En este prólogo, Concepción Cruz Rojo nos invita a una reflexión profunda sobre los grandes conflictos históricos, desde la Primera Guerra Mundial hasta los desafíos actuales de un mundo en transición hacia una nueva multipolaridad. El texto, parte del libro «La Gran Guerra de Clases 1914 – 1918» de Jacques R. Pauwels, contextualiza los eventos descritos en la obra, desentrañando las raíces de la lucha de clases, las dinámicas del imperialismo y el impacto de las revoluciones en un marco de constante guerra cognitiva. Este análisis no solo ilumina los procesos históricos descritos en el libro, sino que nos impulsa a entender las conexiones entre el pasado y el presente, explorando cómo las crisis y resistencias moldean nuestra sociedad actual.
«La Gran Guerra de Clases 1914 – 1918» está disponible en la tienda en línea de Boltxe Liburuak a un precio de 12€: https://denda.boltxe.eus/producto/la-gran-guerra-de-clases-1914 – 1918/. ¡Descúbrelo y profundiza en una mirada renovadora a la historia!
Prólogo
Este no es solo un libro de historia, aunque también, es un libro que analiza acontecimientos del pasado en movimiento contradictorio entre clases sociales, causas, ideologías, culturas que acompañaron al periodo antes, durante y después de la Gran Guerra, también llamada Primera Guerra Mundial. El autor sin decirlo explícitamente hace un análisis dialéctico de este gran acontecimiento histórico y un análisis materialista e histórico. Materialista porque narra los hechos desde las condiciones de vida, socioeconómicas y culturales de las diferentes clases sociales que conformaban las sociedades europeas. Histórico porque para indagar en las causas de la Gran Guerra retrocede en el tiempo, desde la Revolución francesa de 1789 y las sacudidas sociales posteriores de 1830, 1848 y 1871, o de la Comuna de París, durante lo que Eric Hobsbawn llama largo siglo XIX. Además, proyecta y analiza las repercusiones que tuvo esa Gran Guerra durante el siglo XX y parte del XXI lo que nos permite reflexionar sobre acontecimientos actuales.
Aunque a lo largo del libro se insiste en la importancia que tuvo en esta guerra impedir la democratización y los estallidos sociales, se muestra el hecho de que las guerras engendran revoluciones. Así, la Revolución francesa fue una consecuencia de la guerra de los Siete años (1756−1763) y la guerra de la independencia de Estados Unidos (1775−1783), cómo ambas endeudan al reino francés que entra en crisis en ese año de 1789. Pocos años después (1791−1804), hay que destacar la heroica revolución haitiana que consigue la independencia del Estado colonial francés y que culminó con la abolición de la esclavitud por primera vez en el mundo. Tras varias décadas, la guerra franco-prusiana (1870−1871) produjo la Comuna de París y la guerra ruso-japonesa de 1905 la revolución rusa de ese mismo año. Pero sobre todo, la Gran Guerra fue la madre de la Revolución rusa de 1917.
Hay debate sobre cómo esta guerra, principalmente europea, se llamara Primera Guerra Mundial, aunque es cierto que participaron Estados Unidos y Japón, que algunos de los enfrentamientos se desarrollaron en países del norte de África oriental y el mal llamado Próximo Oriente y que se utilizó a los habitantes de las colonias como carne de cañón o trabajando para la guerra en condiciones de semiesclavitud. Porque el siglo XIX fue testigo de la terrible y despiadada carnicería y saqueo de la colonización de tierras lejanas por parte de las potencias europeas. Pero, más allá del nombre, la Gran Guerra fue una confrontación entre potencias imperialistas por las tierras, recursos y mano de obra barata de las colonias, desencadenada por las elites europeas, nobleza o terratenientes acompañados del poder militar y religioso junto a la alta burguesía de industriales y banqueros.
La Revolución francesa inicia el largo siglo XIX
La Revolución francesa fue una lucha de clases que duró diez años, donde se enfrentaron la nobleza y el clero, representantes del régimen antiguo, a una coalición heterogénea compuesta de campesinado, burguesía de las ciudades, así como artesanos, obreros y otras personas humildes. En París los artesanos y los trabajadores de las fábricas constituyeron los famosos sans culottes o tropas de asalto revolucionarias. Entre ellos existían intereses diferentes, el campesinado luchaba especialmente por la abolición de los privilegios feudales de los terratenientes, pero su religiosidad les impedía luchar contra la iglesia católica. La alta burguesía, de mercaderes y banqueros, querían cambios políticos con leyes liberales que chocaban con la mayoría del pueblo, como la Ley de Chapelier que prohibía las asociaciones y huelgas obreras. Por el contrario, el pueblo trabajador urbano, los sans culottes, anticlericales, querían mejorar sus condiciones de vida, aumentar sus salarios, bajar los precios y la igualdad ante la ley en el ámbito social. Entre 1792 y 1794 la revolución se radicalizó por estas mejoras, destacando entre sus dirigentes el gran Robespierre.
Sus conquistas fueron incuestionables, se sustituye la monarquía por la república, elecciones basadas en el sufragio universal y formas antiliberales de intervención del Estado en la economía como el control de precios y la ayuda pública a las personas necesitadas. Es el primer país de Europa que consigue abolir la esclavitud (1794) pese a la resistencia de la burguesía que lo consideraba una violación de la propiedad privada, ya que le produjo inmensas ganancias durante el siglo XVIII. La corriente intelectual y cultural de la revolución se basó en la Ilustración, un movimiento que propugnaba el pensamiento crítico, lógico y supuestamente científico. El racionalismo se impone para analizar los problemas y sus soluciones aprendidas de Voltaire, Rousseau y otros filósofos ilustrados.
Pero los derechos de libertad, igualdad y fraternidad que se pretendían exportar al mundo no dejaron de estar restringidos a la libertad e igualdad, y solo ante la ley, de hombres blancos. Lo que en la práctica excluía a los pueblos invadidos, las mujeres y los pobres. La Ilustración inspiró a la nueva economía frente a los proteccionistas y mercantilistas, lo que se llamó liberalismo que predicaba las ventajas de la circulación libre de bienes y mano de obra, la competencia entre productores y comerciantes, y evitar en lo posible la intervención del Estado en la vida económica. La figura indiscutible de estas propuestas fue el economista y filósofo escocés Adam Smith en su libro: Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones de 1776.
El fin de la revolución francesa fue auspiciado por la propia burguesía con un intento de golpe de Estado en 1794, que no cuajó, y otro segundo que llevó al poder a Napoleón Bonaparte en noviembre de 1799. En esta nueva etapa se consolidan las conquistas de la burguesía ante la amenaza contrarrevolucionaria interior y exterior y se eliminan las conquistas radicales de la revolución, abolición del sufragio universal y reinstauración de la esclavitud. Las guerras napoleónicas sirvieron para exportar los aspectos moderados y liberales de la revolución a otros países y una forma de llevar a las clases pobres a la guerra y fomentar el nacionalismo francés.
En estos movimientos entre las clases podemos advertir que, aunque la contradicción fundamental parecía que era el choque de la burguesía con el régimen antiguo (nobleza y clero), ya emerge la principal, la del pueblo, el proletariado, contra la burguesía que terminó uniéndose a las fuerzas más reaccionarias del antiguo régimen. Tras la derrota francesa en la batalla de Waterloo, en 1815, se abolieron la mayoría de los logros de la revolución; las monarquías europeas, junto con la nobleza y la iglesia, triunfan. El Romanticismo sustituye a la Ilustración, glorificando el sentimiento y la intuición, la fe y la religión frente al razonamiento, un romanticismo que impulsó el nacionalismo más reaccionario.
Esta corriente ideológica repercute en la ciencia, la filosofía, la literatura y el arte. El adoctrinamiento en los colegios que transmite que todo está al servicio de Dios, el rey y el orden natural establecido, que no podía ser cambiado sino de forma muy gradual. Pero, pese a todo, el largo siglo XIX fue un periodo de profundos cambios: la revolución industrial y demográfica, la emigración masiva del campesinado pobre a las ciudades o a las tierras del holocausto americano y la cruenta colonización. En este periodo también se produce un crecimiento enorme de la clase trabajadora de las ciudades fabriles. El estudio científico clásico sobre La situación de la clase obrera en Inglaterra en 1844, escrita por el joven Engels, muestra estos cambios y el desarrollo del proletariado, los obreros y obreras que no tenían nada salvo sus propios hijos, la prole.
