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El sio­nis­mo no solo está fra­ca­san­do, está sien­do derrotado

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«Esta atmós­fe­ra de vio­len­cia, de ame­na­za, estos cohe­tes lan­za­dos al aire no asus­tan ni des­orien­tan a los colo­ni­za­dos. Hemos vis­to que toda su his­to­ria recien­te los pre­dis­po­ne a «com­pren­der» esta situa­ción. Entre la vio­len­cia colo­nial y la vio­len­cia pací­fi­ca en la que está sumi­do el mun­do con­tem­po­rá­neo exis­te una espe­cie de corres­pon­den­cia cóm­pli­ce, una homo­ge­nei­dad. Los colo­ni­za­dos se han adap­ta­do a esta atmós­fe­ra. Por una vez, están en sin­to­nía con su tiempo.»

—Frantz Fanon: Los con­de­na­dos de la tie­rra, 1961

«Hay un tiem­po para ente­rrar a los muer­tos, un tiem­po para afi­lar las armas; hay un tiem­po para que el tiem­po pase a nues­tro anto­jo, para que se afian­ce nues­tro valor. Y somos noso­tros, noso­tros, los due­ños del tiempo.»

—Mah­moud Dar­wich: Una memo­ria para el olvi­do, 1982

Israel es un pro­yec­to falli­do, y no solo des­de el pun­to de vis­ta moral. Con­si­de­ro que, a estas altu­ras, se tra­ta de un sim­ple hecho his­tó­ri­co. Un Israel que haya nor­ma­li­za­do su esta­tus en el mun­do y en la región, que gobier­ne de for­ma esta­ble a las pobla­cio­nes some­ti­das a él, sin prac­ti­car el apartheid ni la expan­sión terri­to­rial per­ma­nen­te, que decla­re sus fron­te­ras, un Israel que no se apo­ye en la vio­len­cia dis­cre­cio­nal y extra­le­gal de los colo­nos y en una situa­ción de gue­rra per­ma­nen­te, un Israel así nun­ca lle­ga­rá. Ya ha ter­mi­na­do. Se tra­ta, en el mejor de los casos, de una vie­ja fan­ta­sía des­co­lo­ri­da, pero mor­tal. El tipo de fan­ta­sía a la que uno se afe­rra más por des­pe­cho que por ver­da­de­ra con­vic­ción. En cier­to sen­ti­do, que mere­ce ser pre­ci­sa­do, ya vivi­mos en el mun­do pos­te­rior a esa posi­bi­li­dad, el mun­do pos­te­rior a Israel.

La per­sis­ten­cia de la vida pales­ti­na y su nega­ti­va a morir y des­apa­re­cer con­vier­ten a Israel en un futu­ro pasa­do. Y cual­quier visión de una coexis­ten­cia no colo­nial en la Pales­ti­na his­tó­ri­ca debe par­tir de este reconocimiento.

Lo que vivi­mos hoy es el fin del sio­nis­mo. No se tra­ta de ser opti­mis­tas. Los fina­les colo­nia­les pue­den durar mucho tiem­po; casi siem­pre son muy bru­ta­les. Pero su bru­ta­li­dad ya es el anun­cio de la derro­ta final1. Los fina­les colo­nia­les se defi­nen por un aba­ni­co de opcio­nes cada vez más redu­ci­do y por el hecho de que cada movi­mien­to con­du­ce expo­nen­cial­men­te más rápi­do hacia el final. El fin del sio­nis­mo no ha sur­gi­do sim­ple­men­te del resur­gi­mien­to de las con­tra­dic­cio­nes inhe­ren­tes al pro­yec­to israe­lí. Ha sur­gi­do de la per­sis­ten­cia de un lar­go siglo de lucha anti­co­lo­nial de Pales­ti­na que, en las últi­mas dos déca­das, ha repre­sen­ta­do el desa­fío más sos­te­ni­do al poder colo­nial en gene­ra­cio­nes, una nue­va gue­rra de libe­ra­ción nacional.

A este res­pec­to, debe­mos ser cla­ros y no dis­cul­par­nos: la gue­rra de libe­ra­ción nacio­nal pales­ti­na plan­tea un desa­fío irre­so­lu­ble al orden colo­nial. El sio­nis­mo no está fra­ca­san­do. El sio­nis­mo está sien­do derrotado.

La car­ga a cie­gas de Israel en una fre­né­ti­ca cam­pa­ña geno­ci­da en Gaza solo pue­de enten­der­se en el con­tex­to de la tra­yec­to­ria his­tó­ri­ca glo­bal de la lucha por Pales­ti­na, que hoy alcan­za un pun­to de infle­xión. En otras pala­bras, esta situa­ción sur­ge del calle­jón sin sali­da en el que se encuen­tra el pro­yec­to sio­nis­ta. El sio­nis­mo se encuen­tra en un calle­jón sin sali­da por­que se defi­ne por la con­quis­ta per­ma­nen­te. Es un pro­yec­to que, enfren­ta­do a un arco de resis­ten­cias, se encuen­tra blo­quea­do en el tiem­po, inca­paz de supe­rar su momen­to fun­da­cio­nal, inca­paz de per­pe­tuar y fina­li­zar el des­po­jo en regí­me­nes esta­bles de pro­pie­dad y dere­cho, inca­paz de supe­rar el pasa­do. Los órde­nes polí­ti­cos que no pue­den cerrar sus momen­tos fun­da­cio­na­les de con­quis­ta y rele­gar la vio­len­cia de esta con­quis­ta al incons­cien­te polí­ti­co son órde­nes vul­ne­ra­bles. Son órde­nes inestables.

El obje­ti­vo del sio­nis­mo, su razón de ser, siem­pre ha sido el esta­ble­ci­mien­to de un Esta­do judío racial­men­te puro o mayo­ri­ta­rio en Pales­ti­na y sin embar­go hoy se encuen­tra gober­nan­do y diri­gien­do a más de sie­te millo­nes de súb­di­tos pales­ti­nos —más de la mitad de la pobla­ción que con­tro­la— a los que no tie­ne ni la inten­ción ni la capa­ci­dad de absor­ber jamás como miem­bros de su cuer­po polí­ti­co nacio­nal. Se tra­ta, sen­ci­lla­men­te, de una con­tra­dic­ción irre­con­ci­lia­ble. Des­de el pun­to de vis­ta del Esta­do racial, es un desas­tre inmu­no­ló­gi­co que no solo sig­ni­fi­ca que el Esta­do debe seguir defi­nién­do­se for­mal o legal­men­te en tér­mi­nos racia­les (y no pue­de pasar nun­ca a los dis­po­si­ti­vos de igual­dad for­mal de la demo­cra­cia libe­ral), sino que tam­bién lo con­de­na a una repe­ti­ción cons­tan­te de la vio­len­cia de la con­quis­ta. En el sen­ti­do his­tó­ri­co a lar­go pla­zo —y es pre­ci­sa­men­te este sen­ti­do y este hori­zon­te tem­po­ral los que se impo­nen aho­ra — , el sio­nis­mo solo tie­ne dos opcio­nes ante sí: la igual­dad (y, por tan­to, la auto­ne­ga­ción) o el geno­ci­dio. El hecho de que opte tan cla­ra­men­te por el geno­ci­dio sub­ra­ya has­ta qué pun­to la eli­mi­na­ción de los pales­ti­nos es el deseo prin­ci­pal del sio­nis­mo, el obje­to pri­ma­rio de su pulsión.

