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«A las armas, ciu­da­da­nas»: las muje­res olvi­da­das de la Revolución

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En mar­zo de 1792, Pau­li­ne Léon recla­mó el dere­cho a armar­se para «defen­der la patria» con­tra las tro­pas aus­tro-pru­sia­nas: «Legis­la­do­res, las muje­res patrio­tas se pre­sen­tan ante uste­des para defen­der el dere­cho que tie­nen todos los indi­vi­duos, no pue­den negár­nos­lo. ¿Aca­so se pre­ten­de que la decla­ra­ción de dere­chos no se apli­que a las muje­res? ¿Y que deben dejar­se dego­llar como cor­de­ros sin tener dere­cho a defen­der­se?». Estas pala­bras resue­nan como uno de los ale­ga­tos «femi­nis­tas» más vibran­tes de la épo­ca. Aún des­co­no­ci­das para el gran públi­co, Pau­li­ne Léon, sus com­pa­ñe­ras de lucha y las masas feme­ni­nas de la Revo­lu­ción han sido pues­tas en pri­mer plano por el docu­men­tal Aux armes cito­yen­nes, codi­ri­gi­do por Émi­lie Valen­tin y Mathieu Sch­wartz para la cade­na Arte. Esta rica retros­pec­ti­va de la ambi­va­len­te rela­ción de la Revo­lu­ción Fran­ce­sa con la eman­ci­pa­ción feme­ni­na enri­que­ce un pan­teón que duran­te mucho tiem­po se limi­tó úni­ca­men­te a Olym­pe de Gouges.

«Hoy en día es muy difí­cil dar una idea de la urba­ni­dad, de los moda­les ama­bles que hace cua­ren­ta años cons­ti­tuían el encan­to de la socie­dad pari­si­na. Las muje­res rei­na­ban enton­ces, pero la Revo­lu­ción las destronó

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». Así expre­sa­ba la artis­ta Éli­sa­beth Vigée Le Brun, retra­tis­ta de María Anto­nie­ta, su amar­go pesar por la monar­quía abso­lu­ta. Este pasa­je, extraí­do de sus Memo­rias publi­ca­das en 1837, intro­du­ce un dis­cur­so con­tra­rre­vo­lu­cio­na­rio que sigue vigen­te has­ta nues­tros días. Esta inter­pre­ta­ción selec­cio­na las tra­yec­to­rias de algu­nas muje­res, pro­ce­den­tes de la aris­to­cra­cia o de la alta bur­gue­sía, que enton­ces goza­ban de una rela­ti­va influen­cia en la vida inte­lec­tual de fina­les del siglo XVIII.

Este enfo­que en tra­yec­to­rias ver­da­de­ra­men­te excep­cio­na­les no nos dice nada sobre las con­di­cio­nes de la inmen­sa mayo­ría de las muje­res de la épo­ca y ocul­ta la natu­ra­le­za de una socie­dad de órde­nes, basa­da en los pri­vi­le­gios vin­cu­la­dos al naci­mien­to. Bajo el rei­na­do de los Bor­bo­nes, una mujer esta­ba subor­di­na­da a su mari­do como un sier­vo a su señor. En estas con­di­cio­nes, no es de extra­ñar que muchas muje­res estu­vie­ran al fren­te de las jor­na­das revo­lu­cio­na­rias con­tra el Anti­guo Régi­men, cuya tra­yec­to­ria se reco­rre en el documental.

De las revuel­tas por el pan a la vida pública

La acción del docu­men­tal comien­za los días 5 y 6 de octu­bre de 1789, los úni­cos en los que la memo­ria colec­ti­va reco­no­ce un papel acti­vo de las muje­res. Se tra­ta de una revuel­ta por el pre­cio del pan, lide­ra­da por las comer­cian­tes pari­si­nas, las «damas de la Halle», que mar­cha­ron sobre Ver­sa­lles. Allí, for­za­ron las puer­tas de los apo­sen­tos reales, hicie­ron fir­mar al rey la Decla­ra­ción de los Dere­chos del Hom­bre y obtu­vie­ron su pro­me­sa de faci­li­tar el abas­te­ci­mien­to de la capi­tal. Para garan­ti­zar que se cum­plie­ra, fue­ron las amo­ti­na­das las que lle­va­ron a la fami­lia real de vuel­ta a París. Al rela­tar estos acon­te­ci­mien­tos, la pelí­cu­la pre­sen­ta dos figu­ras de ese momen­to decisivo.

