La liber­tad es atea

Pone­mos a dis­po­si­ción públi­ca el libro de recien­te publi­ca­ción en Boltxe Libu­ruak «La liber­tad es atea». Tam­bién está dis­po­ni­ble en nues­tra tien­da la ver­sión en papel y dos ver­sio­nes elec­tró­ni­cas, una con una peque­ña apor­ta­ción a Boltxe Libu­ruak para que poda­mos con­ti­nuar con nues­tra labor edi­to­rial y otra total­men­te gra­tui­ta.

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J. R. McNeill y William H. McNeill han des­cu­bier­to cua­tro coin­ci­den­cias entre las gran­des reli­gio­nes, hin­duis­mo, budis­mo, cris­tia­nis­mo e islam, por su orden his­tó­ri­co- que cogie­ron fuer­za defi­ni­ti­va en los años 200 y 1000: una, recon­du­je­ron y sua­vi­za­ron las expec­ta­ti­vas más anti­guas de ayu­da social y refor­za­ron el mie­do al cas­ti­go eterno en el infierno o las reen­car­na­cio­nes lamen­ta­bles e inter­mi­na­bles, lo que pro­ba­ble­men­te ayu­do a dis­mi­nuir las rebe­lio­nes cam­pe­si­nas, for­ta­le­cien­do el orden esta­ble­ci­do. Dos, indi­vi­dua­li­za­ron las rela­cio­nes de cada per­so­na con su dios, debi­li­tan­do el sen­ti­do colec­ti­vo, y die­ron nue­vos pape­les a las muje­res, sobre todo el de edu­car a hijas e hijos en esa reli­gión. Tres, refor­za­ron los ritos, impul­sa­ron que se dona­ran pro­pie­da­des a las ins­ti­tu­cio­nes reli­gio­sas a cam­bio de su fide­li­dad al poder esta­ble­ci­do. Y cua­tro, crea­ron cul­tu­ras sóli­das con nive­les de alfa­be­ti­za­ción para refor­zar el sis­te­ma social, lo que uni­do a la cari­dad que aún se prac­ti­ca­ba, hacía retro­ce­der a las reli­gio­nes que no cum­plían estos requi­si­tos1.

La cuá­dru­ple carac­te­rís­ti­ca saca­da a la luz por estos auto­res tie­ne una úni­ca base: refor­zar el poder esta­ble­ci­do en sus res­pec­ti­vos con­tex­tos socio­eco­nó­mi­cos domi­nan­tes. Esta es la tarea prio­ri­ta­ria de la reli­gión, entran­do den­tro de ella, la del con­trol y repre­sión de los sec­to­res que pudie­ran sig­ni­fi­car algún peli­gro para el orden social y reli­gio­so, para la alian­za de cla­se entre la cas­ta polí­ti­ca, la cla­se eco­nó­mi­ca y la cas­ta sacer­do­tal. Para com­pro­bar­lo, estu­dia­re­mos rápi­da­men­te la his­to­ria de estas reli­gio­nes, siguien­do el orden expues­to en la cita ante­rior: hin­duis­mo, budis­mo, cris­tia­nis­mo e islamismo.

Se han dado diver­sos nom­bres al pue­blo resul­tan­te de diver­sas fusio­nes tri­ba­les y étni­cas que desa­rro­lló la cul­tu­ra de Harap­pa y Mohen­jo-Daro en el valle del Indo y que lle­gó a su esplen­dor des­de el ‑2500. Todo indi­ca que su sis­te­ma reli­gio­so gira­ba alre­de­dor de la dio­sa madre o dio­sa de la tie­rra, y de un dios de la fer­ti­li­dad2. Por los res­tos des­cu­bier­tos, se dedu­ce que alcan­za­ron un alto desa­rro­llo agrí­co­la con rela­cio­nes socia­les bas­tan­te igua­li­ta­rias, pero que se debi­li­ta­ron por cau­sas que se des­co­no­cen, inclui­do un cam­bio cli­má­ti­co, que fue­ron pre­sa fácil de las inva­sio­nes arias. Las redes de comer­cio eran tan exten­sas que lle­ga­ban has­ta Afga­nis­tán, Chi­na y Meso­po­ta­mia, en este últi­mo caso a media­dos del ‑III mile­nio; comer­cio amplio que sir­ve para expli­car las simi­li­tu­des reli­gio­sas en esta exten­sa región como se apre­cia en rela­cio­nes entre dio­sas y dio­ses védi­cos y grie­gos –Indra y Zeus, por ejem­plo – , y en los ritua­les de sacri­fi­cio para agra­dar a las divi­ni­da­des y obte­ner su apo­yo3.