A lo largo del siglo XIX, por tanto, la burguesía industrial termina abrazando a la nobleza con su brazo militar y a la religión. La simbiosis se había consumado frente a las clases populares y al creciente proletariado con aspiraciones de poder socialista. Pero seguían existiendo diferencias, mientras que la alta burguesía de las industrias tenía el poder económico no tenía, ni de lejos, el poder político. En Estados Unidos sí lo consiguieron tras la guerra civil de 1861 – 1865 donde eliminaron en buena parte a la aristocracia agrícola sureña y esclavista. Pese a estas diferencias entre clases, les unía el miedo al proletariado y sus reivindicaciones radicales, por eso consentían algunas reformas parciales que no minaran sus privilegios y propiedades. Pequeñas concesiones económicas y retoques legales mientras aumentaba la militarización para aplastar cualquier revuelta popular. El palo y la zanahoria, las masacres y las concesiones sociales es una combinación que ha perdurado hasta nuestros días a lo largo de la historia. Pero las grandes masacres en las revoluciones de 1830, 1848 y especialmente en la Comuna de París no eran nada comparable con las masivas matanzas a los pueblos originarios de las colonias.
Tras la revolución industrial en Europa occidental aparece por primera vez una crisis de sobreproducción en 1870 frente a las anteriores crisis de insuficiente producción agrícola. En esta nueva crisis la oferta excede a la demanda, disminuye la producción, se producen despidos, cierre de negocios, especialmente los más pequeños, y sobreviven las grandes empresas, cárteles y grandes bancos. Serán las colonias y semicolonias las que ofrecen no solo materias primas, mano de obra barata y mercados para sus productos acabados, también lugares donde invertir el capital que se estaba acumulando. Aparece el imperialismo como fase superior del capitalismo descrito y señalado por primera vez por Lenin.
La esclavitud tuvo que ser abolida, pero se utilizaba un sistema de semiesclavitud con población china e india deportada a cualquier parte del imperio para realizar el trabajo más duro y peligroso, como las plantaciones de azúcar en el Caribe o el ferrocarril en las montañas rocosas de Canadá. Lo mismo hicieron los franceses en Indochina, los holandeses en Indonesia o los belgas en el Congo. Esto también ocurría con regiones cercanas como las extensas tierras del oeste americano, llegando al Pacífico, o en Alemania hacia la Europa oriental. Las rebeliones de los pueblos colonizados fueron numerosas y heroicas, pero las potencias europeas ya habían desarrollado la industria de la matanza humana, como la llamaba Marx, armamento cada vez más mortífero frente a unos pueblos desarmados y sin Estados fuertes. El Reino Unido y Francia, pero también en menor proporción otras potencias como Alemania, colonizaron grandes territorios en distintas zonas del mundo.
En este último tercio del siglo XIX es cuando la burguesía cambia, también, del universalismo al nacionalismo más reaccionario y del liberalismo al estatismo, ya que los grandes negocios dependían de los altibajos de los sistemas económicos nacionales y, por tanto, de la fortaleza de la nación, del Estado, incluido el militar. También en este siglo, junto al desarrollo del capitalismo y de la clase trabajadora, nace la teoría y filosofía marxista que propugna la transformación del mundo. Así, surgen sindicatos y partidos socialistas de tendencias marxistas para cambiar en profundidad la sociedad, se utiliza la temida arma de la huelga y las grandes manifestaciones. Ante el ascenso de la lucha revolucionaria, la burguesía se alía a la nobleza militar para la represión física y a la iglesia para la represión de la mente. Se formaron las Primera y Segunda Internacional; frente a esta unión de revolucionarios, el nacionalismo racista se extendió enfrentándose al socialismo internacionalista.
Glorificación de la guerra y terror colonial
El imperialismo colonial también tuvo sus escritores e intelectuales que ayudaron a luchar contra el socialismo y el exceso demográfico. Entre ellos, señalamos a Theodor Herzl, el llamado padre del sionismo, que consideraba que la colonización de Palestina podía acabar con el auge de movimientos revolucionarios entre las personas judías pobres de Europa. En las guerras desiguales de la conquista de colonias, los muertos del lado europeo no eran muchos y, si acaso, de soldados de clase trabajadora, pero morían decenas y centenas de miles de nativos. Estaba claro que esas matanzas, entonces como ahora, importaban bien poco a las metrópolis. Así ocurrió en las invasiones más actuales de Vietnam, Irak o Afganistán, sin hablar de los genocidios imperialistas en muchos países africanos. En la actualidad, cuando escribimos estas líneas, las guerras polivalentes se expanden por todo el globo, destacando la guerra de la OTAN contra Rusia, en Ucrania, o el genocidio en Palestina por el ente sionista «Israel» apoyado por Estados Unidos y sus aliados.
También es muy actual la utilización e importancia que tuvo la dominación ideológica, la manipulación de la mente por múltiples vías. Una manipulación que ha sido constante en la historia desde que existe discriminación y dominación social y patriarcal, aunque con herramientas propias de cada época. Incluso en un periodo relativamente corto como el que narra el libro, podemos observar las distintas formas de configurar esta dominación cognitiva. Así, ya avanzado el siglo XIX, aparece una corriente filosófica y pseudo científica, Nietzsche y el darwinismo social, justificadora de las matanzas coloniales y las guerras imperialistas. La máquina mediática se puso a funcionar a todo vapor, todos los medios de comunicación, que entonces también eran propiedad de las elites, llevó a cabo el adoctrinamiento en las escuelas y cuarteles, la manipulación de las almas en las iglesias. Todo estaba dirigido a los sentimientos antisocialistas, antisemitas, militaristas y tremendamente racistas de la población europea. El servicio militar obligatorio, la cultura como canciones, poemas, libros o equipos deportivos, la ciencia, todo tocaba al compás de la guerra.
El darwinismo social utilizó interesadamente conceptos biológicos como la selección natural, la lucha por la supervivencia o la supervivencia del más apto, para trasplantarlo a su racismo y lucha despiadada por las riquezas y el poder sobre las mayorías pobres dentro de sus países y, sobre todo, de los pueblos subhumanos colonizados. Así se construyó la pretendida superioridad de la minoritaria raza blanca. Las ideas del filósofo alemán Nietzsche fueron también de gran utilidad en esta guerra ideológica. Frente a la Ilustración y al liberalismo, planteaba que solo la minoría racial superior podría dominar a la masa inferior, refiriéndose claramente a los subhombres de las colonias y a las clases sociales bajas potencialmente revolucionarias. Defendía al gobernante valiente, belicoso y despiadado, un superhombre, que reprima sin compasión las revueltas de esclavos y dispuesto a sacrificar en las guerras a masas de gentes, en un alegato a la guerra y a la esclavitud para el futuro glorioso de Europa. Estas ideas racistas, supremacistas y machistas eran apoyadas por otros intelectuales como Wifredo Pareto. Ideas que eran enfrentadas desde el lado revolucionario por mujeres como Rosa Luxemburg, cuyo grupo terminó llamándose Liga Espartaquista, en honor al esclavo rebelde y libre, Espartaco.
Nunca antes se había glorificado tanto la guerra en una masiva y difusa guerra cognitiva que calaba en las mentes de las gentes, especialmente de las clases altas de la población. La elite nietzscheriana, que también veneraba a lideres intelectuales anteriores como al clero Malthus, pensaba que la guerra sería la inevitable y positiva poda del exceso de población malthusiano, una poda cuantitativa que mejoraba la calidad. La guerra era un antídoto para la propaganda marxista y el radicalismo de las masas y sus peticiones de mejoras sociales. La guerra promovía las relaciones de poder autoritarias y la estricta disciplina del ejército. ¿No eran suficientes motivos para desencadenar su desenlace?, desde luego no eran todos los únicos y necesarios motivos como el propio relato del libro va mostrando. Fue así como se fue gestando, preparando mentalmente a la población a una cruenta guerra que mató a millones de personas en Europa. A las elites europeas, como ahora, no les importa las miles, millones de muertes, pero no previeron una terrible consecuencia para ellas, la Gran Revolución de octubre, la primera revolución socialista.
