El testamento de Argala
Crítica del estatalismo
En 1977, Argala volvería a recordar que la lucha de la izquierda independentista era inconcebible para la izquierda española. Lo que realmente dijo Lenin sobre el derecho de autodeterminación de las naciones fue uno de los debates más enconados y duraderos, de hecho sigue abierto en la actualidad porque aún no se ha resuelto. Para terminar este capítulo y preparar el siguiente, es bueno adelantarnos un poco en el tiempo y citar a Argala. Refiriéndose a las opuestas formas de interpretar a Lenin que tenían ETA VI y ETA V en el momento de su escisión en verano de 1970:
Estando de acuerdo –con ETA VI– con su análisis acerca de la opresión del pueblo vasco, rechazaba por completo las consecuencias que de dicho análisis extraían. Su esquema, copia exacta del aplicado por Lenin en la URSS, lo encontraba erróneo en Euskadi. Los pueblos, y dentro de ellos cada sector, no optan en un momento, sino continuamente en un proceso a lo largo del cual pueden cambiar sus opciones si así lo aconsejase la realidad circundante. No era el Estado dictatorial franquista con su acervado centralismo e imperialismo español la única causa de la existencia de la opción independentista, sino también la incomprensión históricamente demostrada por los partidos obreros españoles frente a la cuestión vasca. La opción independentista era la expresión política de la afirmación nacional de los sectores populares con conciencia nacional que iban día a día ampliándose. El pueblo vasco ha tenido ocasión de comprobar a lo largo de su historia que una revolución socialista a nivel de Estado no es la solución automática de su opresión nacional; que los partidos obreros españoles están demasiado impregnados del nacionalismo burgués español. Por otra parte, el logro de la independencia exigía la derrota del Estado español por lo menos en Euskadi, es decir una verdadera revolución política que solo podía llevarse a cabo por las capas populares bajo la dirección de la clase obrera, una capaz de asumir hoy en Euskadi, con todas sus consecuencias, la dirección de un proceso de tal envergadura. Precisamente, este asumir la cuestión vasca por la clase obrera es lo que ha posibilitado el resurgimiento nacional de Euskadi.
Mis posteriores relaciones con, como representante de ETA, representantes de diversos partidos obreros revolucionarios españoles, no sirvieron sino para confirmar esta visión. Dichos partidos no entendían la cuestión vasca sino como un problema, un problema molesto que conviene hacer desaparecer. Siempre me pareció ver que la unidad de «España» era para ellos tan sagrada como para la burguesía española. Jamás llegaban a entender que el carácter nacional que adoptaba la lucha de clases en Euskadi fuese un factor revolucionario; por el contrario, no era para ellos sino una nota discordante en el proceso revolucionario español que aspiraban orquestar1.
Varias son las afirmaciones que debemos destacar aquí por su importancia para el tema de nuestro texto. La primera es la feliz expresión de Argala sobre la «copia exacta» de las tesis de Lenin para la URSS. Es muy posible que Argala hubiera estudiado al Lenin de los Cuadernos filosóficos en los que destroza cualquier creencia de que puede copiarse exactamente la realidad. Las manipulaciones y mentiras interesadas sobre el supuesto mecanicismo de la llamada «teoría del reflejo» se hunden con una simple lectura de Lenin. De hecho, si se interpretase la revolución bolchevique con las gafas de plomo del mecanicismo inherente de la «copia exacta» de la teoría revolucionaria anterior a 1917 ocurriría que el Octubre Rojo contradecía esa lógica, la rompía, y planteaba una visión nueva. Gramsci se percató de ello al definir a la revolución rusa como una «revolución contra El Capital», es decir, que era una revolución que negaba el «marxismo» en cuanto dogma mecanicista de la II Internacional.
Es en este sentido dialéctico que Gramsci dice que los bolcheviques no son «marxistas»: «[…] Si los bolcheviques reniegan de algunas afirmaciones de El Capital, no reniegan, en cambio, de su pensamiento inmanente, vivificador. No son «marxistas», y eso es todo; no han levantado sobre las obras del maestro una exterior doctrina de afirmaciones dogmáticas e indiscutibles. Viven el pensamiento marxista, el que nunca muere […] Marx ha previsto lo previsible. No podía prever la guerra europea»2. Lenin, o mejor decir los bolcheviques, pudieron aplicar el método inmanente del marxismo, su dialéctica de lo concreto, porque expresaban lo profundo de la nación rusa, de su «larga historia»3de experiencia clandestina antizarista que había forjado pautas de comportamiento válidas que incuestionablemente habían penetrado en los hábitos de la cultura popular.
Trotsky explicó por qué y cómo Lenin reflejaba los valores de la nación campesina y obrera rusa, valores que se sostienen mediante «una conexión orgánica indisoluble con la vida popular, una conexión que brota de los orígenes más profundos […] Nuestro pasado nacional ha preparado este hecho […] Por caminos desconocidos, no explicados aún por la ciencia, a través de los que se modela la personalidad del hombre, Lenin tomó de su nacionalismo todo lo que necesitó para la mayor acción revolucionaria que han visto los siglos»4. Mariátegui detalló así la impresión que le causó Lenin: «Su dialéctica es una dialéctica de combate, sin elegancia, sin retórica, sin ornamento. No es la dialéctica universitaria de un catedrático sino la dialéctica desnuda de un político revolucionario […] la disertación de Lenin ha sido más original, más guerrera, más penetrante»5.
Originalidad, radicalidad y profundidad, tres adjetivos certeros para definir el método dialéctico que le permitió a Lenin descubrir y mostrar por un lado la interacción permanente entre la opresión nacional y el imperialismo; y por otro lado, por el decisivo lado de la profundidad, de la capacidad para bajar hasta las raíces de los sentimientos, recuerdos, referentes y deseos del pueblo, esa capacidad de Lenin para concebir lo inconcebible hizo que: «No en vano Plejanov, el Bund, los mencheviques, los socialdemócratas occidentales, etc., gritaban escandalizados que los planteamientos de Lenin, su estrategia, eran contrarios al marxismo, que sus ideas eran eslavofilismo y populismo enmascarados con el marxismo»6. En efecto, como dice J. Villanueva:
Lenin reconoce expresamente en numerosas de sus obras y siempre en términos muy elogiosos la deuda del nuevo movimiento marxista revolucionario con las generaciones y organizaciones populistas anteriores […] Lenin se apoya en la tradición populista para resaltar que la tarea política más inmediata es la conquista de la libertad mediante el derrocamiento revolucionario del zarismo […] De aquellos militantes recogerá la preocupación obsesiva por organizar un partido serio, combativo, profesionalizado en su dedicación por completo a la revolución, capaz de desarrollar todos los métodos de la actividad conspirativa; recogerá la necesidad imperiosa de crear una organización revolucionaria de combate, insistiendo en que este tipo de organización es imprescindible para cualquier tendencia revolucionaria que piensa realmente en una lucha seria7.
