Crear esta red no solo ha llevado tiempo, sino que exigía una determinada experiencia previa que el imperialismo aprendió de la fase colonialista, surgida del absolutismo y sobre todo las dos primeras burguesías revolucionarias: la holandesa, famosa por su excelente espionaje de finales del siglo XVI, y la británica. E. Cherniak es autor de Cinco siglos de guerra secreta (Edit. Arte y Literatura, La Habana 1979, 2 tomos) Pero tantas o más lecciones las aprendieron de dos guerras decisivas para la posterior historia yanqui: la larga guerra anglo-holandesa de 1652-1674 y en especial la guerra anglo-francesa de 1756-1763. Además de los efectos directamente económicos, ambas guerras forzaron mejoras drásticas en las estructuras estatales, en el fisco, en los servicios secretos, en la planificación estratégica, en el desarrollo científico, etc. La creencia en la superioridad de las varias formas de protestantismo, y del anglicanismo, sobre el papismo católico, que venía desde el siglo XVI, aumentó gracias a estas guerras y a la decadencia española que lo propiciaron. Esta creencia es una de las bases del hegemonismo yanqui, de su idea de que solo ellos, y en todo caso con la ayuda secundaria británica, pueden y deben dirigir el mundo.
Las dudas sobre quién dominaría Nuestramérica al hundirse España ya inquietaban en Londres incluso antes de la independencia de Estados Unidos en 1783, porque veían como sus trece colonias de Ultramar aumentaban su poder económico día a día aun siendo parte de la Corona: ¿Qué sucedería una vez que fueran independientes? Además de otras dudas, esta preguntaba también inquiría sobre el futuro del muy decisivo comercio de carne humana, esclavitud en su forma capitalista, imprescindible para la acumulación originaria de capital: ¿quién se llevaría la mayor tajada? Podemos aventurar, así, la idea de que en la feroz guerra de independencia norteamericana se enfrentaban también dos proyectos de opresión y saqueo de Nuestramérica una vez expulsada España. La rebelión de Túpac Amaru de 1780-1781 fue una advertencia para los yanquis aún súbditos británicos: podía surgir una Latino América independiente de España… y de un Washington libre en un futuro próximo. Por eso, en 1787 Jefferson opinaba que había que frenar la independencia latinoamericana hasta que Estados Unidos tuvieran la suficiente fuerza para explotarla ellos sin tener que repartir el botín con Gran Bretaña.
Las guerras napoleónicas de 1799-1815 aceleraron la derrota española pero también debilitó a Francia marginándola de Nuestramérica, sobre todo gracias a su estrepitosa derrota a manos del pueblo haitiano. También enriquecieron a los yanquis que comerciaron con los dos bandos, reforzando su posición de poder, sin embargo, más adelante Washington, siguiendo el consejo de Jefferson, obstaculizará todo lo posible la liberación de Nuestramérica apoyando a los ocupantes españoles, mientras ampliaba su poder para, luego, abortar o debilitar la penetración británica. Los servicios secretos actúan al máximo en estos conflictos: ya en 1812 Estados Unidos intenta comprar a un líder mexicano para que organice en silencio la des-integración de México en el país enemigo del norte. Ese mismo año, el ejército yanqui, aprovechando que Gran Bretaña lucha contra Napoleón, invade Canadá para anexionárselo. La guerra de 1812-1815 terminó en tablas excepto para las naciones indias que por un momento habían visto cerca la creación de un Estado confederado propio, fracasando al final.
Pero en esos años, la revolución del vapor relanza el colonialismo británico que también quiere volcarse en el fácil saqueo de Nuestramérica empobrecida, agotada por la guerra de independencia y necesitada de toda clase de productos, armas y préstamos financieros. La doctrina Monroe, de finales de 1823, refleja tanto la voluntad anexionista permanente de Estados Unidos desde antes incluso de su independencia, como la conciencia de que, por aquel momento, no podían competir económicamente con Gran Bretaña así que optan por una trampa política: dado que América es para los americanos, no tienen cabida los europeos, pero sí los yanquis. Se crean así esperanzas vanas en algunas de las jóvenes burguesías criollas de Nuestramérica que se ilusionan con un trato de igual a igual con Estados Unidos, cuyos productos, aunque peores, resultan más baratos por la cercanía geográfica. ¿Puede tener algún significado el que uno de los impulsores de la doctrina Monroe fuera un colombiano, primer diplomático de Nuestramérica en Washington? Bolívar no se traga el anzuelo.
En verano 1826 Bolívar convence a algunos países para que acuerden en el Congreso de Panamá una estrategia conjunta en economía, política, cultura, defensa militar… tendente a una Confederación, Unión o Liga de Nuestramérica. La reunión apenas llega a acuerdos porque para entonces las burguesías ya empiezan a priorizar sus intereses estatales propios; además, surgen las primeras críticas contra Bolívar por sectores adinerados que rechazan las reformas sociales y democráticas del Libertador; y, por último, se sienten las maniobras y presiones de Estados Unidos y Gran Bretaña para hacer fracasar el proyecto. Los espías yanquis informan a Washington de lo que piensa Bolívar y una mezcla de diplomacia y soborno va aislándole de sus aliados menos coherentes. Al final el Libertador escribe en otoño de 1929 que Estados Unidos «parece destinado por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad…». Rápidamente, en 1831, esa «libertad» empezará a agredir militarmente aprovechándose de las condiciones creadas por esa política, y lo hará en Argentina camuflándose bajo la bandera francesa: un ataque que hoy se denominaría de «bandera falsa».