Nota: segunda y última entrega del texto escrito para la revista Hablemos claro. (I ‑II)
Contradicciones esenciales
«Todas las formas de crítica parcial unilateral e incompleta desembocaron efectivamente en el socialismo científico. Este no es ya la crítica subjetiva aplicada a las cosas, sino el hallazgo de la autocrítica que está en las cosas mismas. La crítica verdadera de la sociedad es la sociedad misma, que por las condiciones antitéticas de los contrastes en que se apoya genera por sí misma la contradicción, y ésta vence luego por el paso de una forma a otra.»1
Concluimos la primera entrega recordando, entre otras, la tesis muy debatida en su tiempo de que el exterminismo era el «último estadio de la civilización»2. Estudios muy recientes sugieren que la irracionalidad del capital nos está llevando al precipicio: la revista Nature ha publicado una rigurosa investigación que sostiene que ya se han superado nada menos que siete de los nueve umbrales que permiten la vida humana3 y que se han desbordado «los límites físicos del planeta», por lo que ya se ha dado el salto cualitativo «al punto de no retorno»4, es decir que se ha desbordado de forma irreversible la capacidad de carga y reciclaje de la Naturaleza.
La tesis exterminista se movía en una perspectiva superior, en una visión totalizante de las contradicciones capitalistas, comparada con la de los necesarios análisis de Nature, limitados sin embargo en su capacidad sintética y de crítica teórico-política radical. Ello era debido a que su autor, E. Thompson, actuaba dentro de la filosofía de A. Labriola arriba citada, según la cual: la autocrítica, si es tal, ha de ser inmanente a las contradicciones sociales, nunca una crítica unilateral y subjetiva que no llega a la unidad y lucha de contrarios. Para nuestro tema, la autocrítica es inherente a esa lucha de contrarios y su riqueza conceptual se incrementa en la medida en que profundiza hasta el antagonismo entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la propiedad burguesa, abriendo una etapa de revolución social, por decirlo en los términos marxistas de 1859.
Entramos así a una cuestión fundamental: ¿qué es la autocrítica en el sentido dialéctico? ¿Qué importancia tiene la autocrítica para la praxis revolucionaria en un período de revolución social? ¿Tiene algo que ver su ausencia con el avance de las perplejidades y pesadillas que atenazan a algunas izquierdas y hacen que otras muchas se suiciden echándose al reformismo siempre fracasado? La autocrítica es auto-crítica, por lo que sin esta dialéctica no existiría ni pensamiento ni conocimiento siquiera básicos. El joven Marx lo dijo así en 1842: «Exigimos de la crítica sobre todo que se comporte de manera crítica respecto de sí misma y que no pase por alto las dificultades de su objeto»5. Vemos que la autocrítica y la crítica saben que su avance exige superar todas las «dificultades», es decir, todas las opresiones.
La Comuna de París de 1871 confirmó que ya estaba desencadenada la época de revolución social, siendo por tanto imprescindible la autocrítica de aquella heroicidad exterminada en sangre. Por ejemplo, en el Prólogo a La lucha de clases en Francia, de Marx, Engels es demoledoramente sincero: «Lo más difícil de comprender es indudablemente el santo temor con que aquellos hombres se detuvieron respetuosamente en los umbrales del Banco de Francia. Fue este, además, un error político muy grave […] Pero aún es más asombroso el acierto de muchas de las cosas que se hicieron, a pesar de estar compuesta la Comuna de proudhonianos y blanquistas»6. Santo temor a la propiedad capitalista que reaparecerá muchas veces en los momentos decisivos, auto-derrotando los avances revolucionarios desde su mismo interior.
Las lecciones de la Comuna fueron vitales en el enriquecimiento del comunismo marxista. En lo que ahora nos concierne, en 1873, Marx escribió que la dialéctica «reducida a su forma racional provoca la cólera y es el azote de la burguesía y de sus portavoces doctrinarios, porque en la inteligencia y explicación positiva de lo que existe abriga a la par la inteligencia de su negación, de su muerte forzosa; porque, crítica y revolucionaria por esencia, enfoca todas las formas actuales en pleno movimiento, sin omitir, por tanto, lo que tiene de perecedero y sin dejarse intimidar por nada»7. Aquí vemos resumido lo esencial del «método dialéctico»8, tal cual lo denominaban Marx y Engels.
La elaboración de este método era inseparable del avance teórico-político, dependiendo ambos en última instancia de la realidad objetiva de la lucha de clases, sin la cual no se hubieran dado: «La tendencia a economizar los medios sociales de producción, tendencia que bajo el sistema fabril, madura como planta de estufa, se convierte, en manos del capital, en un saqueo sistemático contra las condiciones de vida del obrero durante el trabajo, en un robo organizado de espacio, de luz, de aire y de medios personales de protección contra los medios de producción malsanos o insalubres, y no hablemos de los aparatos e instalaciones para la comodidad del obrero ¿Tiene o no razón Fourier cuando llama a las fábricas “prisiones atenuadas”?»9.