Des­de el pun­to de vis­ta de un pro­yec­to de colo­ni­za­ción en cri­sis, el geno­ci­dio no es irra­cio­nal ni está moti­va­do sim­ple­men­te por la ven­gan­za. Para el sio­nis­mo, se tra­ta de un retorno correc­ti­vo a un camino blo­quea­do. Se recla­ma a gri­tos y se sien­te como una nece­si­dad vital por­que podría per­mi­tir salir del ato­lla­de­ro, afron­tar el reto. En reali­dad, el geno­ci­dio nun­ca está lejos de la super­fi­cie en los órde­nes colo­nia­les. Y aun­que es solo uno de los muchos ins­tru­men­tos de eli­mi­na­ción y nega­ción de la iden­ti­dad indí­ge­na (jun­to con el ale­ja­mien­to, la asi­mi­la­ción y la ciu­da­da­nía indí­ge­na), his­tó­ri­ca­men­te hablan­do, resur­ge cuan­do la fron­te­ra aún está abier­ta y se pone a prueba.

En Pales­ti­na, el geno­ci­dio, inclu­so enten­di­do den­tro de los estre­chos lími­tes de la con­ven­ción de la ONU, no como la masa­cre de indi­vi­duos (lo que es más raro), sino como la des­truc­ción inten­cio­na­da de la capa­ci­dad de un pue­blo para exis­tir, siem­pre ha sido la con­di­ción de posi­bi­li­dad del sio­nis­mo polí­ti­co: la Nak­ba fue en muchos sen­ti­dos un caso cla­ro de geno­ci­dio, aun­que toda­vía no pue­da ser nom­bra­do como tal2. Pero el hecho de que el geno­ci­dio como acon­te­ci­mien­to vuel­va a apa­re­cer, que pase de una lógi­ca laten­te a una lógi­ca actua­li­za­da, es un efec­to de la mag­ni­tud del desa­fío que plan­tea la nue­va gue­rra de libe­ra­ción de Pales­ti­na a un pro­yec­to de colo­ni­za­ción ya bloqueado.

Es pre­ci­sa­men­te este sen­ti­mien­to de que el momen­to es a la vez un calle­jón sin salida/​frustración y una salida/​libertad para el régi­men colo­nial lo que expli­ca la inten­si­dad de la volun­tad geno­ci­da abier­ta en la socie­dad y el Esta­do israe­líes. Me refie­ro a los lla­ma­mien­tos casi dia­rios a aplas­tar, borrar, arra­sar, aca­bar; o en un len­gua­je que apun­ta más direc­ta­men­te a las angus­tias inmu­no­ló­gi­cas de un orden racial ame­na­za­do: borrar (l’m­chok) o purificar/​desinfectar (l’tahir); o, qui­zá aún más reve­la­dor, en un len­gua­je que codi­fi­ca la inci­ta­ción en lla­ma­mien­tos a com­ple­tar la con­quis­ta fun­da­cio­nal: «Nak­ba 2.0», «des­plie­gue de la Nak­ba de Gaza», «segun­da gue­rra de inde­pen­den­cia». Este doble sen­ti­mien­to de impas­se y sali­da tam­bién está pre­sen­te en los afec­tos que se mues­tran con tan­ta fre­cuen­cia en las redes socia­les israe­líes en torno a las imá­ge­nes de muer­te y des­truc­ción en Gaza: ale­gría, bur­la, ren­cor, cruel­dad, nece­si­dad de humi­llar. Es difí­cil expli­car de otra mane­ra la can­ti­dad exce­si­va de imá­ge­nes y vídeos que cir­cu­lan de sol­da­dos saquean­do casas, des­per­di­cian­do comi­da, bur­lán­do­se de los jugue­tes de niños muer­tos o des­pla­za­dos, o posan­do con la ropa inte­rior de muje­res muer­tas o des­pla­za­das. Este colap­so gene­ra­li­za­do de la barre­ra repre­si­va y de la inhi­bi­ción en el dis­cur­so no pue­de expli­car­se sim­ple­men­te por la nue­va per­mi­si­vi­dad del deseo tabú; es tam­bién un efec­to de las pro­fun­das frus­tra­cio­nes del impul­so libi­di­no­so atro­fia­do de este pro­yec­to, ya que está con­tro­la­do por un pue­blo que «sabe» que es infe­rior en todos los sen­ti­dos, y al que, sin embar­go, no pue­de ven­cer de for­ma deci­si­va, pero al que aho­ra pue­de humi­llar y castigar.

Frus­tra­cio­nes que aún hoy se tra­du­cen en la omni­pre­sen­te répli­ca de que no se tra­ta real­men­te de un geno­ci­dio por­que «si qui­sie­ra, Israel podría borrar Gaza de la faz de la tie­rra». Una répli­ca que, por supues­to, solo dela­ta has­ta qué pun­to los par­ti­da­rios de Israel quie­ren pre­ci­sa­men­te eso, pero son inca­pa­ces (por aho­ra) de lograrlo.

Esta mez­cla de frus­tra­ción y liber­tad es tam­bién la úni­ca for­ma de com­pren­der la natu­ra­le­za de la vio­len­cia total y fre­né­ti­ca que se ha aba­ti­do sobre Gaza. Una vio­len­cia que a menu­do se cali­fi­ca de cie­ga, pero que en reali­dad es selec­ti­va e inten­cio­na­da y que no solo tie­ne como obje­ti­vo la des­truc­ción gene­ra­li­za­da, sino tam­bién los cimien­tos mis­mos de la vida colec­ti­va habi­ta­ble. Una vio­len­cia que inclu­ye la impo­si­ción de un ase­dio total, la crea­ción acti­va de con­di­cio­nes de ham­bru­na y enfer­me­da­des epi­dé­mi­cas, y eje­cu­cio­nes suma­rias masi­vas3 . ¿Cómo enten­der si no la des­truc­ción de la mayo­ría de las vivien­das de Gaza y la demo­li­ción de edi­fi­cios ente­ros por par­te del cuer­po de inge­nie­ros del ejér­ci­to tras los com­ba­tes? ¿O los cien­tos de bom­bas de 2000 libras, que se encuen­tran entre las muni­cio­nes con­ven­cio­na­les más gran­des del mun­do y que matan o des­tru­yen todo lo que se encuen­tra en un radio de varios cien­tos de metros, lan­za­das no solo sobre barrios den­sa­men­te pobla­dos, sino tam­bién sobre barrios desig­na­dos como «zonas de segu­ri­dad»? ¿O la devas­ta­ción sis­te­má­ti­ca de todo el sis­te­ma de salud públi­ca de Gaza, con casi todos los hos­pi­ta­les sitia­dos, inva­di­dos o bom­bar­dea­dos repe­ti­da­men­te, y dos hos­pi­ta­les, entre ellos Al Shi­fa, el más gran­de de la fran­ja, con­ver­ti­dos en cam­pos de exter­mi­nio4 ? ¿O los más de 80 ata­ques con­tra la dis­tri­bu­ción de ayu­da huma­ni­ta­ria5? ¿O la des­truc­ción total de uni­ver­si­da­des, ayun­ta­mien­tos, biblio­te­cas y archi­vos? ¿O el ata­que sis­te­má­ti­co con­tra las cla­ses pro­fe­sio­na­les de Gaza, sus médi­cos, pro­fe­sio­na­les, perio­dis­tas, aca­dé­mi­cos, poe­tas y escri­to­res? La ciu­dad de Gaza, últi­ma ciu­dad cos­te­ra de Pales­ti­na y cen­tro de la infra­es­truc­tu­ra vital de la Fran­ja, ha que­da­do prác­ti­ca­men­te destruida.

