La fulminante devastación socioeconómica causada por la aceleración vertiginosa de la crisis socionatural formada por el capital y la pandemia está suscitando reflexiones de toda índole. Una de ellas, decisiva desde cualquier punto de vista, es la que gira sobre las siguientes preguntas orientadas a la misma problemática: ¿hasta qué punto el Covid-19 ha introducido «nuevas» necesidades y objetivos en la solidaridad internacionalista? ¿En qué medida debemos adaptar la solidaridad internacionalista teniendo en cuenta los cambios sociales precipitados a raíz de la crisis socionatural que vulgarizamos peligrosamente con el nombre de Covid-19?
Como digo, es una reflexión que va extendiéndose como un reguero de pólvora entre las izquierdas y muy en especial entre las de las naciones oprimidas: ¿qué solidaridad debe realizar la izquierda abertzale, por ejemplo, hacia el pueblo palestino, martirizado hasta casi el genocidio por Israel durante la pandemia, sabiendo que, según dice la prensa del sistema, el único laboratorio del Estado español capaz de producir determinadas vacunas contra el Covid-19 se encuentra en Euskal Herria? ¿Debe la izquierda abertzale iniciar una campaña estratégica hacia la nacionalización obrera de esa empresa para que priorice la ayuda al pueblo palestino, al saharaui o a otros…, a la vez que impida que esa posible vacuna, si se crea, no sea una mercancía y arma de guerra sanitaria en manos de la cruel farmaindustria que tiene en D. Trump su «puño de acero»? Tengamos en cuenta que ahora mismo varios colectivos se movilizan para que la empresa CAF no colabore con la masacre israelí, también otros denuncian el envío de armas para asesinar al pueblo yemení, recordemos la permanente solidaridad vasca con el pueblo saharaui, por no hablar de Nuestramérica.
Si nos fijamos, una de las características de este internacionalismo es su directa relación con la defensa de la vida en lo más básico, derecho elemental que cobra día a día más importancia dado que el capital lo ataca con más saña día a día, como se ha demostrado con el Covid-19. Por su radical defensa de la vida, este internacionalismo es antagónico con sus intereses, en este caso con los de la burguesía vasca y del clientelismo que le sostiene. Es una necesidad urgente empezar desde ya a concienciar al pueblo trabajador para que cree las condiciones de fuerza popular capaz de lograr la nacionalización obrera de empresas vitales y de otros avances humanos incuestionables. Hacerlo según unos objetivos y perspectiva histórica con su correspondiente estrategia, transiciones y tácticas. Pues bien, avanzar en esta necesidad agudiza la lucha de clases dentro de Euskal Herria, se admita o no. Al final, deberemos volver a este punto.
Pero el internacionalismo también se ejerce de forma indirecta, o sea, cuando la propia lucha beneficia a las de otras clases y pueblos, cuando las impulsa con el ejemplo. Veamos la doble lección del internacionalismo de la izquierda abertzale de finales de los años 70 y comienzos de los 80 cuando derrotó al poderosísimo lobby nuclear que, con el apoyo de la dictadura y de la burguesía, quería hacer de nuestra pequeña nación el lugar más nuclearizado de Europa: ahora no existe ninguna central nuclear. La doble lección es esta: una, la interacción de las formas de lucha venció al increíble poder del capital nuclearizado; y dos, en los debates con el ecologismo reformista y con la izquierda dogmática, la izquierda abertzale demostraba que el mejor internacionalismo para salvar la vida en el planeta era acabar con la nuclearización vasca.
Antes, durante y después de aquella crucial victoria, hoy silenciada, nuestro pueblo obtuvo logros que ahora muestran su valor internacionalista: la unificación y revitalización del euskara y de la cultura popular vasca, por ejemplo, ahora que la industria cultural imperialista aniquila lenguas a diario. Unida a esta conquista que ahora minimizan, está la creación de una viva, horizontal e interactiva red de medios de comunicación crítica sostenida por y a la vez reflejo de la famosa «cuarta pata», el movimiento popular, incompatible con el parlamentarismo electoralero. Los valores colectivos de horizontalidad y auto organización resultan decisivos para vencer la miseria individualizada del capitalismo actual, reforzada por el terror pánico al contagio del virus. Pero las aportaciones internacionalistas de las propias luchas son efectivas en la medida en que se difunden, son conocidas y debatidas en y por otros pueblos, lo que exige un nivel organizativo.
Hemos hecho esta breve referencia a las dos caras del internacionalismo, para facilitar la comprensión de las respuestas a las tres preguntas que nos han propuesto:
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Definición clara del internacionalismo proletario y diferenciación del cosmopolitismo o el internacionalismo burgués.
Ha habido «internacionalismos» en sociedades tributarias, esclavistas y campesinas con sus correspondientes grupos artesanos. Pero el internacionalismo proletario solo se inicia en la práctica desde el momento en el que la unidad de contrarios antagónicos de burguesía/proletariado es dominante en lo económico y en lo político en zonas de Europa desde finales del siglo XIV, aunque se trate de un proto internacionalismo idealizado mediante herejías o interpretaciones religiosas heterodoxas. Con el socialismo utópico, el anarquismo y el comunismo utópico, la solidaridad de clase empieza a tener visos teóricos porque las represiones y la emigración por hambre pusieron en contacto a las clases proletarias desde comienzos del siglo XIX. La primera exposición teórica del internacionalismo aparece en el Manifiesto comunista de 1848 y su expresión práctica coherente en 1864, con la Primera Internacional.
