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El «cristianismo» nace corroído internamente por las claras divergencias, por no decir contradicciones, que enfrentan las dos versiones iniciales del Génesis y que han dado pie a un largo debate. En la primera versión dios creó al hombre y le rodeó de animales para que le ayudaran, pero se dio cuenta de que no era suficiente y creó a la mujer quitándole una costilla al hombre mientras dormía; en la segunda, dios creó el mundo en seis días, siendo el hombre y la mujer los últimos, y al séptimo día descansó. Según, S. A. Tokarev la mejor explicación dada hasta la década de 1970 ha sido la de Inre Trenceni Waldapfel, historiador húngaro: la primera versión fue escrita por los pastores nómadas hebreos que dominaron Palestina y de ahí el orden de importancia en la creación: el hombre, los animales y al final la mujer. La segunda, fue escrita por los campesinos oriundos de Palestina y de ahí el orden de importancia del Génesis que sigue el ciclo de la agricultura, campesinos que adaptaron a sus creencias otras muy anteriores procedentes de Babilonia, Persia y Egipto1, imperios agrícolas mucho más desarrollados.
Tal contradicción inicial es parte de la inconsistencia lógica del cristianismo en cuanto tal, como religión. Otra contradicción irresoluble desde la dogmática es la que surge de la versión oficial de que el cristianismo –«nuevo testamento»– es una continuidad del judaísmo, «viejo testamento», perfeccionada por dios que «sacrificó a su hijo bien amado para liberar a la humanidad del pecado». Este mito no resiste la investigación científico-crítica. Leamos a G. Danino:
No es fácil habituarse a pensar que entre la religión del pueblo hebreo y la religión cristiana hay relaciones históricamente menos estrechas que entre el cristianismo primitivo y los distintos cultos de «salvación» o de «misterio». Pero mucho más difícil aún resulta aceptar el concepto de que el judaísmo y el cristianismo no son dos etapas del desarrollo de una misma religión sino que constituyen dos religiones paralelas que se desenvuelven en el milenio que va del siglo VI a.C. al VI d.C., cuando se produce el pasaje del sistema esclavista al régimen de servidumbre feudal2.
Las fechas delimitadoras no son fortuitas: para el siglo ‑VI el judaísmo, tras volver del cautiverio en Babilonia en ‑538 y bajo la ocupación persa, empezaba a imponer el monoteísmo estricto como método defensivo y a la vez de enriquecimiento de su clase dominante gracias al monopolio de los sacrificios y de la explotación social interna; para el inicio del siglo ‑V, la Biblia hasta entonces existente fue reescrita para justificar el nuevo orden de cosas, sobre todo los libros del Pentateuco, redactándose el código sacerdotal, base de la estructura de poder: «De todos los libros de la época anterior se eliminó cuidadosamente cualquier rastro de adoración a otros dioses»3. De la misma opinión es P. Rodríguez: «A pesar de lo que sugiere la tradición judeocristiana, Yahvé no apareció en la historia como un dios cósmico sino como una deidad tribal de pueblos semitas nómadas; solo un desarrollo teológico muy posterior, dentro de la cultura hebrea previa al exilio, le facilitó los atributos monoteístas estrictos que le llevarían a ser una deidad cósmica, un dios padre creador del universo»4.
En el siglo VI el cristianismo ya tenía más o menos elaborado oficialmente el eje de autoridad papal, verdadera ancla del poder vaticano: en efecto, para esa fecha el poder vaticano ya había llegado a un consenso mínimo pero suficiente sobre el listado de papas desde Pedro hasta ese momento5. Suficiente porque a pesar de que el problema de fondo –¿fue Pedro realmente designado por Jesús como su sucesor en la Tierra?– es irresoluble, el listado elaborado a finales del siglo VI sirve para mantener el dogma y reprimir cualquier herejía. Lo decisivo en ambas fechas es que surgen centros de poder burocrático –el código sacerdotal y la lista oficial de papas– que se legitiman en esos documentos y que, gracias a ello, pueden ordenar e imponer lo que les plazca, y así lo hacen. A finales del siglo VI, el papa Gregorio Magno (590−604) tenía el poder legítimo que le confería ser el sucesor de Pedro, suficiente como para organizar un ejército y enfrentarse a los lombardos en defensa de Roma6.
Como hemos dicho, desde el siglo ‑VI la religión hebrea se caracterizó por algo distinto de las demás religiones, algo que S. A. Tokarev expone así:
La agudización de las contradicciones de clase suele ser la causa de que las clases dominantes sientan la necesidad de hallar algún consuelo religioso para las masas populares, para no permitir que estas se encaminen por las vías de la protesta y de la lucha en pro de su liberación. En la mayoría de las religiones de la sociedad de clases, este consuelo es ofrecido al pueblo bajo la forma de una recompensa en el más allá, del premio en el otro mundo por los padecimientos sufridos en esta vida. En el judaísmo no se formó, sin embargo, una doctrina semejante, estuvo y sigue estando vinculado enteramente con la vida terrenal, no con el mundo de ultratumba. La religión judía consolaba de otra manera a las masas populares sufrientes, en lugar de la idea de la recompensa póstuma, desarrolló la idea de la elección hecha por Dios. Dicha doctrina se manifestó con particular nitidez en la época del «segundo templo»; si los hebreos sufrían, era por su exclusiva culpa, pues habían pecado, transgrediendo los mandamientos de Dios, y este los castigaba. Pero continuaban siendo el pueblo elegido; llegaría el momento en el que Yahvé perdonaría a su pueblo y lo elevaría por encima de todos los pueblos del mundo7.
Esta diferencia cualitativa del judaísmo se reafirmó en los primeros tiempos de pugna con el cristianismo, que por razones de dominio y poder absoluto, optó por ser la religión imperial de Roma. Aun así, la evolución paralela de ambas religiones se basaba en un vacío histórico casi absoluto y totalmente manipulado por sus castas dominantes. Hasta tal grado de manipulación que P. Odifreddi explica que en 2002 incluso las Sinagogas Unidas del Judaísmo Conservador, que representan a un millón y medio de judíos norteamericanos, aceptaron las dudas sobre la veracidad de muchos de los personajes –Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, Josué, David y Salomón– y hechos fundamentales de la Biblia ante el avance de las investigaciones al respecto, pero, añade:
En cambio, cuando se llega al Nuevo Testamento, hasta el mero hecho de plantear el problema de la existencia de Jesús y de la completa veracidad de los evangelios se convierte en una ofensa a los creyentes y en un insulto a la religión. Sin embargo, la arqueología o la historia confirman, cuando menos, algunas vagas referencias del Antiguo Testamento: por ejemplo, el hallazgo de restos destruidos de los muros de Jericó o una cita de Israel en una estela del faraón Merneptah, que se remontan, respectivamente a 1500 y 1200 a.e.V. Por el contrario, en la práctica no existe ningún testimonio histórico sobre la persona y la vida de Jesús fuera del Nuevo Testamento8.
El principio de precaución aplicado por las Sinagogas Unidas en 2002 es tanto más necesario conforme mejoran los métodos científicos. Por citar un ejemplo, la Biblia afirma que por orden de dios, el pueblo cananeo fue exterminado y sus ciudades destruidas mediante una «sangría primigenia»9 de la que no existe prueba material alguna. La omnisciencia de dios le tendría que haber advertido que, con esa orden genocida, sus súbditos hebreos asesinaban a uno de los pueblos que había inventado uno de los alfabetos que se conocen. En 2017 se demostró, sin embargo, que la existencia de cadáveres cananeos de hace unos 3.600 años «contradicen a Dios con su ADN»10 porque este se fue propagando la actualidad, el 90% del ADN del pueblo libanés actuales proviene del pueblo cananeo, supuestamente aniquilado por orden de dios.
Por ejemplo, además del estudio exhaustivo de restos arqueológicos, documentos y lenguas empleadas, se ha demostrado que son falsas todas las referencias anteriores al ‑1000 de la Biblia en la que se hacen referencias al uso de camellos, porque estos duros y muy aptos animales fueron domesticados a comienzos del primer milenio antes de nuestra era, y solo se emplearon como animales de carga a partir del siglo ‑VIII, por lo que se hunden todos los acontecimientos bíblicos en los que aparecen camellos antes de ese largo período de domesticación y uso normalizado11. Tal descubrimiento puede parecer menor, pero afecta a la veracidad misma del supuesto «libro dictado por dios» ya que, en la mejor de las excusas, dios, Yahvé, sería un ignorante de su propia obra porque él creó a los camellos, o un mentiroso, o las dos cosas.
Otro descubrimiento es más devastador: la huida de Egipto bajo la dirección de Moisés y la conquista de Canaán son mitos creados por las castas dominantes: «Este despiadado mito del asentamiento, descrito en el libro de Josué con coloridos detalles como uno de los primeros genocidios, nunca sucedió en realidad. La famosa conquista de Canaán era el siguiente mito en caer con las refriegas de la nueva arqueología»12. Las excavaciones en busca del pasado glorioso continuaron desde 1967 y, en medio de terrible consternación, no encontraron ninguna prueba material irrefutable de la existencia de los todopoderosos reinos de David y de Salomón, de modo que «la inevitable y problemática conclusión era que, si hubo una entidad política en la Judea del siglo X, se trató de un pequeño reino tribal en donde Jerusalén era un baluarte fortificado. Es posible que el minúsculo reino fuera gobernado por una dinastía conocida como la casa de David. Una inscripción descubierta en Tell Dan en 1933 apoya esta suposición, pero este reino de Judea era mucho más pequeño que el reino de Israel al norte y, aparentemente mucho menos desarrollado»13.
No podemos extendernos aquí en la acumulación de datos que niegan lo dicho por las versiones oficiales de la Biblia, como por ejemplo el mito del exilio y deportación masiva de judíos tras la guerra del año setenta sostenida por los zelotes contra la ocupación romana. Shlomo Sand ha demostrado que tal cosa no tuvo lugar14. De hecho, la visión actual que se tiene sobre este libro proviene de estrictas necesidades sociopolíticas surgidas en el siglo XVI, porque debemos saber que «la Biblia no es un libro histórico, es un libro de teología. Fueron los protestantes y, más tarde, los judíos, los que convirtieron la Biblia en un libro de historia»15. En cuanto libro de teología, la Biblia solo sirve para estudiar la evolución histórica de la impotencia del pensamiento humano drogado por el opio religioso y sumiso a los caprichos inescrutables del fetiche adorado. En cuanto libro de historia, es un compendio de narraciones casi siempre muy violentas, interpolaciones y añadidos en partes ya censuradas o destruidas… Un libro que se ha ido modelando bajo el dictado de las luchas de poder, que desde el siglo XVI es releído políticamente, y que solo desde los inicios del siglo XIX es tratado científicamente al igual que se estudian los papiros egipcios, los textos persas e hindúes, o las pinturas rupestres y las venus paleolíticas.
