capacidades aprendidas tras errores y aciertos, fe en el método de caza y la recolección. La esperanza, fue apareciendo conforme el método demostraba ser efectivo y aunque fallase una o muchas veces, en bastantes de los intentos terminaba aportando algo de comida: se tenía esperanza más o menos fundada de éxito mediante la fe en el método. Y la caridad se fue asentando según la especie humana iba comprendiendo que su supervivencia colectiva dependía del reparto social, comunal, de los alimentos recolectados en el ramoneo y en menor medida en la caza32.
Gustavo Bueno se centra en la caza, pero su tesis vale incluso más para la recolección de bayas, frutos, raíces, plantas, hongos y setas, buena madera, pesca, etc., es decir otras formas de obtener energía que requieren un conocimiento más profundo y prolongado que el más simple y sencillo de seguir la pista de un animal de mediano o gran tamaño. Era necesario completar las tesis de G. Bueno para comprender en su pleno sentido cómo se fue desarrollando otro valor central para la supervivencia colectiva:
Las ideas de comunión o de identificación se combinan con la idea marxista de subordinación de la religión a la economía, lo que equivale acaso, simplemente, a entender la religión primitiva como una alucinación (un mecanismo de mentalidad prelógica o un efecto de la falsa conciencia, aunque justificado por su contenido pragmático). El resultado es una acumulación, por yuxtaposición «polinómica», de perspectivas heterogéneas. Esto aparece muy claro en la utilización habitual del concepto (polinómico) de factor: factor religioso, factor económico, factor mágico. Lo que no es otra cosa que, ya es bastante, sino la expresión misma del análisis de las reliquias desde las categorías del presente33.
Debemos empezar teniendo en cuenta que conceptos básicos como utilidad, perjuicio, bien, mal, igualdad, amistad, propio, ajeno… surgieron muy tarde en la historia humana por el limitado desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones sociales, lo que hace que, en aquellos pueblos «la regulación moral de la conducta solo se inicia, y la propia moralidad se constituye ante todo, no tanto de formas racionales (conceptos, principios, argumentaciones) como de emociones sensoriales palpables»34. Luego otros conceptos más precisos como fe, esperanza, caridad, comunión, identificación…, ocultan valores humanos colectivistas, van unidos en la supervivencia a otros valores como el positivo de decir la verdad, que luego sería enunciado en su sentido negativo de «no mentir»: hay que avisar del peligro, de los recursos de agua, el mal tiempo que se acerca, del lugar de las bayas y de los árboles con frutos, de las manadas de animales…
Hay que salvar al enfermo, hay que ayudar al herido, hay que proteger al recién nacido… exigencias de ayuda mutua que luego se expresarían en forma negativa: no matarás. Hay que cuidar las pocas reservas de alimentos y pieles para el consumo colectivo… exigencias que luego serán dichas en negativo: no robarás. La base de esta ética y de sus formas morales no era otra que la igualdad. Según P. Lafarge:
La idea de justicia estaba tan estrechamente unida a la del reparto de tierras, que en griego la palabra nomos que significa uso, costumbre, ley, tiene por raíz nem, que da origen a una numerosa familia de palabras que contienen la idea de pasto y reparto35.
Y según A. Spirkin:
El principio de la igualdad se observaba con especial rigor en la distribución de las parcelas de tierra entre los miembros de la gens. La repartición de la tierra comunal se practicaba anualmente de acuerdo con la cantidad de familias de la comuna gentilicia. Es curioso que, según las observaciones etnográficas, la longitud de las varas de medición en algunos pueblos estaba en proporción inversa a la fertilidad del suelo. El suelo más feraz se medía con una vara más corta y el más pobre, con la más larga. La influencia de los procedimientos de la agrimensura se demuestra en la formación de las palabras que denotan los conceptos morales: por ejemplo, las palabras «rectitud» y «derecho» tienen sentido no solo geométrico, sino también moral36.
Dicho de otro modo:
El aspecto más destacado en la esfera moral del hombre de la sociedad gentilicia fue el principio del reparto de los productos del trabajo […] En las interrelaciones entre los miembros de la gens se consideraba censurable no la apropiación de lo ajeno, sino la falta de deseo de dar y compartir con otros; y se consideraba buena la mutua generosidad, la fidelidad a la colectividad, la valentía, la fuerza de carácter, la rectitud, el sentimiento de dignidad propia, el autodominio y la estricta observación de las obligaciones de uno hacia el otro y a la gens en su totalidad. […] La literatura etnográfica abunda en descripciones de ejemplos de valentía y lealtad de los miembros hacia sus congéneres. Así, por ejemplo, Charles Darwin cita un caso en el que tres indios patagones se dejaron fusilar uno tras otro sin traicionar los planes militares de sus camaradas37.
