Y es aquí, en este punto, a partir del cual debemos profundizar en el estudio de los otros cambios en el paradigma represivo global, aspectos que ya hemos ido viendo parcialmente. L. Raphael nos ha explicado cómo la administración burguesa aseguraba la dominación del capital en el siglo XIX, sobre todo en las múltiples formas de represión e intimidación del movimiento obrero1. La Primera Guerra Mundial obligó a cañonazos a adaptar el obsoleto paradigma represivo decimonónico a la nueva realidad de la lucha de clases generada por el imperialismo con dos grandes doctrinas diferentes en su forma, pero unidas a la lógica capitalista: la democracia autoritaria y el nazifascismo, que venían desarrollándose en silencio desde mediados del siglo XIX2, ambas tenían como objetivo destrozar a la URSS y al socialismo, pero variaban en las tácticas. La Segunda Guerra Mundial hizo que la primera, la democracia imperialista, aplastara sin piedad a medio mundo desde 1944 con la inestimable ayuda del parcialmente derrotado nazifascismo3, que fue integrado en los aparatos de terror militar y civil del paradigma remodelado, y que empezaría a recuperarlo conforme se agotaba el siglo XX.
La producción en cadena y el Taylor-fordismo estaban relativamente poco desarrolladas en el capitalismo alemán y europeo anterior a la Segunda Guerra Mundial, desde luego menos que en Estados Unidos. Con la introducción total de la producción en cadena en la industria imperialista, el proletariado sufrió cambios profundos en su composición y por tanto en su forma de lucha obrera. El final de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la mal llamada «guerra fría» exigió, en líneas generales, cambios en las disciplinas y violencias laborales, en el control social extralaboral, en la regulación de la compraventa de la fuerza de trabajo, en la manipulación alienante de masas mediante la prensa y la educación, en el consumismo y en las pautas sexo-afectivas dentro de los cambios del mercado matrimonial, etc.
Los reformismos y la prensa burguesa ocultan o niegan la dureza de clase de esta nueva forma de dominación social impuesta después de la Segunda Guerra Mundial en Occidente bajo el mito de «Estado del bienestar» (¿?) y de las excelencias del keynesianismo y del Taylor-fordismo. Los llamados «Treinta Gloriosos», de 1945 a 1975, solo existieron en Occidente y se basaron en, al menos, cinco requisitos: la reconstrucción de las grandes destrucciones de la Segunda Guerra Mundial; la «paz social» mantenida gracias a las cesiones obreras; la desactivación sociopolítica realizada por el reformismo; el saqueo imperialista y la represión suave y dura.
Para mediados de los años setenta esta fase estaba en una profunda crisis que obligó al capital a remodelar en profundidad su paradigma de dominación. M. Baud ofreció a mediados de los ochenta una de las mejores definiciones de su adecuación global para los «próximos decenios»: administrar la represión, mantener y modernizar la agricultura, modernizar y adaptar el desarrollo de los «países en vías de industrialización» y guiar la inversión tecnoindustrial hacia «el nuevo modelo de acumulación que está comenzando»4. Muy poco después, el crack de 1987 desbordaría esta definición. Para salir del agujero el imperialismo obligó a los Estados débiles a aceptar las feroces exigencias del Consenso de Washington desde 1989.
Pocos años después, intelectuales progresistas mostraron algunos de los límites de ese nuevo modelo: «A) El desempleo creciente en los países desarrollados. B) La brecha que se agranda entre el Norte y el Sur. C) La ecología»5. Las tres, y otras más, toman forma en las subcrisis tremendas de Japón, de México, de los «tigres asiáticos», de Rusia, de Argentina… Mientras tanto y al calor de las medidas imperialistas, el capital financiero y especulativo crecía de modo imparable disfrazándose con el nombre de «globalización», proceso brillantemente analizado por Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista de 1848, hasta que el globo, el «capitalismo de casino», volvió a estallar en 2007.
