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La experiencia histórica muestra que en momentos de crisis la «moderación» que refuerzan los reformismos siempre beneficia al capital porque la utiliza para recomponer sus fuerzas preparando ulteriores contraataques. Lo que acaba de suceder en la huelga del metal en Cádiz es un ejemplo más de entre miles. Otro ejemplo cualitativamente más grave es el apoyo incondicional que está dando el reformismo soberanista al gobierno español y a los gobiernos de Nafarroa y la CAV para que desarrollen y apliquen sus programas de poder que, en cuanto capitalistas, siempre benefician más a la burguesía en detrimento del proletariado.
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Dicho básicamente, estos programas recogidos en los Presupuestos Generales del Estado, de Nafarroa y de Vascongadas apoyados por EH Bildu, tienen como objetivo aumentar la productividad del trabajo como el mejor método para aumentar la economía capitalista. La ley de la productividad del trabajo o ley del máximo beneficio empresarial en el menor tiempo posible es básica en el capitalismo, y todo gobierno sabe que si quiere ver feliz a la burguesía, que es de lo que se trata, debe aumentar la productividad del trabajo mientras logra que el salario crezca menos que las ganancias del capital, o incluso se estanque y hasta disminuya: el burgués debe enriquecerse más que el proletario.
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Aquí tenemos que remitirnos al proceso objetivo e imparable de empobrecimiento relativo en tiempos de bonanza económica y de empobrecimiento absoluto en tiempos de crisis: durante las cada vez más cortas fases de recuperación económica, el capital se enriquece más que el proletariado que, aunque mejora, sin embargo va quedando retrasado con respecto al mayor enriquecimiento de la burguesía: es el empobrecimiento relativo estadísticamente demostrado hasta por reformistas blandos como Piketty y otros muchos que han demostrado que la pobreza relativa crece desde el inicio del capitalismo, lo que confirma así el fracaso histórico del reformismo parlamentarista, incapaz de contener el empobrecimiento relativo. Pero como reformistas, la única solución que imaginan son alguna forma de keynesianismo.
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Pero en las cada vez más frecuentes, largas y profundas crisis, la gran burguesía se enriquece sobremanera, la mediana burguesía apenas lo hace, la pequeña se desploma y las llamadas «clases medias» que son asalariados menos explotados que el resto de su clase, bajan al nivel de trabajadores normales o peor: la «nueva pobreza». Sin embargo, la peor suerte cae sobre el proletariado que se empobrece más y franjas suyas caen en el empobrecimiento absoluto: viven objetivamente peor que antes, tanto que hasta se reduce su esperanza de vida, demostración inequívoca de la depauperación absoluta.
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Desde la pandemia de 2020 se ha intensificado el empobrecimiento absoluto del proletariado en amplias franjas del planeta, también en Euskal Herria, que ya venía creciendo desde 2007. El empobrecimiento absoluto avanza imparable sobre todo en la mujer trabajadora, en las y los migrantes, en el pensionariado, en los crecientes precarizados, los desahucios… El endeudamiento por créditos para el consumismo, las menguantes ayudas familiares y sociales pueden mantener durante cada vez menos tiempo la ficción de la «normalidad», pero el empobrecimiento es imparable y va minando la vida, la alegría y la felicidad, o sea la salud psicosomática, del proletariado.
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La teoría marxista explica por qué se produce este empeoramiento real que, en apariencia, no existe a simple vista, porque, aparentemente, en las fases de crecimiento económico, pueden incluso subir algo los salarios, pueden mejorar un poco los servicios públicos y ayudas sociales, el salario diferido e indirecto, las pensiones y jubilaciones, etc. Como se puede consumir más pero productos de peor calidad, como hay programas-basura en la «caja tonta» y como las «redes sociales» están llenas de colorines, risas y porno, las franjas alienadas del proletariado creen que son más libres, que hay más democracia, que cada vez están menos explotadas y que por eso y para eso tienen que votar al reformismo.
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Todo parece indicar que, por fin, el reformismo parlamentario ha dado con la cuadratura del círculo de la «justicia social», del «salario justo», etc., milagro desesperadamente buscado desde el socialismo utópico de la primera mitad del siglo XIX. Pero la realidad del capitalismo escapa a la limitada lógica formal porque existe algo que se llama plusvalía y que desmiente la existencia del llamado «salario justo»: todo salario es injusto porque siempre existe una ganancia capitalista que es superior al «salario justo» por alto que aparente ser.
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Un ejemplo de la descomposición reformista es que la inmensa mayoría de militantes sean o no sindicalistas ignoran la teoría de la plusvalía, del salario, de la explotación…, sin la cual es impensable orientarse en las mil batallas diarias de la lucha de clases, por no hablar de otros componentes de la teoría marxista sin los cuales no se entiende la opresión nacional y el imperialismo.