El estudio radical de la Biblia nos permite contextualizar la extrema violencia de Yahvé contra su pueblo elegido cuando este le desobedece, no solamente contra los paganos e infieles extranjeros. Contra su propio pueblo cuando este protesta, cuando se percata que la entrada en la tierra prometida no será pacífica, indolora, sino que requerirá de una salvaje y cruenta guerra invasora. Yahvé, enfurecido, piensa en exterminarlo, pero la intercesión de Moisés le convence de que es mejor condenarle a una peregrinación de cuarenta años por el desierto, antes de acceder a la tierra prometida en la que la leche y la miel fluían como el agua. Pero más terrible aún es esto:
En aquel período hubo rebeliones contra la naciente jerarquía sacerdotal, simbolizada por el episodio en que Coré, Datan y Abiram atizan al pueblo contra Moisés y Aarón y rechazan su autoridad, con el argumento de que los judíos «son todos santos y Yahvé entre todos». Pero estas rebeliones, al menos según los sacerdotes que escribirán la Biblia, eran erradicadas desde arriba: en el caso en cuestión, la tierra se abre y se traga a los rebeldes y a sus 250 seguidores, haciéndoles caer «vivos en el fondo de la Tierra». Y cuando el pueblo se lamenta que esa no sea manera de tratar a los judíos, por toda respuesta recibe un flagelo que mata a 14.700 personas16.
Y con respecto a la esclavitud, las leyes hebreas eran mucho más duras con los esclavos extranjeros que con los hebreos. Sobre los primeros:
Para la Biblia no era delito matar a uno de estos esclavos mientras que el asesinato de un hombre libre se castigaba con la muerte; en el caso de matar a un esclavo de otro propietario bastaba con ofrecer una compensación pecuniaria. El adulterio cometido con una mujer desposada con un hombre libre se castigaba con la lapidación; pero si se trataba de una concubina o una esclava, se reparaba fácilmente mediante una indemnización pecuniaria al propietario. Los casos de emancipación eran bastante raros; los sacerdotes aconsejaban no liberar a los esclavos porque una vez en libertad tendrían que haber sido tratados como «prosélitos» y entonces casi se habrían igualado en derecho a los hebreos de nacimiento17.
La violencia religiosa del judaísmo antiguo correspondía al origen de pueblo nómada que debía saquear a las ciudades agrícolas y esclavizar a sus habitantes. Era un pueblo que debía compensar su pequeñez con una brutalidad extrema: su clase dominante sabía que solo esa violencia interna y externa podía garantizar sus propiedades, o en caso extremo, plegándose al invasor como colaboracionista. Esta segunda forma, la de ayudar al invasor a oprimir a su propio pueblo a cambio de mantener una parte del poder, era la que marcaba el contexto extremadamente tenso, casi explosivo, en el que actuaban varios movimientos político-religiosos, siendo el de un tal Jesús uno de ellos.
Se estaba creando así parte de las condiciones para que surgiera la eufemísticamente denominada «religión del amor», siendo la poderosa influencia de las corrientes orientales y salvíficas otras de las condiciones que ayudaron:
En los cultos orientales existieron imágenes de dioses salvadores, cuya veneración alcanzó gran difusión, en especial entre las clases oprimidas […] eran también dioses de la naturaleza y personificaciones del espíritu de la vegetación, pero en la conciencia de las masas trabajadoras gozaban de una veneración especial, como dioses a los cuales es posible rogar por la propia salvación. Por eso eran especialmente amados por los pobres de las ciudades, pues para estos no presentaban interés alguno las primitivas funciones agrarias de los dioses18.
Entre los siglos ‑VI y VI terminó por decantarse la pugna entre dos religiones paralelas. La cristiana se expandió rápidamente gracias a conquistar los aparatos político-militares de Roma y, con los siglos, gracias a ser la religión oficial del medievo y del capitalismo. La sangre y el dolor que esta victoria exigía fue ocultada con bellos sermones que aseguraban que «dios es amor». M. Verret ha sintetizado así esta larga evolución:
Las sociedades tribales, soldadas en comunidades cuya fuerza todavía nos asombra, no conocían, en puridad de verdad, religiones del amor. Estas, solo aparecieron, al contrario, después de la disociación de las comunidades primitivas, durante la escisión de la sociedad en clases antagónicas y la aparición del Estado. Con más precisión aun, con la aparición de la economía mercantil, cuando la división del trabajo y la propiedad privada liberaron el individualismo y llevaron a término la atomización de las comunidades naturales primitivas. Por cierto, que nuevas comunidades se constituyeron: las clases, las naciones, etc. Pero las primeras están incesantemente sometidas a las fuerzas centrífugas del interés privado y de la competencia. Se oponen de forma mutua en antagonismos tan invencibles que amenazan de modo permanente a las más vastas formas sociales de unidad, cuya cohesión debe ser mantenida mediante organismos centrales de coerción. Las religiones del amor llegan entonces para compensar de manera simbólica, en un plano imaginario, el desgarramiento real de la comunidad a través del antagonismo de los intereses. Pero la compensación solo se vuelve posible y necesaria debido a la insatisfacción real de la necesidad comunitaria19.
La religión del amor es el instrumento ideológico inserto en la totalidad de los medios de coerción que cohesionan las sociedades basadas en la explotación. Un ejemplo lo tenemos en la trágica lección histórica de que muchas personas han pagado con su vida20 los intentos de estudiar críticamente la Biblia: han sido asesinadas en nombre y defensa del «amor». En el cristianismo conviven, por tanto, dos líneas que forman una unidad de contrarios solo asumible desde el irracionalismo de la fe religiosa: una es la oficial que sostiene que «dios es amor», la del Mesías; la contraria es la práctica que demuestra que «dios es odio», la de la Inquisición y la guerra. La lógica formal no puede resolver esta unidad de antagonismos, solo lo logra la lógica dialéctica explicando la esencia social e histórica, de clase y de sexo, de nación opresora u oprimida. Nigel Davies lo explica así:
Si Jesucristo era totalmente bueno, no había lugar en la tierra para sus enemigos, por lo que debían ser perseguidos sin piedad; de otro modo, la bendición de la redención cristiana se convertiría en una maldición. Tanto los cristianos como los musulmanes, fieles a la palabra de un solo profeta, pasaron a cuchillo a los infieles. No solo los descreídos tenían que morir, sino que los disidentes cristianos contrarios al dogma ortodoxo, como los enemigos de Osiris, tenían que ser torturados y muertos ritualmente21.
La «religión del amor» lleva el odio en sus entrañas. Recordemos ahora lo que nos había dicho Puente Ojea sobre la hostilidad de Jesús hacia los enemigos de dios, una hostilidad intransigente. El dilema es ¿cuál de los dos mensajes –amor u odio– es el válido? ¿Cuál es el Jesús verdadero? ¿Existió este personaje como realidad concreta? Estas preguntas no son arbitrarias, porque las investigaciones que se están realizando desde comienzos del siglo XIX indican que apenas se sabe nada fiable sobre el tal Jesús, ni siquiera cómo fue muerte sobre la que «no sabemos casi nada»22. En 1939 Lucien Henry publicó una de las mejores obras sobre las religiones –Durkheim y la «sociología de la religión» quedan pulverizadas para siempre en esta obra– que, por ser marxista, ha sido perseguida hasta ahora, en ella hace un repaso de las muchas respuestas a esas preguntas. Y escribe lo siguiente sobre lo que decía el judaísmo de los primeros siglos sobre el tal Jesús:
¿Hay en la literatura judía huellas que testimonien la existencia histórica de Jesús? Sí, ciertamente, pero ellas son tardías y no se encuentran más que en el Talmud, producto del mesianismo puramente hebreo, davídico. Ahora bien, el Talmud de Palestina fue redactado 400 años solamente después de Jesucristo y el de Babilonia hacia el año 500. Lo que se dice de Jesús proviene de una polémica anticristiana bastante baja: es en efecto en el Talmud donde nuestros anticlericales de Viernes Santo –y solo de viernes santo– han encontrado la fábula que hace del Mesías el hijo de una peinadora judía y de un soldado romano Panthera (Ben Pandira). Hecho característico, y que prueba que los redactores del Talmud no han conocido la existencia de Cristo más que por los libros cristianos, es que ellos jamás le dieron su nombre hebreo, sino únicamente su nombre griego. El gran rabino Israel Levy ha podido establecer, por otra parte, que: «[…] las nociones más o menos fantásticas sobre la persona de Jesús, que se encuentran en el Talmud, no son más que la refracción en los medios judíos de los mismos relatos cristianos»23.
L. Henry continúa exponiendo su rigurosa disección de los datos conocidos hasta 1939 sobre este debate, mostrando cuanta manipulación y falsedad se ha escrito sobre los textos judíos y romanos de la época: «Del silencio de los escritores judíos y de los escritores profanos, podemos concluir la posibilidad de la no existencia histórica de Cristo; pero, para llevar a su término nuestra demostración, para mostrar que “el hombre hace sus Cristos como hace sus dioses” (Robertson), es preciso examinar, pero muy brevemente, el Nuevo Testamento, las obras que lo componen, en el orden cronológico verosímil»24. Además de repasar los evangelios oficiales, L. Henry se detiene en los «evangelios sinópticos» redactados probablemente a partir de la sublevación mesiánica judía dirigida por Bar-Kocheba y masacrada sin piedad por los romanos en 132, en los que parece vislumbrarse alguna influencia de Marción, personaje clave y por tanto perseguido por la Iglesia, al que volveremos. Sobre si Jesús era el único que predicaba el amor, dice lo siguiente:
La famosa prédica de amor de Jesús no es nada original, como querrían hacernos creer los admiradores a menudo platónicos de la moral evangélica; que se lea el Testamento de los Doce Patriarcas (y en particular Simeón, Zabulón, Benjamín), que se lea también Hillel y se encontrará en esos apócrifos del Antiguo Testamento, anteriores al Nuevo, esta moral que también conoció en la misma época y en ciertos medios, el resto del mundo antiguo y que por lo tanto, no testimonia nada en favor de la historicidad de Jesús; en cuanto a las parábolas tan celebradas, provienen de los rabinos y son bien semejantes a las innumerables leyendas orientales, de origen popular, colectivo25.
Al igual que otros muchos historiadores, L. Henry pone al descubierto las similitudes entre Jesús, Mithra, los misterios griegos de Eleusis, Osiris, Deméter, Adonis y Atis, Horus, Poseidón, Febus Apollon, Dyonisos, Esculapio… y Buda, por citar algunos casos. También muestra las coincidencias de la pasión de Jesús con otros hechos sacrificiales míticos, el contenido pagano de la fiesta de la Natividad, etc., y, después de todo ello, sostiene que en aquella época de crisis total en Israel y la región adyacente, se superponían y fusionaban una gran cantidad de movimientos político-religiosos, de modo que los cristianos orientados hacia Roma no tuvieron dificultades para hacer un sincretismo de entre los múltiples personajes hasta crear al «Jesús humano»:
Así, dar al dios segundo Jesús rasgos fuertemente acentuados, hacerlo descender y vivir en la tierra, transformarlo en un personaje contemporáneo obrando milagrosamente (realizando milagros tradicionales, bien conocidos), en un medio social dado, ese fue el fin de los Evangelios; por otra parte, el Cristo dogmático del misterio paulino se fundía así con un Jesús histórico y las múltiples herejías, la confusión inicial del movimiento de masas cristianas podían ser mejor combatidas; en efecto, más se desarrollaban las comunidades, más las diferencias sociales se hacían latentes en su seno y más las Iglesias tenían necesidad de ser unificadas, explicados los ritos, justificados los sacramentos. Y así nació una literatura, de la cual no poseemos más que una reducida parte, pulularon los escritos, en los que, a las creencias paganas se mezclaban, según los temas generales de la ideología religiosa de entonces, las profecías judías, donde se amalgamaban «pruebas» escriturales y tradiciones orales. Cada uno de nuestros Evangelios canónicos, esas leyendas edificantes, desempeña su papel social particular26.
