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Evgueni Kichánov explica cómo el Derecho chino antiguo se formó en una compleja interacción en la que las clases dominantes en formación se veían en la necesidad de tener en cuenta «parcialmente» los intereses de las demás clases sociales y aunque los jefes de las comunas agrarias adquirían cada vez más poder también tenían que prestar atención a la opinión de la asamblea popular, la de todo el pueblo. Más aún, en la China antigua el poder del emperador no era ni despótico ni arbitrario. «Todos los estamentos de la sociedad, desde los esclavos hasta el núcleo de la clase dominante –la burocracia – , gozaban de sus propios derechos garantizados y protegidos por la ley»1.
Para conocer la fuerza latente de la resistencia a la opresión en la cultura popular precapitalista china debemos entender la dialéctica entre, por un lado, la economía campesina que se basaba en el mito sobreviviente a la comuna clánica con su templo sobre el que giraba el culto a los antepasados, la vida social y, siquiera formalmente, la defensa de los derechos colectivos del clan2; y, por otro lado, el cemento ideológico, político-religioso, en el que destacaba Shen-Nung, «agricultor divino», uno de los emperadores legendarios que inventó la agricultura. Los emperadores de carne y hueso tenían que realizar en Pekín un sacrificio solemne de fertilización de la naturaleza a inicios de la primavera3. Cuando se rompía definitivamente la relación entre ambos polos, el primero, el campesino, tenía el derecho y la necesidad de rebelarse con las armas contra el emperador. Enrica Collotti lo explica así:
La diferencia entre la clase dirigente tradicional de China, respecto a las clases dirigentes europeas, no consiste en el grado o el carácter de la explotación que ella ejerce sobre los campesinos, ni en su posición de estrato privilegiado: desde este punto de vista no existieron diferencias sustanciales, y las tesis según las cuales en las civilizaciones extraeuropeas habrían existido clases dirigentes más «buenas» o «justas» o bien, en general, se habría dado un grado menor de diferenciación social, una mayor cohesión genérica, son mitos sustancialmente reaccionarios contra los que los revolucionarios marxistas de los países afroasiáticos, y en primera medida los chinos y vietnamitas, han tenido que luchar durante largo tiempo, hasta en el interior de los movimientos anticoloniales. La diferencia consiste en la función, en las tareas que se le encomendaban. En China, la clase dirigente tenía la obligación de coordinar, organizar, sistematizar el trabajo de las comunidades de campesinos. [los campesinos] no eran rebaños de esclavos «poseídos» por la clase dominante o por el soberano […] La cohesión comunitaria de los campesinos y su trabajo no estaba impuesta por ningún «patrón»: era una necesidad para asegurar la vida en aquellas condiciones específicas. De ahí el concepto de «consenso» que recorre toda la historia china: dentro de la comunidad humana, el orden no debía ser impuesto por la violencia sino por la persuasión, es decir, por la aceptación común de ciertas cargas derivadas de una serie de necesidades bien precisas. [la clase dirigente] para mantener su posición explotadora debía asegurarse el «consenso» de los campesinos, debía obtener que estos considerasen útiles y necesarias las decisiones de la clase dirigente, «equitativa» y «conveniente» la contribución que la comunidad pagaba a esta última, manteniéndola en unas condiciones claramente privilegiadas4.
Si las y los campesinos se les agotaba la paciencia por los incumplimientos de los ricos y por el aumento de las opresiones y explotaciones, preparaba la rebelión y se sublevaba aprovechando los medios que la comuna campesina le daba y con la legitimidad del derecho consuetudinario. A pesar de las diferencias con otros pueblos en los que el esclavismo estaba tan poco desarrollado como en China, la similitud de fondo en lo que concierne al derecho de sublevación y de tiranicidio era apreciable. Recordemos que en la Iglesia medieval católica el derecho a matar al rey injusto fue aceptado aunque con muchas restricciones, y que desde mediados del siglo XIII se practicaba el derecho de las comunas libres autoorganizadas5 a armarse y defenderse por todos los medios de las agresiones feudales.
La fuerza latente del campesinado, aceptada por el emperador mediante el rito sacrificial y por el temor de la clase dominante a las protestas campesinas, se remontaba a las dos fases de los llamadas «dinastías míticas» que se refieren a reinas y reyes míticos que desarrollaron las primeros sistemas económicos, políticos, culturales, etc., buscando siempre el equilibrio, la armonía, la justicia y la igualdad social. Hacia el ‑3000 se inicia el período de los Tres Augustos –dos hombres y una mujer– que sientan las bases del orden estable aceptado por el pueblo, sobre todo creando un sistema de reparto justo de la tierra en nueve partes, una de las cuales era trabajada colectivamente para mantener al Estado. Desde ‑2690 hasta aproximadamente ‑2255 es la fase de los Cinco Soberanos, una de las cuales es mujer, que materializa «la soñada edad de oro, la vida ideal que se alcanza por las virtudes y méritos cívicos al servicio de la acción civilizadora»6. Muy probablemente, la herencia mítica de la edad de oro fuera una de las fuerzas subjetivas que explican que:
En los inicios de la configuración de la sociedad china sus ideas se nos presentan cuajadas de un sentido democrático, de un justo equilibrio entre el cielo y la tierra, entre el gobernante y el pueblo gobernado. Toda la gestión del gobierno viene presidida por un profundo respeto hacia el individuo y la comunidad. Por ello la revolución del pueblo era un modo normal y legítimo de derrocar al soberano inepto o malvado7.