Tanto el populismo ruso como la eslavofilia se caracterizaban por reivindicar los valores positivos y revolucionarios subyacentes en la tradición campesina y de la cultura eslava en su base común: la posibilidad tomar impulso de las lecciones de la resistencia a la expansión opresiva del capitalismo eurocéntrico impulsado por el Estado zarista recurriendo sobre todo al terror y al ejército, con algunas suavizaciones legales aisladas.
Como veremos más adelante, aquí radicaba una de las innovaciones más prometedoras del marxismo desde la década de 1870 y, a la vez, una de las más tenaces resistencias del mecanicismo dogmático.
También radica aquí uno de los grandes avances de Lenin con respecto al sujeto de la revolución y de la independencia socialista: la permanente interacción entre proletariado consciente, proletariado sin conciencia de clase o «inconsciente», campesinado, artesanado, pequeña burguesía… Es muy probable que Argala hubiera leído las pocas pero compactas páginas de Lenin sobre la sublevación irlandesa de Pascua de 1916.
La revolución socialista en Europa no puede ser otra cosa que una explosión de la lucha de masas de todos y cada uno de los oprimidos y descontentos. En ella participarán inevitablemente partes de la pequeña burguesía y de los obreros atrasados –sin esa participación no es posible una lucha de masas, no es posible revolución alguna–, que aportarán al movimiento, también de modo inevitable, sus prejuicios, sus fantasías reaccionarias, sus debilidades y sus errores. Pero objetivamente atacarán al capital, y la vanguardia consciente de la revolución, el proletariado avanzado, expresando esta verdad objetiva de la lucha de masas de pelaje y voces distintas, abigarrada y aparentemente desmembrada, podrá unirla y dirigirla, tomar el poder, adueñarse de los bancos, expropiar los trusts, odiados por todos (¡aunque por motivos distintos!), y aplicar otras medidas dictatoriales, que llevan, consideradas en conjunto, al derrocamiento de la burguesía y a la victoria del socialismo, victoria que no podrá «depurarse» en el acto, ni mucho menos, de la escoria pequeñoburguesa8.
Estas palabras están escritas a raíz de la «terrible belleza» de la Rebelión de Pascua en Irlanda de 1916, que demostró la incapacidad de la izquierda europea para entender la lógica profunda de las luchas nacionales:
La izquierda europea denunció la Sublevación de Pascua, sobre todo porque no pudo comprender su sentido. ¿Qué hacia un disciplinado intelectual marxista y líder sindical como James Connolly tomando las armas juntos a unos nacionalistas místicos como Padraig Pearse y Joseph Mary Plunkett? Uno de los pocos radicales que entendió lo que pasó fue V. I. Lenin, que calificó las críticas de la rebelión como «monstruosamente pedantes». Lo que tanto Connolly como Lenin comprendieron fue que el levantamiento reflejaba una sociedad profundamente distorsionada por el colonialismo. A diferencia de muchas otras partes de Europa, en Irlanda diferentes clases y puntos de vista pudieron encontrar un terreno común precisamente porque tenían una experiencia similar: no importaba cuál fuera su educación, sus recursos, al final todos eran irlandeses, y eran en todos los sentidos tratados como inferiores por quienes les gobernaban9.
Argala y ETA V estaban cansados de las permanente acusaciones de «radicales pequeñoburgueses» lanzadas por ETA Berri, Células Rojas y ETA VI. Pero ETA V entendía perfectamente a Lenin, la necesidad de integrar pacientemente y en la medida de lo posible a sectores no concienciados de la clase obrera y de la pequeña burguesía nacionalista. Y a diferencia de las tres escisiones hizo un esfuerzo sistemático en especial, desde 1977, con la Mesa de Altsasu10por ampliar y reforzar movimientos populares, sindicales, culturales, etc., que encuadren esas masas para, con la pedagogía de la práctica, ayudarles a superar sus prejuicios y fantasías reaccionarias. Y lo logró como nos indicó Justo de la Cueva, pero las tres escisiones, que tanto decían ser las únicas leninistas comparadas con ETA V, ni siquiera iniciaron ese esfuerzo de anclaje en esas fracciones del pueblo trabajador y de la pequeña burguesía con sentimientos nacionales vascos.
Marxismo nacionalizado
Hemos planteado la posibilidad de que Argala hubiera leído los Cuadernos filosóficos de Lenin, ¿pero leyó a Mariátegui? La pregunta es importante porque su respuesta nos amplía la visión del problema que tratamos porque ¿sabía Argala que Mariátegui había escrito aquello de que la revolución no sería nunca «ni calco ni copia» de un modelo externo, sino «creación heroica» de las clases y pueblos explotados en el Perú y por extensión a América Latina? Un punto central de la estrategia de Mariátegui era el de fusionar las luchas de los pueblos originarios con las luchas de las clases trabajadoras formadas en el pensamiento europeo bien por su origen emigrante bien porque siendo autóctonas habían perdido su identidad andina al tener que emigrar a la ciudad. Mariátegui va al centro del problema, el de la propiedad de la tierra, pero valorando también el papel decisivo de la cultura y la lengua, de la tradición popular formada durante siglos en lo que él definía como «comunismo inkaico» pero sometida a la sobreexplotación más salvaje por los grandes terratenientes. Mariátegui no sobrestimaba el «comunismo inkaico» porque sabía que estaba bajo el control del «régimen autocrático de los inkas»11.
Más adelante veremos cómo el dogma estalinista europeo rechazó la defensa de la lucha de liberación vasca. Mariátegui tuvo que pelear contra la misma cerrazón pero en peores condiciones. Mientras que en Euskal Herria la fuerza de la izquierda independentista y el desprestigio creciente de la izquierda española facilitaron la superación de esos frenos, en el Perú de finales de los años veinte las presiones del eurocentrismo de la III Internacional eran aplastantes porque Mariátegui re-abría un camino de avance al socialismo basado en las contradictorias dinámicas nacionales «por lo que no se podían importar y repetir mecánicamente los razonamientos de los revolucionarios europeos»12 que ya en esos años de 1928 – 1930 seguían fielmente las directrices de la Internacional Comunista. Según Narciso Isa Conde estas son las nueve aportaciones hechas por Mariátegui para el marxismo latinoamericano:
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Adentrarse en la cultura indígena y conocer sus grandes valores.
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Recuperar las experiencias del comunismo agrario, de la vida comunitaria y de las relaciones de los ayllus con el Estado incaico como posible aporte a un socialismo indoamericano.
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Darle un gran valor a la práctica, a la acción, en la creación del pensamiento revolucionario y viceversa.
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No limitarse a un modelo único de partido, ni entender su creación y desarrollo sujeto a preceptos previamente definidos. Entender la organización de los (as) revolucionarios (as) como un factor a crear en el seno de las masas, al interior de los sujetos y actores sociales potencialmente revolucionarios, y al compás de sus luchas. Asumirlo como proceso pacientemente conducido al interior de la clase trabajadora del pueblo y nunca separado de él.
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Resistirse a la consideración del proletariado como un ente abstracto, sin especificidad, sin variedad. Igual los demás actores o sujetos sociales de la revolución.
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Ponderar el potencial revolucionario, la condición total o parcialmente proletaria del campesinado y de los pueblos indígenas. Concebir la clase más que por su estricta composición social, por su capacidad de enfrentamiento y confrontación con el orden dominante.