El internacionalismo proletario es la práctica y la teoría de que existe una unidad y lucha de contrarios inconciliable entre el capital y el trabajo a escala mundial. Por tanto, todas, absolutamente todas las variadas y muy diferentes expresiones particulares y singulares de la lucha de clases responden, en último análisis, a ese antagonismo mundial entre la clase propietaria de las fuerzas productivas y la clase que para malvivir tiene que vender lo único que tiene: su fuerza de trabajo, o sea, venderse ella.
Para resolver los agudos problemas que surgen del cúmulo de diferencias particulares y singulares, históricas, nacionales, etno-nacionales, culturales, de sexo-género, contextuales, etc., entre las muchas prácticas de la lucha de clases en su universalidad, para ello, es imprescindible una organización internacional que facilite el acoplamiento de las diferencias objetivas y subjetivas en una estrategia mundial debatida colectivamente. La experiencia enseña qué difícil es entender la dialéctica mundial de la lucha de clases y su relación con las múltiples expresiones con las que se materializa. La experiencia de las crisis de las sucesivas Internacionales, y de la «traición» de la Segunda Internacional pasando a ser un decisivo instrumento imperialista a manos del capital, muestra cuan necesario es el rigor teórico-político, la democracia obrera y la ética socialista en la lucha internacional.
Cosmopolita quiere decir «ciudadano del mundo», pero no hay que confundir como hace la ideología burguesa el concepto griego o romano de «ciudadanía», con el burgués: es un engaño propagandístico destinado a negar la explotación, la opresión y la dominación capitalista, cualitativamente más dañina que la que sufrían los ciudadanos, es decir, personas libres, aunque en proceso de empobrecimiento, y por tanto con derechos cada vez más limitados en la práctica, en Gracia y Roma. El cosmopolitismo sirve para quedar bien en reuniones selectas hablando sobre los derechos abstractos de las y los niños saharauis, o los y las empobrecidas en Madrid o París, ocultando así la indiferencia o la colaboración pasiva con el imperialismo.
Existe un internacionalismo burgués operativo parcialmente desde finales del siglo XIV en las guerras de las ciudades del norte italiano, sobre todo, en la revolución husita del siglo XV y de forma manifiesta ya con las luchas y revoluciones burguesas desde el siglo XVI en adelante. Marx dijo que frente al proletariado todos los gobiernos burgueses de hacen uno solo. Pero también mostró que este internacionalismo era muy pobre y egoísta, limitado por la ley de la competencia que enfrenta cainitamente a una burguesía con otra. Conforme la lucha de clases en su forma de liberación antiimperialista toma fuerza, el internacionalismo burgués es la excusa que justifica que la potencia imperialista más poderosa obligue u obtenga por interés el apoyo criminal de burguesías más débiles, incluso sin Estado: el total apoyo a Madrid de la burguesía catalana y vasca para beneficiarse del subimperialismo español y en menor escala del imperialismo en general.
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Establecimiento de patrones comunes y generalizables hasta cierto punto en la praxis revolucionaria contemporánea sobre qué implica realmente «practicar el internacionalismo». Y desde estas cuestiones poder abordar colectivamente reflexiones que nos lleven a establecer cuál es la mejor forma de reaccionar desde aquí ante, por ejemplo, detenciones por operaciones fantasma a jóvenes abertzales, agresiones imperialistas contra el Kurdistán o golpes de estado en Latinoamérica. ¿Es un comunicado de apoyo suficiente? ¿O una concentración delante de una embajada concreta?
Dado que la lucha de clases es mundial en lo decisivo, el internacionalismo ha de incidir en toda práctica solidaria que refuerce al proletariado y mine al poder del capital en la nación o Estado al que va dirigida. La esencia del buen internacionalismo se mide, en su práctica exterior, en que busca reforzar el poder y la conciencia del pueblo al que ayuda en su lucha contra su opresor. Depende de cada contexto histórico, de cada coyuntura y circunstancia particular o singular que esa ayuda sea meramente cultural, humanitaria, social, económica en múltiples formas, etc., siempre según las peticiones realizadas por el pueblo o clase explotada, o franja social…, nunca de forma impuesta. Y en su práctica interna, es decir, en el seno de la propia nación a la que pertenece el colectivo internacionalista, el criterio debe ser el mismo pero incidiendo en la denuncia y en la movilización con formas adecuadas a lo que se busca: desde ciclos de conferencias y charlas explicativas con presencia extranjera, hasta movilizaciones sostenidas en el tiempo en determinados espacios simbólicos ampliamente conocidos, pasando por fiestas de masas, recaudación de ayuda y de medios de solidaridad, etc.