Y concluye con estas palabras antes de citar a Engels:
El Evangelio de Juan, místico, es un escrito gnóstico adaptado con la ayuda de los Sinópticos a las necesidades de la Iglesia cristiana. Asimismo, cada uno de los Evangelios apócrifos tiene su papel propio a desempeñar. Pero en todos, cualquiera sea el medio al que se dirigen, la historia de Cristo no reposa más que sobre una leyenda, favorable a las clases explotadoras, y esa leyenda proviene de la tradición más primitiva: «Una vez constituida la religión, contiene siempre una materia transmitida, lo mismo que, en todos los dominios ideológicos, la tradición es una gran fuerza conservadora. Pero los cambios que se producen en esta materia, resultan de las relaciones de clase y, en consecuencia, de las relaciones económicas entre los hombres que preceden a esos cambios»27.
En las dos últimas citas que hemos transcrito, L. Henry hace referencia a uno de los problemas que subyacen en la creación del Jesús histórico: la pugna entre cristianos judaizantes y cristianos gentiles, es decir, los que, sobre todo bajo la influencia de Pablo, optaron por acercarse a Roma. Los evangelistas elevados al altar del dogma de la Iglesia, optaron abiertamente por suavizar la extrema dureza de la ocupación romana, falsificando el papel real de Poncio Pilatos, presentándolo como un político que buscaba cierta ecuanimidad para no inmiscuirse del todo en las tensiones sociales de Palestina y de ahí su decisión casi salomónica de «lavarse las manos». Según A. S. Tokarev, Pilatos era: «[…] un déspota cruel, nada predispuesto a actitudes humanitaristas», pero los evangelistas oficiales silenciaron esta verdad para echar a los judíos toda la culpa de la muerte de Jesús, porque el cristianismo estaba entonces rompiendo con el judaísmo para así expandirse en el mundo de los gentiles, de otras creencias que tenían muchísimo más poder político:
Con la misma intención fue introducido en los evangelios (también en los cuatro) el personaje del Judas traidor, uno de los doce apóstoles, que vendió a Jesús a sus enemigos por treinta monedas. El mismo nombre de Judas es la personificación del pueblo judío; pareciera que en su persona los autores de los evangelios hubieran querido marcar a todos los judíos28.
La construcción del Jesús histórico tenía por tanto un interés político-religioso, y económico al cabo dos siglos, que debía ser encubierto y/o justificado de alguna forma con la manipulación histórica. Tenemos que tener en cuenta estas fricciones para captar el verdadero sentido de lo que sigue, porque la radicalidad social del mesianismo pagano y judío anterior al siglo I era innegable. Por ejemplo, en ‑135 tuvo lugar la primera sublevación de las y los esclavos en Sicilia, dirigida por el legendario Euno practicante de los cultos orientales de la «gran madre de los dioses» que le había garantizado la victoria. En la segunda rebelión, la de ‑104, sus dirigentes Silvio y Atenión creían en la llegada de un «rey celeste» predestinado a la gloria y al sacrificio. Y la tercera rebelión, la de ‑73, estaba dividida por dos grandes culturas: la mística oriental de los misterios de Baco-Dioniso, dirigida por Espartaco y que quería salir de Italia, y la galo-germánica representada por Craso que quería destruir Roma29.
No podemos extendernos en otras luchas de clase y nacionales que se dieron en ese período, pero que nos llevarían a la misma conclusión: conforme se acercaba la crisis de agotamiento de la República romana, se exacerbaban los movimientos político-religiosos. Antes de que esa crisis apareciera, existían claros indicios de que se estaban debilitando antiguas formas espontáneas de adoración a los dioses, en especial a los reyes y personajes que eran adorados de alguna forma por el poder que representaban. Para recuperar la eficacia política de esos cultos, a mediados del siglo ‑III, se empezó en Grecia30 a oficializar esos cultos, medidas que se extenderían a Roma. En la tensa región de Palestina, las fricciones político-religiosas entre ocupantes y ocupados, y dentro de estos, también iban en aumento.
Se entiende así que antes del siglo I existieran en Palestina movimientos de esa índole. De entre los escritos apócrifos de esa época que se conservan, I. Kriveliov destaca tres: el Libro de los Jubileos, posiblemente de la mitad del siglo I, en el que se insiste en que la llegada del «reino de dios» vendrá acompañada de ejecuciones de impíos. También el apócrifo Libro de Enoch, atribuido a Enoch, de la misma época. Y los textos judeo sibilinos de la saga de los Libros Sibilinos, saga escrita entre dos siglos a.C. y dos después d.C. Las secciones judías de esta saga aparecieron alrededor de 140 en Alejandría y describen con mucho detalle el antagonismo entre el sacrilegio y el desafuero de los impíos y la vida pía de quienes sacrifican a dios becerros bien nutridos. Basándose en todo ello, I. Kriveliov escribe que:
El advenimiento del Mesías se vinculaba comúnmente a un viraje radical en los destinos de la Tierra y del género humano, equivalente al «fin del mundo», o sea, de hecho, del mundo viejo, del orden de cosas viejo. De donde la idea de la inevitabilidad de terribles catástrofes de proporciones cósmicas, las cuales culminarán en el juicio de todos los vivos y muerto.
Será un juicio justo. Los pecadores y los violadores de la ley serán reprimidos sin piedad, los píos y, en general, los hombres buenos gozarán de la bienaventuranza eterna. Aquí es donde se deja sentir el carácter democrático de la ideología mesiánica. Los pecadores son por excelencia gentes ricas y poderosas, que ofenden y oprimen a las personas sencillas. Los oprimidos sueñan no solo con una revolución cósmica sino también social: la llegada del Mesías les promete también cambios del régimen social, bastante oscuros por cierto, pero cabe pensar en todo caso que como resultado de ellos los pobres ajustarán al fin las cuentas con los ricos31.
Kriveliov analiza el impacto destructor que tuvieron que causar las terribles derrotas de las sublevaciones de 66 – 73 y 132 – 135, y sus represiones posteriores, en la esperanza mesiánica, en la inmediata «venida del Mesías», sobre todo cuando el mesianismo tenía un contenido de liberación nacional y social tan fuerte, y ver que la opresión nacional se había endurecido y que los ricos e impíos además se enriquecían colaborando con Roma. La desmoralización debió facilitar sobremanera la transformación cualitativa del mesianismo judío al cristianismo paulino por parte de las comunidades judeocristianas exteriores, que encontraron una fuerte oposición en el mesianismo judío. Kriveliov sostiene que el cristianismo paulino se impuso porque, además de otras razones, también integró tradiciones religiosas persas, egipcias y griegas que tenían una visión de larga espera32.
G. Puente Ojea ha estudiado con extremo rigor la liquidación realizada por Pablo del primer cristianismo mesiánico:
Tan fuerte era esta llamada revolucionaria, que el paulinismo, aun después del año 70, solo prevaleció totalmente de manera paulatina mediante un proceso de desjudeización, y de desescatologización después, que conduciría en el siglo II, concluida la lucha contra la gnosis, a la versión católica de la fe cristiana. El éxito de esta versión radicó en mantener eclécticamente conjugadas la visión del mundo de las clases inferiores y la interiorización del reino de Dios, mediante una hábil síntesis entre espíritu paulino y la tradición judía. Por sus raíces revolucionarias, el cristianismo brindaba el legado de una fe esencialmente diferente de las religiones cívicas del mundo antiguo. Estas religiones –tanto las del Estado-ciudad como las del Imperio– constituían, de hecho, un efectivo soporte moral de la dominación socioeconómica. Por el contrario, el cristianismo seguirá conservando y administrando cautamente el rico y precioso caudal reivindicativo de las clases explotadas que nutrían mayoritariamente sus filas, mediante fórmulas de hábil ambigüedad: aunque el giro paulino orientó decisivamente a la doctrina social cristiana hacia actitudes de alejamiento íntimo del mundo, esta doctrina social se mantuvo mucho tiempo en un estado de relativa indefinición que permitía vivir los contenidos de la fe en función de los sentimientos específicos de cada uno de los grupos o estratos sociales integrantes de la cristiandad33.
Tampoco debemos menospreciar la personalidad de Pablo y sus efectos sobre la psicología de las masas derrotadas:
Odio a sí mismo, al mundo, a las mujeres y a la libertad. Pablo de Tarso agrega a ese cuadro desolador el odio a la inteligencia. El Génesis ya enseña el desprecio por el saber; pues no lo olvidemos, el pecado original, la culpa imperdonable transmitida de generación en generación, se debe a haber probado la fruta del árbol del conocimiento. Lo imperdonable consiste en haber querido saber y en no contentarse con la obediencia y la fe que Dios exige para acceder a la felicidad. Igualar a Dios en la ciencia, preferir la cultura y la inteligencia a la imbecilidad de los obedientes son otros tantos pecados mortales…34
Además de esto, muy importante, P. Johnson sostiene que: «Lo que aseguró la supervivencia del cristianismo no fue el triunfo de Pablo en el terreno mismo, sino la destrucción de Jerusalén y con esta de la fe judeo-cristiana»35. Jerusalén fue aplastada en el 70 y tres años después Roma conquistó la aparentemente inexpugnable fortaleza de Masada, con esta derrota casi absoluta, el mesianismo judío apenas podía argumentar razón alguna a favor de su Mesías guerrero. Las revueltas de 115 – 117 debilitaron aún más el prestigio de ese dios invencible y, por fin, la masacre de 132 – 135 aún más salvaje que la primera terminó con la esperanza inmediata del judaísmo militante, abriendo la puerta al cristianismo que renunciaba a la liberación nacional y aceptaba el dominio romano.
Bajo este demoledor panorama, se expande la deriva conservadora ya impuesta definitivamente con las epístolas de Clemente de finales del I o comienzos del II en las que se hace una loa al poder romano y a las legiones, con una «obediencia» que roza el «masoquismo», y que se resume así: «La existencia de los ricos y pobres pertenece al ordo naturalis; en el seno de este orden, el auxilio a los menesterosos constituye la providencial ocasión de probar el amor a Dios»36. Con los años se expande la obediencia sumisa al poder y con ella «la mentalidad profundamente conservadora de los hombres de Iglesia a finales del siglo II»37, como se comprueba en el tratado Contra las herejías de Ireneo de Lión, muerto alrededor del 200.
La reacción patriarcal también se envalentona en estos años. Tertuliano (160−220), uno de los llamados «padres de la Iglesia», autor de ese misterio llamado Trinidad, autor de la sentencia: «Creo porque es absurdo», etc., criminalizó así a la mujer:
¿Acaso no sabes qué eres, Eva? La sentencia de Dios sobre tu sexo no ha caducado, por lo tanto, por fuerza sigue viva. Eres la puerta del diablo, eres la primera derrota de la ley divina; fuiste tú la que persuadió a aquel que el diablo no se atrevió a atacar. ¡Con qué facilidad destruiste esta imagen de Dios que es el hombre! ¡Por tus merecimientos, es decir, por la muerte, incluso el hijo de Dios tuvo que morir38.