Esta pro­duc­ción acti­va de lo inha­bi­ta­ble, esta volun­tad de des­truc­ción, no pue­de expli­car­se sim­ple­men­te por una «sed de san­gre» o una ven­gan­za pasa­je­ra. Debe enten­der­se, his­tó­ri­ca y emo­cio­nal­men­te, como la libe­ra­ción de ener­gías exter­mi­na­do­ras repri­mi­das duran­te mucho tiem­po que, en el momen­to de mayor vul­ne­ra­bi­li­dad del pro­yec­to, se sien­ten libres de per­se­guir el obje­to que ame­na­za su deseo.

El tiem­po de la iniciativa/​Zaman al-Mubadara

Sin embar­go, sería un error inter­pre­tar la coyun­tu­ra úni­ca­men­te des­de el pun­to de vis­ta de un orden colo­nial que se sien­te ase­dia­do y bus­ca una sali­da. Una lec­tu­ra más pro­fun­da debe reco­no­cer que, en cier­to nivel, este ase­dio —el ase­dio de la for­ta­le­za, el ase­dio de los ase­dios— es real y no solo el pro­duc­to de las fan­ta­sías nar­ci­sis­tas de una socie­dad colo­nial que teme su pro­pia vul­ne­ra­bi­li­dad y su pro­pio derro­ca­mien­to. En otras pala­bras, no se tra­ta sim­ple­men­te de que Israel, como todo orden colo­nial, esté obse­sio­na­do por la pers­pec­ti­va de la rever­si­bi­li­dad de las rela­cio­nes de poder, sino de que, en las últi­mas dos déca­das, ese derro­ca­mien­to se ha vuel­to cada vez más posi­ble, inclu­so probable.

El régi­men sio­nis­ta ha ges­tio­na­do sus con­tra­dic­cio­nes duran­te las dos últi­mas déca­das (des­de el colap­so de la facha­da de un «pro­ce­so de paz» en mar­cha) esen­cial­men­te espe­ran­do el momen­to opor­tuno y ges­tio­nan­do los con­flic­tos de for­ma letal en una tem­po­ra­li­dad sus­pen­di­da: ase­dio, con­tra­in­sur­gen­cia per­ma­nen­te, deten­cio­nes y deten­cio­nes masi­vas, pro­fun­di­za­ción del apartheid y la segre­ga­ción, paci­fi­ca­ción eco­nó­mi­ca y eco­no­mía de la ayu­da huma­ni­ta­ria, y recur­so a for­mas de auto­ri­dad autóc­to­na siguien­do el mode­lo de los ban­tus­ta­nes. En Gaza, esto ha ido acom­pa­ña­do de cam­pa­ñas regu­la­res de bom­bar­deos y masa­cres que han sido pre­sen­ta­das por el Esta­do colo­nial como una for­ma de «cor­tar el cés­ped», reve­lan­do así no solo el idí­li­co subur­bio esta­dou­ni­den­se en el cora­zón de la ima­gen putre­fac­ta que Israel tie­ne de sí mis­mo y su per­cep­ción de la vida pales­ti­na como una natu­ra­le­za muda e indis­ci­pli­na­da, sino tam­bién la natu­ra­le­za total­men­te banal y repe­ti­ti­va que esta vio­len­cia tie­ne para sus artí­fi­ces: cor­tar el cés­ped es algo ruti­na­rio y que no requie­re pen­sar demasiado.

Pero el pro­ble­ma es que las for­mas de resis­ten­cia no per­ma­ne­cen inmó­vi­les, sino que se desa­rro­llan y ganan en pro­fun­di­dad, pene­tra­ción y sofis­ti­ca­ción año tras año. Las dos últi­mas déca­das han sido tes­ti­go del cre­ci­mien­to más pro­nun­cia­do del movi­mien­to de libe­ra­ción pales­tino des­de el fin de la revo­lu­ción pales­ti­na en el ase­dio de Bei­rut en 1982 y la cap­tu­ra de sus prin­ci­pa­les par­ti­dos polí­ti­cos para con­ver­tir­los en faci­li­ta­do­res efec­ti­vos de la ocu­pa­ción israe­lí en Cis­jor­da­nia una déca­da más tar­de. Esto que­da cla­ro si se con­si­de­ran las for­mas de resis­ten­cia en toda su ampli­tud y glo­ba­li­dad: el acti­vis­mo, la cam­pa­ña de boi­cot y des­in­ver­sión, las for­mas sos­te­ni­das de acción direc­ta, el cre­ci­mien­to del movi­mien­to de soli­da­ri­dad pales­tino y los pro­fun­dos víncu­los con los par­ti­dos de izquier­da, los sin­di­ca­tos y los movi­mien­tos de libe­ra­ción de los negros y los indí­ge­nas en todo el mun­do, y la lucha arma­da en Pales­ti­na y en la región.