Las leyes evolutivas son tendenciales, y conforme el avance de las formas de propiedad privada van acabando con formas de propiedad comunalistas, en esa medida se extreman las contradicciones entre el potencial emancipador de la ley del ahorro de energía, básica en la evolución de la vida, y las restricciones en aumento impuestas por las clases propietarias. La ley de la productividad del trabajo es central en la antropogenia, y en el capitalismo se presenta como dictadura de la ley del valor, como trabajo abstracto, como plusvalía, saqueo de pueblos y destrucción de la naturaleza, además de competencia cainita entre burguesías. La fuerza de trabajo, las herramientas y las máquinas son supeditadas a la ley del máximo beneficio, a la acumulación de capital, y con ellas la tecnociencia deviene parte del capital constante.
Marx dice: «Sin embargo, la maquinaria no actúa solamente como competidor invencible e implacable, siempre al acecho para “quitar de en medio” al obrero asalariado. Como potencia hostil al obrero, la maquinaria es proclamada y manejada de un modo tendencioso y ostentoso por el capital. Las máquinas se convierten en el arma poderosa para reprimir las sublevaciones obreras periódicas, las huelgas y demás movimientos desatados contra la autocracia del capital»10, pero Marx aclara: «Los antagonismos y las contradicciones inseparables del empleo capitalista de la maquinaria, no brotan de la maquinaria misma, sino de su empleo capitalista»11.
El uso burgués de la máquina refuerza la autocracia del capital. De este modo, el antagonismo entre el potencial liberador de las máquinas, que en el socialismo ahorrarán mucha energía y reducirán drásticamente el trabajo necesario multiplicando el tiempo libre, propio y crítico, se agudiza al extremo porque la propiedad capitalista solo busca la acumulación ampliada. La autocracia del capital. se sostiene gracias al Estado que es su forma político-militar, además de a otras fuerzas subconscientes e inconscientes, irracionales, como ese «santo temor», sin olvidar el terrible poder disciplinador del fetichismo de la mercancía, de la alienación, de la cosificación o reificación…
Entendemos así mejor estas palabras de Marx:
Al igual que en la industria urbana, en la moderna agricultura la intensificación de la fuerza productiva y la más rápida movilización del trabajo se consiguen a costa de devastar y agotar la fuerza de trabajo del obrero. Además, todo progreso, realizado en la agricultura capitalista, no es solamente un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino también en el arte de esquilmar la tierra, y cada paso que se da en la intensificación de su fertilidad dentro de un período de tiempo determinado, es a la vez un paso dado en el agotamiento de las fuentes perennes que alimentan dicha fertilidad. Este proceso de aniquilación es tanto más rápido cuanto más se apoya en un país, como ocurre por ejemplo con los Estados Unidos de América, sobre la gran industria, como base de su desarrollo.
Por tanto, la producción capitalista solo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre12.
O también: «La gran propiedad de la tierra mina la fuerza de trabajo en la última región a que va a refugiarse su energía natural y donde se acumula como fondo de reserva para la renovación de la energía vital de las naciones: en la tierra misma […] el sistema industrial acaba robando también las energías de los trabajadores del campo, a la par que la industria y el comercio suministran a la agricultura los medios para el agotamiento de la tierra»13. Todo lo cual le permite a Marx decir que: «Así como en las religiones vemos al hombre esclavizado por las criaturas de su propio cerebro, en la producción capitalista le vemos esclavizado por los productos de su propio brazo»14.
Aquí Marx hace referencia al fetichismo de la mercancía, que convierte en cosa al ser humano y a la cosa hecha por el humano en fuerza omnipotente e incontrolable, lo que acelera la posibilidad/necesidad del surgimiento de crisis socioeconómicas y políticas a partir de la contradicción objetiva entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la propiedad burguesa que las constriñe y orienta en su exclusivo beneficio de clase. Esta perversidad hace que se acumulen cuantitativamente subcrisis parciales como afluentes que acaban en un torrente cada vez más impetuoso: llega el momento del salto cualitativo que irrumpe como una inundación arrasadora. En 1876 Engels lo expresaba así:
No nos jactemos demasiado de nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. Pues por cada una de esas victorias, esta se venga de nosotros. Cada triunfo, es verdad, produce ante todo los resultados que esperamos, pero en segundo y en tercer lugar provoca efectos distintos, imprevistos, que muy a menudo anulan al primero […] Y así, a cada paso que damos se nos recuerda que en modo alguno gobernamos la naturaleza como un conquistador a un pueblo extranjero, como alguien que se encuentra fuera de la naturaleza, sino que nosotros, seres de carne, hueso y cerebro, pertenecemos a la naturaleza, y existimos en su seno, y que todo nuestro dominio sobre ella consiste en el hecho de que poseemos, sobre las demás criaturas, la ventaja de aprender sus leyes y aplicarlas en forma correcta15.