Y cuanto más conservador se vuelve el cristianismo, más énfasis hace en la caridad, por dos razones: una, porque hay que evitar el descontento social y, otra, por puro miedo a dios pues dicen que castiga al egoísta. El «amor a dios», o «temor de dios», que es lo mismo, se pone como razón de la caridad hacia el menesteroso, pero no es sino una «inversión al futuro», inversión económica para la «otra vida», como veremos en el estudio del fetichismo: «La religión es la forma más cómoda de autoengaño de los explotadores»39. Además de esto, la caridad del aquel cristianismo tenía las mismas estrictas restricciones y exclusiones que el mesianismo de Jesús, tal como Puente Ojea nos lo ha aclarado arriba. En palabras de P. Lafargue:
Los que aceptaban la fe recibían el bautismo y comían simbólicamente la carne de Cristo, eran «santificados» y se convertían en «miembros de Cristo», aunque tuviesen todos los vicios y aunque continuasen satisfaciéndolos en las iglesias. Los infieles, aunque fuesen modelos de virtud, eran desechados. «Jesús, dice San Pablo, se rebelará en el cielo, con los ángeles de su poder, con un fuego flamígero, ejerciendo la venganza contra los que no conocen a Dios y no obedecen el Evangelio: estos serán castigados con la pena eterna ante el Señor y ante la gloria de su poder» (II, Tbes. 1−6−9). La amistad y el amor fraternal que predicaban los apóstoles, y que en las traducciones de las lenguas modernas se denomina caridad, no debían practicarla más que entre los cristianos, entre los fieles; los infieles eran el enemigo y contra el cual se debía predicar el odio eterno. Los santos se divertían con la venganza de ultratumba que Jesús ejercería contra ellos, para consolarse de la venganza que no podían satisfacer en este mundo40.
La versión oficial elaborada por la Iglesia sobre los primeros cristianos está siendo desmontada por los resultados de las nuevas traducciones de papiros antiguos. Por ejemplo, una carta del año 230 muestra cómo vivía una familia cristiana egipcia de clase alta, funcionaria y de la elite terrateniente, integrada en la vida sociopolítica sin distinguirse del entorno pagano, lo que desautoriza la versión interesada de que la totalidad de los cristianos «eran pueblos excéntricos y perseguidos»41. Pertenecer a la elite sociopolítica propietaria de latifundios en la sociedad esclavista, como el caso de la familia cristiana egipcia, exigía la aceptación y defensa del orden establecido.
Para entender las represiones puntuales que el cristianismo sufría hacia los años 230, debemos retroceder como mínimo medio siglo, hasta el año 180 cuando Celso, filósofo muy formado, dio un salto teórico en la defensa del paganismo al publicar la obra Discurso verdadero en la que desmontaba las tesis cristianas. Este texto se ha perdido, pero se conoce parcialmente su contenido por la respuesta que Orígenes escribió casi setenta años después criticando el paganismo. Otros autores paganos como Plotino y Porfirio radicalizaron la postura de Celso. La lucha filosófica se movía en un plano alejado del malestar inicial del pueblo contra los cristianos desde el siglo I, llegándose a choques violentos: «Así se explica la extraña situación de los cristianos en el Imperio romano hasta principios del siglo III: impopulares, pero en general tolerados, jamás sistemáticamente perseguidos, pero expuestos en todo momento a sufrir la pena capital si a alguien se le ocurría denunciarlos ante el poder imperial o ante las autoridades locales»42.
Esto no quiere decir que no hubiera persecuciones, las hubo, pero fueron locales, en zonas precisas debido a la gran autonomía político-religiosa de los departamentos del enorme imperio. Solamente desde comienzos del siglo III los emperadores comenzaron a centralizar la vigilancia, control y represión del cristianismo, aunque hasta 250 y 272 hubo una precaria tolerancia rota puntualmente. Pero por un conjunto de factores, entre los que pesó mucho el inicio de una crisis imperial, los sectores más intransigentes del paganismo lanzaron una feroz persecución en 302 – 303, se dictó una ley contra los cristianos que dio paso a la persecución sistemática; pero hay que decir que esta ley era menos severa, más suave que la que en 297 se dictó contra los maniqueos43.
Se debate sobre si el cristianismo hubiera aguantado mucho tiempo esa represión, o si le «salvó la campana» porque en mayo de 305 se suavizó mucho por la debilidad del poder romano al abdicar al mismo tiempo Maximiano y Diocleciano. Aunque la persecución se prolongó en algunas zonas, para 307 y 308 perdía impulso y en 311 fueron devueltos los derechos a los cristianos. Las tensiones políticas entre Oriente y Occidente en el imperio determinaron la astuta táctica de Constantino con su edicto de 312, como las medidas de gran apoyo económico al cristianismo desde 313, que le permitía empezar a controlar estrechamente la evolución del cristianismo, sobre todo en las reuniones internas de los obispos44, control que llegó a ser absoluto desde el concilio de Nicea en 325, como veremos.
Durante este largo período, de finales del siglo II hasta comienzos del siglo IV, para el cristianismo oficial, y sobre todo para los de clase alta como esta familia egipcia, era muy importante creer que Jesús había existido como persona material, no tanto por el incentivo moral que aportaba para sobrellevar los peligros de las persecuciones y tormentos mortales, cuando los había, sino sobre todo porque así, con esa creencia, podían oponer un modelo terrenal alternativo al dominante, al pagano. En la medida en que el cristianismo avanzaba entre la sociedad, iba apareciendo como una posible futura fuerza político-religiosa dominante que giraba alrededor de un dios-hombre histórico real, que había existido, no en un sueño mágico.
Pero una cosa es el deseo y otra la realidad: K. Deschner responde así a la pregunta de si existió Jesús:
Que es posible que haya existido, quizá es hasta más probable que lo contrario; pero la probabilidad de que no haya existido no está descartada. Quien, por principio, da por demostrada la historicidad de Jesús lo mínimo que se puede decir de él es que no es leal, que quizá es un tramposo. No existe una prueba segura, al menos hoy día no es aducible. […] Es patente y manifiesto el silencio en la historiografía de su tiempo. El mundo no cristiano del «primer» siglo –el siglo de Jesús– ignoró a Jesús. ¡Ningún historiador habló de él, ni en Grecia, ni en Roma ni en Palestina!45
Por su parte, Kriveliov repasa las múltiples caras del «Cristo polifacético»: el de la Iglesia en cuanto «Dios hombre». El campeón de la libertad intrínseca, de F. Dostoievski. El de la perfección moral de L. Tolstói. El revolucionario y rebelde de A. Vavenski y K. Kautsky. El héroe y mártir encantador de E. Renán. ¿El demente, de J. Meslier, E. Meyer e Y. Carmichael? ¿Un astro personificado, según A. Niemojewski, A. Drews y otros? Y Kriveliov se pregunta: ¿Cuál de las faces es la verdadera? Su respuesta es: «Cristo debe ser interpretado con todos sus rasgos contradictorios, no importa si es considerado fruto de la fantasía religiosa o personalidad histórica real»46. El autor sostiene que para el ateísmo no es imprescindible demostrar que Cristo no existió como persona histórica, porque, por ejemplo, la realidad histórica de Mahoma o de Francisco de Asís no puede negar la verdad del ateísmo, por lo que «para la ciencia histórica tiene importancia otro aspecto: ¿hay fundamentos para estimar que existió?»47.
El autor tiene razón al insistir en que, para la filosofía atea, es secundario que exista o no tal o cual persona adorada por los creyentes, porque el problema a resolver radica no en el objeto de adoración –Cristo, Brigit, Shiva, Taimat, Afrodita, una estatua, tótem, reliquia o idea – , sino en la alienación y la sumisión fetichista a algo irracionalmente tenido como superior. Lo fundamental es saber por qué la persona acepta su esclavitud, no cómo la expresa con ritos, exorcismos, invocaciones, penitencias, sacrificios… Esto segundo es importante, pero supeditado a lo primero.
M. Onfray nos recomienda que leamos a Diógenes Laercio cuando narra la vida de Sócrates, Platón y Pitágoras, y las comparemos con las versiones sobre la vida de Jesús: descubriremos grandes identidades míticas en lo referente a madres vírgenes y padres divinos, milagros, ausencia de textos propios sino tradición oral manipulable, noches en velo y sueños premonitorios, vidas austeras y castas, resurrección post morten…48, y nos dice:
Jesús existió, sin duda, como Ulises y Zaratustra, de quienes importa poco saber si vivieron físicamente, en carne y hueso, en un tiempo dado y en un lugar específico. La existencia de Jesús no ha sido verificada históricamente. Ningún documento de la época, ninguna prueba arqueológica ni ninguna certeza permite llegar a la conclusión, hoy en día, de que hubo una presencia real que mediara entre dos mundos y que invalidara uno nombrando al otro […] encontramos tres o cuatro vagas referencias muy imprecisas en los textos antiguos –Flavio Josefo, Suetonio y Tácito – , es cierto, pero en copias hechas algunos siglos después de la pretendida crucifixión de Jesús y sobre todo bastante después de la existencia y deseo de complacer de aquellos adulones […]49.
Xavier Musquera también ha investigado al detalle la construcción histórica de la mentira sobre Jesús y cita el Concilio de Nicea del año 325, al que define «uno de los fraudes más espectaculares del naciente cristianismo y, a la vez, más decepcionantes, debido a la tergiversación de hechos históricos comprobables»50. En los años sucesivos se multiplicó la destrucción sistemática de cualquier documento, papiro o simple escrito por pequeño que fuera que al menos pusiera en duda los dogmas impuestos en Nicea.
Una de las destrucciones más dañinas para la historia fue la quema de la inmensa biblioteca de Alejandría cumpliéndose un edicto de Teodosio, llegándose a una especie de «genocidio cultural» al arrasar, en el año 389, el «Serapeum»51, sito cerca de la ciudad egipcia de Seqqara donde se guardaba el grueso del conocimiento odiado por el cristianismo. X. Musquera sostiene la tesis de que una de las razones decisivas para tanta barbarie fue la de aniquilar hasta la raíz cualquier referencia a Apolonio de Tyana, personaje histórico de origen turco e ideología pitagórica, contraria a los intereses del poder político-religioso y económico del cristianismo impuesto en Nicea. Más adelante y para concluir ese capítulo, el autor insiste en «la falta de documentos fiables y acreditados de la vida de un Jesús histórico»52.
A. Donini, explica que en los documentos de Qumrân, escritos entre el siglo ‑II y los años 70, encontrados en una cueva del Mar Negro, se habla de un Maestro de justicia, pero en ningún momento se habla de Jesús. A. Donino también es extremadamente crítico y desconfiado respecto a la existencia física de Jesús, pero admite una posibilidad remota de la existencia de alguien llamado con ese nombre. Para Donini, la figura de Jesús le recuerda a los hechos acaecidos en la década de 1868 a 1878 «cuando se acababa de gestar la unidad de Italia». En la vida mísera de leñadores que malvivían en el Monte Amiata, destacó David Lazzaretti por sus ideas de justicia cristiana, de acción pacífica al estilo sansimoniano por los derechos y por la consigna de que «la República es el reino del Señor». Organizó una manifestación hacia Arcidosso, ciudad de la Toscana, pero fue interceptado por los carabineros y «fríamente fusilado». La campaña oficial de descrédito contra él y su movimiento fue aplastante, pero «aún hoy en las laderas de Amiata los últimos lazzarettistas hablan de su mesías inmolado como de un “segundo Cristo” y ven en la lucha que llevan con éxito los campesinos comunistas y socialistas de la zona una confirmación de su misión sobrenatural»53.