Es la lucha arma­da y su arrai­go en for­mas de vida resis­ten­tes lo que sigue sien­do ile­gi­ble o inac­ce­si­ble para tan­tos obser­va­do­res con­tem­po­rá­neos. Y, sin embar­go, no hay posi­bi­li­dad de com­pren­der esta coyun­tu­ra sin leer­la en el arco his­tó­ri­co de una nue­va gue­rra de libe­ra­ción nacio­nal que ha comen­za­do a plan­tear desa­fíos insu­pe­ra­bles a la pro­pia lógi­ca del poder colo­nial en Pales­ti­na. Un arco que comien­za con la libe­ra­ción del sur del Líbano en 2000 —un acon­te­ci­mien­to de sin­gu­lar impor­tan­cia his­tó­ri­ca, ya que es la úni­ca vez que un terri­to­rio ha sido libe­ra­do de la ocu­pa­ción israe­lí sin un reco­no­ci­mien­to más amplio del Esta­do israe­lí— y que inclu­ye la derro­ta del ejér­ci­to israe­lí en la gue­rra de 2006 en el Líbano, y la cre­cien­te capa­ci­dad de la resis­ten­cia pales­ti­na en Gaza duran­te las gue­rras de 2008 – 2009, 2014 y 2021. Estos acon­te­ci­mien­tos se vie­ron refor­za­dos por la Gran Mar­cha del Retorno en 2018, una ola de pro­tes­tas popu­la­res que puso en tela de jui­cio el ase­dio de Gaza, pero que fue reci­bi­da con una vio­len­cia mor­tal aplas­tan­te, y por la Inti­fa­da de la Uni­dad en 2021, que vio, por pri­me­ra vez en una gene­ra­ción, una movi­li­za­ción simul­tá­nea en todas las par­tes de la Pales­ti­na his­tó­ri­ca. La Inti­fa­da de la Uni­dad tam­bién fue el pun­to de par­ti­da de una nue­va orga­ni­za­ción de la resis­ten­cia arma­da en Cis­jor­da­nia en zonas de auto­de­fen­sa alre­de­dor de los prin­ci­pa­les cam­pos de refugiados.

Si bien el pro­yec­to colo­nial ha tra­ta­do, duran­te este perío­do, de dete­ner el tiem­po en lo que un alto ase­sor polí­ti­co israe­lí pre­sen­tó en 2004 como una solu­ción de for­mal­dehí­do que «con­ge­la­ría el pro­ce­so polí­ti­co»6, las fac­cio­nes de la resis­ten­cia tra­ta­ron de crear y abrir el tiem­po, de fijar sus rit­mos y tem­pos, en lo que deno­mi­nan «el tiem­po de la iniciativa».

Sin embar­go, inclu­so entre aque­llos de noso­tros que nos dedi­ca­mos a la libe­ra­ción de todos los pue­blos de la Pales­ti­na his­tó­ri­ca, per­sis­te una cier­ta inca­pa­ci­dad o fal­ta de pre­pa­ra­ción para leer este arco his­tó­ri­co, para reco­no­cer su his­to­ri­ci­dad. Una inca­pa­ci­dad que se deri­va, por un lado, de una incom­pren­sión u olvi­do de lo que son las gue­rras anti­co­lo­nia­les de libe­ra­ción nacio­nal, has­ta tal pun­to que a menu­do se nos dice, de una mane­ra que inter­na­li­za una mito­lo­gía de la supre­ma­cía mili­tar israe­lí, que la lucha arma­da aquí es inú­til, con­tra­pro­du­cen­te o, en el mejor de los casos, sim­bó­li­ca. Una inca­pa­ci­dad que, por otro lado, se deri­va de la cap­tu­ra de nues­tras gra­má­ti­cas por polí­ti­cas libe­ra­les de res­pe­ta­bi­li­dad y reco­no­ci­mien­to, fun­da­men­tal­men­te inca­pa­ces de tra­tar la vio­len­cia polí­ti­ca anti­co­lo­nial más allá de mar­cos mora­les pla­nos que pri­vi­le­gian inva­ria­ble­men­te el poder del Esta­do y reifi­can las cate­go­rías jurí­di­cas de la his­to­ria colo­nial7.

Aquí, la lucha arma­da solo se inter­pre­ta cuan­do tras­pa­sa un lími­te moral, y aca­ba­mos en una espe­cie de des­au­to­ri­za­ción moral per­for­ma­ti­va que encie­rra luchas anti­co­lo­nia­les ente­ras en las pato­lo­gías del sadis­mo y la ven­gan­za (a solo unos pasos del len­gua­je de la «bar­ba­rie» y la «sal­va­jis­mo»). Esta inca­pa­ci­dad hace que amplios sec­to­res de la izquier­da mun­dial parez­can inca­pa­ces de hacer jus­ti­cia a su pro­pia his­to­ria revo­lu­cio­na­ria en el presente.

Se tra­ta de dos gra­ves erro­res. El poder de la gue­rra de libe­ra­ción nacio­nal anti­co­lo­nial no resi­de en una con­fron­ta­ción final deci­si­va. Rara vez hay una bata­lla final o un asal­to al pala­cio. Se tra­ta de una trans­for­ma­ción pro­gre­si­va de las moda­li­da­des de domi­na­ción del poder colo­nial; su tem­po­ra­li­dad es la lar­ga dura­ción y nun­ca es una sim­ple cues­tión de arit­mé­ti­ca mate­rial. Se tra­ta siem­pre de abrir posi­bi­li­da­des polí­ti­cas tras­tor­nan­do las rela­cio­nes de fuer­za, por lo que se tra­ta de una lógi­ca de gue­rra fun­da­men­tal­men­te dife­ren­te8 de la gue­rra colo­nial geno­ci­da. Pero aquí debe­mos com­pren­der la par­ti­cu­la­ri­dad del poder colo­nial para enten­der lo que está en juego.

La lógi­ca orga­ni­za­ti­va más pri­ma­ria del orden colo­nial es la sepa­ra­ción. Esta sepa­ra­ción no es sim­ple­men­te físi­ca o espa­cial. Es onto­ló­gi­ca y psi­co­afec­ti­va. Se tra­ta de una sepa­ra­ción entre el suje­to y el obje­to, entre el cuer­po vivo y los «cuer­pos-obje­tos» que lo rodean9. El colo­nia­lis­mo toma así las inti­mi­da­des, los cuer­pos, el tra­ba­jo, la tie­rra, las ener­gías y las pre­sen­cias indí­ge­nas entre­la­za­das, y las cons­ti­tu­ye en ámbi­tos sepa­ra­dos, negán­do­les toda for­ma de mutua­li­dad o comunidad.

El ejer­ci­cio de la domi­na­ción colo­nial, a su vez, se basa fun­da­men­tal­men­te en la lógi­ca de la no reci­pro­ci­dad. Se tra­ta de la capa­ci­dad de ejer­cer una vio­len­cia cons­tan­te y pene­tran­te en la socie­dad indí­ge­na sin que se vea afec­ta­do el núcleo de la vida colo­nial, sin nin­gún tipo de res­pues­ta a cam­bio. Su esen­cia no es sim­ple­men­te que sea bru­ta y arbi­tra­ria, sino que es into­ca­ble. Así es como des­hu­ma­ni­za, por­que nie­ga toda for­ma de mutua­li­dad has­ta el pun­to de la inti­mi­dad, pre­ci­sa­men­te allí don­de se inmis­cu­ye más pro­fun­da­men­te en la inte­gri­dad cor­po­ral. En esen­cia, en los tér­mi­nos tác­ti­les en los que se entien­de y se impo­ne el poder colo­nial, es la capa­ci­dad de tocar y no ser toca­do a cam­bio. En Arge­lia, es pre­ci­sa­men­te esta lógi­ca la que ha per­mi­ti­do vin­cu­lar el régi­men de tor­tu­ra sis­te­má­ti­ca con el deseo de des­ve­lar a las muje­res arge­li­nas; ambas se enten­die­ron como par­te de las prác­ti­cas con­tra­in­su­rrec­cio­na­les y civi­li­za­do­ras que bus­ca­ban tocar lo más pro­fun­do de la inti­mi­dad de los indí­ge­nas —cor­po­ral, psí­qui­ca, domés­ti­ca, fami­liar— des­de una posi­ción que excluía cual­quier con­tac­to recíproco.

