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Mientras estas y otras culturas transitaban del paleolítico al neolítico forzadas por los bruscos cambios climáticos, en lo que sería la actual Turquía aparecían los primeros centros urbanos rodeados por grandes extensiones en las que aún vivían comunidades de pastoreo y agricultura itinerantes, a la vez que cazadores-recolectores. Es por esto que las creencias pre y proto religiosas se mezclaron más rápidamente que en el largo paleolítico.
Estudios de la ciudad de Çatalhöyük en la actual Turquía, de hace 9.100 años de antigüedad, demuestran hasta dónde se desplomaron las condiciones de vida de una población de alrededor de 8.000 personas hacinadas, con una alta tasa de enfermedades, problemas dentales y desnutrición, conviviendo en un contexto de violencia: veinticinco de los casi cien cráneos analizados tienen golpes en la cabeza causados por el impacto de piedras, excepto uno por un objeto punzante. Además, todo indica que no eran golpes recibidos en una guerra porque la mayoría cicatrizaron al seguir viviendo. Se supone que tal vez se tratase de una forma de castigo severo aplicado en muchos casos por la espalda, especialmente a las mujeres. Uno de investigadores opina que «esto podría indicar que no había intención de matar, sino quizá más de castigar o controlar determinadas conductas. Lo vemos relacionado con disputas intracomunitarias y, posiblemente, como una forma de control social mediante la coerción física»1, lo que sugiere que muy probablemente existiera algo parecido a un sistema de control social, con sus normativas de valoración y de castigo, así como, posiblemente, un grupo de personas especializadas de algún modo en su aplicación.
Con muchas precauciones metodológicas, podríamos recurrir por un momento a la hipótesis del «ojo vigilante de dios»2 para ayudar en parte a comprender las contradicciones sociales subyacentes al método de lapidación «suave», aplicado sobre poco más del 25% de la población de la ciudad. Esta hipótesis sostiene que las sociedades «complejas» –eufemismo que sirve para eludir el empleo de conceptos heurísticamente mucho más efectivos como «excedente social», «explotación», «casta o clase propietaria», «opresión patriarcal», «poder dominante», etcétera – , reforzaron y extendieron el «instinto moral» que se supone es inherente a la especie humana, con el objeto de dominar el «egoísmo» individual que podría destruir la sociedad al extenderse los desórdenes en un entorno social muy duro y problemático, como el de Çatalhöyük. La hipótesis del «ojo vigilante de dios» no es sino una adecuación al siglo XXI de la hipótesis burguesa autoritaria del Leviatán de Hobbes de mitad del siglo XVII, que hunde sus raíces en el irracionalismo de la «maldad congénita» y del «pecado original».
Ha sido necesario acercarnos solo unos breves nueve milenios en la larga antropogenia, desde Çatalhöyük entre el milenio ‑VIII y ‑5950, año aproximado de su abandono tal vez por un súbito enfriamiento y por el agotamiento de las tierras cercanas, hasta el siglo I, para calibrar mejor las rápidas transformaciones acaecidas en las creencias y religiones y, como veremos, en la forma externa de los sacrificios humanos y del canibalismo ritual practicadas por las religiones monoteístas. Tengamos en cuenta que fue durante esta época cuando se inicia el mercado de compra-venta de productos, de mercancías, pero dentro de un inmenso universo economía de trueque, aunque Çatalhöyük ya disfrutaba de una división del trabajo considerable importando la obsidiana para sus instrumentos de trabajo de unos sedimentos volcánicos situados a más de setenta millas de distancia, 113 kilómetros3.
Çatalhöyük tenía bellos grabados en las paredes de sus casas en los que se hace referencia a cultos a la diosa madre y al toro4. Es decir, tenía un culto agrario asentado durante varios miles de años, lo que exigía un conocimiento siquiera empírico de las leyes básicas de la naturaleza, empiria cada vez más compleja que exigía una dedicación de tiempo creciente con lo que se reforzaba la tendencia a la formación de una casta especializada progresivamente separada del resto de la comunidad. Como veremos, este proceso fue unido al incremento de la explotación de la mujer5 y su conversión en primera forma de propiedad privada obtenida en muchos casos mediante la violencia y el rapto6, a la formación de castas y clases sociales, al desarrollo de burocracias estatales y político-religiosas.