Pero ya para el final de los Cinco Soberanos la antigua propiedad común de la tierra y el trabajo cooperativo a ella unido fue dejando paso a pequeñas formas de propiedad privada y más tarde a grandes latifundios. Con la extensión de la gran propiedad privada, la centralización del poder y de la riqueza, surgen las disputas por el control del excedente social acumulado, y de las disputas se pasa a las guerras. Simultáneamente, la mujer fue perdiendo su importante papel en la antigua sociedad frente al ascenso del poder masculino:
Hay datos que nos hablan de un papel progresivamente predominante del hombre en esta sociedad, lo que es explicable si tenemos en cuenta que se ha convertido en una sociedad militarizada […] El papel preponderante de la mujer decrece progresivamente en la época Shang, entonces son los hombres los que toman la iniciativa de los ritos de la fecundidad y danzan adornados con plumas de faisán. Ya entre los reyes Shang cunde la poligamia; la necesidad de la centralización urbana y la defensa armada ha puesto a los hombres en el primer plano. Así vemos en un período ulterior cómo el símbolo del padre de los hombres, el faisán, es divinizado y se convierte en dios de la danza. Causa primordial del creciente poder masculino sobre el de la mujer de las sociedades agrícolas fue, sin duda, el desarrollo de los gremios de metalurgistas, fabricantes de vasos sagrados, carros y armas, con el consiguiente poder económico y social que ello implica8.
El fortalecimiento del poder patriarcal va unido al crecimiento de la explotación social y al militarismo. Las resistencias populares debieron ser apreciables porque para alrededores del ‑1500 ya habían surgido críticas filosóficas con contenido político a la religión oficial que legitimaba el poder establecido en base a la voluntad del «señor del cielo». Por ejemplo, unos versos de aquella época denuncian que «El Cielo no es ni bueno ni justo; solo causa daño a los hombres»9. El sufrimiento humano aumentaba en la medida en que la propiedad privada, la guerra y el patriarcado enriquecían a una minoría que era la que, a la vez, creaba la religión oficial. La introducción del hierro durante la dinastía Zhou, entre el ‑1050 y ‑256, aceleró estas contradicciones:
Los plebeyos eran considerados «criminales» si osaban levantarse contra los nobles esclavistas y siempre condenados a ser esclavos para todo tipo de servicios. Pero eso no quiere decir que fueran esclavos de por vida. En general lograban liberarse cuando cumplían la condena10.
Todo indica, por tanto, que el poder no lograba derrotar definitivamente las resistencias populares y que, además, debía respetar antiguas leyes que facilitaban la redención de la esclavitud. El campesinado defendía la forma de reparto periódico de la tierra entre las familias, reparto que debía permitir una calidad media de vida según un conjunto de criterios que se debatían colectivamente11. Pero la dinastía Zhou fue desbordada por las contradicciones de todo tipo y su respuesta fue incrementar la represión de las clases trabajadoras, lo que no impidió el estallido de rebeliones armadas que atacaron al mismo palacio imperial obligando a un cambio de gobierno: una de sus primeras medidas para racionalizar la vida socioeconómica, política, cultural, etc., fue en ‑841 establecer un anuario exacto. Las tensiones reaparecieron agudizándose todas las formas de lucha de clases: «“Algunos descansan en casa con sosiego, otros se esfuerzan a más no poder por los asuntos estatales”. “Algunos yacen sin nada que hacer, otros deben combatir sin cesar”. “Algunos beben para alegrarse, otros temen a que sobre ellos caiga la desgracia. Algunos van y vienen disparatando y otros deben hacerlo todo”»12.
Fue en este contexto de crisis que en ‑720 el mandarín Fuh-Tsien fundó la doctrina de la manipulación propagandística al sostener que «la repetición es la base del conocimiento, incluso si este es falso»13. En el siglo ‑IV, Sun Tzu escribió en el Arte de la guerra: « Todo el arte de la guerra está basado en el engaño […] Ofrece un señuelo a tu enemigo para hacerle caer en una trampa […] Ponle en aprietos y acósale […] Si está unido, divídele […] Atácale donde no esté preparado»14, o también «Impalpable e inmaterial, el experto no deja huellas; misterioso como una divinidad, es inaudible. Así pone al enemigo a su merced»15. El libro refleja perfectamente la alta sofisticación alcanzada por el sistema de orden imperial para resistir a los ataques exteriores pero también para prevenir y controlar el malestar social del pueblo trabajador y de las facciones de la clase dominante.
Más por la misma tensión sociohistórica de resistencia latente, este contexto social tendía a reforzar la filosofía política materialista ya vista antes, de modo que entre el ‑600 y ‑500 existían filósofos ateos como Fan Van-Tsi, Shen Sui y otros que denunciaban la inutilidad de la creencia en el «señor del cielo» y defendían la necesidad de que las personas buscaran la felicidad y la dicha aquí en la tierra16. En este contexto surgió la figura semi-mítica de Lao-tse (-601/¿?) al que se le atribuye un nacimiento virginal, vida milagrosa, muerte extraordinaria, etc.17, acontecimientos sorprendentes que también aparecen en la mitología de otras deidades. Es difícil saber con alguna aproximación qué pensaba realmente Lao-tse porque sus ideas empezaron a tomar forma conforme eran ordenadas sobre todo por Yun-Chu (c. −395÷−355). La obra Tao te king es objeto de permanente debate en cuanto al largo período de escrituración, porque recoge ideas atribuidas a Lao-tse pero interpretadas y escritas mucho después: se repite así la constante de la totalidad de los «libros sagrados» hasta el mismo Corán, que son interpretables al gusto particular porque carecen de una coherencia interna.
De cualquier modo, y por reflejar la riqueza de los debates políticos-filosóficos en la China de entre los siglos ‑VII y ‑IV, el tao y el ideario atribuido a Lao-tse tienen un contenido que debemos estudiar porque:
[…] contiene una crítica de las concepciones religiosas y político-sociales de aquel tiempo. La tesis fundamental del taoísmo es la de que la vida de la naturaleza y el hombre se halla sometida a la voluntad del Cielo, a la ley del tao, que como ley universal pone orden en el caos de las cosas. El tao existe independientemente de la conciencia y la voluntad de los hombres y es el «fundamento último de todas las cosas». El taoísmo contiene elementos de una dialéctica espontánea. Reconoce, en efecto, que el mundo no hay nada constante, que todo se halla sujeto a movimiento y cambio. «Unas cosas van y otras vienen –se dice en el Tao te king–; unas florecen y otras se marchitan; unas se fortalecen y otras se debilitan; unas nacen y otras mueren» (ss. XXIX).