Las contradicciones entre las potencias europeas eran innegables, la codicia por las ricas tierras coloniales y su saqueo fue de tal calado y necesidad que continúa en la actualidad. Asia Occidental ya era una zona codiciada por el Reino Unido debido a sus ricos yacimientos de petroleo por lo que fue un foco importante del conflicto. También tenía gran importancia las rutas comerciales y militares no solo marítimas sino también por ferrocarril. Las formas de dominio de las tierras saqueadas por sus riquezas era una anexión directa, colonias, o indirecta, protectorados. Pero también a la forma de Estados Unidos, como penetración económica con estatus neocolonial que se implantaría posteriormente. Aunque previamente este país ya se había anexionado el lejano oeste, una parte de México y Puerto Rico. Las miras coloniales estaban en todas partes, también en China. Entre las potencias imperiales estaba una no europea, Japón, que se involucró en la Gran Guerra por sus intereses coloniales en China.
Estado prebélico y reformismo socialista
La emigración de gente de la clase trabajadora a las colonias, la implantación de algunas políticas sociales, como las de Bismarck en Alemania, mejoraron algo la vida de los pueblos de la Europa occidental. Esta situación hacía que muchos socialistas no vieran necesaria la revolución. Fue el caso de un amplio sector del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD). Así los teóricamente internacionalistas socialistas se volvieron más nacionalistas y terminaron apoyando la guerra imperialista. Esta tendencia nacionalista de la socialdemocracia y del socialismo europeo se conoció como patriotismo o chovinismo social. La entrada en el parlamento les dio privilegios y solo promovían tímidas reformas políticas y sociales. Pensaron cómodamente que se podía avanzar gradual y pacíficamente hacia el socialismo, nació el reformismo socialista. Sin embargo, dentro de cada partido socialista surgió una fuerte oposición de tendencia marxista que seguían creyendo en la revolución como fueron los casos conocidos de Rosa Luxemburg, Karl Liebknecht y Lenin.
El reformismo socialista, como ocurre en la actualidad, teóricamente seguían a Marx, pero en la práctica lo niegaban. Lo que dicen no lo hacen, como efectivamente ocurrió con el apoyo a la Gran Guerra ¿nos suena esto de algo? Un reformismo que, de forma hipócrita, criticaba el colonialismo, pero que en la práctica apoyaba a los gobiernos en su expansión colonial. Entre muchos ejemplos, el Partido Socialista Belga apoyó la colonización y sus atrocidades en el Congo belga. Los socialistas franceses defendían un colonialismo más humano, pero no hicieron nada por la luchas de los pueblos colonizados. En Estados Unidos luchaban por los intereses blancos, nunca negros.
Esta deriva reformista y sus incongruencias éticas son antecedentes históricos de los actuales partidos socialistas, socialdemócratas y también de muchos partidos que se autodenominan comunistas en la Europa actual. Pero, más allá de la organización de la lucha de clases y su capacidad de transformación social, las contradicciones internas del sistema capitalista fueron sus crisis de superproducción que provocaba el alza de los precios y el empeoramiento de las condiciones de vida de la clase trabajadora. Esto, a su vez, producía una intensificación de la lucha de clases y un aumento de la competencia entre potencias por nuevos nichos de saqueo.
Pese a las traiciones reformistas, el clima de protestas era muy alto y afectaban seriamente a los intereses económicos y militares de las clases dominantes, incluida sus infraestructuras como la minería, los puertos y el ferrocarril. Además de las concesiones que se tenían que dar cuando las huelgas tenían éxito por no poder contar con las tropas para aplastar a los huelguistas. Todo esto preocupaba a las elites europeas, teniendo en cuenta que el peligro revolucionario crecía en el sur y en el este de Europa, desde España, gran parte de Italia, pasando por la península balcánica hasta Rusia. En esa zona no existían las bendiciones del imperialismo ni la aristocracia obrera ni el progreso del reformismo. Pero, excepto en Rusia, estos estallidos sociales no estaban respaldados por organizaciones revolucionarias con una estrategia de transformación social, lo que daba alas a la clase dominante para nuevas formas de enfrentarse a la lucha de clases en Europa.
En Rusia, la revolución de 1905 se produjo tras la humillante derrota en la guerra contra Japón siendo duramente reprimida. Rusia se sumió en una profunda crisis hasta el estallido de la Gran Guerra. El Partido Socialista, en Italia, se deshizo de los reformistas y escogió la vía revolucionaria, internacionalista y, por tanto, era contrario a la guerra. Había revueltas campesinas y manifestaciones, disturbios y huelgas de cientos de miles de trabajadores en los grandes centros industriales. A esto se sumaban las minorías en países e imperios multiétnicos y multilingües, como los irlandeses en el Reino Unido, los flamencos en Bélgica, los eslavos en la monarquía austro-húngara, los polacos en Rusia o los armenios en el Imperio otomano. Las mujeres incrementaron sus luchas por sus derechos, por el voto y su emancipación en amplios aspectos de sus vidas, incluida la sexual, como las sufragistas en el Reino Unido y, sobre todo, las militantes comunistas en Alemania, en Rusia, por los derechos de las trabajadoras. Una lucha muy enconada y dura que se enfrentaba a una sociedad patriarcal y reaccionaria.
Las revueltas y revoluciones en las colonias eran cada vez más amenazantes para la elite. La revolución de México en 1910, las rebeliones de los hereros en el sudoeste de África en contra de los colonialistas alemanes que fueron machacados en un auténtico genocidio. La revuelta nacionalista de los bóxers, en 1900, contra los colonizadores en China. La revolución de Xinhai en China en 1911 que eliminó la dinastía Qing que fue sustituida por una república nacionalista menos servil a occidente. Los libros de la época muestran la sinofobia y racismo tremendo contra China que se muestra de forma cruda en la novela de ficción de Jack London de 1914, La invasión sin paralelo, donde se relata el exterminio de la población china con bombas repletas de patógenos de peste bubónica, cólera, entre otros, terminando de purificar la región con inmigrantes europeos. Lo que no supo nuestro racista y supremacista novelista es que sus deseos e ideas se hicieron realidad en 1937, cuando la aviación japonesa lanzó bombas de cerámica llenas de bacilos de peste bubónica sobre ciudades chinas durante la ocupación japonesa.
Pocos años antes de la guerra, casi todas las potencias se embarcaron en una política interior contrarrevolucionaria, militarista, ultranacionalista y una política exterior agresiva y peligrosa. Alemania es un claro ejemplo de esto, en las elecciones de 1912 los socialista obtuvieron una gran victoria y se pensó en un golpe de Estado con Guillermo II a la cabeza, pero no fructificó. La elite del imperio austro-húngaro se sentía asediada por movimientos sociales y nacionales de las minorías eslavas meridionales y fue el emperador quien dio un golpe de Estado militar en marzo de 1914. La mano dura interna a la minoría étnica eslava meridional se acompañaba de una política agresiva contra Serbia que inspiraba a dichas minorías. El gobierno ruso se derechizó y militarizó, aumentó su ejército y las infraestructuras, como el ferrocarril, para poder movilizar rápidamente las tropas y el material bélico.
Aunque en todos los países había movimientos y sentimientos contra la guerra, en el Reino Unido era especialmente mayoritario, por eso se inicia una intensa propaganda contra Alemania. Una campaña mediática de espías y saboteadores alemanes por todas partes y de una probable invasión alemana. La manipulación psicológica vuelve a ser el preámbulo de la guerra para preparar a la opinión pública británica contra Alemania en una posible próxima confrontación. Así, un biólogo inglés propuso la idea darwinista social de que dos razas superiores estaban predestinadas a competir donde una triunfaría y la otra moriría.
El culto a la guerra era un asunto de la clase dominante, todo se estaba preparando y organizando, las potencias europeas, excepto el Reino Unido, tenían unos inmensos ejércitos por la inclusión del servicio militar obligatorio. Se produjo una enorme inversión que debía producir dividendos cuanto antes. El reclutamiento masivo provocó que más mandos militares medios procedieran de sectores de clases medias o medias bajas que pudieran quitar el control a la nobleza, tal como deseó Engels, hacer que el ejército dejara de ser útil como instrumento de hegemonía de clase. Se insiste en que la finalidad de la guerra es, en gran parte, resolver los conflictos internos, aunque, para el caso de Rusia, por ejemplo, los informes policiales rusos advertían de todo lo contrario. Ya Engels planteó que la guerra podía llevar a la revolución por el colapso de los viejos regímenes.