En un orden colo­nial, esta into­ca­bi­li­dad debe exten­der­se al cuer­po social en su con­jun­to. El cuer­po del colo­ni­za­dor y el cuer­po polí­ti­co del colo­ni­za­dor se cons­ti­tu­yen con­jun­ta­men­te en la vio­len­cia de la inmu­ni­za­ción. Y lo que pode­mos con­si­de­rar como el con­tra­to social colo­nial se cons­tru­ye pre­ci­sa­men­te sobre esta (no) rela­ción: un núcleo de bue­na vida de colo­nos en el inte­rior que per­ma­ne­ce intac­to aun­que la fron­te­ra colo­nial elás­ti­ca sea un espa­cio de vio­len­cia total y rui­na. Gaza, cam­po de con­cen­tra­ción de refu­gia­dos des­po­seí­dos que pue­den ser ase­si­na­dos a volun­tad, es la con­di­ción táci­ta de Tel Aviv, ciu­dad cos­mo­po­li­ta y rela­ja­da, con arqui­tec­tu­ra Bauhaus y vida noc­tur­na. Pero la estruc­tu­ra solo fun­cio­na si el régi­men de vio­len­cia es incues­tio­na­ble e incondicional.

Esta no reci­pro­ci­dad incon­di­cio­nal es la razón por la que, para el orden colo­nial, cual­quier acto de resis­ten­cia, arma­do o no, se con­si­de­ra vio­len­to. Por­que cada acto de resis­ten­cia cues­tio­na esta divi­sión entre el super­hom­bre into­ca­ble y el sub­hom­bre dese­cha­ble (en tér­mi­nos de Fanon, la resis­ten­cia los huma­ni­za mutua­men­te). La vio­len­cia colo­nial, a su vez, debe ser total­men­te exce­si­va. Todos los deba­tes sobre la pro­por­cio­na­li­dad lle­va­dos a cabo por per­so­nas que aún creen en el dere­cho inter­na­cio­nal pasan por alto lo esencial.

Cuan­do se le cues­tio­na, el poder colo­nial no tie­ne más reme­dio que ser total­men­te desproporcionado

Debe bom­bar­dear barrios. No por razo­nes mili­ta­res, sino por­que debe esfor­zar­se cons­tan­te­men­te por res­ta­ble­cer la no reci­pro­ci­dad. Por eso el Esta­do israe­lí con­ci­be el res­ta­ble­ci­mien­to de la disua­sión como un ejer­ci­cio de des­truc­ción. Mide sus logros polí­ti­cos en fun­ción de los escom­bros. Expre­sa su esté­ti­ca polí­ti­ca en la difu­sión de imá­ge­nes de rui­nas casi subli­mes. «Gaza», lec­ción de ani­qui­la­ción total, debe ser media­ti­za­da y difun­di­da en todas las pan­ta­llas. La esca­la y el alcan­ce de la des­truc­ción deben ser tan seve­ros, tan tota­les y tan visi­bles que reafir­men la into­ca­bi­li­dad del sobe­rano colo­nial en la con­cien­cia mis­ma de los obje­tos de su vio­len­cia. El obje­ti­vo decla­ra­do de muchas cam­pa­ñas de bom­bar­deos israe­líes en Gaza, a saber, «res­ta­ble­cer la cal­ma», es pre­ci­sa­men­te un eufe­mis­mo para esta no reci­pro­ci­dad: los perío­dos de «cal­ma» son aque­llos en los que el Esta­do colo­nial pue­de matar, encar­ce­lar, des­po­jar y des­pla­zar sin respuesta.

Los últi­mos vein­te años de lucha han pues­to en tela de jui­cio esta lógi­ca e inclu­so la han tras­to­ca­do en algu­nos aspec­tos. Solo en Gaza, los logros han sido inmen­sos. Un pue­blo de refu­gia­dos expul­sa­do de su hogar, acam­pa­do, ocu­pa­do mili­tar­men­te duran­te déca­das y com­ple­ta­men­te ase­dia­do en una minús­cu­la fran­ja de tie­rra cos­te­ra sin una sola mon­ta­ña o valle, sin sel­va ni bos­que, y bom­bar­dea­do regu­lar­men­te des­de el aire, ha sido capaz de per­fo­rar el cie­lo y las pro­fun­di­da­des sub­te­rrá­neas de un Esta­do-for­ta­le­za dota­do de armas nuclea­res. De mane­ra muy con­cre­ta, Gaza ha inver­ti­do en algu­nos momen­tos la lógi­ca del ase­dio. Inclu­so han reco­gi­do la muni­ción lan­za­da sobre sus casas y la han uti­li­za­do para fabri­car armas y defen­der­se. Cuan­do algu­nos dicen que en la lucha anti­co­lo­nial «cada bala es una bala devuel­ta», en Gaza no es una metáfora.

En otras pala­bras, han ins­ti­tu­cio­na­li­za­do una base de cono­ci­mien­tos indí­ge­nas acu­mu­la­dos y una capa­ci­dad de orga­ni­za­ción. Cuan­do, en los pri­me­ros días del ase­dio, las fac­cio­nes de la resis­ten­cia lan­za­ron cohe­tes que todo el mun­do cali­fi­có de «pri­mi­ti­vos», la gen­te se apre­su­ró a seña­lar que eso no jus­ti­fi­ca­ba la inten­si­dad del bom­bar­deo israe­lí, que los cohe­tes eran en reali­dad una espe­cie de «fue­gos arti­fi­cia­les» y que era mejor con­si­de­rar­los «sim­bó­li­cos». No es así. El régi­men colo­nial lo enten­dió mucho más cla­ra­men­te: la más míni­ma pers­pec­ti­va de una capa­ci­dad autóc­to­na para desa­rro­llar tec­no­lo­gía mili­tar, por «pri­mi­ti­va» que sea, cons­ti­tu­ye una ame­na­za para la lógi­ca de la no reci­pro­ci­dad. Son estas capa­ci­da­des las que defi­nen los tér­mi­nos de la bata­lla actual. Total­men­te some­ti­da a un blo­queo casi total por todos lados y pri­va­da de un solo cen­tí­me­tro de terri­to­rio o de líneas de sumi­nis­tro en la reta­guar­dia, la resis­ten­cia pales­ti­na ha desa­rro­lla­do la capa­ci­dad de enfren­tar­se y repe­ler las colum­nas blin­da­das de inva­sión de uno de los ejér­ci­tos mejor equi­pa­dos y más des­pia­da­dos del mun­do, duran­te meses de guerra.

