Patxi Ruiz‑i eskainia1
La experiencia vasca confirma y actualiza la permanente lección histórica según la cual una de las víctimas más golpeadas por las contrarrevoluciones, si no la que más, es nuestra capacidad de pensamiento racional y de conocimiento, que se demuestra verdadero o falso en la práctica de nuestra libertad.
Marx, después de la derrota de 1848, escribió, en 1852, una cruda autocrítica con la que la minoría comunista inició la lenta recuperación de la lucha revolucionaria habiendo aprendido que debía vencer también el irracionalismo basado en «la tradición de todas las generaciones muertas». Había que reconstruir la fuerza crítica de la razón revolucionaria para que penetrase en la cabeza de las generaciones vivas:
Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando estos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, sus ropajes, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal2.
La ideología reaccionaria del pasado machaca la conciencia de los vivos, impidiéndoles liberarse de la atadura de la muerte, del dogma, de su irracionalidad. Esta devastadora crítica a la falsa racionalidad burguesa sea contrarrevolucionaria y reformista, vertebra toda la obra. Además, en este muy necesario libro que es un desguace minucioso de las posteriores divagaciones de Laclau, etc., también aparecen ideas que permitirán pensar algunas características de los regímenes bonapartistas, cesaristas, los diversos fascismos… y, en especial, para entender la obediencia enfermiza al líder, característica del irracionalismo. Exacto, ya al inicio critica a Proudhon por caer «en el defecto de los pretendidos historiadores objetivos. Yo, por el contrario, demuestro cómo la lucha de clases creó en Francia las circunstancias y las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de héroe»3. Más adelante, cuando volvamos al papel de personajillos como Trump, Bolsonaro, Le Pen, Salvini, Abascal y otros deberemos recordar el papel de la lucha de clases.
Poco después reseña así el lema de todas las fuerzas contrarrevolucionarias desde entonces: «Propiedad, familia, religión y orden»4. Explica cómo «frente a la burguesía coaligada se había formado una coalición de pequeños burgueses y obreros, el llamado socialdemócrata […] El carácter peculiar de la socialdemocracia consiste en exigir instituciones democrático-republicanas, no para abolir a la par los dos extremos, capital y trabajo asalariado, sino para atenuar su antítesis y convertirla en armonía»5. Contra la armonía anhelada por la socialdemocracia, la burguesía y a pesar de sus diferencias internas, opone un poderoso Estado
[…] donde el poder ejecutivo dispone de un ejército de funcionarios de más de medio millón de individuos y tiene por tanto constantemente bajo su dependencia más incondicional a una masa inmensa de intereses y existencias, donde el Estado tiene atada, fiscalizada, regulada, vigilada y tutelada a la sociedad civil, desde sus manifestaciones más amplias de vida hasta sus vibraciones más insignificantes, desde sus modalidades más generales de existencia hasta la existencia privada de los individuos, donde este cuerpo parasitario adquiere, por medio de una centralización extraordinaria, una ubicuidad, una omnisciencia, una capacidad acelerada de movimientos y una elasticidad que solo encuentran correspondencia en la dependencia desamparada, en el carácter caóticamente informe del auténtico cuerpo social…6
Sería largo presentar aquí otras críticas idénticas de Marx7 al Estado y a su burocracia porque lo que ahora queremos decir es que, si bien el Estado ha ampliado su poder de control cuasi absoluto, pero nunca invencible ni total, que su flexible y elástica ubicuidad, su omnisciencia… penetran en casi todos los rincones, si bien esto es cierto, también lo es que no lo ve todo ni puede adelantarse siempre a la libertad. Consciente de sus límites, intenta pudrir la libertad atacando su epicentro, su núcleo: la conciencia y la razón crítica mediante la sinrazón y el irracionalismo. Para lograrlo, además de las burocracias necesarias para materializar el lema «Propiedad, familia, religión y orden», se dota de otras organizaciones:
Bajo el pretexto de crear una sociedad de beneficencia, se organizó al lumpemproletariado de París en secciones secretas, cada una de ellas dirigida por agentes bonapartistas y un general bonapartista a la cabeza de todas. Junto a los roués arruinados, con equívocos medios de vida y de equívoca procedencia, junto a vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, jugadores, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos; en una palabra, toda esa masa informe, difusa y errante que los franceses llaman la bohème; con estos elementos tan afines a él formó Bonaparte la solera de la Sociedad del 10 de Diciembre, «sociedad de beneficencia» en cuanto que todos sus componentes sentían, al igual que Bonaparte, la necesidad de beneficiarse a costa de la nación trabajadora8.