Elaine Pagels es autora de una de las mejores investigaciones sobre los evangelios gnósticos descubiertos casualmente en una tinaja enterrada en Egipto hace poco más de medio siglo. La autora explica que, en la época y lugar en la que debió existir la persona que ahora llamamos Jesús, coexistían y chocaban entre sí muchas sectas y grupos que defendían ideas que, de algún modo, se parecían a las del llamado Jesús. Es muy revelador y contundente el uso que E. Pagels hace de las cursivas para recalcar el punto crítico de su argumentario:
Si nos remontamos a las fuentes de la tradición cristiana más antigus de cuantas conocemos –las palabras de Jesús (aunque los estudiosos de estas palabras no están de acuerdo sobre cuáles de estas palabras son auténticas) – , podremos ver cómo tanto la forma de cristianismo gnóstica como la ortodoxa pudieron surgir como interpretaciones distintas de las enseñanzas y significación de Cristo54.
Pero las discrepancias insalvables son más antiguas y graves que las que existen ahora, porque se remontan nada menos que a las primeras versiones de la «resurrección de Jesús», su estancia corporal en la Tierra durante cuarenta días, los actos a los que acudió y por fin su «ascensión en cuerpo y alma» al cielo. E. Pagels desgrana en impactantes páginas las múltiples contradicciones insolubles que aparecen en los primeros textos, pero profundiza hasta la raíz del choque de contrarios: la insistencia del cristianismo ortodoxo en el dogma de la resurrección en cuerpo y alma del tal Jesús:
La doctrina de la resurrección de los cuerpos cumple también una función política esencial: legitima la autoridad de ciertos hombres que pretenden ejercer la dirección exclusiva de las iglesias como sucesores del apóstol Pedro. A partir del siglo II, la doctrina ha servido para validar la sucesión apostólica de los obispos, base de la autoridad pontificia hasta nuestros días. Los cristianos gnósticos que interpretan la resurrección de otra manera tienen menos derechos a la autoridad: cuando pretenden tener prioridad sobre los ortodoxos, se les denuncia por herejes55.
Si, como demuestra Elaine Pagels, no existe consenso sino desacuerdo sobre cuáles de las palabras del tal Jesús son auténticas, las que él debió pronunciar, entonces resulta que es imposible discernir cual es el Jesús verdadero de entre la infinidad de posibles imaginables según los delirios, elucubraciones e intereses de las múltiples interpretaciones realizables. Marción fue uno de los primeros cristianos que defendió públicamente que el dios creador y justiciero del Antiguo Testamento que castiga cualquier pecado chocaba con el dios amoroso y perdonador del Nuevo Testamento: «Se preguntó por qué un Dios que es “todopoderoso” iba a crear un mundo en el que se incluyen el sufrimiento, el dolor, la enfermedad e incluso los mosquitos y los escorpiones. Marción concluyó que tenían que ser dos dioses diferentes». Esta tesis dualista es tan inadmisible para el monoteísmo que algunos estudiosos sugieren que el dogma del credo –«Creo en un Dios, padre Todopoderoso, creador del cielo y la tierra»– fue formulado de esta manera «con el objeto de excluir al hereje Marción (h. 140) de las iglesias ortodoxas»56.
Según R. Aslan, Marción fue convocado a Roma para exponer su teología de dos dioses:
Comenzó defendiendo que Jesús era la encarnación de Dios, una tesis que defendían también muchos –aunque no todos– de los líderes eclesiásticos presentes en la sala. Pero luego Marción prosiguió que Jesús no era el Dios que todos conocían como Yahvé, sino uno del todo distinto y hasta ahora desconocido, que acababa de ser revelado a la humanidad. Marción sostenía que el propósito del descenso de Cristo a la tierra era liberar al hombre del Dios creador maligno de la Biblia. Esto significaba que la religión formada en nombre de Jesús, el cristianismo, ya no podía vincularse con el judaísmo del que había surgido. Las escrituras hebreas estaban obsoletas; lo que se necesitaba era una nueva Biblia. Y, qué coincidencia, resulta que Marción la traía consigo57.
Naturalmente, Marción fue expulsado de Roma, pero la herejía marcioniana no fue erradicada del todo porque hundía sus raíces en ideas politeístas anteriores y, aunque muy desfigurada y debilitada, encontramos algunos rasgos similares en las creencias de bastantes cristianos sobre las diferencias en la eficacia milagrera de santas y santos: por ejemplo, san Kukufato es «malo» porque hace menos milagros y concede menos favores que santa Kukufata que es «buena» porque concede más favores. A la vez, el cristianismo gnóstico tenía en Valentín (h 140) un defensor tan eficaz que muchos cristianos de base se abrían a sus ideas sobre la espiritualidad, el conocimiento íntimo de dios, la libertad de interpretación, el papel de la mujer, el asambleísmo comunitario, etc. Valentín enriquecía la versión gnóstica del cristianismo que chocaba frontalmente con la ortodoxa ya desde finales del siglo I «porque cuando los cristianos gnósticos y ortodoxos discutían acerca de la naturaleza de Dios, al mismo tiempo debatían sobre la autoridad espiritual». Fue en este contexto cuando el cristianismo ortodoxo emite la que posiblemente sea la primera amenaza de muerte contra una herejía. En una carta atribuida a Clemente, obispo de Roma en 90 – 100, se ataca con extrema dureza a la «rebelión» gnóstica y se advierte a quienes desobedezcan a la autoridad ortodoxa que «¡Recibe la pena de muerte!»58.
La Iglesia católica en proceso de burocratización vertical y machista necesitaba destruir el asambleísmo gnóstico: antes de iniciar la reflexión colectiva, se echaba a «suertes» con un sistema no manipulable quien debía cumplir el papel de sacerdote o sacerdotisa, quien debía ofrecer el sacramento, quien leía las Escrituras, quien cumplía el papel de profeta… Unas veces la «suerte» elegía a mujeres, otras a hombres, lo que demostraba la igualdad reinante en el cielo y sobre todo la naturaleza mujer-hombre de dios. Lo decisivo era que la «suerte» acababa al terminar la reunión, desapareciendo así los cargos limitados a esa reunión, y en la siguiente: se volvía a echar la «suerte»59. Este método, que nos recuerda en algo a la primera democracia ateniense, garantizaba la igualdad y evitaba el burocratismo autoritario.
El clima de vigilancia y amenaza empezaba a estar tan recargado que Valentín hablaba con algunas precauciones y seleccionando a sus seguidores de más confianza. Las libertades que el gnosticismo otorgaba a la mujer era otro asunto inaceptable para los ortodoxos:
Ireneo comenta con desánimo que las mujeres se sienten especialmente atraídas hacia los grupos heréticos. |Incluso en nuestro distrito del valle del Ródano», reconoce, el maestro gnóstico Marco había atraído «a muchas mujeres necias» de su propia comunidad, incluyendo a la esposa de uno de los diáconos del propio Ireneo. Profesando no saber cómo explicarse la atracción que ejercía el grupo de Marco, Ireneo ofrece una sola explicación: que el propio Ireneo era un seductor extremadamente inteligente, un mago que preparaba afrodisíacos especiales para «engañar, hacer víctima y deshonrar» a su presa […] Lo peor de todo, bajo el punto de vista de Ireneo, es que Marco invitaba a las mujeres a actuar como sacerdotisas celebrando la eucaristía con él: «entrega los copones a las mujeres» para que ofrezcan la plegaria eucarística y pronuncien las palabras de la consagración.
Tertuliano expresa indignación parecida ante semejantes actos de los cristianos gnósticos: «Estas mujeres heréticas… ¡qué audaces son! No tienen pudor, son lo bastante osadas como para enseñar, entablar discusiones, efectuar exorcismos, llevar a cabo curaciones ¡y puede que incluso bautizar!». Tertuliano dirigió otro ataque contra «esa víbora», una maestra que dirigía una comunidad en el norte de África60.
Es lógico el odio del cristianismo ortodoxo a la mujer gnóstica no solo por sus derechos concretos en ceremonias, rituales, vida comunitaria, etc., sino sobre todo porque en la riqueza de versiones internas al cristianismo gnóstico cohabitaban con normalidad corrientes que ensalzaban a la mujer:
Uno de los blancos principales de Tertuliano, el hereje Macrón, había escandalizado de hecho a sus contemporáneos ortodoxos al nombrar a mujeres en plano de igualdad con los hombres para los cargos de sacerdote y obispo, La maestra gnóstica Marcelina se desplazó a Roma para representar al grupo carpocraciano, que afirmaba haber recibido enseñanzas secretas de María, Salomé y Marta. Los montanistas, un grupo profético radical, honraba a dos mujeres, Prisca y Maximilla, como fundadoras del movimiento61.
El cristianismo gnóstico mantenía las tradiciones religiosas de Grecia y Asia Menor, de Egipto, por ejemplo, en las que la adoración a la Gran Madre y a la diosa Isis62 se realizaba con la muy importante intervención de mujeres. Pero para la mitad del siglo II, precisamente en plena lucha contra el gnosticismo, el cristianismo ortodoxo había impuesto el mandato judío aplicado en las sinagogas de segregación de sexos y «en las postrimerías del siglo II la participación de las mujeres en el culto era condenada explícitamente: se tachaba de heréticos a los grupos donde las mujeres alcanzaban puestos directivos»63.
La persecución y martirio de los cristianos fue otro frente de choque. En los agnósticos, debido a su libertad de pensamiento, existían diversas interpretaciones del martirio, pero de entre ellas el testimonio de la verdad, en el que al autor «ridiculiza la creencia popular de que el martirio asegura la salvación: si fuera tan sencillos, dice, ¡todo el mundo confesaría a Cristo y se salvaría». Luego expone tres críticas más concretas: una, que gracias al sacrificio del martirio, los cristianos redimen sus pecados: «Durante el sufrimiento de una hora compran para sí mismos la salvación eterna». Dos, se critica la tesis ortodoxa «que ve en el martirio una ofrenda a Dios y tienen la idea de que Dios desea “sacrificios humanos”: semejante creencia hace de Dios un caníbal». Y tres, se critica la idea de que tras la muerte por martirio se producirá la resurrección en cuerpo y alma en el cielo, ya que Jesús, en cuanto dios antes que hombre, es inmortal y no padece dolor alguno; los muertos por martirio solo conocerán una parte de la gloria de dios64.
Es una crítica demoledora que confirma lo que decíamos sobre el papel del sacrificio y del canibalismo en la esencia de las creencias y religiones al margen de su simplicidad inicial o de los alambicados delirios abstrusos de las teologías. Comprar el cielo con algo de dolor muy fugaz si lo comparamos con la supuesta eterna «contemplación de dios»; agradar sumisamente a un dios caníbal para que, aunque nos devore, lograr que nos admita a su vera; sentir el tormento sin que el «dios del amor y de la bondad» lo impida con su omnipotencia… son cuestiones que la teología no ha podido responder en dos mil años, ni lo logrará nunca.
