Patxi Ruiz‑i eskainia1
Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia no hicieron una desnazificación seria y sistemática. Se negaron a realizar una intensa y extensa desnazificación2, al igual que en Italia y Japón, adelantando parte de lo que un tercio de siglo después sucedería en el Estado español, en donde no se asistió a una especie de suicidio de Hitler, justicia popular contra Mussolini y juicio contra el Emperador. En el Estado español, la democracia burguesa se suicidó a los pies de la monarquía militar impuesta por el franquismo. En la Europa capitalista la OTAN, los servicios secretos policiales y militares, etc., ampararon al nazifascismo, al terror de los grupos de extrema derecha, a las campañas de miedo e intimidación contra las izquierdas políticas, sindicales, culturales…3 Fue en este contexto en el que G. Lukács redactó El asalto a la razón, obra en la que no pierde el tiempo divagando sino que desde el comienzo afirma que «hechas todas estas reservas, es evidente que este solo hecho ilumina claramente lo que aquí y en lo sucesivo se trata de demostrar, a saber: que no existe posición filosófica “inocente”»4. Sigue explicando que si bien las tesis irracionalistas de Bergson, Spengler, Stefan George, Croce o James no eran estrictamente nazifascistas, es innegable que ayudaron mucho a sentar sus bases filosóficas, y concreta:
El simple hecho de que los entronques y las conexiones aquí señalados debiera ser un importante discite moniti (sabed que estáis advertidos) para todo intelectual honrado del mundo occidental. Ello demuestra que allí donde levanta cabeza el irracionalismo, en filosofía, lleva implícita ya, por lo menos, la posibilidad de una ideología fascista, agresivamente reaccionaria. Cuándo, dónde y cómo esta posibilidad –en apariencia inocente– llegue a convertirse en una pavorosa realidad fascista, no puede decirlo ya la filosofía. Pero la conciencia de estos entronques, lejos de embotar el sentido de la responsabilidad, de los pensadores debiera, por el contrario, avisarlo, hacerlo más sensible. Sería engañarse peligrosamente a uno mismo, pura hipocresía, lavarse las manos en protesta de inocencia, querer mirar despectivamente por encima del hombro –en nombre de un Croce o de una James– a la trayectoria seguida por el irracionalismo alemán»5.
La advertencia de que la irracionalidad no había desaparecido y de que podría ir derivando en fascismo dependiendo de las circunstancias y países, advertencia que ahora se ha materializado en una rica complejidad de casos particulares que, empero, nos remiten al mismo problema de fondo, aparece en todas las páginas de manera directa o indirecta:
El irracionalismo arranca de esta –necesaria e insuperable, pero siempre relativa– discrepancia entre la imagen mental y el original objetivo. El punto de partida consiste en que los problemas directamente planteados al pensamiento en cada caso, en tanto que son tales problemas no resueltos, se presentan bajo una forma en la que parece, a primera vista, como si el pensamiento, los conceptos, fallasen ante la realidad, como si la realidad enfrentada al pensamiento constituyera un más allá de la razón (de la racionalidad del sistema de categorías, del método conceptual hasta entonces utilizado). Como hemos visto, Hegel analizó certeramente esta situación. Su dialéctica del fenómeno y la esencia, de la existencia y la ley y, sobre todo, su dialéctica de los conceptos intelectivos, de las demarcaciones de la reflexión, del tránsito del entendimiento a la razón, trazan con toda claridad el verdadero camino para la solución de estas dificultades6.
Muy en síntesis, cuando la imagen mental y la realidad objetiva no concuerdan, discrepan, es porque ha comenzado un proceso de negación de lo real y de aceptación de lo irreal. La posibilidad de deriva o caída al irracionalismo en cualquiera de sus intensidades está presente, por tanto, en todo proceso de pensamiento:
Es evidente que este problema surge en cada una de las fases del conocimiento, es decir, cada vez que el desarrollo social y, por tanto, la ciencia y la filosofía, se ven obligadas a dar un salto hacia adelante para dominar los problemas reales que se plantean. Lo cual indica ya de por sí, que la opción entre la ratio y la irratio no es nunca un problema filosófico «inmanente». En la opción de un pensador entre los nuevo y lo viejo no deciden, en primer plano, las consideraciones filosóficas o mentales, sino la situación de clase y la vinculación a una clase. Vista la cosa a través de la gran perspectiva de los siglos, resulta a veces casi increíble cómo importantes pensadores, en los umbrales de un problema casi resuelto, se detienen, dan media vuelta y, cuando parece que van a encontrar la solución, huyen en dirección contraria. Son «enigmas» que solo puede aclarar el carácter de clase de la actitud por ellos adoptada […] las condiciones sociales dominan a los pensadores hasta en sus propias y profundas convicciones, en su modo de pensar, en su modo de plantear los problemas, etc., sin que ellos mismos lo adviertan7.