En pri­mer lugar, la fru­te­ra Loui­se-Renée Leduc, cono­ci­da como «Reine Audu», aban­de­ra­da de las «damas de la Halle» y líder del movi­mien­to. En segun­do lugar, una can­tan­te ori­gi­na­ria de Lie­ja: Anne Thé­roig­ne de Méri­court, recién lle­ga­da a París. Con una espa­da en el cin­tu­rón, pron­to se ganó el apo­do de «Ama­zo­na de la Revo­lu­ción». Ambas, jun­to con las miles de muje­res que las acom­pa­ña­ban, logra­ron la segun­da gran vic­to­ria revo­lu­cio­na­ria tras la toma de la Bas­ti­lla. Lo paga­ron muy caro: Reine Audu fue encar­ce­la­da y Thé­roig­ne se vio obli­ga­da a exi­liar­se en su región de Lieja.

La pelí­cu­la mues­tra que des­de la toma de la Bas­ti­lla el 14 de julio de 1789 has­ta los últi­mos dis­tur­bios de pra­dial del año III (abril-mayo de 1795), pasan­do por el asal­to al pala­cio real de las Tulle­rías el 10 de agos­to de 1792, el movi­mien­to popu­lar tam­bién fue feme­nino. El papel de las muje­res en las revuel­tas socia­les no es exclu­si­vo de la Revo­lu­ción: bajo el Anti­guo Régi­men, las muje­res ya solían ser las ini­cia­do­ras de las revuel­tas por el pan. La nove­dad de este perio­do resi­de más bien en la unión entre estas luchas socia­les y las rei­vin­di­ca­cio­nes polí­ti­cas con­tra los pri­vi­le­gios y el des­po­tis­mo de la socie­dad del Anti­guo Régi­men. La Revo­lu­ción Fran­ce­sa se carac­te­ri­za por estas con­ver­gen­cias, posi­bi­li­ta­das por un pro­ce­so de poli­ti­za­ción gene­ral de una mag­ni­tud sin pre­ce­den­tes en el que las muje­res par­ti­ci­pa­ron activamente.

Al sacu­dir las ins­ti­tu­cio­nes escle­ró­ti­cas de la monar­quía, la Revo­lu­ción creó múl­ti­ples espa­cios de deba­te y poli­ti­za­ción en los que pudie­ron inter­ve­nir nume­ro­sas muje­res. El docu­men­tal repa­sa los más impor­tan­tes: los clubs polí­ti­cos, espa­cios en los que los socios se infor­ma­ban de los acon­te­ci­mien­tos, deba­tían los cam­bios que debían lle­var­se a cabo y las estra­te­gias para con­se­guir­los. Las muje­res solían estar pre­sen­tes en los clubs, aun­que a menu­do se veían redu­ci­das al papel de espec­ta­do­ras. Los pri­me­ros clubs ver­da­de­ra­men­te mix­tos apa­re­cie­ron en 1790, enca­be­za­dos por la Socié­té fra­ter­ne­lle des patrio­tes des deux sexes (Socie­dad Fra­ter­nal de Patrio­tas de Ambos Sexos).

Fue pre­ci­sa­men­te a tra­vés de este club, cer­cano a los jaco­bi­nos, que las muje­res pudie­ron pre­sen­tar peti­cio­nes a la Asam­blea Nacio­nal. Tam­bién hay que men­cio­nar la crea­ción del pri­mer club exclu­si­va­men­te feme­nino, la Socié­té patrio­ti­que des Amies de la Véri­té (Socie­dad Patrió­ti­ca de las Ami­gas de la Ver­dad), fun­da­da en mar­zo de 1791 por Etta Palm d’Ael­ders. Fue­ra de los clubs, la poli­ti­za­ción de las muje­res tam­bién se pro­du­jo a tra­vés de su pre­sen­cia en las asam­bleas y de sus deba­tes en los cafés, como recuer­da la his­to­ria­do­ra Domi­ni­que Godineau

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Reco­no­ci­mien­to jurí­di­co, rele­ga­ción política

Rele­ga­das a un esta­tus infe­rior, las muje­res de la Revo­lu­ción cen­tra­ron ini­cial­men­te sus esfuer­zos en obte­ner el reco­no­ci­mien­to civil. En la socie­dad del Anti­guo Régi­men, some­ti­das a la tute­la de los hom­bres, solo podían adqui­rir una rela­ti­va auto­no­mía al enviu­dar. El matri­mo­nio, sis­te­má­ti­ca­men­te reli­gio­so, era indi­so­lu­ble. A este res­pec­to, el docu­men­tal recuer­da el com­pro­mi­so de Olym­pe de Gou­ges con el dere­cho al divor­cio, que defen­día a tra­vés de obras de tea­tro. Esta rei­vin­di­ca­ción cen­tral se encuen­tra entre las lis­tas de que­jas de las cor­po­ra­cio­nes feme­ni­nas, jun­to con las de «la edu­ca­ción de las niñas, el fin del poder exclu­si­vo del hom­bre sobre el cuer­po y los bie­nes de la mujer [y] el dere­cho a par­ti­ci­par en un jura­do de acu­sa­ción y absolución

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».

