Nota: Texto a debate para el próximo sábado día 24 a las 19:00 en el Centro Social Smolny, Santander, organizado por la Asamblea Antifascista de Cantabria.
Factor subjetivo
Cuando los trabajadores que pasan hambre, dados sus bajos salarios, hacen una huelga, su acción se deriva directamente de su situación económica. Lo mismo ocurre en el caso del hambriento que roba. Para explicar el robo por el hambre o la huelga por la explotación, no se necesita una explicación psicológica suplementaria. En ambos casos la ideología y la acción corresponden a la presión económica; situación económica e ideología se corresponden. La psicología burguesa tiene por costumbre en estos casos el querer explicar medíante la psicología por qué motivos, llamados irracionales, se ha ido a la huelga o se ha robado, lo que conduce siempre a explicaciones reaccionarias. Para la psicología materialista dialéctica la cuestión es exactamente lo contrario: lo que es necesario explicar no es que el hambriento robe o que el explotado se declare en huelga, sino por qué la mayoría de los hambrientos no roban y por qué la mayoría de los explotados no van a la huelga1.
¿Cuáles son los factores que hacen que la velocidad de crecimiento de las movilizaciones antifascistas sea todavía relativamente lenta, con la que está cayendo? ¿Por qué hay aún sectores obreros y populares que todavía no dan el paso en implicarse activamente en la solidaridad con los y las antifascistas y revolucionarias golpeadas por la represión?2 ¿Por qué estas preguntas de W. Reich siguen siendo tan actuales como lo eran en 1933? La lucha contra el irracionalismo es una seña de identidad marxista y en lo que toca al fascismo adquiere un determinante contenido político tras la derrota de las revoluciones de 1848 – 1849, introduciendo el concepto tan debatido de bonapartismo porque, para muchos, inicia la crítica rigurosa del proceso evolutivo al fascismo de los años 30 y 40, y a sus expresiones actuales. El bonapartismo es tan debatido porque se le descontextualiza y de la aplica dogmática y mecánicamente sin tener en cuenta los cambios en el capitalismo mundial y en las sociedades concretas, como la venezolana3. En 1852 Marx escribió:
La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando estos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritu del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena del historia universal […] La revolución social del siglo XIX no puede sacar su poesía del pasado, sino solamente del porvenir. No puede comenzar su propia tarea antes de despojarse de la veneración supersticiosa por el pasado. Las anteriores revoluciones necesitaban remontarse a los recuerdos de la historia universal para aturdirse acerca de su propio contenido. La revolución del siglo XIX debe dejar que los muertos entierren a los muertos, para cobrar conciencia de su propio contenido; aquí, el contenido desborda la frase4.
En determinadas condiciones, algunas o muchas de las veneraciones supersticiosas del pasado renacen en el fascismo, pero también en las cadenas mentales que hacen que las clases explotadas, sin ser fascistas, sean autoritarias o simplemente «demócratas» que se niegan a defender los derechos de los y las antifascistas, de las palestinas, de las huelguistas y mujeres machacadas, de la población de las Repúblicas Populares del Donbass sometida a los bombardeos terroristas de la OTAN ucronazi. Iremos viendo cómo el contradictorio «factor subjetivo», con su componente reaccionario, presiona contra la solidaridad entre explotados y explotadas. Empecemos leyendo a A. Martínez Serna: «Ser psicoanalista es ser militante de la libertad. Quien no haya entendido esto, es que no ha leído a Freud. […] Por eso consideramos más que oportuna una relación dialéctica entre Marx y Freud. Y ahora diremos la frase inversa de hace rato: “Ningún Marx sin Freud”»5, ya que «Freud hace dialéctica sin saberlo»6.
Fascismo
Pero antes que nada y a la espera de más profundizaciones, intentemos definir qué es el fascismo. ¿Es cierto que hay «mil y una»7 definiciones de fascismo? Tal vez más, pero esta necesidad de disponer de una teoría básica solo puede asentarse en un mínimo conocimiento de la historia del antifascismo8 desde sus propios inicios, para descubrir que si hay algo permanente en ella es que «el hilo común del fascismo, del pasado y del presente, es el asesinato en masa»9. Pese a las iniciales limitaciones sobre qué era el fascismo en sus comienzos, el antifascismo comunista10 empezó a acumular una heroica experiencia histórica de lucha, sin la cual ahora estaríamos a ciegas o peor aún, ahora el fascismo sería mucho más fuerte.
Aunque por fascismo estricto se debe entender la dictadura impuesta en 1923 por las fuerzas reaccionarias dirigidas por Mussolini con el apoyo de la burguesía italiana y la admiración del imperialismo, sobre todo del británico; aunque por nazismo debemos entender la dictadura de Hitler; siendo así, no es menos cierto que estos y otros movimientos contrarrevolucionarios hunden parte de sus raíces en ideologías criminales previas como la influencia del racismo yanqui en el nazismo11. Este mismo autor ha demostrado en otro texto más extenso que el nazismo es el «heredero del “pathos” exaltado de Occidente»12. Por su parte, la cultura burguesa francesa quiere ocultar que el «fascismo preindustrial»13, el bonapartismo, apareció por primera vez en su Estado, y desde entonces se ha mantenido sumergiéndose y emergiendo al son de las contradicciones sociales.
El bonapartismo, el cesarismo, el elitismo, el fascismo…, todos ellos movimientos psicopolíticos que se refuerzan en períodos de desconcierto, ofuscación y miedo tienen por ello mismo conexiones con la estructura psíquica alienada dominante en su época y contexto. Desde finales del siglo XX la crisis capitalista refuerza y adapta una de esas respuestas tradicionales: la creencia de que el mundo se mueve no por la unidad y lucha de sus contrarios sino por las maniobras conspiradoras14 de elites minúsculas.
Ahora bien, siendo estas fuerzas psicopolíticas realidades materiales objetivas por cuanto actúan en la lucha de clases, sin embargo dependen en buena medida de la astucia manipuladora de los partidos burgueses que a su vez sí dependen del grado de antagonismo de la lucha de clases. Marx indica que: «La tradición histórica hizo nacer en el campesinado francés la fe milagrosa de que un hombre llamado Napoleón le devolvería todo el esplendor»15. Un Bonaparte que intentaba ganar popularidad con «propuestas puerilmente necias»16 pero sobre todo hacerse con el poder utilizando todos los recursos posibles, incluidas sectas militarizadas formadas por la escoria y el lumpen, intelectualillos, artesanos desesperados, cínicos pequeño-burgueses, etc. Marx describe con tal brillo estético el bonapartismo que ha quedado registrado en los anales de la buena literatura sobre todo viendo el desarrollo del protofascismo y fascismo.
Veremos que los programas político-electorales fascistas serán «propuestas puerilmente necias» para embaucar. Estos premonitores análisis del bonapartismo tal cual irrumpió en la mitad del siglo XIX se enriquecieron posteriormente conforme el proletariado se va constituyendo como clase internacional que busca destruir a la burguesía, lo que hace que la respuesta bonapartista también se internacionalice en respuesta al peligro de la Comuna de París de 1871. Según M. Pastor, entre 1872 y 1875 Engels resume cuatro características del bonapartismo: 1) Equilibrio entre burguesía y proletariado. 2) El poder político lo ostenta una casta o élite militar-burocrática. 3) Independencia o autonomía de dicha casta o élite. Y 4) Independencia aparente del Estado respecto a la sociedad17.
En estos estudios Engels insinúa un concepto que será muy efectivo para comprender el fascismo posterior: «bloque en el poder», es decir, un concepto más rico y concreto que el general de «clase social», porque es un grupo o bloque formado por el conjunto de fuerzas sociales, facciones de clase, grupos llamados «subalternos», etc., que pueden llegar al poder bajo unas condiciones precisas encargándose de tareas que en esos momentos las clases dominantes no tienen la fuerza suficiente para imponerlas al proletariado. También Engels indica que el bonapartismo era el recurso de las burguesías débiles que querían acabar con los vestigios tardo-feudales, por lo que deja que sea el «bloque en el poder» el que lo haga porque tiene más miedo al proletariado que al bonapartismo18.
Como todos los conceptos, el de «bloque en el poder» ha de ser contextualizado debido al permanente movimiento de la lucha de clases durante el proceso de fascistización, cuyas tres fases son resumidas así por Manuel Pastor:
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Antes de los comienzos del proceso de fascistización propiamente dicho hay una etapa informativa, que se refiere a la génesis u orígenes del fascismo y a la configuración de sus elementos organizativos e ideológicos, que se corresponden con la fase de «desarrollo autónomo» que señala Mandel.
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La fase de financiación y apoyo político abierto al fascismo por parte de la burguesía monopolista acontece aproximadamente en los comienzos del proceso de fascistización.
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El proceso de fascistización, como es lógico, no se lleva a término en todos los casos históricos. Es decir, se produce un momento de ruptura o frustración del proceso en aquellos casos en que el fascismo no accede al poder. El punto de frustración es el que marca las diferencias entre un movimiento y un régimen fascista. Las causas de tal frustración son variadas y, por supuesto, dependen de las características y contradicciones particulares de cada país, así como de factores externos o internacionales19.