No existe una historia única, lineal y obligada del irracionalismo como un todo inmanente al pensamiento entendido como algo suprahistórico:
[…] cómo aquella forma específica de huir ante todo planteamiento filosófico decisivo, ante todos los problemas metodológicos y de concepción del mundo, actitud que constituye, según hemos visto, la forma fundamental y general del irracionalismo, tiene necesariamente que revestir modalidades cualitativamente diferentes en las diversas fases del desarrollo social y, a tenor con ello, del desarrollo filosófico. De donde se sigue, al mismo tiempo, que el irracionalismo, aunque se le descubra, o algo semejante a él, en las más diferentes épocas de crisis de formaciones sociales muy distintas, no puede poseer una historia única y coherente, a la manera que cabe hablar de la historia del materialismo o la dialéctica […] Es una simple forma de reacción (empleando aquí la palabra reacción en el doble sentido de lo secundario y lo retrógrado) al desarrollo dialéctico del pensamiento humano. Su historia depende, por tanto, del desarrollo de la ciencia y de la filosofía, a cuyos nuevos planteamientos reacciona de tal modo, que convierte el problema mismo en solución, proclamando la supuesta imposibilidad de principio del resolver el problema como una forma superior de comprender el mundo […] Es cierto que también el agnosticismo rehuye la solución a tales problemas; pero el agnosticismo se limita a declararlos insolubles, negándose de un modo más o menos abierto a contestarlos en nombre de una filosofía científica supuestamente exacta8.
En las crisis sistémicas es cuando aumentan las posibilidades de nuevos y más duros irracionalismos entre otras causas porque en estas crisis también la religión dominante, antigua, es desacreditada en sus dogmas por la inhumanidad de las contradicciones que desbordan a esa religión. Entonces «la actitud defensiva de la religión»9 no le sirve para frenar la aparición de nuevas religiones diferentes aunque sigan llamándose cristianas. Este es el caso, por ejemplo, del tomismo de la Contrarreforma que instaura un catolicismo diferente al medieval y de las reformas protestantes que crean un cristianismo diferente al católico. Como también lo es la «ario-germanización» de Cristo creando un cristianismo racista acorde con las necesidades del nazismo desarrollando la «línea puramente agnóstica del neokantismo imperialista»10.
Ni la religión, ni la ciencia, ni la filosofía, ni el arte… se libran de los determinantes materiales objetivos y subjetivos que surgen de la agudización de la crisis estructural, siendo la opción político-filosófica de partido consciente o inconsciente la que puede imponer una alternativa o su antagónica:
Como es natural, tales crisis no tienen, ni mucho menos, un carácter puramente científico. Por el contrario. La agudización de una crisis científica, la inexorable necesidad de optar entre seguir avanzando por el camino de la dialéctica o emprender la fuga hacia lo irracional, coincide casi siempre –y no de un modo casual, por cierto– con las grandes crisis sociales. […] La decisión acerca de si las síntesis filosóficas de las ciencias naturales representan un avance en cuanto al método y a la concepción del mundo o, por el contrario, entorpecen la marcha hacia adelante o marcan un retroceso; o, dicho en otros términos, la posición de partido de la filosofía ante este problema responde –consciente o inconscientemente– a la actitud que sus representantes adopten en la lucha de clases del período en el que viven11.
Obviando la brillante denuncia lukacsiana de las formas de irracionalismo en la filosofía burguesa, nos detenemos en las relaciones entre sociología e irracionalismo. Max Weber, por ejemplo, evolucionó a posiciones claramente reaccionarias como efecto de la derrota de su amado imperialismo alemán en 1918, cuando habla de superioridad del «pueblo señorial» sobre los demás pueblos, cuando asume un «cesarismo bonapartista» basado en la dirección carismática de un Führer, etc.12 También estudia las de otros sociólogos de renombre, de entre los que destacamos a Mannheim presentado como progresista por su oposición débil al nazismo que le llevó al exilio. Lukács analiza su relativismo y su agnosticismo, la subjetividad de su teoría del conocimiento y la importancia que otorga a la «intelectualidad libre» como capa social «que abriga la ilusión de estar por encima de las clases y de la lucha de clases»13. Pero la esencia de la crítica lukacsiana a Mannheim aparece dos páginas más adelante:
Solamente en un punto encontramos en Mannheim una actitud clara. Este autor repudia cualquier solución social por medio de la violencia, pero equiparando una vez más, en un plano formalista, la dictadura fascista y la dictadura del proletariado, el poder revolucionario y el contrarrevolucionario, como si fuese uno y lo mismo. Como lo hacen siempre los ideólogos que temen bastante más a la democratización radical de la sociedad, a la eliminación real de las fuerzas del capital monopolista y el imperialismo, que el retorno y la restauración del fascismo14.