Por esa misma época, unos ‑6000, Jericó estaba protegida por una enorme muralla lo que demuestra la existencia de una cierta economía de mercado capaz de producir un excedente social que debe ser protegido de ataques externos, lo que a su vez exige un aparato de Estado que organice todo ello: «durante el VI milenio a.C. se afianzaron dos mecanismos de regulación social tan diferentes como dependientes uno del otro: la propiedad privada y la guerra con finalidad expoliadora […] es muy probable que se iniciase también la regulación del acceso a la propiedad de las tierras de cultivo (que en su inmensa mayoría acabarían pasando a manos del clero y de las primeras clases altas)»7.
Antes de seguir debemos imaginar el grado de autoridad y organización centralizada necesaria para acumular los recursos que sostengan los ingentes gastos militares defensivos destinados a la construcción de las murallas de Uruk con 9,5 km de largo, con más de 900 torres semicirculares, etc., para defender una superficie de 5 km2, tarea hercúlea atribuida a Gilgamesh8. Se calcula que Uruk fue construida alrededor de ‑7000 años. La expansión de la agricultura hacia Occidente hace que aproximadamente en el ‑5500 surjan en lo que ahora es Inglaterra las primeras poblaciones fortificadas como la de Windmill Hill, en Wiltshire, dotada de tres anillos de murallas para defender una extensión de 10 hectáreas9.
Mientras tanto, a partir del ‑5000 en toda esta área se multiplica el culto a los muertos, con muchos enterramientos mirando al Oeste. La descomposición del cuerpo se aceleraba por el calor, tal vez esa fuera la razón por la que en Egipto se avanzase mucho en el embalsamamiento: «probablemente en la dinastía I (c. 3200 a.C.) se realizaron los primeros intentos de embalsamar al muerto con una sal, el natrón, y resinas varias, a fin de impedir artificialmente la descomposición […] Lo costoso de este complicado sistema de alcanzar la inmortalidad a través de toda una serie de operaciones mecánicas y mágicas hizo que quedara reservado a las clases dominantes. El pueblo, en efecto, no parece haber tenido mucha relación con este aspecto del culto a los muertos»10.
Sin más datos disponibles por lo reciente de las investigaciones, en una necrópolis de Cádiz, que data de hace 6.200 años, o en el ‑4200, se han encontrado cincuenta y nueve tumbas, entre las que destaca una con dos hombre asesinados con sendos golpes en la cabeza, pero enterrados en diferentes momentos, tumba que contiene más riquezas que el resto: «allí ya estaban presentes los pilares de las sociedades actuales: clases sociales, desigualdad, creencias religiosas, amor, violencia. La mayoría eran sepulturas individuales, sin lujos, los nichos de la época. Unas pocas eran de mayor tamaño y contenían ricos ajuares funerarios»11. ¿Asesinatos entre las castas ricas? ¿Sacrificios para agradar a los dioses y diosas?
Mientras tanto, en la más avanzada Sumer se inventaba la rueda en ‑3500 y la escritura con fines fundamentalmente de administración económica en ‑3300, aunque pronto se usó también para anunciar recompensas por la captura de esclavos huidos. Se aceleró así una espiral de cambios globales en la que hay que introducir la evolución religiosa con autonomía relativa, aunque como parte supeditada a esa totalidad rota ya por contradicciones sociales irresolubles:
Parece que, antes de la aparición de las primeras grandes civilizaciones urbanas, la estructura social de las aldeas agrícolas del neolítico era relativamente simple y uniforme. La costumbre y la tradición, interpretadas por un consejo de ancianos, gobernaban las relaciones entre los miembros de la comunidad. A lo más, tendrían un vago concepto de propiedad. Sin duda se reconocía la propiedad privada de utensilios, armas y adornos, pero probablemente la propiedad de tierras y ganado era colectiva. (Según la terminología económica, la tierra, al no ser un bien escaso, no reportaría retribución o renta.) Aunque en cada aldea algún individuo o individuos gozasen de una situación especial por su sabiduría, fuerza, valor u otras cualidades de liderazgo reconocidas por todos, no parece que hubiera clases privilegiadas u ociosas, la obligación universal de trabajar la dictaban tanto la tecnología como los recursos.