Veremos cómo la lucha de clases y de liberación nacional, en cuanto expresión de las contradicciones del capital, van introduciendo cambios en esta evolución teorizada hace medio siglo. Mientras tanto, seguimos con la que tal vez sea la mejor y sucinta descripción de lo que es el fascismo según estas palabras de Mussolini que recoge Lukács en un libro al que volveremos: «Hemos creado nuestro mito. El mito es una fe, una pasión. No es necesario que sea una realidad. Lo que le infunde realidad es el hecho de que estimula la fe e inculca valor»20. Según A. Tasca, Mussolini, que «siente frente al pensamiento una especie de desconfianza y de incomodidad que le hace acogerse a todo aquello que legitima la irracionalidad y la incoherencia»21, adquirió su ideología «a través de lecturas de tercera mano», lo que unido a su demagogia le permitía «mantener la situación en un estado de paroxismo»22. La demagogia y el culto a la acción ciega disimulaban la ausencia de un programa coherente lo que facilitaba que se integrasen en el fascismo diversos colectivos de derechas e intelectuales de prestigio, así como franjas juveniles de la mediana y pequeña burguesía23 que no tenían ningún problema para aceptar un programa «vago, ambiguo y multiforme»24. No es de extrañar entonces que Mussolini tuviera admiradores internacionales como el genocida Winston Churchill que lo defendió incluso tras su ejecución25 por las masas insurrectas en 1943.
En la «etapa informativa» es muy importante que la extrema derecha muestre firmeza y contundencia en la acción, porque así aglutina sectores reaccionarios desmoralizados o iracundos, también demuestra a la burguesía que solo ella, la extrema derecha, puede resolver la crisis gracias a su fuerza y a sus relaciones con los sectores más intransigentes del ejército. Desde 1918 – 1919 grupos armados alemanes e italianos, y en menor medida en otros Estados, contando con el apoyo estatal reprimían con dureza a reformistas e izquierdas pacifistas en su gran mayoría. En agosto de 1919, el fascismo publicó el Manifiesto antibolchevique que empezaba y terminaba así: «Todos los bolcheviques son enemigo de Italia […] Llevaremos a cabo una lucha sin tregua contra los bolcheviques»26.
Cuando a finales de 1919 comenzó la oleada prerrevolucionaria de los consejos de fábrica en el norte industrializado y de las comunas campesinas en el sur, el fanatismo antibolchevique apareció como el salvador de la Italia burguesa. El proletariado italiano luchó más que el alemán unos años más tarde, pero los partidos y sindicatos «esperaron la protección del Estado y no supieron coordinar los movimientos de resistencia espontánea para convertirlos en un esfuerzo nacional»27. Así, desde septiembre de 1920 el reformismo mayoritario en el movimiento obrero, empezó a liquidar los consejos de fábricas tras obtener una serie de promesas de la patronal sobre subidas salariales, etc., al igual que con las luchas campesinas, promesas olvidadas al instante. El gran error estratégico del reformismo fue la firma del «pacto de pacificación»28 con los fascistas el 2 de agosto de 1921, incumplido por estos desde el primer segundo.
La desmoralización de gran parte de las clases trabajadoras empezó a ser incontenible pese al rápido giro hacia un radicalismo aparente de los reformistas desde el 15 de octubre de ese año, que no sirvió de nada porque las bases proletarias no estaban mentalizadas política ni éticamente para responder con la violencia justa a la violencia injusta de los fascistas que entre el 1 de enero y el 14 de mayo de 1921 asesinaron a 207 obreros e hirieron a otros 81929. La gran burguesía se fue convenciendo mediante asesinatos y demagogia que el fascismo era su salvación lo que le llevó a aportar el 74% de los fondos del partido, siendo recompensada con el aplastamiento de sindicatos y duros recortes salariales entre 1927 y 193430, para empezar.
Mientras tanto, a mediados de enero de ese 1921 se fundó el Partido Comunista Italiano (PCI) que heredó la ignorancia que la Tercera Internacional tenía aún del fascismo, que lo entendía como un «fenómeno pasajero». Aunque se empezó a investigarlo desde su victoria en 1922, todavía en 1923 solo Bordiga, Clara Zetkin y pocas personas más habías advertido sobre su peligrosidad. En 1933, con Hitler ya en el poder, la Tercera Internacional seguía subvalorándolo, y todavía en 1935 Dimitrov31 hacía una interpretación exclusivamente economicista y mecanicista, por lo que apenas podía contrarrestar la eficacia del totalitarismo fascista. Tomemos el ejemplo de la educación.
En efecto Mussolini entendía así la educación: «La escuela debe ser cada vez más fascista. No debe creerse nunca que se da a la escuela… Cuando se trata de fascismo, me gustan los excesos… Se dirá tal vez que la geografía y las matemáticas no son políticas por naturaleza… Desde la tarima, algunas palabras, una entonación, una alusión, un juicio o un dato estadista bastan al profesor para crear una duda, para hacer política. Por ello un profesor de matemáticas tiene un papel político y debe ser fascista»32. Para crear esta escuela, el fascismo impuso duras medidas desde 1929 – 1931 también a los profesores universitarios: de 1.250 en activo en ese 1931 solo 12 se negaron a fascistizarse. Más concretamente:
El fascismo basó su estrategia política en una concepción sobre el ser humano que ha sido catalogada por muchos como «irracionalista»: la comprensión de la importancia que tienen las emociones, los fantasmas existentes en el inconsciente colectivo, las necesidades afectivas socialmente reprimidas, en el condicionamiento de la actividad humana. Y hacia esas zonas de la personalidad dirigieron su propaganda. Mientras la propaganda del movimiento comunista se basaba en reflexiones y razonamientos, la propaganda fascista fijó su blanco en las zonas más oscuras de la subjetividad, en la afectividad, en lo anímico […] su rechazo a la cultura, su desprecio a la inteligencia de las personas, y su odio hacia los sectores intelectuales33.
Antifascismo
Viendo esto, interesa recordar la imprescindible diferencia que establecía Bordiga en sus primeros textos al respecto sobre el antifascismo reformista, de pacotilla, y el antifascismo revolucionario porque el primero no atacaba a su raíz, que no es otra que el capital, sino a sus formas externas, mientras lo decisivo es la lucha revolucionaria contra el fascismo, la que destruye la forma externa pero sobre todo ataca a su base objetiva, el capitalismo.
Las críticas al antifascismo reformista por parte de Bordiga nos ofrecen lecciones aún válidas para la actual lucha antifascista como lucha meramente democraticista, que no se enfrenta radicalmente al capitalismo, sino que solo quiere algunas reformas progres compatibles con la propiedad burguesa porque se plantean desde una ideología incluso preburguesa34, ahora florece un antifascismo hipócrita, de conveniencia para progres oportunistas que han copiado el antifascismo de boquilla italiano35 de 2021 que, como se ha visto, no ha detenido el avances fascista en Italia. También florece el apoyo diario y silencioso del «gobierno más democrático» de la historia española tanto en la etapa PSOE-Podemos36 como PSOE-Sumar.
En agosto de 1923 Clara Zetkin publicó en un medio de prensa británico un premonitor artículo sobre el fascismo que en poco tiempo fue «olvidado» por la burocracia de la Tercera Internacional porque rompía con el determinismo economicista que ya dominaba. Además, criticaba sin piedad los errores cometidos por los comunistas y la pasividad socialdemócrata que facilitó, ya entonces, la victoria de Mussolini. Clara Zetkin afirmó:
Debemos entender que el fascismo es un movimiento de los decepcionados y de aquellos cuya existencia está arruinada. Por lo tanto, debemos esforzarnos para conquistar o neutralizar a aquellas masas que ahora están en el campo fascista. Deseo enfatizar la importancia de que entendamos que debemos luchar ideológicamente por los corazones y mentes de esas masas. […] No nos debemos limitar a continuar luchando por nuestro programa político y económico. Debemos al mismo tiempo, familiarizar a las masas con los ideales del comunismo como filosofía. […] Debemos adaptar nuestro métodos de trabajo a las nuevas tareas, precisamos hablar con las masas en un lenguaje en el que ellas nos puedan entender, sin perjudicar nuestra ideas37.