Comienza la gran guerra imperialista
La guerra era inminente, los movimientos y tensiones se producían en diferentes regiones, pero será el atentado del heredero al trono del imperio dual, un fanático ultraconservador, belicista y partidario de mantener buenas relaciones con Rusia, el detonante del conflicto. El atentado se produjo en Sarajevo, capital de Bosnia-Herzegovina, en junio de 1914, una región habitada por eslavos meridionales que durante siglos había pertenecido al Imperio otomano, pero anexionada por la monarquía dual pocos años antes. El objetivo real de este asesinato, por un sector de los nacionalistas eslavos meridionales, no está tan claro, pero sí fue la excusa perfecta para que el imperio Austro-Húngaro desatara la anhelada guerra contra Serbia, a la que culpaba del asesinato. Los aliados y contraaliados cumplen sus acuerdos de guerra, algunos de ellos secretos. Las piezas se configuran, Alemania junto al Imperio dual se enfrenta a Serbia y su aliada Rusia. Alemania invade Bélgica, mientras Francia, Reino Unido y Rusia luchan contra Alemania. Italia entra un poco después junto a los imperios centrales. Posteriormente, se incorporan Rumanía, Bulgaria, Grecia y Portugal. Ya casi al final de la guerra, como pasará en la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se une para repartirse el botín de los vencedores. Vemos, por tanto, que países que tuvieron un rechazo generalizado a la militarización y a la guerra, como Reino Unido, Italia y Estados Unidos, entraron igualmente en ella a costa del alistamiento forzoso y de la baja moral de los soldados.
Durante la Gran Guerra la industria de la matanza humana se enriquecía enormemente, mientras dejaba a mucha gente en la miseria. Como se ha dicho, los socialistas reformistas decían ser internacionalistas, pero a la hora de la verdad no se opusieron a la guerra o votaron a su favor utilizando los mismos argumentos que están utilizando ahora, que su país se tenía que defender del ataque enemigo. Solo los sectores radicales de esos partidos o los nuevos partidos comunistas siguieron siendo consecuentes con su internacionalismo revolucionario y contrarios a la guerra imperialista. Como se ha señalado antes, Rosa Luxemburg, Karl Liebknecht y Vladimir Ilich Lenin, fueron figuras emblemáticas de este último sector.
Rosa Luxemburg y su facción izquierdista se enfrentaba cada vez más a sus antiguos compañeros del SPD alemán que iban tomando claras posturas reformistas. Mientras, ella y su grupo seguían luchando contra la clase dominante alemana, denunciando sus posturas imperialistas y militaristas. Son conocidos sus discursos en los juzgados contra el maltrato de los altos cargos del ejército a los soldados y en las calles ante multitudes arengando contra de la guerra y la muerte entre hermanos. Cuando el 4 de agosto de 1914 sus antiguos compañeros del SPD votaron a favor del presupuesto para la guerra, ella y su compañera Clara Zetkin eran muy conscientes de la injusticia de un parlamento que no las dejaba votar por ser mujeres.
Mientras tanto, en su exilio en Suiza, Lenin señaló de forma sarcástica que la guerra había proporcionado a la elite la oportunidad de atraer a las filas del orden existente a los oportunistas que había dentro del movimiento socialista. Por otro lado, dejaba bien claro que se trataba de una guerra burguesa e imperialista, una guerra por los mercados, pero también un intento de suprimir al movimiento revolucionario, de engañar, desunir y masacrar a los proletarios de todos los países enfrentándolos entre sí. Lenin argumentó que la victoria del propio país sería la de su orden establecido y, por tanto, en perjuicio de los pueblos. Por eso los verdaderos socialistas no debían defender a la patria sino aprovechar la situación para emprender la revolución y obtener la verdadera victoria para el proletariado en su lucha de clases. Como otros líderes o lideresas consecuentes, Lenin practicó lo que predicaba y dirigió a los bolcheviques para trabajar por la causa revolucionaria, y entre la tropa para que no acudieran al frente.
Tras el estallido del conflicto, la política desapareció, se dejaron de celebrar elecciones, lo que nos recuerda lo que está ocurriendo actualmente en Ucrania. Se implantó el estado de sitio y otras leyes para censurar, limitar la libertad de prensa, registrar domicilios y otras medidas de represión y control de la población. Mientras duró la guerra, se prohibieron las huelgas y se detuvieron personas que eran contrarias al conflicto. En definitiva, se privó de muchas libertades y derechos a los ciudadanos del país, a los mismos que se les había pedido ir a la guerra para defender la democracia y la libertad. Todo lo cual nos vuelve a recordar las actuales guerras imperialistas, tremendamente criminales e injustas que se declaran en defensa de la democracia y la libertad.
El estado de sitio otorgó amplios poderes al ejército en los distintos países en disputa. En Alemania todos los territorios conquistados fueron administrados por el ejército, la Bélgica ocupada por Alemania se convirtió en un régimen de terror. La burocracia estatal, los servicios secretos estaban en estrecha colaboración con el ejército. El Estado y la industria de la matanza humana se sincronizan, dejando los negocios que se necesitaban para la victoria en manos del sector privado. La explotación laboral aumentó y se utilizó a mujeres y niños para el trabajo en las fabricas. En Rusia la situación era aún peor. Los trabajadores que osaran protestar e ir a la huelga eran alistados inmediatamente en el ejército. Se utilizó el trabajo forzado de civiles y prisioneros de guerra. El empobrecimiento era generalizado y en las Potencias Centrales el hambre hacía estragos entre las clases más bajas.
Mientras, seguían las ganancias de las grandes empresas de armas, material para la guerra y productos químicos como fertilizantes. Empresas como Krupp, AEG, Stinnes (productor de acero), Citroën o el constructor de submarinos, Blohm & Voss, obtenían inmensos beneficios. Claramente la guerra era buena para el proceso de acumulación y ante la pregunta de si no fue esa una de las razones para que los industriales y banqueros hubieran querido la guerra, la respuesta nos parece bastante clara.
La Gran Guerra fue considerada la primera guerra industrial, con armas mucho más mortíferas, como las ametralladoras y la artillería, que provocaron verdaderas masacres. Decenas de miles de soldados murieron sin haber visto al enemigo, acribillados o despedazados por proyectiles disparados a kilómetros de distancia. La artillería alemana tenía un alcance de catorce kilómetros y podía disparar con gran precisión gracias a la información recibida de observadores en aeroplanos. También se utilizaba armamento químico y biológico. Las bajas fueron enormes en todos los bandos. En el lado francés, a finales de 1914, tuvieron más de un millón, incluido el aproximadamente medio millón de hombres muertos. Los generales franceses ordenaban a gran cantidad de soldados atacar a los alemanes, que no solo estaban armados con ametralladoras y artillería de campo, sino que también estaban protegidos en profundas trincheras, algo que los franceses consideraron durante mucho tiempo una forma poco caballerosa de luchar, pero las trincheras terminaron unidas para siempre a esta guerra.
Los alemanes no solo llevaron sus mayores piezas de artillería, también zepelines que arrojaron bombas sobre las ciudades, como fue el caso de Lieja, el primer bombardeo aéreo de una ciudad en la historia. Para finales de año aproximadamente un millón de alemanes murieron o fueron heridos en el frente, apenas quedaba alguna familia en Alemania o Francia que no hubiera sufrido alguna pérdida. En la navidad de 1914, el total de bajas del Imperio Austro-Húngaro superaba ya el millón. De todos los países beligerantes Serbia iba a sufrir especialmente en esta guerra, donde pereció el 20% de la población. En cuanto a los rusos, sus bajas fueron tan catastróficas como las de los franceses, en su enfrentamiento a las ametralladoras alemanas, la matanza fue tal que provocó un problema inédito en el bando alemán: el campo de visión de sus operarios de ametralladora quedó tapado por montañas de rusos muertos y heridos. También el ejército profesional británico en pocos meses sufrieron importantes bajas al intentar detener el avance alemán hacia Francia a través de Bélgica.
