Como vemos, en algo menos de medio siglo, de 1783 a 1831, Estados Unidos había creado una maquinaria diplomática, económica, de Inteligencia y guerra sucia, de manipulación y presión psico-política, militar, etc. que, salvando las distancias, no tenía mucho que envidiar a la actual. En 1846-1848 semejante engranaje se apoderó de la mitad de México mientras las naciones indias de las praderas del norte eran masacradas. Entonces se produjo un fenómeno que ya habían sufrido los invasores españoles desde 1492: los pueblos atacados desarrollaron tácticas militares que compensaban su debilidad objetiva ante el gigante, obligándole a gastos enormes. La forma de guerra de las naciones indias fue ejemplar contra el ejército y contra las bandas de asesinos blancos: la «guerra irregular», tan antigua como la misma guerra en la Sumeria de hace 5.000 años, no tenía secretos para estos pueblos en armas.
Desde la mitad del siglo XIX el imperialismo multiplicó todas las formas de agresión contra Nuestramérica, pero también contra otros pueblos transoceánicos, algunas veces en solitario como fue la imposición a China del derecho de Extraterritorialidad en 1844 que inició una larga era de provocaciones, agravios y ataques que ahora mismo se están endureciendo; y otras veces en alianza con potencias europeas como fueron los ataques a Japón en 1863-1865, por citar algunas barbaridades. La primera Gran Depresión iniciada en 1873 forzó cambios en el imperialismo. De entrada, hay que recordar la definición dada por Engels en 1878 sobre fusión entre la economía, el ejército y la civilización del capital: «La moderna nave de combate no solo es un producto de la gran industria moderna, sino hasta una muestra de la misma; es una fábrica flotante –aunque, ciertamente, una fábrica destinada, sobre todo, a dilapidar dinero». En la Conferencia de Berlín de 1884-1885 Europa troceó África como un carnicero destripa una vaca a golpes de hacha, creando el matadero en el que Bélgica exterminaría a millones de congoleños, Alemania a centenares de miles de personas en Namibia, etc.
Ahora, la meliflua casta intelectual cree que usa términos científico-radicales cuando habla de «complejo industrial-militar», expresión creada por el reaccionario presidente yanqui Eisenhower en su campaña electoral. En su correspondencia, Marx y Engels hablaban de la «industria de la matanza de hombres». La «fábrica flotante», el acorazado, era la síntesis de la civilización imperialista que con su «industria de la matanza de hombres» tenía como objetivo recuperar la tasa de ganancia durante la Gran Depresión iniciada en 1873. La guerra entre el podrido imperio español y el corrupto, pero expansivo imperialismo yanqui de 1898 era parte del tránsito del colonialismo a la fase imperialista mundial, en medio de las luchas de liberación de naciones como Cuba, Filipinas, Puerto Rico, Pacífica y otras. Washington derrotó a Madrid, pero luego pactó con la vencida para impedir la independencia real de esos pueblos, sometiéndolos con una nueva opresión nacional: el saqueo imperialista apoyado por el colaboracionismo de las burguesías nativas formalmente independientes.
La economía mundial volvió a crecer a finales del siglo XIX, pero en Nuestramérica la explotación era tan dura que en México estalló la revolución de 1910-1917. Estados Unidos se posicionó a favor de las clases dominantes porque sus beneficios dependían de la miseria del pueblo mexicano. Esta revolución aporta muchas lecciones sobre la estrategia político-militar revolucionaria, destacando la incursión de la División del Norte dirigida por Pancho Villa en territorio norteamericano a comienzos de 1916. Estados Unidos respondió con una invasión en toda regla realizada con los más modernos medios de la época, fracasando estrepitosamente debido a la superioridad estratégica de Pancho Villa.
Ya para entonces, la izquierda revolucionaria avanzaba mucho de la simple visión tacticista de la lucha de clases, que había valido hasta la Comuna de París de 1871, a la visión estratégica, avance en respuesta a la irrupción de las nuevas formas de opresión imperialista. En Europa, la revolución de 1905 aleccionó sobre la urgencia de releer a Clausewitz a la luz de esos cambios y a pensar la revolución desde la dialéctica entre la táctica política a medio plazo y las lecciones de la estrategia militar. Los debates sobre las guerrillas, sobre la huelga de masas, sobre qué hacer con los ejércitos, sobre la huelga general pacífica en caso de estallar una terrible guerra, etc., estaban engrasados por la crítica al imperialismo. La revolución bolchevique de 1917 fue el trueno que despejó el horizonte rojo del antiimperialismo estratégicamente cimentado, con la aportación clave de la Tercera Internacional, publicando en 1928 esa joya de la ética y la libertad titulada La insurrección armada, obra colectiva firmada por el pseudónimo de A. Neuberg.
El estallido de la segunda Gran Depresión en 1929 resaltó más si cabe la oportunidad de ese libro que resumía lo esencial de los errores y aciertos de los momentos críticos de las luchas revolucionarias. Los pueblos trabajadores del mundo disponían así, justo en los años iniciales de la hecatombe de 1929, de una teoría de incalculable valor práctico. Desde entonces el imperialismo comprendió que debía prestar mucha más atención a la contrainsurgencia político-militar, cultural, psicológica, etc., preventivas en buena medida; intensificando su accionar en, al menos, tres frentes: apoyar visible e invisible a los fascismos, militarismos, etc.; desarrollar el frente de la guerra psicológica para activar las reservas de irracionalidad subyacentes en la estructura psíquica de masas fetichizadas; y rearmarse, meterle presión a la industria de la matanza humana.