A juicio de los representantes del taoísmo, lo fundamental de este desarrollo ajustado a leyes estriba en que cada cosa, al llegar a una determinada fase de su evolución, se transforma en su contraria. «Lo incompleto se transforma en completo –se dice en el Tao te king–; lo curvo en recto; lo vacío en lleno y lo viejo en nuevo (ss. XXII). Se trata de la ley de la vida misma, pues “la oposición es la propia acción del tao” (ss. XL); es decir, la acción de la naturaleza misma de las cosas.»
Los taoístas aplicaron su doctrina del tao a los fenómenos sociales. Según ellos todas las desgracias del pueblo provienen de que los gobernantes violan la ley natural del tao. «El pueblo pasa hambre porque sus gobernantes lo agobian con demasiados impuestos (ss. XXII). El pueblo necesita libertad. “No estreches su morada, ni desprecies su vida”, se dice en el Tao te king (ss. LXXV)»18.
Pero esta dialéctica espontánea, básica, aprendida de la observación de la vida, tenía limitaciones claras que facilitaban el surgimiento de corrientes conservadoras que proponían la pasividad y la quietud ante los problemas; pero también surgían, como veremos, corrientes progresistas relacionadas con el malestar popular que aplicaban la dialéctica de los opuestos –«la oposición es la propia acción del tao»– a la lucha de clases contra la injusticia de los propietarios de las fuerzas productivas. Ahora bien, dado que aún no se había desarrollado plenamente la categoría dialéctica de la diferencia, la oposición y la contradicción, las luchas populares quedaban condenadas a terminar repitiendo los errores del pasado al que se habían enfrentado, por muy heroicas que fueran. Pero una de las fuerzas del taoísmo, siempre dentro de los límites objeticos contextuales, era la raigambre popular de la inmensa mayoría de sus miembros, dicho crudamente:
El sacerdote taoísta constituye en realidad una mezcla de charlatán, adivino, vaticinador, vendedor de reliquias sagradas y oficiante de ritos mágicos. A diferencia de los ritos confucionistas, cuya esencia radica en la veneración de los antepasados, la reverencia a los emperadores difuntos, etc., la principal ocupación de los sacerdotes taoístas son los conjuros y los ritos mágicos y augurios. La religión taoísta se ha impregnado de una cantidad extraordinaria de creencias religiosas populares. Los sacerdotes taoístas practican así mismo ritos de tipo shamánico: las danzas extáticas religiosas19.
No debe sorprendernos esta cruda descripción ya que, en lo esencial y salvando las distancias formales, también es aplicable a sacerdotes actuales de sectas cristianas tal como hemos visto al comienzo, o sin tanto aspaviento a los sacerdotes oficiales, a las tiendas de reliquias cristianas, a las creencias esotéricas sincréticas que adoran a espíritus paganos y cristianos, que vaticinan el futuro y que sacrifican animales para utilizar su sangre y vísceras en los rituales mágicos, o a los conjuros cristianos del bautismo y a extremaunción y a las rogativas para que llueva o para bendecir las casas, barcos y vehículos… o para la fertilidad o la salvación dando vueltas alrededor de piedras milagrosas como La Meca o tantas otras situadas cerca de templos cristianos o paganos… ¿Para qué seguir…? Como en tantos casos de rebeldía popular hindú, budista, hebrea, cristiana, islámica, etc., los sacerdotes taoístas participaron en rebeliones contra la opresión porque, con esos métodos, se mantenían dentro de la creencia popular.
Medio siglo después de Lao-tse, nació Confucio (−551÷−479) expresando la reacción conservadora con ligeros tintes «progresistas» para su época. En modo alguno puede decirse que Confucio fue un filósofo ateo en el sentido que entonces tenía el ateísmo:
Los escritos de Confucio, en su mayoría recogidos por sus discípulos y continuadores muchos años después de su muerte, revelan siempre la fe en el «Cielo»; personificación de la naturaleza, pero semejante a las construcciones mitológicas de determinadas etapas de la evolución social y religiosa en Asia, África y Europa (entre los persas, hindúes, griegos, hebreos, romanos, árabes, etc.). El ideograma chino más antiguo que significa «Cielo» representa un pequeño hombre: clara ilustración de una divinidad de tipo humano surgida en el momento de pasaje de la sociedad primitiva al poder personal de los jefes de la tribu y amos de esclavos. El mismo término shang-ti (así se pronuncia la palabra «cielo» significa el hombre de allá arriba o el señor que está en lo alto, traducción clarísima del concepto religioso de un «señor nuestro que está en los cielos» […] Es equívoco querer hacer de Confucio un pensador ateo o racionalista: la religión no consiste solamente en la creencia en seres sobrenaturales, creados a semejanza del hombre, sino en hacer confiar a los hombres en fuerzas extrañas, en tradiciones que la sociedad en desarrollo les ha impuesto para mantenerlos ligados a determinadas relaciones de sumisión20.
La base religiosa de Confucio favorecía la lucha filosófico-política contra las corrientes materialistas de la época y los toques «progresistas» de algunos de sus textos, sean auténticos o atribuidos, reforzaba su eficacia legitimadora del poder imperial:
Sin embargo, su doctrina tiene un carácter contradictorio: en ella se mezclan ideas progresistas con el culto a los antepasados y la defensa de los ritos religiosos tradicionales. No es casual, por ello, que la doctrina de Confucio fuese aprovechada posteriormente por las clases dominantes para infundir en el pueblo un espíritu de servil sumisión […] Al morir Confucio estalló una aguda lucha entre sus numerosos secuaces. Unos discípulos impulsaron su doctrina hacia el misticismo y el idealismo. Reflejando los intereses de las fuerzas sociales reaccionarias, sentaron las bases ideológicas para convertir el confucianismo en la ideología religiosa dominante en la sociedad china. Otros discípulos que defendían los intereses de las fuerzas sociales progresistas desarrollaron sus ideas racionalistas (sus dudas con respecto a la «voluntad del Cielo», su idea de que todos los hombres son semejantes entre sí por lo que toca a su naturaleza, etc.) y se situaron en las posiciones del materialismo21.