Fue una guerra estacionaria o de agotamiento donde los soldados tenían que estar y vivir dentro de las trincheras. Allí les esperaba una horrible muerte o quedar terriblemente mutilados. Esta situación provocó enfermedades y síndromes antes desconocidos, como el pie de trinchera, al estar mucho tiempo en las trincheras anegadas, los pies se enfrían y se hinchan, se infectan y muchas veces era necesario amputarlos. Las condiciones higiénicas eran deplorables, con cadáveres en descomposición, incluidos los de los caballos. Las letrinas eran a veces destruidas por los proyectiles. Todo tipo de enfermedades hacía su aparición, epidemias gastrointestinales y respiratorias, la pandemia de la gripe, mal llamada española, se transmitió en Europa por la llegada de tropas estadounidenses y resultó especialmente mortífera en los últimos años de la guerra. Tuberculosis, bronquitis, alcoholismo y enfermedades venéreas como la sífilis y la gonorrea también hicieron estragos entre los soldados. Estas últimas enfermedades afectaron algo menos a los soldados alemanes por sus estrictos controles y el desarrollo de la industria química y farmacéutica que obtuvo la primera medicación efectiva contra la sífilis.
La lista de enfermedades se hace interminable, imposible abarcarlas todas, las lesiones en la piel por quemaduras y por los gases venenosos como el gas mostaza. Las neurosis y enfermedades mentales eran habituales, el bombardeo generalizado de artillería provocaba lo que se conoció como neurosis de la guerra, el actual síndrome de estrés postraumático. Producía pérdida del control, taquicardia, temblores y sudor frío, relajación de esfínteres, pérdida de audición e incapacidad para obedecer órdenes. Para la mayoría de los soldados las heridas, enfermedades y la muerte misma, era una forma de liberarse del infierno de la guerra.
Esta situación desmoralizó rápidamente a las tropas de todos los países beligerantes y se constató lo generosos que se mostraron los generales de dichos ejércitos respecto a las vidas de sus soldados. No era raro que los oficiales de artillería se negaran a apoyar a la infantería: se consideraba irresponsable desperdiciar proyectiles y desgastar las armas para salvar la vida de un montón de campesinos y obreros. Sin hablar del fuego amigo, de los disparos por descuido de la artillería, pero también cuando esta disparaba contra sus propios soldados de infantería para obligarlos a avanzar durante un ataque.
En esta guerra imperialista se reclutó a la fuerza, en el bando británico como en el francés, soldados de las colonias como Senegal, Marruecos, Argelia y la India. Muchos de ellos fueron testigos de las atrocidades cometidas contra los prisioneros de guerra o civiles, esto último especialmente en Bélgica, en Serbia y en la provincia armenia del Imperio otomano donde se cometió un verdadero genocidio que superó con creces el millón de víctimas. Por otro lado, la inmensa mayoría de los soldados estadounidenses provenían de las clases trabajadoras, sobre todo afrodescendientes y población migrante recién llegada al país, reclutados a cambio de dinero o de su legalización.
En Mesopotamia, los otomanos se enfrentaron a una invasión de tropas británicas aunque conformadas mayoritariamente por soldados de la India. Para el ejército británico la protección de las refinerías de petróleo y toda su infraestructura era una prioridad, aunque invadiera a la vecina Persia, violando su neutralidad. En África, británicos y franceses invadieron las colonias africanas de Alemania. Otro punto de la guerra fue Asia Oriental, donde Japón tenía ambiciones imperialistas sobre China. El desarrollo de la guerra iba mostrando los intereses de las potencias europeas dentro y fuera de ella, de forma que, tras la victoria sobre Alemania, los vencedores se repartieron el botín de sus antiguas posesiones coloniales. Los ingleses y franceses se quedaron con las mejores partes y los belgas se apropiaron de las actuales Ruanda y Burundi en recompensa por sus esfuerzos. El objetivo imperialista de la guerra estaba claro.
Revolución rusa y guerra cognitiva contrarrevolucionaria
La poderosa maquinaria de propaganda continuó su funcionamiento en el transcurso de la guerra para silenciar las bajas del propio país o de sus aliados e incluso transformarlas en victorias. Pero los soldados veían y sufrían la cruda realidad del frente y su descontento iba en aumento, se hicieron críticos de la guerra e incluso revolucionarios. No era para menos, vivían la realidad del desprecio y maltrato de sus superiores, sabían que iban a la muerte mientras ellos se quedaban en la retaguardia, recibían castigos ejemplarizantes y fusilamientos por deserción. Los soldados rasos sintieron cada vez más aversión y odio por sus oficiales al tiempo que empezaron a simpatizar con los hombres a los que se enfrentaban al otro lado de la trinchera, donde se produjo una oleada de confraternizaciones entre ellos.
El Reino Unido, líder en propaganda de guerra, crea la Oficina Especial de Propaganda de Guerra, que recluta a representantes de la elite intelectual, literaria y periodística del país. Se trataba de elogiar la guerra e inflar en la prensa las atrocidades cometidas por los alemanes en Bélgica. Al mismo tiempo se luchó intensamente contra cualquier forma de antimilitarismo, sindicalismo y socialismo. Periódicos prestigiosos que se destacaron en estos bulos y mentiras son Daily Mail y también The Times. Se contaban los horrores cometidos por el enemigo, como clavar las bayonetas a los bebés o cortar las manos a la gente, mentiras creíbles porque poco antes estos medios británicos habían contado actos similares cometidos, ciertamente, por las tropas coloniales belgas de Leopoldo II en el Congo.
Nuevamente, la verdad se convirtió en mentira y la mentira en verdad. La gente no sabía como transcurría la guerra salvo por los casos de heridos y muertos de su entorno. La propaganda también trataba de convencer a la gente de que la guerra la inició el enemigo y que se estaba dando una lucha entre el bien y el mal, entre civilización y barbarie, entre nuestra raza superior y su raza inferior. Era cuestión de triunfar o perecer. Ya se comenzaba a hablar de la lucha entre democracia y dictadura. ¿No nos vuelve a sonar la gran mentira actual de la guerra por la democracia y los derechos humanos? Toda esta intoxicación y manipulación psicológica tuvieron consecuencias terribles en las mentes de la gente, que empiezaron a dudar de todo, cayendo en una especie de negacionismo. Una situación que observamos en la actualidad en nuestras poblaciones europeas a la hora de analizar los acontecimientos, especialmente políticos y científicos. Pero, entonces como ahora, siempre hay pueblos, organizaciones y colectivos políticos, personas, con una visión correcta de la historia que lucharon y luchan contra la elite y sus mentiras.
La constante guerra cognitiva a la que tenemos que enfrentar la batalla de las ideas, como diría Chávez, nos vuelve a recordar a tiempos presentes como la intensa rusofobia y el apoyo del ataque de la OTAN contra Rusia en Ucrania o la actual guerra híbrida contra Venezuela tras las elecciones presidenciales del pasado 28 de julio de 2024. Los fascistas pretenden dar unos resultados tramposos a través de una página web, mientras no reconocen a las instituciones venezolanas. Mientras tanto los ataques son diversos y coordinados, se paga a las guarimbas para que realicen sus agresiones y asesinatos fascistas, se realizan multitud de ataques mediáticos y ciberataques a las instituciones venezolanas y se realizan sabotajes eléctricos. Todo está perfectamente orquestado con el fin de desestabilizar y de crear una imagen de crisis en Venezuela. Una imagen que contrasta con su realidad, un país que organiza unas elecciones presidenciales, de una calidad y transparencia sin comparación en el mundo, un pueblo tremendamente participativo en su funcionamiento social y comunal, unas movilizaciones masivas de apoyo a su presidente imposibles de ver en las llamadas democracias occidentales. Nuevamente la verdad se tapa con la mentira.
El final de la Gran Guerra se caracterizó por el descontento generalizado de las grandes masas en los países involucrados, se crearon partidos más radicales a los tradicionales reformistas, como el Partido Socialista Laborista y su periódico The Socialist en el Reino Unido, o el Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania al que se unió el sector espartaquista que dejó el SPD. Pese a todo, y a la incuestionable influencia de la Revolución rusa, no lograron cuajar una alternativa ideológica y política que tenga posibilidades de tomar el poder. Resultaron amenazantes, sí, pero no llegaron siquiera a plantearse cortar con el orden existente de la clase dominante, incluso cuando Europa estaba en su momento de mayor debilidad. Su derrota permitió a los poderes estatales retomar sus alternativas ideológicas y políticas, y usar la violencia pura y dura. Así, en 1917 se fundó en Alemania el nacionalista y ultrabelicista Partido de la Patria Alemana, financiado generosamente por el alto mando del ejército, un partido protofascista embrión del partido nazi alemán.