El potencial «multilateral» y emancipador de la ciencia está cada vez más encadenado por la burguesía, siendo la base de la teoría marxista de la crisis. Sobre esta base se generan las grandes convulsiones del capitalismo, las «Grandes Depresiones» de las que el capital solo se recupera mediante «grandes destrucciones», «solución» única ya advertida en el Manifiesto del Partido Comunista: «¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía? De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistándose nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos. Es decir, que remedia unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas»16. A partir de estas palabras, la teoría de la crisis se irá enriqueciendo en la medida en la que el capitalismo se pudre hacia la barbarie y el caos.
¿Por qué la teoría de la crisis se enriquece incluso integrando el arte de la guerra, durante el mismo desarrollo de la propia crisis? Parece una pregunta obvia, pero la ideología burguesa fracasa siempre en la respuesta aumentando así el pesimismo, el desconcierto y las perplejidades. Es muy significativo que, junto a estos primeros embriones de la teoría de la crisis, surgieran a la vez las primeras reflexiones profundas sobre la dialéctica entre lucha de clases en el sentido de «guerra civil» y la «guerra convencional» en el sentido de política antiobrera y de tensiones interburguesas. E. Albamonte y M. Maiello exponen la unicidad entre «guerra civil» y «guerra» a secas, típica del marxismo desde sus inicios17 –el apodo de Engels era el general–, criticando a autores actuales como Agamben obsesionados por negar esa unidad.
Una razón de esa impotencia es el rechazo burgués de la dialéctica, necesaria sin embargo para entender cómo interactúan las contradicciones esenciales del capital con sus leyes evolutivas. Según E. Mandel, las leyes son: 1) La centralización y concentración del capital. 2) La proletarización progresiva de la población trabajadora. 3) El aumento de la composición orgánica del capital. 4) La tendencia a la baja de la tasa media de beneficio. 5) La socialización objetiva de la producción. Las contradicciones son: 1) La racionalidad de cada empresa aislada necesaria para maximizar su beneficio se transforma en irracionalidad sistémica porque es imposible coordinar los intereses privados. 2) La socialización objetiva de la producción choca frontalmente con la apropiación burguesa de los beneficios y de las fuerzas productivas. 3) Las fuerzas productivas tienden a crecer pero la propiedad burguesa las frena y manipula según sus intereses. 4) La ciencia y la técnica tienden a crecer pero la burguesía las frena y convierte en fuerzas de control y destrucción. 5) La lucha de clases es inevitable, minando el capitalismo desde dentro18.
Para nuestro tema, lo que ahora más nos importa no es tanto las causas directas de las crisis, que también, sino sobre todo su largo proceso interno e invisible a primera vista, el accionar de la dialéctica entre la posibilidad y la necesidad de las crisis parciales y de su sinergia en las grandes depresiones que provocan violencias atroces. Una vez más nos volvemos a encontrar con la dialéctica en el seno de El Capital, en este caso con la categoría de lo posible y lo necesario. El imprescindible texto de L. Gill empieza el capítulo XII explicando la posibilidad y la necesidad de las crisis en su mismo inicio, criticando el error de la economía burguesa al reducir el dinero a un simple «medio para efectuar el intercambio» de mercancías, el dinero como «determinación cuantitativa». Marx demuestra que el dinero es también una «determinación cualitativa» como validación social del trabajo privado. El muy precario y siempre muy fugaz equilibrio en la circulación mercantil entre lo cuantitativo y lo cualitativo –otra categoría dialéctica– tiende a romperse muy frecuentemente por razones que deben ser analizadas en su concreción singular, pero siempre partiendo de la «posibilidad general o formal de las crisis»19.
Profundizando en esta cuestión previa, A. Tarassiouk resume así las ideas de Marx en seis momentos interrelacionados:
1) Bajo la forma mercantil la reproducción depende de la circulación. 2) La posibilidad de la crisis evoluciona junto con el desarrollo de la producción mercantil. 3) La posibilidad abstracta de la crisis es igual también a una forma abstracta de la crisis. 4) Partiendo de la forma mercantil se pueden revelar varias formas de la crisis. 5) La posibilidad formal de la crisis, según Marx, no es nunca la causa de la crisis. Y 6) Explicar la crisis con base en esta forma elemental equivale a explicarla exponiendo su existencia bajo su forma abstracta –es decir– equivale a «explicar la crisis por medio de la crisis»20.