Marx describe perfectamente en estas palabras la virtud del capital en su sentido doble: el Estado como centralizador estratégico de todas las formas de explotación, opresión y dominación mediante, entre otras cosas, la creación de bandas exoneradas de todos sus crímenes; y el humanismo burgués, la beneficencia en este caso, como ideología que justifica el saqueo y la explotación de la «nación trabajadora» por las bandas defensoras de la «nación burguesa». Para tal fin, el bonapartismo tenía una cualitativa ventaja sobre el resto de partidos burgueses: «le llevaba al truhan burgués la ventaja de que podía librar la lucha con medios rastreros»9.
Toda política burguesa es rastrera pero la de Bonaparte no solo lo era en grado sumo, sino que además no lo ocultaba. Abría así la senda por la que avanzaría la ferocidad de la extrema derecha y el fascismo: propaganda descarnada de sus fines y justificación impúdica de sus medios, en especial la loa de lo irracional: para ganar votos manipulando la ignorancia y la dependencia inconsciente ante el líder, Trump dijo que inyectarse detergente inmuniza ante el Covid-19, lo que ha llevado al hospital a más de cien personas envenenadas10 al obedecer a su líder. Y para ganar más votos, apoya en público a los grupos armados de extrema derecha que protestan11 contra el confinamiento, en defensa de la «libertad».
No es este el momento para profundizar en el debate sobre si Marx adelantaba en esta obra lo fundamental del fascismo, nos contentamos con decir que sí adelanto ideas básicas sobre el irracionalismo y sobre la opción desesperada de amplios sectores de la burguesía para entregarse atada de pies y manos a un personajillo grotesco que le salve del peligro de la revolución. Según Marx, la burguesía francesa asustada por la inminencia de la revolución, gritó: «“¡Antes un final terrible que un terror sin fin”! Bonaparte supo entender este grito»12. El líder irrumpe en escena y salva a quienes se han postrado ante él dándole todos los poderes. Pero con esto crea más contradicciones que las que soluciona porque, si bien ha sido aupado al poder por las «clases medias»13 también tiene que velar por los intereses del campesinado medio y rico, y por los de otros sectores burgueses, lo que hace inviable una política globalmente racional.
Entregar el destino propio en manos de un líder es una característica de la sinrazón. La obra de Marx y Engels contiene una despiadada crítica de semejante renuncia a la libertad propia y colectiva, crítica que será ampliada y enriquecida por marxistas posteriores. Centrándonos en las relaciones entre irracionalismo, religión, fascismo y Estado, Gramsci nos aporta una visión profunda centrada en Italia pero válida en general. Como muchas otras personas, el sardo pensaba que Mussolini había cedido ante el Vaticano respetando su monopolio del sistema educativo14 a cambio de su apoyo sociopolítico, movilizando la base de masas que controlaba en defensa del fascismo cuando fuese necesario. Gramsci es radical en su análisis:
Para esta defensa no excluye ningún medio, ni la insurrección armada, ni el atentado individual, ni la apelación a la invasión extranjera […] Dadas estas premisas, el «pensamiento social» católico tiene un valor puramente académico. Es preciso estudiarlo y analizarlo en cuanto elemento ideológico narcotizador, tendente a mantener determinados estados de ánimo de expectativa pasiva de tipo religioso; mas no como elemento de vida política e histórica directamente activo. […] es un elemento de reserva, no de primera línea y por ello puede en todo momento ser «olvidado» prácticamente y «callado», aun sin renunciar a él por completo, porque podría volver a presentarse la ocasión en que fuera preciso utilizarlo. Los católicos son muy astutos, pero me parece que en este caso son «demasiado» astutos15.