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Asumir la diversidad de actores sociales revolucionarios en el partido socialista (obreros, proletarios agrícolas, campesinos pobres, artesanos, intelectuales honestos).
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Proponer un socialismo que nunca se desarrollara ni a costa del campesinado, ni de las especificidades nacionales.
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Gestar el partido socialista como proyecto revolucionario de masas, con núcleos de cuadros en su interior, al margen e independientemente de las direcciones de la Komintern 13.
Veremos en su momento qué sorprendentes similitudes e identidades existen en la evolución de la V Asamblea de ETA como proceso largo, tal como explicamos en su tiempo14, y el resumen realizado por Isa Conde del pensamiento de Mariátegui. No debe sorprendernos esas «coincidencias» porque ambas dinámicas de lucha de liberación nacional de clase se basan en la «nacionalización del marxismo» tal como la expresa M. Bruckmann, que sostiene que, con razón, se ha definido al avance de Lenin, y de otros marxistas como Gramsci y Mariátegui, como uno de los pasos en las adaptaciones del marxismo a los contextos nacionales15, es decir, el proceso por el cual el marxismo en su forma teórico-abstracta general se concreta en y se adapta a las diferentes culturas nacionales, a la historia de los pueblos, a sus matrices sociales, adaptación imprescindible para el triunfo revolucionario.
Pensamos nosotros que las adaptaciones del marxismo a los contextos nacionales han sido más que las realizadas por estos tres revolucionarios, pudiéndolas extender a las experiencias china, vietnamita o cubana16, aunque también debemos incluir las luchas nacionales en la Europa imperialista, como la vasca, la catalana, la bretona, la irlandesa, la polaca, la corsa… y también las resistencias armadas contra la ocupación nazifascista de Europa, guerras de guerrillas dirigidas en la mayoría inmensa por las izquierdas revolucionarias y sostenidas por los pueblos trabajadores. La Segunda Guerra Mundial aportó una serie de lecciones casi decisivas sobre la opresión nacional que han sido sistemáticamente silenciadas por la izquierda dogmática y el reformismo.
No es casualidad que M. Bruckmann citara a Gramsci como uno de los «nacionalizadores» del marxismo porque sus aportaciones a la idea de lo nacional-popular, que entronca con la de Marx de la «nación trabajadora» enfrentada a la «nación burguesa», tienen un alto potencial heurístico. También es posible que Argala leyera a Gramsci y tomara conciencia de la extremadamente compleja dialéctica entre economía y política, siempre mediatizada por la cultura de los pueblos, complejidad que no puede ser reducida a la lógica formal ni tampoco al cálculo matemático. Según Gramsci:
Entre la premisa (estructura económica) y la consecuencia (constitución política) hay relaciones nada simples ni directas, y la historia de un pueblo no se documenta solo con los hechos económicos. Los nudos causales son complejos y enredados, ya que para desatarlos hace falta el estudio profundo y amplio de todas las actividades espirituales y prácticas, y ese estudio no es posible sino después de que los acontecimientos se hayan sedimentado en una continuidad, es decir, mucho tiempo después de que ocurran los hechos […] La historia no es un cálculo matemático […] La cantidad (estructura económica) se convierte en ella en cualidad porque se hace instrumento de acción en manos de los hombres17.
Utilizando este método, Gramsci pudo explicar cómo se debía intervenir en las contradicciones que impulsaban la formación de la nación popular en constante lucha con la nación dominante, siempre dentro del Estado-nación burgués. Como para la V Asamblea, también para Gramsci y para el marxismo dialéctico la cultura popular juega un papel fundamental en este proceso. Por ejemplo, Gramsci denuncia que el folklore no es algo «pintoresco» sino que encierra una concepción del mundo, con su componente religiosa popular diferenciada de la religión oficial, con su moral popular específica… Gramsci insiste en que la burguesía conoce esta riqueza del folklore y la manipula desde la primera educación18. Las y los revolucionarios deben luchar por fortalecer los contenidos populares, progresistas y radicales que existen en el folklore. Por ejemplo, la insistencia de Gramsci en combatir a los poderes alienantes, como la Iglesia, lo abarca todo, también la ceremonia cristiana de la llamada «primera comunión» por sus efectos demoledores sobre la incipiente conciencia infantil19. Salvando las distancias ya que Euskal Herria sufría y sufre el poder de una Iglesia extranjera, debemos recordar las críticas de ETA a la labor desnacionalizadora y alienante de su burocracia vaticana.
Argala y cualquier militante de la V Asamblea en cuanto proceso largo hubieran sentido como propias estas ideas gramscianas, que no se diferencian en nada esencial de las de Ho Chi Minh expuestas en su texto Doce recomendaciones arriba visto. Uno de los esfuerzos sistemáticos mantenidos por la V Asamblea fue el de imbricar a su militancia teórica y políticamente formada en los movimientos populares, obreros, democráticos, culturales en el mismo sentido de lo expuesto por Gramsci sobre las tareas de los «intelectuales» en el impulso de lo nacional-popular. Es decisivo que Gramsci inicie su artículo sobre el concepto de lo nacional popular criticando los esfuerzos del fascismo de 1930 por imponer su modelo de nación. Para Gramsci:
Es de observar que, en muchas lenguas, nacional y popular son sinónimos, o casi lo son (es el caso del ruso, y así se manifiesta en alemán donde volkisch tiene un significado más íntimo, de raza; y lo mismo, en general, en la lengua eslava; en francés, nacional tiene un significado en el que el término popular tiene un mayor contenido político, porque está ligado al concepto de soberanía, y soberanía nacional y soberanía popular tienen –o han tenido– el mismo valor). En Italia, el término nacional tiene un significado ideológico más restringido y en todo caso no coincide con el de popular, porque en Italia los intelectuales están alejados del pueblo, es decir, de la nación, y en cambio están ligados a una tradición de casta que jamás ha estado en la ruta de un fuerte movimiento político popular o nacional por abajo20.
Como se aprecia, las interacciones entre nación, pueblo, política, poder, etc., es permanente. En español «nación» viene del latín natio y del infinitivo nasci o gnasci cuya etimología nos remite al indoeuropeo «gen» o engendrar, parir, dar a luz. En euskara no empleamos el término nación más que cuando tenemos que recurrir a la terminología franco-española porque el término correcto es el de «pueblo» y más concretamente el de la lengua y cultura que identifica a ese pueblo. Precisamos esto porque, en este caso, se revaloriza la interpretación marxista de la opresión nacional por cuanto atañe a la identidad misma, cultural y de autoidentidad, de ese pueblo, y no solo a la explotación de su fuerza de trabajo y de sus recursos naturales. Aunque Gramsci no sufría opresión nacional directa, fue consciente de la importancia de la lucha de clases por la independencia político-cultural de la nación popular frente a la burguesa.