Clara Zetkin planteaba una estrategia antifascista que desbordaba el esquematismo fácil y no solo entraba en el decisivo cosmos del inconsciente –mentes y corazones– sino además lo hacía exigiendo que se intensificase la lucha por la filosofía comunista, todo ello con una pedagogía efectiva. Nos hacemos una idea del alcance polícromo de la visión de Clara Zetkin al saber que para ella la filosofía comunista era inseparable de la liberación de la mujer y de la juventud, del arte y de la cultura, etc., tema que desborda este texto. Otra razón que explicaría el rápido olvido de su texto puede radicar en la sorda resistencia de la burocracia masculina a las valiosas aportaciones críticas de las comunistas y en este caso de Clara Zetkin. Basta recordar la excomunión post morten de Rosa Luxemburg o el trato dado a Nadiedna Krupskaia o la marginación real de Alexandra Kollontai…
Gramsci no fue engullido por el agujero negro del economicismo al uso, sino que también en 1923, como Clara Zetkin, «escapó de las rígidas clasificaciones» planteando reflexiones muy «originales»38 sobre el papel de la pequeña burguesía en el fascismo, según expone G. Fresu. La versión canónica de la historia elaborada en Moscú en la década de 1980 tuvo que reconocer que Gramsci analizó la intervención de la pequeña burguesía en el fascismo y su poder de control sobre todas las actividades de las masas39. Tal como sostiene M.A. Macciocchi sobre la dura autocrítica que Gramsci pedía al partido por su incapacidad para derrotar al fascismo, carta que por su radical sinceridad crítica fue ocultada deliberadamente hasta 1973:
Gramsci es quien primeramente analiza el fascismo no solo en tanto que reacción armada del capitalismo –según el análisis estrecho e ingenuo de la Tercera Internacional– sino que también en tanto que larga lucha superestructural que intenta manipular el inconsciente de las masas, sobre todo de la pequeña burguesía […] Si consideramos que en aquellos momentos el movimiento obrero estaba atrapado por el economicismo, dogmatismo e infantilismo revolucionario, no es de extrañar que esta carta fuera desconocida dada la dureza de su crítica40.
Gramsci estudió cómo la Iglesia poseía mediante la Acción Católica un movimiento de masas reaccionario que era una verdadera «reserva»41 de irracionalidad, que podría poner al servicio del capital y de cualquier partido conservador que hiciera competencia de masas a Mussolini cuando el capital y la Iglesia lo estimasen conveniente. Así se comprende que, en pleno ascenso de Mussolini, en 1924, el Vaticano prohibiera al Partido Popular del que nos hablaba Gramsci, acercarse a los socialistas para impedir que su alianza electoral detuviera el avance del fascismo42. La solución de Mussolini volvió a ser la de la huida hacia adelante: en vez de concretar el programa fascista mediante un debate integrador, en 1925 asumió más poderes personales y para 1927 había depurado el partido de elementos no agradables para la gran burguesía, lo burocratizó aún más e hizo que alrededor del 75% de sus miembros fuera de la mediana y pequeña burguesía, y solo el 15% de clase obrera y campesina43.
El papa Pacelli actuaba al unísono con su hermano Francesco, quien fuera el cerebro del Concordato con Mussolini en 1929, concordato por el que el Vaticano sacrificó el catolicismo político y social44 que había sido su ancla en las clases explotadas para intentar contener el socialismo y el comunismo. Mediante el Concordato Roma repartió el poder político-religioso y económico con el fascismo de un modo tan ventajoso que algunos fascistas mostraron su enfado. Dos grandes triunfos del Vaticano fueron: quedarse con la educación y mantener la Acción Católica libre del control fascista45, dos medios de alienación y movilización de masas reaccionarias que serían muy importantes en la lucha anticomunista desde 1944.
Mientras tanto, el fracaso del proyecto de algo parecido a una internacional fascista impulsada desde Roma –«fascismo universal»46– fue debido a que las burguesías que entonces recurrían al fascismo necesitaban vitalmente asegurar su poder estatal interno debido a su debilidad ante otras burguesías pero sobre todo ante sus clases explotadas. De hecho, en el caso italiano, Mussolini veía con mucho recelo el poder alemán y por eso avisó a los Países Bajos de que Hitler les iba a invadir. Los nazis también eran muy conscientes de que a largo plazo sus intereses expansionistas chocarían con los del Japón47 sobre todo en Asia y en Siberia, por lo que la alianza militar en la Segunda Gueraa Mundial respondía a una necesidad inmediata de aplastar a la URSS sobre todo, por no hablar de las relaciones con Franco por las exigencias del segundo para entrar oficialmente en la Segunda Guerra Mundial. Luego volveremos a este debate tan importante en la actualidad sobre una internacional fascista48.
En las invasiones de Libia y Etiopía, el fascismo utilizó profusamente gas venenoso y campos de exterminio masivo por hambre y enfermedad. Pero una cosa era atacar a pueblos heroicos pero desarmados y otra era la guerra en Europa. El gasto militar italiano hasta 1940 fue relativamente alto para las exigencias de esos años de «paz» pero rápidamente se vio que era la misma estructura económica y burocrática del fascismo la que no podía sostener un esfuerzo algo parecido al que sería necesario en la «guerra total» nazi desde 1942 – 1943. Un informe alemán de 1941 afirmaba que la economía italiana rendía solo el 23% de su capacidad mientras que la alemana era del 64%49.
Nazismo
El «desconocido» hasta 192550 Hitler escribió Mi lucha durante su encarcelamiento de ocho meses, de finales de 1923 a 1924. La primera edición es de 1925, siendo ignorando por la gente, pues no fue hasta después de 1933, estando ya en el poder, cuando el libro se impuso obligatoriamente como biblia nazi. Hasta entonces fue leído por la reducida dirección del nazismo adoctrinada con su mensaje:
Era necesario, desde el primer instante, introducir en nuestras asambleas ciega disciplina y hacer respetar la autoridad absoluta del presidente […] El primer factor permanente, indispensable a la autoridad, es el apoyo popular. Mas la autoridad que descanse en este fundamento, solamente será por extremo débil, inestable y vacilante. El segundo elemento necesario a la autoridad es evidentemente la fuerza. Si el apoyo popular y la fuerza se conciertan y pueden subsistir unidos durante un período determinado, se comprobará que la autoridad reposa sobre una base más firme todavía, la autoridad de la tradición. Y si alguna vez se combinaran el apoyo popular, la fuerza y la tradición, la autoridad podrá considerarse inamovible [….] Por consiguiente, lo que necesitábamos, lo que seguimos necesitando no era ni es un centenar de porfiados conspiradores, sino un centenar de miles de fanáticos guerreros para nuestra teoría del mundo. […] Necesitamos destruir el marxismo para que el nacional socialismo sea el amo de la calle51.
Poco más adelante, Hitler escribe: «El sindicato no ha de ser un instrumento para la lucha de clases, sino para la defensa y representación de los trabajadores. El Estado nacional-socialista no reconoce clases; en el sentido político, solo reconoce ciudadanos, con iguales derechos e idénticas obligaciones, y al lado de estos, a súbditos privados de derechos desde el punto de vista político»52.
En un minucioso análisis de la estructura gramatical, lingüística e ideológica del libro Mi lucha de Hitler, Lutz Winckler ha dicho que: «el fascismo se sirvió del lenguaje y la ideología, en primer lugar, para conseguir una regresión de la conciencia política. Con la ayuda de los instrumentos de formación de la opinión política y del terror en ese campo trató aquel de erigir formas aparenciales de discusión pública en lo político que permitieran a las clases sociales desprovistas de privilegios reconciliarse con su auténtico lugar en la sociedad […] La persecución permanente de las minorías fue reconocida como medio efectivo de estabilización psíquica de la mayoría subyugada. Más efectiva que cualquier compulsión exterior, posibilitó que los perseguidores mismos reprodujeran los mecanismos de la propia sujeción. Tarea del lenguaje es que no aparezca ningún tipo de solidaridad entre perseguidor y perseguido»53.
Freud ya había adelantado esto: «El Estado exige a sus ciudadanos un máximo de obediencia y de abnegación, pero les incapacita con un exceso de ocultación de la verdad y una censura de la intercomunicación y de la libre expresión de sus opiniones, que dejan indefenso el ánimo de los individuos así sometidos intelectualmente, frente a cualquier situación desfavorable y cualquier rumor desastroso»54. La crítica freudiana del Estado, que aquí hemos expuesto en lo esencial, se extenderá también al efecto del miedo que en la población provoca el Estado, además de otras instituciones y poderes:
No nos extrañe, pues, que bajo la presión de tales posibilidades de sufrimiento, el hombre suele rebajar sus pretensiones de felicidad […] no nos debe asombrar que el ser humano ya se estime feliz por el mero hecho de haber escapado a la desgracia, de haber sobrevivido al sufrimiento; que, en general, la finalidad de evitar el sufrimiento relegue a segundo plano la de lograr el placer […] El aislamiento voluntario, el alejamiento de los demás, es el método de protección más inmediato contra el sufrimiento susceptible de originarse en las relaciones humanas. Está claro que la felicidad alcanzable por tal camino no puede sino ser la quietud. Contra el temible mundo exterior solo puede uno defenderse mediante una forma cualquiera de alejamiento si pretende solucionar este problema únicamente para sí.