Una reserva de personalidad colectiva narcotizada que la Iglesia en concreto y el poder en general pueden activar, movilizar en la calle como fuerza reaccionaria en cualquier crisis que amenace al orden establecido. Fuerza irracional de masas que permanece en latencia, dormida hasta que despierta al son del llamamiento del Papa o del líder, que dominan las técnicas propagandísticas que mueven las palancas mentales que transforman la mansedumbre en ferocidad y odio, aunque el mandato divino es que perseveremos en la obediencia. En 1932 W. Reich dio un paso más en la crítica gramsciana:
La psicología burguesa tiene por costumbre en estos casos querer explicar mediante la psicología por qué motivos, llamados irracionales, se ha ido a la huelga o se ha robado, lo que conduce siempre a explicaciones reaccionarias. Para la psicología materialista dialéctica la cuestión es exactamente lo contrario: lo que es necesario explicar no es que el hambriento robe o el explotado se declare en huelga, sino por qué la mayoría de los hambrientos no roban y por qué la mayoría de los explotados no van a la huelga. La socioeconomía, por tanto, explica íntegramente un hecho social cuando la acción y el pensamiento son racionales y adecuados, es decir, están al servicio de la satisfacción de la necesidad y reproducen y continúan de una manera inmediata la situación económica. No lo consigue cuando el pensamiento y la acción de los hombres están en contradicción con la situación económica y, por tanto, son irracionales16.
En otro texto de la misma época, W. Reich escribe lo siguiente: «(11) Si la masa se rebela contra la miseria material y sexual, esto no constituye problema alguno; hay que ver siempre un problema incomprendido cuando la masa actúa contra su propio interés (“conducta irracional”); por ejemplo, las mujeres aceptan el matrimonio, aun si se convierte en yugo. Los trabajadores olvidan la explotación cuando a la empresa le va bien, o los jóvenes aceptan la represión sexual. (12) Llevar la conciencia de clase a las masas no es forma de sistema de teoremas, como maestrillos de escuela, sino desarrollarla a partir de la experiencia de la masa. Politización de todas las necesidades»17.
W. Reich pertenecía a un movimiento político-intelectual que desarrollaba la dialéctica entre la subjetividad y la objetividad partiendo de Marx y de Freud. Sus innegables aportaciones fueron trituradas por la dogmática mecanicista y economicista de la Segunda Internacional y del estalinismo, más la represión fascista y el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Después una parte de la Escuela de Frankfurt y de otros colectivos revivieron al calor de la ola prerrevolucionaria iniciada en 1968, como veremos, pero de nuevo sus vitales aportaciones fueron arrinconadas por la ofensiva mundial llamada neoliberalismo.
- Carlos Aznárez: S.O.S. por Patxi Ruíz, preso político vasco en lucha por sus derechos, 16 de mayo de 2020 (https://borrokagaraia.wordpress.com/2020/05/16/s‑o-s-por-patxi-ruiz-preso-politico-vasco-en-lucha-por-sus-derechos/).
- K. Marx: El dieciocho Brumario de Luís Bonaparte, Progreso, Moscú 1978, tomo I, p. 408.
- K. Marx: Ídem, p. 405.
- K. Marx: Ídem, p. 416.
- K. Marx: Ídem, pp. 433 – 434.
- K. Marx: Ídem, p. 443.
- K. Marx: Crítica de la filosofía del Estado de Hegel, OME, Grijalbo, Barcelona 1978, tomo 5, pp. 58 – 59.
- K. Marx: El dieciocho Brumario de Luís Bonaparte, op. cit., tomo I, p. 453.
- K. Marx: Ídem, p. 464.
- Más de 100 intoxicados en EEUU tras palabras de Trump, 25 de abril de 2020 (https://www.telesurtv.net/news/estados-unidos-servicios-emergencia-personas-intoxicadas-donald-trump-coronavirus-20200425 – 0010.html).
- EFE: Hombres armados en una protesta conservadora contra las medidas de confinamiento en EEUU, 21 de abril de 2020 (https://www.eldiario.es/internacional/Hombres-protestas-conservadoras-confinamiento-Unidos_0_1019098667.html).
- K. Marx: El dieciocho Brumario de Luís Bonaparte, op. cit., tomo I, p. 480.
- K. Marx: Ídem, pp, 495 y ss.
- Hugues Portelli: Gramsci y la cuestión religiosa, Laia, Barcelona 1977, pp. 130 y ss.
- A. Gramsci: «La Acción católica», Ágora, Salamanca 1975, pp. 545 – 546.
- W. Reich: Psicología de masas del fascismo, Ayuso, Madrid 1972, p. 32.
- W. Reich: Materialismo dialéctico y psicoanálisis, Siglo XXI, Madrid 1974, p. 169.