Nota: Ponencia presentada al debate sobre Geopolítica que se celebrará el sábado 18 de junio en el «Espai Joves GIRAPELLS», c/Teodor Llorente 20, Barcelona.
«Las Filipinas, lo mismo que Cuba y Puerto Rico, nos han sido confiadas por la Providencia. ¿Cómo iba a sustraerse el país a semejante deber…? Las Filipinas son nuestras para siempre. Inmediatamente detrás se encuentran los mercados ilimitados de China. Nosotros no renunciaremos ni a lo uno ni a lo otro.»William Mac-Kinley, 25º Presidente de Estados Unidos (1897−1901).
«En estricta confidencia, agradecería casi cualquier guerra, pues creo que este país necesita una.»Teodoro Roosevelt, 1897, 26º Presidente de Estados Unidos (1901−1909).
Cualquier guerra por mercados ilimitados
Tanto Mac-Kinley como Roosevelt representaban al sector más lúcido de la expansión yanqui que en esa época acortaba rápidamente la ventaja que le llevaba Gran Bretaña como potencia dominante, pero también lo hacían Alemania y Japón, aunque a menos velocidad. Con sus limitaciones burguesas, ambos conocían perfectamente el papel de la guerra en el capitalismo, la veían como una necesidad para asegurar su expansión yanqui apoderándose del mundo. En 1904, Halford John Mackinder justificó la larga y creciente agresión británica contra Asia y Rusia afirmando que había que controlar Eurasia porque era el «centro del mundo». La guerra ruso-nipona de 1905 fue precedida por un pacto secreto entre Londres y Tokio. Mientras, en China crecía el malestar de las masas explotadas e incluso en sectores de la joven burguesía que en 1912 instauraron la República. Como China, también Rusia y Turquía se descomponían porque, además de otras razones, no podían pagar las inmensas deudas contraídas con los grandes prestamistas.
Hemos recurrido a algunas de las crisis que se dieron hace poco más de un siglo, en el final de la fase colonial e inicio de la imperialista, para disponer de una perspectiva histórica que ilumine el sentido de la Cumbre de la OTAN en Madrid a celebrar el 29 y 30 de este junio. La lucha entre burguesías ascendentes y descendentes es debida, como veremos, a las leyes del movimiento del capital y a sus contradicciones internas, y en todas ellas las guerras y las violencias cumplen un papel importante, que llega a ser crucial en las grandes crisis.
A finales del siglo XIX y comienzos del XX el capitalismo transitaba a su fase imperialista partiendo del poder del control alienador de masas que estaba logrando por la imparable subsunción real del proletariado en la reproducción ampliada gracias al vertiginoso desarrollo de las fuerzas productivas logrado por la industrialización. Este es el contexto en el que hablan los dos presidentes yanquis citados, aunque todavía el capitalismo no había entrado en la fase del consumismo barato de masas, verdadera «cadena de oro», que solo pudo desarrollarse tras las enervantes destrucciones implacables de la Segunda Guerra Mundial. Este período marca el límite de gloria de la geopolítica burguesa y reformista, a la vez que nos obliga a volver a la visión marxista de las contradicciones esenciales de los modos de producción y en especial del capitalista: la ley general de la acumulación de capital y la ley tendencial de la caída de la tasa media de ganancia.
En efecto, la burguesía del siglo XVIII que aún ignoraba el maremoto que se estaba gestando en el interior del capitalismo del momento, necesitaba dominar la complejidad de las contradicciones entre Estados, de las resistencias de las clases explotadas y de los pueblos invadidos por su colonialismo, etc., en un contexto de descubrimientos geográficos. La geopolítica irrumpió bajo esas presiones, pero su esencia venía de mucho antes, de la fase histórica en la que la subsunción formal del trabajo permitía a las y los explotados disponer de alguna independencia o al menos de autonomía de subsistencia como para aguantar mal que bien las trampas y engaños de las clases explotadoras. La diferencia sustancial entre la geopolítica y la teoría de la crisis radica en que por lo general la primera no emplea conceptos-claves como el de modo de producción, contradicciones esenciales y crisis de los modos de producción, fuerzas productivas y relaciones de propiedad, fuerzas destructivas en el capitalismo, explotación de la fuerza de trabajo y lucha de clases, contrainsurgencia, fascismo y contrarrevolución…
En el siglo I Quinto Curcio Rufo hizo hablar así a Alejandro Magno: «No es duradera una dominación cuando se consigue con la espada, en cambio, el agradecimiento de los beneficios es eterno». Pero llega un momento en el que pierde efectividad el «agradecimiento» de los colaboracionistas por recibir una limosna de los ocupantes, y es entonces cuando la guerra injusta, la violencia explotadora, aparece como lo es que: la ultima ratio del poder en ese momento. Sumándose a Curcio Rufo, Napoleón dijo que con las bayonetas puede lograrse casi todo, excepto sentarse sobre ellas, pero el problema radica en saber más o menos cuánto tiempo dura el efecto paralizante tanto del terror como del «agradecimiento».
