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Por tanto, hay que fortalecer las organizaciones revolucionarias que adapten la experiencia anterior a las necesidades actuales y futuras, y que sobre todo impulsen nuevas formas de coordinación tanto de las luchas tradiciones como de las de reciente actualidad, lo que plantea a nuestro entender varios problemas que deben ser tenidos muy en cuenta porque su no resolución ha sido siempre una de las razones que explican el periódico auge del reformismo, también en Euskal Herria. Aunque están interrelacionados los citamos con cierto orden de urgencia en el presente y futuro, teniendo en cuenta que pueden y deben simultanearse en la medida de lo posible:
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Se debe recuperar la naturaleza crítica de la militancia, crítica por cuanto dialéctica y colectiva, que no termine aceptando con indiferencia sumisa o con credulidad ignorante lo que dice una dirección en la que el personalismo dirigista adelanta públicamente lo que va a decidirse en las asambleas a lo largo de un proceso teledirigido. Ninguna organización que se diga «revolucionaria» lo es realmente con un poco más del 51% de abstención en los debates congresuales decisivos. Pero la capacidad crítica militante exige una formación ética, filosófica y teórica en general que en una sociedad burguesa y sometida a opresión nacional solo puede enseñarla una organización comunista siempre dentro de la lucha de liberación nacional de clase. La organización tiene el deber y la necesidad de formar permanentemente a su militancia.
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Tal formación solo puede ser revolucionaria si va siempre a las raíces de la opresión nacional de clase y patriarcal, sino se queda en un progresismo ciudadanista y parlamentario, que no combate con hechos la propiedad burguesa en todos los sentidos para debilitarla, deslegitimarla a la vez que se intenta construir espacios de contrapoder en lo que «lo común» –prefiguración del comunismo– vaya asentándose siempre en medio de las luchas y dependiendo de ellas, fracasando o integradas con frecuencia en el sistema, aunque dejando un poso en la memoria obrera. Que la memoria no sea definitivamente exterminada y que dé el salto a la teoría comunista, lograr este avance imprescindible es un deber de las organizaciones revolucionarias.
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La gravedad de la sinergia de múltiples subcrisis que han dado formas y contenidos nuevos a la actual, explica que, desde hace varios lustros, reformismos duros y blandos vuelvan por la vía de atrás al problema decisivo de incompatibilidad entre la propiedad burguesa y lo que simplifican y suavizan en la abstracción de «lo común», manera vergonzosa de no citar su verdadero contenido comunista profundo de toda práctica de recuperación de la autoorganización proletaria. La historia abertzale rezuma experiencias brillantes al respecto que aún no han caído definitivamente en olvido bajo los golpes del capital y la dejadez o abandono de la historia que hace el reformismo, contrario incluso a esas luchas.
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La forma visible de la propiedad capitalista se expresa en las fuerzas productivas y destructivas, en la materialidad física de empresas, cuarteles, periódicos, iglesias, bancos, prostíbulos, parlamentos, etc.; pero su forma invisible se expresa de manera psicológica, afectiva, sexual, cultural, etc., moldeando toda la sociedad en su conjunto desde las cavernas de la irracionalidad hasta las espléndidas luces de las ceremonias oficiales con reyes, empresarios, ministros, jueces, militares, obispos, políticos y sindicalistas integrados, proxenetas…, todos ellos mirando de reojo a su amo: el capital como relación social de explotación. Solo cuando las y los explotados se van poniendo en pie, solo entonces se va haciendo visible la polimorfia inhumana de la propiedad burguesa.
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Es por esto que la formación teórica y filosófica, también atea y ética, de la militancia ha de debatir siempre sobre lo que es el comunismo y sobre cómo luchar para prefigurarlo en la medida de lo posible, empezando por la reconquista de lo «público», siguiendo por la conquista de espacios de «lo común», etc., para así asentar contrapoderes. Empleando ahora la ambigua terminología de estas corrientes, la militancia ha de saber que más temprano que tarde todo avance en «lo común» descubre la esencia política que no solo económica de la propiedad burguesa, es decir, que tarde o temprano «lo común» ha de inmiscuirse en la lucha política para asegurar el avance logrado y por tanto, ha de prepararse para el endurecimiento de esa lucha política, es decir para las represiones burguesas.