Las tri­bus arias, nóma­das y gue­rre­ras, cono­ce­do­ras del secre­to de las armas de bron­ce, empe­za­ron la inva­sión del nor­te de la India hacia ‑1800 logran­do afian­zar­se des­pués de tres siglos de gue­rras, hacia ‑1500, nece­sa­rias para ven­cer «la gran resis­ten­cia»4 que pre­sen­tó el pue­blo dasa autóc­tono, que des­co­no­cía la téc­ni­ca de las armas de bron­ce, y que fue some­ti­do a una explo­ta­ción sistemática:

Los arios […] con­ser­van res­tos de su anti­gua vida nóma­da y son esen­cial­men­te gana­de­ros. En par­te uti­li­zan este gana­do para el trans­por­te: caba­llos y bue­yes. Los arios no se dedi­ca­ron al cul­ti­vo agrí­co­la, sino a la gue­rra, aun­que impul­sa­ron la agri­cul­tu­ra que corre a car­go de los dasa que se agru­pa­ban en aldeas. Tam­bién el cui­da­do del gana­do –caba­llo, buey, ove­ja, cabra– se entre­ga­ba a un ser­vi­dor común, que cui­da­ba de su pas­to­reo. Qui­zá par­te, no toda esta gana­de­ría, era pose­sión de colec­ti­vi­da­des. La pro­pie­dad de la tie­rra sí es colec­ti­va en estos tiem­pos. Los reyes no son here­di­ta­rios; apa­re­cen ele­gi­dos por la asam­blea de nobles y osten­tan el man­do del ejér­ci­to y el ejer­ci­cio de la jus­ti­cia5.

El pue­blo dasa ha sido expro­pia­do de su tie­rra que pasa a ser pro­pie­dad colec­ti­va del pue­blo inva­sor, los arios, que se encon­tra­ba en la fase de trán­si­to a las cla­ses socia­les, a la noble­za con pro­pie­da­des pri­va­das y a la monar­quía here­di­ta­ria, aún inexis­ten­te. Pero la lar­ga resis­ten­cia de los inva­di­dos for­zó a cam­bios socia­les en los inva­so­res arios:

Los tex­tos dan cuen­ta de ince­san­tes luchas cuya con­se­cuen­cia fue que die­ron lugar a una pri­me­ra trans­for­ma­ción en la orga­ni­za­ción tri­bal. En efec­to, se cons­ta­ta en todas las tri­bus que uno o varios cla­nes se espe­cia­li­zan en el arte de la gue­rra para pro­te­ger a los otros. En algu­nos casos el jefe de ese clan adquie­re ascen­dien­te sobre los demás y su lina­je se con­vier­te en una dinas­tía, en cuyo seno se eli­ge el suce­sor. En otras tri­bus el poder sigue sien­do colec­ti­vo, es decir, se divi­de entre todos los jefes de los cla­nes y se con­fía el poder eje­cu­ti­vo a uno de ellos. La pri­me­ra for­ma de orga­ni­za­ción des­em­bo­có en la cons­ti­tu­ción de los rei­nos; la segun­da, en las repú­bli­cas de tipo clan6.

