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5. ¿Diosa madre y sacrificio canibal?
- 1. Introducción
- 2. ¿Siempre ha existido la religión?
- 3. ¿Fetichismo, magia, totemismo…?
- 4. ¿El concepto de alma presupone la opresion de clase?
- 5. ¿Diosa madre y sacrificio canibal?
- 6. ¿El karma hinduista es para la casta dominante?
- 7. ¿Sin el Estado hubiera existido el budismo?
- 8. ¿Taoismo popular contra confucionismo?
- 9. ¿Dios de los esclavos o de los amos?
- 10. ¿Dios de los amos o de los señores feudales?
- 11. ¿Dios de los señores o dios del capital?
- 12. ¿Dios de los nómadas o dios de los comerciantes?
- 13. ¿Dios o comunismo? (I)
- 14. ¿Dios o comunismo? (II)
- 15. ¿Dios o comunismo? (III)
- 16. Ateísmo marxista
El faraón era el único que podía realizar el ritual del sacrificio, y era hombre. Hubo sacerdotisas que sí intervenían en las ceremonias sacrificiales, pero como ayudantes. Por esto, antes de estudiar la función del sacrificio y del canibalismo ritual en las religiones, debemos ver cómo los hombres se apoderaron de las religiones y del poder social alienador de los sacrificios, y a la vez descubriremos cómo la denominada «derrota de la diosa» está unida al poder masculino de la religión. Sin entrar en precisiones que nos alargarían mucho, podemos recurrir ahora a S. Aslan cuando explica que:
Puede que la caza nos hiciera humanos. Pero la agricultura alteró para siempre lo que significa ser humano. Si la primera nos dio el dominio del espacio, la segunda nos obligó a dominar el tiempo, a sincronizar los movimientos de las estrellas y el sol en el cielo agrícola. La solidaridad espiritual de la que disfrutábamos con los animales que compartían con nosotros la tierra se hizo extensiva a la tierra misma. Dejamos de rezar para que nos ayudaran con la caza y oramos, en cambio, para que nos ayudaran con la cosecha. El centro de nuestra espiritualidad se desplazó del cielo –tradicionalmente asociado con las deidades paternas y masculinas– a la tierra como Diosa Madre, lo que elevó la posición de las mujeres en la sociedad. La fertilidad de la tierra se vinculó con la fecundidad de la mujer, que lleva el misterio de la vida en su vientre, de modo que, como argumentó el legendario historiador de las religiones Mircea Eliade, el trabajo físico de arar los campos se convirtió en una especie de acto sexual1.
Según Xavier Musquera:
El nacimiento de los cultos femeninos gira alrededor de las estaciones, las cosechas y toda la naturaleza. Esta se diviniza y se convierte en madre y esposa. Ya desde el período del neolítico, la imagen de la Madre Tierra aparece representada por las llamadas Venus, cuyos senos y vientres exageradamente abultados simbolizan la fecundidad de la tierra fértil. Es importante resaltar que esta Madre Tierra es presentada como una virgen. Sea cual sea el nombre que se le atribuya, siempre es la misma. Representa las fuerzas reproductivas, renueva la vegetación, favorece las cosechas y ofrece alimentos al ser humano y a los animales2.
Y prosigue:
Tres mil años después de que en Egipto se instituyera el culto a Isis y a su hijo, los teólogos cristianos de Alejandría (Egipto) dieron título de «Madre de Dios» a la mítica Virgen María. Con ello no seguía ninguna tradición o indicación bíblica, sino todo lo contrario: proseguían con la muy arraigada tradición de la diosa pagana del universo. Respetar o venerar a la doncella judía María como madre del Mesías, según la naturaleza de la carne, sería correcto y razonable, pero adorarla como «Madre de Dios» es puro paganismo y supone la aceptación de un dogma impuesto por la Iglesia en uno de sus numerosos concilios. Isis con su hijo Horus y María con Jesús tienen un paralelismo más que evidente (y sus respectivas teologías en más de un aspecto). Asiria tenía su propia reina del cielo y al niño-dios, Ihstar-Tammuz. Fenicia, a Astarté-Baal; Grecia, a Afrodita-Eros, y Roma, a Venus-Cupido3.
Astarté, Semíramis, Isis, María… diosas que parieron un hijo y que mantuvieron su virginidad después de su alumbramiento. Isis y la virgen María tienen al hijo en brazos, y frecuentemente esta última es presentada con una mano en el pecho en signo de fertilidad, como sucedía con Isis. Del mismo modo, en Egipto y en Roma, estas diosas madres estaban ataviadas con caras y ornamentadas vestimentas, como en la costumbre católica de vestir a la virgen María con las mejores joyas: «Asera, diosa cananea de la fertilidad, aparece representada junto a un árbol, como sucede con numerosas apariciones de la virgen»4. El árbol significaba –significa– vida, frutos, calor o frescor, agua… o sea riqueza y bienestar, y por eso los ejércitos invasores talaban bosques enteros de los pueblos invadidos, para sumirlos en la extrema pobreza durante décadas. Pero debemos recordar que la adoración a la fertilidad tenía al menos tres objetivos centrales: crear fuerza de trabajo explotable, parir futuros soldados y propiciar buenas cosechas, rebaños y pesca.
P. Rodríguez sostiene que en la Epopeya de la Creación, escrito alrededor de ‑1750, se detalla el momento en el que los dioses derrotan de manera irreversible a las diosas, simbolizadas en Tiamat, la diosa originaria «presentada como malvada y peligrosa para dioses y humanos»5, diosa del mar, del desorden y del caos originario. Los dioses engendrados por Tiamat quieren poner orden, pero le temen. Solo Marduk se atreve a luchar contra ella, con la condición de que si vence detentará el poder absoluto y será obedecido por los demás. Mata a Tiamat, la parte en dos y con la sangre de Kingu, uno de los dioses que apoyaban a Tiamat, y el barro hace una masa con la que crea a la especie humana. Según A. Woods:
El dios babilónico Marduk anunció su intención de crear al hombre para que prestara servicio a los dioses, «para liberarles» de las tareas más bajas relacionadas con el ritual del templo y proporcionar comida a los dioses. En este caso encontramos un reflejo en la religión de la realidad de la sociedad de clases, la humanidad estaba dividida en dos clases: arriba los dioses intocables (la clase dominante) y abajo los «canteros y dibujantes de agua» (las clases trabajadoras). Su objetivo es dar una justificación (religiosa) ideológica a la esclavización de la mayoría por parte de la minoría. Y este era un hecho muy real en la vida de todas las sociedades antiguas (y modernas): la casta sacerdotal estaba liberada del trabajo y disfrutaba de privilegios reales al erigirse representantes físicos de dios sobre la tierra6.