Ninguna de estas subcrisis que confluyen sinérgicamente en el reventón, está libre de los impactos en su génesis de la lucha de clases que va complejizándose por momentos en respuesta al contraataque neoliberal o mejor al «ajuste permanente»6. En efecto, ya en esos años el paradigma represivo que tenía en Bentham (1748÷1832) uno de sus ideólogos y, más tarde, en Hayek (1899÷1992) otro más actualizado, era incapaz de frenar las nuevas luchas, además de evitar el despegue de otras potencias competidoras. Estudiando los controles y disciplinas del capital, en 2009 A. d’Angelis sostuvo que: «La diferenciación entre disciplina y control no es tan clara. Por el contrario, ambas actividades son complementarias y siempre lo fueron en la historia del modo de producción capitalista. Lo que cambia en esta historia es la forma de su articulación»7. Según el autor, desde los años ochenta, asistimos al:
[…] proceso de recomposición de reivindicaciones radicales y de sujetos sociales, un proceso que está forzando en cada movimiento no solo la búsqueda de alianzas sino también el asumir como propias las luchas de otros movimientos […] La premisa de este proceso de recomposición es la realidad multidimensional de las relaciones de explotación y opresión tal como se manifiestan en las vidas y experiencias de muchos sujetos sociales en el panóptico fractal global. Las subjetividades están apareciendo a través de fractales e intentando construir formas de cooperación social alternativas a aquellas forzadas a existir dentro de estructuras competitivas. La interacción entre estos sujetos sociales en los múltiples tipos de lucha crea modos alternativos del pensamiento y de la praxis, que son puestos crecientemente en contra del pensamiento único hegemónico y monopólico, que legitima las estrategias neoliberales8.
Visto en perspectiva histórica, no es la primera vez en la que reaparecen «múltiples tipos de lucha» sino que se trata de una constante que se reafirma en la praxis siempre que las crisis sistémicas obligan al trabajo a desarrollar todas sus múltiples fuerzas emancipadoras para luchar contra las múltiples expresiones del paradigma represivo del capital. El uso aquí del símil del fractal es correcto en la medida en la que muestra la coherencia esencial interna que identifica a cada una de las partes del todo, es decir, la aparente irregularidad y fragmentación de y entre las múltiples luchas oculta una lógica de fondo, subyacente, que las determina: esta lógica es la de la dictadura del trabajo abstracto sobre el trabajo concreto, del trabajo muerto sobre el trabajo vivo, del valor de cambio sobre el valor de uso, es decir, del capital sobre el trabajo y por tanto de la polícroma lucha de clases.
Desde 2009 la multifacética riqueza fractal de la lucha de clases fue en aumento, incluyendo la confrontación político-militar, que es la que mejor visibiliza en los momentos críticos la vigencia de la ley general de la acumulación y de la ley tendencial de la caída de la tasa media de ganancia. Por ejemplo y obviando la fuerte lucha de clases en Euskal Herria que en ese año entraba en otra fase, también sucedía igual en Nuestramérica de manera que para 2011 emergían nuevas9 resistencias mientras que la consigna «ocupemos Walt Street» se extendía por Estados Unidos al confluir muchas luchas parciales que estaba comprendiendo que Walt Street era uno de los núcleos del poder, que eran parte de la lucha de clases internacional: por esas fechas, a comienzos de 2012, el proletariado belga hizo la primera huelga general en diecinueve años. Muy lejos de allí, en Argentina la reestructuración del capital que desestructuraba al proletariado iba unida a la propaganda masiva sobre el «fin del trabajo»; sin embargo, E. Lucita mostró en 2014 cómo pese a todo volvía a reestructurarse la centralidad obrera en una lucha abierta e incierta porque dependía de la fuerza de la conciencia obrera10.