Las primeras ciudades-templo de Sumer, por el contrario, tenían una estructura social claramente jerárquica. Las masas de campesinos y trabajadores sin cualificar, que sumaban probablemente el 90% de la población, vivían como siervos, si no como esclavos, careciendo de derecho alguno, ni siquiera el de propiedad. La tierra pertenecía al templo (o a su deidad) y la administraban los representantes de esta, es decir, los sacerdotes. En una fecha algo posterior –pero no más tarde del principio del tercer milenio– una clase guerrera cuyo mando ostentaban reyes o jefes impuso su autoridad junto a la de los sacerdotes o por encima de la de estos12.
La explotación penetró en todos los ámbitos de la vida, empeorándola drásticamente comparada con las regulaciones comunales y colectivas de la vida nómada de los grupos cazadores-recolectores y ganaderos y agricultores itinerantes, que hemos expuesto sucintamente en páginas anteriores. El término «trabajo» en lengua sumeria, acadia, hebrea… se refiere a las órdenes que transmite el mensajero del amo: «El mensajero transmite la orden. El trabajador la ejecuta. Pero se encuentra siempre subyacente la figura del amo, que detenta el poder […] En todos estos pueblos el trabajo es impuesto, implica una dependencia respecto de alguien»13. El trabajo explotado, impuesto por el amo y legitimado por las y los dioses, es el eje sobre el que gira la posterior expansión religiosa porque, a partir aproximadamente del ‑3500, las expansivas relaciones comerciales, militares y culturales que se ramificaban desde Sumeria influenciaban profundamente en los pueblos cada vez más integrados en esas redes, lo que explica que «muchas deidades arias, griegas, romanas, célticas y germánicas de épocas posteriores, mostraban vestigios del encuentro de sus antepasados con los siete grandes dioses de la religión sumeria»14.
La crisis de alrededor del ‑3400 de Uruk Antiguo, con el desplome comercial y político de esta importante zona, fue agudizada muy probablemente con la confluencia de varias sub-crisis, entre las que destacaban la dificultad de controlar la gran extensión de las redes comerciales, así como el ««rechazo» por parte de las culturas indígenas»15 al poder de Uruk. Desconocemos el grado de violencia de esos conflictos, pero pudieron ser fuertes si consideramos otros datos que aporta el autor sobre ciudades destruidas poco después en la misma región16. Sin duda, estas embrionarias luchas nacionales y de clase marcaron la evolución de las religiones porque las de los pueblos vencidos eran destruidas o parcialmente integradas en las de los pueblos vencedores. Dado que la religión era fundamentalmente un medio de dominación, los Estados vencedores solían integran a veces parte de las creencias de los pueblos aplastados para controlarlos mejor.
Existe una lista muy esclarecedora de dioses locales, regionales, elevados al título de dioses estatales e imperiales por la conveniencia de las clases dominantes:
Marduk, el dios de Babilonia al que Hammurabi elevó, en el siglo XVIII a.e.V., al rango de divinidad protectora de todo el reino.
Atón, el disco solar que bajo Akenatón reemplazó, en el siglo XIV a.e.V., a todos los dioses de Egipto en el primer monoteísmo de la historia.
Jahvé, cuyo culto impuso Moisés a los judíos en el siglo XIII a.e.V. y que aún hoy sigue siendo el dios de Israel.
Zarathustra, que se convirtió en dios de Persia bajo Ciro el Grande en 558 a.e.V. y siguió como tal hasta la conquista árabe de 651 e.V.
Buda, cuya religión fue adoptada por el emperador Ashoka en 250 a.e.V, dominó en la India durante más de un milenio y, en la actualidad, sigue inspirando a algunos de los Estados confesionales de Indochina (Tailandia) y del Himalaya (Bhután y, hasta 1959, Tibet).
Confucio, cuyas enseñanzas constituyeron la ortodoxia oficial de China desde el reinado del emperador Wu de los Han en el año 136 a.e.V. hasta la revolución de 1911.
Alá, cuya fe difundió Mahoma en el mundo árabe a partir del 622, y que aún hoy domina muchos Estados seculares y algunos integristas, desde el norte de África (Argelia y Libia) hasta Asia (Irán y Pakistán)17.