Las luchas entre ambas corrientes del confucionismo serán desde entonces inseparables del devenir de las luchas sociopolíticas, como veremos. Mientras tanto, la concentración de la propiedad, el desarrollo de los Estados y las luchas entre estos, el aumento de la población, cambios climáticos, estas y otras causas agudizaban las contradicciones sociales, crisis en las que podían intentarse reformas bastante radicales e incluso de «comunismo agrario» como veremos luego. Por ejemplo, en el siglo ‑IV el príncipe Wen Hou del reino Wei planificó la compra estatal de los granos para mantener los precios, almacenar el excedente, vendiéndolo a precios asequibles en los momentos de carestía, y asentó un equilibrio entre producción y consumo que aseguró la paz durante un tiempo22. Entre ‑382 y ‑381 se libró una dura lucha entre las clases dominantes del reino Chu porque los reformadores racionalizaron el gasto estatal y con una parte de lo así ahorrado mejoraron la vida del pueblo, medidas que la facción reaccionaria intentó abortar asesinado a su principal promotor, Wu Qi, fracasando: más de sententa grandes familias reaccionarias que habían intervenido en el intento de asesinato fueron ejecutadas por los reformistas garantizando con ello la continuidad las mejoras23.
Pero la construcción de la Gran Muralla China desde el siglo ‑V exigió tantos sacrificios al pueblo que las protestas y revueltas fueron frecuentes. En esta época de aguda lucha de clases, el mensaje de Mencio (−370÷−289) era ambiguo ya que si bien admitía el derecho del pueblo a castigar al rey injusto, explicaba sin embargo que: «Quien trabaja con la mente gobierna, quien trabaja con las manos es gobernado»24, que puede entenderse bien como llamamiento al pueblo para que se culturizase, bien como advertencia a la clase dominante para que mantuviera en la ignorancia al pueblo. Lo cierto es que al final estalló la sublevación popular dirigida por un campesino revolucionario llamado Liu Bang que forzó el hundimiento de una de las ramas de la dinastía Qin o Tsin y llevó al poder a la rama Han entre el ‑206 y el ‑220, aproximadamente25. Debe saberse que, desde su inicio, la dinastía Qin «intentó destruir los soportes intelectuales de la disidencia, ordenando que se quemaran todos los libros. Los eruditos que habían ocultado libros fueron decapitados o condenados a trabajar hasta la muerte en la Gran Muralla»26.
Una reforma radical fue la de Wu Ti a partir de ‑140, cuando introdujo el confucianismo como ideología tecnocrática que, al menos oficialmente, buscaba las metas humanas de «la paz, el bienestar de los humildes», etc.; pero sobre todo intervino para reducir las hambrunas para lo que «adoptó una serie de precauciones para evitar la especulación de los nobles y comerciantes y estableció una acertada distribución de la población con objeto de obtener mayores rendimientos; las nuevas canalizaciones fueron un acertado remedio para el aumento de la producción. Pero toda la economía necesitaba una nueva reestructuración sobre bases nuevas y más justas. Una de las más urgentes era la reforma monetaria»27. Un componente central de la ideología confuciana, tal cual fue impulsada estatalmente en esa época y reforzada por el «cuerpo de letrados» desde ‑136, fue «la virtud de sumisión a los mayores y sobre el respeto a las clases de edad. La piedad filial se convirtió en uno de los criterios para la selección de los funcionarios y las acciones contrarias a ella se sancionaron con las penas más severas»28.
Wang Mang «partidario del socialismo de Estado, quiso abolir la propiedad privada y proteger al campesinado; impuso por una ley del año 9 d.C., la antigua distribución de la tierra ordenando que cada familia poseyese al menos unas cinco hectáreas. Procedió a la parcelación de los latifundios y obligó al reparto cuando excedían de 150 hectáreas; se exceptuaba a los que tuvieran más de ocho hijos varones. Hubo otras reformas: abolición del mercado de esclavos, supresión de las tasas a los productos agrícolas y el diezmo de la producción, construcción de almacenes públicos para recoger y distribuir las cosechas. Para dar ejemplo, las tierras que el Estado poseía como resultado de la confiscación, fueron parceladas y entregadas a los desposeídos»29.
Una de las razones más importantes del fracaso de las reformas de Wang Mang fue su tremendo autoritarismo y desprecio al pueblo al que decía defender:
Verdadero dictador idealista, utilizando en provecho propio la popularidad de la doctrina de Confucio, Wang Mang, no obstante, oprimió al pueblo intentando imponerle brutalmente un modo de vida incompatible con los problemas humanos que planteaba. En el año 22 d.C. se desencadenó la rebelión contra él. Su impopularidad fue mayor a causa de las esperanzas que el pueblo había puesto en su acción y en otoño del año 23 los revolucionarios se apoderaron de la capital, cogieron a Wang Mang y lo ejecutaron30.
Para derribar a Wang Mang los campesinos se organizaron primero en sectas secretas como la de los Cejas Rojas, luego incluso mediante batallones armados, y por fin con la guerra revolucionaria31. Pero con el tiempo, el nuevo poder comenzó a pudrirse: para el año 105 las tensiones empezaban a desbordar los cauces de normalidad social dando paso a la fase de los llamados «revolucionarios mesiánicos», bastantes de los cuales se apoyaban en versiones radicales taoístas.
Las grandes inundaciones de alrededor de los años 170 habían sumido al pueblo en la hambruna, de modo que Tschang Kio, «un agitador, magnífico organizador y jefe religioso», dirigió en 184 la sublevación por la Gran Paz o taiping: «el término evoca la idea de una edad de oro de igualdad entre todos y de comunidad de bienes»32. Fue el inicio de múltiples revueltas y guerras sociales y, a la vez, de defensa contra los hunos. lo que facilitó que millares de personas se sumaran a la Comunidad de la Gran Paz que busca:
[…] establecer en la tierra un mundo nuevo, una «edad de oro de la igualdad» […] donde todo es de todos, la tierra es colectivizada, se toman decisiones y se realizan comidas comunes en las casas de la igualdad […] también desarrollan importantes prácticas e instituciones de solidaridad y ayuda mutua como graneros comunales y gratuitos que alimentan no tan solo a los miembros de la comunidad, sino a todos los viajeros que se acercan a ellos. Además de abolir la propiedad privada, todo pertenece a la comunidad33.