En Rusia la situación es muy diferente, el cansancio y descontento por la guerra y la hostilidad hacia el régimen zarista llegan a niveles sin precedentes. Una inmensa multitud se manifiesta frente al Palacio de Invierno en Petrogrado y el zar tiene que abdicar. El nuevo gobierno provisional constituido por reformistas y reaccionarios quieren continuar la guerra en contra de la gran mayoría de la población. Los soldados también se organizan en comités, los conocidos soviets, donde discute y decide colectivamente. Los líderes civiles y militares son cada vez más partidarios del cese inmediato de las hostilidades y de unas negociaciones con un acuerdo de paz aceptable para todas las partes. El partido bolchevique, liderado por Lenin, defiende la paz y el fin de la guerra, así como cambios profundos sociales, el reparto de la tierra o la jornada laboral de ocho horas. Mientras sus rivales mencheviques son partidarios de seguir en la guerra. La tradición organizada del partido y el talento de Lenin con un apoyo popular masivo les permite llegar al poder en lo que se conoce como la Revolución de Octubre de 1917.
Por supuesto, entonces como ahora, la prensa y toda la maquinaria mediática de la Europa reaccionaria y belicista de la época construyó el relato de que Lenin era un dictador. La persona que, junto a su pueblo, trajo la paz y los cambios revolucionarios que anhelaba una amplia mayoría, era el dictador. Mientras que Churchill, un fascista reaccionario que quería seguir la guerra contra la voluntad de los pueblos, fue y sigue siendo calificado de magnífico demócrata. La historia sigue repitiéndose en la manipulación y la mentira de la reacción. Los pocos corresponsales de guerra occidentales que estuvieron presentes en Rusia reconocieron que los bolcheviques gozaban de un apoyo popular generalizado. Pero, los grandes periódicos de la elite, como The Times, calificaron despectivamente a los bolcheviques de necios, ladrones y asesinos.
La narrativa de la mentira se repite para que parezca la verdad. Pero a los pueblos no se les engaña tan fácilmente, sobre todo si tienen una tradición histórica de luchas y resistencias. La arremetida fascista contra Venezuela que, como acabamos de comentar, se está dando cuando escribimos estas líneas, se acompaña de una mentirosa campaña mediática. Los fascistas de la oposición de extrema derecha son los demócratas defensores de la verdad y el presidente Nicolás Maduro, del gobierno legítimo de Venezuela, es el dictador que hace trampas en las elecciones.
El caso es que la elite de las potencias colonialistas odiaban al gobierno bolchevique, más aún cuando publicaron los acuerdos secretos que habían firmado los miembros de la Entente, como el Acuerdo Sykes-Picot respecto a Asia Occidental. Pero, sobre todo odiaban el ejemplo que estaba dando a los pueblos del mundo. Lenin y sus camaradas proclamaban abiertamente su determinación de trabajar por la emancipación de todos los pueblos oprimidos de Europa, pero también de los pueblos colonizados. Así, el gobierno bolchevique, inspiró y ayudó a la lucha por la independencia y por el cambio radical en las colonias.
La guerra llega a su fin, los aliados vencedores, los que precisamente tenían más colonias, terminan repartiéndose el botín por el que realmente habían comenzado la guerra. En el arriba comentado Acuerdo de Sykes-Picot, se repartieron los despojos del Imperio otomano en Asia Occidental, los británicos se apropiaron de Irak, Kuwait, Palestina y Jordania, mientras que los franceses se hicieron con Siria y Líbano. En Palestina, el gobierno británico dio sus bendiciones a los planes sionistas de crear un hogar nacional para el pueblo judío, mediante la Declaración de Balfour en diciembre de 1917, en la que se estipulaba hipócritamente que se iban a respetar los intereses de la población palestina. Así, el gobierno británico trataba de obtener el apoyo de influyentes miembros de la comunidad judía en el Reino Unido y también pretendía que los judíos que emigraran a Palestina se convirtieran en aliados fieles del Imperio británico en Asia Occidental.
El final de la Gran Guerra supone el fin de la hegemonía política de la nobleza, las pocas monarquías que quedaron se arroparon de reformas sociales y políticas. La Iglesia perdió también parte de sus privilegios económicos, mucha de su influencia y prestigio por haber apoyado incondicionalmente la guerra. Fue la burguesía industrial y financiera la que surgió como la principal ganadora de esta lucha social. En todos los países beligerantes el Estado había tenido que financiar el esfuerzo bélico pidiendo prestadas cantidades enormes de dinero. Las grandes corporaciones y bancos de las potencias imperialistas victoriosas obtuvieron enormes beneficios monetarios además de los territorios dentro y fuera de Europa como parte del botín de guerra de los vencedores. Estados Unidos mostró un interés cada vez mayor por Europa y empezó a tener una importante influencia cultural, especialmente con la música y la industria de Hollywood.
La burguesía industrial, pese a todo, tuvo muchos problemas con las reformas que tuvieron que hacer, pero, sobre todo, con la Revolución rusa que triunfó. Los bolcheviques no pagaron las deudas extranjeras contraídas por el régimen zarista y nacionalizaron sin compensación las filiales rusas y otras inversiones de las corporaciones extranjeras. Shell, por ejemplo, había ganado mucho dinero durante la guerra, pero la Revolución rusa hizo que perdiera sus yacimientos de petróleo en el Cáucaso. Sus pérdidas económicas por dejar de saquear el petroleo ajeno hizo que Shell fomentara y apoyara las ambiciones antisoviéticas de Hitler con la esperanza de recuperar lo que no era suyo.
Fascismo y Segunda Guerra Mundial
Este libro, como el propio autor reconoce, está más centrado en la guerra horizontal que en la guerra vertical, recalcando que la Gran Guerra también fue un conflicto entre clases dentro de cada país, en vez de simplemente una guerra entre países. Realmente el verdadero objetivo fue un dominio de la elite en la política interna y en la externa. Creemos que no se pueden separar una de otra, ni de las contradicciones propias de un sistema capitalista imperialista, sus crisis periódicas que hacían surgir el descontento y una nueva ola de sublevaciones y rebeliones, que en el caso especifico del Imperio ruso dio lugar a la primera revolución socialista del mundo.
La lucha de clases no acabó, es imposible que acabara, que acabe, mientras siga habiendo opresión e injusticia en el mundo. Tampoco acabaron las luchas imperialistas por los botines y rapiña sobre las colonias, pero cambiaron de forma. La posibilidad de una revolución socialista se hizo realidad, encarnada en la Unión Soviética, ejemplo y patrocinador de la revolución en el mundo. De esta forma se funda la Tercera Internacional, la Internacional Comunista de 1919, con el mandato de promocionar la revolución mundial. También se organizó la Conferencia de Baku, en 1920, destinada a apoyar a los pueblos coloniales, especialmente de Asia, en su lucha por la independencia.
Se acercan los años de la gran crisis de 1929, mientras las fuerzas revolucionarias y el descontento popular no llegan a cortar el nudo gordiano del asalto al poder, la burguesía industrial y bancaria, dominante en el poder, sigue su crecimiento militar y policial junto a la creación de fuerzas de asalto paraestatales para atacar, intimidar y frenar las luchas y las organizaciones de la clase trabajadora. Los Freikorps cumplieron esta misión en Alemania y sirvió de modelo al movimiento nacionalsocialismo nazi auspiciado por la clase dirigente alemana. La elite italiana también aprendió esta lección. En los años inmediatamente posteriores al final de la Gran Guerra Italia se encontró en un estado de revolución, pero el equivalente italiano de los Freikorps alemanes, los brutales squadristi del Partido Fascista de Benito Mussolini, desempeñaron un papel fundamental en la represión del movimiento revolucionario.