Que la categoría de posibilidad y necesidad, conlleva en su interior la acción humana, es un principio esencial del método dialéctico desde que empezó a elaborarse en la Grecia presocrática, como veremos en el último apartado. Debemos tenerlo en cuenta porque sin esa acción, sin esa lucha de clases, es imposible entender cómo inciden aislada y en conjunto los cuatro procesos que desembocan en las grandes hecatombes: 1) la baja de la tasa de ganancia; 2) la desproporción entre el sector I y el sector II; 3) el infra-consumo; 4) la sobre-acumulación. En aislado y separadas de la totalidad, ninguna de las cuatro explica por sí misma el proceso que va de la posibilidad a la necesidad de la crisis: «En el marco de la teoría económica marxista, las crisis de sobreproducción son crisis de sobre-acumulación del capital y, al mismo tiempo, crisis de sobre-producción de mercancías. El primer aspecto no puede explicarse sin poner el acento en el segundo; el segundo no puede entenderse sin el primero»21.
B. Fine y A. Saad-Filho nos ofrecen una buena síntesis: «Para Marx, las crisis capitalistas se deben a la contradicción entre la tendencia capitalista a desarrollar las fuerzas productivas sin límite (y la plusvalía que tiene que realizarse) y la capacidad social limitada para consumir el producto. En estas circunstancias, la estabilidad económica requiere que una parte importante del producto deba ser comprada por los capitalistas para propósitos de inversión o consumo de lujo, lo que no siempre es posible. El capitalismo, por tanto, tiende siempre a ser inestable o proclive a las crisis. La crisis estalla cuando la producción se ha desarrollado más allá de la posibilidad de realización rentable. Esto puede ocurrir por varias razones, y lo que importa para la explicación de las crisis específicas es cómo se manifiesta su causa subyacente misma –la subordinación de la producción de valores de uso a la producción de plusvalía– a través de la desproporcionalidad, sobreproducción, el subconsumo y la tendencia decreciente de la tasa de ganancia»22.
Las fuerzas productivas tienden a desbordar los límites de la propiedad burguesa que solo se preocupa por imponer mediante todas las violencias posibles la producción de mercancías, valores de cambio que aumentan la plusvalía, la riqueza del capital. La burguesía se niega a que se produzcan los vitales valores de uso –vacunas, escuelas, alimentos, ropas, viviendas muy baratas, respetando la naturaleza…– que necesita cada vez más la humanidad explotada, y cuando accede a algunas reformas sociales es porque se lo ha impuesto la lucha obrera, es porque tiene miedo al proletariado organizado. La intelectualidad burguesa se vuelca en impedir la organización obrera y niega la validez contrastada de la crítica marxista.
M. Roberts ha mostrado la impotencia absoluta de todas las corrientes de la economía política burguesa para prever y saber el porqué23 de la hecatombe del 2008 en adelante. La intelectualidad del capital no puede aceptar lo argumentando por D. Bensaïd en 2011: «La crisis consiste, pues, en “establecer por la fuerza” la unión entre los momentos de la producción y de consumo” cuya autonomía se promovió, pero que “son esencialmente uno”»24. Aceptar esta verdad conlleva otra: el contenido sociopolítico de la explotación asalariada ya que «el capital aparece como un medio de control social a través del trabajo bajo circunstancias en que los capitalistas controlan los medios de producción y pueden obligar así a la clase trabajadora a trabajar para ellos»25. El control social llevado al máximo de su poder no es otra cosa que la «fuerza» desatada contra el proletariado. De la inmensidad de ejemplos disponibles hemos escogidos estos dos:
Según L. Raphael:
La organización de formaciones policiales estuvo estrechamente relacionada con las reformas administrativas generales y las nuevas demarcaciones del ejercicio estatal del poder bajo el signo del derecho. Sobre todo, entre las clases responsables del Estado estaba ampliamente difundida la idea de que solo la presencia de una tropa eficaz encargada del orden daba validez a la ley. La policía se convirtió en uno de los instrumentos predilectos para satisfacer las necesidades burguesas de seguridad. […] tanto los regímenes autoritarios como los liberales siguieron empleando el ejército, de forma reiterada y con gran éxito, contra los intentos revolucionarios (junio de 1848, 1870 – 1871 en París), las rebeliones regionales (el sur de Italia en 1861 – 1865) y en disturbios, tumultos y acciones de protesta locales […] Los nuevos conflictos de clases en la gran industria rusa, en plena expansión, tuvieron como resultado que el régimen acentuara una vez más su carácter de Estado militar26.
Según M. Macnair:
En 1848 – 1849 el Estado británico aplastó el chartismo con la represión, tal como se explica en 1848: el Estado británico y el movimiento chartista (Cambridge 1990) de John Saville. Al mismo tiempo o un poco más tarde, las revoluciones de 1848 en Francia, Alemania y otros países, fueron derrotadas. Marx y Engels volvieron al exilio; la Liga Comunista, la organización basada en el Manifiesto comunista, se hundió políticamente. […] La Primera Internacional quebró porque fue perseguida después de la Comuna de París. Los proudhonistas en Francia, que constituían una parte substancial de ella, fueron aplastados con ejecuciones, el exilio y la prisión. Los líderes sindicalistas británicos se asustaron con la Comuna, pero la otra cara de la medalla fue la Ley de Reforma de 1867 y la Ley Sindical de 1871 que permitió a los partidos burgueses hacer ver que ellos podrían «hacer algo para la clase obrera»27.