En el perio­do 1789 – 1791, la ley revo­lu­cio­na­ria con­sa­gra la auto­no­mía jurí­di­ca par­cial de las muje­res. En este sen­ti­do, el docu­men­tal repa­sa la ins­tau­ra­ción de la igual­dad suce­so­ria, así como el dere­cho reco­no­ci­do a las muje­res a fir­mar docu­men­tos y casar­se sin el con­sen­ti­mien­to paterno. Estos impor­tan­tes avan­ces fue­ron posi­bles gra­cias al movi­mien­to de igua­la­ción de las con­di­cio­nes jurí­di­cas que carac­te­ri­zó ese perio­do. Este impul­so con­lle­va­ba una res­tric­ción impor­tan­te: la del acce­so a la ciu­da­da­nía. La Cons­ti­tu­ción monár­qui­ca de 1791 reser­va­ba los dere­chos polí­ti­cos a los ciu­da­da­nos acti­vos, es decir, a una peque­ña mino­ría de hom­bres lo sufi­cien­te­men­te ricos como para pagar el cen­so. Todas las muje­res, los negros y la gran mayo­ría de los hom­bres que­da­ban exclui­dos. La cues­tión de los dere­chos polí­ti­cos ocu­pó enton­ces un lugar cen­tral en el deba­te revo­lu­cio­na­rio. Tam­bién se plan­teó la cues­tión espe­cí­fi­ca de los dere­chos polí­ti­cos de las muje­res, pero pasó prác­ti­ca­men­te desapercibida.

Las rei­vin­di­ca­cio­nes de inclu­sión de las muje­res en la vida públi­ca exis­tían des­de el comien­zo de la Revo­lu­ción, pero solo eran defen­di­das por un peque­ño núme­ro de inte­lec­tua­les. La hoy muy famo­sa Decla­ra­ción de los Dere­chos de la Mujer y de la Ciu­da­da­na, en la que Olym­pe de Gou­ges pro­cla­ma el dere­cho de las muje­res a «subir a la tri­bu­na», no tuvo prác­ti­ca­men­te nin­gún eco cuan­do se publi­có en sep­tiem­bre de 1791. La igual­dad polí­ti­ca entre los sexos era enton­ces recha­za­da por la inmen­sa mayo­ría de los hom­bres, inde­pen­dien­te­men­te de su ten­den­cia polí­ti­ca, así como por muchas muje­res, inclu­so revolucionarias.

El docu­men­tal vuel­ve así sobre el ejem­plo de Loui­se de Kera­lio, fun­da­do­ra del Jour­nal d’É­tat et du Cito­yen. Ardien­te repu­bli­ca­na, Kera­lio no fue menos que una deci­di­da adver­sa­ria de la par­ti­ci­pa­ción de las muje­res en las asam­bleas. En el docu­men­tal, la his­to­ria­do­ra Mar­gaux Pru­nier expli­ca a este res­pec­to que Kera­lio «no cues­tio­na­ba la divi­sión sexual de la socie­dad», que con­fi­na­ba el lugar de las muje­res «al ámbi­to domés­ti­co». Por otra par­te, la poli­tó­lo­ga Anne Ver­jus aña­de que las muje­res de la épo­ca com­par­tían menos una con­cien­cia feme­ni­na que una con­cien­cia fami­liar, supo­nien­do que ya esta­ban repre­sen­ta­das polí­ti­ca­men­te por sus maridos

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El dere­cho a por­tar armas

Otro tema can­den­te rela­cio­na­do con la ciu­da­da­nía es el dere­cho de las muje­res a por­tar armas. En la épo­ca de Thé­roig­ne de Méri­court, al igual que en la de Jua­na de Arco, el por­te de armas seguía sien­do pre­rro­ga­ti­va de los hom­bres. El dis­cur­so pro­nun­cia­do por la revo­lu­cio­na­ria en mar­zo de 1792 reve­la la impor­tan­cia de la cues­tión del arma­men­to de las muje­res. El docu­men­tal seña­la que se tra­ta de un pun­to de infle­xión, ya que Thé­roig­ne se diri­ge direc­ta­men­te a las muje­res para ani­mar­las a con­quis­tar este dere­cho, y no a los hom­bres para pedir­les que lo con­ce­dan: «Armé­mo­nos; tene­mos dere­cho a ello por natu­ra­le­za, e inclu­so por ley; demos­tre­mos a los hom­bres que no somos infe­rio­res a ellos ni en vir­tu­des ni en valor […] es hora de que las muje­res sal­gan de su ver­gon­zo­sa nuli­dad, en la que la igno­ran­cia, el orgu­llo y la injus­ti­cia de los hom­bres las man­tie­nen escla­vi­za­das des­de hace mucho tiempo».