Freud sigue exponiendo otros métodos de aislamiento indiferente, como las adicciones a drogas, pero la lógica de su argumento es la misma ya que la soledad individualista, la que se aísla de lo colectivo para refugiarse en uno mismo, es la forma más común de huir de las realidades que producen displacer y sufrimiento. La indiferencia ante y en la vida, la quietud pasiva y resignada, el aislamiento ante el avance del fascismo y de la criminalización de las izquierdas: ¿qué más quiere el Estado como primera reacción de las masas «normalizadas»? Pues quiere más, quiere que se conviertan en fuerzas represivas que a su orden destrocen a dentelladas a la izquierda revolucionaria, al antifascismo. Aquí Freud critica demoledoramente la idea de Hitler de que la soledad del hombre insignificante se supera mediante las grandes concentraciones masivas nazis, en las que el orador modula de forma oportunista «sus ideas para que las entienda el menos inteligente»55.
En un principio esta manipulación fue muy eficaz, tanto más cuanto que la crisis de 1929 sumió en la pobreza al proletariado, pero también a la pequeña burguesía que giró hacia la derecha primero y luego al nazismo. En 1930 Trotski advirtió de este giro y de los riesgos que implicaba el empleo por los comunistas de la consigna de «revolución popular» a pesar de que, en abstracto, toda revolución tiene continente popular, su contenido debe ser de clase proletaria, la única que puede «tomar la cabeza de la nación y dirigirla» cuando «el crecimiento gigantesco» del nazismo muestra el apoyo de la pequeña burguesía y la debilidad de los comunistas: «Si el partido comunista es el partido de la esperanza revolucionaria, el fascismo, en tanto que movimiento de masas, es el partido de la desesperanza contrarrevolucionaria»56.
Las grandes concentraciones de masas alienadas adorando al líder no pudieron evitar que, pese a su eficacia manipuladora, la bolsa de votos nazis empezó a vaciarse a finales de 1932 y todo indicaba que perdiese más votos en 193357. Ese previsible descenso podía mermar el apoyo que las grandes corporaciones daban a Hitler58, para que tomara el poder, desde el cual y utilizando sus fuerzas aplastara el peligro revolucionario y se armase para «descuartizar a la URSS»59. Alemania necesitaba petróleo y por eso firmaba acuerdos con Estados Unidos, por ejemplo el pacto entre A. Eichmann y Standar Oil beneficioso para ambos60. Goering y Goebbels61 organizaron el incendio el 27 de febrero de 1933 para seguir recibiendo esas ayudas y seguir adelante con sus planes. Con esa excusa Hitler desencadenó la represión masiva, para aparte de imponer un clima de terror también elevar la unidad y moral de combate de las bases nacionalsocialistas que podía resentirse por el posible retroceso electoral. Solo cuatro días antes, el 23, Trotski había insistido en que no podía combatirse ni derrotarse al fascismo copiando dogmáticamente la experiencia de la URSS sino que había que tener muy en cuenta la especificidad nacional alemana, la historia singular de su capitalismo y de su lucha de clases, tesis que plasmó de esta forma: «El proletariado alemán tendrá la revolución en alemán, y no en ruso»62.
No había transcurrido un mes desde la inicio del terror represivo, cuando Trotski escribió: «Si la posición central ha sido entregada, hay que fortalecer los accesos; hay que preparar las bases para un futuro asalto desde todos los flancos. En Alemania, esta preparación implica la dilucidación crítica del pasado, que mantenga la moral de los combatientes de vanguardia, los reagrupe, y que organice los combates de retaguardia por dondequiera que sea posible, anticipándose al momento en que varios grupos de combate se junten en un gran ejército. Esta preparación implica, al mismo tiempo, la defensa de las posiciones proletarias en los países estrechamente relacionados con Alemania, o situados cerca de ella»63.
Pese a este llamamiento a la reorganización de las fuerzas revolucionarias en medio de la clandestinidad, Trotski quedó impresionado por la muy escasa respuesta defensiva del proletariado. Es cierto que el descabezamiento de los partidos, organizaciones, sindicatos y clubs obreros, fueran simplemente democráticos y progresistas, había roto la columna vertebral y la dirección del antaño poderoso bloque sociopolítico progresista y revolucionario. Por esto Trotski se lanzó en verano de 1933 a un estudio más detenido de lo que era el nacionalsocialismo:
La pequeña burguesía es hostil a la idea de desarrollo, puesto que el desarrollo avanza contra ella; el progreso no le ha traído más que deudas irredimibles. El nacionalsocialismo no solo rechaza el marxismo, sino también al darwinismo. Los nazis reniegan del materialismo porque las victorias de la tecnología sobre la naturaleza han significado el triunfo del gran capital sobre el pequeño. Los dirigentes del movimiento eliminan el «intelectualismo» porque ellos mismos poseen inteligencias de segundo y tercer orden, y, sobre todo, porque su papel histórico no les permite llevar ni una sola idea hasta su conclusión. La pequeña burguesía necesita una autoridad superior, que esté por encima de lo material y de la historia, y que esté a salvo de la competencia, de la inflación, de las crisis y de las subastas. A la evolución, al pensamiento materialista y al racionalismo de los siglos veinte, diecinueve y dieciocho, se contrapone en su mente el idealismo nacional como la fuente de inspiración heroica. La nación de Hitler es una sombra mitológica de la pequeña burguesía misma, un delirio patético de un Reich milenario64.
Un poco más adelante:
La enorme indigencia de la filosofía nacionalsocialista no impidió, por supuesto, a las ciencias académicas entrar en pos de Hitler con todas las velas desplegadas, una vez que su victoria fue suficientemente palpable. Para la mayoría de la canalla profesoril, los años del régimen de Weimar fueron tiempo de desorden e inquietud. Historiadores, economistas, juristas y filósofos se perdieron en conjeturas sobre cuál de los criterios de verdad enfrentados era cierto, es decir, cuál de los dos campos resultaría al final dueño de la situación. La dictadura fascista disipa las dudas de los Faustos y las vacilaciones de los Hamlets de las tribunas de la universidad. Saliendo del crepúsculo de la relatividad parlamentaria, el conocimiento retorna de nuevo al reino de los absolutos. Einstein ha sido obligado a buscar refugio fuera de las fronteras de Alemania65.
Y por no extendernos:
El fascismo alemán, como el italiano, se elevó al poder sobre las espaldas de la pequeña burguesía, que se convirtió en un ariete contra las organizaciones de la clase obrera y las instituciones de la democracia. Pero el fascismo en el poder es, menos que nada, el gobierno de la pequeña burguesía. Por el contrario, es la dictadura más despiadada del capital monopolista. Mussolini tiene razón: las clases medias son incapaces de políticas independientes. Durante períodos de grandes crisis son llamadas a seguir hasta el absurdo la política de una de las dos clases fundamentales. El fascismo logró ponerlas al servicio del capital. Consignas tales como el control estatal de los trusts y la supresión de los ingresos no provenientes del trabajo fueron arrojadas por la borda inmediatamente después de la toma del poder. En su lugar, el particularismo de las «tierras» alemanas, que se apoyaba en las peculiaridades de la pequeña burguesía, dejó paso al centralismo capitalista policíaco. Cualquier éxito de la política interior o exterior del nacionalsocialismo significará inevitablemente el ulterior aplastamiento del pequeño capital por el grande66.
La madre y la obediencia
La descripción de Trotski es brillante; se sostiene sobre la terrible experiencia acumulada desde antes incluso de que el fascismo italiano mostrase sus primeras ansias de irracionalidad allí por 1921 – 1923, porque en el interior de este análisis aletea la crítica implacable de Marx y Engels al bonapartismo desde la mitad del siglo XIX. Pero tiene una ausencia, un vacío: Trotski no desarrolla con más detalle la capacidad nazi de manipular la estructura psíquica ni de la pequeña burguesía ni del proletariado, como sí los hizo el freudomarxismo, especialmente en anclajes inconscientes básicos como el de la mitología patriarcal de la Madre:
Se puso en movimiento un verdadero culto a la maternidad […] Después de la legislación antisemita contra la corrupción racial, el principal dispositivo del régimen para la mejora de la raza era la ley para la prevención de descendencia hereditariamente enferma […] Con el temor de los padres a ser denunciados por sus hijos o al hecho de que las conversaciones familiares pudieran ser inocentemente repetidas en público, el diálogo entre las distintas generaciones disminuyó todavía más […] Hitler definió la emancipación de la mujer como un síntoma de decadencia, como lo eran la democracia parlamentaria y la ópera de jazz […] Las doctoras y funcionarias casadas fueron despedidas de sus puestos inmediatamente después de la toma del poder. El número de profesoras en las escuelas secundarias femeninas había decrecido en un 15% en 1935. En el curso académico siguiente, el ingreso de muchachas en los cursos preparatorios de profesorado universitario fue totalmente prohibido. Para entonces, el número de profesoras universitarias había descendido de cincuenta y nueva a treinta y siete (de un cuerpo de profesores cuyo número total era de más de 7.000)67.
