Nota: Ponencia a debatir el domingo 16 de junio del corriente en el II Encuentro del Libro Comunista sobre ruptura comunista, a realizarse entre el 14 y 16 en el CSO La Rosa, Madrid.
«No se ha de pensar que la sociedad comunista sea una etapa final del desarrollo humano, en la que se resuelvan todas las contradicciones y desde la cual, por consiguiente, ya no es posible seguir avanzando. Marx no la describe como un final, sino el comienzo de la historia, de la historia verdadera, hecha por los hombres, conscientemente, en la persecución cooperativa de sus fines; por lo que todo cuanto conduce a ella, las diversas formas de la sociedad dividida en clases, con sus luchas, su ceguera y su inhumanidad, deben considerarse desde su perspectiva, como un período prehistórico.»
Qué es un libro comunista
¿Qué importancia tiene que nos hagamos esta pregunta cuando el tema a debate no es otro que el de la situación de Palestina y Euskal Herria desde el punto de vista de la ruptura comunista? Desde luego que tiene toda la importancia que podamos concebir porque el futuro de ambos pueblos está inextricablemente unido a los ritmos de su lucha de clases propia y mundial. Para ello es decisivo conocer la ley del desarrollo desigual y combinado que conecta las luchas de liberación, lo cual nos lleva obligatoriamente a la necesidad de la teoría, del estudio del libro comunista.
Pero preguntémonos ¿qué es un libro comunista? La respuesta parece y en cierta forma es obvia: un libro comunista es el que trata de la vigencia del comunismo. Es cierto. ¿Pero si fuera mucho más que eso? Fijémonos en que estamos reunidos en el II Encuentro y no en una II Feria del Libro Comunista. La diferencia entre «encuentro» por un lado y «feria» o «mercado», por otro, es decisiva para entender una de las características que debe reunir un libro comunista: explicar la práctica y teoría de la lucha contra la ley del valor, contra la mercantilización del pensamiento y de la vida, o sea acabar con la dictadura del valor y del trabajo abstracto. La explicación ha de mostrar algo esencial para la cuestión que nos reúne aquí, que el pensamiento, la cultura, el saber o como queramos decirlo ahora sin mayores precisiones, están y estarán amputados en su potencial científico-crítico mientras sean internamente estructurados por la dictadura de la propiedad privada. Sobre todo ha de mostrar que la desmercantilización del saber es imposible sin la revolución socialista como primera fase del comunismo.
Un estudio somero de la historia de la filosofía indica que esta, en su acepción griega antigua como «amor al conocimiento», fue surgiendo conforme se agravaban las tensiones y contradicciones sociales de modo que la minoría dominante necesitaba racionalizarlas en lo posible para asegurar su poder, y surgió en el mismo proceso de aparición de la ética como intento de convencer definitivamente a los y las explotadas que asumieran pasiva y hasta entusiásticamente su condición. Desde esta perspectiva materialista histórica y dialéctica, la diferencia cualitativa entre filosofía y religión es la misma que hay entre el avance de una mínima y parcial racionalidad en desarrollo contradictorio y las resistencias tenaces de los mitos y creencias supervivientes del pasado de incultura obediente.
Pero desde un pensamiento no materialista y por tanto no ateo, tal diferenciación creciente tenía y sigue teniendo pese a todo una base común, la adoración fetichista del oro o de otro bien escaso como encarnación del fetiche divino o del fetiche directamente dinerario. Desde las primeras reflexiones escritas en Sumer, por ejemplo, Hammurabi (siglo ‑XVIII), especificó la equivalencia entre las mercancías «mujer» y «buey», además del precio de los y las esclavas. Para entonces, la escritura y el pensamiento que ella reflejaba y reforzaba ya era un instrumento de explotación social e «imperialista» en su contexto. En China, India y Grecia, por centrarnos en estos países, era objetiva la unión entre el oro u otro bien con el pensamiento definido incluso como un «tesoro» que aseguraba poder y prestigio. En lo material, no era un «tesoro» en el sentido burgués, capital acumulado reinvertido para lograr una acumulación ampliada, es decir, valor que se valoriza a sí mismo mediante la plusvalía absoluta y relativa, sino un «tesoro» precapitalista, de simple amontonamiento de riqueza para prestigio de sus poseedores, para gastos suntuosos, en algunas infraestructuras elementales, en apología simple de la cultura dominante y del ejército.