Los hemos escogidos porque, desde 1848 a 1871 se dio, pese a todo, un poderoso avance teórico en la teoría marxista de la crisis, y más en concreto de la teoría de la violencia consustancial a la explotación capitalista. Una de las mejores explicaciones del porqué las violencias opresoras son necesarias para la burguesía aparece en unas páginas de El Capital apenas leídas: las seis medidas más importantes que contrarrestan la ley tendencial de caída de la tasa de ganancia: 1) Aumento del grado de explotación del trabajo. 2) Reducción del salario por debajo de su valor. 3) Abaratamiento de los elementos que forman el capital constante. 4) La superpoblación relativa. 5) El comercio exterior. 6) Aumento del capital-acciones28. En mayor o menor medida, diversos niveles y grados de violencias actúan abierta u ocultamente en una y en todas de las contramedidas principales aquí vista. Quedan otras que Marx pensó que no eran las más importantes en aquella época, pero que hoy tienen un papel más destacado que entonces.
Marx elaboraba estas ideas mientras pedía ayuda a Engels para desarrollar mejor en El Capital el papel de la industria de la matanza de seres humanos, como hemos visto en la primera entrega. Las seis medidas principales que contrarrestan la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, así como la decisiva ley general de la acumulación de capital29, fueron teorizadas a la vez que se comprendía mejor el papel de la industria de la muerte, el papel de la violencia organizada y de la guerra. En 1878 Engels dijo que «la sociedad corre hacia la ruina como una locomotora cuyo maquinista fuera demasiado débil para abrir la bloqueada válvula de escape»30 y poco después añadió «la moderna nave de combate no es solo un producto de la gran industria moderna, sino hasta una muestra de la misma; es una fábrica flotante –aunque, ciertamente, destinada sobre todo a dilapidar dinero»31.
No podemos extendernos en la riqueza intelectual de Engels, ni siquiera en lo relacionado con la teoría de la guerra. Bástenos leer su carta a Kautsky de 12 de septiembre de 1894 en la que sostenía que la guerra entre Rusia y Japón conllevaría el fin de la antigua China acelerando su industrialización lo que agravaría la crisis ya que «la producción capitalista no tiene más que China por conquistar, y, conquistándola al fin, se hace imposible a sí misma en los lugares en donde nació…»32. La resistencia del pueblo chino a la invasión imperialista se mantiene hasta hoy mismo y se refuerza día a día.
Mientras la sociedad caminaba al desastre, la industria de la matanza hacía de las naves modernas una fábrica flotante de muerte fundamental para el imperialismo. La disciplina laboral en la fábrica «civil» es la disciplina militar en el portaaviones: ambas se fusionan en una sola, la que produce beneficio. El largo desastre más devastador fueron las guerras sostenidas de 1914 a 1945 cuyas causas J.R. Pauwels resume así: salir de sendas crisis socioeconómicas y políticas, aplastar el socialismo y a la URSS, conquistar tierras y saquear recursos vitales, centralizar y concentrar capitales en beneficio de las grandes burguesías, insistiendo en que lo fundamental fue «la guerra dentro de la guerra»33. Sobre la Segunda Guerra Mundial, D. Gluckstein sostiene que fue a la vez una guerra entre potencias y países, y una guerra de clases entre las burguesías y trabajadores en los países capitalistas34. Por su parte, Ch. Bambery profundiza en la misma línea pero añade la aportación de Mandel sobre las «cinco guerras» particulares integradas en la Segunda Guerra Mundial35.
Es un lugar común reconocer que la Segunda Guerra Mundial aceleró la militarización de la sociedad burguesa. Mientras que hablar de «industria de la matanza de hombres» como hace el marxismo, es directo y crudo, sin trampas ni engaños, los famosos conceptos burgueses de «keynesianismo militar» y «complejo industrial-militar», sobre todo, ocultan la militarización total de la sociedad, la reducen a áreas limitadas como algunas ramas económicas y científicas, nada más. Por el contrario, tiene razón Kolko al decir que «para el capitalismo, la guerra no es más que la continuación del mercado por otros medios»36. La industria de la matanza produce beneficio solo cuando sus mercancías, las armas, se gastan en guerras y/o en violencias represivas produciendo muerte, obediencia y miedo. Si no se gastan es un despilfarro absoluto.
Además de otras causas, el clima de parálisis, miedo y pesadilla también es un producto de la industria de la matanza que, para funcionar a pleno rendimiento, necesita de la militarización total de la vida alienada, también de la militarización moral, psicológica, educativa. Se trata de imponer la «industria total de la matanza» inserta en los entresijos de la civilización del capital. N. Kohan lo detalla así: «sociedad burguesa=ejército», en donde fábrica=cuartel; el capital=alto mando militar; capataces=suboficiales; obreros=soldados industriales; obreros activos empleados=ejército activo; obreros desempleados=ejército industrial de reserva; población rural con tareas industriales=infantería ligera; reclutamiento fabril=reclutamiento militar; y libreta de castigo=código de justicia militar37.