Por aquella época y en un territorio cercano se produjo también otra sublevación de ideología idéntica a la anterior, la de los Turbantes Amarillos que surge en todos aquellos lugares en que el movimiento estaba ya implantado en la segunda luna de 184. Se van apoderando de ciudades hasta llegar a su máximo poder en 188. Por su parte la secta de las Cinco medidas de arroz –posible antepasado de la Comunidad de los Cinco Celemines de Arroz, que veremos dos siglos después– logra establecer en 190 un Estado independiente en el sur de Shaenxi34.
Mientras tanto, para el año 150 existían varias comunidades budistas en China: «Su alta moral y el espíritu de resignación y caridad, que predica, complacerá a muchas gentes, muy especialmente en esos determinados momentos de crisis»35. Como hemos visto antes, en el confucionismo inicial existían dos corrientes opuestas, pero los intereses del poder impulsaban la versión más conservadora y autoritaria, sobre todo en esta época de crisis: «Frente al taoísmo y al budismo, el confucionismo no se interesa por el individuo, sino que se ocupa sobre todo de la ética gubernamental. Representa la doctrina oficial y se confina en las clases dirigentes»36. Pero a pesar de que el budismo tenía un parecido de fondo con el confucianismo, en el sentido de que:
[…] ambos admiten en común la raíz perversa del hombre, mas también su perfectibilidad y la necesidad de trabajar para lograrlo. Sin embargo, las tradicionales mentalidades confucionista y taoísta frenaron la expansión budista. En efecto, hay con el budismo otras irreductibles diferencias: la base pesimista del entendimiento de la vida, la concepción de un mundo especialmente malo y que no vale la pena ser vivido encaja bien en la mentalidad india, pero los chinos aceptaban y practicaban una visión optimista del mundo: quieren gozar y vivir y piden a sus dioses bienes exclusivamente terrenales. Los males pueden y deben ser remediados y los hombres son reformables. El hombre chino entiende que debe fraguar su propio presente; es positivo, práctico, de este mundo y para este mundo […] Mejor acogida tuvo el budismo entre el sector taoísta chino, pues el taoísmo preconizaba también la vida retirada. Además tenía en común con el budismo la consideración del yo y del mundo físico como pura ilusión. Los taoístas desprecian los deberes y aún más los convencionalismos sociales y creen llegar a un mundo paradisíaco mediante ciertas prácticas místicas e higiénicas, como lo hiciera la doctrina del yoga en la India, de la que Buda tomó tantos elementos. Taoístas y budistas practicaban la fórmula absentista de la intervención en las cosas privadas del individuo o la sociedad37.
Pero como en todas las grandes religiones hemos visto que dentro del taoísmo existían corrientes que evolucionaron hacia la acción utópica, como también en sectores mucho más reducidos del budismo. Aclarado esto, es necesario ver cómo mantuvo su poder la clase dominante china: «El imperio entregado a la soldadesca. Podemos considerar que en esta época el poder imperial conserva solo una existencia nominal. El poder de hecho pertenece a los jefes militares que han sido encargados de la represión contra los Turbantes Amarillos y algunos de los cuales han participado en el golpe de Estado de 189»38. Aun así, en este caos surgen diversos movimientos reformistas y más tarde, otra vez, revolucionarios.
En el largo conflicto que terminó en 221 destrozando China en tres Estados diferentes, surgió entre 168 y 189 un movimiento de letrados en defensa de los «derechos humanos»39, tal como podían entenderse entonces, que fracasó. Hubo luego otras propuestas de reforma que se concretan sobre todo en el 210 basadas en la dirección autoritaria de una reducida elite de sabios bien remunerados que proponen la pena de muerte contra las rebeliones40. Pero la crisis del sistema no tiene ya solución y, como hemos dicho, China estalla en tres reinos en 221. Durante este tiempo, se extiende el nihilismo pesimista e individualista en buena parte de la intelectualidad china. La censura y la destrucción de textos dificulta mucho conocer la defensa del comunismo primitivo que hizo Pao Tsing Yen a finales del siglo III y comienzos del siglo IV: se sabe que le cortaron la cabeza a la edad de 39 años porque su forma de vida no gustaba al poder. Pero sí tenemos el siguiente resumen de sus ideas realizado por un contemporáneo:
[…] Obligar al pueblo a trabajar y a alimentar a los funcionarios es exprimir al pueblo para que los honorables ganen grandes salarios. […] En los tiempos de la lejana antigüedad no había ni rey ni siervo, ni príncipe ni súbdito. Los hombres iniciaban sus actividades al salir el sol y cuando se ponía descansaban. Despreocupados, eran libres, generosos, eran felices. No había lucha y tampoco negocios. Ni honor ni vergüenza. […] Nadie se apropiaba de lo ajeno. No había tropas ni soldados, pues nadie atacaba. […] Pero cuando se empleó la astucia y nació el artificio, como el Tao (Camino) y la Virtud estaban en decadencia, la jerarquía fue establecida. […] Se removieron los precipicios y se penetró en minas en busca de piedras preciosas. Aunque se hubieran acumulado montañas de oro nada hubiera bastado para satisfacer los caprichos y gastos de los hombres…
¿Por qué tiranos como Kie y Zhou pueden quemar hombres, despedazar corazones y triturar huesos, emplear todas las crueles torturas, agotar todas las posibilidades del mal? […] Una vez establecida la relación rey-siervo, la obstinación de la multitud crece diariamente. Entonces es cuando el pueblo se rebela de su esclavitud, entonces es cuando la soberanía tiembla en lo alto de su templo ancestral, mientras el pueblo se ve hastiado y asqueado en su miseria. Se quiere encerrar al pueblo en ritos y reglas y corregirlo mediante castigos. Esto es como si, tras haber hecho que se formasen oleadas terribles y atizando oleadas insondables, se quisiera apaciguar el agua desencadenada con un poco de tierra o haciendo diques con los dedos y las palmas de la mano41.