En la medida en la que la «feria» y el «mercado» imponían socialmente su dictadura desplazando la llamada abstracción intercambio hacia la abstracción mercancía, en esta medida el «libro» y el pensamiento que mediante él se reforzaba, se convertían mayoritariamente en instrumento de poder, y muy minoritariamente en instrumento de liberación. Los textos revolucionarios, subversivos, críticos, eran declarados demoníacos, infieles, ateos, herejes, heterodoxos, librepensadores, anarquistas, comunistas, y quemados, censurados, ilegalizados o simplemente expulsados del «mercado», de la «feria del libro» mediante mil trucos y leyes «democráticas».
De aquí, la importancia crucial de insistir en el abismo que separa a este II Encuentro del Libro Comunista de todas las Ferias del Libro organizadas por la industria cultural del imperialismo. Por su etimología, «encuentro» es un lugar en el que se relacionan las personas, y los primeros mercados de intercambio de equivalentes eran encuentros sociales en los que no dominaba la dictadura del trabajo abstracto y del valor. El saber se socializaba libre y necesariamente en estos «encuentros» antes de convertirse en un «tesoro» privado de la clase dominante masculina. Desde entonces, la lucha por mantener y recuperar encuentros, asambleas, fiestas u otros eventos horizontales, de democracia directa no castrada por la dictadura del dinero, ha sido permanente en todos los modos de producción basados en formas de propiedad privada.
En este II Encuentro del Libro Comunista está más que nunca en juego la lucha contra el libro-mercancía, un simple valor de cambio que no enseña nada y sí refuerza la ideología dominante. Lo está más que en el I Encuentro del año pasado porque se ha endurecido la ofensiva reaccionaria también contra el pensamiento revolucionario, antiimperialista. La necesidad de este II Encuentro es aún más perentoria cuanto que su tema de reflexión no es otro que el de la ruptura comunista, ahí es nada.
Qué es la ruptura comunista
Uno de los objetivos prioritarios del libro comunista es el de explicar qué es la ruptura comunista, cómo llegar a ella desde el presente, cómo mostrar que su contenido, su esencia, su universalidad permanece aunque varíen algunas de sus formas. El término «ruptura» tiene una carga dialéctica decisiva porque marca el momento en el que un objeto ya ha perdido irremisiblemente su identidad sustantiva por mucho que sea recompuesto en apariencia al juntar sus trozos. Podemos recomponer un jarrón o arreglar un coche, o lo que fuera tras romperlo, pero nunca será el mismo aunque lo aparente en su forma e incluso aunque siga circulando por las calles. En este nivel, la «ruptura» marca la destrucción de la cosa en su identidad originaria y su devaluación posterior aunque haya sido recompuesta en lo posible.
Pero el problema cambia cuando se destruyen parcialmente sociedades humanas que, por serlo, tienen determinadas potencialidades de auto regeneración según el grado de tensionamiento de sus diferencias, oposiciones y contradicciones internas, y de las presiones externas que sufran. Por ejemplo, las continuadas rupturas territoriales, económicas y lingüístico-culturales que han sufrido Palestina y Euskal Herria por las invasiones sionistas y franco-españolas, con el apoyo descarado o sutil de sus clases dominantes, han forzado cambios en sus sucesivas identidades sociohistóricas pero, hasta ahora al menos, no han logrado su desaparición definitiva, objetivo último anhelado por las corrientes nazifascistas de los Estados ocupantes.
La destrucción total e irreversible de un pueblo puede realizarse de dos formas: debido a una hecatombe socioecológica que supera su capacidad de auto regeneración, y/o debido a su exterminación práctica por un poder extranjero que lo ha aniquilado físicamente. En la historia se han dado muchas variantes entre estas dos formas extremas, como vemos ahora mismo con el genocidio sionazi contra Palestina o con las variantes más «suaves» y hasta «democráticas» de destrucción lingüístico-cultural de Euskal Herria y de su unidad política por el imperialismo franco-español. La innegable capacidad auto regenerativa de estas naciones hay que buscarla en su historia de lucha de clases interna y externa, y dentro de ellas en la dialéctica entre las determinaciones objetivas y las conciencias subjetivas.