Es difí­cil encon­trar un pre­ce­den­te his­tó­ri­co a lo que la resis­ten­cia en Gaza ha logra­do y con­se­gui­do has­ta aho­ra. Los arge­li­nos tenían sus líneas de sumi­nis­tro a tra­vés de la Túnez de Bour­gui­ba y las mon­ta­ñas del Atlas en el inte­rior del país; los viet­na­mi­tas tenían la Chi­na maoís­ta y Cam­bo­ya y hec­tá­reas de sel­va den­sa. Los pales­ti­nos de Gaza no tie­nen pro­fun­di­dad terri­to­rial, sal­vo su pro­pia resis­ten­cia e inge­nio. Pase lo que pase, en mi opi­nión, es indis­cu­ti­ble que las bata­llas libra­das con­tra este geno­ci­dio aca­ba­rán sien­do reco­no­ci­das his­tó­ri­ca­men­te al mis­mo nivel que las gran­des haza­ñas de la his­to­ria anti­co­lo­nial, como la bata­lla de Dien Bien Phu o, por cier­to, la bata­lla de Bint-Jbeil duran­te la gue­rra de 2006 en el Líbano, aun­que toda­vía no ten­ga­mos el len­gua­je para hablar de ello.

Sin embar­go, aquí no hay una bata­lla final. No se vis­lum­bra en el hori­zon­te nin­gún equi­va­len­te a la caí­da de Sai­gón o al asal­to de San­ta Cla­ra. Los pales­ti­nos nun­ca podrán ejer­cer una vio­len­cia com­pa­ra­ble a la del Esta­do colo­nial. Pero lo que pue­den hacer es recha­zar el orden colo­nial de no reci­pro­ci­dad. Pue­den abrir­se y ganar tiem­po en una gue­rra de libe­ra­ción nacio­nal que impi­da que el orden colo­nial sal­ga del pun­to muer­to. Cabe recor­dar aquí que la base de toda gue­rra de libe­ra­ción nacio­nal es la capa­ci­dad de la gen­te común para seguir recha­zan­do los tér­mi­nos de la derro­ta e insis­tien­do en la vida a cual­quier pre­cio. Esta insis­ten­cia se refle­ja en la madre que entie­rra a su hijo muer­to en una fosa común y, al mis­mo tiem­po, decla­ra que no se move­rá de allí; se encuen­tra en la ima­gen de un joven saca­do de los escom­bros, con el ros­tro ape­nas dis­cer­ni­ble bajo la capa gris del pol­vo, lle­va­do en una cami­lla, que, de algu­na mane­ra, encuen­tra la fuer­za para sen­tar­se y hacer el signo de la vic­to­ria; ella está allí, en los médi­cos que se nie­gan a aban­do­nar a sus pacien­tes cuan­do la muer­te les ace­cha; ella está allí, en el anciano que vuel­ve a vivir en las rui­nas de su casa, en una tien­da de cam­pa­ña impro­vi­sa­da, para bus­car los cuer­pos de sus hijos y nie­tos bajo los escom­bros. En la pri­ma­ve­ra de 2024, el ejér­ci­to israe­lí vol­vió a ocu­par las zonas del nor­te de Gaza que afir­ma­ba haber libe­ra­do, no por­que las fac­cio­nes de la resis­ten­cia siguie­ran en pie, sino sobre todo por­que la gen­te insis­tía en vol­ver a vivir entre las ruinas.

Esta insis­ten­cia en una vida habi­ta­ble y en sus rit­mos coti­dia­nos —es decir, el recha­zo del terreno bal­dío que el sio­nis­mo siem­pre ha tra­ta­do de crear en Pales­ti­na— es la base del desa­fío más amplio que se le plan­tea al régi­men colo­nial. No hay nada román­ti­co en ello; no se tra­ta de con­ver­tir­lo en una ima­gen de heroís­mo sacri­fi­cial. Sabe­mos mejor que nadie que las imá­ge­nes de una resis­ten­cia arma­da pode­ro­sa y pura­men­te desin­te­re­sa­da son defi­cien­tes. Ya nos han decep­cio­na­do. El dolor es incon­men­su­ra­ble y nada pue­de redu­cir­lo a un plano sim­bó­li­co. Pero reti­rar ese dolor de la tem­po­ra­li­dad de una gue­rra de libe­ra­ción es sus­traer­lo por com­ple­to del sig­ni­fi­ca­do polí­ti­co, es redu­cir­lo al úni­co len­gua­je que el libe­ra­lis­mo per­mi­te: una heri­da estric­ta­men­te per­so­nal. La comu­ni­dad polí­ti­ca pales­ti­na, por el con­tra­rio, siem­pre se ha basa­do —por pura nece­si­dad, pero con efec­tos polí­ti­cos— en su capa­ci­dad para trans­for­mar el due­lo en desa­fío10.

Se tra­ta de for­mas de lucha total­men­te ile­gi­bles para la mayo­ría de los libe­ra­les de izquier­da en Occi­den­te. Y, sin embar­go, gran par­te de la defen­sa con­tem­po­rá­nea de Pales­ti­na sigue basán­do­se en la idea de que la lucha pales­ti­na por la libe­ra­ción solo ten­drá éxi­to si ape­la­mos a cier­tas con­ven­cio­nes occi­den­ta­les de reco­no­ci­mien­to o legi­ti­mi­dad. Esta inter­pre­ta­ción erró­nea debe­ría haber sido la pri­me­ra víc­ti­ma de esta gue­rra genocida.

El pro­ble­ma no es cómo for­mu­la­mos o arti­cu­la­mos nues­tras deman­das de liber­tad; es que la pro­pia deman­da de liber­tad pales­ti­na es fun­da­men­tal­men­te repro­ba­ble11. Nin­gún dis­cur­so polí­ti­co logra­rá ocul­tar esto. Inclu­so en nues­tra muer­te masi­va, se nie­ga nues­tra huma­ni­dad; inclu­so como núme­ros anó­ni­mos, somos obje­to de sos­pe­cha. Somos y siem­pre hemos sido exclui­dos de esta huma­ni­dad. No es solo que nues­tras vidas se valo­ren de mane­ra dife­ren­te, es que no tie­nen nin­gún valor.

Nin­gu­na demos­tra­ción de ino­cen­cia racial, nin­gún estri­bi­llo de con­de­na nos per­mi­ti­rá entrar en el club

En el mejor de los casos, las for­ma­cio­nes de la izquier­da libe­ral occi­den­tal pue­den con­si­de­rar a los pales­ti­nos como víc­ti­mas jus­tas, pero nun­ca como acto­res his­tó­ri­cos capa­ces y legí­ti­mos para librar una gue­rra de libe­ra­ción nacio­nal. Los alia­dos que hemos gana­do, los hemos gana­do no lla­man­do al reco­no­ci­mien­to, sino negán­do­nos a doble­gar­nos y morir, situan­do nues­tra lucha y los prin­ci­pios de esta lucha en las his­to­rias y heren­cias mun­dia­les del anti­co­lo­nia­lis­mo revolucionario.