Buscando cómo salvar estos y otros abismos insalvables, y cómo lograr poder político absoluto, la Iglesia fue centralizándose burocrática y dogmáticamente desde la mitad del siglo II cuando lanzó el ataque general contra el cristianismo gnóstico, hasta el año 367 cuando el poderoso arzobispo Atanasio ordenó que se purgasen las ideas herejes de todos los textos existentes. Hasta entonces, en muchos conventos e iglesias se conservaban incluso en secreto muchos escritos herejes. Algunos estudiosos sugieren que uno o varios monjes del monasterio de San Pacomio, a orillas del Nilo, que profesaban en secreto el gnosticismo, escondieron sus evangelios en una vasija de barro enterrada en el cercano monte Jabal al-Tarif65 donde fueron descubiertos casualmente 1.600 años después. Según Alaine Pagels la razón última por la que el cristianismo ortodoxo persiguió implacablemente a los gnósticos fue que:
Algunos cristianos gnósticos llegaron hasta el extremo de afirmar que la humanidad creó a Dios y de esta manera, partiendo de su propio potencial interior, descubrieron por sí mismos la revelación de la verdad. Puede que esta convicción subraye el comentario irónico que aparece en el Evangelio de Felipe: Dios creó a la humanidad; [pero ahora los seres humanos] crean a Dios. Así son las cosas del mundo: los seres humanos hacen dioses y adoran su creación. ¡Sería apropiado que los dioses adorasen a los seres humanos!66
El materialismo que emana de esta crítica es innegable, al igual que la incipiente ética atea que subyace a la denuncia que hace Marción de la maldad de dios al permitir el dolor y el sufrimiento, o peor al condenar a la humanidad a las penalidades, o el debate sobre el contenido egoísta de los sacrificios y la autoinmolación. El gnosticismo, pese a su idealismo, llegó a enfrentarse al núcleo del dogma que la burocracia cristiana oficial estaba imponiendo, subsumiendo cultos orientales en los nuevos cultos, entre ellos el del canibalismo ritual.
K. Deschner hace una rápida y valiosa exposición de algunos mitos precristianos de canibalismo ritual en todo el mundo, indicando que la eucaristía no tiene nada de original ni singular en la historia de las religiones. Sostiene que no fue Jesús sino Pablo el que introdujo el rito de la antropofagia sagrada en el cristianismo, no sin resistencias de los creyentes que querían que fuese una auténtica comida colectiva, sagrada pero comida. Repasa también las muchas formas diferentes de representar la «carne y la sangre» de Jesús en las múltiples sectas y corrientes cristianas: no fue hasta 1215, en el cuarto Concilio lateranense, que la Iglesia declaró dogma de fe la transustanciación del pan y del vino, asumiendo con retraso esta idea creada por los gnósticos marcosianos valentinianos declarados herejes y combatidos por san Ireneo, el teólogo más importante del momento67. Dogma de fe aceptado por Lutero y el protestantismo.
K. Deschner nos aporta un argumento más sobre la falta de singularidad y originalidad de la eucaristía cuando se detiene un instante en el voluminoso Diccionario de Teología Pastoral: «La recepción sacramental se hace posible mediante la “transformación”, la recitación correcta de las “palabras de la institución”, que causa de inmediato una “serie de milagros”»68, que son los siete milagros contenidos en el milagro general de la sagrada antropofagia, sometidos por el autor a una demoledora e irónica crítica. Lo que nos interesa ahora no es tanto la extravagancia anticientífica de tanto milagro, claro ejemplo de imaginación delirante, cuanto el hecho de que también el ritual cristiano cumple con la exigencia férrea delos rituales esotéricos, mistéricos, mágicos desde que aparecieron varios milenios antes que el cristianismo: hay que recitar exactamente las palabras y repetir los gestos exactos de la invocación para que esta surta efecto.
Una de las razones más poderosas que explican la penetración imparable del cristianismo en las legiones romanas –evolución decisiva para su salto a religión de Estado, con efectos mundiales– fue su capacidad de integrar la «fuerza sacramental» de la religión de Mitra en la suya. Desde el siglo I, el sacrificio del toro sagrado y su «comida ritual» en el culto de Mitra hacía creer a las legiones que eran parte del «guerrero invicto (sol invictus) que nunca envejecía ni perdía vigor»69. El canibalismo ritual cristiano ofrecía más ventajas que el toro sagrado porque el primero te hacía comulgar con el único dios existente, el único todopoderoso, mientras que el segundo, el del toro sagrado, solo con uno de tantos dioses secundarios del panteón casi infinito.
En la imparable crisis del siglo IV, la antropofagia sagrada superaba en prestaciones a la simple ingesta de carne de toro, de la misma forma en que muchos creyentes piensan que hay santos más milagreros que otros, más rentables. Durante siglos los ejércitos cristianos han matado y han muerto sugestionados por los supuestos poderes sobrenaturales de los ritos y amuletos benditos, además de por otras drogas. El poder opiáceo interno del fetiche es enorme aunque varíe su apariencia externa. Más lo es aún el efecto alienador del sacrificio y canibalismo rituales desde la Antigüedad, cuya presencia subterránea en el dogma cristiano es decisiva. Como también demostró L. Henry:
[…] la narración de la muerte de Tammuz, que relataban las leyendas babilónicas, es la transposición de un sacrificio: Ichthar, su madre y su esposa, ¿no va a los infiernos a buscar el agua de la fuente de la vida para rociar su cadáver y resucitarlo? Ahora bien, esta aspersión, la encontramos en una etapa anterior, en los sacrificios agrarios. Dos dioses se suicidan, Hércules sobre el Eta, Melkarth en Tiro; otros se mutilan, como Atis, que se emascula. Otros combaten; así, en Babilonia, Marduk saldrá vencedor en su lucha con Tiamat, el Caos. La hagiografía cristiana ¿no enseña el combate entre San Jorge y el dragón?
Ahora bien, la fiesta de San Jorge es celebrada el 23 de abril, en la primavera (europea), estación de la muerte de Attys, de Cristo, de todos los dioses primeros y segundos cuya personalidad mítica tiene uno de sus orígenes en los cultos agrarios. Después, al reobrar el mito sobre el rito, interviene la personalidad del dios en el culto. Por ejemplo, la fiesta del dios mejicano Huitzilopochtli: «[…] La estatua del dios, hecha de pasta de betel amasada con sangre humana, era dividida en pedazos y repartida entre los fieles, que la comían».
También:
[…] el mito no hace… salir el dios viviente de la prueba más que para someterlo de nuevo y así compone su vida de una cadena ininterrumpida de pasiones y de resurrecciones; Astarté resucita a Adonis, Ichthar a Tammuz, Isis a Osiris, Cibeles a Atis y Iole a Hércules. El fin primitivo del sacrificio es relegado a la sombra: no es más un sacrificio agrario ni un sacrificio pastoral. El dios que viene como una víctima, existe en sí… Por ende, el sacrificio aparece como una repetición y una conmemoración del sacrificio del dios…»
Es este sacrificio que encontramos con un contenido social diferente, como lo veremos en su momento, en el cristianismo; el sacrificio del dios segundo, Jesús, se perpetúa en la misa diaria y se celebra solemnemente en la Pascua; y sabemos que en la comunión tiene una «presencia real» en el pan y en el vino.
Pero la esencia religiosa ha permanecido siempre idéntica, animista: liberar al hombre de los malos espíritus, de la enfermedad, de la mala suerte, es decir, hacerle tolerables los yugos que soporta, la impotencia que siente frente a la naturaleza, la opresión que el surgimiento de una clase dominante, de un Estado, hace pesar sobre él70.
El ritual del sacrificio caníbal, en el caso de la comunión cristiana, o de otros rituales de ofrenda a dios de animales no humanos, comida y bienes en general, no podía mantenerse si no estaba dentro de una atmósfera religiosa más amplia, que la envolviese y diera sentido:
Se adoptan ritos a la manera griega y romana, es decir, con gran pompa y esplendor […] De los caldeos que enseñaron a los hebreos el arte de vaticinar por medio de una varita de avellano, se pasa a la utilización del llamado lituo romano, especie de cayado cuyo extremo es retorcido o en forma de voluta, usado para los vaticinios de los augures, que son descritos por Aulio Celio y Macrobio. Símbolos de poder, la vara pronto se convierte en el báculo pastoral que ya era usado anteriormente en Mesopotamia. A mayor esplendor, más atractivo para las masas […] Se creó la fiesta de la purificación de la Virgen, desterrando con ello el desasosiego de los convertidos a la nueva religión, que echaban de menos a sus diosas madres, las Lupercalis o fiestas de Pan.
[…]
El culto rendido a las imágenes, a los pedazos de la cruz, a los huesos, clavos y otras reliquias, fueron convertidos en un auténtico fetichismo que, sin duda alguna, eran promovidos y promocionados con argumentos tales como la autoridad de la nueva Iglesia y el de poder obrar milagros. Raídas vestiduras de santos y tierra de los sepulcros vinieron a completar esta especie de psicosis colectiva, en la que la razón dejaba paso al mundo de lo irracional.
[…]
Luego vino el Misterio de la Transubstanciación, o la conversión por la clase sacerdotal del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, y con el paso de los años la paganización fue cada vez más completa71.
La evolución del cristianismo, sus escisiones y depuraciones internas, sus tensiones con el paganismo durante varios siglos y, por no alargarnos, la represión a la que sometió al paganismo una vez que el Estado romano asumió el cristianismo, es antes que nada una lucha de clases a varios niveles, entre los que destacó el choque entre fracciones diferentes de la clase dominante. Silvia Solorio y J. D. Ortíz afirman que:
José María Castillo (2009) nos cuenta en su libro La humanización de Dios. Ensayo sobre cristología, que los cuatro primeros concilios ecuménicos, Nicea, Constantinopla I, Éfeso y Calcedonia, no fueron convocados ni presididos ni promulgados por los papas correspondientes, sino por los emperadores romanos. Señala que los dogmas cristológicos estuvieron determinados por los «condicionantes políticos» de la época, y pone como ejemplo particular el concilio de Nicea, que fue convocado por el emperador Constantino, quien costeó, presidió y organizó el evento en el propio palacio imperial, promulgando él mismo los acuerdos del concilio72.
Un ejemplo de la resistencia pagana es la práctica del culto al Sol, que viene del final del paleolítico, reforzado por la agricultura y que juega un papel central en los sacrificios y en el canibalismo ritual, se resistía a perecer. El emperador Heliogábalo introdujo el 25 de diciembre como el día del Sol Invictus, culto sagrado importado de Siria en 218. En 274, el emperador Aureliano nombró el 25 de diciembre como el de la natividad del Sol. El emperador Constantino nombró al 7 de marzo de 321 como Dies Solis, el día del Sol como día de descanso semanal, y en 350 el papa Julio I designó al 25 de diciembre el de la natividad de Jesús, basado en la previa natividad del Sol. Pese a la creciente represión del paganismo, el papa León Magno tuvo que reconocer en 460 que el culto al Sol estaba profundamente asumido en el pueblo73. Y por fin:
[…] el simbolismo solar permanece todavía hoy en los rituales de la Iglesia: principalmente en el uso del ostensorio, en el que la hostia consagrada es exhibida como un Sol que irradia rayos sagrados. Fue introducido en la liturgia cristiana por Bernardino de Siena en el siglo XV, pero era de uso común en la liturgia egipcia para el culto a Atón, el dios único de Akenatón, representado por el disco solar […] no son en absoluto casuales los lazos entre las divinidades indoeuropeas y la luz: el español dios, el latín deus, el griego theos y el sánscrito dyaus derivan de una única raíz, que significa «luminoso» o «resplandeciente», e identificaban al día (de donde viene el latín dies) y el cielo. Los nombres comunes han sido personificados, además, en los nombres propios Dyaus Pitar hindú, Zeus Pater griego, Deus Pater latín, Dios Padre español, y Dio Padre italiano, que significan simplemente «Padre Cielo» o, con una hipóstasis posterior, «Padre que estás en los Cielos»74.