Hemos visto lo básico de la dialéctica interna a la «ruptura» ¿pero cuál es la dialéctica del comunismo? Debemos responder a esta interrogante antes de analizar qué es la ruptura comunista. Según Marx: el comunismo no es una teoría ya escrita y «completa» sino la expresión del movimiento real de la historia, de sus contradicciones y de la lucha de clases. También explicó que llega un momento en el que la producción social choca con la apropiación privada, surgiendo un antagonismo inconciliable que abre una época de revolución social. Desde 1848 y sobre todo desde 1871, quedó claro que se había iniciado la fase de la revolución social pese a todas las derrotas sufridas hasta entonces.
La revolución social es, por tanto, una larga fase histórica que avanza desigualmente, que se estanca o retrocede en sitios concretos con las derrotas que sufre, y que se auto regenera en otros. Salvando las distancias cualitativas, podemos comparar la corta historia de la revolución proletaria con la muy larga de la revolución burguesa iniciada a finales del siglo XIV con solo cuatro victorias entre los siglos XVII-XVIII, y necesitada desde entonces de alianzas con la burguesía reaccionaria, militarista y fascista para acceder al poder y sobre todo para ahogar en sangre a la revolución social. Desde mediados del siglo XIX, el comunismo es la dialéctica de la unidad y lucha de contrarios entre el potencial liberador inserto en las fuerzas productivas si están guiadas por las clases y naciones explotadas, y las constricciones y frenos impuestos en todo momento por las relaciones de propiedad burguesa.
Para el último tercio del siglo XIX la lucha de clases socialista había acumulado suficiente experiencia como para que el marxismo pudiera teorizar los cuatro puntos irreconciliables con el capital: la teoría del plusvalor y de la plusvalía, del valor y del trabajo abstracto; la teoría del Estado como forma político-militar del capital; la concepción materialista de la historia; y la dialéctica materialista. Como síntesis, la teoría de la dictadura del proletariado y la ética comunista. Todas las nuevas formas de explotación y sus respectivas resistencias, desde la liberación de la mujer trabajadora, el llamado «precariado», el ecocomunismo, la polisexualidad y un largo etcétera, todas anclan sus raíces en esos cuatro puntos. La llamada ruptura comunista se sustenta en estas lecciones aprendidas a golpes.
Aunque con diferentes evoluciones y ritmos, Palestina y Euskal Herria fueron atrapadas por esta vorágine siendo subsumidas en la dialéctica de la contradicción universal entre el capital y el trabajo, en la que siguen inmersas. La única forma que tienen ambas naciones oprimidas para emanciparse es romper las cadenas imperialistas que le atan al capital, es decir, asumir que su existencia como pueblos trabajadores depende de que luchen por la ruptura comunista del orden del capital.
La ruptura comunista por tanto es el proceso de destrucción del poder político del capital, de su Estado y de sus fuerzas armadas, es la toma del poder por el proletariado y la instauración de un Estado obrero que impulse el avance al socialismo con la garantía de la democracia soviética y del pueblo en armas. En este proceso son muy importantes las pequeñas, parciales y siempre inseguras victorias y conquistas arrancadas al capital mediante la lucha de clases y de liberación nacional, porque enseñan, animan, aglutinan fuerzas. Pero nunca son definitivas y jamás deben quedarse paradas en sí mismas, sino que son partes de una lucha superior que las engloba y da sentido: la lucha para tomar el poder y conservarlo hasta que existan las condiciones objetivas y subjetivas de auto extinción del Estado.
Teoría de la crisis y ruptura comunista
Desde muy pronto, como mínimo desde 1845 en La ideología alemana, el comunismo ya afirmaba que por su misma dialéctica interna llega un momento en el que las fuerzas productivas devienen fuerzas destructivas. Que dentro del progreso y desarrollo crecen y surgen el retroceso y la devastación. En Miseria de la filosofía de 1847, se sostiene que la destrucción de las fuerzas productivas es la única salida burguesa a sus crisis. En el Manifiesto del Partido Comunista de 1848 se reconoce la posibilidad de la destrucción mutua de las clases sociales en lucha, y se afirma que la burguesía es como el brujo que ha desencadenado con sus conjuros fuerzas infernales que no puede domeñar. Desde la década de los años 50 Marx y Engels multiplican sus críticas al colonialismo, a la opresión nacional y sus ideas sobre la lucha de clases en su forma directa, práctica y sindicalista. Como resultado de todo ello impulsan la creación de la Primera Internacional o Asociación Internacional de Trabajadores en 1864.