La contrainsurgencia yanqui calcula que ha de masacrar a un tercio de la población para «pacificar» a ese pueblo durante un período lo suficientemente largo como para asegurar su poder. Aun así, por la dialéctica de las contradicciones, el problema crítico empieza a resurgir cuando la segunda y sobre todo la tercera generación descendiente de los asesinados en masa empiezan a perder el miedo, a reconstruir su memoria, a conocer las contradicciones y a luchar contra ellas. Esta realidad desborda ampliamente las limitaciones estructurales de la geopolítica. Reducir esta extrema complejidad a un simple debate de geopolítica, aunque válido parcialmente, es limitar nuestra mirada a la superficie de la tormenta, a la espuma de las gigantescas olas que chocan entre sí, pero sin bucear a las profundidades del choque subterráneo de las placas tectónicas que, con sus bruscos terremotos, provocan tsunamis arrasadores.
Teoría de la crisis
Los terremotos profundos vienen a ser como las grandes crisis sistémicas que estallan en el modo de producción capitalista. Por esto, debemos recurrir a la teoría marxista de la crisis para comprender el peligro antidemocrático y autoritario de la Cumbre de Madrid, que es un paso más en el largo devenir de los aparatos represivos del capital que han ido aumentando de letalidad destructiva conforme aumentan las dificultades de toda índole que retrasan la velocidad de realización del beneficio, del circuito completo de la ganancia, llegando en su momento a obturarlo, a paralizar el proceso entero de acumulación ampliada.
Surgen así crisis muy variadas que tienden a confluir en una sistémica. En este devenir, el Estado como forma político-militar del capital es decisivo para desatascar a cualquier precio los crecientes obstáculos que ralentizan y obtura el proceso de acumulación. Si no lo logra en un primer momento, cuando las subcrisis y crisis embrionarias parciales aún son débiles y pueden ser desactivadas en beneficio de las fracciones burguesas afectadas por ellas, más tarde ha de intervenir con más virulencia para impedir que confluyan en crisis mayores y más interrelacionadas que ya empiezan a adquirir un contenido de reivindicaciones democráticas y hasta políticas parciales. El problema serio surge cuando se da el salto a la crisis sistémica que se ha enriquecido con una reivindicación política radical e incluso revolucionaria, de toma del poder: entonces hay que lanzar la represión salvaje.
La importancia del Estado como forma político-militar del capital aparece limpiamente en esos momentos; también aparece cuando el capital necesita poner orden en las disputas interburguesas internas al Estado o con otras burguesías y sus respectivos Estados, o si se quiere con la jerarquía de orden imperialista que los ordena según su fuerza socioeconómica y militar. Pero sobre todo, el Estado es imprescindible en los momentos en los que la clase dominante necesita de su ejército para saquear las riquezas y recursos de otros pueblos, sobreexplotar su fuerza de trabajo e imponer condiciones a sus burguesías para que, por esa mezcla de miedo e interés de la que hablaban Curcio Rufo y Napoleón, también Maquiavelo y otros mucho más, colaboren con el invasor.
La teoría de la crisis y con ella la de las violencias y las guerras, aparece de forma embrionaria en los primeros textos marxistas porque es inherente a la dialéctica que los vertebra y por tanto a la praxis revolucionaria. La violencia estatal es radicalmente denunciada en 1842 – 1843 cuando Marx defiende el derecho consuetudinario de los bienes comunes privatizados por la burguesía. La afirmación de que las fuerzas productivas devienen fuerzas destructivas está en la Ideología alemana de 1845. La importancia de la guerra aparece en las valoraciones sobre la derrota de 1848 – 1849, y en el Manifiesto comunista de ese mismo 1848 leemos:
[…] opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes. […] Las condiciones de producción y de cambio de la burguesía, el régimen burgués de la propiedad, la moderna sociedad burguesa, que ha sabido hacer brotar como por encanto tan fabulosos medios de producción y de transporte, recuerda al brujo impotente para dominar los espíritus subterráneos que conjuró. […] ¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía? De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistándo nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos. Es decir, que remedia unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas.
En el «Prólogo de 1859» Marx escribió que: «Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social».
En la correspondencia entre Marx y Engels durante la elaboración de los borradores de El Capital, obra en la que «la guerra» aparece conceptualmente de mil formas, el primero pidió ayuda sobre temas militares al segundo, cariñosamente apodado «el general», Marx define a la rama productora de armas como «industria de la matanza de hombres». En el capítulo XXIV del libro I de El Capital Marx escribió en cursivas lo siguiente: «La violencia es la comadrona de toda sociedad vieja que lleva en sus entrañas otra nueva. Es, por sí misma, una potencia económica». En el libro III de El Capital, Marx enumera las seis principales contramedidas que contrarrestan la caída tendencial de la tasa media de ganancia: elevación del grado de explotación del trabajo, reducción del salario por debajo de su valor, abaratamiento de los elementos del capital constante, la sobrepoblación relativa, el comercio exterior y el aumento del capital accionario. Al margen de que ahora la burguesía imponga más contramedidas que entonces eran menos necesarias, es innegable que el Estado y sus violencias múltiples son imprescindibles en diverso grado para aplicarlas efectivamente.