Pero la militarización totalizante aquí vista tiene sus límites, sobre todo en el nivel de la explotación asalariada, en la que tarde o temprano siempre reaparece la resistencia, y muy especialmente cuando esa resistencia pasa a ser ofensiva cuando la lucha de clases adquiere la forma de guerra de liberación nacional de clase. La mundialización del capital hace que ambas expresiones básicas de resistencia se unifiquen en una sola ya que la lucha de clases en las sociedades imperialistas tiene los mismos objetivos y fines históricos que las luchas de liberación nacional de clase: el socialismo. El llamado «capitalismo implosivo» suelda definitivamente ambas formas a la vez que integra en esa totalidad otras violencias justas, defensivas, que hacen que las luchas contra brutalidades tan permanentes como la patriarcal, la racista y otras. C. Vela está así en lo cierto cuando dice:
La guerra, la destrucción masiva de seres humanos, de capital fijo e infraestructuras, etc., fue el recurso de la clase dominante frente a las crisis cíclicas en la fase expansiva del capital; sin embargo, ante la crisis de la fase de la dominación real y total del capital, la guerra adquiere una dimensión predominantemente intensiva, al yuxtaponer a las formas bélicas convencionales (guerras locales en la periferia capitalista), la ofensiva social en el propio centro capitalista. La tercera guerra mundial, pues, es de carácter social, eminentemente implosiva, con frentes definidos a categorías sociales (desempleo, precarización, dependencia, exclusión, etc.) y con diversos grados de intensidad, según la inserción de cada país o región económica en el proceso mundial de acumulación de capital38.
Semejante dinámica imparable es impulsada por la interacción entre las contradicciones antagónicas y las leyes tendenciales del modo de producción capitalista arriba expuestas muy en síntesis, de manera que, en su movimiento imparable ocurre que: «La velocidad de las intervenciones y la eficacia de las decisiones requeridas por los flujos de moneda financiera y los flujos de guerra prescriben una nueva constitución material en la que el poder ejecutivo adopta, para absorber una gran parte del poder judicial y legislativo, un doble modelo de organización y de mando: el del ejército y el de la organización científica del trabajo, de manera que el gobierno se configura como un poder «político-militar» adyacente al “complejo militar-industrial”»39. Llevado a su extremo: «hoy nada es neutro»40 porque se ha roto la barrera entre la producción civil y la militar.
Fuerzas constructivas
Hemos visto en la primera entrega que las pesadillas de las personas embotan su pensamiento libre cuando empiezan a «crear algo nuevo nunca visto», cuando se lanzan a «tomar el cielo por asalto». Las fuerzas destructivas del capitalismo, que surgen de la Ley general de la acumulación y de la Ley tendencial de caída de la tasa de ganancia, también destruyen la creatividad humana. La teoría marxista de la crisis insiste en que el llamado «factor subjetivo» parte del cual son temores, miedos, pesadillas, angustias y otras muestras de irracionalidad, puede y de hecho logra hundir en la desilusión e indiferencia muchos de los embriones y primeros brotes de reivindicaciones de masas, antes de que logren éxitos que aumenten la confianza y unidad del pueblo en sus propias fuerzas.
¿Cómo vencer a fuerzas de dominación tan eficaces porque además se nutren de la cuasi omnipotencia de imperceptible fetichismo de la mercancía? ¿Cómo luchar contra algo apenas perceptible en la racionalidad cotidiana? La conciencia, el conocimiento de la historia, la teoría, la cultura… juegan un papel central, desde luego; pero la experiencia dice que los verdaderamente imprescindible son las lecciones prácticas que se aprenden en la lucha práctica por la ampliación de las libertades, de la felicidad, de los contrapoderes que permiten al proletariado ir debilitando y derrotando las opresiones concretas que sufren.
La satisfacción «terrenal», como insistía Marx, de las necesidades es la solución primera y última frente a toda explotación. Pero nuestro concepto de «necesidad» es inconciliable con el burgués: «La necesidad social, es decir, el valor de uso elevado a potencia social»41. Quiere esto decir que el potencial emancipador de las fuerzas constructivas radica en el avance de los valores de uso y en el retroceso de los valores de cambio, de la mercancía y por tanto de la propiedad privada. Una lección incuestionable es que el avance en la recuperación revolucionaria de las fuerzas productivas, su utilización racional en busca de su productividad «multilateral», etc., siempre va unido a un aumento simultáneo de la felicidad, de la autoconfianza, de la decisión de luchar hasta la victoria final por parte del pueblo obrero, de la nación trabajadora. Aquí es fundamental esa exigencia de Lenin de que «¡Hay que soñar!»42, con realismo autocrítico pero esperanzado. Los impresionantes logros conquistados mediante la praxis revolucionaria, especialmente una vez destruido el Estado burgués y construido el Estado obrero, demuestran la efectividad creadora de las clases explotadas cuando son propietarias de las fuerzas productivas, y cuando están decididas a defenderlas y multiplicarlas hasta exterminar al capitalismo.