La expansión del poder babilónico, la centralización económica y político-cultural impuesta a/o negociada con las pequeñas ciudades-Estado, son los medios por los que la clase dominante en Babilonia impulsa la concentración religiosa alrededor de un dios más poderoso. V. Chertijin opina que:
De esta manera Marduk se convierte en el rey de los dioses, cuyo reino recuerda mucho al orden que existía entonces en la tierra. Junto con la divinidad suprema en la comunidad divina actúa el consejo de los «grandes dioses» ancianos que «deciden los destinos». Entre los miembros de este consejo encontramos a dioses ya conocidos: Anu, Enlil, Sin y otros.
No obstante, los sacerdotes y los gobernadores de Babilonia no se contentan con declarar a Marduk el dios supremo, creador del mundo y de los hombres. Se lleva a cabo una ulterior elaboración monoteísta de esta imagen. A mediados del primer milenio antes de Cristo, durante el llamado reino neobabilónico, se da un paso significativo hacia el monoteísmo. A Marduk se le representa como la encarnación de todos los demás dioses y diosas, como el portador de sus cualidades y el ejecutor de sus tareas7.
El todopoderoso Marduk desapareció del panteón de los grandes dioses de la Antigüedad por razones estrictamente materiales: la destrucción del imperio que le había aupado. La historia es tediosamente repetitiva en esta lección innegable: dioses pequeños, locales, son aupados al rango supremo por las luchas sociales, por las presiones económicas, pero fundamentalmente por la violencia y la guerra, y luego, al cabo de los siglos, caen derrocados por otros dioses, o subsumidos en otras religiones como sub-dioses, como «santos» o como «diablos».
Pese a esta derrota de la diosa, la victoria del dios es incierta, insegura. Tiene razón P. Rodríguez cuando tras detallar cómo el poder masculino ha querido expulsar a la diosa, sin embargo, ocurre que:
La paradoja, de nuevo, fue que el dios oficial del poder masculino jamás pudo eliminar del todo el culto a la Diosa, que ha pervivido entre las capas populares del mundo occidental agazapado bajo las historias míticas de personajes como la Virgen María y algunas santas católicas, o en las leyendas de hadas y brujas de todas clases. Unas y otras, tras el proceso de apropiación de las facultades mágicas de lo femenino por el varón, quedaron atrapadas como sombras inocuas, aunque más o menos dignas, de lo que fue el pasado esplendor de la Diosa8.
La resistencia de la «diosa» no se realiza solo en el mundo occidental. Si las cinco religiones abrumadoramente mayoritarias en cuanto a adeptos atacan con fiereza a las mujeres, es porque las religiones ven que la «diosa» no se rinde, y por eso redoblan sus ataques contra ella. A raíz de su espléndida crítica cinematográfica a las persecuciones de la sexualidad femenina que realizan el hinduismo, el budismo, el judaísmo, el cristianismo y el islamismo, Bárbara Miller responde así a la pregunta de Begoña Piña:
Hay textos en esas cinco religiones que determinan que el cuerpo femenino es la razón de todos los pecados del mundo. Son textos que dicen que las mujeres somos las responsables de todo lo malo que ocurre en el mundo. No es solo Eva seduciendo a Adán, pero ¡si solo le estaba dando a morder de una manzana! Es algo que está en religiones de todo el mundo […] Es verdad que las religiones han abusado de la mujer y han dicho que las mujeres valemos menos que los hombres. En nombre de la religión se han cometido muchos crímenes contra las mujeres. Y habría que hablar también del aborto y de cómo se usa la religión en contra y de muchas cosas más9.
Uno de los peores crímenes que las religiones han cometido contra las mujeres es el de declararles «impuras» y exigirles determinados comportamientos en su vida y en su participación en los ritos religiosos, en especial en los momentos cruciales del sacrificio, exigencias mucho más duras que las impuestas a los hombres. La «impureza» de la mujer viene desde los primeros momentos del poder patriarcal. Victoria Sau nos recuerda:
La menstruación como símbolo de «impureza» y «suciedad» se encuentra en todas las culturas y, como dice Mary Douglas, tiene por objetivo poner a la persona en situación marginal. Los peligros que los hombres atribuyen a la contaminación justifican la severidad con que se aparta a las mujeres de actividades económicas, políticas y religiosas. La connotación maligna o malsana de la sangre menstrual ha sido y es una buena excusa para el pueblo judío y para tantas religiones de Oriente para apartar a las mujeres del sacerdocio, ya que no podría cumplir debidamente sus funciones puesto que algunos días no puede entrar en el templo. Los rabinos no observan el celibato, pero tienen otros medios para apartar a las mujeres del ministerio de su iglesia. Ya en la antigua Roma las mujeres menstruantes no podían asistir a los servicios religiosos ni a algunos espectáculos públicos que tenían este carácter10.
Brian Morris ha resumido las tesis de Mary Douglas sobre las estrictas regulaciones del rito del sacrificio que impone la Biblia hebrea partiendo de la tesis de que «la idea dominante en los sacrificios no era la de la ofrenda a Dios, más bien se trataba de un acto de comunión en el que Dios y sus adoradores se unían al participar juntos del cuerpo y la sangre de la víctima sagrada. Sin embargo, hay que notar que la expresión más característica que se usa en relación con el sacrificio es la de –“expiación” – , recobrar para las personas, por así decirlo, el libre acceso a Yahweh»11.
Eran seis las exigencias que debían cumplirse para que el sacrificio fuera efectivo: una, que el animal fuera puro y sin defectos; dos, que fuera el primero de su camada, fuese de hombre o de animal; tres, que fuera animal de granja, porque la caza era impura; cuatro, que la grasa y la carne del animal sacrificado pertenece a Yahveh; cinco, que la carne sacrificada era sagrada y santa, solo apta para las personas puras; y seis, todos los animales de granja han de ser muertos en sacrificio y llevados al templo, al tabernáculo. Para los hebreos lo puro/impuro determinaba toda la vida social: «Se consideraba que una mujer era impura durante siete días después del nacimiento de un hijo y no le estaba permitido tocar “objetos sagrados” ni entrar en el santuario. La lepra y los períodos menstruales eran igualmente objeto de creencias y restricciones similares»12.
Desde sus primeras prácticas históricas, los ritos religiosos deben ser precisos y siempre siguiendo un plan meticulosamente elaborado. Las mujeres, religiosa y socialmente declaradas como «impuras», pueden malograr el éxito del ritual porque pueden contaminar todo el proceso de ofrenda a los dioses. La determinación socio-religiosa es aquí fundamental: «El sustrato del sistema simbólico son las relaciones sociales […]. Los espíritus median entre el hombre y el mundo animal, pues solo si se practica el ritual correctamente y las relaciones humanas son pacíficas tendrán los hombres éxito en la caza y las mujeres serán fecundas como los animales»13.