Precisamente era esa importancia de lo político-cultural, que revaloriza a la lucha de clases en sí misma, la que facilita la comprensión del proceso de aumento cuantitativo que culmina en el salto cualitativo de la lucha meramente económica a la lucha política revolucionaria. La interpretación reformista de Gramsci en general pero también en la que ahora nos interesa, la del problema nacional popular, evita lo más posible referirse a la «acción en manos de los hombres» en su sentido radical, el de la acción revolucionaria de la toma del poder. Este no es el caso de Aguilera del Prat que enmarca la dinámica de la construcción del bloque histórico revolucionario nacional-popular dentro de la estrategia de toma del poder del Estado para avanzar hacia otro modo de producción mediante el impulso consciente de la democracia de base y del Estado obrero21.
El fetichismo del Estado
Argala y la V Asamblea no tendrían problema alguno en adaptar la idea gramsciana a la realidad vasca, sobre todo considerando que en Gramsci está muy presente, aunque de forma discontinua, entre lo económico, lo político y lo militar. Pero en Gramsci sí está presente en todo momento una crítica del fetichismo del Estado, como indica J. L. Acanda22, crítica central en el marxismo pero abandonada por el economicismo determinista y que es básica para comprender la fuerza reaccionaria de los nacionalismos de las izquierdas de los Estados opresores de pueblos, como el español y el francés. El fetichismo del Estado-nación creado por la burguesía es uno de los anclajes irracionales más efectivos del capital en el inconsciente político del reformismo y de la izquierda de las naciones opresoras, anclajes que refuerzan las reservas de irracionalidad del nacionalismo imperialista cuando se trata aplastar a otros pueblos que quieren ser independientes, como veremos.
El análisis que Acanda hace en especial de la violencia militar en el fascismo23, como aglutinador de los miedos nacionalistas burgueses, vale perfectamente no solo para el franquismo sino para el régimen monárquico español que sigue aplastando los derechos de los pueblos: en el fondo de su fuerza está el dominio irracional del fetichismo del Estado en el reformismo y en la izquierda.
La discontinuidad externa y la continuidad interna en Gramsci son debidas a las duras condiciones carcelarias que le imposibilitaban exponer ordenadamente y de forma directa sus pensamientos. J. M. Piotte ha reconstruido esta lógica interna del pensamiento gramsciano a la que, probablemente, Argala y la V Asamblea no pondrían grandes reparos una vez adaptada a Euskal Herria. Según J. M. Piotte la relación de fuerza de lucha entre las clases se presenta en principio en su expresión de lucha económica, pero advierte que:
La primera concepción errónea, el economicismo, consiste en la creencia de que las contradicciones fundamentales del sistema económico conllevarán por sí mismas la caída del capitalismo; la segunda, el voluntarismo, basada en el pensamiento de que la acción política puede transformar la sociedad, incluso aunque esta acción política no esté fundada sobre las relaciones socioeconómicas fundamentales24.
El momento político se caracteriza porque todo lo analiza y estudia, lo organiza y lo dirige hacia crear las condiciones de la supremacía hegemónica, base del posterior y decisivo momento militar. En este ascenso nunca mecánico ni lineal se suceden tres fases, la primera es la de la sumisión del pueblo explotado a la burguesía, en la que no se cuestiona su poder de clase. La segunda fase del momento político es la de la lucha sindical economicista, por las reformas salariales y sociales, en la que la clase trabajadora no combate la esencia del capitalismo sino algunas de sus expresiones más duras e inaguantables. La tercera fase es en la que «el proletariado toma conciencia, por consiguiente, de ese papel de creador de una nueva civilización y se coloca resueltamente a la cabeza del conjunto de las masas populares para luchar contra el sistema burgués»25.
El momento militar es el decisivo y «sucede naturalmente al momento político» por la misma lógica interna de la unidad y lucha de contrarios:
El partido no rechaza la acción parlamentaria, ya que es un medio útil de propaganda y que permite sobre todo la asimilación de los trabajadores que todavía creen en el sistema político liberal. Pero esta acción se concibe limitada: por una parte, el Estado, en tanto que instrumento de clase, excluye toda posibilidad de conquista democrática del poder; por otra parte, la acción parlamentaria no es más que uno de los medios por los cuales el partido se liga con las masas populares para dirigirlas política y culturalmente.
Dentro del momento militar lo técnico-militar está supeditado a lo político-militar, desde un doble punto de vista: a nivel de la organización y a nivel de la correlación de fuerzas.
Uno de los factores decisivos de este momento está constituido por la capacidad de los dirigentes del partido, la calidad y cantidad de los militantes movilizables para encuadrar a las grandes masas, o sea, que reposa en definitiva en el partido. El problema de la organización militar está concebido de esta forma, como una parte del conjunto del trabajo organizador llevado a cabo por el partido26.
Independientemente de si la estrategia político-militar es insurreccional, de guerra popular, de guerrilla urbana para forzar una negociación con el ocupante, etc., al margen de estas diferencias existe siempre un momento crítico en el que la fuerza obrera y popular se enfrenta a la fuerza burguesa. Los tres momentos del proceso gramsciano se orientan hacia ese momento decisivo por su contenido de posible cierre de una época histórica e inicio de otra cualitativamente superior, o por el contrario, la derrota del movimiento revolucionario y su posible exterminio por mucho tiempo. Son las naciones oprimidas las que más se juegan su futuro en esos momentos por razones obvias, y es por eso que las aportaciones de Gramsci coincidían con las ideas de Argala y de la V Asamblea aunque no las hubieran podido leer detenidamente por las duras condiciones represivas.
Sí es muy probable que Argala hubiera leído a Trotsky por las mismas necesidades inmediatas de su militancia durante la escisión entre VI y V Asamblea, breve período durante el cual estuvo bajo la influencia de ideas que se desarrollarían más en las corrientes de la VI y de Células Rojas. Pero los intensos y permanentes debates entre la militancia de base le orientaron hacia ETA V. Sin embargo, aquel breve período le sirvió a Argala para formar una mente abierta que es una de las precondiciones del pensamiento dialéctico. Por tanto es muy probable que estuviera de acuerdo con estas palabras de Trotsky sobre la independencia de China y, en especial, sobre la dialéctica:
Despertar a los obreros, organizarlos, darles la posibilidad de ligarse a la movilización nacional y a la agraria para asumir la dirección de ambas: esa es nuestra tarea. Las consignas inmediatas propias del proletariados (jornada laboral, salarios, derecho a organizarse, etcétera) deben ser la base de nuestra agitación. Pero con eso no basta. Solo estas tres consignas pueden elevar al proletariado a un rol dirigente en la nación: independencia de China, la tierra a los campesinos pobres, asamblea constituyente. […]
Los bolcheviques, que están a favor de la liberación nacional con métodos revolucionarios de los pueblos oprimidos, apoyan al movimiento de masas por la liberación nacional por cualquier medio, no solo contra los imperialistas extranjeros sino también contra los explotadores burgueses tipo Kuomintang que participan del gobierno nacional. […]
Muchos problemas tácticos y estratégicos parecen insolubles si los enfrentamos formalmente. Pero resultarán claros si los planteamos dialécticamente, es decir en el contexto de la lucha viva entre las clases y sus partidos. La dialéctica revolucionaria se asimila mejor en la acción27.