No se tra­ta de elu­dir la cues­tión de los lími­tes éti­cos de la vio­len­cia anti­co­lo­nial, ni de insi­nuar que esos lími­tes no se han tras­pa­sa­do en la his­to­ria del anti­co­lo­nia­lis­mo pales­tino, ni siquie­ra que no se tras­pa­sa­ron duran­te la ope­ra­ción el «Dilu­vio de Al-Aqsa» del 7 de octu­bre. Y menos aún que estas vio­la­cio­nes no deban tener­se en cuen­ta y ser cri­ti­ca­das. Los pales­ti­nos han refle­xio­na­do duran­te mucho tiem­po sobre estas cues­tio­nes y las han abor­da­do, no en el mar­co de un ejer­ci­cio de rela­cio­nes públi­cas, sino en el de su pro­pio diá­lo­go polí­ti­co. Por­que los colo­ni­za­dos no deben estos lími­tes a sus cola­bo­ra­do­res, ni a los redac­to­res de las revis­tas occi­den­ta­les, ni al mito de la comu­ni­dad inter­na­cio­nal. Los colo­ni­za­dos se las deben a sí mis­mos, y solo a sí mis­mos; se las deben a los hori­zon­tes de futu­ro y con­vi­ven­cia que su lucha hará reali­dad, al mun­do que here­da­rán sus hijos.

El lla­ma­mien­to de Fanon al final de Los con­de­na­dos de la tie­rra a «aban­do­nar esta Euro­pa que no deja de hablar del hom­bre mien­tras lo masa­cra por todas par­tes, en todos los rin­co­nes de sus pro­pias calles, en todos los rin­co­nes del mun­do»12 nun­ca ha sido tan urgen­te. Nun­ca ha sido tan factible.

Israel es el pues­to avan­za­do regio­nal de un orden impe­rial que se tam­ba­lea. Yemen, uno de los paí­ses más pobres del pla­ne­ta, cru­za los océa­nos y desa­fía a los impe­rios para unir­se a la lucha. Sudá­fri­ca derri­ba el dere­cho inter­na­cio­nal, vio­lan­do las fron­te­ras colo­nia­les táci­tas en torno a la acu­sa­ción de geno­ci­dio13. Pero, más aún, millo­nes de per­so­nas en todo el mun­do se sien­ten inter­pe­la­das por la vio­len­cia geno­ci­da en Gaza; millo­nes de per­so­nas se sien­ten inter­pe­la­das por esta vio­len­cia y se reco­no­cen en ella. Al mirar Gaza, no solo ven cien años de colo­ni­za­ción en Pales­ti­na, sino tam­bién los últi­mos qui­nien­tos años de domi­na­ción colo­nial racial euroamericana.

La cam­pa­ña en Gaza pare­ce un resu­men con­den­sa­do de todas las gue­rras colo­nia­les de la his­to­ria y lle­va todas sus mar­cas: aplas­ta­mien­to de pue­blos des­po­seí­dos y ase­dia­dos por una poten­cia mili­tar domi­nan­te en nom­bre de la auto­de­fen­sa y de la «civi­li­za­ción y los valo­res occi­den­ta­les»; demo­no­lo­gía y léxi­co de la bar­ba­rie, la zoo­lo­gía y la bes­tia­li­dad; deva­lua­ción de la vida en taxo­no­mías racia­les que defi­nen la dese­cha­bi­li­dad de unos como con­di­ción del valor de otros; pre­sen­tis­mo y recha­zo de cual­quier rei­vin­di­ca­ción de un pasa­do his­tó­ri­co o de una injus­ti­cia his­tó­ri­ca. Todos estos ele­men­tos son inme­dia­ta­men­te reco­no­ci­bles para millo­nes de per­so­nas en todo el mun­do, no solo como la per­sis­ten­cia de un pasa­do y una his­to­ria comu­nes, sino tam­bién como el inquie­tan­te signo de un futu­ro inmi­nen­te en un pla­ne­ta que se calien­ta y del que se nos repi­te que está «super­po­bla­do».

En este sen­ti­do, Pales­ti­na es el archi­vo vivien­te de nues­tro futu­ro. Pero tam­bién es el nom­bre de una con­cien­cia pla­ne­ta­ria reno­va­da. Es el ori­gen del mayor movi­mien­to estu­dian­til mun­dial des­de hace gene­ra­cio­nes, de las mayo­res mani­fes­ta­cio­nes de inter­na­cio­na­lis­mo de izquier­da que ha cono­ci­do Occi­den­te en déca­das y, pro­ba­ble­men­te, de las mayo­res movi­li­za­cio­nes de acti­vis­mo judío anti­sio­nis­ta que ha vis­to Esta­dos Uni­dos. Estos logros no se han con­se­gui­do a pesar de la gue­rra de libe­ra­ción de Pales­ti­na, sino gra­cias a ella; sin el desa­fío del anti­co­lo­nia­lis­mo pales­tino, sin la capa­ci­dad de derro­car la lógi­ca colo­nial de la domi­na­ción y recha­zar todo el orden impe­rial, todo esto no ten­dría sen­ti­do. No se habría logra­do nin­gún avan­ce diplo­má­ti­co, jurí­di­co o ideo­ló­gi­co sin la lucha arma­da, que garan­ti­zó que aún que­da­ba algo en el terreno que valía la pena defender.

El sio­nis­mo tam­bién se encuen­tra en un calle­jón sin sali­da. Su total depen­den­cia del patro­ci­nio impe­rial nun­ca ha sido tan evi­den­te. Pero lo mis­mo ocu­rre con su fun­ción como pilar moral-ideo­ló­gi­co y geo­po­lí­ti­co-mili­tar de un orden capi­ta­lis­ta impe­rial domi­na­do por Esta­dos Uni­dos que se está derrum­ban­do y está dis­pues­to a recu­rrir al geno­ci­dio para man­te­ner esta fun­ción ope­ra­ti­va. Por lo tan­to, lo que está en jue­go en la coyun­tu­ra actual es glo­bal y no podría ser mayor: Pales­ti­na está en todas par­tes por­que repre­sen­ta un tema polí­ti­co de eman­ci­pa­ción uni­ver­sal radi­cal14.

Si el sio­nis­mo ha lle­ga­do a repre­sen­tar los «dere­chos» del colo­nia­lis­mo de pobla­mien­to y del etno­na­cio­na­lis­mo en todo el mun­do, es decir, los dere­chos a negar cual­quier for­ma de reco­no­ci­mien­to de la injus­ti­cia colo­nial y la vio­len­cia des­po­se­yen­te que se está pro­du­cien­do en todo el mun­do, enton­ces la gue­rra de libe­ra­ción de Pales­ti­na lle­va hoy la idea anti­co­lo­nial a esca­la mundial.