Se debate sobre si los pueblos con economías muy poco desarrolladas, con muy poco excedente social, podían realizar sacrificios dilapidando lo escaso que tenían acumulado. Se dice que las tribus nómadas del norte y del sur de América no lo hacían, pero esta tesis olvida que hay una forma especialmente dura, feroz, de mostrar sumisión a lo sobrenatural: el autosacrificio, la autoflagelación, la auto tortura que estos y otros pueblos practican, sean pobres o ricos. Tokarev, autor al que ahora recurrimos, sostiene que sí se realizaban «sacrificios humanos, en que los indios ofrendaban a los elementos y fenómenos de la naturaleza (sol, viento, estrellas, etc.), no solo sus objetos, sino también vidas humanas»14.
Pero cuando los grupos humanos logran una determinada capacidad de producción de excedente agrícola, tiende a aparecer el sacrificio humano muy unido al culto agrario:
Ha llegado a nuestras manos la descripción del sacrificio de una joven de la tribu norteamericana pani (pawnee). Según el narrador, el cuerpo de la muchacha fue despedazado, los pedazos dispersados por los campos y enterrados, y la sangre rociada en las sementeras. Así pensaban los indios asegurar su cosecha con la sangre humana sacrificada15.
Tokarev prosigue detallando cómo la tribu de los mandan (Norteamérica) adoraba a una mujer mítica protectora de la agricultura del maíz y de la caza del bisonte, a la que llevaban semillas de maíz. El desarrollo de la agricultura en Europa también añadió un contenido simbólico nuevo al canibalismo que se practicaba desde hace al menos 900.000 años. En el ‑IV milenio los sacrificios fueron corrientes: dos niñas sacrificadas en Sigersdal (Dinamarca) hacia ‑3500; canibalismo en el dolmen de Fosier, Suecia, con veintidós víctimas con sus cráneos fracturados y quemados deliberadamente16.
La auto tortura, el autosacrificio es parte del culto sacrificial porque la persona se flagela así misma queriéndose infringir dolor que sea grato al dios, al amo. En el cristianismo católico la autoflagelación fue normalizada en los conventos medievales, junto con otras «disciplinas» que mortificaban el «espíritu», algunas de las cuales eran parte de la «contemplación mística». Hacia 1260 surgió el movimiento de los flagelantes17, que se expandió con la peste de 1348 y que empezó a declinar en una época tan tardía como la mitad del siglo XV, después de que fuera condenada en el concilio de Constanza de 1414 – 1418. El autosacrificio se practica de múltiples formas en todas las religiones, desde el sacrificio de no comer durante el ramadán musulmán, o no comer carne en semana santa, por no hablas de los cuasi infinitos tabúes judíos, hasta las «disciplinas» de los místicos y la mortificación del cuerpo, que es la «voluntad de entrega por la cual las cosas son minusvaloradas frente a Dios y que tiene como signo externo la renuncia ascética a las cosas terrenales»18. La mortificación, que puede llegar al placer sadomasoquista, se practica en la actualidad19, para controlar las «tendencias desordenadas»20.
Comprendido esto, debemos explicar más en detalle qué es el sacrificio, sin caer en absolutizaciones peligrosa como la M. Onfray, que, rizando el rizo, sostiene que:
Las civilizaciones se constituyen con la pulsión de muerte. La sangre de los sacrificios, el chivo emisario y la fundación de la sociedad con un asesinato ritual son algunas de las siniestras invariantes sociales. El exterminio judío de los cananeos, la crucifixión cristiana del Mesías, la jihad musulmana del Profeta, hicieron correr la sangre que bendice y santifica la causa monoteísta. Inmersiones primitivas, mágicas, degüello de víctimas propiciatorias, ya sea hombres, mujeres o niños, lo primitivo subsiste en lo posmoderno, lo animal perdura en el hombre y la bestia aún vive en el homo sapiens…21
Evitando por tanto estos errores, empecemos por una definición aséptica que nos dice que el sacrificio «constituye una significación universal de la actitud religiosa. Consiste en establecer una comunión entre los seres humanos y un dios o dioses por medio de una ofrenda o víctima. El ofrecimiento de algo sensible es algo esencial a la noción de sacrificio […] En la religión cristiana, sobre el elemento constituido por el hecho de la pasión y resurrección de Jesucristo se construye un concepto de sacrificio que utiliza categorías judías y helenísticas, y según el cual el único sacrificio cruento de la cruz se reproduce en forma misteriosa en el rito ceremonial de la misa»22.
En este texto que citamos, se detallan cuatro formas básicas y dos secundarias de sacrificio: la adoración, en el que se utiliza una primicia natural para postrarse ante la «soberanía de dios»; la impetración, o petición de favores que si se cree exitoso puede dar pie a la magia; la expiación, que busca el perdón y que para obtenerlo pueden ofrecer sacrificios cruentos, con sangre y muerte de la víctima, y que tiene relación con el animismo; y la de acción de gracias, rito típico de las religiones desarrolladas. Y las dos formas secundarias: el convite sagrado, en el que participan otros asistentes, y el memorial que recuerda el sacrificio primordial y salvífico, forma típica de las religiones mistéricas del helenismo.
Debemos completar la pobreza de esta definición académica, con aportaciones más ricas en contenido. Por ejemplo, con las tres citas que siguen y que, a nuestro entender, sintetizan lo esencial del sacrificio. Una es esta:
Antes que ofrendas materiales, los dioses exigen de los humanos la sumisión, el reconocimiento explícito de su inmenso poder. Por ello, los sacrificios son principalmente una forma de humillación. El donante, sea individuo o congregación, acata el imperio sobrenatural mediante la inmolación de una víctima que es su representación, es decir, se declara dispuesto a entregar lo más valioso que posee: la vida. Dicho de otra manera, acepta el hecho de que su existencia física la debe y pertenece a los dioses. A cambio de este acto de humildad y por intermedio del sacerdote sacrificador, espera obtener algo de la fuerza y la pureza que emanan de lo sagrado23.
La segunda dice así:
El sacrificio humano, como el de cualquier otro elemento inmaculado, devuelve a los dioses una parte de sí mismos, los enriquece y perfecciona, cierra el círculo iniciado con la incorporación del supremo hacedor a sus criaturas en el instante de la creación. Los mitos afirman que los dioses exterminaron a los primeros hombres por sus desafectos, es decir, por sus pecados; el sacrificio cobra desde ese punto de vista todo el sentido de la máxima ofrenda expiatoria, satisface la deuda contraída con la divinidad por infringir las reglas morales mediante el pago sublime de una porción de su obra24.
Y la tercera:
Por paradójico que se vea, la certeza de los sacrificios humanos era un antídoto contra la inseguridad y la angustia, y por eso no podía producir más que felicidad y alegría, el mismo tipo de gozo mental que se ha asociado insistentemente con los mártires cristianos […] La muerte adquiría pues la mayor densidad del significado, era ciertamente morir por algo, integrar el más siniestro y pavoroso de los fenómenos en la inefable categoría de lo sagrado, afianzando por su mediación el sentimiento de la vida en colectividad25.