En el Anti-Dühring de 1878, Engels escribió: «El ejército se ha convertido en finalidad principal del Estado, ha llegado a ser fin en sí mismo; los pueblos no existen ya más que para suministrar y alimentar soldados. El militarismo domina y se traga a Europa […] toda revolución victoriosa ha tenido como consecuencia un gran salto moral y espiritual». La militarización ciega actual de la industria de la matanza humana ya estaba enunciada en estos textos; marxistas posteriores enriquecieron y ampliaron esta crítica según se pudría el modo de producción capitalista: la Gran Depresión de 1873 – 1893 y con ella el final de la fase colonial, el inicio del imperialismo y la guerra mundial de 1914 – 1918; la Gran Depresión de 1923 – 1939 y la guerra mundial de 1940 – 1945; la Gran Depresión de 2007 hasta ahora y el clima de pre guerra mundial, y eso que nos hemos referido solo a los «grandes conflictos».
La industria de la matanza humana, que es el sostén de la OTAN y de otras alianzas terroristas, solo se comprende como parte de la génesis de las crisis que desencadenan las guerras, crisis que surgen de las interacciones entre las leyes tendenciales del capital y sus contradicciones esenciales, arriba sintetizadas en la ley general de la acumulación del capital y la ley tendencial de caída de la tasa media de ganancia. Desde esta perspectiva, nos encontramos de un lado con la concentración y centralización del capital, la proletarización masiva y la socialización de la producción, el incremento de la composición orgánica del capital y la caída tendencial del beneficio, como hemos dicho. Y de otro lado, las contradicciones entre su aislada racionalidad parcial y su irracionalidad estructural y global, entre la producción social y la apropiación privada, entre el aumento de las fuerzas productivas y el consumo individual, entre el avance de la ciencia y las restricciones que le impone la burguesía, y el antagonismo inconciliable entre el capital y el trabajo.
El papel de la matanza humana
Teniendo esto en cuenta, la industria de la matanza humana ha tenido y tiene determinadas funciones desde el primer capitalismo comercial de los siglos XIII-XIV y, sobre todo, desde la industrialización a finales del siglo XVIII: Es una de las ramas económicas más rentables a muy corto plazo, aunque a medio y largo es un despilfarro improductivo económicamente suicida, ya que las ingentes sumas de capital gastadas en armas que no se emplean terminan siendo un plomizo peso muerto que frena la acumulación ampliada: este es uno de los problemas más graves de Estados Unidos en la actualidad.
Otra función obvia de la industria de la matanza es que sirve como instrumento de violencia central para vencer en la lucha de clases interna y para saquear y explotar a otros países, pero solo a condición de ser activado en su plena letalidad. Quiere esto decir que esta industria es el paradigma de la esencia irracional del capitalismo: se producen armas que superan en destructividad a las precedentes pero que solo pueden activarse a costa de un aniquilamiento cada vez más destructivo que el de las armas hasta entonces fabricadas, de modo que la burguesía se hunde en un círculo vicioso suicida, en una espiral incontrolable de muerte, de manera que frenar esa caída al abismo solo es posible dilapidando masas inmensas de capital malgastado en bienes de destrucción, por ejemplo, el arsenal nuclear, bioquímico, etc.
Además, es una industria fundamental para sostener el nacionalismo imperialista como ideología que cimenta la integración colaboracionista de las clases trabajadoras en el Estado que asumen ser carne de cañón que asesina y muere en beneficio del capital. Ahora bien, esto también tiene su contrario antagónico porque ese nacionalismo imperialista, racista, exige por su propia dinámica irracional fijar enemigos que deben ser aniquilados lo que exacerba las pulsiones exterministas en situaciones de crisis sistémica. De esta manera, la crisis tiende a hacer más ingobernable incluso para la misma burguesía.
Según las diversas crisis se agravan, confluyen e interactúan dando el salto cualitativo a crisis más devastadoras, la burguesía endurece, amplia e implementan las contramedidas que Marx plasmó en el libro III de El Capital, como hemos visto. Todas ellas llevan el germen de las violencias y de las guerras más o menos desarrollado en sus entrañas. Todas ellas implementan medidas tendentes a descargar sus costos sobre el proletariado y sobre burguesías más débiles, o que deben ser dominadas antes de que sean más fuertes. Esto es lo que vuelve a suceder en la actualidad, pero con un nivel de gravedad extremo, nunca conocido anteriormente. Si esta escalada sigue, lo posible salta a lo probable, y de aquí a una guerra contrarrevolucionaria o inter imperialista, o ambas cosas a la vez. Además del rearme estadounidense, el alemán y el japonés siguen la misma senda, por citar algunos casos.