En septiembre de 2015 terminaba con victoria la huelga de 593 días de duración en la fábrica de Coca Cola de Fuenlabrada, en la que tuvieron destacada participación las mujeres trabajadoras del colectivo Las Espartanas11, en un contexto de luchas marcado por las muchas movilizaciones diferentes que se unían en las Marchas por la Dignidad confluyendo en Bruselas y en la amplia diversidad de trabajadoras de la educación en Alemania que se unieron y se lanzaron a la huelga en ese agosto12, todo lo cual impulsaba en 2016 la esperanza obrera que se expresó en muchas formas de lucha de clases en Europa, en contra de otras tantas formas de explotación13. Para entonces la propaganda burguesa no podía ocultar que se agotaba la tenue recuperación económica, caída que explica la reaparición de las protestas en Londres, por ejemplo, en verano de 2017, en el aeropuerto de Barcelona, etc., o aún más importante, el auge de las luchas campesinas en muchos países mostrando su importancia decisiva en la lucha mundial14 y el papel de la campesina y, en las ciudades, de las mujeres de limpieza15, de cuidados bajo condiciones de doble o triple explotación…
Pero si en el plano político-militar la readecuación del paradigma represivo ya estaba a pleno funcionamiento en estas fechas, tal como se aprecia por ejemplo en el reacomodo yanqui en Colombia por su importancia geoestratégica ante la posible derrota del uribismo, como indica Mª F. Barreto16, otro tanto hay que decir en el de la reestructuración socioeconómica del capital mediante las nuevas tecnologías, la de los algoritmos17 en este caso. Con estos nuevos medios tecno-represivos más con la ayuda inestimable del reformismo político-sindical y de la angustia e inseguridad por el futuro, la burguesía alemana logró evitar la victoria total de la poderosa huelga del metal en febrero de 2018. Otra lucha masiva tanto en la variedad de colectivos participantes como en la unidad del objetivo, fue la que se mantuvo en ese momento en Estados Unidos contra la industria armamentista, contra los intentos de recortar los derechos de las mujeres trabajadoras, contra la ferocidad racista de la represión policial, contra la ofensiva antisindical de Trump, etc., temblores multiformes que impulsaban la actual «gran huelga»18 que debilita las entrañas del monstruo.
El movimiento francés de los «chalecos amarillos» desde finales de 2018 confirmaba la complejidad de las explotaciones y de las resistencias contra ellas, provocando reflexiones que ahora, a finales de 2021 adquieren una nueva vigencia19. Y por no extendernos, otras dos luchas que ahora también son más actuales que entones: en otoño de 2018 los sindicatos británicos abrieron la reivindicación de la semana laboral de cuatro días sin reducción salarial20 y a finales de noviembre de 2019, muy poco antes de la pandemia, trabajadores de la salud en Holanda hicieron la primera21 huelga nacional en defensa de sus condiciones y de una buena salud pública.
En 2019 – 2021 se han apelotonado las tres expresiones centrales de la evolución de la lucha de clases según el certero estudio de Beverly J. Silver: «1) las protestas de las clases obreras en proceso de formación; 2) las protestas de las clases obreras existentes que están siendo destruidas y 3) las protestas de esos trabajadores que el capital ignora y excluye, es decir, los miembros de la clase obrera que, aunque dependen exclusivamente de ellos para sobrevivir, es probable que nunca logren vender su fuerza de trabajo»22. El reformismo político-sindical incide de forma diferente en los tres niveles, desmoralizándolos en sus espacios respectivos. Un ejemplo lo tenemos en la indiferencia del reformismo político-sindical y del social-liberalismo para concienciar y organizar a partes del segundo nivel, pero sobre todo del tercero, del que históricamente surge la base lumpen del fascismo, siendo esta una de las razones por las que crece la extrema derecha23.
Sobre los otros dos niveles, un ejemplo clásico es cómo la burocracia sindical de IATSE ha derrotado a 60.000 trabajadores de Hollywood24 en huelga, otro es que la «cultura» es una industria contra la que combaten también las trabajadoras de la limpieza del museo Guggenheim de Bilbo25. Las y los obreros de Amazon en muchos países están aprendiendo de las traiciones sindicales, negándose26 a secundar los llamamientos del presidente Biden para que se afilien27. La impresionante huelga del acero en Sudáfrica28 enseña lo mismo, con sus matices. Las trabajadoras son el núcleo de la lucha proletaria por las viviendas29, lucha histórica que ha adquirido una prioridad vital como se comprueba en la aplastante victoria de referendo popular a favor de los pisos sociales en Berlín, en contra de los buitres financiero-especulativos unidos a las grandes inmobiliarias30.