Como venimos insistiendo, fue la dialéctica de la acción la que marcaba la vía a seguir entre las permanentes discusiones, corrientes y escisiones dentro de ETA. El último párrafo de la cita de Trostky resume a la perfección tanto el abismo entre su pensamiento originario y las posteriores derivas intelectualistas y abstractas de muchos trotskismos como también el abismo que separó al trotskismo de VI-LCR con el incipiente marxismo vasco de V Asamblea. Formalmente no existían apenas grandes diferencias entre los objetivos de VI y de V en lo que concierne a la potenciación de la autoorganización popular, tal cual las hemos visto en Ho Chi Minh, Mariátegui, Gramsci, Trotsky y como veremos luego en Rosa Luxemburg, pero sí había una diferencia de calidad que se materializaba con el tiempo: la interacción de todas las formas de lucha y el papel de la autoorganización popular en ella.
Una de las aportaciones del incipiente marxismo vasco al conjunto del marxismo mundial fue adaptar a la lucha de clases en el corazón y en el cerebro del imperialismo europeo las lecciones aportadas por las y los revolucionarios citados. Por ejemplo la creación de Abertzale Sozialista Komiteak (ASK) que como su nombre indica eran komités que agrupaban
[…] en ellos a gente muy diversa que trabajaba en el campo del euskera, la amnistía, los problemas vecinales… Argala siempre vio este tipo de movimientos con muy buenos ojos. La defensa del asambleísmo, su convicción de que el pueblo organizado en asambleas sería el que se liberaría a sí mismo, fue uno de los ejes de su pensamiento28.
La autoemancipación del pueblo trabajador mediante la democracia directa de base asamblearia es desde siempre una seña de identidad del marxismo en sí, no de sus degeneraciones burocráticas y reformistas. La V Asamblea mantendrá durante mucho tiempo no solo esta identidad sino que la concretará forzando muchas veces el límite de lo posible a las formas de acción parlamentaria e institucional. En un mensaje grabado poco antes de ser asesinado, destinado a la militancia de su pueblo, Arrigorriaga, Argala sostiene que:
Hay que presentarse con una postura que no sea la clásica de los países burgueses en los que nos quieren meter. Creo que no se trata de escoger unos señores para que ellos decidan por nosotros lo que sucede en el pueblo sino que se trata de organizar a ese pueblo, de organizarse por barrios, y después los barrios coordinarse entre sí. Hacer asambleas y en las asambleas decir cuáles son los programas a llevar al ayuntamiento y cuáles son las reformas municipales a hacer en el pueblo, pero esto no solamente para presentarse a las elecciones sino después también […]
Es preciso, por mucha confianza que se tenga en quienes salgan elegidos, no dejarles que anden a su aire, no dejarles sin ningún tipo de supervisión, sino por el contrario, organizarse el pueblo para controlarlos constantemente y para decidir lo que más conviene al pueblo.
Que los concejales sean simplemente unos intermediarios y no los que decidan lo que le conviene al pueblo. Sino que el pueblo a través de ellos decida lo que le conviene. […]
Tenemos que organizarnos dentro de las fábricas, dentro de los barrios, para que la voz de los trabajadores se deje oír directamente. Aunque llegasen al poder los partidos socialistas, si el pueblo no se organiza, si los trabajadores no se organizan lo único que conseguiremos será crear unos dirigentes, una serie de burócratas, que con unos años se distanciarán de los trabajadores y harán otra vez lo que ellos quieran como estamos viendo que sucede en algunos países socialistas. En la Unión soviética por ejemplo. La única forma de evitar esto, la única forma de conseguir que los representantes que los trabajadores escogen continúen siendo auténticos representantes es que los trabajadores estén constantemente encima, que estén constantemente controlándoles y para esto es indispensable que nos organicemos en las fábricas, que coordinemos fábrica con fábrica, pueblo con pueblo, provincia con provincia y a nivel nacional. Exactamente igual para los problemas populares, para los organismos o para cualquier otro problema que exista. Igual para los arrantzales, para los baserritarras o para cualquier sector social de Euskadi. […]29.
En este sentido, Argala y la V Asamblea tenía muy claro que la democracia directa era la decisiva y que, una vez instaurada la democracia burguesa y su parlamentarismo, había que atajar cualquier indicio de burocratismo. Teniendo esto en cuenta, y sabiendo que la V Asamblea intentaba conectar siempre de la forma más ágil y efectiva en lo político todas las formas de acción y de lucha, hemos de reconocer la raigambre de un luxemburguismo esencial en el seno de la V Asamblea:
El terreno de la legalidad burguesa del parlamentarismo no es solamente un campo de dominación para la clase capitalista, sino también un terreno de lucha, sobre el cual tropiezan los antagonismos entre proletariado y burguesía. Pero del mismo modo que el orden legal para la burguesía no es más que una expresión de su violencia, para el proletariado la lucha parlamentaria no puede ser más que la tendencia a llevar su propia violencia al poder. Si detrás de nuestra actividad legal y parlamentaria no está la violencia de la clase obrera, siempre dispuesta a entrar en acción en el momento oportuno, la acción parlamentaria de la socialdemocracia se convierte en un pasatiempo tan espiritual como extraer agua con una espumadera. Los amantes del realismo, que subrayan los «positivos éxitos» de la actividad parlamentaria de la socialdemocracia para utilizarlos como argumentos contra la necesidad y la utilidad de la violencia en la lucha obrera, no notan que esos éxitos, por más ínfimos que sean, solo pueden ser considerados como los productos del efecto invisible y latente de la violencia30.
La opresión nacional añade valor a estas palabras de Rosa Luxemburg confirmadas por la historia desde 1906 hasta ahora: por un lado, con respecto al parlamentarismo del Estado opresor, las naciones oprimidas, si deciden participar en él, no tienen otra alternativa que demostrar con sus permanentes y fuertes movilizaciones proletarias o de lo contrario no se les tendrá en absoluto en cuenta. Por otro lado, y en los restringidos sistemas parlamentarios que el Estado opresor impone en la nación oprimida, otro tanto. La creación del Parlamento Europeo en Bruselas actualiza aún más a Rosa en esta y otras cuestiones, porque una izquierda nacionalmente oprimida que decida meterse en esa caja de grillos deberá activar al máximo las movilizaciones de su pueblo y las del resto de clases y naciones explotadas para intentar obtener un mínimo fruto en el parlamento burgués europeo.
Impotencia del estatalismo (I)
Hasta aquí hemos visto muy rápidamente la crítica de Argala de que la de VI Asamblea hacia una «copia exacta» de las tesis de Lenin para la URSS aplicándola dogmáticamente a Euskal Herria. El breve recorrido que hemos hecho por algunos revolucionarios y revolucionarias nos ha demostrado que, fuera del dogma, existían aportaciones valiosas que coincidían en lo sustantivo con el rumbo de la V Asamblea. Pero, antes de pasar a la segunda crítica que realiza Argala en el texto citado arriba, debemos exponer algunos puntos del método dialéctico para comprender más en profundidad el error de ETA Berri y ETA VI que olvidaron que «la síntesis de Marx nunca es algo consumado, sino algo más bien en proceso de realización constante»31. Con todos sus problemas, fue ETA V la que logró mantener la realización constante de la lucha de liberación nacional de clase en Euskal Herria, porque, con todas sus limitaciones, comprendió que «un sistema teórico se mantiene o cae, no sobre la base de dogmas pasados, sino por su capacidad en captar los nuevos problemas a medida que se presentan, y en darles soluciones viables»32.