Para las muje­res revo­lu­cio­na­rias, la cues­tión del com­pro­mi­so mili­tar con la Revo­lu­ción se hizo cada vez más acu­cian­te a medi­da que la gue­rra, desea­da por los dipu­tados giron­di­nos, se con­ver­tía en una catás­tro­fe. Pasan­do de la teo­ría a la prác­ti­ca, dece­nas, sin duda más de un cen­te­nar de muje­res se alis­ta­ron en el ejér­ci­to y se dis­fra­za­ron para elu­dir la prohi­bi­ción. La pelí­cu­la vuel­ve sobre el ejem­plo de Cathe­ri­ne Poche­tat, que par­ti­ci­pó en la toma de la Bas­ti­lla antes de alis­tar­se en el ejér­ci­to repu­bli­cano hacién­do­se pasar por un hom­bre. A con­ti­nua­ción, se dis­tin­guió en los com­ba­tes has­ta el pun­to de con­ver­tir­se en ofi­cial. Aun­que gene­ral­men­te eran reco­no­ci­das una vez lle­ga­ban al fren­te, las muje­res no eran expul­sa­das inme­dia­ta­men­te, sino que se bene­fi­cia­ban de una tole­ran­cia que solo ter­mi­nó tras la vic­to­ria fran­ce­sa en Jem­map­pes… a la que con­tri­bu­yó Cathe­ri­ne Poche­tat. La pre­sen­cia de muje­res entre los com­ba­tien­tes fue final­men­te prohi­bi­da a fina­les de 1793.

A las muje­res no solo se les impi­dió com­ba­tir en el fren­te exte­rior. A veces tam­bién se les impi­dió par­ti­ci­par en las insu­rrec­cio­nes popu­la­res en el inte­rior del país. Así, los sans-culot­tes mas­cu­li­nos blo­quea­ron el paso a Pau­li­ne Léon cuan­do esta qui­so par­ti­ci­par en el asal­to a las Tulle­rías. Una vez más, cuan­do una de sus par­ti­da­rias defen­dió el arma­men­to de las muje­res para pro­te­ger el inte­rior del país, reci­bió una aco­gi­da tan hos­til que tuvo que con­cluir: «Que­re­mos que, a par­tir de aho­ra, el úni­co gorro de las muje­res sea el de la liber­tad. Sal­va­re­mos la patria, ciu­da­da­nos, no creáis que nos desanimamos».

El docu­men­tal insis­te en este aspec­to cen­tral de la lucha de las muje­res revo­lu­cio­na­rias. Estas tuvie­ron que luchar en varios fren­tes: en pri­mer lugar, con­tra la vio­len­cia de los par­ti­da­rios del Anti­guo Régi­men –la pelí­cu­la mues­tra en varias oca­sio­nes una pro­pa­gan­da monár­qui­ca par­ti­cu­lar­men­te viru­len­ta y vul­gar con­tra las muje­res – ; en segun­do lugar, con­tra los inten­tos de rele­ga­ción e invi­si­bi­li­za­ción por par­te de los revo­lu­cio­na­rios masculinos.

Femi­nis­mo eli­tis­ta, femi­nis­mo popular

A par­tir del verano de 1792, la Revo­lu­ción se radi­ca­li­za. Los clubs más intran­si­gen­tes, como los jaco­bi­nos o los cor­de­liers, bus­can derro­car la monar­quía. Fren­te a ellos, la mayo­ría rea­lis­ta de los dipu­tados bus­ca pro­te­ger al rey y fre­nar el cur­so de los acon­te­ci­mien­tos. Entre ambos, los giron­di­nos titu­bea­ban. Los movi­mien­tos femi­nis­tas se invo­lu­cra­ron ple­na­men­te en este enfrentamiento.

Ante la trai­ción del rey, una par­te del movi­mien­to femi­nis­ta se situó a la van­guar­dia de la lucha anti­mo­nár­qui­ca. Pau­li­ne Léon fir­ma la peti­ción de los Cor­de­liers del 17 de julio de 1791 que recla­ma la des­ti­tu­ción del rey tras su hui­da de Varen­nes. Des­pués del 10 de agos­to, rein­ci­de al recla­mar su con­de­na a muer­te. La mayo­ría de los dipu­tados com­par­ten su opi­nión sobre este pun­to… pero sin ceder en la cues­tión de la eman­ci­pa­ción de las mujeres.