La teoría marxista de la crisis explica, por tanto, el valor insustituible de la subjetividad emancipadora autoorganizada como fuerza material revolucionaria consciente de los objetivos históricos que quiere y desea alcanzar. Veamos cronológicamente dos niveles analíticos una única reivindicación permanente de la humanidad desde que la violencia injusta le expropio la tierra comunal, colectiva, degradándola en propiedad privada.
El primero es una declaración de principios más dramáticamente actual y urgente ahora que en 1867: «Ni la sociedad en su conjunto, ni la nación ni todas las sociedades que coexistan en un momento dado son propietarias de la tierra. Son, simplemente, sus poseedoras, sus usufructuarias, llamadas a usarla como boni patres familias y a trasmitirla mejorada a las futuras generaciones»43. La propiedad comunista de la tierra trasciende las contradicciones del presente y engarza el comunismo primitivo con el comunismo futuro, debe ser una propiedad comunista que siempre mira al futuro porque será la humanidad de entonces la que padezca nuestros errores, cobardías y egoísmos, y nos pida cuenta por ellos. Desde ahora debemos luchar por un «comunismo ecológico de guerra»44 contra el imperialismo ecológico45.
De esta declaración general que plantea una cuestión básica en la antropogenia y que refuerza las esperanzas de la humanidad explotada ya que dentro de la «propiedad de la tierra» está nada menos que la «propiedad de las fuerzas productivas», pasamos a su forma actual, anticapitalista y antiimperialista, en el ahora mismo de 2023:
La propiedad de la tierra es la fuente original de toda riqueza y se ha convertido en el gran problema de cuya solución depende el porvenir de la clase obrera […] Si la conquista ha creado el derecho natural para una minoría, a la mayoría no le queda más que reunir suficientes fuerzas para tener el derecho natural de reconquistar lo que se le ha quitado. […] el movimiento social llevará a la decisión de que la tierra solo puede ser propiedad de la nación misma. […] La nacionalización de la tierra producirá un cambio completo en las relaciones entre el trabajo y el capital y, al fin y a la postre, acabará por entero con el modo capitalista de producción tanto en la industria como en la agricultura. Entonces desaparecerán las diferencias y los privilegios de clase juntamente con la base económica en la que descansan. La vida a costa de trabajo ajeno será cosa del pasado. ¡No habrá más gobierno ni Estado separado de la sociedad! La agricultura, la minería, la industria, en fin, todas las ramas de la producción se organizarán gradualmente de la forma más adecuada. La centralización nacional de los medios de producción será la base nacional de una sociedad compuesta de la unión de productores libres e iguales, dedicados a un trabajo social con arreglo a un plan general y racional. Tal es la meta humana a la que tiende el gran movimiento económico del siglo XIX46.
Las fuerzas constructivas desatadas no solo por este programa de 1872 sino por la reivindicación histórica que se remonta, como mínimo, a las rebeliones campesinas para recuperar la propiedad colectiva de la tierra, hace más de 5.000 años, han tenido y tienen efectos enormemente positivos sobre nuestro presente, pese a las derrotas sufridas: ¿podemos imaginarnos cómo mal-viviríamos ahora si nunca se hubieran parado los pies a las violencias de la propiedad privada? Nos lo imaginamos si comprendemos que las fuerzas constructivas son aquellas que la humanidad explotada desarrolla, primero, para derrotar a la propiedad privada; segundo, para defenderse de las contrarrevoluciones inmediatamente provocadas por las clases explotadoras; tercero, para desarrollar las nuevas fuerzas productivas liberadoras; y cuarto, para crear las condiciones de tránsito al comunismo.
Las resistencias burguesas comenzaron tímidamente en la Europa del siglo XIII en espacios muy cerrados y aislados con reivindicaciones cobardes e inseguras desde finales del siglo XIV. Sus fuerzas impulsoras eran las clases explotadas que siempre fueron traicionadas y reprimidas por la burguesía una vez que esta tomaba en poder. Aun hoy, muchas sociedades capitalistas desconocen los contradictorios y muy limitados derechos burgueses, y en el mal llamado «Norte» la clase dominante hace esfuerzo tremendos por aniquilar derechos concretos inaceptables para el capital, conquistados con duras luchas sociales hace solo cien años o menos.
