Cuando varias personas se organizan y envían emisarios a cometer actos terroristas en su propio país o en el extranjero, y esos actos se llegan a realizar, suelen ser noticia. Seguramente usted se ha enterado cuando ha sucedido en París, Bruselas, Madrid, Boston o Nueva York.
Son hechos que cuando han ocurrido allí han sido noticia en primera plana, y algunos desatado años de bombardeos a miles de kilómetros (en Afganistán, por ejemplo), ejecuciones extrajudiciales con drones (268 autorizó Barack Obama antes de que The New York Times lo revelara como tribunal y verdugo), o el secuestro, asesinato y desaparición del cadáver del antes socio de la CIA Osama Bin Laden, por citar pocos ejemplos. También están quienes, sospechosos de tales crímenes, acusados sin que se les pruebe ser culpables, pueden haber sobrevivido sin ser ejecutados… y llevar casi dos décadas en el penal sin ley operado por el Departamento de Defensa de Estados Unidos en el territorio cubano de Guantánamo, que esa entidad militar ocupa de manera ilegal.
Pero si en vez de en países de Asia u Oriente Medio, esos hechos se preparan y financian en una ciudad de Estados Unidos llamada Miami, y las víctimas probables pueden estar en una embajada cubana o en una tienda de La Habana, entonces usted no se enterará y mucho menos los autores intelectuales y financistas de tales actos serán denunciados en los medios de comunicación, convertidos en bestias negras de los noticiarios y perseguidos con saña por el aparato político, mediático y militar dominante. Mucho menos el Gobierno del país donde se encuentra Miami, cuyo Departamento de Estado emite una lista anual de países «patrocinadores del terrorismo», se colocará a sí mismo en ella.
El Comandante Fidel Castro solía llamar a esos grupos extremistas «la mafia terrorista de Miami», y otros le llaman «industria anticastrista». Mafia, porque son grupos de personas que mediante la extorsión, que ha llegado a la violencia extrema, han logrado controlar la expresión política de la comunidad cubana asentada en esa ciudad, el modo en que son elegidos los representantes (alcaldes, congresistas locales y federales) y la expresión en los medios de comunicación de la ciudad, donde es prácticamente unánime esa postura sobre Cuba; industria, porque tal comportamiento es altamente rentable. Como todo negocio al margen de la ley, la mafia-industria tiene que contar con la complicidad de las autoridades para prosperar. Ese terrorismo ha costado a la Isla 3.478 vidas y 2.099 personas que quedaron con secuelas. Sus ejecutores estuvieron en Watergate y el Irán-Contrasse y se han vinculado siempre a altos estratos de la política y los aparatos de inteligencia estadounidenses. Solo esos vínculos pueden explicar la impunidad de que gozan.
La llegada de internet, y su web 2.0, propició la aparición de un nuevo tipo de producto de esa industria: el influencer o youtuber anticastrista que, como antes los teams de infiltración de la CIA en los años sesenta o setenta del siglo pasado, o los mercenarios enviados desde Centroamérica en los noventa, estimulan la llegada a la Isla de personas con el encargo de ejecutar actos terroristas, como ha sucedido en un reciente suceso en la localidad habanera de Lawton, o pagan directamente por vía digital el encargo a personas residentes en la Isla por ejecutar ese tipo de actos, como ocurrió en una tienda del barrio del Vedado con posterioridad a los mediáticos eventos frente al Ministerio de Cultura cubano en noviembre de 2020. Pero la guerra psicológica necesita imágenes, el pago solo se efectúa cuando los ejecutores envían a sus financistas-influencer en Miami la filmación o fotos de los resultados para ser publicados en Facebook, quienes las harán ver como una rebelión interna contra la «dictadura cubana». Esto ha quedado demostrado más de una vez en la televisión cubana, sin que los grandes medios de comunicación occidentales, siempre atentos al terrorismo cuando ocurre en Europa y Estados Unidos, le hayan prestado la menor atención.
La causa de tal rebelión serían el desabastecimiento y los cortes eléctricos que viven los cubanos, sí con constantes referencias en la prensa occidental, sin decir que esa misma mafia terrorista gestó, desde la Administración Trump tales escaseces, cuando llamó a impedir viajes, remesas y cortar todo tipo de ingresos a la economía cubana. El pretexto alegado para ello fueron informes del Departamento de Estado sobre «ataques acústicos» a diplomáticos estadounidenses en La Habana, que ahora hasta la misma CIA niega hayan existido, y la presencia de 20.000 militares cubanos en Venezuela, que solo la prensa de Miami pudo ver… y contar.
Lo cierto es que, como siempre, el apoyo a tales acciones terroristas al interior de Cuba es tan grande que hay que pagar y enviar gente desde el exterior para ejecutarlos, y por más que se gasten dinero y entusiasmo, siempre en su origen de las arcas del Tío Sam, La Habana y la Isla en general siguen exhibiendo una tranquilidad y seguridad que son la envidia del mismo Miami y de la mayoría de las ciudades latinoamericanas.
Se trata, gracias al valor e ineptitud de sus financistas, de un terrorismo más virtual que real, pero nada justifica el silencio mediático hacia él y mucho menos la tolerancia hacia él del Gobierno instalado en la Casa Blanca, que posa como gendarme de la seguridad global.
Iroel Sánchez
15 de agosto de 2022