Si el sio­nis­mo se ha con­ver­ti­do en uno de los pun­tos que reúnen y expo­nen las pro­fun­das afi­ni­da­des elec­ti­vas entre el libe­ra­lis­mo y el fas­cis­mo, enton­ces Pales­ti­na tie­ne la tarea no solo de actua­li­zar el lega­do común de la his­to­ria revo­lu­cio­na­ria don­de nadie más lo hará, sino tam­bién de lle­var­lo al tiem­po vivi­do, al «tiem­po de la ini­cia­ti­va». Es un peso terri­ble y mag­ní­fi­co a la vez.

Nas­ser Abou­rah­me, pro­fe­sor adjun­to de Estu­dios de Orien­te Medio y Nor­te de Áfri­ca en el Bow­doin Colle­ge de Esta­dos Unidos.

Fuen­te: https://​www​.radi​calphi​lo​sophy​.com/​a​r​t​i​c​l​e​/​i​n​-​t​u​n​e​-​w​i​t​h​-​t​h​e​i​r​-​t​ime

Cogi­do de: https://​indi​ge​nes​-repu​bli​que​.fr/​l​e​-​s​i​o​n​i​s​m​e​-​n​e​s​t​-​p​a​s​-​s​e​u​l​e​m​e​n​t​-​e​n​-​t​r​a​i​n​-​d​e​c​h​o​u​e​r​-​i​l​-​e​s​t​-​e​n​-​t​r​a​i​n​-​d​e​t​r​e​-​v​a​i​n​cu/

  1. Joseph Mas­sad: «Why Israel’s sava­gery is a sign of its impen­ding defeat», Midd­le East Eye, 16 de abril de 2024 (https://​www​.midd​leeas​te​ye​.net/​o​p​i​n​i​o​n​/​w​a​r​-​o​n​-​g​a​z​a​-​i​s​r​a​e​l​-​s​a​v​a​g​e​r​y​-​s​i​g​n​-​i​m​p​e​n​d​i​n​g​-​d​e​f​eat).
  2. Mar­tin Shaw: «Pales­ti­ne in inter­na­tio­nal his­to­ri­cal pers­pec­ti­ve on geno­ci­de», Holy Land Stu­dies 9:1 (2010): 1 – 24 (https://martinshaw.org/2010/06/26/palestine-in-an-international-historical-perspective-on-genocide‑2/).
  3. Al – Jazee­ra: «Civi­lians shel­te­ring insi­de a Gaza school killed execu­tion – sty­le», 13 de diciem­bre de 2023 (https://​www​.alja​zee​ra​.com/​v​i​d​e​o​/​n​e​w​s​f​e​e​d​/​2​0​2​3​/​1​2​/​1​3​/​c​i​v​i​l​i​a​n​s​-​s​h​e​l​t​e​r​i​n​g​-​i​n​s​i​d​e​-​a​-​g​a​z​a​-​s​c​h​o​o​l​-​k​i​l​l​e​d​-​e​x​e​c​u​t​ion).
  4. Seraj Assi: «La horri­ble masa­cre de Israel en el hos­pi­tal más gran­de de Gaza», Jaco­bin, 3 de abril de 2024 (https://​jaco​bin​.com/​2​0​2​4​/​0​4​/​a​l​-​s​h​i​f​a​-​h​o​s​p​i​t​a​l​-​s​i​e​g​e​-​g​a​z​a​-​m​a​s​s​a​c​re/).
  5. Foren­sic Archi­tec­tu­re: «Attacks on aid in Gaza: Pre­li­mi­nary fin­dings», 4 de abril de 2024 (https://​foren​sic​-archi​tec​tu​re​.org/​i​n​v​e​s​t​i​g​a​t​i​o​n​/​a​t​t​a​c​k​s​-​o​n​-​a​i​d​-​i​n​-​g​a​z​a​-​p​r​e​l​i​m​i​n​a​r​y​-​f​i​n​d​i​ngs).
  6. Mouin Rab­ba­ni: «Israel mows the lawn», Lon­don Review of Books, vol. 36, n.º 15, 31 de julio de 2014 (https://​www​.lrb​.co​.uk/​t​h​e​-​p​a​p​e​r​/​v​3​6​/​n​1​5​/​m​o​u​i​n​-​r​a​b​b​a​n​i​/​i​s​r​a​e​l​-​m​o​w​s​-​t​h​e​-​l​awn).
  7. Same­ra Esmeir: «To say and think a life beyond what settler colo­nia­lism has made», Mada Masr, 14 de octu­bre de 2023 (https://​cri​ti​ca​lle​galthin​king​.com/​2​0​2​3​/​1​0​/​1​8​/​t​o​-​s​a​y​-​a​n​d​-​t​h​i​n​k​-​a​-​l​i​f​e​-​b​e​y​o​n​d​-​w​h​a​t​-​s​e​t​t​l​e​r​-​c​o​l​o​n​i​a​l​i​s​m​-​h​a​s​-​m​a​de/).
  8. Bikrum Gill: «Two logics of war: Libe­ra­tion against geno­ci­de», Ebb, n.º 1, enero de 2024 (https://​www​.ebb​-maga​zi​ne​.com/​e​s​s​a​y​s​/​t​w​o​-​l​o​g​i​c​s​-​o​f​-​war).
  9. Achi­lle Mbem­be: «The society of enmity», Radi­cal Phi­lo­sophy 200, noviembre/​diciembre de 2016, p. 25 (https://​www​.radi​calphi​lo​sophy​.com/​a​r​t​i​c​l​e​/​t​h​e​-​s​o​c​i​e​t​y​-​o​f​-​e​n​m​ity).
  10. Abdal­ja­wad Omar: «¿Pue­den llo­rar los pales­ti­nos?», Rus­ted Radishes, 14 de diciem­bre de 2023 (https://​rus​te​dra​dishes​.com/​c​a​n​-​t​h​e​-​p​a​l​e​s​t​i​n​i​a​n​-​m​o​u​rn/).
  11. Ste­ven Salai­ta: «Down with the Zio­nist entity; long live the “Zio­nist entity”», 23 de mayo de 2024 (https://​ste​ve​sa​lai​ta​.com/​d​o​w​n​-​w​i​t​h​-​t​h​e​-​z​i​o​n​i​s​t​-​e​n​t​i​t​y​-​l​o​n​g​-​l​i​v​e​-​t​h​e​-​z​i​o​n​i​s​t​-​e​n​t​i​ty/)
  12. F. Fanon, ibídem.
  13. Darryl Li: «The char­ge of geno­ci­de», Dis­sent, 18 de enero de 2024 (https://​www​.dis​sent​ma​ga​zi​ne​.org/​o​n​l​i​n​e​_​a​r​t​i​c​l​e​s​/​t​h​e​-​c​h​a​r​g​e​-​o​f​-​g​e​n​o​c​i​de/)
  14. Jodi Dean: «Pales­ti­ne speaks for ever­yo­ne», Ver­so Blog, 9 de abril de 2024 (https://​www​.ver​so​books​.com/​b​l​o​g​s​/​n​e​w​s​/​p​a​l​e​s​t​i​n​e​-​s​p​e​a​k​s​-​f​o​r​-​e​v​e​r​y​one)
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