El que la lista comience con Marduk, al que volveremos en su momento, no hace sino reforzar la teoría que demuestra que la formación de las llamadas «religiones nacionales»18 o estatales se formaron sobre todo gracias a la espada dirigida por el Estado más poderoso. En el siglo ‑XVIII Hammurabi cohesionó su imperio imponiendo un dios dominante, Marduk; un Código que regulaba la vida social en todos los sentidos, pero sobre todo el económico-patriarcal; y un ejército centralizado. Estos tres pilares se sostenían sobre la propiedad privada y la reforzaban mediante lo que ahora llamamos «ideología dominante» en la que el fetichismo en cualquiera de sus formas es central, era, además de la violencia represiva, una de las razones que explicaban por qué «las gentes sencillas se consideraban ante los dioses y las diosas omnipotentes como esclavos, que tenían la obligación de alimentar con sus sacrificios a los dioses»19, a tantísimos. La sumisión se malvivía en este contexto:
Cuando los seres humanos, hombres y mujeres, comenzaron a ser sepultados vivos o sacrificados sobre las tumbas de sus amos (o de sus maridos, como es el caso de las viudas; es interesante observar que en el período del «matriarcado» no se conocen ejemplos de maridos sacrificados sobre las tumbas de sus mujeres, ya que entonces todavía no existía la propiedad privada conyugal) ya había comenzado a disgregarse la comunidad primitiva y empezaban a formarse las clase sociales con la separación de los hombres en poseedores y esclavizados20.
El autor sigue argumentando que los sacrificios humanos aparecen en la historia durante el proceso de formación de las clases explotadoras con el inicio de la propiedad privada y la derrota de la propiedad colectiva. Es entonces cuando empieza a surgir el dios-amo:
La mayor parte de los nombres de divinidades de origen sumerio están compuestos con la palabra En o sea «amo», o con Nin, «ama», cuando se trata de figuras femeninas. Entre los pueblos de lenguas semíticas las llamadas divinidades suelen llevar el nombre de Bel (o Baal) que expresa el mismo concepto de subordinación entre amo y esclavo. Una de las más antiguas divinidades de sumerios, Tamuz, personificación de las fuerzas vitales de la vegetación, de los flujos de agua, y del subsuelo, ha recibido también en Palestina el epíteto genérico de Adon, «el amo o señor», el mismo que en la Biblia sirve para designar la divinidad y como tal ha llegado hasta nosotros a través del mundo griego. El culto de la pareja divina Tamuz-Istar (Adon-Astarté, dioses de los misterios), se difundió durante la época helenística y romana en toda la cuenca del Mediterráneo, transformándose en una de las religiones de «salvación» que tanta influencia ejercieron sobre las masas más humildes de los esclavos, de los artesanos, de los marineros, de los desterrados y de los desposeídos, en competencia con el cristianismo21.
La lección que se extrae de este párrafo es la siguiente: «Del mismo modo que el siervo presupone el amo, así también el concepto de alma presupone la opresión de clase»22. ¿Qué relación existía, entonces, entre las religiones en formación y sus ritos sacrificiales con las primeras prácticas de lucha de clases en el asentamiento del correctamente denominado modo de producción tributario? La respuesta es importante porque para el ‑III milenio ya se asienta irremediablemente las tres grandes formas particulares pero fundamentales de la lucha de clases como motor de la historia y por tanto de las creencias. Una es el avance irreversible de la opresión de la mujer por el hombre que tiene su expresión en el Poema de Gilgamesh de aproximadamente ‑2650, que, entre otras cosas, es la primera referencia escrita al nacimiento de un dios mediante una madre virgen, que no pierde el himen al quedar preñada por un «rayo de sol»23. Recordemos que el Poema de Gilgamesh narra, entre otras cosas, las protestas sociales por la violación sistemática de mujeres por parte de la casta dominante. Desde entonces son muchos los dioses paridos por madres vírgenes, un tal Jesús es uno de ellos.
En efecto, el Poema de Gilgamesh de −2500÷−2000, que narra la lucha entre un pueblo explotado y los explotadores que deciden castigarlos con el diluvio24 y crear una nueva raza humana que trabaje de sol a sol, se deje explotar y no se subleve nunca más. También palpitan en lo que se interpreta como «disturbios sociales»25 en la ciudad de Kish de alrededor de ‑2900 y ‑2700, y desde luego en ‑2352 cuando se dio en Lagash uno de los primeros golpes de Estado de orientación revolucionaria o cuando menos progresista. Uruinimgina impuso «reformas sociales» como la supresión de impuestos, el perdón de las deudas, la prohibición de extorsiones, la expulsión de usureros, ladrones y criminales, la defensa de viudas y huérfanos, entre otras más26.