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Más aún, dado que la única manera de ser comunista en una nación oprimida es ser independentista e internacionalista, y viceversa, por esto mismo, adquiere decisiva importancia la lucha por su lengua y cultura como una batalla central en la (re)construcción de «lo común» que vertebra subjetivamente la cultura popular reprimida por el ocupante y también por la burguesía colaboracionista. Es una lucha de clases profunda en la unidad de contrarios que siempre existe en toda nación, también en las oprimidas: la cultura de las clases explotadas, del pueblo trabajador contra la cultura de las clases explotadoras.
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El estudio materialista y dialéctico de la historia de la lucha de clases dentro de Euskal Herria, así como de las luchas en defensa de sus derechos nacionales tal cual se expresaban en cada período histórico, es indispensable para entender cómo debe ser la lucha comunista en la actualidad. Las organizaciones revolucionarias han de (re)construir y enseñar esta historia haciendo de cada militante una historiadora práctica. Pero la historia siempre se (re)construye desde y para las necesidades del presente, para comprender cómo la clase dominante ha ocultado el desarrollo de las contradicciones que ahora machacan a las clases explotada, y para aprender de lo descubierto por la historia crítica.
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La evolución histórica facilita la comprensión de los cambios en la lucha de clases interna a la formación económico-social vasca, a su estructura de clases en permanente choque. Una de las tareas imprescindibles de las organizaciones revolucionarias es estudiar la composición clasista vasca para, primero, saber cómo es el proletariado y sus fracciones de clase, como esa llamadas «clases medias», simples asalariados con sueldos menos malos, y a partir de aquí cuál es su fuerza y su poder de dirección estratégica en el seno del pueblo trabajador; segundo, cual es la composición interna del pueblo trabajador y en especial por qué el núcleo de este concepto no es tanto lo económico cuanto la conciencia política independentista vasca dentro del proletariado en su conjunto; tercero, saber cómo es la pequeña y mediana burguesía, los pequeños y medianos empresarios y sus dependencias del poder; y cuarto, conocer qué es la gran burguesía vasca para comprender cómo dirige al autonomismo y al regionalismo mediante los Estados español y francés y la Unión Europea.
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La importancia de la conciencia política en el concepto marxista de proletariado es fundamental. De hecho, no se puede hablar de proletariado como fuerza social activa si carece de conciencia política de clase. Sin esta conciencia política de clase el proletariado es un objeto pasivo en manos del capital. El concepto marxista de nación trabajadora indica precisamente la toma de conciencia política del pueblo obrero, de su identidad nacional de clase antagónica a la nación burguesa creada por y para la clase capitalista que le explota. En los pueblos oprimidos por Estados extranjeros, la conciencia política del proletariado se expresa en la naturaleza obrera de su lucha nacional de clase asalariada explotada para producir plusvalía.
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Por tanto, ante la complejización imparable de capitalismo, una de las primeras tareas es la formación de la militancia en la dialéctica de la complejidad de la lucha de contrarios tal cual se muestra ahora y tal cual tiende a mostrarse en el futuro. Dada la eficacia dopante de la ideología burguesa, existe el riesgo de recaer en el simplismo de contraponer abstracciones contra abstracciones como hace el reformismo –dictadura vs democracia, violencia vs paz, etc. – , pero desde la izquierda: burguesía contra proletariado, por ejemplo, sin tener en cuenta la complejidad de las fracciones de clase, sin emplear conceptos flexibles y abarcadores como «pueblo trabajador» y otros.
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La lucha revolucionaria exige emplear conceptos abiertos, flexibles, móviles, capaces de conectar lo genético-estructural y lo histórico-genético, lo universal, lo particular y lo singular, etc. Mal que bien, la izquierda abertzale logró hacerlo con errores y deficiencias al desarrollar un poderoso movimiento obrero, popular, cultural, social… amplio y multiforme pero más o menos centrado alrededor de la independencia y el socialismo, y del derecho a la autodefensa contra la opresión. En la teoría político-organizativa esto se reflejaba en el concepto de «forma-movimiento» frente a la «forma-partido», entendiendo «partido» como burocracia verticalista socialdemócrata y menchevique, estalinista y eurocomunista, o podemitas y soberanistas, con sus entremezclamientos variopintos.