La impresionante riqueza contenida en estos textos apenas es tenida en cuenta, o es directamente ignorada, no solo por el reformismo sino también por esas izquierdas intelectualistas que flotan en las nubes de la abstracción desechando con prepotencia todo lo que huela al célebre «factor subjetivo», tan decisivo en la lucha de clases porque es a la vez una fuerza material práctica muy contradictoria. Si siempre es necesario el método dialéctico para destruir el capitalismo, este método se hace imprescindible para saber incidir en el muy complejo y multifacético cosmos del «factor subjetivo» que, por lo general y si no se actúa en su interior mismo, refuerza las cadenas irracionales que causan el miedo pavoroso a la libertad. Pero otra de las características del intelectualismo progre es su desprecio de la dialéctica.
Por no alargarnos, vamos directamente a El Capital en donde abundan las críticas a la naturaleza destructora, depredadora y vampírica del capitalismo con la vida y la Tierra, y se valora el papel de la «industria de la matanza de hombres» en el mantenimiento del capitalismo. En esta obra que une el rigor científico con el arte literario, hay dos grandes explicaciones: la ley general de la acumulación capitalista, y la ley tendencial de caída de la tasa de ganancia, que forman el nudo gordiano de la irracionalidad burguesa. Tomando impulso en este trampolín impresionante, saltamos unos pocos años hasta 1875 cuando Marx redacta la Crítica del Programa de Gotha o Glosas marginales al Programa del Partido Obrero Alemán, obrita que de «marginal» no tiene nada de nada como se encargó de mostrar Lenin, y que es fundamental para captar la distancia sideral insalvable entre la civilización del capital y la futura civilización comunista tal como la concebía Marx, expuesta a muy grandes rasgos para no caer en los peligros del utopismo. Sin este textito nunca entenderemos qué es la ruptura comunista.
En 1874 en La memoria de los furibundos patriotas de 1806 – 1807, publicado en 1888, Engels utiliza dos veces la expresión «guerra mundial» cuando advierte que en la medida en la que las contradicciones capitalistas se hagan explosivas, las burguesías, en especial la prusiano-alemana, iniciarán una «guerra mundial» con una letalidad y efectos revolucionarios nunca sufridos ni vistos hasta entonces. En el Anti-Dühring de 1878 Engels insiste en el avance imparable de la militarización sosteniendo que un acorazado es una fábrica capitalista, y afirma que la burguesía es como el maquinista que no alcanza a activar el freno de la locomotora que cada vez más rápidamente se dirige al abismo. En la Dialéctica de la naturaleza, borrador inconcluso terminado en 1883, Engels vuelve varias veces a estas cuestiones hoy de vida o muerte.
La teoría de la ruptura comunista se fue elaborando a la vez de que los primeros marxistas advertían a los pueblos y clases explotadas que el irracionalismo capitalista se hacía más y más peligroso por momentos, poniéndonos al borde de la catástrofe. Ahora malvivimos la peor crisis sistémica de la historia capitalista, la que terminó por estallar definitivamente en 2007. Las dos anteriores desencadenaron dos guerras mundiales. Conviene recordar ahora cómo en 1874 Engels ya advirtió que estallaría una «guerra mundial» porque era la única salida de la burguesía para desatascar los obstáculos que impiden al capital su crecimiento imparable. Es decir, la teoría marxista de la crisis estaba ya elaborada en lo esencial para el último tercio del siglo XIX, confirmándose desde entonces una y otra vez.
No podemos extendernos en los enriquecimientos posteriores de la teoría de la crisis, sobre todo a partir de la extensión imparable del capital financiero, con sus implicaciones totales sobre las que Engels aclaró muchas cosas muy poco antes de morir. Recordemos, por ejemplo, que entre 1880 y 1902 se libró la intermitente guerra de los boers en Sudáfrica que anunció parte de los bloques que se enfrentarían en 1914: anglófilos versus germanófilos; que en 1902 – 1903 Venezuela fue atacada por potencias europeas; que entre 1904 y 1905 se libró la guerra ruso-japonesa seguida por la revolución rusa de ese año; que en 1909 el Estado español atacó a Marruecos; que en 1910 – 1917 estalló la revolución mexicana justificando otra intervención yanqui; que en 1911 – 1912 Italia atacó a Turquía para quedarse con Libia; que en 1912 – 1913 se produjo la guerra de los Balcanes; que en 1914 Estados Unidos atacó a México en Veracruz; y por no repetirnos que en plena Primera Guerra Mundial, en 1916, se produjo la guerra de independencia irlandesa con el Alzamiento de Pascua…
En aquel contexto, los bolcheviques destacaron entre todas las corrientes marxistas que mejor comprendieron la gravedad de la crisis; y dentro del bolchevismo destacó Lenin, cuyas aportaciones a la ruptura comunista siguen siendo decisivas a pesar del siglo transcurrido desde su muerte. Nos resulta imposible exponer la dialéctica de Lenin, que podemos resumirla con sus mismas palabras de 1923: «No han comprendido en absoluto lo decisivo del marxismo, a saber: su dialéctica revolucionaria. No han comprendido en absoluto ni aun las indicaciones directas de Marx de que en situaciones de revolución hay que mostrar la máxima flexibilidad».