Ello es debido a que existe una dialéctica de mutación y permanencia33de las estructuras capitalistas, así como la aparición de lo nuevo y la permanencia de lo idéntico34. Si negamos u olvidamos este método dialéctico no veremos nunca el surgimiento de lo nuevo, de lo que ha mutado, y cuando aparezca sorpresivamente ante nuestros ojos perplejos será inconcebible para nuestro dogma porque habremos absolutizado lo idéntico y lo permanente rebajándolos a lo estático e inmóvil.
Ahora podemos entender más cabalmente la segunda crítica de Argala en su texto de 1977, también llamado «Testamento»: la incomprensión del llamado «problema nacional» por las izquierdas españolas. Argala tuvo relaciones internacionalistas intensas con organizaciones revolucionarias en Madrid y las conclusiones a las que llegó las dejó escritas en su texto. El posicionamiento contra la lucha independentista vasca del Partido Comunista de España fue tajante desde hacía tiempo y nosotros lo hemos analizado en un extenso libro al que ya hemos hecho referencia. Argala y toda ETA en general, fue siempre consciente de que el Partido Comunista de España pensaba según la ideología de la «reconciliación nacional» entre burguesía y proletariado españoles, es decir, desde la supeditación del segundo al primero en el crucial contenido de clase de la «nación española» que incluía en su interior a todos los pueblos.
Pero el problema era más grave que la comprensible fuerza del nacionalismo burgués dentro del PCE. El problema radicaba –y radica– en que incluso la izquierda escindida del PCE al considerarle con razón reformista, también asumía la imprescindible unidad del Estado aunque dijera defender el derecho de autodeterminación. En aquel 1977 el PCE (m‑l) realizó su II Congreso en el que en el apartado sobre el «problema de las nacionalidades» asumía el derecho de autodeterminación de los pueblos pero advirtiendo ese derecho tenía que tomar «como base la indestructible unidad de la clase obrera del todo el Estado»35. En ese mismo año, el Partido Comunista del Trabajo (PCT), otra escisión por la izquierda que asumía la «especificidad cultural» traduciendo sus siglas al bable, catalán y euskara, sostenía que: «Hoy, todo el mundo reconoce que tan solo en el marco de la lucha estatal, por un Estado democrático, puede resolverse el problemas de las nacionalidades»36.
Si de las diversas versiones del marxismo-leninismo más estricto y estalinista pasamos a la corriente que podríamos llamar consejista, nos encontramos con que en ese 1977 hablando sobre la burguesía nacional de los pueblos oprimidos, sobre el derecho de autodeterminación y sobre el centralismo democrático del proletariado aplicado a la resolución de la cuestión nacional, decía lo siguiente:
Las propias «burguesías nacionales» serían las primeras en oponerse a tal puesta en vigencia del derecho de las naciones a la autodeterminación, ¡las primeras en mostrarse centralistas! Pues entonces, ¿qué puede quedar al proletariado sino levantar las banderas de su propio centralismo democrático? Un centralismo voluntario de todos los obreros del mundo dirigiendo sus propias relaciones sociales, cuidándose, por cierto, de declarar explícitamente que cuando su poder se instaure permitirá, él, si, la realización de cuanto deseo a la separación surja en las masas de cualquier región37.
El texto acertó sobre que las «burguesías nacionales» se negarían al derecho de autodeterminación en su pleno sentido. En una primera fase, aplaudieron el «Estado de las autonomías» y durante cuarenta años la burguesía vasca, catalana y gallega, además de las restantes, se han enriquecido felices bajo la protección del Estado español. Solo desde hace poco tiempo una fracción de la mediana y pequeña burguesía catalana presionada por los cambios del capitalismo mundial y por el reforzamiento del centralismo y de la opresión española, se moviliza para conquistar sus derechos nacionales plenos, su Estado. Siendo esto cierto, sin embargo lo más significativo para nuestro estudio radica en la segunda parte de la cita: las «regiones» deben esperar pacientemente al triunfo del proletariado mundial, deben confiar en su promesa de que entonces y solo entonces, «cuando su poder se instaure permitirá» que las masas de las regiones se autodeterminen si así lo desean. Mientras tanto a esperar.
El idealismo de este segundo planteamiento es absoluto y en su tiempo, en los decisivos años de 1975 – 1980, cuando se impuso la «transición» favorecía claramente al imperialismo español. En 1979, uno de los representantes oficiales de la ORT, organización maoísta, asumía en una conferencia dada en un selecto club la defensa del nacionalismo español «democrático» apelando al patriotismo del ejército franquista y marcando como uno de los objetivos centrales de la «nueva etapa» abierta por la Constitución monárquica de 1978 la lucha contra el «terrorismo» manipulado por la CIA y la KGB38. La «independencia nacional» española era para este dirigente maoísta una prioridad inseparable de la lucha contra el «terrorismo» instigado por el exterior. En aquellos momentos, la lucha nacional de clase del pueblo trabajador vasco era el fundamental desencadenante del «terrorismo», pero también habías otras violencias defensivas. El dirigente maoísta eludió cualquier referencia a la realidad y achacó el problema a servicios de inteligencia externos.
Hemos visto que para esta época las dos escisiones de ETA habían aceptado el dogma de la centralidad estatal como requisito para la victoria de la revolución, postergando la satisfacción de los derechos nacionales de los pueblos oprimidos para después de la creación de un Estado revolucionario. El nacionalismo burgués o el internacionalismo abstracto, idealista y atemporal no eran patrimonio de la izquierda española y estatal en su globalidad. De hecho, eran y son el ideario de las izquierdas europeas, sobre todo de los partidos estalinistas. Para cuando Argala criticó al nacionalismo español de izquierda, la militancia abertzale en el exilio en Europa ya sufría los efectos del nacionalismo burgués de las izquierdas europeas, especialmente del Partido Comunista Francés por su quehacer en tierras vascas.
Un mes antes de caer asesinado Argala, se publicó en español un compendio de textos de prestigiosos historiadores e investigadores cercanos a o militantes del Partido Comunista Francés (PCF) sobre lo que en ese Estado imperialista denominaban «cuestión regional». En la presentación escrita en 1976, los editores españoles insisten en que la experiencia francesa puede ser valiosa para las izquierdas del Estado español en unos momentos en los que se ha agudizado el «problema nacional y regional» en el Estado llegándose a la existencia de una «corriente terrorista» en el País Vasco. De lo que se trata, dicen, es de avanzar a un Estado federal y a un «regionalismo auténticamente democrático»39, para lo cual editan en español el libro citado.