Las for­mas reli­gio­sas tam­bién deben adap­tar­se a ese ascen­so de una mino­ría pode­ro­sa: de los ritos sacri­fi­cia­les rea­li­za­dos en cual­quier lugar al ser tri­bus nóma­das, para reca­bar el favor de espí­ri­tus pro­tec­to­res no muy defi­ni­dos, se pasa con la seden­ta­ri­za­ción y la esci­sión social al cul­to a dio­ses que repre­sen­tan a la cas­ta gue­rre­ra y lue­go a su jefe deificado:

El mito ori­gi­nal se hace cada vez más com­ple­jo, sien­do el ori­gen de estas divi­ni­da­des-fuer­zas de la natu­ra­le­za el sacri­fi­cio ini­cial del hom­bre o del ani­mal cós­mi­co. A par­tir de enton­ces el sacri­fi­cio, que solo era pro­pi­cia­to­rio, se hizo sacra­men­tal. La pre­sen­cia de los dio­ses lo con­ver­tía en una prác­ti­ca que reno­va­ba la vida de la natu­ra­le­za y la uni­dad del con­jun­to social. El ofi­cian­te, el Brah­mán, expre­sa­ba en él la inca­pa­ci­dad del gru­po para resol­ver sus con­tra­dic­cio­nes. El mis­mo era con­si­de­ra­do como el inter­me­dia­rio de Bra­ma­pa­ti […] su papel es cen­tral para la repro­duc­ción del gru­po7.

Entre el ‑1000 y el ‑600, al cre­cer la eco­no­mía, sur­gen las gue­rras entre los pode­res arios que se han for­ma­do, pero sobre todo se endu­re­ce la opre­sión nacio­nal de los dasas: «Las tri­bus no arias son com­ba­ti­das y exter­mi­na­das, o se con­vier­ten en alia­das o escla­vas; aho­ra la pala­bra dasa adquie­re un nue­vo sig­ni­fi­ca­do de escla­vo»8. Fue en este duro con­tex­to lar­go de gue­rras entre tri­bus arias e impe­ria­lis­tas con­tra el pue­blo autóc­tono cuan­do sur­ge el brah­ma­nis­mo como la reli­gión «de dio­ses gue­rre­ros y pode­ro­sos»9 ven­ce­do­res. Esta adap­ta­ción se rea­li­za en los Upa­nishads «que pare­cen refle­jar la espe­cu­la­ción sur­gi­da en el seno de la cas­ta de los gue­rre­ros (ksha­tri­yas), que muy pron­to fue inte­gra­da en el con­jun­to de las creen­cias brah­má­ni­cas»10.

Es una reli­gión gue­rre­ra que impri­me un nue­vo códi­go de honor y vir­tud sub­je­ti­va a los Upa­nishads diri­gi­da al inte­rior de la per­so­na que debe com­por­tar­se bien para no ser con­de­na­da a nue­vas reen­car­na­cio­nes en las que siga sufrien­do en vida. Son las cla­ses domi­nan­tes, la noble­za y los reyes11 las que impul­san este sub­je­ti­vis­mo indi­vi­dua­lis­ta que aban­do­na la reali­dad social basa­da en la explo­ta­ción para refu­giar­se en el ideal fic­ti­cio de la cas­ta domi­nan­te que, con sus gran­des recur­sos, pue­de sor­tear su pro­pia vir­tud ofi­cial, mien­tras que las cas­tas de los into­ca­bles, las nacio­nes opri­mi­das, las muje­res macha­ca­das no tie­nen otra alter­na­ti­va que obe­de­cer en silen­cio: «El com­por­ta­mien­to de cada per­so­na es lo que deter­mi­na cómo será su pró­xi­ma vida pues­to que, según esta filo­so­fía, cada acción, igual que tie­ne una cau­sa, tie­ne un efec­to». Es la ley del kar­ma:

Si tus accio­nes fue­ron jus­tas y las rea­li­zas­te siguien­do el dhar­ma, en esta vida reci­bes la recom­pen­sa que mere­ces; pero si, por el con­tra­rio, actuas­te de for­ma inco­rrec­ta es muy posi­ble que ten­gas que enfren­tar­te a toda cla­se de des­gra­cias. No es posi­ble esca­par o post­po­ner el kar­ma ni siquie­ra por medio del sui­ci­dio pues­to que, al rena­cer, los efec­tos serían aún peores.