Pero estas acciones, por ejemplo, los casos expuestos en la pregunta, deben sostenerse en una profunda visión teórica y política del internacionalismo que permita responder a las dudas y necesidades concretas en cada caso. Lo básico es que la solidaridad sea permanente en las cuestiones centrales: la unidad de los pueblos frente a la opresión; la coyuntura y el contexto mundial y estatal en el que hay que ser solidario con vascos, kurdistaníes, latinoamericanos…; la explicación pedagógica en cada caso dentro de su generalidad… Y que esa constancia y permanencia esté orientada desde un objetivo cuádruple y simultáneo: fortalecer la lucha del pueblo concreto que recibe esa solidaridad determinada; fortalecer el sentido bidireccional de la solidaridad, que sea de ida y vuelta; fortalecer las luchas antiimperialistas en todas partes, en su globalidad, y fortalecer la liberación del propio pueblo.
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Finalmente también desde qué perspectiva: ¿elevándonos como sujeto revolucionario o adoptando posiciones tercermundistas (como la Rote Army Fraktion-RAF) que pongan en el foco de la lucha desestabilizar los gobiernos del centro con tal de colaborar con las fuerzas revolucionarias del tercer mundo para que lideren la emancipación mundial?
Esta forma de internacionalismo, aun siendo parcialmente válido, no puede responder a los cambios habidos en el capitalismo en último tercio de siglo. La implosión de la URSS en 1991 impactó en la izquierda y muy especialmente en la burguesía alemana, Desde el Tratado de Maastricht de 1992 la Unión Europea se lanzó ya sin tapujo alguno por la vía del neoliberalismo. No es casualidad que la RAF acelerase su autoextinción desde 1993, produciéndose esta en 1998, pero sin entregar las armas a la burguesía. La crisis de 2007 mostró la ferocidad de la Unión Europea para explotar a las naciones empobrecidas, aunque fueran formalmente independientes. El caso griego, su brutal saqueo por Euroalemania, así lo confirma y la disputa actual en la Unión Europea sobre las formas de cobro de las «ayudas» a las burguesías más débiles para que se recompongan del desastre del Covid-19 y puedan aplicar con alguna credibilidad la táctica de la zanahoria y el palo: sobornar con limosnas europeas a sus proletariados para que no se subleven y reprimir con brutalidad a quienes se subleven. El reforzamiento del arsenal represivo en todas las burguesías tiene ese objetivo.
Más aún, la debacle sociosanitaria actual, que ha culminado con el agotamiento previo de la industria automotriz mundial, con el desmantelamiento ya previsto de Nissan en Barcelona y con el terror del desempleo de alrededor de 23.000 familias, es una gota del tsunami desencadenado. La casa central de Nissan en Japón ha advertido que también puede cerrar su factoría en Gran Bretaña dependiendo de cómo le beneficie o le perjudique la negociación del Brexit, la ruptura entre Gran Bretaña y la Unión Europea: vemos que la mundialización de la cadena de valor hace que hasta un país tan lejano como Japón incide en la suerte del proletariado europeo.
El internacionalismo es mundial por esencia y, ahora, en esta fase bestial de la dictadura del salario, debe hacer honor a su identidad, o perecer. Quiere esto decir que, por seguir con el ejemplo del automotor, el internacionalismo ha de empezar a mirar a Asia, a Japón, a China y, a la vez, al proletariado de la Unión Europea, a las masas empobrecidas y golpeadas en Detroit y zonas desindustrializadas de Estados Unidos, por citar a la extinta «fabrica mundial del coche».
El internacionalismo debe adecuarse a los cambios producidos en la lucha de clases mundial como efecto de las grandes crisis históricas: si, por decirlo de algún modo, la primera gran depresión de 1873 generó la necesidad de que el internacionalismo saltase de la lucha meramente anticolonialista a la frontal lucha antiimperialista, sobre todo desde 1917 en adelante; y si la segunda gran depresión de 1929 hizo que la lucha antiimperialista se enriqueciera con la antifascista y por el socialismo; la actual tercera gran depresión iniciada en 2007 y con un tremendo estallido a comienzos de 2020, ha hecho que el internacionalismo pase directamente a luchar por la vida humana no mercantilizada, porque es incuestionable que la «venganza de la naturaleza» nos obliga a hacer justicia y evitar la catástrofe avanzando al comunismo.
Llegados a este momento de salto cualitativo irreversible en la incompatibilidad entre el capital y la naturaleza, el internacionalismo concreto de una izquierda determinada, la que fuere, ha de asumir que él también es inconciliable con los intereses de su burguesía. Acabamos así volviendo a lo dicho al comienzo cuando planteábamos la necesidad de fortalecer la reivindicación de las nacionalizaciones obreras en la estrategia independentista, sobre todo las que aseguran la soberanía sanitaria: «nuestra» burguesía como parte del capital mundial, también es enemiga mortal de nuestro internacionalismo. No debemos olvidarlo nunca y menos cuando volvamos a oír cantos de sirena que quieran engatusarnos con «pactos democráticos» con ella…, basta ver cómo apoya los ataques a Venezuela.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 4 de junio de 2020