Para 1952 la llamada «guerra fría» era impuesta al mundo por la «democracia» del capital. Llamarla así era un eufemismo que ocultaba las barbaries del imperialismo contra los pueblos antiimperialistas, y su irracionalismo militarista plasmado en las armas termonucleares, químicas y bacteriológicas. Además, empezaba la «guerra fría» cultural y científica en la que la sociología como disciplina esencialmente política jugaría un papel clave. En este contexto, el siguiente párrafo de Lukács nos recuerda tanto la importancia de la lucha teórico-política radical contra el irracionalismo, como la responsabilidad histórica y ética de quienes, negando toda evidencia práctica, creen que se le puede vencer exclusivamente con la «democracia» del capital, negándose a luchar decididamente con, según y para otro programa cualitativa y antagónicamente superior: el revolucionario:
La profunda esterilidad del movimiento sociológico que arranca de Max Weber se revela claramente en este programa, trazado por los representantes de la ideología burguesa que no se resignan a capitular sin lucha ante el irracionalismo reaccionario-fascista, pero que se muestran, sin embargo, incapaces de oponer a él un claro y resuelto programa democrático; para no hablar de que sus propias concepciones gnoseológicas y sociológicas se hallan profundamente enraizadas en aquellas tendencias reaccionarias de las que, ideológicamente y en última instancia, brota el fascismo. Esta discrepancia coloca a la parte de la intelectualidad a la que nos referimos en una posición de debilidad y hasta de indefensión ideológica frente a la reacción fascista. Indefensión que, como demuestra el ejemplo del propio Mannheim, no es superada por las mismas experiencias del fascismo. Sus ideas, tal como en este libro quedan esbozadas, representan la ideología de la capitulación indefensa ante la ola reaccionaria de la posguerra, ni más ni menos que su sociología del saber había representado dicha capitulación en el período anterior a la guerra15.
De capitulación en capitulación, mucho antes del Mussolini de 1923, en el irracionalismo genérico creado por el capitalismo desde al menos el siglo XVII, surgían corrientes irracionales cada vez más implacables según se tensionaba la lucha de clases, hasta desembocar en la barbarie nazi: «El barbarismo es, para los hitlerianos, un principio. He aquí cómo se expresaba acerca de esto Hitler, ante Rauschning, por los días de sus conflictos con los nacional alemanes de Hugenberg: “Esas gentes me consideran como un bárbaro sin educación… ¡Sí, somos bárbaros! Y queremos serlo. Este es, para nosotros, un título de honor. ¡Nosotros rejuveneceremos el mundo!”»16.
La heroicidad del Ejército Rojo, sobre todo, impidió que el nazismo «rejuveneciera» al mundo a pesar de la masiva eugenesia y exterminio genocida aplicado, pero su proyecto ha renacido17 con fuerza gracias al Covid-19 en la misma Alemania. Pero también renace bajo otras formas en Estados Unidos: «Un artículo reciente de la revista Science señala que el programa de desarrollo de vacunas “a máxima velocidad” de la Administración de Trump se basa en “evitar la cooperación internacional y cualquier candidato a vacuna de China”, y tiene como objetivo desarrollar vacunas “reservadas para los estadounidenses”»18. Hitler reservaba la «ciencia alemana» para Alemania; ahora, Trump, ávido lector de irracionalismo nazi en su juventud, reserva la «ciencia americana» para Estados Unidos. Para ambos la humidad no tiene valor, excepto el de la explotación hasta la muerte. Recordemos: discite moniti.
En 1952 Lukács denunció que «para poder luchar eficazmente contra el comunismo, la “democracia” se ve obligada a sellar un significativo maridaje con los restos alemanes del nazismo (los Hjalmar Schacht, los Krupp, los generales de Hitler), con Franco […] hemos destacado, como se ve, aquellos rasgos de la ideología del “mundo libre” acaudillada por Estados Unidos en que se muestra su coincidencia con el fascismo»19. El autor habla de «coincidencia», no de «identidad», pero más adelante hace una precisión decisiva para entender qué ha sucedido desde 1952 hasta ahora:
La demagogia social hitleriana iba asociada a un irracionalismo descarado y culminaba en esto: las contradicciones del capitalismo, consideradas como insolubles –mediante el empleo de medios normales– empujaban al salto a un mito radicalmente irracionalista. La defensa actual –directamente apologética– del capitalismo, renuncia al menos aparentemente al mito y al irracionalismo. En cuanto a la forma, al modo de exposición y al estilo, nos encontramos aquí con una línea de argumentación puramente conceptual y científica. Pero solo aparentemente. El contenido de la construcción conceptual es, en realidad, la pura ausencia de conceptos, la construcción de concatenaciones inexistentes y la negación de las leyes reales, el aferramiento a las concatenaciones aparentes reveladas directamente (es decir, al margen de los conceptos) por la superficie inmediata de la realidad económica. Estamos, por tanto, ante una nueva forma de irracionalismo, envuelto bajo un ropaje aparentemente racional. Pero no, ciertamente, ante una forma fundamentalmente nueva20.