Según la creen­cia hin­dú, es posi­ble con­se­guir la libe­ra­ción, alcan­zar el moksha, por medio del cono­ci­mien­to y con ayu­da de la medi­ta­ción, el yoga y el asce­tis­mo12.

En estas con­di­cio­nes, la cas­ta de los brah­ma­nes adquie­re un enor­me poder por­que solo ella podía rea­li­zar los sacri­fi­cios que sepa­ra­ban los «bie­nes sim­bó­li­cos», que en reali­dad refle­ja­ban y san­cio­na­ban la dis­tan­cia social entre puros e impu­ros y la explo­ta­ción de los segun­dos por los primeros:

A par­tir de ese momen­to se desa­rro­lló la idea de una poshis­to­ria: la doc­tri­na de la trans­mi­gra­ción del alma y la de los «rena­ci­mien­tos» a un esta­do que sig­ni­fi­ca­ba la recom­pen­sa o el cas­ti­go. Esta creen­cia, aso­cia­da al carác­ter ritua­lis­ta de las prác­ti­cas sacri­fi­cia­les, tra­jo con­si­go una codi­fi­ca­ción estric­ta y muy rigu­ro­sa de todas las fal­tas posi­bles, tan­to en la vida pri­va­da como en la públi­ca. Cada una de ellas era san­cio­na­da con el cas­ti­go ade­cua­do: el rena­ci­mien­to como hom­bre infe­rior, como ani­mal o como ser inani­ma­do, según su gra­ve­dad y sin remi­sión posi­ble13.

Como se apre­cia, es una reli­gión basa­da en el terro­ris­mo moral más impla­ca­ble en defen­sa del poder de las cas­tas domi­nan­tes. Su inhu­ma­ni­dad expli­ca que se agu­di­cen las dispu­tas polí­ti­co-reli­gio­sas y filo­só­fi­cas como efec­to de las con­tra­dic­cio­nes socia­les. La lucha entre los dasas, la «nación tra­ba­ja­do­ra» ocu­pa­da y explo­ta­da, y los enri­que­ci­dos inva­so­res debió ser tan per­ma­nen­te y dura que, en un mun­do en el que la escri­tu­ra era un arma pri­vi­le­gia­da mono­po­li­za­da por la mino­ría explo­ta­do­ra, los cro­nis­tas ofi­cia­les no tuvie­ron más reme­dio que dejar cons­tan­cia de levan­ta­mien­tos cam­pe­si­nos8 con­tra los impues­tos y otros sis­te­mas de explo­ta­ción. Sin duda esta lucha nacio­nal de cla­se de los dasas con­tra los arios for­za­ba la apa­ri­ción de filo­so­fías fron­tal­men­te enfren­ta­das a la reli­gión de los Vedas, al brah­ma­nis­mo. Se atri­bu­ye al sabio Briha­pas­ti esta crí­ti­ca: «Los bufo­nes, los píca­ros y los demo­nios; he ahí los tres auto­res de los Vedas»14. A pesar de que los tex­tos filo­só­fi­cos mate­ria­lis­tas fue­ron des­trui­dos uno tras otros duran­te siglos por la cla­se-nación domi­nan­te, sí se sabe que «nega­ban la trans­mu­ta­ción del alma y la exis­ten­cia del más allá»15.