En la historia europea ha habido tres grandes estallidos solucionados con grandes reordenaciones impuestas por los vencedores tras salvajes guerras mundiales: el Tratado de Westfaliana de 1648, el Congreso de Viena de 1815 y los pactos entre la URSS y los aliados burgueses entre 1943 – 1945, por citar únicamente los más importantes. En las tres ha tenido una gran importancia el problema de los recursos energéticos sobre los que ahora no podemos extendernos, por lo que recomendamos la lectura del texto Crisis de Europa: petróleo, OTAN y geopolítica, 21 de marzo de 2022, disponible en la red.
Para lo que ahora nos interesa, las limitaciones de la geopolítica para profundizar en las causas y consecuencias de la crisis actual y el papel de la OTAN como la expresión suma de la industria de la matanza, debemos fijarnos un instante en que el Congreso de Viena de 1815 se dio cuando la industrialización abría una nueva fase capitalista en la que la guerra daba un salto cualitativo que no podemos detallar aquí pero que se vio con la derrota de la revolución de 1848, con la crisis socioeconómica de 1857 y el aplastamiento atroz de la insurrección india de ese mismo año. Trece años después se dio la guerra franco-prusiana y la Comuna de París y, al muy poco tiempo, la Gran Depresión de 1873 – 1896, base de la guerra de 1914 – 1918 y de la oleada revolucionaria mundial subsiguiente. La industria de la matanza estaba en pleno apogeo civilizador, pero llegaría a mucho más con la Gran Depresión de 1929 – 1939 y la guerra nuclear de 1940 – 1945.
Las placas tectónicas que chocaban en lo profundo de las contradicciones del modo de producción capitalista, no eran otras que sus leyes endógenas y sus contradicciones insalvables. Pero nos interesa detenernos en algo decisivo ante lo cual la geopolítica tiene que guardar silencio: de 1648 a 1945 el capital ha creado fuerzas destructivas inimaginables en la mitad del siglo XVII, lo que se plasmó en los avances de la estrategia revolucionaria en su sentido más directo: si en la mitad del siglo XVII a lo máximo que se había llegado era a las utopías, pudiendo desarrollarse más tarde los rudimentos del socialismo utópico en todas sus formas acabadas. Desde mediados del siglo XIX se debatían en las barricadas y en la clandestinidad las advertencias del Manifiesto comunista que hemos resumido arriba para concretarse con los años en el lema de «Socialismo o barbarie» y al poco tiempo y gracias a las lecciones de 1917 en el de «Comunismo o caos». La teoría del imperialismo, elaborada en esta época aportó un método científico-crítico que, adecuado al capitalismo actual, demuestra de nuevo ser cualitativamente superior a los manidos tópicos sobre el tránsito del unipolarismo al multipolarismo.
Organización Terrorista del Atlántico Norte
La puesta en marcha en 1948 del Plan Marshall así lo confirmaba al atar definitivamente Europa occidental a los intereses de Estados Unidos. El Plan buscaba debilitar la fuerza de las izquierdas mediante la recuperación económica vigilada por los acuerdos de Bretton Woods. Asegurada la retaguardia, en 1949, se creó la OTAN con un cuádruple objetivo: aplastar a la URSS, reprimir el comunismo europeo, modernizar la industria de la matanza e integrar el nazi-fascismo en la guerra anticomunista.
Los tentáculos de la OTAN se extendieron por el subsuelo de la «democracia europea» vigilando muy de cerca a las izquierdas y al reformismo, organizando el terrorismo, controlando gobiernos, salvando dictaduras e interviniendo con presiones militares, además de agredir masivamente a la URSS. La expansión de los «treinta gloriosos», de 1945 a 1975, hubiera sido diferente sin la OTAN que drenó el presupuesto público para sostener la industria de la matanza humana, bajo las órdenes yanquis. Fue al final de este período cuando se volvió a agrandar la diferencia entre la dialéctica marxista y la geopolítica burguesa: la heroica resistencia antiimperialista de muchos pueblos, simbolizada en la guerra de liberación nacional vietnamita, solo podía entenderse como lo que era, el rechazo de los pueblos y de las clases explotadas a ser sacrificados en el altar capitalista.
Recordemos que desde finales de los años 60 se desarrollaba la crisis socioeconómica y sociopolítica más devastadora hasta el momento, que en 1971 Estados Unidos tomó medidas sobre el dólar y el oro que no eran sino el reconocimiento de su creciente debilidad, que a la vez preparó y lanzó el golpe fascista contra el Gobierno Popular de Allende en 1973, que insertó a su vez el criminal Plan Cóndor con decenas de miles de personas desaparecidas y asesinas, y cientos de miles de detenidas, torturadas, encarceladas, exiliadas… por limitarnos a Nuestramérica. La teoría marxista de la crisis, o si se quiere, la dialéctica de la historia, quedaba de nuevo confirmada además de por esta aplicación salvaje de la industria de la matanza humana, también mediante la contraofensiva imperialista mundial sostenida sobre el monetarismo desde mediados los años 70 y el neoliberalismo inmediatamente posterior. Pero, por el lado del método oficial, la geopolítica volvió a cobrar fama en su versión «crítica» para así explicar algo de lo que sucedía sin tener que recurrir al marxismo.