La función clave del mito de la Madre no pasó desapercibida a W. Reich, que planteó la pregunta de si era posible «¿Desear el fascismo?»68, y explicó por qué tantos millones de alemanes apoyaron a un «notorio psicópata»: la capacidad del fascismo para hacer una especie de coctel con las aspiraciones y frustraciones sociales y sexuales, dirigiendo su fuerza explosiva hacia el exterminio de los derechos y la guerra. Más aún, el fascismo era «deseado» porque daba una solución falsa a la represión de la sexualidad integrándola no solo en el «amor» a la Patria, al Partido y a la Raza, sino también y sobre todo en el «amor» a la Madre arcaica69, germánica, mancillada por las invasiones sucesivas, que debe ser vengada por la hermandad aria, mito justificante de las SS y de la brutalidad genocida nazi.
La importancia de la Madre arcaica en el imaginario nazi es remarcada por muchos investigadores. La razón por la que se ocultaba con extremo cuidado la vida amorosa y sexual de Hitler y en especial con Eva Braun no era otra que la de mantener vivo el mito de que él, el Führer, era o podía ser el amante secreto de cada mujer alemana que se identificara con la Madre arcaica, porque se le había hecho creer la virtuosa vida de dictador: «Hitler era presentado como un asceta, un hombre que no conocía mujer, un hombre casto, un Parsifal de corazón puro. Una y otra vez sus relaciones con Eva Braun fueron ocultadas»70. Existen relaciones fuertes entre el mito de la Madre y biologización extrema de la política nazi71 porque el mito era el engarce que unía la búsqueda de la pureza aria con la política demográfica y con el exterminio de los «razas impuras».
La interpretación que hace R. Dadoun de las tesis sobre el fascismo de W. Reich, tiene una base de razón en las mismas palabras de Hitler que hemos citado arriba y también en su acertada versión de cómo debe ser el antifascismo en su doble faz de lucha contra la «peste emocional» que es el fascismo y contra la sobreexplotación de la clase obrera, pero R. Dadoun comete un error garrafal consistente en identificar el fascismo nazi con lo que la propaganda burguesa llamaba «fascismo rojo»72, es decir la URSS.
La preocupación nazi de que la guerra que estaba preparando, fundamentalmente contra la URSS como se insiste en Mi Lucha73, podría desencadenar una oleada revolucionaria dentro de Alemania, como la que estalló desde finales de 1918, llevó al partido a una política muy planificada de saqueo absoluto de los países ocupados no solo para obtener materias y recursos de toda índole, sino también alimentos y bienes con los que mantener acallado al pueblo, cuando no fervientemente integrado. Debemos detenernos un poco es esta cuestión porque, a pesar de los cambios sociohistóricos, sigue siendo un método a copiar por otros nazifascismos.
Götz Aly sostiene que fueron tres las razones fundamentales que explican «cómo Hitler compró a los alemanes»: una, incumplir decididamente las exigencias del Tratado de Versalles de 1918, reactivando así la economía y el orgullo nacionalista alemán; dos, imponer una serie de medidas efectivas en los primeros años aunque desastrosas a medio y largo plazo, medidas que no tenían en cuenta ni los límites objetivos del capitalismo alemán ni el contexto internacional; y tres, el masivo robo, expolio y saqueo de las riquezas de los pueblos ocupados lo que le permitió a Hitler alimentar bien a los alemanes al menos hasta 1943, y luego mantener el racionamiento suficiente un año más con una aparente «igualdad social»74.
La efectividad de las dos primeras razones empezó a agotarse a finales de 1937, pero los nazis enseguida encontraron el método que emplearían durante la guerra: la «arización»75 de la economía desde 1938 insufló una creciente masa de capital expropiado a los judíos, método sistemáticamente empleado desde 1940 sobre los pueblos invadidos. El salvajismo expropiador fue tal que permitió a los nazis crear una apariencia social de «vivir como en el cine»76, hasta que la realidad se impuso. Sin embargo, siendo esto cierto también tenemos que considerar otra razón incluso más importante: el clima de delación77, miedo y terror difuso y concreto generado por los nazis. Órdenes sucesivas de Hitler y otros jerarcas nazis desde 1938 insistían en que la creación de nuevos empleos78 debía centrarse en la producción militar.
La militarización social era una máquina de obediencia muy efectiva: «Para cortar al individuo de sus raíces y hábitos sociales, el régimen procuraba mantener el estado de tensión durante los intervalos entre las celebraciones rituales y las victorias en el extranjero […] La mayoría de los alemanes obedecían las directrices oficiales, en parte por temor a las represalias, pero también porque, cuando veían a las marciales y disciplinadas columnas de las SA, marcando el paso de la oca, reaccionaban con una mezcla de sorpresa fascinada e identificación pasiva […] Su progresiva sujeción al martilleo de las marchas militares y de las canciones patrióticas parecía resultado de un lavado de cerebro»79.
Más aún, ese terror estaba reforzado deliberadamente hasta 1943 por la publicidad oficial de las masacres nazis sobre todo contra los pueblos de la URSS. Esa publicidad buscaba, entre otras cosas, advertir a las y los alemanes de lo que podría el nazismo contra las resistencias internas teniendo en cuenta los crímenes que cometía en el exterior. Aunque desde 1943 se empezó a ocultarlos80 para acallar las denuncias y protestas internacionales, pues Alemania necesitaba cada vez más aliados para encontrar una solución a la guerra ya definitivamente perdida, el pueblo alemán siguió teniendo bastante conocimiento de las atrocidades tanto por medio de la abundancia de campos de exterminio y de trabajadores extranjeros esclavizados, como por la información que aportaban los soldados que llegaban con permiso del frente del Este, como por las noticias que algunos antifascistas clandestinos lograban escuchar de las radios aliadas y, con extremo peligro, divulgaban a cada vez más grupos de la población. Por otra parte, desde 1944 la prensa y la radio se dedicaron a provocar el afán de venganza81 entre la población retransmitiendo incluso en directo el lanzamiento de cohetes V.
Por su parte, Götz Aly concluye: «Sobre la base de esa doble discriminación, de raza y de clase, la gran masa de los alemanes disfrutó hasta la segunda mitad de la guerra de una buena situación. Ignoraron durante mucho tiempo el reverso criminal de su bienestar, un imperialismo social y racista edulcorado por la palabrería socializante de sus dirigentes […] La combinación del amparo y atenciones generales con la violencia ejemplar contra los denominados “enemigos del pueblo” no convirtió a la inmensa mayoría de alemanes en nazis entusiastas, sino más bien en conformistas que disfrutaban de las posibilidades cotidianas de beneficiarse que les ofrecía el sistema. Pero la lealtad pasiva así obtenida bastó para garantizar la capacidad de maniobra interna del Estado nacional socialista hasta verano de 1944»82.
La «violencia ejemplar» que se expresaba entre otras formas con la «represión aleatoria» que podía golpear a cualquiera en cualquier momento sin justificación alguna, era el otro sostén del nazismo, pero era el decisorio en última instancia, cuando la duda empezaba a debilitar la fe en Hitler o el egoísmo indiferente ante la suerte de decenas de millones de personas asesinadas o esclavizadas para, con la excusa del bienestar de la «raza aria», evitar que surgiera otra oleada revolucionaria comunista. Esta atmósfera de fanatismo, soborno, cooptación, indiferencia egoísta y terror, explica la relativa facilidad con la que se organizó la Werewolf a finales de 1944 pero también su rápido hundimiento.
La Werewolf era una especie de guerrilla nazi para seguir luchando en los territorios liberados por los aliados, y tenía como objetivo mantener la resistencia nazi tras la ocupación aliada. Aunque fue rápidamente aniquilada para 1946, sin embargo sí logró retrasar83 durante un tiempo el desarrollo de instituciones básicas no nazis como alcaldías, etc., tras la llegada de los aliados. Lo hizo aplicando el miedo a las represalias realizadas por los nazis miembros de la organización clandestina, que mantuvieron en amplias zonas el clima de terror y pasividad instaurada por el nazismo desde 1933 en amplias franjas sociales. Los cursos de formación militar de la Werewolf pretendían ser tan duros como los de cualquier cuerpo militar de elite preparado para actuar en la retaguardia del enemigo, pero la Werewolf, fiel a su ideario nazi, anulaba la conciencia de sus miembros obligándoles a entregar sus propiedades a la organización y a separarse de sus familias porque «a partir de entonces pertenecían solo al Führer»84.
Como vemos, la obediencia siguió teniendo una importancia clave hasta los últimos crímenes después de la firma de la rendición incondicional nazi. La obediencia seguirá tediendo esa misma importancia aunque no esté directamente relacionada con el nazifascismo porque, junto a otras ataduras mentales, hace que la persona se pliegue sin crítica a los dictados del poder, aunque este sea «democrático». Cuando un gobierno elegido en las urnas recorta derechos y libertades con la excusa de la «crisis económica», del «peligro terrorista», de la «lucha contra la delincuencia», etc., sigue recibiendo el mismo o parecido apoyo de sus votantes, incluso aunque interiormente estén en desacuerdo o tengan dudas. Estudiando estos y otros comportamientos difíciles de entender a primera vista, E. Fromm escribió:
Por ello la obediencia que solo nace del miedo de la fuerza debe transformarse en otra que surja del corazón del hombre. El hombre debe desear, e incluso necesitar obedecer, en lugar de solo temer la desobediencia. Para lograrlo, la autoridad debe asumir las cualidades del Sumo Bien, de la Suma Sabiduría; debe convertirse en Omnisciente. Si esto sucede, la autoridad puede proclamar que la desobediencia es un pecado y la obediencia una virtud; y una vez proclamado esto, los muchos pueden aceptar la obediencia porque es buena, y detestar la desobediencia porque es mala, más bien que detestarse a sí mismos por ser cobardes85.