Un riguroso estudio colectivo sobre creencias y religiones comienza su exposición con unas palabras sobre los sacrificios que, por su valor, vamos a reproducir al completo:
Un sacrificio viene a ser la destrucción de algo valioso en favor de los dioses o el Dios, pero no tanto su destrucción, que a veces se realiza de hecho, como la renuncia a la utilización de la ofrenda. Destruir algo es un homenaje a los dioses o a las fuerzas que dominan la Naturaleza, en el que se imita su acción destructiva y se le devuelve algo que se le había arrebatado convirtiéndolo en útil, fuera como bien de uso, fuera como mercancía. Pues bien, hay que subrayar que lo que llama la atención en los dioses es su terrible actividad destructiva, esto, mucho más que su bienhacer, es lo que les caracteriza.
En el sacrificio, hay también mucho de intercambio o trueque: se entrega una especie de tributo a cambio de la supresión de la violencia aniquiladora, se intenta aplacar las terribles fuerzas destructoras naturales o divinas. ¿Qué querrán –se dice– estas fuerzas devastadoras? Sin duda, lo más precioso de lo nuestro, lo que todos desean: una joven virgen, un primogénito o algo de gran valor.
Por otro lado, el placer-horror, que la ceremonia produce en los asistentes, contribuye también a su mantenimiento: el goce perverso de ver morir a otros o de contemplar la destrucción de algo valioso es el goce reservado a los dioses y forma parte de las fantasías nacidas de las frustraciones y represiones que la sociedad impone.
Por último, contemplar la destrucción de lo valioso, celosamente guardado y trabajosamente conseguido, produce una liberación catártica del terrible peso que supone la tarea consciente de conseguirlo y preservarlo. La víctima es un símbolo: es siempre algo valioso que actúa como sustituto de otras cosas valiosas o de lo valioso en general.
En síntesis, tenemos que el sacrificio no solo sirve para comerciar con el más allá, sino que el mismo acto de destruir produce placer, sensación de poder, pues equipara o acerca a los dioses, cuya esencia es el poder destructor y, en última instancia, satisface oscuros deseos de agresión y destrucción fuertemente reprimidos por las normas sociales26.
Los autores prosiguen explicando que el sacrificio exigía una serie de ritos que debían ser dirigidos por personas con una especial capacitación para esa tarea: las brujas y los sacerdoteseran los grupos más representativos de entre los que hacían los sacrificios. Fueron en los grandes Estados como Egipto y Mesopotamia en donde primero apareció la casta sacerdotal: eran sociedades que necesitaban una efectiva organización para estudiar el clima, las mareas de los ríos, los regadíos y las presas de agua, las cosechas, los ganados, el almacenaje del grano, los ejércitos y los impuestos… y la compleja administración que todo ello exigía. Nada de eso se lograba sin:
Un poder centralizado, con gran capacidad de convocatoria o coerción y con una minoría intelectual, liberada de los trabajos agrícolas y domésticos, para su consagración al estudio y control de las fuerzas naturales y sobrenaturales. Estos primeros sacerdotes gozaban de una elevada posición social en la que se entremezclaban funciones religiosas, científicas, técnicas y políticas. Este grupo social, estrechamente vinculado al poder y a unos objetivos político-económicos, vivía, por necesidades de su formación y ocupaciones, separado de la población y con una organización interna y unas normas de vida diferentes al resto de la sociedad27.
La corrección de estas palabras viene demostrada por los sacrificios humanos que se realizaban en Mesoamérica, donde las ofrendas de sangre humana a los dioses eran practicadas en Mesoamérica al menos desde los olmecas, desde el ‑1200, y luego por todos los pueblos de la zona, estando profundamente incrustadas en la religión maya. Para estos cultos:
La sangre es la sustancia vital por excelencia, generadora o sustentadora de vida, y por tanto es la ofrenda mejor, la que sirve de alimento a los dioses. La vida de las divinidades cuesta un poco de la vida de los humanos, así se produce el vínculo que impulsa la armonía cósmica, los poderes que forman el universo necesitan de los hombres para fortalecerse y sobrevivir
[…]
Los ritos de sangre tienen un notable componente místico-masoquista, de entrega y unión-comunicación con el dios. Y eran preferentemente los miembros de la realeza, los nobles y sacerdotes, los que se entregaban con mayor pasión a la dolorosa tortura, sin duda porque su sacrificio resultaba mucho más eficaz y valioso, y también por el deseo de alcanzar situaciones de éxtasis en las que poder averiguar los designios divinos, dando legitimación simultáneamente a las posiciones y cargos que desempeñaban en el entramado social28.
Ofrendar a los dioses «algo valioso» a costa de su disfrute por la comunidad cuando eso valioso puede resolver problemas básicos como la alimentación, o a costa de dolores psicofísicos, es una identidad del sacrificio que muestra el contenido negativo de las religiones. Por ejemplo, nos hacemos una idea del ingente gasto improductivo de bienes cuando nos enteramos que aproximadamente hacia ‑2500, como referencia, en Mesopotamia se adoraban a unos 3.600 dioses y diosas29, con sus gastos de culto correspondientes. Un drenaje de bienes escasos, y por ello vitales para paliar en algo las condiciones muy inciertas de supervivencia, en beneficio de la minoría dominante solo podía garantizarse mediante el palo, la violencia y la zanahoria, la creencia en algo que compensaba tanta renuncia.
Los 3.600 dioses y diosas ni aparecieron todos a la vez en un solo día, ni tampoco desaparecieron del mismo modo. Fue un largo proceso: en la tumba de la reina Shub-ad o Pu-abi, de la época de Ur entre ‑2850 y ‑2340, se encontraron cincuenta y nueve cuerpos casi todos de mujer, unos pocos hombres y dos carros tirados por bueyes, todos sacrificados30. Pero a la larga, tanto malgasto irracional e improductivo terminaba por generar dudas sobre si no era mejor ir reduciendo el valor económico y sentimental de los bienes escasos sacrificados; al fin y al cabo, los dioses podían contentarse con menos y como dice el refranero católico: «el muerto al hoyo y el vivo al bollo».
Nos hacemos una idea muy clara de cómo el desarrollo socioeconómico empezaba a exigir un ahorro en el dispendio de bienes en los actos religiosos, cuando descubrimos que para comienzos del ‑I milenio, la clase dominante egipcia ya empleaba los medios de comunicación entonces disponibles para capturar a los esclavos huidos. En el Museo Británico «se conserva el primer anuncio que hace 3.000 años se originó en Tebas para buscar a un esclavo perdido o huido»31. El valor económico del esclavo aconsejaba gastar algo de dinero en el aviso para su captura. Pero en otra sociedad entonces más atrasada que la tebana, la griega, se sacrificaban adolescentes en el altar de Zeus hace 3.000 años32. En la misma época, en Israel, país en que el sacrificio de niños fue una práctica muy frecuente, por razones obvias –conservación de la fuerza de trabajo, necesidad de soldados, etc. – , se pasó a sacrificar animales, costumbre que solo desapareció con la destrucción de Jerusalén en el año ‑70: la ceremonia pervivió, pero ya completamente mercantilizada, pues desde entonces el «sacrificio» consistía en pagar cinco siclos al sacerdote33.