A mediados de la década de 1980 se mantuvo en la URSS un debate muy enriquecedor sobre la historicidad de lo que ahora denominamos Estado y Derecho. Todos los participantes coincidían en que no pueden utilizarse los conceptos actuales de Derecho y de Estado –tampoco el de «propiedad»38– al Oriente Antiguo, a Mesopotamia, India, China, Grecia e incluso a África. Podemos resumir el debate en esta cita:
El hecho de que en todas las sociedades antiguas, sin excepción, los primeros legisladores fueran considerados individuo legendarios o semilegendarios, héroes correspondientes a diferentes culturas e incluso divinidades testimonia con elocuencia la trascendencia que tenía el Derecho para la sociedad. Sin embargo, recalquemos que la sociedad consideraba ese acto no como una innovación, sino como la corrección de las injusticias surgidas, o sea, como restablecimiento del viejo orden, aunque fuera de un modo renovado. Así por lo menos ocurría en la antigua Mesopotamia. La psicología social de la temprana sociedad de clases estaba enteramente orientada al pasado, a la época de la igualdad primitiva. Percibe con dificultad fenómenos tales como la desigualdad de bienes, con sus consecuencias, o sea, cuando unos pocos se hacen todavía más ricos y muchos pierden los bienes e incluso la libertad. Prácticamente toda la sociedad experimenta esta presión de la psicología social39.
La permanente orientación al pasado era y es debida a la naturaleza básica de la creencia religiosa, al margen de su grado de evolución, porque está atada a una causa primera anterior, eterna. Esto hace que cualquier intento de lucha contra la injusticia realizado desde versiones no oficiales, denominadas heréticas, de la religión no puedan mirar nunca hacia el futuro como superación dialéctica del pasado, sino como «eterno retorno» al pasado pero «sin pecado». E. Bloch lo planteaba así en dos densos apartados: «Jesús y el Padre: la serpiente del Paraíso como Salvador; los tres misterios del deseo: Resurrección, Ascensión a los cielos, Retorno», o también: «Fanatismo y sumisión a la voluntad de Alá: Mahoma»40. Volveremos a la misma impotencia cuando estudiemos la teología de la liberación.
Pero esta atadura irrompible al pasado no anula, aunque sí indica, los límites de una de las regles elementales del comunismo primitivo:
[…] una regla sumamente importante: la igualdad […] Por esta razón, los vocablos «propio» y «ajeno» en la conciencia de los hombres primitivos tienen significado moral: todos los «suyos» encarnan el principio «bueno», afín, y los «ajenos», lo peligroso, lo hostil, lo maligno. De ahí, la peculiaridad de la moral de la organización de la comunidad primitiva: reviste carácter extremadamente local, solo se extiende a los integrantes de la gens, de la tribu, pero no a los otros, a los «ajenos» (por ello, en la relación con los «ajenos» tienen tanta importancia las costumbres de adopción, fraternización)41.
O, dicho de otra manera:
Cualquier acto infractor de los usos y hábitos generalmente establecidos iba en contra de los intereses de la gens y acarreaba una condena colectiva. Normalmente era suficiente la exhortación o la amonestación para hacer frente a las contravenciones y solo en casos excepcionales (y posiblemente en un estadio tardío de la comunidad gentilicia) se recurría a medidas más severas y, especialmente, a la expulsión de la gens.
La colectividad gentilicia en su conjunto velaba por la observancia de los usos y hábitos establecidos, en los que se conjugaban los intereses sociales y personales. Así, los componentes de la gens se hallaban obligados a defenderse los unos a los otros contra cualquier clase de peligro o ataque. La muerte violenta de un integrante de la gens por un extraño imponía el deber de venganza de la sangre a todos los miembros de la comunidad. En las relaciones, tanto dentro de la gens como entre diversas gens, regían los usos establecidos a lo largo de los siglos e imperaba un severo orden. La solidaridad social era más estrecha y vital, regida por esas normas sociales tan distintas de las jurídicas42.