A lo largo de esta resistencia pagana, el cristianismo lanza nuevos ataques. El Edicto de Milán del año 313 abre una breve fase que dura hasta los concilios de Nicea y de Éfeso, fase en la que acaba el cristianismo primitivo que aún conservaba fundamentales restos de las religiones comunales, y en la que triunfa militar, política y económicamente el cristianismo funcional al modo de producción tributario y en especial al esclavista. Constantino «era un hombre excepcionalmente supersticioso», adorador del sol según la religión de Mitra, muy aceptaba entre los militares romanos, y que tenía una ceremonia de sacrificio que serviría de base para la misa cristiana75. Entre otras barbaridades, el emperador Constantino, declarado santo por la Iglesia, había asesinado a su hijo Crispo, a su mujer Fausta y a su sobrino Liciano.
En 341, el emperador Constancio II ataca a los cultos paganos y en 346 se impone pena de muerte a quien realice sacrificios de animales, condena que se endurece en 354, año en el que Constancio prohibió los sacrificios, que se siguieron practicando en privado, una vez que el cristianismo estaba muy asentado en las elites militares, aunque no del todo en las políticas del Senado. En 383, el emperador Graciano renuncia al título de Pontifex Maximus, mantenido hasta entonces por los emperadores pese a su contenido pagano.
De todos modos, se mantuvo una dura pugna entre las fuerzas paganas y las cristianas en los años sucesivos, con períodos de poder alterno, en los que se dilucidaba no un problema religioso cualquiera sino una lucha tensa entre fracciones de la clase dominante en el imperio: las grandes familias patricias de occidente que eran paganas, pero que estaban en decadencia, asentadas en Roma; y las grandes familias de oriente, de nueva riqueza asentada en Constantinopla. El paganismo se encontraba en una situación muy comprometida porque si bien entre este siglo IV y el V, gozó de su último período de gloria intelectual desarrollando, en su pugna fácil con el simplismo cristiano, la sabiduría de todo el Mediterráneo; por otra parte, no podía competir con el ejemplo de ayuda mutua en las comunidades cristianas, que se socorrían entre sí.
El emperador Julián76 intentó organizar en el siglo IV una especie de «seguridad social básica» a cargo del Estado aún pagano, pero fracasó porque ya habían pasado los años de riqueza cuando se repartía pan gratis y había recursos para mantener una especie de gasto público. Además, buscando contrarrestar la superioridad intelectual del paganismo y a la vez aprovecharla de algún modo en la formación de la juventud de las clases dominantes de la época, el obispo de Cesarea, Basilio (entre 370 y 379), escribió un pequeño tratado para que los jóvenes cristianos aprendieran a utilizar el saber pagano en la administración del imperio77. Todavía en 390 muchos de los altos cargos y funcionarios del imperio eran paganos78. En 392 el emperador Teodosio aprieta aún más las tuercas. Desde Siria, en 403 san Jerónimo se alegra de que los templos paganos estén quemados y derruidos.
Las resistencias del paganismo politeísta se mantienen en la vida cotidiana, y la Iglesia no tiene más remedio que asumir un politeísmo vergonzoso disfrazado bajo el mito de la santísima trinidad, que cumple el papel del Panteón romano para integrar con disimulo a una inagotable lista de diosas y dioses menores. La Iglesia, no tenía más remedio que integrar el politeísmo bajo la creencia de la santísima trinidad y los cultos cotidianos, en la vida familiar, a dioses paganos cristianizados, porque era el único método que le aseguraba más obediencia y sumisión de las masas, aunque no total e incondicional. Las religiones politeístas reflejan en su estructura piramidal de poderes divinos, la pirámide de explotación social79 en los modos de producción precapitalistas. Adaptar esa verticalidad al monoteísmo no era difícil, bastaba con crear una figura mágica que los englobara a todos, y crear una diosa madre, la virgen María, que simbolizara a todas las diosas politeístas anteriores.
«El misterio de María iluminado por la luz de la Trinidad»: he aquí uno de tantos fracasos de la teología durante dos milenios, ante el que solo puede responder con más fantasías, entre las que destacan los recursos desesperados a la mística mariana que, en sus delirios, pretende comprender el siguiente galimatías irracional:
En el umbral del Nuevo Testamento, y precisamente en el misterio de la Anunciación, según el Evangelio de Lucas, encontramos la primera explicitación del misterio de la Trinidad. El Ángel, enviado por el Padre, lleva el mensaje del Altísimo. A María se le propone la maternidad del Hijo de Dios. Y por su maternidad virginal se le promete la acción fecunda del Espíritu Santo. Se puede afirmar que ante el misterio de María la Trinidad se «revela», se «manifiesta» como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y María viene a ser una «epifanía» del amor trinitario80.
Queda claro que María es una «segunda diosa» en la trinidad masculina cristiana, que cumple el papel de «epifanía», de anuncio de hechos prodigiosos como la llegada de los Magos para adorar al niño-dios, papel de epifanía que en los politeísmos era cumplido por los sacerdotes y sacerdotisas, y en las creencias animistas por shamanes, brujas y brujos. P. Rodríguez nos explica con detalle una de tantas mentiras de la Iglesia sobre el culto a santas y a la virgen María, que aquí resumimos. La triple diosa Brigit conformada por las hermanas Brighid, Brigit y Bridger, estaba muy arraigada en Irlanda, Escocia, Francia y España. Los romanos unieron su culto al de la diosa Juno, reina del cielo, y al de Minerva. Los cristianos fracasaron en los intentos de exterminar esas creencias y en el siglo VII santificaron a una monja que jamás existió llamándola santa Brígida que acaparó todas las cualidades de la triple diosa Brigit, sobre todo la de la fertilidad, siendo relacionada muchas veces con la misma virgen María, que provenía de la cristianización de la diosa Artemisa81.
En el apartado dedicado al politeísmo –al Panteón – , R. Dawkins nos recuerda la crítica de Jefferson al calvinismo al que acusó de adorar tres dioses, sin olvidar a la virgen María, «una diosa en todo menos en el nombre». R. Dawkins añade que:
El Panteón está repleto de un ejército de santos, cuyo poder intercesor hace de ellos casi semidioses de sus propios y especializados temas. El Fórum de la Comunidad Católica lista 5.120 santos junto con sus poderes, que incluyen el alivio de los dolores abdominales, contra el abuso de víctimas, la anorexia, los traficantes de armas, el patrón de los herreros, de los huesos rotos, de los técnicos artificieros y de los desórdenes intestinales, por no citar más que los básicos. Y no debemos olvidar los Cuatro Coros de Huestes Angelicales, dispuestos en nueve órdenes: Serafines, Querubines, Tronos, Dominios, Virtudes, Poderes, Principados, Arcángeles (jefes de todas las huestes) y los viejos Ángeles, incluyendo nuestros más cercanos amigos, los siempre vigilantes Ángeles de la Guarda82.
Mientras la Iglesia creaba una jerarquía ideal de órdenes angelicales que reflejaba la estructura material de poder de clase en el tránsito del esclavismo agotado a la nueva sociedad feudal, su casta burocrática no cejaba de acumular riquezas múltiples: «Ya en el siglo V, el obispo de Roma se convirtió en la persona más rica del todo el Imperio»83. Semejante acaparamiento contrario al mandato divino de pobreza había sido impulsado oficialmente en 321 cuando Constantino autoriza a la Iglesia a que reciba herencias de particulares84. El edicto de Tesalónica de 392, dictado por el emperador Teodosio, desvela la crudeza del método de coacción necesario para acumular tanta riqueza:
Es nuestra voluntad que todos los pueblos regidos por nuestra clemencia participen en la religión que el divino apóstol Pedro transmitió a los romanos… Considerando locos y dementes a los otros, queremos que soporten la infamia que corresponde a los que profesan dogmas heréticos y que sus conciliábulos no reciban el nombre de iglesias. Que ante todo esperen la venganza de Dios, y luego también los severos castigos que nuestra autoridad, iluminada por la sabiduría divina, considere tener que aplicarles85.
Las luchas cada vez más duras entre fracciones de la clase dominante se agudizaron aún más cuando en 410 los visigodos a la orden de Alarico saquearon Roma: la corriente pagana sostuvo que tal catástrofe era un castigo de los dioses porque se les había dejado de rendir culto. San Agustín redactó entonces su obra cumbre, la Ciudad de Dios en 412 – 426, para rebatir esta tesis demostrando que los dioses paganos no habían logrado impedir anteriores derrotas y saqueos de Roma86. Según se aprecia, eran luchas fraccionales dentro de la clase dirigente acuciadas por el debilitamiento del imperio sobre todo en el occidente.
Una de las muchas víctimas de esta barbarie pre-inquisitorial, fue la matemática Hipatia de Alejandría, desnudada en público, asesinada mediante la tortura de arrancarle la piel con trozos afilados de loza o lapidada y su cadáver troceado y quemado por los cristianos en 416. Una vez más las disputas religiosas y filosóficas ocultaban las agudas tensiones políticas e interpersonales entre tres bloques de poder: el de Orestes, representante de la administración; el del obispo Cirilo, defensor del cristianismo más intransigente que aspiraba a controlarlo todo; y el de la poderosa comunidad judía87. Hipatia «era mujer en un mundo de hombres, pagana, cuando ello comenzaba a ser un estigma perseguido, y reconocida públicamente, lo que le hizo acreedora de envidias»88.
La resistencia pagana se expresaba con solidez intelectual en filósofos como Proclo (412−485) que se opuso al cristianismo con argumentos que negaban que el mundo fuera creado por dios, ya que el mundo «es eterno, sin principio. Esta idea, propia de la Grecia antigua en su conjunto, y no solo del epicureísmo, horroriza a la ortodoxia monoteísta»89. Proclo vio a los cristianos derribar la estatua de Atenea del Partenón, y al igual que los cristianos aseveraban convencidos de que su dios se presentaba a muchas personas, a Paulo por ejemplo, Proclo afirmaba que la Atenea expulsada del Partenón se le había presentado dos veces. ¿Quién tenía razón, los paganos o los cristianos? ¿O los dos a la vez? La influencia de Proclo ha sido muy grande –Spinoza, Novalis, Hegel90…– aunque subterránea porque siempre ha habido dificultades para traducir y publicar sus obras. Pese a las represiones en aumento contra el paganismo en 472, 515, 518… «los aristócratas locales confesaron su fe en los dioses griegos, que habían dejado de ser un sistema de culto público para pasar a la clandestinidad, pero vivían de otras formas»91.
La cultura de las elites griegas y en menor medida de las paganas romanas mantenía aún restos del antiguo esplendor clásico y alejandrino en el que se asumía cierta libertad de pensamiento desde la raíz misma de la Ilíada y la Odisea, textos fundantes de esa cultura.
Hay dudas serias de la existencia de Homero (-VIII) como persona concreta; en realidad, se piensa que Homero fue el nombre imaginario con el que se terminó identificando a los autores anónimos que escribieron las obras durante un tiempo atribuidas a Homero: la Ilíada y la Odisea. De ser cierta la tesis de la autoría colectiva anónima cobra más sentido y fuerza si cabe el hecho cierto de que existe un abismo entre el escrupuloso respeto a los dioses y diosas que tiene los personajes –Príamo, Agamenón, Odiseo, Ulises, Aquiles, Héctor…– y el trato descortés, hiriente, crítico, irónico… que los autores u Homero dan a los dioses y diosas.