La mercantilización del sacrificio, o mejor dicho la reducción de costos, pero manteniendo los beneficios o incluso aumentándolos, se inscribía en el ascenso de la economía mercantil y dineraria, por tanto, en el lento desplazamiento de la economía del trueque por la economía centrada en la ley del valor, ya establecida en el siglo ‑I, aunque no dominante en sentido absoluto. La evolución del sacrificio judío muestra perfectamente cómo la realidad socioeconómica determina siempre la voluntad de los dioses: como terminó siendo improductivo sacrificar niños y niñas ya que surgían necesidades perentorias que exigían hacerlos productivos, se pasó a sacrificar animales no humanos, hasta que las clases dominantes comprendieron que, en el contexto del ‑70, les era mucho más rentable cobrar cinco siclos y seguir explotando a los animales no humanos y humanos.
La mercantilización de los ritos no fue una adaptación de la llamada «superestructura» ideológica a la «estructura» económica, sino una pura dialéctica de la totalidad social, tal como lo explica G. Bueno:
La aparición de los templos, por ejemplo, la aparición de los especialistas religiosos, de ceremoniales y dogmáticas que irán incorporando, cada vez más densamente, contenidos morales y cosmológicos (mapas del mundo mitológicos, pero fundamentalmente adaptados a las nuevas situaciones) e interviniendo en la vida familiar y política, no pueden reducirse a la condición de «meras superestructuras» de los nuevos modos de producción. Forman parte del propio proceso real de la evolución humana y a partir de este proceso evolutivo, los «mapas del mundo» gracias a los cuales las mismas formas de producción material pudieron desarrollarse tal como lo hicieron, y no de otro modo34.
Naturalmente, dios se adaptaba a estos cambios porque ahora incluso salía ganando, ya que el nuevo fetiche, el dinero, los cinco siclos, tenían mucha más eficacia alienadora material y simbólica. Mientras el dios judío se volvía financiero, dentro de su casa se gestaba una escisión de la que, tras múltiples pugnas, surgiría el dios oficial cristiano, también marcado por la inhumanidad sacrificial:
Hay muchas pruebas de que la historia de Jesucristo se conforma a conceptos «tradicionales» relacionados con el sacrificio […] En los muchos cultos del salvador que muere practicados en el antiguo Oriente Próximo, la desesperación de la gran Diosa Madre que llora a su amante perdido, señalaba el declinar estacional de la naturaleza y la nueva germinación de las semillas […] No solo la pasión de Jesucristo está relacionada con estas tradiciones, sino que la propia eucaristía se presta a dos interpretaciones. La comida ceremonial que se celebraba por la noche era un ritual judío y en los primeros tiempos la nueva representación de la Última Cena era probablemente más una fiesta familiar y amistosa entre los cristianos que un acto relacionado con el sacrificio. Pero otros aspectos de la eucaristía provienen directamente del paganismo. Este acto central de la liturgia cristiana lleva el sello de los sacrificios que señalaban el eterno retorno del ser divino, inmolado al principio de los tiempos y convertido en alimento antes de resurgir del mundo inferior. El pan troceado recuerda a la víctima descuartizada, ya sea Osiris, ya sea un toro que se despedazaba y comía en los frenéticos ritos de Dionisos.
Hasta cierto punto Jesús es el cordero pascual y el hijo salvador de la Diosa Madre, ya como Osiris, Tamuz o Atis […] Tomado en su conjunto, el relato cristiano tiene más en común con el Próximo Oriente que con los judíos de Palestina, pese a todos los elementos indígenas que podamos hallar en cuanto a la crianza y antecedentes judíos de Jesucristo. El salvador sacrificado nada tiene que ver con el militante Mesías, cuyo destino no era la muerte en la cruz, sino el triunfo en el campo de batalla35.
Como hemos visto, el cristianismo reprodujo barbaridades sacrificiales, la auto tortura, la flagelación y las disciplinas, y sobre todo el canibalismo ritual. Pero también aceptó la lección judía de mercantilizar a dios, a la que volveremos después de responder a la pregunta: ¿Y el islam? La religión musulmana también utiliza el sacrificio humano como arma de poder y aunque haya rechazado el significado de la última cena y de la eucaristía, sigue apegada a su base primera:
La versión coránica de la Akedah es que Abrahán intentó sacrificar a otro hijo, llamado Ismael, junto a La Meca. Puesto que Ismael se convirtió en padre de los pueblos arábigos tanto en la Biblia hebrea como en el Corán, Mahoma se apropió del sacrificio fundacional judaico para sus tribus del desierto y para su propio lugar ancestral de peregrinación, La Meca.
El deseo casi desesperado de judíos, cristianos y musulmanes de afirmar el poder salvífico de un lejano acontecimiento acaecido en el monte Moriah muestra con qué fuerza está arraigada en los subconscientes religiosos la idea de un sacrificio humano como fundación del orden social36.
Patrick Tierney también enumera los dioses, semidioses y héroes de muchas culturas y religiones relacionados con el sacrificio humano: el guerrero hebreo Jefté, el rey Mesa de Moab, los griegos Agamenón y Meandro, el inca Caque Poma… sacrificaban niñas a los dioses para ganar batallas y para obtener al menos cuatro objetivos beneficiosos que el autor sintetiza en base a dos sacrificios suficientemente detallados, el de la hija de Jefté y el de Tanta Carhua, hija del inca Caque Poma:
1) El sacrificio humano era un escalón en la promoción política de los hombres […] Si quieres ser dirigente, se espera de ti que en los momentos de crisis sacrifiques a tu descendencia. 2) Ambas víctimas eran jóvenes muchachas vírgenes. 3) Ambas muchachas murieron heroicamente […] 4) Ambas muchachas sacrificadas se convierten en santas cuyas tumbas atraen a peregrinos desde muy lejos. La tumba de Tanta Carhua en el cerro Aixa ha servido como foco de adivinación de chamanes, ritos de fertilidad para las cosechas e invocaciones salutríferas. En el caso de la hija de Jefté, «de ahí viene la costumbre en Israel de que cada año se reúnen las hijas de Israel para llorar a la hija de Jefté, Galadita, durante cuatro días»37.