Mientras, en 1929, el Vaticano firmó con Mussolini los pactos de Letrán, donde se acabó con la separación entre Iglesia y Estado, se concedieron a la Iglesia católica enormes ventajas financieras, se promulgaron leyes que prohibían el divorcio y que tuvieron un papel muy importante en el sistema educativo de la nación. Mussolini también resultó ser útil para los banqueros e industriales de Italia porque bajó los salarios y eliminó los partidos y sindicatos obreros. Además, su programa de armamento produjo beneficios para esa industria junto a una brutal política imperialista que incluyó colonias y Estados vasallos como Etiopía y Albania.
La huelga general triunfante en Gran Bretaña, en el año 1926, tuvo como respuesta del gobierno de Churchill acribillar con ametralladoras a los mineros. El advenimiento de Hitler también intentó cumplir con lo que sería el sueño más querido de la elite alemana e internacional: la destrucción de la Unión Soviética. Pocos años después de la llegada de Hitler al poder, la clase dominante alemana también ayudó al golpe fascista del general Franco cuyas matanzas es de todas conocidas. Portugal, los Estados bálticos, Finlandia y Polonia tuvieron situaciones similares, habían surgido sistemas más o menos democráticos al final de la Gran Guerra, pero a lo largo de las décadas de 1920 y 1930 estas democracias fueron desmanteladas por los grandes terratenientes, los industriales y los banqueros, con la ayuda del ejército y de la Iglesia.
Los países aliados recelaban de las aspiraciones expansionistas de Hitler y trataron de apaciguarlo con concesiones como las colonias de Bélgica y Portugal, pero a la vez les agradaba el régimen fascista y sus aspiraciones expansionistas hacia la odiada Unión Soviética. El proyecto bolchevique emprendido por Lenin y continuado por Stalin hacía enormes progresos económicos y sociales, aún a costa de grandes sacrificios. Mientras que en todas partes la Gran Depresión causaba estragos y generaba desempleo, pobreza y miseria. Fue así como se configuró la Segunda Guerra Mundial, donde nuevamente se combinaba una guerra vertical entre países y una guerra horizontal entre clases, pero con un elemento totalmente nuevo, la revolución socialista de la Unión Soviética.
Los países aliados tremendamente contrarrevolucionarios, como el Reino Unido y Estados Unidos, temían por sus intereses de negocios internos y de sus colonias ante el avance expansionista de la Alemania nazi. Aunque la presencia de la Unión Soviética era un elemento muy perturbador, los aliados contaban con la destrucción o al menos un gran desgaste de este gran país ante la invasión nazi, pero también el desgaste de su competidor imperialista, Alemania. De hecho, pese a ser oficialmente aliados de la Unión Soviética, intentaron atacarla de forma secreta y tramposa ante los impresionantes avances del ejército rojo. Hay que recordar que una gran parte de la guerra se libró en el frente oriental y solo cuando el ejército rojo avanzaba imparable hacia el oeste, los aliados participaron activamente en la guerra.
El pueblo soviético bajo el gobierno de Stalin fue el grans vencedor de la Segunda Guerra Mundial, que no solamente logró impedir la invasión nazi sino que logró llegar a Berlín en 1945, liberando todos los países del este invadidos por los nazis. Esta victoria no fue solo por la potencia industrial y militar que se había desarrollado en muy pocos años, aunque también, fue un logro titánico de todo un pueblo sometido en el pasado y que no quería volver a someterse y esclavizarse en el futuro. Estas proezas que se consiguieron bajo la dirección de Stalin fueron el motivo de su eterna demonización, ¡equiparándolo con Hitler!, al que venció, una humillación que no perdonaron las elites imperialistas.
De la victoria de la Unión Soviética sobre el nazismo hasta comienzos del siglo XXI
El triunfo militar de la Unión Soviética sobre los nazis fue también un triunfo para las fuerzas revolucionarias de todo el mundo y una gran derrota para la contrarrevolución internacional. Esto generó en la Europa occidental una situación casi revolucionaria que, igual que al final de la Primera Guerra Mundial, obligó a las elites a aliviar la presión por medio de importantes concesiones en forma de reformas políticas y sociales. Pero no solamente eso, se tomaron otras medidas secretas menos populares, el narcocapitalismo hizo su aparición y la potenciación de las mafias que controlaban a los sindicatos para mitigar las luchas obreras.
Así, en Europa occidental se llevó a cabo el Estado de menos malestar para competir con los países del bloque comunista y sus avanzados servicios sociales. Comienza la mal llamada Guerra fría, porque realmente siguieron las guerras, calientes y sangrientas, que se produjeron para aplastar las luchas de liberación nacional y anticoloniales. En algunos casos se concedió la independencia formal para instaurar relaciones económicas desiguales en lo que se ha venido en llamar neocolonialismo, pero en otros casos las luchas anticoloniales salieron triunfantes tras una heroica resistencia, como fueron, entre otros, los casos de Argelia y Vietnam. Unos años antes se produjo la revolución popular china bajo el liderazgo del Partido Comunista y de Mao. Una revolución de largo alcance en el panorama internacional y ejemplo de liberación del yugo de las potencias extranjeras.
Estados Unidos salió de la Segunda Guerra Mundial como la principal potencia imperialista y punta de lanza de la contrarrevolución. Una potencia que continuaba con el racismo y el sistema de segregación y que apoyaba al régimen del apartheid en Sudáfrica. Mientras que la multiétnica Unión Soviética integraba y no discriminaba por el color de piel, además de apoyar de palabra y de hecho a los movimientos de liberación de los países bajo el colonialismo y la lucha contra el apartheid sudafricano. La burguesía industrial y financiera de Estados Unidos en colaboración con la burguesía del Reino Unido, Francia y, sobre todo, Alemania, realizó las mayores inversiones desde 1920 para la reconstrucción de Alemania a partir de 1945. La elite estadounidense también colaboró con los grandes terratenientes aristocráticos y con los prelados de la Iglesia católica y el Vaticano. Gracias a esta última colaboración se pudo ayudar a los criminales de guerra alemanes y a los fascistas croatas, ucranianos y de otros países, a escapar a Sudamérica y a otros lugares por medio de las llamadas rutas de ratas. Altos cargos nazis colaboraron activamente en la constitución y desarrollo de la OTAN.
La CIA, el M16 británico y los servicios secretos franceses, pusieron a toda marcha la maquinaria de la manipulación y de la guerra cognitiva contra el comunismo. Utilizaron los medios habituales, adoctrinamiento desde la infancia, púlpitos, prensa, revistas y radio, así como medios intelectuales y culturales. Mientras una guerra convencional siempre debe ser confrontada desde las fuerzas revolucionarias a través de la resistencia y la guerra defensiva, frente a la guerra cognitiva y a la manipulación a través de mentiras, el enfrentamiento debe realizarse con la verdad, con la verdad revolucionaria, la lucha y la resistencia. Por eso muchas veces las agresiones imperialistas con sus matanzas y atrocidades salen a la luz y producen rechazo en el corazón mismo del imperialismo, como lo estamos viviendo con el genocidio que se está perpetrando contra el pueblo palestino y su heroica resistencia. También pasó con la heroica resistencia del pueblo vietnamita bajo la dirección del Partido Comunista y su líder Ho Chi Ming.
Más tapadas por las mentiras imperialistas fueron las heroicas luchas de los pueblos africanos por su independencia, muchas de ellas conducidas por líderes comunistas que fueron asesinados impunemente y sustituidos por dictadores títeres a los intereses neocolonialistas. Destacamos, entre otros muchos, Patricio Lumumba, en el Congo en 1960, y Thomas Shankara, en Burkina Faso en 1967. La lista también es larga en Asia, en los años sesenta, Estados Unidos ayudó en Indonesia a llevar a cabo la masacre de cientos de miles de comunistas y simpatizantes, aupando en el poder al criminal régimen militar de Suharto. En Latinoamérica, las luchas y resistencias son continuas y la revolución cubana alcanza el poder siendo el primer país socialista de Nuestramérica, pero otras son aplastadas. Matanzas y sangrientos golpes militares fueron promovidos por el imperialismo estadounidense en nombre de la libertad y la democracia, como el golpe fascista de Chile, en 1973.