Uruinimgina era otra forma de llamar al rey Urukagina del cual leemos que abolió privilegios y abusos flagrantes porque «sacerdotes e inspectores aprovechaban sus situaciones para expoliar al pueblo bajo y que se efectuaban controles vergonzosos sobre los bateleros, los pescadores, los campesinos y los pescadores, obligados a pagar sus impuestos en dinero. A menudo, los sacerdotes se apropiaban de sus cosechas y de sus bienes y percibían derechos exorbitantes con ocasión de los entierros y los divorcios; se observaba cierta parcialidad acerca de los contratos leoninos impuestos por los ricos y sobre las represalias que estos llevaban a cabo en caso de negativa. Si consideramos que el rey reformador no subió al trono hasta alrededor de ‑2400, cabe suponer que la suerte de las clases pobres tuvo que ser durante mucho tiempo poco envidiable»27.
Aproximadamente por esa misma época, en el imperio de Ur también se habían asentado las condiciones de formación de las castas, paso previo a la formación de las clases sociales, ya que se usaban muchas palabras iguales que designaban tareas y funciones de los administradores, altos cargos militares y civiles, etc., es decir de los estamentos de poder como «policía», «inspector», «comisario», «correo» y otras; además, los «los cargos debían de ser a veces muy lucrativos; por lo tanto, a pesar de que era factible comprarlos, comprobamos que tenían tendencia a perpetuarse en el seno de ciertas familias»28. Con el tiempo, empezó a extenderse el uso del dinero, aunque solo como medio de pago y patrón de valores, lo que fue suficiente para que los préstamos del Estado y de los templos a esas familias enriquecidas facilitaran la aparición de una «clase media que debía identificar más tarde sus intereses propios a los del Estado»29.
Además, las condiciones de explotación social también debían de ser muy duras ya que «en la industria textil, los talleres repartidos alrededor de las ciudades utilizaban principalmente la mano de obra servil femenina. El número de tejedores era bastante considerable, pues había 6.400 en tres distritos de los alrededores de Lagash. Los trabajadores estaban sometidos a la autoridad de jefes de equipo responsables ante unos intendentes y la vigilancia era ejercida por policías. Los demás artesanos, carpinteros, curtidores, orfebres, fundidores, grabadores y cesteros, pertenecían a la clase de los eren, cuya libertad era muy limitada, a pesar de que no fueran todos ellos esclavos»30.
Los eren «eran objeto de una estrecha vigilancia y, entre otras cosas, carecían de la facultad de desplazarse a voluntad». Entre ellos existían trabajadores libres y esclavos que, según las circunstancias, podían mejorar su situación. Existían dos esclavismos: uno, era el autóctono en el que se caía por deudas, condenas, o porque las familias vendían a sus hijas e hijos para mejorar sus economías, y era un esclavismo que podía atenuarse mucho e incluso liberarse. La segunda forma era la verdadera esclavitud, la que sufrían «los prisioneros de guerra, y las personas tomadas como botín durante las expediciones militares, o sea los namra, que carecían de estatus jurídico»31.
Fue desde el ‑III milenio cuando en Sumeria comenzaron las expediciones militares a las zonas montañosas para raptar mujeres y esclavizarlas, mientras se exterminaba a los hombres. En la Estela de los Buitres de ‑2500 se detalla el exterminio de miles de prisioneros en la ciudad de Umma a manos del rey de Lagash «mientras que las mujeres jóvenes eran reducidas a la esclavitud y sistemáticamente violadas (como acto de dominio por parte del varón y nuevo propietario) […] La esclava, la concubina o la mujer casada, todas ellas propiedad de algún varón, valían lo que sus servicios sexuales, y podían ser castigadas o repudiadas si no los prestaban a satisfacción a su amo»32.
El mito del diluvio universal ya estaba relacionado con los disturbios sociales en la ciudad de Kish de comienzos del ‑III milenio, reescrito en el Poema de Gilgamesh varios siglos más tarde: el relato mítico sostiene que los dioses castigan al pueblo rebelde, los «cabezas negras», con un diluvio que los extermina a todos excepto a Ziusudra, que se salva construyendo un arca. «El mito de la destrucción de los habitantes de la tierra por obra de una divinidad encolerizada a causa de la maldad de los hombres, refleja difusamente la afirmación del poder despótico de los jefes y señores absolutos frente a la resistencia que esas nuevas formas de autoridad suscitaban necesariamente entre los hombres en el momento de pasaje de una época a otra de la sociedad»33.