Al final del análisis riguroso siempre salen a la superficie las necesidades del poder, en este caso en su naturaleza directamente económica como se expone en el paréntesis 4 de la cita, pero también con otras expresiones: poder patriarcal, sociopolítico, de prestigio y de honor, etc. Recordemos ahora cómo en el Corán el sacrificio abortado de Ismael se realizó cerca de La Meca, principal lugar de peregrinaje y por ello mismo centro mercantil privilegiado, como Roma con los sacrificios de cristianos y así una lista casi inagotable de ciudades religioso-comerciales, que por ello mismo eran –y son– codiciosos emporios deseados por las potencias enemigas. Las fiestas patronales, las ferias y mercados con alguna advocación religiosa del pasado, las economías que giran alrededor de conventos y cenobios en los que monjas y frailes «esclavas y siervos del señor» mantienen aparentemente su virginidad y castidad.
Una práctica de la creencia cristiana en la efectividad del fetichismo sacrificial inherente al valor de la mercancía, la podemos tener en los hallazgos de los enterramientos de El Boalo, Guadarrama, que en base a lo estudiado hasta ahora datan del siglo VII en adelante. Han aparecido personas adultas y nueve neonatos con vasijas que contenían vino y aceite, y óbolos, monedas. La hipótesis más plausible es que sean valores mercantiles destinados a sobornar y a comprar la entrada en el cielo, como ya se hacía antes del cristianismo en Grecia y Roma38.
Esta hipótesis es coherente con la lógica del sacrificio, ritual por el que, como hemos visto, un colectivo o persona se desprende de algo muy valioso para ofrecérselo a las divinidades a cambio de un beneficio: en este caso, la entrada en el cielo. Un sacrificio realizado por quienes viven aún como si fuera una especie de «inversión a futuro» que busca, en este caso, al menos una triple ganancia: primero, asegurar el cielo a los muertos; segundo, que ya en el cielo, estos intercedan por los vivos tanto en esta tierra como en su muerte; y tercero, que cuando los vivos mueran, los que aún siguen en la tierra sacrifiquen algo de su bienestar –dinero, bienes valiosos con vino y aceite, etc.– por ellos, de modo que es la comunidad la que mantiene esa «inversión a futuro».
Pero, dicho como aclaración, no solamente griegos y romanos practicaron la mercantilización fetichista del culto sacrificial, también, según cuenta Ch. Hitchens39, el Talmud prohíbe trabajar en sábado, pero no prohíbe pagar a otro para que trabaje por nosotros. El Dalai Lama justifica la prostitución siempre que sea otro el que la pague. Los musulmanes chiíes realizan contratos matrimoniales de poco tiempo para poder estar con una mujer, evitando el pecado. La mitad de la grandiosidad de la Roma cristiana se ha pagado con indulgencias, hasta la basílica de San Pedro fue costeada por un único pecador. El cardenal Ratzinger, antes de ser Benedicto XVI, organizó una fiesta juvenil para recaudar fondos ofreciendo cierta «remisión del pecado».
Si las grandes obras en Roma e Italia pudieron ser sufragadas, en buena medida por donaciones penitenciarias destinadas a reducir los costos materiales y psicológicos del sacrificio para redimir el pecado, fue porque la expansión del fetichismo de la mercancía empezó a tener bases sólidas desde el siglo X con la «resurrección de la vida urbana» en la que «los servicios en trabajo se estaban empezando a sustituir por rentas monetarias»40. Los grandes beneficios que se obtenían con la ferocidad de las llamadas «Cruzadas», lanzadas desde finales del siglo XI con el apoyo fundamental de la Iglesia, ayudaron a la «revolución comercial y urbana»41 que, con el tiempo, destruiría al catolicismo medieval. Así, según se expandía la economía mercantil, se agudizaba su contradicción con la «economía de dios». La Iglesia condenaba la usura desde el concilio de Arlés en 314, reafirmándose en Nicea en 325, en Cartago en 345, en Aix en 789 y en Letrán en 1139. Tendría que llegarse a 1830 para que la Iglesia ablandase su postura subiendo mucho la tasa de interés del préstamo42 para poder ser calificado de usura. Las razones del por qué lo hizo tan tarde, las veremos en su momento.
La venta de reliquias y las penitencias cumplidas pagando un dinero o un trabajo fueron los dos métodos más rentables y seguros para obtener dinero sin tener que sacárselo a los campesinos, artesanos y comerciales bajo amenaza de excomunión si no pagaban los diezmos e impuestos o por la fuerza armada, y sin tener que pedirlo prestado a la nobleza y grandes comerciantes. Ello era debido a la fuerza irracional del fetichismo como el secreto de la alienación religiosa, según vamos viendo. Un ejemplo muy ilustrativo de cómo se fusionaban creencias fetichistas con miedos a poderes sobrenaturales de ciertos objetos extremadamente difíciles de obtener lo tenemos en la adoración a las espadas desde su aparición, primero en la edad de bronce y luego su perfeccionamiento en la del hierro: «veneración […] respeto sobrenatural»43. Según P. Johnson:
Guillermo I entró en acción en Hasting llevando alrededor del cuello una serie de reliquias entregadas por el Papa, en la condición de campeón de la ortodoxia y la reforma; una generación más tarde, el descubrimiento de la Santa Lanza imprimió un poderoso ímpetu a la primera Cruzada. La peregrinación a los lugares en que se guardaban reliquias importantes, comunes a partir del siglo IV, se convirtió en el motivo principal de los viajes realizados durante más de mil años y determinaron la estructura de las comunicaciones y a menudo la forma de la economía internacional. No era solo que las ciudades se desarrollaban alrededor de las reliquias, también se organizaban ferias regionales, nacionales e incluso internacionales, en fechas que coincidían con el desfile anual de las reliquias importantes. Por ejemplo, un factor principal de la prosperidad de Francia septentrional fue la gran feria que se originó en una procesión conjunta de las reliquias de Saint Denis y Notre Dame44.
Los fetiches tenían un valor creciente en todos los sentidos, aunque el crematístico se iba imponiendo sobre los demás conforme el dinero demostraba ser el equivalente universal de todos los valores de uso, del mismo valor, y por tanto de los costos que las personas debían invertir en los ritos sacrificiales para «limpiar» sus pecados. No podemos saber si la misma evolución se hubiese producido con los sacrificios que se realizaban en Nuestramérica, África u otros continentes porque la invasión española y europea cortó de raíz esa posibilidad, imponiendo en muchos lugares un sincretismo sacrificial y en otros, donde se destruyó cualquier religión previa, solo sobrevivieron las prácticas cristianas. El sincretismo venía facilitado, entre otras razones, porque el canibalismo ritual que se esconde en la ceremonia del sacrificio aparece aquí sin tapujos en el caso cristiano y sobre todo católico mediante el «sacrificio de Jesús» que es devorado simbólicamente por sus fieles, que como ansiosos vampiros llegan a «beber su sangre» es el ejemplo más espeluznante.