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Este debate surgió con la primera lucha de clases industrial ya a comienzos del siglo XIX y va adquiriendo importancia en la medida en que se complejiza el capitalismo. Durante este decurso y al margen de los términos empleados, las corrientes marxistas han complementado lo mejor posible el accionar de las organizaciones o partidos comunistas dentro siempre del movimiento obrero y popular porque ambos se necesitan mutuamente en la dialéctica espontaneísmo/organización que se enrevesa por momentos. Este debate nos lleva inevitablemente al método dialéctico, tan actual como nunca antes debido a la crisis capitalista, la catástrofe socioecológica, la Covid-19, la tecnociencia del capital, la valía objetiva del pensamiento científico-crítico, etc.
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La dialéctica es inconciliable con el reformismo, con la burocracia, con la mansedumbre y con la abstención del más del 51%, pero también lo es con al menos dos posibles errores de las izquierdas vascas en la actualidad. El primero se presenta en dos extremos que caen en el mismo cepo: uno, escorar la lucha de clases hacia una visión mecánica de «lo social» subvalorando «lo nacional», es decir, no ver que Euskal Herria es un marco autónomo de lucha de clases por la historia de su evolución capitalista; y viceversa el otro, escorar la lucha de clases hacia «lo nacional» dejando en segundo nivel «lo social».
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El marco autónomo de lucha de clases surge de la evolución del capitalismo vasco en sus relaciones de dependencia/fusión con el imperialismo franco-español y a la vez en sus luchas de clases internas como nación oprimida que tiene un complejo lingüístico-cultural diferente al de los Estados que le oprimen. Es así como se explican las peculiaridades histórico-genéticas, singulares, que diferencian a la lucha obrera y popular vasca de las naciones circundantes, aunque todas ellas tengn identidades particulares impuestas por las estructuras estatales franco-españolas del capitalismo, y a la vez pertenezcan a la misma esencia universal de la lucha entre el capital y el trabajo que es su naturaleza histórico-genética.
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El otro error consiste en tener un concepto del socialismo y del comunismo abstractos en relación a la historia vasca, error cometido por anteriores fuerzas abertzale hoy extintas o minorizadas, y hasta integradas en el poder algunas de ellas; error estratégico consistente en separarse totalmente de la realidad del marco autónomo de lucha de clases, o si se quiere, de la realidad de la lucha nacional de clase históricamente concreta y singular vasca por la independencia proletaria, para volcarse en internacionalismos genéricos que van desde la caída en el estatalismo hasta el universalismo más inconcreto, más etéreo.
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De este modo, las clases explotadas, las mujeres trabajadoras, la juventud obrera, el pensionariado, es decir la mayoría aplastante de la población desconoce el potencial emancipador concreto que ahora mismo tiene la praxis socialista y la estrategia comunista en su propia vida cotidiana, en su felicidad y en su futuro. Como el socialismo ha quedado reducido a una consigna hueca de cartel y de día de manifestación anual, el pueblo y la militancia no pueden vencer en la permanente guerra cultural burguesa contra lo que el capital define como «socialismo» y menos aún como «comunismo» que son justo lo contrario de su verdadero valor. Es imposible vencer las mentiras burguesas sin prácticas concretas que de alguna forma muestren en los hechos que reivindicaciones socialistas, además de haber sido prefiguradas parcialmente en momentos de nuestra historia, también pueden dirigir las luchas por la libertad mediante victorias concretas.
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En el «escenario de pesadilla» las organizaciones revolucionarias que están creciendo se enfrentan a la tarea de rescatar del olvido creciente la historia de la lucha nacional de clase, actualizar sus aciertos y logros incuestionables, e integrarlos en la praxis actual; y también aprender de sus errores.
Petri Rekabarren
Euskal Herria, 13 de diciembre de 2021
Un comentario
Sin claridad ni orden en la ideología, decía alguien, no puede haber ni claridad ni orden en la organización, el reformismo es confusión.