El nue­vo régi­men repu­bli­cano, ins­tau­ra­do el 21 de sep­tiem­bre de 1792, extien­de el sufra­gio a todos los hom­bres, pero solo a los hom­bres. Esta rele­ga­ción de las muje­res decep­cio­na al movi­mien­to popu­lar feme­nino, que endu­re­ce sus posi­cio­nes. Se orga­ni­za a tra­vés de la Socie­dad de Ciu­da­da­nas Repu­bli­ca­nas Revo­lu­cio­na­rias, fun­da­da en par­ti­cu­lar por Pau­li­ne Léon y Clai­re Lacom­be en mayo de 1793. Esta socie­dad mar­ca una rup­tu­ra en la his­to­ria del movi­mien­to pro­to­fe­mi­nis­ta. Ale­ján­do­se de los salo­nes lite­ra­rios y los clubs polí­ti­cos de la bur­gue­sía, abre sus puer­tas a muje­res de cla­ses socia­les inter­me­dias y populares

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Por el con­tra­rio, Olym­pe de Gou­ges y Thé­roig­ne de Méri­court recha­zan la radi­ca­li­za­ción demo­crá­ti­ca y social de la Revo­lu­ción. Aux armes cito­yen­nes recuer­da el monar­quis­mo de Olym­pe de Gou­ges, que dedi­ca su Decla­ra­ción de los Dere­chos de la Mujer a María Anto­nie­ta antes de ofre­cer­se como abo­ga­da de Luis XVI en su jui­cio. Con­tra­ria­men­te a una idea muy exten­di­da, fue su monar­quis­mo y no su «femi­nis­mo» lo que la lle­vó al cadal­so el 3 de noviem­bre de 1793

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. Este com­pro­mi­so con­ser­va­dor de Olym­pe de Gou­ges resul­ta para­dó­ji­co si lo com­pa­ra­mos con el van­guar­dis­mo de sus luchas por la eman­ci­pa­ción de las muje­res, pero tam­bién de los negros.

Sin embar­go, varios estu­dios recuer­dan que Olym­pe de Gou­ges bus­ca­ba con­ser­var el orden social esta­ble­ci­do, con la con­di­ción de que las muje­res pudie­ran ocu­par su lugar en él. A pesar de sus prin­ci­pios pro­gre­sis­tas, la auto­ra de Zamo­re y Mir­za con­de­na así la revo­lu­ción de los escla­vos de San­to Domin­go y, en gene­ral, cual­quier for­ma de insu­rrec­ción popu­lar7. En este sen­ti­do, se ins­cri­be en un «femi­nis­mo» eli­tis­ta, en la línea de los salo­nes lite­ra­rios y los círcu­los filo­só­fi­cos de fina­les del siglo XVIII

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. Fue su vis­ce­ral ape­go a la mode­ra­ción lo que hizo inevi­ta­ble su enfren­ta­mien­to con los mon­tag­nards (mon­ta­ñe­ses). Por su par­te, aun­que Thé­roig­ne de Méri­court par­ti­ci­pó en la jor­na­da del 10 de agos­to, pos­te­rior­men­te se acer­có a los giron­di­nos. Esta pos­tu­ra le valió ser víc­ti­ma de una vio­len­ta agre­sión por par­te de las par­ti­da­rias de Pau­li­ne Léon el 15 de mayo de 1793, lo que la apar­tó defi­ni­ti­va­men­te de la vida pública.

El enfren­ta­mien­to entre los movi­mien­tos femi­nis­tas fue espe­cial­men­te inten­so en el ámbi­to social. Cer­ca­nas a los sans-culot­tes más radi­ca­les, las «repu­bli­ca­nas revo­lu­cio­na­rias» desem­pe­ña­ron un papel cen­tral en el derro­ca­mien­to de los giron­di­nos, así como en la implan­ta­ción del «máxi­mo» (es decir, el blo­queo de los pre­cios de los pro­duc­tos bási­cos). Pau­li­ne Léon, Clai­re Lacom­be y sus par­ti­da­rias con­tro­la­ban su apli­ca­ción, vigi­lan­do a los comer­cian­tes y cas­ti­gan­do a los espe­cu­la­do­res. Este acti­vis­mo les valió el odio de los comer­cian­tes, en par­ti­cu­lar de las «damas de la Halle», que las agre­die­ron en el recin­to de su lugar de reu­nión, la igle­sia de Sain­te-Eus­ta­che en París. El docu­men­tal repa­sa la impor­tan­cia de este acon­te­ci­mien­to, pre­tex­to para prohi­bir las socie­da­des femeninas.

Las ambi­güe­da­des de la Convención

¿Cómo expli­car la acti­tud de los dipu­tados ante las rei­vin­di­ca­cio­nes feme­ni­nas? Nume­ro­sos his­to­ria­do­res, como Oli­vier Blanc, espe­cia­lis­ta en Olym­pe de Gou­ges, divi­den la Revo­lu­ción en dos. A su fase «mode­ra­da» y giron­di­na (1789−1791), abier­ta a las rei­vin­di­ca­cio­nes de las muje­res, le habría suce­di­do un endu­re­ci­mien­to mas­cu­lino tras la hege­mo­nía mon­ta­ñe­sa, en mayo de 1793. Por el con­tra­rio, Aux armes cito­yen­nes mues­tra un pano­ra­ma mas­cu­lino rela­ti­va­men­te uná­ni­me en su recha­zo a los dere­chos polí­ti­cos de las muje­res. Domi­ni­que Godi­neau recuer­da que la cues­tión de la eman­ci­pa­ción de las muje­res era tra­ta­da con des­pre­cio por la gran mayo­ría de los revo­lu­cio­na­rios mas­cu­li­nos, más allá de las divi­sio­nes políticas