Fascismo yanqui
Resulta muy aleccionadora la perspectiva histórica de Alfred Rosenberg, teórico del nazismo ejecutado en Nuremberg en 1946, poco antes de ser ajusticiado: «Dentro de quince años se empezará de nuevo a hablar de nosotros y, dentro de veinte, el nazismo será de nuevo una fuerza»86. Seis años después, entre 1952 – 1959, G. Lukács se enfrentó al triunfalismo de intelectuales burgueses sobre la supuesta extinción del fascismo, advirtiendo con un dicho latino demoledor –discite moniti (sabed que estáis advertidos)87– que el irracionalismo fascista volvería a escena porque, entre otras causas, tenía parte de sus raíces en corrientes reaccionarias del idealismo burgués que precisamente se estaban modernizando en Estados Unidos88 para responder a las nuevas necesidades de su expansión imperialista. ¿Cómo resistir y vencer al nuevo fascismo? La mejor forma de destruirlo en su núcleo «es la defensa de la razón como movimiento de masas […] Esta rebelión de las masas en apoyo de la razón constituye la gran contrapartida de nuestro tiempo contra el terror pánico a la “masificación” y contra el irracionalismo que va estrechamente unido a él»89.
Lukács y la izquierda revolucionaria sabían que la «desnazificación»90 fue blanda y suave tanto en Alemania como en Italia y Japón, aunque guardando algo las apariencias si la comparamos con la inexistente «desfranquización». El imperialismo necesitaba a los nazis, a los fascistas y a los militaristas japoneses para mantener el orden interno y para preparar la guerra contra la URSS; además el imperialismo sostenía regímenes fascistas, militaristas o dictaduras de diversas calañas, a la vez que infiltraba saboteadores contrarrevolucionarios en los Estados liberados por el Ejército Rojo. Era sabido también que en esos tiempos el franquismo, siguiendo el ejemplo nazi, hacía que empresas como Dragados, CEPSA, etc., explotasen el trabajo esclavo de presos republicanos, demócratas, izquierdistas…91. Mientras tanto, en los entresijos de la sociedad burguesa se producían interacciones entre corrientes diversas de la misma ideología burguesa básica tal cual se empezó a constituir en el siglo XVII, van agregando matices que interactúan más o menos con lo que genéricamente entendemos por fascismo. Por ejemplo, la evolución del neoliberalismo de la Sociedad Mont Pelerin dirigida por Hayek92 desde finales de la Segundo Guerra Mundial hacia un ultraderechismo occidentalista y racista que manipulaba la genética y la neurociencia para «demostrar» que Occidente dominaba el mundo por su superioridad sociobiológica.
Von Mises, impulsor fundamental en la década de 1920 de la llamada Escuela Austriaca, de la que posteriormente surgiría el neoliberalismo de la Escuela de Mont Pelerin, alababa abiertamente el fascismo. Su mejor alumno, Hayek apoyaba explícitamente el golpe militar de Pinochet en 1973 destinado entre otros objetivos al de acabar con reflexiones revolucionarias como esta: «El papel que juegan las pautas de conducta autoritaria como mecanismo de producción y reproducción de la estructura de clases puede ser ilustrado por dos implicancias ejemplares. En primer lugar, cabe llamar la atención sobre la estrecha correlación entre estructura de personalidad autoritaria y apatía política. […] En segundo lugar, y en relación con la apatía política, cabe señalar la facilidad con la que el individuo mutilado en su capacidad cognitiva e inseguro en su identidad es manipulado en su agresividad»93.
Más adelante nos detendremos en la apatía política y en la agresividad con más detalle, pero ahora debemos analizar la línea interna que conecta la represión/utilización de la mujer reaccionaria por el nazismo como hemos visto, con la utilización de la mujer reaccionaria por el fascismo del cono sur latinoamericano: la burguesía chilena hizo que las principales manifestaciones reaccionarias contra el pobierno popular de Allende desde 1971, elegido democráticamente en septiembre de 1970, fueran las de las mujeres, de tal modo que un observador brasileño de la manifestación de enero de 1974, comentó: «Una vez que vimos marchar a las mujeres chilenas, supimos que los días de Allende estaban contados»94.
Sobre esos tiempos, C.M. Rama nos recordó que «los fascistas están entre nosotros», la mayor parte de las veces sin hacerse notar apenas porque llevan puestas las máscaras de conservadores, nacionalistas, tradicionalistas, religiosos pre-conciliares y hasta con el rótulo de «demócratas», pero «siguen teniendo las mismas ideas y planes que hace una generación»95. También nos advirtió sobre la compleja conexión entre irracionalidad, miedo, autoritarismo y sumisión emocional incluso con expresiones mágicas o religiosas, expresados de múltiples formas y matices, y la efectividad de planes «rigurosamente técnico-racionales»96, remarcando el papel de los efectos devastadores de la crisis de las inseguras familias pequeño-burguesas y de las clases medias97, como uno de los detonantes del reforzamiento dictatorial del complejo universo formado por la irracionalidad global y rigurosas acciones técnico-racionales.
No debe sorprendernos que fuera en estos años cuando volvió a plantear la pregunta que atormenta a la humanidad explotada desde que existe la explotación: ¿Cuáles son las razones por las que no se sublevan los y las esclavas? O si se quiere ¿por qué sigue siendo actual y necesaria la cuestión planteada por W. Reich?, ¿por qué no se divorcia una mujer golpeada, ni denuncia a su marido?, ¿por qué muchos oprimidos no se atreven a integrarse en el antifascismo? Entre otras razones por la «figura del Amo» clavada a martillazos en lo más inaccesible de la primera conciencia infantil, figura que desde allí impone además de la obediencia también la indiferencia por lo ocurre, según indica D. Sibony98. La indiferencia, la apatía en política es apatía e indiferencia en y de la vida, en y de toda la vida, porque la política es por una parte la economía concentrada, por otra parte es el esqueleto del Estado como forma político-militar del capital y, por no extendernos, es por ello mismo indiferencia ante la explotación, la opresión y la dominación, o si se quiere es pasiva aceptación de nuestra propia miseria individual.
Lo peor es que esta indiferencia sumisa y apática es presentada como «normalidad» tal como demuestra G. Jervis: «Somos exhortados a ser normales obedeciendo a las leyes […] La normalidad viene prescrita como una serie variable (según las clases) de códigos de comportamiento; si ésta es violada intervienen la represión judicial y la psiquiátrica, en particular si el sujeto pertenece a clases sociales subordinadas»99. La normalidad apática e indiferente es reforzada por la represión y por el aparato psiquiátrico cuando la dialéctica de unidad y lucha de contrarios facilite su salto cualitativo a la «anormalidad», o sea praxis comunista entendida como la antagónica a la «normalidad» burguesa. Y ante la angustia, temor, miedo y pánico que siente la persona alienada ante la inminencia de la represión, ocurre que esta persona, estas masas explotadas obedientes a la «figura del Amo», sacrifica su felicidad para asegurar su normalidad, su paz del esclavo y el trozo de pan que le echa el amo. El odio100 irracional refuerza y da sentido a la soledad indiferente, al presentar al sujeto contrarrevolucionario un objeto justificador de su existencia: aplastar a los subhumanos, a los comunistas e izquierdistas, a las «razas inferiores».
La necesidad de estas reflexiones críticas aumentaba en la medida en que el nazifascismo se reorganizaba en el subsuelo de la realidad e impulsado de manera invisible por la OTAN engrasaba en silencio muchos grupos nazifascistas, los controlaba con sus servicios secretos, los relacionaba con unidades militares selectas y con mafias, como demostró D. Ganser101. En esa época una crisis profunda azotaba la sociedad burguesa, crisis que se agudizó con la subida de los precios del crudo en 1973. La estrategia capitalista se desarrolló con cuatro ejes principales: el llamado neoliberalismo; los golpes de Estado con ideología fascista y militarista; la segunda oleada de la «guerra fría» que en realidad era «guerra caliente» y que estuvo a punto de estallar de verdad en 1983 – 1984; y una auténtica «guerra cultural» contra el socialismo. Para el tema que tratamos, tres fueron las más importantes consecuencias inmediatas de esta contraofensiva: la implosión de la URSS fue acelerada por ella; el resurgir de corrientes fascistas y neofascistas adaptadas a las necesidades burguesas de cada Estado; y el reforzamiento del irracionalismo y de la negación abierta o sutil del «valor de la verdad»102, de la necesidad del método científico-crítico, materialista, sin el cual no podemos elaborar un concepto de la dialéctica del fascismo como muy bien hacen G. Rockhill103, Saïd Bouamama104 y otras personas.