Ya para entonces eran incuestionables los resultados de las investigaciones sobre la tendencia al agotamiento de los recursos vitales, sobre las consecuencias del calentamiento global y las dificultades crecientes para asegurar la alimentación básica de la humanidad explotada, sobre los efectos que tendría contra la vida en el planeta una guerra nuclear y bioquímica, sobre el inquietante poder que estaban acumulando las grandes corporaciones, sobre el despegue incontrolable del capital ficticio y del endeudamiento mundial, etc. Pues bien, en este contexto el imperialismo se lanzó a despilfarrar cientos de millones de dólares con la famosa «guerra de las galaxias» como expresión máxima por el momento de la industria de la matanza humana.
Lo más grave de todo, y lo que muestra el grado de irracionalidad egoísta de esta industria y del imperialismo, era que el llamado «mundo científico», la tecnociencia como parte del capital constante, sabía que aún no existía la base teórica y técnica suficiente para ello, base que empieza a elaborarse justo ahora, cuarenta años después. Pero, como hemos dicho anteriormente, semejante dilapidación de recursos cada vez más escasos tenía otro objetivo sociopolítico y militar: apretar la soga que asfixiaba a la economía soviética sobrecargada de gastos defensivos. La implosión de la URSS fue facilitada por la sistemática agresión otánica, que le obligo a dilapidar ingentes recursos en un rearme permanente agravando las contradicciones de fondo que arrastraba desde finales de los años 20, recrudecidas por la apenas imaginable destrucción causada por la barbarie nazi.
El Tratado de Maastricht de 1992 abrió la fase de la cuarta reordenación europea supeditada a Estados Unidos como se vio con la destrucción de Yugoslavia entre 1991 – 1999. Recordemos que, si bien el triunfalismo neoliberal aseguraba que ya habíamos entrado en un capitalismo sin crisis, eterno, en realidad continuaba la lenta caída tendencial de la tasa de ganancia a pesar de repuntes pasajeros, a la vez que se iniciaba una oleada de lucha de clases; el Caracazo venezolano de 1989 fue la primera insurrección popular de masas que se sumaba a la heroica resistencia cubana y de otros Estados que no se arrodillaron ante el Consenso de Washington.
Las movilizaciones resurgieron desde el Foro de Sao Paulo y los motines contra la pobreza en Seattle, San Francisco y otras ciudades yanquis, hasta la victoria de Chávez, etc. También ocurrió en Europa, por lo que la OTAN asumió la defensa de la «integridad territorial» de sus Estados y se comprometió con la defensa de los «valores de Occidente», a la vez que el nazi fascismo empezaba a irrumpir como fuerza electoral y las izquierdas reformistas se debilitaban al demostrar que el eurocomunismo había ayudado a salvar las crisis burguesas entre finales de los años 60 y mediados de los 80. El resurgir del nazi fascismo fue también facilitado por la vaciedad fatua y engreída de las modas post, soliloquios de la casta intelectual acostumbrada al pesebre mediático.
La crisis del Tequila en México, el largo estancamiento de la poderosa economía japonesa, el hundimiento de los Tigres Asiáticos en 1996 – 1997, el desplome de Argentina, etc., mostraban un contexto mundial mucho más peligroso para Estados Unidos y el imperialismo occidental en su conjunto. Y de repente, y por «casualidad», los «atentados» de las Torres Gemelas del 11‑S/2001 fueron una excusa de oro para que la industria de la matanza aplicara el terror sin miramientos: la OTAN se implicó oficialmente en la masacre de Afganistán e Irak siguiendo planes meticulosamente elaborados dos años antes. La destrucción sistemática de fuerzas productivas, empezando por ese medio millón de niñas y niños iraquíes asesinados durante una década de embargo anterior a la invasión de 2003, buscaba salvar a Estados Unidos mediante el saqueo de las riquezas de otros pueblos.
Otra gran crisis y otra gran guerra
Pero las contradicciones del capital y sus leyes tendenciales forzaron a la OTAN a adaptarse: la Gran Depresión iniciada en 2007 y agudizada al extremo hoy en día es la razón última de que en la Cumbre de Lisboa, de 2010, la OTAN decidiera incrementar su penetración en la «sociedad civil» burguesa preparándola para nuevos conflictos. En realidad, una de las funciones de la OTAN desde su creación en 1949 era la de formar, controlar y dirigir subrepticiamente la «opinión pública» en función de las necesidades imperialista, tarea reforzada y extendida en sus principales cumbres. A partir de 2008 se hizo aún más perentorio ese control social reforzado con toda serie de medidas: ¿alguien ha olvidado la incalificable manipulación de masas lanzada en aquellos momentos destinada a hacer creer al proletariado la posibilidad y la necesidad de «refundar el capitalismo» desde una supuesta base ética? Ahora sabemos que esa «refundación ética» consiste en extender al mundo entero la guerra contra las repúblicas populares del Donbass y contra Rusia.