El autor citado, A. Donini, recurre a Gunther Roeder para, basándose en la solidez de su clásico estudio sobre las inscripciones de las pirámides egipcias, mostrar que: «Los textos literarios de las pirámides reflejan la conciencia de la inocencia de los difuntos y su pretensión de ser considerados justos y semejantes a los dioses; solo entre los escritos deficientes de los humildes, documentos de la gente pobre, encontramos un sentido de pecado y de remordimiento, de la confesión y del perdón, junto con la confianza de que el grito de los oprimidos será escuchado por la divinidad»34. Las diferencias de clase quedan patentizadas en estas inscripciones.
Fue precisamente en el principio del ‑III milenio cuando, según un colectivo de investigadores de la Universidad de Oxford, surgió el primer «dios moral»: «Las primeras ideas de un dios moral surgen en el antiguo Egipto, con la figura de Maat, la hija del dios Ra. Eso fue en torno al 2800 antes de la era actual, posterior en varios siglos a que las primeras ciudades del valle del Nilo se unificaran. Le sigue en la lista temporal, Shamash, el dios sol que todo lo ve, del imperio acadio, medio milenio posterior a que emergieran las civilizaciones mesopotámicas»35. Para nuestro fin, por un lado, no tiene apenas importancia que las religiones maya, azteca e inca sean calificadas de forma diferente a las de Egipto, Mesopotamia, Anatolia y China, porque nosotros no nos limitamos a la descripción de las diferencias morales entre las religiones concretas, o sea, a la superficie del problema, sino que pretendemos esclarecer la raíz común de este opio que no es otra que la aparición y evolución histórica del fetichismo y de sus expresiones particulares.
Sin entrar en precisiones sobre si realmente fue el «primer dios moral», sí nos parece mucho más importante contextualizar socialmente la creación. Hemos visto anteriormente que ya para finales del ‑IV milenio existía una aguda separación entre la clase propietaria y la clase trabajadora. En este marco, alrededor del ‑3000 la capital se trasladó a Menfis cuyo dios local, Ptah, fue convertido en dios estatal; otros cambios políticos hicieron que alrededor de ‑2700 Ra fuera declarado dios supremo36. Que Maat fuera, según la universidad californiana, el primer «dios moral» desde ‑2800 solo indica cómo los sucesivos poderes elaboraron entre ‑3000 y ‑2700, una deidad «moral» adecuada a sus intereses de clase en respuesta a la imparable acumulación de contradicciones múltiples.
En efecto, la situación se fue deteriorando y para ‑2686 el poder egipcio sufría una fuerte crisis de legitimidad, lo que exigía al faraón que controlase las situaciones de «tensión o crisis de lealtades»37. Se sabe que en algún momento de las dinastías III-VI, c. ‑2664 a ‑2181 se produjo «quizá por primera vez en la historia» algo parecido a una guerra civil entre fuerzas reaccionarias y fuerzas progresistas: «se destruyeron los archivos en una oleada de subversión social, que se manifiesta en el asalto de los de abajo a los puestos superiores»38, conflictividad social que está demostrado que reapareció en las dinastías VII-VIII entre ‑2172 y ‑2160 con la abolición de la monarquía, asaltos y saqueos populares a las casas y propiedades de los ricos, con ejecuciones, etc.39
El «dios moral» creado sincréticamente por la clase faraónica durante un período de al menos 400 años, de finales del IV milenio al ‑2800, y después reforzado o cambiado según las necesidades del poder, este «dios moral», nos permite pensar cómo podría ser el contenido radical de estas luchas, que rebrotaban de una u otra forma en períodos de crisis; desde luego se trataba de la moralidad divinizada de la clase explotadora porque la estructura material del poder faraónico dependía en buena medida de la alienación religiosa del pueblo trabajador. Leamos esto:
En ningún otro aspecto se manifestó con tanta claridad el papel explotador y de clase de la religión egipcia como en la divinización del faraón, supremo representante del poder estatal. Ya desde los tiempos de los monarcas que unificaron el país –que se llamaban a sí mismos veneradores de Horus– los reyes se colocaban bajo la supuesta protección de dicha divinidad, e inclusive tomaban su nombre. […] Él era quien cumplía personalmente los ritos de mayor significación: era el fundador de los templos y el único –por lo menos teóricamente– autorizado para penetrar en el santuario de dios y ofrecerle sacrificios. […] en presencia del faraón todos se arrojaban a sus pies y besaban el suelo; estaba prohibido pronunciar su nombre; él era el único que podía emplear los atributos religiosos. Todo ello reflejo de la creencia del origen divino del poder real, era al mismo tiempo un factor que servía para fortalecer y acentuar esa fe; en manos de las clases dominantes fue un poderoso instrumento para sofocar la protesta de las masas populares sojuzgadas40.