Para comienzos del siglo XXI el nazifascismo aparecía como un monstruo que se ocultaba bajo ropajes nuevos o que incluso no necesitaba disfraces: en 2001 aumentó en un 60% el terror nazi en Alemania, por poner un solo ejemplo. Los miles de jóvenes y de obreros viejos que votaron a la extrema derecha lepenista francesa en 2002 forzaron que se reactivara la reflexión crítica sobre su eficacia en la manipulación de la psicología social105. Y es en este momento cuando debemos recordar al Lukács de 1952 al advertirnos de que un fascismo «nuevo» crecía en Estados Unidos. Para 2005 estaba claro que el republicanismo ultracristiano yanqui sembraba semillas fascistas106 para que crecieran con el tiempo no solo en la sociedad sino también en el ejército, como se constató a los pocos meses cuando jóvenes de extrema derecha se alistaban para aprender el arte de la guerra aprovechando las dificultades crecientes de encuadramiento militar norteamericano. Un objetivo apenas visible hasta 2006 cuando empezó a salir al comentario público en las redes sociales reaccionarias: mundializar el fascismo, como veremos luego.
El obscurantismo al alza sobre todo desde la crisis de 2007 reforzará a neofascismos posteriores y a las múltiples creencias negacionistas que verán su esplendor en 2020 con la pandemia que, entre otras consecuencias, normalizó la «trituradora emocional»107 que se esconde en el fascismo, tal como se advirtió muy oportunamente a comienzos de 2021. Mientras tanto, en Alemania cundía la alarma en 2010 por la débil conciencia antinazi debido108 a la desnazificación superficial y al silencio mediático de lo que era realmente en nazismo y, en 2013, el mismo escalofrío recorrió el Estado francés al verse la poca memoria antifascista existente pese a las atrocidades de la ocupación alemana. Sin embargo, lo peor hasta el momento sucedió en Estados Unidos porque para finales de 2014 el nazismo109 era ya esa fuerza con la que soñaba en 2006 la extrema derecha cristiano-republicana. El empeoramiento de las condiciones de vida provocado por la crisis de 2007 en adelante hizo que se agravase la salud psicosomática hasta tal punto que un diario de derechas tuvo que reconocer en 2013 que una de cada cinco personas, el 20% de la población, sufría dolor crónico110, deterioro que incrementaba las condiciones objetivas para la desmoralización social, la caída de la necesaria autoestima111 personal, uno de los factores desencadenantes del racismo, de la agresividad y violencia en los microfascismos cotidianos, sobre todo del patriarcal y, en síntesis, del fascismo oculto. No es sorprendente, por tanto, que el subterráneo avance del fascismo no fuera visto por sectores de la intelectualidad crítica europea que en 2016 escribía sobre el «regreso inesperado de los fascismos»112 lo que nos da una idea de cierto despiste que merma un poco la valía de los textos.
Simultáneamente, se producía en 2017 una modernización de las técnicas de difusión del fascismo camuflado al penetrar en las indefensas conciencias de las gentes mediante redes sociales en apariencia inocentes, pero que abren las puertas a los microfascismos113 cotidianos de forma imperceptible. De esa tapadera a otra que se presentaba con el reclamo de consejos humanitarios114 para resolver las cada vez más angustiosas situaciones personales, «íntimas», había un pequeño paso superado para 2018, año en el que también entra en acción el «fascismo sonriente»115 que busca romper la dañina imagen anterior del fascismo malhumorado, serio y osco.
Es verdad que en la primera década del siglo XXI el fascismo buscaba compaginar diversas expresiones externas, desde la respetabilidad que dan los trajes de lujo hasta el tradicional uso de bates de béisbol116, como en realidad se había hecho siempre y basta ver los trajes de Mussolini, Hitler, Primo de Rivera, por no hablar de las extravagancias de Goering. Pero, desde 2017, los nuevos métodos de llegar a la mente social buscan otra cosa más inquietante porque facilitan sobremanera penetrar en el inconsciente por ventanas o puertas antes apenas usadas, y lo más grave de todo ello es que coincide con la «resurrección de Hitler»117 en Alemania y del neofascismo público en Estados Unidos impulsado por la Administración Trump.
No es de extrañar que en este clima surgiera en 2018 la idea de una «internacional populista»118 que significaba un salto político cualitativo con respecto a la desunión de los fascismos y militarismos entre 1923 y 1945, y a la unión fundamentalmente militar dirigida por el Pentágono y la OTAN. Algunos reformistas están obsesionados en quitar carga fascista a Vox, partido citado en los informes sobre la creación de esa internacional populista, con lo que se blanquea en algo la vida política española y la tremenda fuerza real del autoritarismo en su interior, pero recibieron una rigurosa contestación119. Aclarado esto, que el proyecto de la internacional populista tenía algún viso de materialización quedó confirmado en 2021, nada más retroceder la pandemia, cuando Bolsonaro120 reactivó el proyecto. Se sabe que la guerra de la OTAN y de los ucronazis contra Rusia está reforzando el acercamiento de las fuerzas fascistas.
En 2022 Rusia atacó defensivamente a la OTAN y a la dictadura ucronazi después de advertir desde 2014 contra el expansionismo imperialista hacia Eurasia. El golpe de Estado de 2014 organizado por el Pentágono con el apoyo de la corrupta burguesía del país y de las fuerzas nazis reorganizadas y subvencionadas desde años antes, instauró un régimen de terror contra la población rusa del este de Ucrania; recortó los derechos lingüísticos de otros pueblos; encarceló, torturó y asesinó a sindicalistas, comunistas…; y bombardeó sin piedad hospitales, escuelas, comercios, plazas públicas, viviendas, etc., de las Repúblicas Populares del Donbass asesinando a más de 14.000 personas. La «democracia» europea ocultó estos crímenes hasta que los destapó definitivamente la intervención rusa. La llamada «cuna de la civilización», Occidente, sostiene al nazismo en Ucrania e impulsa disimuladamente su crecimiento en el este. Washington y Londres, y también París y Berlín121 se han conjurado para sostener a los ucronazis hasta que la OTAN se adueñe oficialmente de Ucrania, donde ya manda absolutamente pero no de forma oficialmente reconocida. La brutalidad nazi en Ucrania revive el terror de los colaboracionistas con el III Reich: «Mato, luego soy. Muero, luego fui»122.
La llamada «cuna de las religiones», Palestina, sufre un genocidio e infanticidio a manos del ente sionista denominado «Israel» que, con el apoyo incondicional de Occidente y de las burguesías colaboracionistas árabes, quiere apropiarse de sus tierras y recursos para, desde ese cementerio, avanzar en el sueño inhumano del «Gran Israel», es decir la gran extensión geográfica que los fanáticos sionistas aseguran que fue entregada como propiedad exclusiva por un tal Yahvé a un tal Abraham y que debería ir del Éufrates al Nilo. Dejando ahora de lado la lógica capitalista e imperialista de tamaña irracionalidad, sí hay que decir que está cargada de odio racista patológico123, odio tan furibundo como el practicado por los nazis ucranianos en la Segunda Guerra Mundial.
Lucha antifascista
En 2011, cuando el capitalismo estaba a punto de sufrir cambios significativos algunos de los cuales hemos expuesto parcialmente, W.I. Robinson definió el fascismo del siglo XXI con siete124 características que vamos a analizar una a una desde y para la lucha antifascista en 2024:
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1) La fusión del capital transnacional con el poder político reaccionario
Si en 2011 el capital ficticio, el de la industria de armas y el energético se estaban haciendo con el poder del Estado, como se vio en la destrucción de Libia y en el intento de destruir Siria, por citar dos casos, ahora esa fusión ha alcanzado grados entonces insospechados. La guerra multidimensional contra Eurasia y medio mundo exige que esa fusión se refuerce día a día, como se ve en las presiones imperialistas contra Rusia, Palestina, Irán, China, Venezuela, Cuba y un largo etcétera. En el Estado español esa fusión es innegable, de hecho explica la historia de «España» desde su origen y en especial desde 1936.
Esto plantea al menos cinco grandes exigencias a la lucha antifascista en sí misma: una, explicar que el Estado español es la forma político-militar de un capitalismo con un esencial pilar fascista en su base; dos, por tanto, todo antifascismo ha de ser anticapitalista y a la vez defensor a ultranza de las libertades; tres, lo que refuerza la necesidad de un antifascismo insertado en la lucha de clases, en el sindicalismo combativo, en los movimientos populares, etc.; cuatro, igualmente y por lo mismo el antifascismo debe propagar el derecho/necesidad de independencia de las naciones oprimidas por ese Estado desde y para un objetivo socialista; cuatro, lo que refuerza la necesidad de un antifascismo internacionalista y antiimperialista; y cinco, todo ello reforzado por una permanente teorización de las contradicciones del capital y de las adecuaciones del fascismo.