Ahondando en esto, hemos de recordar que en ese 2007 Putin había advertido a la Unión Europea y a Estados Unidos que no podían seguir presionando a Rusia: desde entonces, y en especial desde 2014, Rusia abandonó su anterior intento de integración en Occidente para aliarse con Oriente. Su intervención defensiva en Siria desde 2015 fue otro mazazo para la OTAN, golpe agravado por los avances de China en todas las áreas, por el empantanamiento imperialista en Afganistán, por la solidez de Venezuela y Cuba, etc., y, sobre todo, por la certidumbre del Pentágono reconocida en 2010 de su retroceso imparable en la jerarquía mundial.
Para 2017 estaba claro que los pequeños repuntes económicos logrados a costa de una explotación salvaje llegaban a su fin; los efectos del calentamiento global, del agotamiento de los recursos, la pandemia de 2020, etc., mostraron la situación real: el imperialismo necesitaba dar un paso más en la doctrina que guiaba a la industria de la matanza, por eso ya en 2018 había decido penetrar oficialmente en Nuestramérica por la puerta de Colombia. Son conocidos los diversos documentos de 2019, como el de la Rand Corporation, que diseñaron al milímetro la estrategia de ataque al Donbass y a Rusia. La derrota de Afganistán en mayo de 2021 era parte de sus fracasos en las cuatro áreas geoestratégicas vitales hasta ese momento: China; la resistencia de las repúblicas populares del Donbass contra el nazismo ucraniano durante ocho años; la resistencia de Irán, Siria, Palestina… y la resistencia de Cuba, Venezuela.
Pero desde mediados de 2021 el imperialismo azuzaba otros escenarios más que llevaban tiempo sufriendo guerras atroces y agresiones planificadas. Uno de los más importante de todos lo que ya estaban en acción era y es del África y, más especialmente, el que se libra alrededor del Sahel, en esa extensión vastísima desde la que se puede llegar a cualquier parte del continente negro: destrozar Argelia para robarle sus recursos como se hizo con Libia; esclavizar al pueblo saharaui, reapropiarse de las riquezas de Mali, Mauritania… y controlar el vital río Níger; esquilmar el Congo; extender la matanza al Cuerno de África para cortar en seco el avance chino y ruso en el área… ¿para qué seguir? Dentro de pocos años, África tendrá el 25% de la población humana y ahora mismo la mitad de sus Estados se posicionan de algún modo en defensa de las repúblicas populares del Donbass y de Rusia, siendo muy pocos los que obedecen al imperialismo.
Otro escenario que está llegando a niveles de extrema inquietud para el imperialismo es el de las estribaciones del Indú Kush y el Himalaya tras su derrota en Afganistán, el fracaso de su intento de golpe de Estado en Pakistán, los problemas que se le acumulan en el subcontinente de India que avanza en una impresionante lucha de clases global en medio de un intento de giro reaccionario bajo el fanatismo religioso hindú dirigido por unas atemorizadas burguesía que ven la fuerza al alza de las guerrillas comunistas nepalíes y de los fracasos absolutos de las provocaciones imperialistas en el Tíbet…
De todos los escenarios, el ucraniano es el que en 2021 reunía las mejores condiciones para retomar la ofensiva contra Rusia como antesala para cercar luego a China al penetrar la OTAN hasta los más de 4.000 km de frontera de Rusia con China. En Ucrania la OTAN reforzaba el nazismo desde antes del golpe de Estado de 2014 y tras la fulgurante derrota que le infringió Rusia cuando intervino por primera vez en defensa del Donbass, expertos de la OTAN se volcaron durante casi ocho años en preparar al ejército ucraniano vertebrado internamente por las tropas de élite nazis, que cumple la misma función que las Waffen-SS en la Alemania de Hitler, haciéndole creer al pútrido gobierno que a partir de 2022 estaría en condiciones de vencer a Rusia, tras «reconquistar» el Donbass.
Los Acuerdos de Minsk de 2015 que podían garantizar cierta paz, fueron incumplidos al instante por el nazismo ucraniano que se sentía fuerte al estar protegido por la OTAN. La corrupción era inmensa, la libertad estaba muy debilitada cuando no a punto de ser ilegalizada…; el racismo fue legalizado con de leyes hitlerianas, solo faltaba aplastar en sangre el Donbass, culminando así la política de extermino aplicada durante ocho años, llegar a la frontera con Rusia e instalar misiles nucleares y armas bioquímicas a muy pocos minutos de Moscú, Minsk y otras ciudades importantes. Todo estaba planeado para pasar al ataque en febrero de 2022 y exigir a Rusia concesiones leoninas que pusieran a disposición del imperialismo el inmenso reservorio de recursos vitales que es la Federación Rusa, el 30% de los del planeta según el Banco Mundial.