Salvo error nuestro, solo tres de los ocho autores citan al País Vasco bajo dominación francesa, dos de ellos muy superficialmente y refiriéndose a la lengua vasca, y otro encuadrándolo en la Gascuña medieval. El documento del PCF de 1968 que expone la línea del partido sobre la «regionalización» no cita ninguna vez a Euskal Herria y ni siquiera utiliza el término de «nacionalidad» y a lo máximo que llega es a proponer la creación «de un escalón regional representativo»40, y concluye:
Esta es la preocupación que anima, en fin, la Declaración de las libertades que sometemos a la discusión de todos. Propone una democracia en la cual todos los aspectos económicos, sociales, culturales, son inseparables en todos los niveles de la vida de la nación. Hace el derecho a la democracia bajo todas sus formas y en todas las colectividades territoriales (comunas, departamentos, regiones en su artículo 69), así como el derecho a la formación y a la cultura, comprendida la cultura regional (artículo 59), uno de los derechos fundamentales, una de las libertades esenciales del hombre y del ciudadano. Por esto se contienen aquí las condiciones para hacer de la unidad nacional una realidad cualitativamente diferente y superior, puesto que se funda en una cualidad superior de la democracia41.
La «nación francesa» democrática y ciudadana es el horizonte referencial del PCF, tanto que no se plantea la existencia de nacionalidades diferentes a la francesa, y menos aún de naciones no francesas, por lo que no tiene sentido ni siquiera citar el derecho de autodeterminación. Sin embargo, esta cerrazón absoluta no logra acabar con el problema de la unidad de la «nación francesa», problema que en su núcleo teórico no es definitivamente resoluble porque pertenece al movimiento permanente de las contradicciones capitalistas en concreto, y en general de las contradicciones históricas surgidas con la propiedad privada. Uno de los autores del libro admite que:
Es significativo que la autorreflexión de una provincia o de una región sobre ella misma se reafirma en los tiempos de opresión y de crisis, cuando el grupo se siente amenazado y en peligro […] La región como la nación, ¿no será también una «solidaridad plenamente consciente»? […] Sería necesario establecer, desde este punto de vista, una cronología precisa de los hechos fundamentales del regionalismo, de las fuentes y de las actividades en las que se manifiesta. Hay tiempos de auge del regionalismo y tiempos de crisis, de letargo y de renacimiento, toda una gama de colorido que es necesario datar […] De este modo se interrelacionan para definir la nación factores geográficos e históricos, lingüísticos e institucionales, económicos y psicológicos42.
El autor y el libro en su totalidad minimiza o silencia las atrocidades cometidas por la revolución francesa contra las «regiones» que se negaban a perder su identidad, como es el caso de Euskal Herria que sufrió golpes brutales43en un contexto de lucha de clases interna y externa. La lógica del argumento del autor y del libro en su conjunto es la siguiente: según las circunstancias históricas las regiones refuerzan o debilitan su conciencia específica, pero la tendencia impuesta por el desarrollo capitalista es la de forzar a las regiones a constituirse en naciones-Estado. Llegado a este punto, el autor parece ser consciente de la dificultad que mina al nacionalismo francés del PCF al tener que precisar las diferencias entre «región» y «nación francesa», por lo que en busca de una solución imposible, recurre a la autoridad de Stalin y de su texto de 1913, al que volveremos en el capítulo próximo.
El autoextinto Partido Comunista Italiano (PCI), famoso durante varios lustros por su impresionante fuerza electoral, pero conocido también por algunas izquierdas por sus crecientes tendencias reformistas y su debilidad teórico-política oculta tras la falsificación de Gramsci, tras su famoso «nuevo modo de consumo»44que justificaba su apoyo incondicional a la burguesía italiana en especial en la represión de las organizaciones armadas revolucionarias, todo lo cual precipitó su desaparición. Pero antes hizo un servicio «internacionalista» al nacionalismo del PCE. Como también el PCI era incapaz de concebir lo inconcebible de la lucha vasca, prohibió en 1970 la edición de una entrevista a ETA que iba a salir en su revista Rinascita porque no le gustó la respuesta a la pregunta de si existía un Partido Comunista de Euskadi:
Exacto, sí existe un Partido Comunista de Euskadi, pero no un Partido Comunista Vasco, ya que la calificación de Euskadi es simplemente geográfica y en absoluto política. Se llama «de Euskadi» por razones administrativas que abarcan además solo a una parte del País Vasco. El Partido Comunista no funciona como partido específico de la clase obrera vasca, puesto que para él la reivindicación nacional queda al margen45.
Impotencia del estatalismo (II)
Argala conocía perfectamente la fuerza del nacionalismo imperialista del PCF y la negativa del PCI a publicar la entrevista a ETA, y había vivido personalmente la incapacidad del PCE y de la izquierda española en general para concebir que había sido ETA la ejecutora de Carrero Blanco: ¿cómo era posible que unos nacionalistas pequeño-burgueses radicalizados desarrollasen la praxis que destrozó la continuidad del franquismo? La respuesta solo podía darse desde el marxismo dialéctico, no desde el mecanicismo abstracto y libresco. Por esto, la crítica de Argala se extendía también a la doctrina dogmática que aseguraba que solo un Estado multinacional fuerte y potente podría resolver para siempre la opresión nacional. Desde la perspectiva marxista-leninista estricta y también desde la consejista, pasando por la eurocomunista, el llamado «proceso histórico objetivo» conducía inevitablemente a esta creencia. Como veremos en su momento, S. Kaltajchian formuló esta doctrina que fue publicada en lengua española en 1986, solo tres años antes de que se desintegrase la República Democrática de Alemania46, loada por el autor por haber superado para siempre el nacionalismo burgués y haber desarrollado una conciencia nacional plenamente internacionalista y socialista, forzando la implosión de la URSS en la que las irresueltas cuestiones nacionales también jugaron un papel central.
Después de que Argala escribiera su Testamento y de que se publicase en español la tesis del PCF sobre la tendencia histórica de los regionalismos a confluir en la «nación francesa», en el Estado español reaparece el nacionalismo en diferentes versiones del marxismo español. En 2001 un grupo trotskista reincide de otra forma en los argumentos de LCE-ETA (VI) contra el «terrorismo individual» sin poder concebir la novedad organizativa del independentismo socialista. Mostrando un desenfoque o ignorancia absoluta del independentismo socialista, se dice que: «la independencia de Euskadi en bases capitalistas es una utopía reaccionaria»47. Al menos de las IV Asamblea de ETA en 1964, si no antes, se sabía que la independencia capitalista era imposible porque la burguesía vasca se oponía y se opondría a ella frontalmente: los hechos y las declaraciones oficiales de la burguesía vasca lo han demostrado. Entonces… ¿por qué tergiversar la historia y el ideario de ETA?
Tal vez la respuesta última la encontremos no en las tópicas razones de la necesaria centralización socioeconómica en una Estado o Federación Socialista de los Pueblos Ibéricos, incluida Portugal, como defiende este grupo, para avanzar al socialismo, sino en algo más profundo a nivel histórico y con tremendas implicaciones cara al futuro:
La economía española se ha creado durante mucho tiempo y constituye, con todas sus contradicciones y desajustes, un conjunto lógico. Las fronteras naturales del Estado español, han estado históricamente marcadas por un lado por los Pirineos, por otro por el mar.