Estos valores positivos y necesarios eran aplicables solo en el interior del grupo o en todo caso y en situaciones especiales a otros grupos, hordas y clanes con los que existían relaciones de solidaridad y ayuda mutua. A. Guséinov explica las tres razones por las que la «filantropía», entendida como «amor al hombre», no podía existir en estas épocas: una, porque solo surge en sociedades donde las personas son ajenas unas a otras; dos, porque esas personas se diferencian material y socialmente; y tres, porque a la vez existe una ideología altruista que defienda la necesidad de amar y ayudar a las personas necesitadas43. Las tres razones se desarrollarán en la sociedad clasista, en la que las personas enriquecidas y dominantes practicarán la caridad y la filantropía sobre las personas empobrecidas y explotadas para, entre otras finalidades, aparentar un mínimo humanismo y engañar a los y las oprimidas. Según A. Guséinov y en base a los datos disponibles sobre las sociedades gentilicias consanguíneas:
La filantropía no podía existir en la sociedad primitiva. La ayuda mutua colectiva en las condiciones de la vida comunal era la forma normal, natural, de actividad vital. No necesitaba fundamentación especial. Necesitaban de fundamentación, más bien, los elementos de enajenación egoísta que se observaban en aquella época. La gens conoce y cumple estrictamente sus obligaciones respecto a los niños, ancianos, enfermos y mutilados de guerra. La costumbre regulaba todas las relaciones entre los hombres. Incluso en los que se arrojaba a los padres ancianos desde una roca, se trataba de una costumbre salvaguardada, ante todo, por los mismos que debían terminar su vida de ese modo tan poco común. En las relaciones dentro de la gens, dentro del clan, no había grietas para afianzar por medio de actos de magnanimidad. El hombre primitivo no estaba preparado para esos actos y, en ese sentido, evidentemente, merecía por completo llamarse salvaje. En lo que atañe a las relaciones al margen de la comunidad, dentro del clan, allí, como hemos señalado, reinaba un sistema opuesto de valores. «Los extraños» apenas se consideraban hombres. Con ellos no se andaba con ceremonias y ellos no podían contar con la generosidad. En una palabra, la ausencia de la filantropía era, en igual medida, una expresión de la fuerza moral como de la debilidad del régimen gentilicio44.
La «caridad» a la que se refiere Gustavo Bueno, en realidad era ayuda mutua colectiva o en todo caso reciprocidad, pero dentro de un marco muy restringido. La filantropía surge bastante más tarde porque sus tres características básicas surgen cuando las personas se han vuelto ajenas unas de otras; cuando se diferencian por su situación social y material; y cuando aparece al menos formal, cínica e hipócritamente la idea de amar y ayudar al prójimo45, o sea con el cristianismo con la doble moral de los «sepulcros blanqueados». El «amor al hombre» terminaba en los lindes del colectivo humano concreto, o en todo caso en los de los grupos con los que tenía alianzas renegociadas con ceremonias colectivas. De entre la abundancia de reglas intra grupales, hay tres casi universales: la traición al grupo, el incesto y la hechicería porque amenazaban la existencia del grupo46.
G. Puente Ojea ha demostrado de manera inequívoca que también el «mensaje de amor» del supuesto Jesús de Nazaret se rige por estrictos y excluyentes límites de las tres reglas, contextualizados en la Judea del siglo I. Aunque, como veremos, la Iglesia tergiversó y amputó el mensaje de Jesús, multiplicó exponencialmente la ferocidad de las tres pautas sintetizándolas en la persecución cruel de la apostasía. En efecto, en un libro brillante al que volveremos con sumo gusto, el autor sostiene que:
En cualquier caso, en este importante capítulo de su vida personal, Jesús no confundió su precepto de amar al enemigo en el plano de lo privado, con las exigencias morales de lo público en la Palestina de su tiempo. Cuando afirma que hay que tratar a los demás como uno mismo desearía ser tratado, no está enunciando un imperativo general de valor absoluto. […] Jesús jamás extendió el precepto de Mateo 5.43−48 a los hostes de Israel, ni a los enemigos públicos de Dios dentro del propio Israel. Nunca había exigido amar a toda esa «raza de víboras», sino aplastarla. […] El enemigo público, el hostes del Dios de Israel, es un enemigo total, porque es el enemigo total de la instauración del Reino. Como tal, es un enemigo contra el que lucha sin cuartel. […] la empresa mesiánica de Jesús deslindaba claramente las líneas de combate y los sentimientos contra los enemigos de esta empresa no necesitaban definición psicológica ni concepción especial.
Sin duda, en el judaísmo –y hasta qué extremos de crueldad después en el cristianismo– «lo que se resentía más amargamente era la herejía interna», la apostasía47.
Se comprende al instante la tajante separación establecida por el tal Jesús si vemos el contexto del siglo I, en el que la economía mercantil-esclavista dominaba en el Mediterráneo y la religión judía tuvo que adaptarse a la opresión nacional y al nuevo poder económico. Mercantilizar la religión era totalmente coherente con la previa mercantilización de la justicia como aparato de poder, que se había ido dando desde hacía varios siglos como se lee en el Código de Hammurabi de ‑1750. Pero el sacrificio humano y el canibalismo rituales pervivieron en la religión cristiana y en menor medida en la musulmana, con efectos devastadores para la libertad humana.