Para eso había y hay que acabar con Putin sin reparar en medios. El imperialismo sabe que el grueso de la burguesía rusa y su bloque social de apoyo están con el Gobierno de Putin y su estrategia caracterizada por al menos estas características: crear relaciones internacionales no dictadas por Estados Unidos ni por el capital financiero occidental; crear una asociación estable entre China, Rusia y otros países libre de los ataques imperialistas; aumentar la independencia productiva y tecnológica del país para depender menos de la exportación de energías y materias primas; mantener la baja deuda del país; recortar aún más las diferencias sociales surgidas a raíz de la implosión de la URSS; reducir aún más la corrupción de las oligarquías pro-occidentales y acabar con las mafias surgidas en los años 90…
De producirse la derrota de Putin y la instauración de un gobierno pro-occidental que abra las puertas del país al imperialismo, será el inicio de una salvaje ofensiva neoliberal contra el proletariado ruso aplicando las mismas o peores represiones que sufre Ucrania bajo la dictadura de Zelenski, tan corrupto que hasta partidos derechistas europeos le critican por su enorme enriquecimiento en tan poco tiempo. La derrota del proletariado ruso y la ilegalización de las organizaciones revolucionarias que ahora defienden activamente los derechos del Donbass y de Rusia, justificará el incremento de los ataques liberticidas que ya se están dando en Occidente y en Estados Unidos. Vencedora la burguesía pro-occidental, aplastadas las hasta ahora crecientes fuerzas comunistas y balcanizada la Federación Rusa para facilitar el asentamiento del capitalismo extranjero depredador, se facilita así sobremanera el cerco y ataque a China e inmediatamente después, Oriente Medio y Nuestramérica, aunque tal vez cambiase el orden de ataque según las necesidades del momento.
Si nos fijamos, además de prácticamente todos los recursos, también los grandes acuíferos del planeta son ya codiciados por el imperialismo: glaciares de los Andes, Amazonía, acuífero Guaraní, ríos Níger y Congo, Nilo, Indú Kush e Himalaya donde nacen los vitales ríos de Asia, altos del Golán, delta del Danubio… y la Antártida y el Ártico. Para justificar semejante agresividad, desde comienzos del siglo XXI Estados Unidos adecua a sus proyectos expansionistas la lectura calvinista de la Biblia sobre la obligatoriedad del trabajo como requisito para poseer a título de propiedad privada la tierra que se labora. El colonialismo y luego el imperialismo se justificaban a sí mismos diciendo que los pueblos que exterminaban incumplían el mandado bíblico de «creced y multiplicaos, y dominad la tierra», dejándola improductiva e inerme. Occidente se presentaba como la civilización que trabajaba la tierra, la volvía productiva «ciento por uno»: es necesario y justo expropiar las tierras de los pueblos que no las trabajan.
Ya para 2004 se editaban libros en Estados Unidos en los que territorios muy ricos en biodiversidad, en agua y recursos, eran presentados como a libre disposición de las potencias «civilizadas» que eran las únicas que podían volverlas rentables. En 2010 se citaba abiertamente a los Estados incapaces de asegurar que sus recursos fueran «rentables» para el imperialismo siguiendo la lógica de los llamados «Estados fallidos», tan oportuna para la prepotente propaganda occidental. En 2022 el mismo presidente Biden ha hablado en rueda de prensa contra los «Estados irresponsables», aquellos que son incapaces de administrar con «responsabilidad» los cada vez más agotados recursos. Occidente se presenta así como la garante única de la «civilización», tarea que exige abandonar para siempre el universo de derechos humanos, de tribunales internacionales, de acuerdos negociados y sancionados por instituciones mínimamente neutrales, para imponer una legislación «basada en reglas» dictadas por las potencias «responsables».
La manipulación político-religiosa, en la que Occidente es experta, juega un papel claro en estas y en otras provocaciones imperialistas, prácticamente en todas porque los fundamentalismos que se basan en las religiones del Libro, judaísmo, cristianismo e islam, son especialmente aptos para propagar el odio y el terror mediante la creación de sectas de toda índole. Pero las burguesías también manipulan otras religiones como es el caso del hinduismo, al que nos hemos referido arriba, y, a otra escala, empezamos a ver sincretismos reaccionarios entre ellas aprendiendo de las lecciones del ocupante francés en Vietnam con la religión artificial y sincrética de Qao Dai, por ejemplo. A la vez, los países imperialistas están limitando los derechos y libertades concretas de «sus» clases trabajadoras, reforzando la clara tendencia autoritaria y liberticida.
