El colectivo Petri Rekabarren reiniciamos con este documento la dinámica anterior a la pandemia de análisis periódicos de la lucha nacional de clase de nuestro pueblo. Nuestro objetico es simple y humilde: ayudar en la medida de nuestras fuerzas a que crezca y se acelere la recomposición de la izquierda revolucionaria vasca.
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Ya es un tópico decir que la humanidad se encuentra ante la peor crisis de su historia, y como tópico sirve para quitar gravedad al problema, para reducirlo a una coletilla progre que echa la responsabilidad no al capitalismo sino al «hombre». En realidad es todo el modo de producción capitalista el que se hunde en un agujero negro de irracionalismo que podría llevarle a él y a la humanidad a alguna forma de colapso –sin entrar ahora a este debate– que ya fue intuido en El Manifiesto del Partido Comunista de 1848 y sobre todo en obras marxistas posteriores.
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Exonerar al capitalismo de su responsabilidad única quiere decir liberar de ella a la burguesía vasca y a la opresión nacional de la que ella es corresponsable y a la vez beneficiaria, cargándola en todo caso en la «sociedad» en su conjunto. De este modo, las fuerzas sociopolíticas que ni quieren ni saben profundizar hasta las contradicciones profundas que originan la crisis, pueden plantear soluciones superficiales e inservibles a la larga, o algunas ni siquiera plantear soluciones porque optan por la espera.
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Entre las primeras, las que se mueven en la superficialidad reformista, destaca EH Bildu y el PNV en las que optan por la espera. En el medio y como verdaderas fuerzas determinantes por cuanto son las que tienen el poder verdadero en sus manos, está el imperialismo franco-español con sus múltiples instrumentos, entre los que destacan las fuerzas sociopolíticas, sindicales, culturales… y como no, las represivas.
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Sin embargo, la izquierda independentista debería estar inmunizada, vacunada contra el contagio de los tópicos al uso, porque en 1973 la organiozación en su VI Asamblea oficial se definió comunista. Quiere esto decir que, al margen de las diferentes corrientes dentro del marxismo, se asumía que la militancia debía estar formada en ese método revolucionario para guiarse por él en la lucha diaria.
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Pero desde hace mucho tiempo el método y la estrategia comunista fue debilitándose en la izquierda vasca hasta quedar reducido a una pequeña minoría, mientras que, simultáneamente, el vacío teórico era ocupado por diversas variantes de los reformismos que crecían por Europa desde finales de los años 70 hasta llegar a la situación presente. En otros documentos hemos analizado por qué y cómo se ha llegado a la desintegración del grueso de la izquierda vasca en el orden del capital. En este queremos mostrar por qué vemos imprescindible volver ahora al comunismo para romper las cadenas de los tópicos.
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El imperialismo es muy consciente de que la lucha de clases proletaria está al alza en el mundo, y con ella también va al alza su contrario antagónico: el fascismo, impulsado en buena parte por ese imperialismo. También sabe que las perspectivas socioeconómicas son muy inquietantes porque:
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Primero, la pandemia amplía cada vez más las fallas profundas del sistema que se agrandaban desde 2016 – 2017 superando en gravedad sinérgica a las de la crisis de 2007 – 2008.
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Segundo, la debacle socioecológica se suma a la pandemia multiplicando todos los problemas.
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Tercero, el extremadamente inquietante agotamiento de recursos, con sus efectos sinérgicos en la decisiva problemática de la seguridad alimentaria y sanitaria, acorta el tiempo disponible.
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Cuarto, a la decisión del imperialismo de cargar los costos de la crisis sobre el proletariado y sobre otros países y Estados, hay que sumarle la incapacidad de sus estructuras estatales para resolver estas subcrisis dentro de sus propias fronteras dificultando así la recuperación de sus ganancias: es decir, no se trata solo de las crecientes resistencias que enfrenta el capital con el trabajo y del tensionamiento de las contradicciones interimperialistas e internacionales, sino además de la incapacidad de sus estructuras estatales para resolver estos y otros problemas.
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Quinto, esto se comprueba en los actuales cuellos de botella que frenan la velocidad de la realización de los beneficios capitalistas, la subida estratosférica de los precios de los recursos, de la alimentación básica, etc., que retrasan por su parte la posible recuperación imperialista de la crisis.
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Sexto, el endeudamiento imparable, la incontenible burbuja financiero-especulativa y del capital ficticio, etc., disminuye la capacidad del imperialismo para controlar y contener el estallido de las contradicciones.
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Y séptimo, ante todo ello el imperialismo va optando de nuevo por las dos alternativas históricas que confirman la validez de ese comunismo aceptado en 1973: el endurecimiento autoritario de la «democracia» dentro del imperialismo, reforzando en su interior contendidos filo fascistas, y la imposición de fascismos, contrarrevoluciones y guerras criminales en el resto del mundo, lo que pudiera desembocar en el holocausto.
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Cada crisis tiene contenidos nuevos en comparación con las precedentes, pero a lo largo de la historia del capitalismo existe un denominador básico, una constante elemental, que identifica internamente a todas las crisis, denominador elemental que también aparece en cada nueva crisis aunque sea necesario un estudio concreto de ella para descubrir la identidad esencial dentro de las diferencias nuevas.
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La teoría marxista, el comunismo, es la única herramienta intelectual y práctica capaz de descubrir cómo actúa esa identidad esencial dentro de las nuevas crisis y, a la vez, es la única capaz de guiar al proletariado, a los pueblos trabajadores explotados, hacia la salida socialista, y hacerlo desde dentro mismo de las clases explotas nunca desde fuera de ellas.
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Solo ella puede explicar por qué el capitalismo está malviviendo en un «escenario de pesadilla» reconocido textualmente por una de las más prestigiosas consultoras de Estados Unidos como McKinsey & Co., al descubrir en reciente investigación que nada menos que el 68% del patrimonio neto mundial está almacenado en bienes inmuebles y que se esfumaría en la nada un tercio del PIB mundial si colapsaran los precios de los activos.
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Por esto, cuando no solo se debilita o se abandona el marxismo, sino también se le denigra, menosprecia y hasta se le ridiculiza por activa o por pasiva, como es tan frecuente en la prensa del soberanismo abertzale, las organizaciones van girando rápida o lentamente al reformismo, hasta terminar siendo una fuerza de estabilización, de «normalización» del capitalismo.
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La ideología burguesa se repone y contraataca inmediatamente en la conciencia militante en cuanto esta empieza a debilitarse en la medida en la que se abandona la lucha teórica y político-intelectual. Términos como «normalidad», «tranquilidad», «responsabilidad» y otros similares forman el esqueleto ideológico del reformismo en general y del soberanista en particular, términos que nos llevan a otros como «regular», «ordenar», «encauzar»…
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Términos que propagan entre las y los oprimidos el acatamiento del orden mediante el autocontrol, la autolimitación o más crudamente la autorrepresión de las ideas de lucha radical que pueden anidar en la conciencia obrera contra ese orden. Desde mediados del siglo XIX, si no antes, la izquierda revolucionaria se ha esforzado por contrarrestar el efecto paralizante de la pasividad sumisa ante la explotación que el reformismo introyecta en las gentes, pero es una tarea difícil porque la obediencia ha sido impuesta desde la primera infancia y luego es reforzada casi diariamente por el reformismo.
Un comentario
Sin claridad ni orden en la ideología, decía alguien, no puede haber ni claridad ni orden en la organización, el reformismo es confusión.