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Militarización y extrema masculinización
Los movimientos reaccionarios prefascistas ya llevaban en su seno la militarización y la masculinización tal cual las necesitaba la burguesía anterior a la Primera Guerra Mundial y sobre todo anterior a la oleada revolucionaria iniciada en 1917. El fascismo los elevo a características centrales de su dictadura, lo mismo que el salazarismo, el franquismo, etc., pero el nazismo rizó el rizo de esta fusión, como hemos visto. Pero la cosa no se detuvo ahí ya que la victoria del Ejército Rojo en 1945 y el avance del socialismo a escala internacional, con la impresionante liberación de la mujer trabajadora iniciada con la revolución bolchevique de 1917, forzó la masculinización fascista pero a la vez reformas en el sistema patriarco-burgués para frenar la emancipación socialista de la mujer. Con el tiempo, el fascismo se repuso y utilizando las redes sociales, según hemos visto, impulsa una masculinización tan reaccionaria como siempre.
Esto plantea al menos tres grandes tareas al antifascismo: una, demostrar que la unidad militarización/masculinización es irrompible aunque haya mujeres militares; dos, demostrar que existe otra concepción antagónica en lo militar y en la liberación de la mujer trabajadora como se comprueba en la historia de la lucha de clases con la creación del pueblo en armas; y tres, demostrar que la mujer trabajadora ha de desarrollar sistemas de autodefensa contra el terrorismo patriarcal, aprendiendo así que será una fuerza clave en el futuro pueblo en armas.
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Un chivo expiatorio que sirve para desplazar y reorientar las tensiones y contradicciones sociales
Todos los poderes opresores han creado chivos expiatorios dirigiendo contra ellos las formas de odio creadas por ese poder opresor: odio racista, patriarcal, religioso, nacionalista… Ahora por ejemplo la rusofobia y dentro de muy poco el odio a China, por no hablar del racismo contra los bolivarianos, refuerzan la islamofobia ya dominante, por citar algunos ejemplos. Pero es un chivo expiatorio de clase, es decir, oligarcas rusos, grandes capitalistas chinos, ricos antichavistas, magnates árabes y demás depredadores son bienvenidos, admirados y deseados como grandes inversores; pero los migrantes y los pueblos resistentes al imperialismo son odiados a muerte.
Esto plantea al menos tres grandes urgencias al antifascismo: una, luchar de forma implacable contra el racismo y contra cualquier chivo expiatorio por pequeño que sea; dos, solidarizarse con los componentes emancipadores que existen en las culturas de los pueblos despreciados, integrándolos en el antifascismo y defenderlos; y tres, llevar la lucha antifascista contra esas oligarquías que también nos explotan y oprimen porque son parte del capitalismo transnacional, de su militarismo y patriarcalismo.
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Una base social de masas
Según como sea la historia de la lucha de clases de cada país, el fascismo que en él impera tendrá mayor o menor base de masas alienadas, más o menos fanatizadas. Aunque el paradigma es el nazismo, no podemos olvidarnos de la fuerza electoral de Pinochet, Le Pen, Berlusconi, Trump, Bolsonaro, Milei… en las últimas décadas porque la base de masas también existe en el «frente electoral» del fascismo que ha aprendido a manipularlo con el marketing psicopolítico adaptado a las televisiones y a las redes sociales, a la miseria moral y psíquica esclavizada mentalmente. Según los casos, una vez será la juventud, la mujer, la tercera edad, etc., el objetivo a dominar en tal o cual momento electoral, según su origen de clase y nacional. Pero siempre existe en esta base reaccionaria una franja especialmente fanatizada que forma las «escuadras negras», los freikorps militarizados aunque aún no se haya impuesto el fascismo.
Esto plantea al menos cuatro grandes tareas al antifascismo: una y fundamental, conocer la estructura de las clases en lucha, de los sectores que pueden apoyar y apoyan al fascismo, de su psicología, etc., distinguiendo a los criminales fanáticos de las bases que pueden ser desintoxicadas con una buena metodología; dos, educar y atraer a los sectores simplemente democráticos y progresistas para que, con sus limitaciones, debiliten la base social fascista; tres, educar a los antifascistas para derrotar los métodos de manipulación irracional de la estructura psíquica obediente de la base social fascista; cuatro, dotarse de movimientos populares, sociales, de prensa libre, de fiestas y de vida cultural popular, laboral y barrial; y cinco, luchar conjuntamente con sindicatos, colectivos, organizaciones y partidos revolucionarios para derrotar al fascismo en su medio, en el interior de su base social.
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Una ideología fanática milenaria que tiene que ver con supremacía racial y cultural y que involucra un pasado idealizado y mítico, y una movilización racista contra chivos expiatorios
Hemos comentado ya varias veces esta característica del fascismo, que es uno de sus anclajes más profundos en la soledad indiferente y sumisa de las individualidades que solo encuentran consuelo en la masa enfervorizada fascinada por su líder. Pero tenemos que saber que a una escala menor, lo mismo sucede en las bases electorales conservadoras y hasta «democráticas», como se comprueba en cada elección en la mayoría de los casos. Las bases «democráticas» y hasta «revolucionarias», en buena medida, también creen que su cultura, por ejemplo la española, es superior a otras, a las que llaman «regionales»; creen que su «nación», «España», tiene más derechos que las «nacionalidades», etc. Hay que saber que frecuentemente son muy tenues las fronteras que separan las creencias nacionalistas elaboradas por la burguesía de un Estado imperialista y opresor de pueblos, lo que explica el desplazamiento de votos desde el centro-nacional a la derecha, extrema-derecha y fascismo imperialistas, y también de la «izquierda internacionalista» hacia el centro-nacionalista.
Esto plantea al antifascismo una serie de tareas que hemos visto ya en su mayor parte, si bien debemos especificar dos más: una, estudiar críticamente y a fondo la historia y las constantes de la lucha de clases en el Estado, desmontando las falsedades burguesas y sus respectivos modelos nacionales más o menos racistas, sus mitologías milenaristas; y dos, generar un antifascismo enraizado en la historia popular de su nación concreta, la historia de las luchas de las clases explotadas de su propio país y cultura, única forma de ser internacionalista y antiimperialista.
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Un liderazgo carismático
La obediencia al líder es tanto más incondicional y placentera en la medida en que se sostiene sobre dependencias afectivas, erótico-sexuales de diversa índole y materiales por las ganancias socioeconómicas e ideológicas obtenibles, lo que le dota de una resistencia inconsciente a cualquier argumento racional, desbloqueándose solo ante la experiencia práctica al descubrir con el tiempo la deshumanización real del líder amado, al descubrir el engaño y eso no siempre. Cada fascismo tiene la imagen del líder que más convenga a las necesidades de la acumulación de capital: según la propaganda Mussolini era mujeriego, Franco un buen padre de familia, Hitler era casto… aunque todos trabajaban a destajo con una efectividad sobrehumana, todos con una inteligencia excepcional y una ética y moral intachables, aunque cometiesen errores inconcebibles y crímenes genocidas.
La obediencia al líder es más compleja de lo que creemos porque muchos fascismos y movimientos de extrema derecha con raigambre de masas, tienen pequeños líderes vicarios en las zonas de implantación; pequeños líderes expertos en el clientelismo, que utilizan su pequeño poder zonal para hacer favores a votantes conocidos a los que luego se les cobra en votos: una especie de «mafia electoral» que asegura su poder desde la base hasta el vértice de la pirámide electoral. El líder vicario sabe que, a su escala, debe asegurar la misma dependencia material y psicológica hacia él que la masa de votantes tiene hacia el líder de su partido, o de no conseguirlo irá perdiendo cotas de poder.
Esto plantea al antifascismo una única pero hercúlea tarea que apenas podemos esbozar aquí en lo esencial ya que concierne a la lucha permanente por extender en lo posible otra forma de vida antagónica con la burguesa; una totalidad vital, emocional, afectiva, amorosa y especialmente crítica y libre, en el mismo infierno de la cotidianidad capitalista. Esta totalidad tiene su punto central en la dialéctica entre la lucha contra la ley del valor, el trabajo abstracto y el fetichismo mercantil por un lado y por el otro, la lucha contra el irracionalismo y la sumisión raizal en la estructura psíquica capitalista.
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El circuito mortal de acumulación-explotación-exclusión
El fascismo siempre justifica sus atrocidades diciendo que otros pueblos ocupan sus territorios supuestamente originales, les quitan las riquezas y los puestos de trabajo, violan a sus mujeres y destruyen su identidad nacional. El fascismo dice que tiene «derecho de sangre», «conquista» o «civilización» para apropiarse de las tierras y bienes de esos pueblos enemigos que debe esclavizar o destruir. El fascismo es así la justificación extrema de la ley general de acumulación capitalista, que muestra por qué y cómo una minoría se hace cada vez más rica explotando a una creciente mayoría cada vez más empobrecida y sobrante. El fascismo es por ello un enemigo mortal de la humanidad y de la naturaleza.
Esto plantea al antifascismo una única tarea, la más complicada, larga y decisiva, que integra y da coherencia a las anteriormente vistas y que aquí y ahora, dada su magnitud, solo resumimos así: el antifascismo es comunista o no es nada.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 21 de febrero de 2024
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