3. ¿Fetichismo, magia, totemismo…?
- 1. Introducción
- 2. ¿Siempre ha existido la religión?
- 3. ¿Fetichismo, magia, totemismo…?
- 4. ¿El concepto de alma presupone la opresion de clase?
- 5. ¿Diosa madre y sacrificio canibal?
- 6. ¿El karma hinduista es para la casta dominante?
- 7. ¿Sin el Estado hubiera existido el budismo?
- 8. ¿Taoismo popular contra confucionismo?
- 9. ¿Dios de los esclavos o de los amos?
- 10. ¿Dios de los amos o de los señores feudales?
- 11. ¿Dios de los señores o dios del capital?
- 12. ¿Dios de los nómadas o dios de los comerciantes?
- 13. ¿Dios o comunismo? (I)
- 14. ¿Dios o comunismo? (II)
- 15. ¿Dios o comunismo? (III)
- 16. Ateísmo marxista
- A. Spirkin: El origen de la conciencia humana, Platina, Buenos Aires 1965, pp, 218 – 219.
- A. Spirkin: Idem., pp. 222 – 223.
- A. Spirkin: Idem., pp. 224 – 225.
- A. Spirkin: Idem., p. 227.
- A. Spirkin: Idem., p. 239.
- A. Spirkin: Idem., p. 242.
- A. Spirkin: Idem., p. 249.
- V. Chertijin: Las fuentes de la religión desde una crítica marxista, Júcar, Madrid 1983, pp. 51 – 52.
- V. Chertijin: Idem., p. 53.
- V. Chertijin: Idem., p. 66.
- V. Chertijin: Idem., p. 73.
- Hallados en Perú los restos del mayor sacrificio ritual de niños descubierto hasta ahora, 28 de agosto de 2019 (https://elpais.com/elpais/2019/08/28/ciencia/1567007173_931680.html).
- V. Chertijin: Las fuentes de la religión desde una crítica marxista, op. cit., p. 75.
- Hans Walter Wolf: Antropología del Antiguo Testamento, Sígueme, Salamanca 1975, pp. 277 – 278.
- S. A. Tokarev: Historia de las religiones, op. cit., p. 118.
- S. A. Tokarev: Idem., p. 118.
- A. D. Sujov: Las raíces de la religión, Grijalbo, México, 1968, p. 125.
- A. Spirkin: El origen de la conciencia humana, Platina, Buenos Aires 1965, pp. 219 – 220.
- A. Spirkin: Idem., p. 216.
- Richard Holloway: Una moral sin Dios, Alba edit., Barcelona 2001, p. 193.
- A. D. Sujov: Las raíces de la religión, op. cit., p. 41.
- Christopher Hitchens: Dios no es bueno, Debate, Venezuela 2008, p. 227.
- V. Chertijin: Las fuentes de la religión desde una crítica marxista, op. cit., p. 73.
- A. Kryvelev: Historia atea de las religiones, Júcar, Madrid 1985, tomo I, p. 52.
- Alejandra Tena: La obsesión por la carne, una historia de más de 2 millones de años, 21 de junio de 2019 (https://www.publico.es/sociedad/enganchados-carne-obsesion-carne-historia-2-millones-anos.html).
- Marylène Patou-Mathis: «El canibalismo es típicamente humano», 18 de mayo de 2018 (https://elpais.com/elpais/2018/05/09/eps/1525880214_414706.html).
- Karlheinz Deschener: El credo falsificado, Txalaparta, Tafalla 2005, pp. 116 – 117.
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- Vadim Masson: La época de las primeras civilizaciones, AC de la URSS, Moscú 1987, nº 3, p. 154.
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- Gustavo Bueno: El animal divino, Pentalfa, Oviedo 1985, pp. 228 – 231.
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- Igor Diákonov: El Estado y el Derecho en Oriente Antiguo, AC de la URSS, Moscú 1985, nº 3, p. 199.
- Vladimir Yakobsón: El Estado y el Derecho en Oriente Antiguo, op. cit., p. 193.
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- AA.VV.: Manual de historia general del Estado y del Derecho I, primera parte, Universidad de La Habana 1990, pp. 29 – 30.
- Abdusalam Gusáinov: La regla de oro de la moral, Progreso, Moscú 1990, p. 112.
- Abdusalam Gusáinov: Idem., pp. 112 – 113.
- Abdusalam Gusáinov: Idem., p, 112.
- AA.VV.: Manual de historia general del Estado y del Derecho I, primera parte, op. cit., pp. 69 – 72.
- Gonzalo Puente Ojea: Fe cristiana, Iglesia, poder, Siglo XXI, Madrid 1992, pp. 107 – 108.
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