Esta forma nueva del irracionalismo genérico, correspondiente al modo de producción capitalista, es decir, esta especie de modernización no cualitativa sino solo formalmente nueva del irracionalismo genérico burgués, tenía en 1952 la misma función esencial que en la mitad del siglo XIX, objetivo que Lukács define respondiendo a la pregunta que él mismo se hace:
¿Qué es lo esencial, en todo ello? La contraposición entre la ideología burguesa y el marxismo. Este ha sabido comprender y poner de manifiesto el entronque con el presente de la trayectoria histórica que va desde 1848 hasta nuestros días; la ideología burguesa, en cambio, no. Schmitt resume así la situación: «La conciencia de la continuidad lleva consigo una marcada superioridad y hasta un monopolio de los autores comunistas con respecto a los otros historiadores que no se orientan en los acontecimientos de 1848 y pierden, a consecuencia de ello, el derecho a emitir un juicio acerca del presente. La perplejidad de los historiadores burgueses es grande. De una parte, condenan la represión de la revolución, mientras, por otra parte, saludan la restauración de la paz y la seguridad como una victoria del orden21.
Karl Schmitt fue uno de los más potentes ideólogos de la contrarrevolución. A pesar de los altibajos sufridos en sus vaivenes políticos, siempre estuvo en el núcleo duro de la dirección político-filosófica y jurídica del poder total de la derecha. Inculcó en la casta intelectual burguesa la conciencia de la necesidad de acabar con la superioridad teórica y con el prestigio ético del marxismo, lo que significa dejar vía libre al irracionalismo en cualquiera de sus formas, también la más blanda y disimulada: el reformismo. ¿Cómo evitarlo? ¿Cómo impedir que la posible reaparición de la irracionalidad de masas salte a una realidad pavorosa? Hay una sola respuesta: intensificando la lucha de clases. Lukács lo explica así: «es la defensa de la razón como movimiento de masas […] Esta rebelión de las masas en apoyo de la razón constituye la gran contrapartida de nuestro tiempo contra el terror pánico a la “masificación” y contra el irracionalismo que va estrechamente unido a él»22.
- Carlos Aznárez: S.O.S. por Patxi Ruíz, preso político vasco en lucha por sus derechos, 16 de mayo de 2020 (https://borrokagaraia.wordpress.com/2020/05/16/s‑o-s-por-patxi-ruiz-preso-politico-vasco-en-lucha-por-sus-derechos/).
- Rafael Poch de Feliu: Fritz Bauer, 5 de marzo de 2020 (https://rafaelpoch.com/2020/03/02/fritz-bauer/).
- Daniele Ganser: Los ejércitos secretos de la OTAN, El Viejo Topo, Barcelona 2010, pp. 335 – 340.
- G. Lukács: El asalto a la razón, Grijalbo, Barcelona 1976, p. 27.
- G. Lukács: Ídem, pp. 27 – 28.
- G. Lukács: Ídem, p. 79.
- G. Lukács: Ídem, pp. 79 – 81.
- G. Lukács: Ídem, p. 83.
- G. Lukács: Ídem, p. 87.
- G. Lukács: Ídem, pp. 571 – 580.
- G. Lukács: Ídem, p. 89.
- G. Lukács: Ídem, pp. 491 y ss.
- G. Lukács: Ídem, p. 515.
- G. Lukács: Ídem, p. 517.
- G. Lukács: Ídem, p. 518.
- G. Lukács: Ídem, p. 610.
- Christoph Vandreier: Ideólogos derechistas de Alemania exigen el sacrificio de vidas humanas en la pandemia del coronavirus, 12 de mayo de 2020 (https://www.wsws.org/es/articles/2020/05/12/rech-m12.html).
- Benjamín Mateus: El capitalismo contra la ciencia: las lecciones del frenesí de 36 horas sobre la vacuna Moderna, 21 de mayo de 2020 (https://www.wsws.org/es/articles/2020/05/21/rech-m21.html).
- G. Lukács: El asalto a la razón, op. cit., p. 620.
- G. Lukács: Ídem, p. 628.
- G. Lukács: Ídem, p. 681.
- G. Lukács: Ídem, p. 690.