Fue en ese final del siglo III que el budismo mahayana fue impulsado por la burocracia china como «instrumento de cohesión social»42, pasando de tener ciento ochenta centros y más de tres mil quinientos monjes a comienzos del siglo IV a tres mil monasterios y dos millones de monjes a comienzos del siglo VI. Aun así, las oleadas del furor popular arrasaron el orden establecido en algunas partes de China desde el año 400. La Comunidad de los Cinco Celemines de Arroz, otra de tantas sectas secretas y a la vez semipúblicas, llevaba organizando la sublevación en las costas de Tchekiang desde al menos el 399. La sublevación solo fue vencida en 402 gracias a una poderosa flota imperial: «Numerosos insurgentes prefirieron suicidarse colectivamente a caer en manos de sus enemigos imperiales»43. Como había ocurrido en otras crisis, ahora los sublevados también tenían relaciones con grandes propietarios de zonas adyacentes descontentos por la crisis general44. Fue precisamente en esta crisis prolongada de finales del siglo IV y comienzos del V cuando el poder refuerza todavía más el budismo para mejor alienar al pueblo, como ya lo venía haciendo desde un siglo antes, como hemos visto:
La confusión creada en el período de las dinastías Jin y los Dieciséis Reinos obligó a la clase dominante a buscar un instrumento adecuado para apaciguarse a sí misma como para adormecer al pueblo. La eternidad del alma, la penitencia por la culpa y la reencarnación que planteaba el budismo, sirvieron para que la gente se ilusionara con el futuro, con su liberación espiritual. Estas doctrinas vinieron a llenar el vacío que existía en el confucianismo y la metafísica, y por tanto el budismo registró un notable desarrollo45.
El poder invirtió enormes sumas en apoyo del budismo logrando en el siglo V que fuera «una especie de religión de Estado […] El budismo se adaptó en el sur a una sociedad caracterizada por el poder de una aristocracia con casas solariegas y clientelas. Los monasterios, con sus propiedades y sus familias dependientes, siguieron el modelo del mundo laico. En el norte, al contrario, la fuerza del poder central llevó el budismo a buscar el apoyo de los soberanos que eran la fuente de todos los favores […] mientras que Faguo (fallecido en 419), director general del clero budista en los Wei del Norte, intenta identificar el emperador con el mismo Buda46.
Pese al apoyo estatal al budismo no se conseguía erradicar del todo las corrientes filosóficas críticas, sobre todo la atea que resistía desde que Fan Zhen (450−515) escribiera la obra La inexistencia de los dioses47, objeto de duros debates que no lograban ocultar su contenido sociopolítico en un contexto de deterioro de las relaciones sociales. El Estado eximió de tantas obligaciones fiscales, sociales y políticas a los templos que cada vez más personas se hacían formalmente budistas para vivir mejor, por ejemplo, para no ir al ejército, de manera que al final la burocracia fue un saco sin fondo para las arcas estatales, teniendo que tomar medidas en 446, 574, 842 – 845 y 955 para reducir los gastos, provocando las quejas budistas48. Que la estrecha simbiosis sociopolítica entre budismo y clase dominante durara tantos siglos con sus tensiones vistas, solo se explica por el hecho de que ambas salían ganando.
Los enormes gastos que requerían el lujo exacerbado, el expansionismo militar y obras vitales para la economía como el Gran Canal, empezado a construir a comienzos del siglo VII, unido a otros problemas, obligó al Estado a endurecer la explotación generalizada. Las religiones, y en especial el budismo, fueron perdiendo efectividad alienadora, capacidad de amansamiento de las clases explotadas, de modo que bastó que en 611 el dirigente campesino Wang Bo hiciera un llamamiento por escrito a la rebelión de masas para que esta se propagase como un incendio. Frente a la demagogia político-religiosa que justificaba la explotación, las fuerzas revolucionarias repartían entre el pueblo los alimentos que recuperaban en los almacenes repletos de la clase dominante49.
En la ferocidad de la guerra, muchos grandes nobles crearon sus propios reinos, pero para 617 las fuerzas revolucionarias habían logrado grandes éxitos que aseguraron entre 623 y 626 el triunfo del famoso emperador Tang Tai Zong. Su gobierno inauguró una era de prosperidad hasta mediados del siglo VIII en la que no faltaron, pese a ello, sublevaciones campesinas como la dirigida por la campesina Chen Shuozhen en 653, que no afectó a la situación nacional en su conjunto50 porque la dinastía Tang se basaba en un sabia combinación de reformas y alguna benevolencia para con el pueblo, con severos castigos a los nobles corruptos que con sus tropelías creaban el malestar campesino.
En el siglo VIII el emperador Zhen Zong, superado por los conflictos y guerras intestinas, «optó por el «arma de la ideología»51 impulsando no una sola religión favorita, como se había hecho con el budismo, sino ahora añadiendo otras dos más, el confucionismo y el taoísmo, que ya existían pero que fueron de nuevo favorecidas. De este modo se agudizaron las pugnas internas entre las religiones para acceder a más cotas de poder unas sobre otras, particularmente en la dinastía Yuan (1260−1368). Cada nueva dinastía utilizaba las religiones según su conveniencia; la dinastía invasora Manchú (1644−1910) introdujo el shamanismo mongol para estabilizar su poder, cosa que logró durante 266 años con la ayuda de confucianismo, aunque no pudo evitar la impresionante y humanamente bella rebelión de los Tai-ping sostenida de manera intermitente entre 1850 y 1870, derrotada solo gracias a la alianza entre las clases ricas chinas y el colonialismo occidental.
La rebelión Tai-ping, cuyo millonario coste en vidas humanas está aún en debate, estalló debido a la situación inhumana que sufría el pueblo, al choque entre la casta confuciana corrupta vendida a la dinastía extranjera manchú y colaboracionista con los occidentales, y la recuperación del taoísmo popular rebelde por los grupos dirigentes de la rebelión, etc. Hasta aquí, fue una sublevación campesina «clásica», masiva y heroica, pero ya empezaba a estar influenciada por la mundialización del capitalismo de mediados del siglo XIX, ya que habían empezado a entrar en China versiones cristianas igualitaristas, conectadas con el taoísmo y con mitos populares chinos gracias a la labor de Hung Hsiu-chuan que realizó «una simplificación igualitarista del cristianismo (similar en ciertos aspectos a las posiciones de algunas herejías medievales, pero con claros resabios anticonfucianos ligados obviamente a la tradición de las revueltas y de las sociedades secretas chinas)»52.