El Artha­chas­tra, tra­ta­do polí­ti­co data­do entre los siglos ‑IV y ‑III, ata­ca a la escue­la Char­va­kaLaka­ya­ta que sos­te­nía que la idea de la libe­ra­ción del alma tras la muer­te del cuer­po había sido inven­ta­da para enga­ñar al pue­blo y que el ver­da­de­ro «infierno» es el dolor en la tie­rra y el «cie­lo» es el pla­cer en la vida16. Resul­ta impo­si­ble no des­cu­brir al ins­tan­te las corrien­tes socia­les anta­gó­ni­cas refle­ja­das en esta lucha filo­só­fi­ca: de hecho, inter­pre­ta­cio­nes popu­la­res de la Biblia y del Corán tam­bién sos­tie­nen que el mal, el sufri­mien­to, el dolor, etc., que sufri­mos en la vida mate­rial son el infierno, el peca­do, mien­tras que el bien, la paz, etc., son el cie­lo. La filo­so­fía Laka­ya­taChar­va­ka tomó cuer­po defi­ni­ti­vo pre­ci­sa­men­te en el ‑600, jus­to en la vorá­gi­ne de la cri­sis social que lle­vó a la cla­se domi­nan­te a prio­ri­zar el idea­lis­mo sub­je­ti­vis­ta e indi­vi­dua­lis­ta pasi­vo. Un resu­men del mate­ria­lis­mo Laka­ya­ta lo encon­tra­mos en este párrafo:

Dios no exis­te; no hay ni pre­exis­ten­cia, ni vida futu­ra; no exis­te la sal­va­ción (moksha), el final de la vida es la muer­te y no hay más allá; la feli­ci­dad es la úni­ca meta de la vida; la músi­ca, el ero­tis­mo, el cono­ci­mien­to y todo aque­llo que agre­gue pla­cer y como­di­dad a la vida, debe bus­car­se y cono­cer­se; la dis­tin­ción de Var­nas o cas­tas es fal­sa; el tér­mino chas­tity para las muje­res es fal­so, mise­ra­ble y debe ser des­pre­cia­do, la mujer no es infe­rior al hom­bre17.

En las con­di­cio­nes de explo­ta­ción social y terror patriar­cal, esta filo­so­fía era inacep­ta­ble para la cla­se brah­má­ni­ca, lo que expli­ca que la siguie­ra ata­can­do tres siglos des­pués de haber­se for­ma­do ¿Cuál era la divi­sión en cas­tas que el Laka­ya­ta denun­cia­ba? Era un sis­te­ma jerár­qui­co de brah­ma­nes o sabios; ksa­tri­yas o gue­rre­ros; vaic­yas o cam­pe­si­nos con pro­pie­dad; sudras o sir­vien­tes de las cas­tas supe­rio­res; chan­da­las o into­ca­bles, parias; y los y las escla­vas. Cin­co prohi­bi­cio­nes estric­tas sepa­ran abso­lu­ta­men­te a estas cas­tas: una, endo­ga­mia en cada cas­ta; dos, no pue­de haber con­tac­to entre las cas­tas; tres, los brah­ma­nes mono­po­li­zan la reli­gión; cua­tro, los brah­ma­nes mono­po­li­zan el saber; y cin­co, la trans­mi­sión del saber es mono­po­lio de la cas­ta brah­má­ni­ca18.

No hace fal­ta que nos exten­da­mos sobre el con­te­ni­do reac­cio­na­rio de esta estruc­tu­ra de cas­tas y de la reli­gión que la legi­ti­ma. No debe extra­ñar­nos la ausen­cia casi total de datos sobre las resis­ten­cias del pue­blo explo­ta­do ante la des­truc­ción de la inmen­sa mayo­ría de los tex­tos filo­só­fi­cos mate­ria­lis­tas y ante el hecho de que la escri­tu­ra fue­ra mono­po­li­za­da por la cas­ta brah­má­ni­ca como ins­tru­men­to de domi­na­ción„ pero sos­pe­cha­mos que debió exis­tir por­que de lo con­tra­rio no se expli­ca la obse­sión del poder por expan­dir reli­gio­nes paci­fis­tas a ultran­za, como la jai­nis­ta que se basa en la doc­tri­na de que «el mun­do mate­rial repre­sen­ta el mal y que el hom­bre debe ten­der a libe­rar­se de él»19. El jai­nis­mo, como el budis­mo, recha­za­ba el sis­te­ma de cas­tas, pero decía que la libe­ra­ción ha de ser indi­vi­dual, pací­fi­ca, mís­ti­ca, asceta.