Homero era tan despectivo con la religión que el reaccionario Platón (−427÷−347) propuso que se prohibieran sus obras, acusando a Homero de ser casi ateo, para lo que entonces se entendía por ateísmo. Platón, figura clave del cristianismo paulino, también quiso destruir las obras de Demócrito, como veremos. Homero no era el único que denunciaba a los dioses: Esquilo contrapuso las virtudes de Prometeo a la crueldad del injusto Zeus. Eurípides llega a negar la existencia de los dioses –Apolo, Hera, Afrodita…– y en otros momentos los representa como seres sórdidos, movidos por el odio92. Estas cualidades críticas estaban avaladas por la dialéctica presocrática que surgió al calor de la expansión comercial de las clases ricas a finales del siglo ‑VII y que tenía en Tales de Mileto (−624÷−546) su figura señera: la dialéctica como movimiento e interacción era inconciliable con la quietud eterna de lo mítico-religioso93.
Luego, con altibajos, se mantuvo un nivel cultural que llegó a grados impresionantes para su época en las ciudades-Estado helenísticas en Asia y sobre todo en Alejandría. Por ejemplo, Aristarco de Samos (−310÷−230) demostró que la Tierra gira alrededor del Sol, que está quieto, calculó la distancia que les separa y las dimensiones del Sol y de la Luna. Demócrito (−460÷−370) y Epicuro (−341÷−270) vivieron intelectual y políticamente en este contexto social enmarcado por los límites insalvables del esclavismo:
Pero este materialismo solo es físico, esencialmente porque los hombres que lo formulan no buscan cambiar el orden establecido, sino participar en el establecimiento de un conocimiento eficaz y racional. Es el fruto de la prosperidad de un modo de producción esclavista, que ha ofrecido a algunos la posibilidad de filosofar libremente. Tales, Demócrito y Epicuro participan cada uno a su manera en el reino de una minoría que ha fabricado los instrumentos de su emancipación intelectual sometiendo a la mayoría. Una vez que la prosperidad y la vitalidad de este régimen social se desmoronan, la Ilustración griega deja de brillar. Platón quería quemar la obra de Demócrito y los cristianos destruyeron la de Epicuro. A pesar de ello el eco del materialismo antiguo persistirá largo tiempo, pese al ensañamiento con que tratará de aniquilarlo la iglesia cristiana94.
Otra razón de la larga resistencia del paganismo puede ser el recuerdo idealizado de los iniciales derechos de la mujer. En la antigua Grecia, a pesar del absoluto dominio del sistema patriarcal que fue reduciendo prácticamente a nada el poder de las diosas en el Olimpo, se mantuvo desde el pasado remoto la existencia de reuniones periódicas solo de hombres y solo de mujeres, vestigios de las «ligas secretas» muy frecuentes en muchas culturas. Los hombres se reunían alrededor de Deméter, diosa de la agricultura, y la mujeres se reunían en un lugar llamado Ninfaion95, en donde podían adorar a Deméter, Cora –diosa y reina del mundo de los muertos– y Dionisos, dios del éxtasis, el vino y de la fecundidad. Puede pensarse que la pervivencia de las reuniones exclusivas de mujeres era, además de un recuerdo de su anterior libertad, también y sobre todo un sistema de autodefensa de sus ya muy mermados derechos.
No es descabellado imaginar que la culta y libre Hipatia, asesinada salvajemente por los cristianos, como hemos visto, hubiera recibido en su educación infantil y juvenil siquiera tenues principios éticos de praxis de libertad pagana supervivientes de aquellas libertades antiguas perseguidas a muerte en su tiempo. Tenemos el ejemplo de Aspasia, mujer muy sabia y activa, que pudo aprovecharse de su condición de extranjera en Atenas, lo que le libró de sufrir las opresiones de la mujer ateniense. Escogió por compañero a Pericles, lo que muestra su inteligencia; su ateísmo tenía más que ver con las tesis panteístas milesias que con el materialismo de la época96, pero el hecho de que una mujer llegase a tanto logro indica que, pese al machismo contra las griegas, aquella cultura conservaba algunos resquicios de libertad destruidos por el cristianismo.
Con los cuatro concilios ecuménicos directamente ordenados por el poder político romano –Nicea en 325, Constantinopla I en 381, Éfeso en 431, y Calcedonia en 451– se sentaron las bases dogmáticas fundamentales, irrenunciables porque son admitidas como la voluntad de dios. El emperador Constantino determinó el resultado del Concilio de Nicea del siguiente modo: primero trampeó los resultados del debate con los arrianos ejerciendo su poder como emperador cristiano y, después, «cuando llegó la hora de firmar el texto así redactado, el emperador hizo saber que todos los clérigos que se negaran a ello serían inmediatamente desterrados por la autoridades imperiales»97. Arrio y sus seguidores tuvieron que escaparse inmediatamente para no ser detenidos. Después Constantino agasajó a los restantes con una comida pantagruélica.
Cuando los obispos de Nicomedia, Calcedonia y Nicea contaron la verdad y se retractaron fueron deportados a la Galia. El obispo Teodoro de Laodicea, en Siria, recibió una carta «brutal» de Constantino invitándole a meditar sobre la suerte de los tres obispos deportados, amenaza que surtió efecto: «De este modo, a partir del otoño de 325, Constantino comenzó a hacer de policía de la fe en el interior del cuerpo episcopal. Los obispos que comenzaron a asustarse de ello y a comunicarse discretamente sus aprensiones fueron entonces numerosos […] La Iglesia había creído encontrar un amigo de alta posición y se había entregado a un señor»98. Desde entonces, los intereses de clase del «señor» en el poder dictaron indirecta o directamente la voluntad de dios.
Una de las más incuestionables demostraciones del cambio reaccionario de la Iglesia en su época fundacional es la del retroceso del pacifismo inicial al militarismo imperialista posterior. Según K. Deschner:
Hasta finales del siglo II ni siquiera se planteó la cuestión de si un cristiano podía ser soldado. En el siglo IV era ya algo incuestionable. Mientras que en el siglo III los cristianos hacían solo excepcionalmente el servicio militar, en el siglo IV eso se convirtió en norma para ellos. Si hasta el año 313, los obispos excluían del seno de la Iglesia a los soldados que no desertaban en caso de guerra, con posterioridad a esa fecha los excomulgados eran los desertores. Si anteriormente hubo objetores de conciencia que sufrieron el martirio, ahora sus nombres fueron rápidamente tachados de martirologio. Había pasado la era de los soldados mártires y llegaba la de los obispos castrenses. Viviendo aún Constantino salían ya en campaña con entusiasmo99.
R. Dawkins ha resumido en los siguientes ocho puntos la voluntad de dios dictada por el «señor» en la Tierra:
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En el tiempo de sus ancestros, un hombre nace de una madre virgen sin que intervenga un padre biológico.
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El mismo hombre sin padre grita a un amigo suyo llamado Lázaro, muerto tiempo suficiente como para que hediera, y Lázaro vuelve rápidamente a la vida.
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El propio hombre sin padre vuelve a la vida tras haber sido muerto y enterrado durante tres días.
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Cuarenta días después, el hombre sin padre sube a la cima de una colina y desaparece corpóreamente en el cielo.
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Si murmuras pensamientos privados en tu cabeza, el hombre sin padre y su «Padre» (que también es Él mismo) oirá tus pensamientos y puede actuar según ellos.
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Simultáneamente, es capaz de oír los pensamientos de todo el resto del mundo.
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Si haces algo malo, o algo bueno, el mismo hombre sin padre lo ve todo, incluso aunque nadie más lo vea. Puedes ser compensado o castigado en función de ello, incluso después de tu muerte.
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La virginal madre del hombre sin padre nunca murió, sino que «ascendió» corporalmente al cielo.
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El pan y el vino, si se bendicen por un sacerdote (que tiene que tener testículos), «se convierten» en el cuerpo y la sangre del hombre sin padre100.
- S. A. Tokarev: Historia de las religiones, op. cit., pp. 346 – 347.
- Ambrogio Donini: Historia de las religiones, op. cit., p. 153.
- S. A. Tokarev: Historia de las religiones, op. cit., p. 345.
- Pepe Rodríguez: Dios nació mujer, op. cit., pp. 361 – 362.
- Antonio Castro Zafra: Los círculos del poder, Editorial Popular, Madrid 1987, pp. 260 – 263.
- D. S. Chambers: Historia sangrienta de la Iglesia, Robin Bock, Barcelona 2010, p. 24.
- S. A. Tokarev: Historia de las religiones, op. cit., p. 345.
- Piergiorgio Odifreddi: Por qué no podemos ser cristianos y menos aún católicos, RBA, Barcelona 2008, pp. 107 – 108.
- Christopher Hitchens: Dios no es bueno, op. cit., p. 149.
- Nuño Domínguez: Los cadáveres que contradicen a Dios con su ADN, 28 de julio de 2017 (https://elpais.com/elpais/2017/07/26/ciencia/1501071277_630340.html).
- Shlomo Sand: La invención del pueblo judío, Akal, Madrid 2009, p. 132.
- Shlomo Sand: Idem., p. 134.
- Shlomo Sand: Idem., p. 136.
- Shlomo Sand: Idem., p. 146.
- Eugenio García Gascón: Historiador israelí Shlomo Sand: «El pueblo judío es una invención», 18 de mayo de 2019 (https://www.lahaine.org/mundo.php/historiador-israeli-shlomo-sand-el).
- Piergiorgio Odifreddi: Por qué no podemos ser cristianos y menos aún católicos, op. cit., p. 61.
- Ambrogio Donini: Historia de las religiones, op. cit., p. 157.
- S. A. Tokarev: Historia de las religiones, op. cit., p. 451.
- Michel Verret: Los marxistas y la religión, Ediciones Nuestro Tiempo, Argetina, 1965, p. 140.
- S. A. Tokarev: Historia de las religiones, op. cit., p. 329.
- Nigel Davies: Sacrificios humanos, op. cit., p. 80.
- Guillermo Altares: «La muerte de Jesús: un hecho sobre el que no sabemos casi nada», 24 de marzo de 2016 (https://elpais.com/cultura/2016/03/24/actualidad/1458814917_248555.html).
- Lucien Henry: Los orígenes de la religión, Socialismo y Libertad, El Sudamericano, Chile, p. 128 (https://elsudamericano.wordpress.com/2016/05/02/los-origenes-de-la-religion-lucien-henry/).
- Lucien Henry: Idem., p. 131.
- Lucien Henry: Idem., p. 134.
- Lucien Henry: Idem., p. 143.
- Lucien Henry: Idem., p. 144.
- S. A. Tokarev: Historia de las religiones, op. cit., p. 453.
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- Michel Onfray: Tratado de ateología, op. cit., p. 149.
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- S. A. Tokarev: Historia de las religiones, op. cit., pp. 366 – 367.
- Xavier Roca-Ferrer: Historia del ateísmo femenino en Occidente, op. cit., p. 58.
- H.-Ch. Puech (dict.): Las religiones en el mundo mediterráneo y en el oriente próximo, op. cit., p. 435.
- H.-Ch. Puech (dict.): Idem., p. 437.
- Karlheinz Deschner: Opus Diaboli, op. cit., p. 89.
- Richard Dawkins: El espejismo de Dios, Espasa, Barcelona 2011, p. 195.
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