Saltando por encima de los momentos en los que las fuerzas revolucionarias han mostrado «la máxima flexibilidad» recibiendo los furiosos ataques dogmáticos, llegamos al presente. El imperialismo está fanáticamente lanzado a reconquistar el mundo en las condiciones actuales, pero soñando con volver idealmente a la pax britannica de 1815 – 1914, y la pax americana de 1945−1971÷75. La pax britannica fue desastrosa para Palestina por la importancia de Oriente Medio para su imperio, aunque decreciera desde 1914, pero asegurando su mandato sobre Palestina desde 1923. También lo fue para Euskal Herria porque el desarrollo de su industria siderometalúrgica, de astilleros y armas, absorbió y subsumió el capitalismo vasco determinando la identidad reaccionaria de la burguesía del país, también de su pequeña burguesía. La lucha nacional de clase por el socialismo y la independencia fue determinada por esta «invisible» dominación británica y por la ocupación del imperialismo franco-español.
La pax americana preparó las condiciones para el actual genocidio que sufre Palestina porque, bajo su vigilancia «pacífica» el ente sionista fue creciendo y fortaleciéndose. En 1973, cuando empezaba su declive, Estados Unidos impuso la dictadura del petrodólar, uno de los pilares de su imperialismo, en alianza con las burguesías petroleras árabes más fuertes. Luego, desde 2004 con el plan Gran Oriente, fue apretando la soga alrededor de los pueblos árabes y de Palestina en concreto, hasta ser ahora el pilar vital sobre el que se levantan los crímenes del sionazismo.
La pax americana también fue brutal contra Euskal Herria porque la «democracia yanqui» insufló oxígeno a la dictadura franquista hasta la muerte en la cama del dictador, lo que implica la represión asesina de las pueblos trabajadores nacionalmente oprimidos, y de las clases trabajadoras en sí mismas en el Estado español. Al poco, Estados Unidos, con el apoyo de la socialdemocracia, presionó decisivamente para instaurar una monarquía militar incondicional de la OTAN desde 1978.
Violencias, guerras y ruptura comunista
Según recientes estudios, ahora se libran en el mundo alrededor de 190 conflictos de diversas intensidades de los cuales 52 son «duros», de alta intensidad, en los que de un modo u otro intervienen no menos de 92 Estados. En base a los datos disponibles, se puede decir que nunca ha habido tantas guerras y conflictos varios al mismo tiempo. Debemos hablar por tanto de una tercera guerra mundial ya en acción. No podemos analizarla con los criterios de 1914 y de 1940, porque tiene componente nuevos, imposible siquiera de imaginar en 1945 y menos aún en 1914. Sí debemos aceptar las determinaciones objetivas impuestas por la geografía, pero incluso debemos relativizar esa objetividad al ver los grandes avances militares realizados. Pero sí debemos mantener la identidad esencial de las tres guerras mundiales desde y para la definición de la ruptura comunista porque sigue dominante la propiedad privada burguesa, y las leyes tendenciales y las contradicciones que definen al modo de producción capitalista.
De todos los conflictos y guerras actuales, son dos las que marcan el ritmo bélico, que a su vez influye fuertemente en la lucha de clases mundial y por ello actualiza más si cabe la necesidad de la ruptura comunista. La guerra defensiva de Rusia contra la OTAN en Ucrania y la guerra defensiva palestina contra el sionazismo apoyado abiertamente por la OTAN. En su unidad universal, ambas responden a las mismas causas: la destrucción de fuerzas productivas como única salida definitiva de la crisis del capital; pero tienen particulares y singularidades propias que debemos destacar.