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Exis­ten excep­cio­nes, tan­to entre los «radi­ca­les» como entre los «mode­ra­dos». En los esca­ños de la Mon­ta­ña se sen­ta­ban André Amar, impul­sor de la prohi­bi­ción de los clubs feme­ni­nos, pero tam­bién Gil­bert Rom­me y Joseph Lequi­nio, dos de los muy pocos con­ven­cio­na­les que defen­die­ron la amplia­ción de los dere­chos polí­ti­cos a las muje­res. En el seno de los sans-culot­tes, si bien su repre­sen­tan­te pari­sino Pie­rre Chau­met­te lla­ma­ba al orden a las «muje­res impú­di­cas que que­rían con­ver­tir­se en hom­bres», el publi­cis­ta Jean-Paul Marat o el líder Jac­ques Roux defen­dían posi­cio­nes favo­ra­bles a la eman­ci­pa­ción femenina.

A menu­do des­cri­to como el rei­na­do del auto­ri­ta­ris­mo y el «Terror», el año 1793 fue ante todo un año de impul­so demo­crá­ti­co gene­ral, duran­te el cual las socie­da­des popu­la­res feme­ni­nas ejer­cie­ron una influen­cia polí­ti­ca sin pre­ce­den­tes. En este sen­ti­do, la his­to­ria­do­ra Chris­ti­ne Le Bozec recuer­da la pre­sión que el movi­mien­to popu­lar feme­nino ejer­ció sobre la Con­ven­ción. En ple­na cri­sis de sub­sis­ten­cia, este desem­pe­ñó un papel cru­cial en la lucha con­tra los espe­cu­la­do­res, al tiem­po que seguía luchan­do por el dere­cho de las muje­res a armar­se y su acce­so a la ciudadanía.

El docu­men­tal recuer­da que el 21 de sep­tiem­bre de 1793, la Con­ven­ción cele­bró el ani­ver­sa­rio de la Repú­bli­ca auto­ri­zan­do el uso de la esca­ra­pe­la, sím­bo­lo de la ciu­da­da­nía, para todas las muje­res. Sin embar­go, en octu­bre de ese mis­mo año, la Asam­blea decre­tó final­men­te la prohi­bi­ción de los clubs feme­ni­nos. Esta deci­sión obe­de­ce en par­te a una lógi­ca polí­ti­ca: para los mon­ta­ñe­ses, se tra­ta de fre­nar a los sans-culot­tes cada vez más radi­ca­les, a los que se había suma­do en gran medi­da el movi­mien­to popu­lar femenino.

Tam­bién se deri­va de la volun­tad de repri­mir los movi­mien­tos femi­nis­tas, enton­ces más acti­vos que nun­ca. Para esta asam­blea de hom­bres, lo urgen­te era poner fin a los dis­tur­bios polí­ti­cos para ins­tau­rar un régi­men repu­bli­cano, en el que las muje­res no tenían voca­ción de ser ciudadanas

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. A pesar de todo, esta prohi­bi­ción de los clubs feme­ni­nos no impi­dió que las muje­res siguie­ran sien­do pro­ta­go­nis­tas de la Revo­lu­ción, al menos has­ta los dis­tur­bios de pra­rial11.

El fra­ca­so del movi­mien­to «femi­nis­ta» duran­te la Revo­lu­ción nun­ca se pone más de mani­fies­to que cuan­do se com­pa­ra con otra gran lucha: la de los negros por la abo­li­ción de la escla­vi­tud y la igual­dad política

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. Esta se con­si­guió gra­cias a la pre­sión ejer­ci­da por los escla­vos insur­gen­tes en San­to Domin­go, a la con­ver­gen­cia de accio­nes entre los escla­vos y los «libres de color» fren­te al colo­nia­lis­mo del Anti­guo Régi­men y, por últi­mo, a la recu­pe­ra­ción (y, por tan­to, la jus­ti­fi­ca­ción) de la lucha de los escla­vos por par­te de los revo­lu­cio­na­rios metro­po­li­ta­nos en nom­bre de los prin­ci­pios de igualdad.

El movi­mien­to «femi­nis­ta», por el con­tra­rio, ado­le­cía de la esca­sez de mili­tan­tes. Si bien el peso de las muje­res fue impor­tan­te en las insu­rrec­cio­nes popu­la­res, solo una peque­ña frac­ción rei­vin­di­ca­ba dere­chos polí­ti­cos. Ade­más, se vio afec­ta­do por sus divi­sio­nes: en el momen­to en que los clubs feme­ni­nos se demo­cra­ti­za­ron al abrir­se a las «masas popu­la­res feme­ni­nas», sus figu­ras mode­ra­das, como Olym­pe de Gou­ges y Thé­roig­ne de Méri­court, se des­vin­cu­la­ron de ellos.