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En el «escenario de pesadilla» actual, la izquierda revolucionaria ha de redoblar la militancia cotidiana para explicar pedagógicamente y combatir con hechos estos mundos subterráneos, oscuros y pútridos en donde la «normalidad» reformista apuntala las cadenas inconscientes del miedo a la libertad, miedo inoculado desde la muy primera infancia en la estructura psíquica de masas alienadas. Desde hace mucho tiempo, la izquierda revolucionaria denuncia cómo los reformismos apuntalan esas cadenas inconscientes.
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En el «escenario de pesadilla» actual, y como siempre, una de las mejores formas de debilitar y romper esas cadenas es preparar al pueblo trabajador para que defienda a muerte las conquistas que aún mantiene, para que las amplíe con luchas sostenidas, tenaces e integradas en el conjunto social y, en especial, para que utilice las victorias defensivas (mantener lo que se tiene cuando nos lo han querido arrebatar) y las victorias ofensivas (conquistar nuevos derechos o recuperar lo perdidos) como trampolín para nuevas avances, como ejemplo valioso para incrementar la unidad y la fuerza obrera, como escuela de aprendizaje de errores y aciertos cara a preparar la verdadera lucha: avanzar en la autoorganización del contrapoder, del doble poder y del poder popular como base del Estado obrero y de la República socialista.
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En el «escenario de pesadilla» surgen múltiples formas de pobreza material y moral en la vida cotidiana del pueblo trabajador, lo que da pie tanto a luchas aisladas radicalizadas como al surgimiento de delincuencia social apenas existente en las fases de expansión económica. A todo ello hay que añadir la angustia vivencial generada por la pandemia, el individualismo delator potenciado por el poder durante el confinamiento, el malestar por la prepotencia policial que defiende a una minoría enriquecida y golpea a la mayoría empobrecida, etc. Y la angustia y la represión impulsan el incremento de suicidios.
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En el «escenario de pesadilla» se está desarrollando con creciente manipulación afectivo-emocional e ideológica la nueva fase de la guerra político-cultural del imperialismo español contra las naciones que oprime, contra Euskal Herria. Como se ve en Cuba, Palestina y otros países atacados, las «redes sociales», la inteligencia artificial reaccionaria, los algoritmos, etc., permiten al poder vigilar a sujetos y a colectivos por franjas de edad, sexo-género y etno-cultura, y bombardearlos permanentemente. La experiencia acumulada a raíz de las agresiones imperialistas son aplastantes en este sentido, lo mismo que la manipulación sutil y subliminal de franjas de voto en elecciones en las «democracias occidentales», influyendo en su voluntad de voto.
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En el «escenario de pesadilla» pandémica, las «democracias» amplían el control sobre la sociedad, la vigilancia más precisa sobre los «sujetos potencialmente peligrosos» y las represiones sobre muchos de ellos. La tendencia histórica al fortalecimiento autoritario estatal y al crecimiento de sus tentáculos se ha disparado con el confinamiento. La mentira neoliberal del «adelgazamiento del Estado» ha sido de nuevo desautorizada por los hechos, y el Estado engorda cada vez más. Decir que apoyando al gobierno puede frenarse ese ascenso represivo es crear falsas esperanzas en el pueblo que, al ser negadas por la realidad, pueden desmovilizar a sectores del pueblo, como ya sucedió con el ridículo fracaso de las promesas de EIA-Euskadiko Ezkerra.
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En el «escenario de pesadilla» la extrema derecha y el fascismo encuentran el caldo de cultico para expandirse aprovechando la pasividad y la tolerancia de los gobiernos, prensa y reformismos desde 1978. Pero no son solo estas fuerzas las que crecen, también lo hacen autoritarismos que aparentemente no intervienen en «política» pero que con la pandemia han emergido a la luz pública desde los avernos irracionales como sectas, iglesias, clubes, etc., que impulsan negacionismos varios precisamente cuando más necesario es propagar la libertad de pensamiento crítico-radical, materialista, ateo y dialéctico. Estos autoritarismos también anidan en bases reformistas que votan a la «izquierda» creyendo así lavar sus conciencias conservadoras, machistas y racistas en la realidad.
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En este «escenario de pesadilla» el gobierno mantiene en vigencia la ley Mordaza desde 2015, aplicada con mayor saña durante el Gobierno del PSOE-UP apoyado por EH Bildu y fuerzas neoliberales como ERC, PNV, etc.; y ahora dice que va a someterla a una escueta reforma cosmética que no anula su ferocidad. A la vez rearma a las fuerzas represivas y al ejército con sofisticados medios de violencia; pretende dar más poderes represivos a los funcionarios de prisiones, prepara a la Legión Española para reprimir manifestaciones. Mantiene vigentes las duras leyes antiobreras y antidemocráticas introducidas en 2010 – 2012, diciendo que las va a «reformar» hasta finales de 2021. Continúan los desahucios y la angustia vivencial que provocan… Nos hemos limitado a unos pocos ejemplos, sin tocar la tortura, expulsión de niños y niñas, etc.
Un comentario
Sin claridad ni orden en la ideología, decía alguien, no puede haber ni claridad ni orden en la organización, el reformismo es confusión.