Por el contrario, las revueltas, rebeliones y revoluciones han logrado en poco más de dos siglos –desde Haití en 1804– avances incuestionables que ridiculizan los mentirosos derechos burgueses, a pesar de las derrotas sufridas y del inmisericorde ataque permanente por parte del capital. Desde finales del siglo XX crece la oposición reaccionaria a la ambigua Declaración Universal de los Derechos Humanos, que el imperialismo firmó a regañadientes en 1948 por puro miedo a la oleada de luchas, revoluciones y guerras de liberación nacional que se extendía por el planeta. La tercera Gran Depresión iniciada en 2008 se está agravando, debilita al imperialismo y azuza la compleja y multifacética lucha de clases a nivel mundial, una de cuyas expresiones, pero no la única, es el proceso hacia la llamada multipolaridad.
Sin mayores explicaciones, del mismo modo que en 1804 Haití encendió la llama de la libertad, en 1823, hace doscientos años Estados Unidos lanzó el Plan Monroe que fue contestado en 1826 por el Congreso Anfictiónico de Panamá organizado por el Libertador Bolívar y atacado a muerte por el colonialismo con el apoyo directo e indirecto de burguesías latinoamericanas traidoras a sus pueblos. Ahora, salvando las diferencias y tras las grandes lecciones aportadas por el internacionalismo obrero y popular desde mediados del siglo XIX, se multiplican los contactos, conversaciones, acuerdos y pactos tácticos y estratégicos por todo el mundo para debilitar aún más al imperialismo y, en especial, impedir que la guerra social que se libra dé el salto a guerra mundial. Lo fundamental es que dentro de la multipolaridad, fuera de ella y en el «Norte» las luchas revolucionarias conocemos la inagotable riqueza teórica acumulada que nos permite multiplicar las fuerzas constructivas.
Comunismo o caos
La teoría marxista de la crisis nos indica que estamos en una «época de revolución social» que puede dar paso a la victoria capitalista o a la socialista, pero también a la «destrucción mutua». Desde la década de 1980 quedó demostrado que una guerra total podría acabar con la vida en la tierra, excepto algunos insectos: hoy la hecatombe sería aterradora. El debate permanente en las izquierdas revolucionarias desde mediados del siglo XIX, visto en la entrega anterior, adquiere ahora una importancia crítica por dos razones básicas.
Una, las roturas del metabolismo socionatural entre nuestra especie y la naturaleza, que es mucho más que una simple crisis socioecológica; la gravedad nunca vista de la tercera Gran Depresión con todos los niveles de seguridad del capitalismo en punto de alarma máxima; las proliferación de conflictos y guerras locales provocados por el imperialismo; la agudización de la lucha de clases en todas sus formas; el avance de la multipolaridad en áreas económicas, científicas, diplomáticas, militares, judiciales, etc., que rompen la estructura de poder imperialista; la decidida voluntad de resistencia de Estados centrales de la multipolaridad a los crecientes ataques imperialistas; los riesgos de «fallos técnicos» en cadena que desemboquen en una catástrofe incontrolable… Todo esto, siendo breves, hace que la opción entre Socialismo o Barbarie pensada entre finales del siglo XIX y 1915 debe ser, primero, adaptada a la de Comunismo o Caos pensada desde 1919, y, segundo, enriquecida esta en su radicalidad teniendo en cuanta la destructividad presente.
Y dos, pensar hoy la opción comunista como la única posible, viable y deseable, exige aplicar el método dialéctico enriquecido por todos los avances del conocimiento, por todos. Tiene razón D. Mcnally cuando afirma que: «La teoría crítica debe ser capaz de desarrollar una mirada dialéctica, modo de ver lo no visto, pues los rasgos principales del capitalismo, como a menudo recordaba Marx, no resultan inmediatamente visibles»47. Y al igual que hemos visto la dialéctica entre lo político y lo económico, ahora hemos de decir que la mirada dialéctica también es económica porque, y aquí vuelve a tener razón Raya Dunayevskaya: «No hay en Marx categoría filosófica que no sea al mismo tiempo una categoría económica. Y no hay categoría económica que no sea también filosófica»48. Por eso, la dialéctica contiene en sí misma una inevitable opción ética por la libertad, opción que nace en el mismo proceso de auto-crítica arriba visto.
Tal como ha demostrado L. Sichirollo: las primeras acepciones de la palabra dialéctica escritas en la Ilíada atribuida a Homero hace más de 2.800 años, referencian al proceso de debate colectivo riguroso de situaciones críticas, en las que está en juego la vida y por tanto en las que hay que optar: «Se trataría de indicar que surge el concepto de la elección y de la libertad […] Es necesario aceptar la lucha»49. Esta concepción originaria de la dialéctica fue siempre sometida a un profundo descrédito por las clases dominantes que querían destruirla o reducirla a simple dialógica, hasta que, por fin, fue recuperada definitivamente por el marxismo. La teoría de la crisis integra esta dialéctica de la opción libre pero necesaria, necesaria pero libre, en su visión de cómo, por qué y para qué actuar dentro mismo de la unidad y lucha de contrarios: sin ella no existiría alternativa alguna a la Barbarie y al Caos.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 12 de junio de 2023
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