El vino de la eucaristía tiene raíces paganas muy anteriores al cristianismo, raíces que se extienden al culto a la diosa Maha Mandira en la India en donde se bebía el vino «Amrita»; y en las islas Hawai la diosa Kana-Kav-Hina ofrecía Kava y kava-kava, embriagadora una y psicotrópica la otra. En el culto a Osiris se comía pan y se bebía vino, y el ritual católico es una copia muy aproximada de los cultos mitraicos del pan y del vino. En el culto a Dionisos y Baco además de vino se consumían opiáceos para aumentar los «delirios místicos», sin hablar de la Ambrosía ya citada por Homero. La ingesta del «vino sagrado», transubstanciación de la «sangre divina», debía ser tan devotamente popular en la Edad Media que en el Concilio de Constanza de 1415 se decidió que solamente los curas45 podían disfrutar de ese don divino. Por lo demás, en el judaísmo y el islam la ferocidad catártica del «misterio de la eucaristía» está más suavizada porque el canibalismo ritual no se ejercita abiertamente, sino que el «misterio del sacrificio» aparece envuelto en los ritos de la matanza, las prohibiciones de ciertos alimentos «impuros», en la dictadura sexual y patriarcal, etc.
Además de esto, en el caso de Nuestramérica, el sincretismo estaba facilitado por lo que P. Tierney confirma sobre la identidad sustantiva de los sacrificios en los Andes y los detallados en la Biblia para luchar contra las sequías46 en ambos extremos del mundo. Luego detalla los objetivos políticos que buscaba David al sacrificar a siete varones de la casa de Saúl, del mismo modo que «los intercambios de víctimas nobles entre los pueblos andinos eran también una forma de diplomacia. Así, la ciudad peruana de Ocros envió niños al sacrificio del lago Titicaca, a Chile y a Cuzco, al parecer para asegurarse sus buenos deseos. Los gabaonitas debieron de agradecer el extravagante holocausto de David»47.
Los objetivos políticos que se esconden detrás de los sacrificios, a los que ya nos hemos referido anteriormente al ver la importancia de la industria de los fetiches, amuletos, reliquias, ofrendas, etc., en el cristianismo y el islam, también son cruciales en Nuestramérica. Muchos datos sugieren la idea de que pudieron existir fuertes relaciones entre la cultura de los sacrificios humanos y la práctica de la guerra entre las ciudades-Estado mayas. Se sabe que los aztecas hacían una forma de guerra especialmente planificada para coger prisioneros que luego sacrificaban:
En todas las guerras, la captura de prisioneros para los sacrificios humanos era prueba de excelencia en el combate y de prestigio social y, a la larga, resultaba esencial para la salud religiosa de la comunidad. Con frecuencia, los sacrificios hacían las veces de espectáculos intimidatorios y terroríficos donde el derramamiento de sangre servía para advertir a cualquier adversario potencial de las consecuencias de una postura resistente48.
Es probable que los mayas hicieran algo muy parecido, pero con varios siglos de antelación. Los restos encontrados en Pacbitun49 abren esta posibilidad.
En sus estudios sobre el este de África y la amplia zona indoirania, Bruce Lincoln llega a una conclusión que confirma lo visto hasta aquí:
Si bien el rito del sacrificio constituye una práctica simple, conlleva una ideología extremadamente sutil y compleja. En el nivel más elemental un buey o un sustituto más apropiado se inmolan como ofrenda dirigida al soberano celeste. Pero a este acto sencillo se añaden numerosos niveles de significación: en cierto sentido la víctima es un sustituto de la vida de un hombre; la división de la carne entre los presentes sirve para restablecer el orden social, puesto que las partes de su cuerpo se distribuyen de acuerdo con líneas de preferencia estandarizadas; por último, la matanza del animal también implica una santificación de su carne para el consumo, y aunque este es el alimento favorito de los nilotas, no se puede comer a no ser que se haya matado al animal de acuerdo con el rito. Todos estos elementos forman parte del sacrificio, del mismo modo que lo hacen otros dos que parecen más importantes: el sacrificio es un don intercambiado con el soberano celeste por medio del cual se obtiene nueva riqueza en forma de ganado vacuno, además el sacrificio repite una parte importante del mito de la creación50.
Siendo esto fundamental en el orden simbólico, en el decisivo orden material el autor nos advierte que lo más importante es la causalidad socioeconómica en la unidad de su doble vertiente: asegurar los alimentos y actualizar el sistema de dominación que subyace en el mito de la creación. Ambos nos llevan a los cambios en la estructura de castas en la transición de los modos comunales de producción al modo de producción tributario. Aunque el autor no emplea estos conceptos decisivos sí ofrece un brillante estudio de la lucha entre la casta sacerdotal y la casta guerrera, con intereses opuestos dentro de la prioridad del ganado para la supervivencia colectiva, prioridad casi siempre admitida por las dos castas pero que en algunas situaciones se ha podido crear una escisión y choque entre sacerdotes y guerreros, como en el pueblo nuer del este de África en donde se llegó a la «hostilidad abierta»51.
Sobre las luchas entre guerreros y sacerdotes en la región indoirania, el autor recurre indistintamente a los conceptos de clase y de casta, diferencia en la que ahora no vamos a extendernos. Es muy interesante su larga referencia a los druidas galos en la época de Julio César porque confirma la gran extensión geográfica y de culturas en las que existían prácticas –sacrificio ritual– y conflictos sociales que podríamos denominar como lucha de clases al enfrentarse los «plebeyos» contra la clase dominante en países tan distantes como Noruega, la India o Roma52. El autor se centra en los conflictos violentos entre sacerdotes y guerreros en la zona indoirania por la propiedad del ganado53 ya que este tiene, además del valor material de su carne, también un valor simbólico básico en el sacrificio ritual como legitimación del poder54. Con el tiempo, esa lucha de clases presiona para que, al menos en la India55, se busquen soluciones entre las dos clases dominantes en pugna mediante la reforma del mito fundacional; pero en Irán fue imposible: al final la casta o clase sacerdotal, ideológicamente centralizada alrededor del dios Zoroastro, logró atraerse a su bando a las clases oprimidas, derrotando así a la clase o casta guerrera, que fue acusada de todos los delitos, abusos y faltas posibles:
Algunos de estos actos eran perfectamente adecuados para los guerreros de las antiguas tradiciones indoeuropeas e indoiranias. Pero los dos últimos, comer carne para enfurecerse y dejar de pagar los estipendios adecuados, constituían una violación de los principios básicos que mantenían unida a la sociedad. El conflicto desencadenado por estos excesos llevó a su fin al viejo sistema indoiranio en el Irán, mientras que en la India el cambio se produjo de una forma más lenta y gradual56.
B. Morris resume la seria investigación del pueblo nuer realizada por Evans-Pritchard diciendo que eran dos las causas que los llevaban al ritual del sacrificio: la enfermedad, la esterilidad, la aflicción y la iniciación; el matrimonio o la muerte. El sacrificio ha de cumplir cuatro actos rituales: uno, la presentación del animal al espíritu; dos, la consagración del animal; tres, la invocación del sacerdote; y cuatro, su muerte. Mediante el sacrificio: «los nuer creen que la vida y la sangre de la víctima pertenecen al espíritu, mientras que la carne del animal se reparte entre los asistentes»57.