En Europa las intervenciones encubiertas y de falsa bandera con fines de manipular y controlar a la opinión pública, infundir miedo y realizar propaganda anticomunista se llevaron a cabo a través de la CIA, la OTAN y el M16 británico, en lo que se llamó estrategia de la tensión. En 1956, se crea un ejército secreto, la Red Gladio, para defender a Europa de los comunistas internos y externos. Un ejemplo fue el atentado con bomba realizado por Gladio en la estación de tren de Bolonia en 1980 para que fuera atribuido a la organización armada comunista, Brigadas Rojas. Imposible resumir los ejemplos de intoxicación, manipulación y guerra cognitiva contra la población y organizaciones armadas que se propagaron en Reino Unido, Alemania, Italia o el Estado español en esas décadas.
En 1990 se produce la implosión y disolución de la Unión Soviética cuyas causas económicas y políticas no podemos desarrollar ahora. El establecimiento de Estados propios en las antiguas repúblicas socialistas y su debilitamiento al desgajarse de la Unión Soviética propició que las elites apoyaran contrarrevoluciones en esos países. De esta forma, las familias nobles y la Iglesia católica recuperaron propiedades territoriales que habían sido socializadas en 1945. En Polonia, aparece un nuevo líder superdemócrata como Lech Walesa que fue bien recompensado por sus servicios. Mientras la prensa occidental calla, el papa Juan Pablo II, Ronald Reagan y la CIA por fin logran restaurar la democracia en Europa oriental donde los nuevos gobiernos reaccionarios glorifican a elementos fascistas y colaboradores nazis, fomentando el crecimiento de movimientos neofascistas y neonazis, como ocurre actualmente en Ucrania.
En la Federación rusa, tras Gorbachov, la era Yeltsin fue catastrófica, aunque en los últimos años de la narración del libro se reconocen claras mejoras bajo el gobierno de Putin. En China, se pudo cortar, en 1989, otra contrarrevolución en la plaza de Tiananmen y China ha podido continuar su camino al socialismo con características chinas, constituyéndose en una gran potencia y una tierra cada vez más próspera para su población. En esos años noventa, el imperialismo se ve fuerte y con poca resistencia permitiéndose aumentar la explotación laboral de la clase trabajadora del resto de Europa, había desaparecido la amenaza comunista. Sin enemigo soviético ni Pacto de Varsovia, la OTAN, lejos de desaparecer bombardea Yugoslavia y, pese a sus promesas de no avanzar hacia el este, continuó ese avance con la mira puesta en Rusia y China.
En estos años se desarrolla la guerra contra el terrorismo, un concepto abstracto que sirvió para continuar el saqueo imperialista. La industria de la matanza humana sigue sacando beneficios y se invaden países para el robo de petróleo y otras materias primas: Irak, Somalia, Libia y Siria, entre otros. Irak fue invadida porque Saddam Hussein se negó a poner los yacimientos de petróleo irakíes a disposición de los grandes trust petroleros estadounidenses y británicos. La ocupación de Afganistán fue un intento frustrado de impedir los planes geoestratégicos de Rusia y China. El ataque de la OTAN a Libia y el linchamiento brutal del coronel Gaddafi en 2011 fue un buen negocio para la elite internacional, pero una catástrofe para la población Libia. En Siria se intentó, y se intenta, pero no se consiguió gracias a la ayuda rusa que pidió el gobierno sirio. Así las invasiones se acompañan de la permanente guerra cognitiva, justificadora de las guerras que, dicen, luchan contra dictadores y grupos terroristas, grupos que aparecen de repente en esos países a invadir. También en África, los grupos yihadistas aparecen convenientemente para ser salvados por el imperialismo.
Conclusiones
A lo largo del periodo que analiza el libro, y hasta la actualidad cuando escribimos este prologo, comprobamos que la guerra permanente es la cognitiva acompañando a la también permanente lucha de clases. En ese continuo se desencadenan concretas guerras imperialistas de mayor o menor virulencia. Una guerra cognitiva que como hemos visto, y se muestra en el libro, es únicamente utilizada por el imperialismo agresor, los pueblos y sus organizaciones o gobiernos revolucionarios solo pueden, y deben, responder con la verdad. Por eso, también, solo el imperialismo es el que desencadena las guerras agresivas e injustas frente a las defensivas o justas, entre las guerras de rapiña y codicia y las guerras liberadoras de los pueblos, esto es lo que marca la diferencia de la ética revolucionaria, y su verdad, y la falta de ética y moral de la contrarrevolución y sus mentiras fascistas.
En la lectura de este libro y su análisis detallado de unos acontecimientos históricos relativamente recientes, apreciamos esto que decimos. Además, su lectura nos permite reflexionar sobre cómo el capitalismo imperialista, sus aspectos esenciales, continúan en la actualidad. El propio libro nos va mostrando, en un periodo de la historia que abarca desde finales del siglo XVIII hasta entrado el siglo XXI, cómo la esencia del carácter criminal y mentiroso del sistema capitalista, aún más en su fase imperialista, permanece pese a las incuestionables cambios concretos y fenoménicos. Que precisamente por ese doble carácter siempre se acompaña de la manipulación psicológica a las masas, de la guerra cognitiva.
Lo esencial permanece, pero va cambiando en formas externas e internas, igual que cambian las sociedades, la lucha de clases, los pueblos, las correlaciones de fuerzas y alianzas entre clases, las revoluciones y contrarrevoluciones triunfantes y fracasadas. Cambia todo, la ciencia, la tecnología y la cultura. Una atenta lectura del libro muestra esos cambios acompañando a los acontecimientos en un continuo movimiento, pero también como la esencia del colonialismo y luego imperialismo es la misma. Una esencia criminal y racista que necesita la guerra para poder aplacar sus crisis de superproducción y la disminución de la tasa de ganancia, elementos de sus contradicciones intrínsecas y cíclicas al sistema capitalista, aunque enlazadas con las contradicciones externas como las rebeliones y luchas de los pueblos oprimidos. Pero precisamente por ese movimiento continuo de esos procesos aparecen elementos nuevos que a veces pueden dar lugar a cambios cualitativamente diferentes. Un elemento nuevo fundamental en la actualidad es la configuración de un mundo multipolar que comienzan en el periodo final que narra el libro con la guerra económica contra China y el expansionismo de la OTAN hacia el este de Europa, una nueva polaridad que se enfrenta al mundo unipolar que emergió fundamentalmente tras la Segunda Guerra Mundial.
Un mundo unipolar que se ancló con sus organismos internacionales, comerciales, con la dictadura del dólar y la propagación de cientos de bases militares estadounidense o de la OTAN por todo el mundo, pero también amarró su dominio en el ámbito científico-técnico, de la salud o legislativo. Todos esos anclajes, unos antes que otros, comienzan a quebrar. Así, ante la dominación injusta y tramposa del mundo unipolar imperialista, emergen una serie de países que se enfrentan a ellos de forma defensiva. Así, se empieza a configurar el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que no solo ha ido aumentando progresivamente sus miembros, sino también sus facetas de independencia, más allá de lo económico o monetario. Este elemento nuevo de la multipolaridad hace que el choque tectónico entre estos dos mundos, como la historia y las páginas de este libro nos muestran, demuestre nuevamente que la agresión viene del imperialismo.
Unas agresiones que siguen en pleno desarrollo, la guerra contra Venezuela o de la OTAN contra Rusia en Ucrania, que saben perdidas pero siguen haciendo daño con sabotajes continuos, en el segundo caso mandando soldados jóvenes a la guerra o a incursionar en territorio ruso con el propósito frustrado de bombardear la central nuclear de Kursk. El genocidio en Palestina muestra el horror y terror que son capaces de llevar a cabo los sionistas «israelíes» con armas estadounidenses, británicas y de la Unión Europea. Todas esas agresiones solo pueden ser contrarrestadas con el internacionalismo en lo exterior y la praxis revolucionaria en lo interior, en el contexto de la multipolaridad.
Hay esperanza para los países del mundo, especialmente los atacados por el imperialismo. Se trata de defender múltiples ámbitos, no solo económicos, militares y políticos, como el cultural, de la salud y medio ambiente, la tecnociencia y la ciberseguridad que son esenciales para la defensa de la humanidad y la naturaleza. Sabiendo que el imperialismo al saberse herido y derrotado en diferentes frentes se vuelve mucho más peligroso y agresivo, la historia y los hechos más actuales nos muestran de lo que son capaces. Una lectura atenta del libro nos hará reflexionar y enfrentarnos al enemigo de los pueblos con más fuerza que nunca.
Concepción Cruz Rojo
Andalucía, 6 de septiembre de 2024