Debió ser mucha la eficacia de ese poderoso instrumento de alienación religiosa, reforzado por el monopolio de la cultura y de la escritura en manos de la casta sacerdotal que era la que dictaba la historia: la inmensa mayoría de grabados tenían como objetivo ensalzar al faraón y a la clase dominante, y los papiros reflejaban los intereses y preocupaciones del poder. Todo esto explicaría que, en general y teniendo en cuenta los pocos datos sobre protestas, resistencias y luchas campesinas en la prolongada historia del Egipto faraónico, el fellah, el campesinado, pareciera «dócil y acomodaticio»41, lo que no impedía que se quejase frecuentemente a las autoridades sobre los abusos que sufría a manos de capataces, encargados, jefes, etc., quejas atendidas en bastantes casos.
Esto era debido a que también en Egipto, como en el resto de sociedades y Estados tributarios, una de las funciones decisivas del faraón adorado como un dios protector, era la de administrar «el orden y la justicia»42 divina dentro de lo posible en un sistema inestable en el que, poco a poco, las castas tendían a convertirse en clases sociales antagónicas. Pero con el avance de la propiedad privada y con ella de la escisión de clases «los campesinos egipcios de la época ptolomeica nos han transmitido gran cantidad de quejas, procedentes de las capas sociales más humildes y dirigidas a los poderosos, tendentes al logro de unas condiciones de trabajo más soportables»43.
Pero cuando las protestas se radicalizaban, aparecían las violencias represivas. Las torturas se endurecían y se multiplicaban en sus contenidos y formas según lo exigían las necesidades de las clases explotadoras. Una de las primeras prácticas sistemáticas en este sentido decisivo es la del Antiguo Egipto. P. Reader nos explica cinco características de la tortura aplicada por el faraón Keops (-2589 a ‑2566): una, generar miedo en las y los esclavos; dos, evitar que murieran en la tortura; tres, torturarlos para extraer conocimientos proto científicos; cuatro, extender los castigos a los demás esclavos aunque fueran inocentes para que se vigilasen entre ellos; y cinco, las torturas dosificadas para mantener vivos a los esclavos se convertían en exterminio masivo cuando estos se sublevaban: entonces no había piedad ni perdón. Tras aplastar una rebelión el general Mel-Ra torturó hasta la muerte a diez de sus dirigentes con una crueldad inhumana pero muy meditada porque se obligó a otros esclavos a participar en los tormentos hasta que los dirigentes morían. El más conocido, Zagah, duró veintidós días44.
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- Barry J, Kemp: «El Antiguo, el Imperio Medio y el Segundo Período Intermedio (c. 2686 – 1552 a.C.)», Historia del Egipto Antiguo, Crítica, Barcelona 1997, p. 113.
- F. J. Presedo: «El imperio antiguo», Gran Historia Universal, Madrid 1986, tomo 3, pp. 166 – 168.
- B. G. Trigger: «Los comienzos de la civilización egipcia», Historia del Egipto Antiguo, Crítica, Barcelona 1997, pp. 170 – 172.
- S. A. Tokarev: Historia de las religiones, op. cit., pp. 288 – 289.
- A. Aymard y J. Auboyer: «Oriente y Grecia Antigua», HGC, Destinolibro, Barcelona 1981, nº 59, tomo I, pp. 123 – 126.
- A. Aymard y J. Auboyer: Idem., pp. 89 – 92.
- Pierre Vidal Naquet: «¿Constituían los esclavos griegos una clase social?», en AA.VV.: Clases y lucha de clases en la Grecia Antigua, Akal, Madrid 1979, p. 25.
- Paul Reader: Cárceles, verdugos, torturas, Seuba Ediciones, Barcelona 1997, pp. 22 – 26.
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