Rebatiendo a los antropólogos Tylor y Spencer que reducían el sacrificio a un intercambio de presentes, Evans-Pritchard demuestra que la «redención, oblación, expiación y purificación son centrales para la concepción nuer del sacrificio. Señala que el animal es, ante todo, el sustituto de una persona que cumple el papel de cabeza de turco y que los nuer solo matan el ganado para celebrar sacrificios en tiempos de verdadera necesidad»58. Evans-Pritchard sigue exponiendo el poder indirecto de los sacerdotes en la vida ordinaria de los nuer, poder que llega a ser muy importante en los momentos que hay que mediar, buscar la solución en los conflictos que amenazan a la colectividad. Precisa las diferencias entre los sacerdotes y los profetas nuer: «El primero es un funcionario tradicional, al que no se rendía culto, y cuya virtud radicaba en su oficio; el otro obtiene su poder personal a través de la institución carismática y posee ciertos elementos de culto»59.
Otros estudiosos sostienen que las fronteras entre ambas castas eran porosas y que los sacerdotes intentaban ampliar su poder mediante la manipulación política, lo que en cierta forma coincide con luchas entre las castas sacerdotal y guerrera en la amplia zona indoirania y del este de África que hemos visto. Es muy ilustrativo saber que el invasor británico reprimió duramente al movimiento profético de los nuer. Para terminar, debemos decir que, como siempre, las mujeres se enfrentaban a un límite insuperable porque: «Muchas mujeres llegan a ser profetas menores, pero solo los hombres realizan los sacrificios o tienen una “función hermenéutica en períodos de guerra”»58.
Otra expresión muy estudiada por Evans-Pritchard, a comienzos del siglo XX sobre el poder interno, psicosocial y simbólico, de las creencias sobrenaturales, poder que es reflejo y a la vez sostén de la estructura material de poder político y económico, fue la de la brujería en el pueblo azande. Aquí, la brujería es muy compleja y con múltiples formas positivas o negativas, e índice continuamente en la vida cotidiana. La cultura azande ha desarrollado un sistema de defensa y hasta de persecución de la brujería mala, la que sirve para hacer daño a las personas y a sus seres queridos, a sus bienes. Los brujos que provocan daño y dolor con sus hechizos pueden ser acusados y castigados. Pero ¿todos? No: «Los miembros de los clanes aristocráticos no son acusados de brujería», lo que les otorga impunidad para mantener al pueblo en una posible situación de incertidumbre o miedo al no poder saber este con exactitud quien es el causante de sus aflicciones. Por otra parte, las mujeres tienen más difícil ejercer de brujas o incluso no pueden hacerlo en absoluto en el nivel de la brujería medicinal teniendo con contentarse con el nivel más bajo de herboristas60.
El pueblo azande no era tonto, no se dejaba engañar fácilmente por los brujos ni por los clanes aristocráticos ya que sabía que «normalmente, un brujo-médico cuenta con la protección de un miembro de la aristocracia […] “La adivinación de un curandero tiene éxito cuando este tiene tacto y dice lo que el demandante quiere que diga”»61. Vemos, así como las relaciones de poder están insertas en las relaciones mágicas: la aristocracia además de ser impune, controla y protege el nivel decisivo de la brujería, el de los médicos manipuladores y falsarios, nivel prohibido a las mujeres. No debe sorprendernos entonces, como tampoco sorprendió a Evans-Pritchard, que gente gravemente afectada por las mentiras de un brujo recurriera en el pasado al «asesinato» del brujo culpable –ejecución– para obtener justicia.
Aunque a lo largo del texto deberemos volver una y otra vez al fetichismo sacrificial en cualquiera de sus expresiones, para concluirlo con la exposición del ateísmo marxista, ahora deseamos finalizar este capítulo dejando constancia de que, todavía hasta una fecha tan reciente como 1910, se celebraba en Pekín el sacrificio del solsticio de invierno en el Palacio Real, con el emperador y la corte al completo «para ofrecer al Cielo Imperial sacrificios en favor del pueblo, conforme a un ceremonial transmitido desde la Antigüedad»62 que debía ser rigurosamente cumplido: los animales se mataban la tarde anterior, el emperador debía pasar la noche en el Palacio de la Abstinencia preparándose para el ritual, etc. La preparación del oficiante mediante la abstinencia y la purificación es común en los ritos sacrificiales: en el cristianismo el brujo, el sacerdote, debe estar «libre de pecado». Fue la revolución de 1911, que instauró la república y la democracia burguesa aún muy restringida, la que acabó con esa y otras supercherías que legitimaban la explotación milenaria.
5. ¿Diosa madre y sacrificio canibal?
- 1. Introducción
- 2. ¿Siempre ha existido la religión?
- 3. ¿Fetichismo, magia, totemismo…?
- 4. ¿El concepto de alma presupone la opresion de clase?
- 5. ¿Diosa madre y sacrificio canibal?
- 6. ¿El karma hinduista es para la casta dominante?
- 7. ¿Sin el Estado hubiera existido el budismo?
- 8. ¿Taoismo popular contra confucionismo?
- 9. ¿Dios de los esclavos o de los amos?
- 10. ¿Dios de los amos o de los señores feudales?
- 11. ¿Dios de los señores o dios del capital?
- 12. ¿Dios de los nómadas o dios de los comerciantes?
- 13. ¿Dios o comunismo? (I)
- 14. ¿Dios o comunismo? (II)
- 15. ¿Dios o comunismo? (III)
- 16. Ateísmo marxista
- Reza Aslan: Dios, Taurus, Madrid 2019, p. 82.
- Xavier Musquera: El triunfo del paganismo, Espejo de Tinta, Madrid 2007, p. 153.
- Xavier Musquera: Idem., pp.156 – 157.
- Xavier Musquera: Idem., p. 163.
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- V. Chertijin: Las fuentes de la religión desde una crítica marxista, Júcar, Madrid 1983, pp. 108 – 109.
- Pepe Rodríguez: Dios nació mujer, op. cit., pp. 369 – 370.
- Begoña Piña: Barbara Miller: Si desapareciera el coro mundial de falsos orgasmos, la sexualidad de todos sería mejor, 24 de mayo de 2019 (https://www.publico.es/culturas/placer-femenino-barbara-miller-desapareciera-coro-mundial-falsos-orgasmos-sexualidad-seria-mejor.html).
- Victoria Sau: «Menstruación», Diccionario ideológico feminista, Icaria, Barcelona 1990, pp. 199 – 200.
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- Danilo Albín: El Opus defiende las mortificaciones corporales para lograr el «embellecimiento del cuerpo», 3 de julio de 2019 (https://www.publico.es/politica/opus-dei-defiende-mortificaciones-corporales-lograr-embellecimiento-cuerpo.html).
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