Al comienzo de este texto hemos explicado que todas las religiones sufren una contradicción insoluble entre los restos de las formas sociales comunitarias anteriores a la propiedad privada que mal que bien sobreviven parcialmente en formas utópicas, y los cambios introducidos por la propiedad privada, cambios que las castas burocráticas de las religiones imponen a la fuerza a sus seguidores exterminando a los defensores del igualitarismo si fuera necesario. Pero esta contradicción, que reaparece siempre en los períodos de crisis profunda, solo es parte de la superior contradicción socioeconómica, política y cultural objetiva a la sociedad. La rebelión Tai-ping lo confirmaba de nuevo: por debajo del sincretismo religioso bullía la lucha de clases entre el bloque campesino y artesano urbano y el bloque imperial-occidental:
Apenas instalado en Nankín, el Celeste reino de la gran paz proclamó una ley agraria típicamente antifeudal que preveía la confiscación de las tierras de los ricos propietarios y la garantía para cada cultivador de una parcela de tierra suficiente para vivir. También en materia de derecho familiar (sosteniendo una posición de igualdad para la mujer), de organización mercantil (destruyendo muchos de los obstáculos burocráticos que impedían el desarrollo del comercio y de las manufacturas) y de reclutamiento de las clases dirigentes (transformando el programa de los exámenes imperiales añadiendo nociones de carácter técnico y moderno) los Tai-ping demostraron –si bien en ocasiones con soluciones utópicas– su voluntad de romper con el mundo tradicional53.
En la mitad del siglo XIX chino el sincretismo político-religioso con presencia de una corriente igualitarista cristiana jugó un papel legitimador de la rebelión Tai-ping porque todavía el colonialismo europeo no había demostrado su salvajismo absoluto, lo que mantenía la ficción progresista de ese sector cristiano. Pero un tercio de siglo después, en 1899, el cristianismo ya había demostrado ser un elemento básico en el nuevo imperialismo que comenzaba a asolar a China: las masas campesinas, los artesanos de aldeas y pueblos, el aún joven proletariado recién llegado a la ciudad, este pueblo que no había olvidado sus millones de asesinados hacía dos décadas, volvió a sublevarse contra las atrocidades extranjeras toleradas cuando no apoyadas por la dinastía manchú, también extranjera. Las misiones cristianas actuaban como verdaderas empresas de saqueo con duros métodos disciplinarios, protegidas militarmente. La rebelión de los Yi Ho Tuan o «boxers» fue un intento «popular-campesino»54 de acabar con todo ello.
Como síntesis de la prolongada historia político-religiosa china, conviene leer estas palabras de S. A Tokarev:
Resulta curioso observar que las épocas de mayor influencia de los funcionarios confucianos no coincide con las dinastías nacionales Tang, Sung y Ming, sino principalmente con las extranjeras, mongol y manchú. Parece evidente que las dinastías extranjeras no sentían muy firme su posición en el país y buscaron el apoyo en la clase culta de los funcionarios. En cambio, las dinastías nacionales, cuyo contacto con las grandes capas de la población era más estrecho, experimentaban mayor influencia de los sacerdotes taoístas, vinculados con las masas populares55.
Hemos dicho en páginas anteriores que el último emperador chino, Pu-Yi, realizó el último sacrificio de fertilidad en primavera en Pekín en 1910. La victoria de las fuerzas democrático-burguesas dirigidas por Sun Yat-sen supuso un avance significativo en la lucha contra el opio religioso, pero la victoria de la contrarrevolución de Chang Kai-chek en 1927 acarreó la vuelta del irracionalismo del pasado. Sin embargo, y a pesar de estos avatares, dentro de China se estaba viviendo un cambio cualitativo que acabará para siempre con la tradición milenaria del «consenso» entre las clases. Lo que originó ese cambio fue la despiadada opresión nacional colonialista e imperialista siempre apoyada, o consentida, por las clases propietarias chinas. Desde la década de 1920.
El fin principal para el que debía ser empleada la cultura no era el «consenso» sino la «revuelta». Obviamente el instrumento debía ser cambiado si el fin cambiaba tan radicalmente. Frente a la función conservadora de la cultura tradicional, las nuevas exigencias imponían la construcción de una «cultura nueva» [que] no debía ser vehículo para la sujeción de China al mundo occidental, sino por el contrario arma de lucha contra aquella sujeción, arma de «salvación» contra la dominación. Debía ser una «cultura revolucionaria»56.
Para concluir este apartado, debemos hacer una rápida anotación sobre el efecto del confucianismo en el Japón. El sintoísmo japonés como el confucionismo chino «dirige su atención exclusivamente a la vida terrenal y tiene muy escaso interés en el mundo del más allá. Su esencia radica en otorgar la consagración religiosa al régimen político-social que se formó en Japón en el curso de la historia»57. La agudización de la lucha de clases lleva a las clases dominantes a elaborar trampas ideológicas –«religiones»– que adormezcan, droguen a las clases explotadas. Pero la penetración del cristianismo católico en Japón hizo tambalear la efectividad alienadora del sintoísmo y de otras religiones menores.
Así, en 1614, el gobierno japonés empezó una persecución implacable de los católicos que se mantuvo hasta 1865. Jesuitas y franciscanos habían organizado grupos católicos que se extendían por la sociedad, occidentalizándola. La represión fue contestada con una oleada fervorosa de flagelaciones y mutilaciones de creyentes, actos tan duros que causaron la muerte de algunos de ellos. La cultura japonesa observó horrorizada esas prácticas incomprensibles y fue tanto el desprestigio de los jesuitas y franciscanos que, para librarse, los primeros echaron la culpa a los segundos; y tenían razón58, eran los franciscanos quienes aconsejaban esa autotortura.
Las agudas tensiones entre Portugal y Holanda por el saqueo de Japón explican que los holandeses ayudasen en 1637 a los japoneses a reprimir una rebelión en defensa de los cristianos perseguidos59. Como ha sucedido tantas veces, el Jesús holandés ayudó a los paganos japoneses a asesinar al Jesús de los cristianos japoneses evangelizados por Portugal: el premio divino era echar a los portugueses y apoderarse del mercado de la isla y situarse muy cerca de las gigantescas riquezas de China y de Corea.