La Cumbre de la OTAN en Bruselas del 29 y 30 marzo de 2022 mostraba el desconcierto burgués porque Rusia se había adelantado como en Siria, planteando una forma de guerra que ha ridiculizado a la doctrina imperialista. Bruselas optó por la guerra permanente, y en la Cumbre de Madrid se va a concretar ese plan desesperado para revertir el retroceso occidental a cualquier precio. Por lo filtrado hasta ahora, se tratará al menos sobre los siguientes puntos:
- Mundializar la OTAN absorbiendo a otras alianzas, como lo ha propuesto Gran Bretaña y conforme a la lógica histórica de su fundación. No cuesta nada crear las redes de mando que conecten a pactos político-militares como el AUKUS y otros muchos como los ejércitos de Colombia, la entidad sionista, Marruecos, etc., con el mando de la OTAN. La absorción es imprescindible para hacer frente a las necesidades surgidas en el siglo XXI frente al poder por ahora imparable de China y Rusia, poder que crece sobremanera por su integradora política de colaboración con otros pueblos.
- Reforzar su estructura de mando y disciplina interna tanto de sus ejércitos como de las sociedades que controlan. Las amargas lecciones aprendidas de las guerras de Yugoslavia, Irak, Afganistán, Libia, Siria, Ucrania y Donbass en 2014 y ahora de nuevo en Ucrania, por citar las más conocidas, obligan a la OTAN a replantearse sus doctrinas, sistemas, estrategias y tácticas. Las lecciones aportadas por sus fracasos en Kazajistán y Bielorrusia, por la guerra de Armenia, por la efectiva resistencia de Cuba, Venezuela e Irán, por las debilidades de Israel frente a Palestina, por la efectividad defensiva de Yemen, etc., todo demuestra que la OTAN está sobrevalorada.
- Multiplicar el gasto militar en especial en nuevas tecnologías ante los logros y ventajas alcanzadas por Irán, China y Rusia, pero también ante la rapidez de aprendizaje de pueblos supuestamente «irresponsables» y «Estados fallidos» que en poco tiempo adaptan a sus necesidades muchas de esas tecnologías adquiridas en el mercado o con las ayudas de otros países. La inventiva de la humanidad aplastada apenas conoce límites sobre todo cuando dispone de información técnica suficiente para la doctrina defensiva que ha desarrollado. La superioridad tecnocientífica de la industria de la matanza que aún conserva la OTAN debe responder a esta admirable inventiva de la libertad humana.
- Integrar mejor la industria de la matanza con otras industrias capitalistas porque la tecnociencia militar requiere inversiones tan gigantescas y arriesgadas que necesita del Estado para obtenerlas y para facilitar los apoyos corporativos, encontrar mercados y sobre todo provocar guerras. El capitalismo actual y la OTAN necesitan integrar la industria de la matanza humana en la totalidad del sistema económico-financiero y político-cultura lo que es imposible sin el Estado y sin sus relaciones internacionales.
- Expandir la «seguridad y los valores» burgueses por el mundo es imprescindible para asegurar los puntos anteriores ya que, como venimos insistiendo, la naturaleza improductiva a medio y largo plazo de la industria de la matanza exige tales gastos que solo se obtienen aumentando la explotación social y la opresión nacional, reforzando la tendencia al aumento de las luchas revolucionarias. La «seguridad y los valores» burgueses están para justificar las represiones de la OTAN. La experiencia muestra que donde se aposenta la OTAN aparece o renace el autoritarismo y el nazismo. La mentira recuperada del lema franquista de que «Rusia es culpable» crea la figura del mal contra lo que todo está permitido.
- Lograr que la «ciudadanía» acepte ser carne de cañón del imperialismo aunque aún no haya un peligro inmediato de guerra, pero sí un clima de temor y angustia por su proximidad; lograr que se implique y colabore en la «seguridad» apoyando a los gobiernos militaristas, e incluso exigiendo más armas y menos libertad. Es innegable que este clima colaboracionista está penetrando en bases de la socialdemocracia y del reformismo a raíz del apoyo al nazismo ucraniano, de la denegación de los derechos elementales del Donbass y de ese nuevo racismo que es la rusofobia, que oculta y hasta legitima a los verdaderos racismos eurocéntricos.
- Justificar el irracionalismo de una posible, probable y hasta deseable guerra nuclear táctica contra el «eje del mal». La propaganda suicida de que puede haber una «guerra controlada» que no degenere en el Holocausto, en el Armagedón, limitada al interior de Rusia, China, Irán y algunos pocos países más está organizada desde hace un tiempo. La «guerra por delegación» yanqui es un primer paso en ese descenso al infierno, al matadero.
Como hemos visto, hemos empezado con la teoría marxista de la crisis comparándola con las limitaciones insalvables de la geopolítica que minusvalora u olvida la cuestión fundamental: la lucha de clases entre el capital y el trabajo y todo lo que se deriva de ella; y tras analizar la evolución, el presente y el futuro de la OTAN, hemos vuelto a la teoría de la crisis, pero con una visión más veraz, tanto que nos aconseja multiplicar las movilizaciones contra la industria de la matanza humana.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 15 de junio de 2022