A pesar de todas las diferencias existe una cierta comunidad económica, política, étnica y cultural, forjada durante siglos. Cualquier intento de romper esta comunidad, necesariamente tendría consecuencias negativas para todos los pueblos del Estado48.
En el último capítulo expondremos nuestras razones de por qué es imposible la revolución socialista si a la vez no desaparece en el basurero de la historia lo que este grupo define como Estado español en cuanto «una cierta comunidad económica, política, étnica y cultural, forjada durante siglos». Ahora seguimos repasando la insistente defensa del nacionalismo español en su forma republicana y federal. Como explicamos en el texto sobre el imperialismo del PCE ya reseñado, el nacionalismo republicano ya estaba dado en el primer socialismo del PSOE a finales del siglo XIX, y luego se asentó definitivamente en la ideología del primer PCE desde primavera de 1937 a partir de su fuerte raigambre interna. El nacionalismo republicano español reaparece con fuerza durante las crisis profundas del Estado, como la catalana. En 2011 se recurría al materialismo histórico, es decir, a la esencia del método marxista, para intentar demostrar la supremacía de España sobre los pueblos49.
En 2013, Paco Frutos, exSecretario General del PSUC y del PCE, arremetió de manera insultante y despectiva contra los sentimientos nacionales catalanes50cuando comenzaban a tomar brío. En 2017, Alberto Garzón, dirigente clave en Izquierda Unida y en Unidos-Podemos, que se declara comunista, hizo unas declaraciones que daban la razón a aquella brillante certeza de ETA en 1964 arriba citada y que reproducimos de nuevo para comprender su profundo calado: «Hemos planteado en Europa un problema inconcebible. En el mismo epicentro del capitalismo, renegamos de él y nos declaramos revolucionarios sociales y nacionales»51. Pues bien, Alberto Garzón dijo: «No entiendo a los independentistas catalanes que se dicen de izquierdas»52. El dirigente de la izquierda nacional española no entiende, le parece inconcebible, que exista una izquierda nacional catalana.
En 1964 ETA puso al descubierto un problema crucial: la capacidad del pensamiento dominante para concebir otra realidad objetiva –la praxis de los pueblos trabajadores oprimidos– que no entra en sus esquemas mentales. Iremos desgranando las formas más graves de este problema crucial que sigue apoyando al imperialismo español más de medio siglo después de que lo enunciara ETA. En 2017, además del nacionalismo español de Izquierda Unida, otro aún más descaradamente imperialista sostuvo que el modelo de Estado del marxismo-leninismo es «la República Única e Indivisible»53; se nos dice también que «ni Cataluña ni el País Vasco son naciones desde las coordenadas del marxismo leninismo»54. Más en general y a la vez más en lo esencial, es decir, en lo tocante a los derechos concretos, socialistas, de las naciones oprimidas por el Estado español:
Será reaccionario todo movimiento que abogue por la balcanización de España, bien por vía terrorista, bien por vía federalista pro «derecho de autodeterminación», por muy izquierdista y «revolucionario» o demócrata que se autodefina, pues todo movimiento que defienda esas posiciones romperá cualquier posibilidad de elevar a los trabajadores españoles nativos y residentes (inmigrantes) a la condición de clase nacional en España […] en España, la revolución tendrá dos enemigos, que son dos caras del mismo tapiz, los vendepatrias europeístas de la derecha (los de la «Marca España») y los rompepatrias separatistas55.
Y por no repetirnos con amenazadoras citas del nacionalismo «marxista-leninista» español, leamos la última:
El modelo de Estado obrero que España necesita, siguiendo el marxismo-leninismo expuesto en este libro, es una República Unitaria, Unicameral, Centralista, Presidencialista, Socialista e Internacionalista. Solo se esta manera podrá elevarse a los trabajadores españoles a la condición de clase nacional. Y solo así podrá conectarse a esa clase nacional con la Internacional. El mundo, para poder ser transformado, necesita de un bloque político obrero y socialista, lo más homogéneo, poblado, rico y extendido posible, a las puertas incluso del centro de la economía capitalista. España tiene la oportunidad, no de liderar, pero sí de participar en la conformación de este bloque56.
De forma algo parecida a lo que muy correctamente se denomina «nacional catolicismo» español, y salvando todas las distancias, también podríamos hablar del «nacional comunismo» español. Del mismo modo que el nacional catolicismo español57, opio clave en la mansedumbre de millones de personas, nunca ha entendido a la Iglesia popular vasca, de base, pese a que nunca se ha atrevido a escindirse de la burocracia española y crear el catolicismo vasco, menos aún el «nacional comunismo» español ha entendido y puede entender nunca al comunismo de las naciones oprimidas que sí luchamos para crear nuestras «naciones trabajadoras»58independientes.
Cuando el «nacional comunismo» español califica de reaccionarias a las luchas de liberación de los pueblos oprimidos está favoreciendo de alguna manera al nacionalismo de su burguesía estatal incluida la posible represión de esos pueblos por el Estado: «ya que son reaccionarios…». Y cuando las califica de «separatistas» azuza de algún modo resentimientos de las clases trabajadoras de la nación opresora porque se les ha hecho creer que el «separatismo» atenta contra la mejora de las condiciones de vida: ya que cuanto más grande y poderoso sea el Estado mejor podrá atender a las necesidades sociales, y ya que el «separatismo» debilita al Estado, pues entonces el «separatismo» empeora las condiciones de vida del proletariado de la nación opresora. Estos argumentos reaparecen siempre que las naciones oprimidas avanzan en sus movilizaciones.
Pero si bajamos un escalón en el barómetro de la intolerancia española y descendemos del «nacional comunismo» al nacionalismo de la izquierda reformista «dura» apenas apreciamos cambios que no sean de maquillaje, excepto en los insultos y amenazas. Resulta curioso que se reivindique el confederalismo para la Unión Europea pero se pretenda obligar a las naciones oprimidas por el Estado español a un federalismo muy estrecho59. Los autores denuncian a la Unión Europea con alguna razón, pero una vez situados en el Estado español resurge el nacionalismo: en ningún momento citan a las naciones oprimidas, en ningún momento citan al derecho de autodeterminación, en ningún momento concretan un poco sobre qué es eso de «la reindustrialización de España a partir de la intervención pública en la economía» y cómo cuadra con los derechos de los pueblos explotados, etc. Los autores cierran los ojos a la esencia histórica de España como cárcel de pueblos, pero sí critican a la Unión Europea por ello, afirmando que «una cosa es segura: el futuro de los pueblos se construirá sobre las cenizas de esta Unión Europea», mientras que nosotros afirmamos que el futuro del socialismo se construirá sobre las cenizas de España.
La tesis de que los grandes Estados son indispensables no ya para el avance al socialismo previo al comunismo, que ha quedado en una ucronía de noches de añoranza, sino incluso solo para asegurar la «democracia», está anclada en una fase de la historia del movimiento revolucionario mundial devenido en reformismo blando, colaboracionista con la represión del independentismo socialista como es caso del B. Garzón y G. Llamazares que ni siquiera llegan a exigir una Europa confederal sino únicamente federal que integre a una «España federal»60como en el caso anterior. Ninguno de los dos, ni el duro ni el blando, cuestionan a España como tal.
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