- Evgueni Kichánov: El Estado y el Derecho en Oriente Antiguo, op. cit., p. 204.
- S. A. Tokarev: Historia de las religiones, op. cit., p. 251.
- S. A. Tokarev: Idem., p. 249.
- Enroca Collotti Pischel: La revolución china, Edic. ERA, México 1976, tomo I, pp. 23 – 24.
- J. Baschet: «Las comunidades rurales en lucha por su autonomía», Días rebeldes, crónicas de insumisión, Octaedro, Barcelona 2009, pp. 36 – 37.
- A. Montenegro y J. Mª. Solana: «La configuración de la sociedad agrícola china», GHU, op. cit., pp. 156 – 157.
- A. Montenegro y J. Mª. Solana: Idem., p. 166.
- A. Montenegro y J. Mª. Solana: Idem., pp. 168 – 169.
- AA.VV.: «Nace y se desarrolla el pensamiento filosófico en la Antigua China», Historia de la filosofía, op. cit., tomo 1, p. 58.
- Bai Shouyi et alii: Breve historia de China, Edic. Lenguas Extranjeras, Beijing 1984, p. 79.
- Bai Shouyi et alii: Idem., pp. 80 – 81.
- Bai Shouyi et alii: Idem., pp. 83 – 84.
- E. Ferrer Rodríguez: De la lucha de clases a la lucha de frases, op. cit., p. 26.
- Sun Tzu: El arte de la guerra, op. cit., pp. 49 – 53.
- Sun Tzu: Idem., p. 90.
- AA.VV.: «Nace y se desarrolla el pensamiento filosófico en la Antigua China», Historia de la filosofía, op. cit., tomo 1, p. 59.
- Ambrogio Donini: Historia de las religiones, op. cit., p. 305.
- AA.VV.: «Nace y se desarrolla el pensamiento filosófico en la Antigua China», Historia de la filosofía, op. cit., p. 61 – 62.
- S. A. Tokarev: Historia de las religiones, op. cit., p. 246.
- Ambrogio Donini: Historia de las religiones, op. cit., pp. 304 – 305.
- AA.VV.: «Nace y se desarrolla el pensamiento filosófico en la Antigua China», Historia de la filosofía, op. cit., p. 60.
- Bai Shouyi et alii: Breve historia de China, op. cit., pp. 92 – 93.
- Bai Shouyi et alii: Idem., pp. 93 – 94.
- Bai Shouyi et alii: Idem., p. 114.
- AA.VV.: «Nace y se desarrolla el pensamiento filosófico en la Antigua China», Historia de la filosofía, op. cit., p. 58.
- N. Faulkner: De los neandertales a los neoliberales, op. cit., p. 65.
- A. Montenegro y J. Mª. Solana: «La constitución del imperio chino», GHU, op. cit., p. 197.
- Jacques Gernet: El mundo chino, Crítica, Barcelona 2005, p. 148.
- A. Montenegro y J. Mª. Solana: «La constitución del imperio chino», GHU, op. cit., p. 198.
- A. Aymard y J. Auboyer: «El bloque chino», HGC, «Oriente y Grecia Antigua», Destinolibro, Barcelona 1980, nº 76, tomo II, p. 966.
- A. Montenegro y J. Mª. Solana: «La constitución del imperio chino», GHU, op. cit., p. 199.
- Jacques Gernet: El mundo chino, op. cit., p. 144.
- D. R. Gonzalo: «Utopía libertaria y movimientos campesinos», Días rebeldes. Crónicas de insumisión, op. cit., pp. 30 – 31.
- Jacques Gernet: El mundo chino, op. cit., pp. 144 – 145.
- A. Montenegro y J. Mª. Solana: «La constitución del imperio chino», GHU, op. cit., p. 200.
- A. Aymard y J. Auboyer: «El bloque chino», HGC, «Oriente y Grecia Antigua», op. cit., p. 1002.
- A. Montenegro y J. Mª. Solana: «La constitución del imperio chino», GHU, op. cit., pp. 201 – 202.
- Jacques Gernet: El mundo chino, op. cit., p. 145.
- A. Montenegro y J. Mª. Solana: «La constitución del imperio chino», GHU, op. cit., p. 203.
- A. Aymard y J. Auboyer: «El bloque chino», HGC, «Oriente y Grecia Antigua», op. cit., p. 982.
- Abel Rebollo: «Pao Tsing Yen: por un pensamiento libertario», Días rebeldes. Crónicas de insumisión, op. cit., pp. 33 – 34.
- Isabel Cervera: «China», Historia de la humanidad, Arlanza, Madrid 2000, tomo 14, p. 42.
- D. R. Gonzalo: «Utopía libertaria y movimientos campesinos», Días rebeldes. Crónicas de insumisión, op. cit., p. 32.
- Jacques Gernet: El mundo chino, op. cit., pp. 167 – 168.
- Bai Shouyi et alii: Breve historia de China, op. cit., pp. 177 – 178.
- Jacques Gernet: El mundo chino, op. cit., pp. 198 – 200.
- Bai Shouyi et alii: Breve historia de China, op. cit., p. 188.
- Jacques Gernet: El mundo chino, op. cit., p. 200.
- Bai Shouyi et alii: Breve historia de China, op. cit., p. 200.
- Bai Shouyi et alii: Idem., p. 204.
- Bai Shouyi et alii: Idem., p. 259.
- Enrica Collotti Pischel: La revolución china, op. cit., p. 63.
- Enrica Collotti Pischel: Idem., p. 64.
- Enrica Collotti Pischel: Idem., p, 89 y ss.
- A. S. Tokarev: Historia de las religiones, op. cit., p. 248.
- Enrica Collotti Pischel: La revolución china, op. cit., p. 134.
- S. A. Tokarev: Historia de las religiones, op. cit., p. 258.
- Paul Johnson: La historia del cristianismo, op. cit., p. 474.
- Paul Johnson: Idem., p. 475.
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