La urgencia por completar la reforma del paradigma es clara para el subimperialismo indio aliado estratégico de Estados Unidos que se enfrenta a una gigantesca lucha de clases interna: desde noviembre de 2020 en la India se generalizan las huelgas que llegan a movilizar a 250 millones de personas en febrero de 202131, siendo un ejemplo de cómo la variada clase campesina sabe aglutinar a la variada clase obrera alrededor de reivindicaciones radicales por fuerza elemental y común, como se ha visto en huelgas posteriores. Otro tanto sucede en otro puntal del imperialismo como es Corea del Sur que en octubre de este año ha vivido una huelga general que supone un salto con respecto a las luchas anteriores a la pandemia.
El caso australiano es igualmente esclarecedor porque el papel dado por Estados Unidos al ejército del continente-isla en el cerco atómico a Eurasia firmado en el AUKUS, exige que el pueblo obrero australiano se someta a un régimen disciplinario muy severo32 como el que se lleva imponiendo desde poco antes de la pandemia y se ha acelerado con el confinamiento. La burguesía británica, sabedora de la resistencia obrera, del contenido progresista del nacionalismo escocés y de las tensiones en Irlanda del Norte, azuza el belicismo e intensifica el control social33. Israel ve que su antaño famoso y omnipotente servicio secreto, el Mossad34, está perdiendo eficacia frente a la creciente resistencia de los pueblos.
El Estado español, súbdito fiel de Estados Unidos, avanza en la misma senda al aprobar el 6 de julio el proyecto de Ley de Seguridad Nacional por la cual todo siervo del rey mayor de edad estará a disposición de las autoridades en situaciones de crisis, aplicando el artículo 55 de la Constitución según el cual «los españoles tienen el deber y el derecho de defender a España»35. Se prepara así la militarización social que hemos visto en acción en Estados Unidos con la excusa del calentamiento global. El autoritarismo rampante español ha sido reforzado con el mantenimiento de los puntos centrales de la «reforma laboral», de la «ley mordaza», de la próxima «ley Iceta» y la inquietante ley sobre el Copyright, de la derechización extrema del aparato judicial y la sumisión del Parlamento, de la impunidad de la monarquía, del armamentismo imparable, de recentralización del nacionalismo español, de la nueva traición al pueblo saharaui, del mal trato en cárceles y comisarías españolas36 a manos del sistema policial que preocupa por su impunidad37 y «creciente incapacidad»38, reconocidas hasta por el reformismo blando, pero disimuladas por las «grandes mentiras de Marlaska»39.
La inquietud por su debilitamiento interno crece en la burguesía occidental. Recientemente, el vocero del social-liberalismo español se preguntaba sobre las causas del aumento del descontento y de las protestas sociales40. De la misma forma en la que el miedo a la esclava y a la sierva determinaba la ideología esclavista y feudal, el miedo a la proletaria determina la burguesa. El 15 de julio de este año, 537 miembros del Parlamento Europeo aprobaron con 133 votos en contra y 20 abstenciones la puesta en marcha de la ley Chatcontrol que permite la vigilancia masiva de las comunicaciones privadas, aunque sondeos de opinión indican que la rechaza el 72% de la población41. El autoritarismo avanza en silencio ampliando el paradigma represivo en varias áreas especializadas en contener, refrenar, templar o moderar la tendencia al alza de las luchas de clases: Si en 2014 – 2020 la Unión Europea gastó 2.800 millones de euros en el control de fronteras, para 2021 – 2027 ha presupuestado 12.800 millones de euros42, por no hablar del ascenso exponencial de los gastos en «seguridad ciudadana», eufemismo que oculta todas las formas de violencia represiva.
- Lutz Raphael: Ley y orden, Siglo XXI, Madrid 2008, pp. 123 – 138.
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