«Con­quis­tas» revo­lu­cio­na­rias y pri­me­ras reac­cio­nes adversas

La nega­ti­va a inte­grar a las muje­res en la ciu­da­da­nía sigue sien­do la prin­ci­pal limi­ta­ción del movi­mien­to revo­lu­cio­na­rio para la eman­ci­pa­ción. Sin embar­go, la Revo­lu­ción no es en abso­lu­to un sim­ple sta­tu quo. Al con­tra­rio: a esca­la del mun­do occi­den­tal de fina­les del siglo XVIII, dio lugar a uno de los dere­chos fami­lia­res más pro­gre­sis­tas, inclui­do el divor­cio por mutuo acuer­do, que sigue vigen­te13. La impor­tan­cia de estas pri­me­ras con­quis­tas feme­ni­nas se hace aún más evi­den­te cuan­do se com­pa­ran con los retro­ce­sos que se pro­du­je­ron tras la caí­da de los montañeses.

Des­de el perio­do del Direc­to­rio, las muje­res fue­ron víc­ti­mas de una repre­sión polí­ti­ca que redu­jo aún más su liber­tad de reu­nión. La reac­ción más impor­tan­te se pro­du­jo duran­te el perio­do napo­leó­ni­co. En lo que res­pec­ta a la eman­ci­pa­ción de las muje­res, al igual que en otros ámbi­tos, el bona­par­tis­mo inau­gu­ró el siglo XIX con una vio­len­ta reac­ción. El Códi­go Civil rele­gó a las muje­res a una situa­ción de mino­ría jurí­di­ca, mien­tras que el dere­cho al divor­cio se res­trin­gió en gran medida.

En tér­mi­nos más gene­ra­les, el docu­men­tal mues­tra que la Revo­lu­ción, al abo­lir una socie­dad basa­da en la des­igual­dad de naci­mien­to, abrió una bre­cha en la que muchas muje­res pudie­ron entrar para rei­vin­di­car sus dere­chos, a menu­do a pesar de los pro­pios revo­lu­cio­na­rios. Al plan­tear por pri­me­ra vez la cues­tión de los dere­chos polí­ti­cos en gene­ral, la Revo­lu­ción per­mi­tió que se plan­tea­ra la cues­tión de los dere­chos polí­ti­cos de las muje­res en par­ti­cu­lar. Los opo­si­to­res a la eman­ci­pa­ción feme­ni­na ape­la­ron enton­ces a la supues­ta inca­pa­ci­dad de las muje­res para con­tro­lar sus emo­cio­nes y actuar de for­ma racio­nal, un temor al des­en­ca­de­na­mien­to de las pasio­nes que cons­ti­tu­ye un ele­men­to cen­tral del dis­cur­so con­tra­rre­vo­lu­cio­na­rio. Este argu­men­to se uti­li­zó para des­acre­di­tar las «emo­cio­nes popu­la­res», es decir, los dis­tur­bios y las insurrecciones.

La pro­pa­gan­da de sus opo­nen­tes des­cri­bía a las mili­tan­tes revo­lu­cio­na­rias como muje­res rui­do­sas, obs­ce­nas y voci­fe­ran­tes. Este retra­to se corres­pon­de en todos los aspec­tos con el que la pro­pa­gan­da rea­lis­ta hacía de los sans-culot­tes. Así, los revo­lu­cio­na­rios radi­ca­les solo pudie­ron opo­ner­se a la intro­mi­sión de las muje­res en la vida públi­ca en nom­bre de una retó­ri­ca que no se ajus­ta­ba al len­gua­je igua­li­ta­rio de la Revo­lu­ción. Aban­do­na­das final­men­te por una Repú­bli­ca a la que recla­ma­ban per­te­ne­cer, las muje­res encen­die­ron la chis­pa de una exi­gen­cia sin pre­ce­den­tes: la de cons­ti­tuir, ellas tam­bién, el pue­blo aho­ra soberano.