Según la leyen­da hin­dú de los Nue­ve Des­co­no­ci­dos que data de ‑273 «De todas las cien­cias la más peli­gro­sa es la del con­trol del pen­sa­mien­to de las mul­ti­tu­des, pues es la que per­mi­te gober­nar el mun­do ente­ro»20. El con­trol del pen­sa­mien­to pue­de lograr­se de varios modos, pero uno de los más efec­ti­vos es el de poten­ciar aque­llas ideo­lo­gías que jus­ti­fi­can el poder dominante.

  1. J. R. McNeill y William H. McNeill: Las redes huma­nas, Crí­ti­ca, Bar­ce­lo­na 2004, pp. 118 – 120.
  2. Fra­nçois Hou­tart: Reli­gión y modos de pro­duc­ción pre­ca­pi­ta­lis­tas, IEPALA, Madrid 1989, p. 116.
  3. A. Mon­te­ne­gro y J. Mª Sola­na: «La for­ma­ción polí­ti­ca de la India y sus gran­des movi­mien­tos reli­gio­sos», GHU, CIL, Madrid 1986, tomo 5, pp. 227 – 229.
  4. A. Mon­te­ne­gro y J. Mª Sola­na: Idem., p. 225. 
  5. A. Mon­te­ne­gro y J. Mª Sola­na: Idem., p. 226.
  6. Fra­nçois Hou­tart: Reli­gión y modos de pro­duc­ción pre­ca­pi­ta­lis­tas, IEPALA, Madrid 1989, p. 117.
  7. Fra­nçois Hou­tart: Idem., p. 119.
  8. A. Mon­te­ne­gro y J. Mª. Sola­na: «La for­ma­ción polí­ti­ca de la India y sus gran­des movi­mien­tos reli­gio­sos», GHU, CIL, op. cit., p. 231.
  9. AA.VV.: «El ori­gen de las gran­des reli­gio­nes», His­to­ria Uni­ver­sal, op. cit., tomo 7, p. 52.
  10. AA.VV.: Idem., pp. 179 – 180.
  11. A. Mon­te­ne­gro y J. Mª. Sola­na: «La for­ma­ción polí­ti­ca de la India y sus gran­des movi­mien­tos reli­gio­sos», GHU, CIL, op. cit., p. 232.
  12. AA.VV.: «El ori­gen de las gran­des reli­gio­nes», His­to­ria Uni­ver­sal, op. cit., tomo 7, p. 55.
  13. Fra­nçois Hou­tart: Reli­gión y modos de pro­duc­ción pre­ca­pi­ta­lis­tas, op. cit., p. 123.
  14. AA.VV.: «Nace y se desa­rro­lla el pen­sa­mien­to filo­só­fi­co en la Anti­gua India», His­to­ria de la filo­so­fía, Gri­jal­bo, Méxi­co, 1960, tomo 1, p. 45.
  15. AA.VV.: Idem., p. 49.
  16. AA.VV.: Idem., p. 53.
  17. Abel Rebo­llo: «Loka­ya­tas con­tra la auto­ri­dad», Días rebel­des. Cró­ni­cas de insu­mi­sión, Octae­dro, Bar­ce­lo­na 2009, p. 18.
  18. A. Mon­te­ne­gro y J. Mª. Sola­na: «La for­ma­ción polí­ti­ca de la India y sus gran­des movi­mien­tos reli­gio­sos», GHU, CIL, op. cit., pp. 233 – 236.
  19. S. A. Toka­rev: His­to­ria de las reli­gio­nes, op. cit., p. 274. 
  20. E. Ferrer Rodrí­guez: De la lucha de cla­ses a la lucha de fra­ses, op. cit., p. 27.

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