El imperialismo tiene que destruir Palestina para, entre otros objetivos, asegurar el control del Medio Oriente apropiándose de sus recursos, aplastar Irán y los pueblos rebeldes, mantener el control de los tres estrechos de la zona vitales para el capitalismo, y dificultar en lo posible las conexiones seguras y rápidas entre África y Eurasia que pasan por Oriente Medio. En la medida en que Palestina siga viva, el imperialismo no podrá realizar sus planes brutales: hay que aniquilarla.
El imperialismo actual sabe desde el canciller alemán von Bismarck de finales del siglo XIX que la mejor y más rápida forma de derrotar a Rusia es atacarla desde Ucrania. A comienzos del siglo XX, Gran Bretaña comprendió que dominar Siberia y Eurasia era dominar el mundo. Meses antes de estallar la Primera Guerra Mundial, el Departamento de Estado yanqui elaboró un plan de balcanización del imperio zarista. Desde la revolución bolchevique, el plan de balcanizar primero la URSS y luego Rusia ha sido una constante que ahora mismo se plasma en la desquiciada militarización imperialista.
Una facción de la burguesía rusa ha ido comprendiendo a palos desde finales del siglo XX que no podía fiarse de su hermana de clase occidental pese a sus esfuerzos por congraciarse con ella. Para 2007 esta facción ya había depurado en buena medida a la muy corrupta y mafiosa facción pro occidental, iniciando su giro hacia China, Asia, Nuestramérica y África, algo que el imperialismo nunca se lo ha perdonado. No nos extendemos aquí en el impresionante listado de mentiras, trampas, presiones y amenazas crecientes que Occidente ha lanzado contra Rusia.
Uno a uno, el imperialismo ha incumplido todos los acuerdos con la URSS y con Rusia, todas sus promesas y buenas palabras, arrinconándola en un callejón sin salida desde 2014 tras un golpe de Estado dirigido por Estados Unidos que aceleró la creación de un ejército ucronazi dirigido por la OTAN, llevando a Rusia a un callejón sin salida para comienzos de 2022. Todos los esfuerzos occidentales han buscado el desmantelamiento científico e industria de Rusia, su saqueo sistemático, por eso es el Estado con más sanciones imperialistas contra su economía del mundo.
La razón fundamental de tanta ferocidad histórica anti-rusa nos la aclara el informe de no hace mucho tiempo del Banco Mundial según el cual un tercio de las riquezas del planeta están en Rusia, en Siberia. Pero esta es solo la primera fase de una ofensiva total destinada a reintroducir el capitalismo en China Popular y Vietnam, y simultáneamente «reconquistar» Cuba, Venezuela y Nicaragua. La reinstauración del saqueo occidental en África vendrá a la par o inmediatamente después. Washington, el Pentágono, Londres, la OTAN, Bruselas, París, Berlín, etc., saben que su supervivencia como bloque unipolar de dominio mundial incontestado depende de la esquilmación de los recursos de esas naciones y de la sobreexplotación de sus clases trabajadoras.
La suerte última del heroico pueblo palestino también depende de si fracasa o no la inhumana contraofensiva de Estados Unidos y sus súbditos, como también depende el futuro de Euskal Herria. La Tercera Guerra Mundial, muy diferente a los dos anteriores, es por tanto una necesidad ciega que surge de las leyes tendenciales y de las contradicciones de la civilización del capital. Calificar por tanto de «conflicto interimperialista» a la guerra defensiva rusa contra la OTAN en Ucrania, sin conectarla con la Resistencia palestina y con el resto de guerras que azotan al mundo, es muestra de ignorancia supina, como mínimo.
Si queremos avanzar en la ruptura comunista debemos sumarnos a la creciente ola mundial del llamado multilateralismo, de los BRICS, de las decididas alianzas estratégicas para derrotar la dictadura del dólar, de euro y del yen, y sobre todo para aplastar a la OTAN y al resto de ejércitos oficiales o «civiles» de eso que llaman Occidente. La ruptura comunista nunca se podrá materializar sin una lucha antiimperialista sistemática. Otra condición básica para la victoria comunista es que se sepa que esa victoria es solo el primer paso, el de salir de la prehistoria para luego construir la historia verdadera. Por esto, y para concluir esta ponencia, recomendamos que se relea la cita del inicio, las palabras sobre moral y marxismo de W. Ash.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 14 de junio de 2024