Simon Fére­lloc

21 de octu­bre de 2025

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  1. Cita­do por Jean Lebrun: «Révo­lu­tion: les fem­mes cito­yen­nes… sans cito­yen­ne­té» (Revo­lu­ción: las muje­res ciu­da­da­nas… sin ciu­da­da­nía), serie «Vivre durant la Révo­lu­tion fra­nçai­se» (Vivir duran­te la Revo­lu­ción Fran­ce­sa), 25, La mar­che de l’his­to­ire, Fran­ce Inter, emi­ti­do el 20 de octu­bre de 2015 (https://​www​.radio​fran​ce​.fr/​f​r​a​n​c​e​c​u​l​t​u​r​e​/​p​o​d​c​a​s​t​s​/​a​v​o​i​r​-​r​a​i​s​o​n​-​a​v​e​c​/​l​e​s​-​c​o​n​t​r​a​d​i​c​t​i​o​n​s​-​d​-​u​n​e​-​m​o​n​a​r​c​h​i​s​t​e​-​r​e​v​o​l​u​t​i​o​n​n​a​i​r​e​-​1​0​0​2​320).
  2. Véa­se Domi­ni­que Godi­neau: Cito­yen­nes tri­co­teu­ses. Les fem­mes du peu­ple à Paris pen­dant la Révo­lu­tion fra­nçai­se, París, Perrin, 2014 [reedi­ción], 416 páginas.
  3. Chris­ti­ne Le Bozec: Les fem­mes et la Révo­lu­tion. 1770 – 1830, París, Pas­sés Com­po­sés, 2019, p. 32.
  4. «Les con­tra­dic­tions d’une monar­chis­te révo­lu­tion­nai­re», Avoir rai­son avec Olym­pe de Gou­ges, 25, Fran­ce Cul­tu­re, pro­gra­ma emi­ti­do el 24 de agos­to de 2021, con­sul­ta­do el 2 de sep­tiem­bre de 2025 (https://​www​.radio​fran​ce​.fr/​f​r​a​n​c​e​c​u​l​t​u​r​e​/​p​o​d​c​a​s​t​s​/​a​v​o​i​r​-​r​a​i​s​o​n​-​a​v​e​c​/​l​e​s​-​c​o​n​t​r​a​d​i​c​t​i​o​n​s​-​d​-​u​n​e​-​m​o​n​a​r​c​h​i​s​t​e​-​r​e​v​o​l​u​t​i​o​n​n​a​i​r​e​-​1​0​0​2​320).
  5. Este fenó­meno se ins­cri­be en un movi­mien­to gene­ral de demo­cra­ti­za­ción de las socie­da­des popu­la­res duran­te el año II. Véa­se Côme Simi­ne y Gui­llau­me Rou­baud-Quashie: Haro sur les jaco­bins: essai sur un mythe poli­ti­que fra­nçais (XVIIIe-XXIe siè­cles), París, Pres­ses Uni­ver­si­tai­res de Fran­ce, coll. «Ques­tions répu­bli­cai­nes», 2025, 352 páginas.
  6. Olym­pe de Gou­ges fue dete­ni­da tras la publi­ca­ción de su pan­fle­to Les trois urnes, que fue per­ci­bi­do como un cues­tio­na­mien­to del régi­men repu­bli­cano por par­te de una monárquica.
  7. Esta pos­tu­ra anti­es­cla­vis­ta por prin­ci­pio, pero hos­til a la insu­rrec­ción de los negros, era tam­bién la de los círcu­los giron­di­nos y los Ami­gos de los Negros, a los que Olym­pe de Gou­ges esta­ba muy vinculada.
  8. Véa­se Chris­ti­ne Le Bozec: Les fem­mes et la Révo­lu­tion. 1770 – 1830, op. cit.
  9. «Olym­pe de Gou­ges», 34, La fabri­que de l’histoire, Fran­ce Cul­tu­re, pro­gra­ma emi­ti­do el 18 de sep­tiem­bre de 2013.
  10. Inte­rro­ga­da sobre este tema en Aux armes cito­yen­nes, la his­to­ria­do­ra Solenn Mabo expli­ca la visión que se tenía de las muje­res en la socie­dad del siglo XVIII, en la que estas aca­ba­ban de salir de la con­di­ción jurí­di­ca de meno­res: «[en aque­lla épo­ca] no se plan­tea­ba la cues­tión del voto de las muje­res de la mis­ma mane­ra que hoy, ni tam­po­co la del voto de los niños».
  11. Se tra­ta de la últi­ma gran insu­rrec­ción revo­lu­cio­na­ria que exi­gía medi­das socia­les para el abas­te­ci­mien­to de París en víve­res y el retorno a la Cons­ti­tu­ción de 1793.
  12. Este para­le­lis­mo no es solo una idea abs­trac­ta, ya que algu­nos con­tem­po­rá­neos de la Revo­lu­ción lo hicie­ron, como recuer­dan los his­to­ria­do­res Fré­dé­ric Régent y Mar­cel Dorigny. Véa­se «Olym­pe de Gou­ges», 4/​4, La fabri­que de l’his­to­ire, Fran­ce Cul­tu­re, pro­gra­ma emi­ti­do el 19 de sep­tiem­bre de 2013 (https://www.radiofrance.fr/franceculture/podcasts/la-fabrique-de-l-histoire/olympe-de-gouges‑4 – 4‑3890674).
  13. Domi­ni­que Godi­neau cita­da en el documental.
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