«No me defenderé a mí misma ni nadie me defenderá. Pertenezco por entero a la revolución social. Si me dejáis vivir, no dejaré de reclamar venganza.»
Margari Aiestaranen eta Justo de la Cuevaren oroimenez
Estos son a grandes rasgos los temas sobre los que hemos debatido durante un mes en Venezuela y Colombia aprovechando las presentaciones del libro Breve historia del comunismo (edit. Trinchera, Caracas).
Lukács habló de la actualidad de la revolución refiriéndose a Lenin, que a estas alturas de la historia viene a ser lo mismo que hablar de la actualidad del comunismo. Se responderá que eso es imposible porque las revoluciones han sido vencidas, o han degenerado o agonizan. Se nos dirá que el comunismo es imposible, que nunca lo fue y que el siglo XX y lo que va de XXI demuestra que hay que «modernizar el paradigma», hay que «relativizar la verdad»: ahora debemos ser post-capitalistas, cosa muy fácil y cómoda porque nadie sabe lo que es.
En la atacada Venezuela el debate sobre la actualidad del comunismo está a la orden del día porque la izquierda revolucionaria sabe que la única forma de salvar el proceso y derrotar al fascismo es profundizar y ampliar las comunas, llevar a la práctica la consigna de Chávez de «comuna o nada». En Colombia la actualidad del comunismo se patentiza en la urgencia de extender una estrategia revolucionaria contra la sumisión de la burguesía a Estados Unidos y sus siete bases militares y a la OTAN. Bajo una implacable presencia militar imperialista, el futuro de Colombia solo puede pasar por el poder comunal. ¿Y en Euskal Herria? La burguesía vasca, feliz bajo España, explota además de al pueblo trabajador también a los de Nuestra América: en el siglo XVIII los venezolanos se sublevaron contra los expolios de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas; en abril de 2012 la burguesía vasca exigió al Estado español que tomara medidas contra Argentina por la nacionalización de REPSOL-YPF; el 30 de abril Anasagasti apoyó en Bilbo a las guarimbas fascistas. ¿Entonces?
¿Qué es la actualidad del comunismo?
Por actualidad de comunismo entendemos el conjunto de avances teóricos marxistas que muestran que solo la revolución comunista puede resolver la Gran Crisis en su grado extremo, lo que ahora se define como antagonismo entre la vida y el capital.
Ya para 1843 y por caminos diferentes Marx y Engels plantearon el antagonismo crítico, el nudo gordiano de lo que más adelante se ha dado en definir como la contradicción entre el capital y la vida: la propiedad de la tierra. Lo que ahora algunos presentan como la definitiva novedad que demostraría la obsolescencia del materialismo histórico y la necesidad de un «nuevo proyecto post-capitalista», la irreconciliabilidad entre la vida y el capital, ya fue adelantado en su esencia en 1843. Poco después, en Manuscritos de París de 1844, Marx explicó en términos filosóficos la razón de esta incompatibilidad. En 1845 Engels escribe La situación de la clase obrera en Inglaterra donde detalla los efectos del capitalismo sobre la salud del pueblo trabajador y muestra el inagotable potencial teórico de lo que más adelante se llamaría «marxismo».
En el Manifiesto Comunista se nos advierte que la lucha de clases mundial puede concluir con una tercera forma de desenlace: el exterminio mutuo de las clases en conflicto, y se afirma que la burguesía se asemeja al brujo que con sus conjuros ha desatado fuerzas infernales que no puede dominar. Dicho en otros términos, ha abierto la caja de Pandora de la que surgen todos los males imaginables y hasta los inimaginables, o ha destapado la lámpara mágica de Aladino, o peor aún: la casta intelectual progre y estrictamente democraticista y parlamentarista, asalariada pública o privada en su inmensa mayoría, que se horroriza ante la cruda verdad –que siempre es revolucionaria– nunca prestará atención a los avisos de Casandra que describen las contradicciones antagónicas con pelos y señales, advirtiendo del peligro mortal que se esconde en el Caballo de Troya, que no es otras cosa que la propiedad privada.
Según avanzaban en la concreción teórica del comunismo, Marx y Engels fueron tomando conciencia de la creciente magnitud de las fuerzas destructivas inherentes al capitalismo, dejando constancia de una forma u otra en muchos textos, sobre todo en El Capital, Anti-Dühring, Dialéctica de la naturaleza, El papel de la violencia en la historia… En 1874, Engels «profetizó» que tarde o temprano estallaría una devastadora guerra internacional. En 1877, escribiendo sobre las contradicciones internas capitalistas, dice: «la sociedad corre hacia la ruina como una locomotora cuyo maquinista fuera demasiado débil para abrir la bloqueada válvula de escape», explicando más adelante así la fusión entre civilización del capital y militarismo: «La moderna nave de combate no es solo un producto de la gran industria moderna, sino también una muestra de la misma; es una fábrica flotante –aunque, ciertamente, una fábrica destinada sobre todo a dilapidar dinero».
Rosa Luxemburg planteó en 1915, en el Folleto de Junius, que debíamos optar entre socialismo o barbarie. Un año después Lenin indicó que el imperialismo había abierto una fase de guerras y revoluciones. En 1919, Preobrazhenski y Bujarin en ABC del comunismo mostraban que en realidad la opción era entre caos o comunismo insistiendo en los efectos del capital financiero y de la militarización imperialista. Poco antes de ser asesinado Trotsky aseguró que, si no se impedía, la inminente guerra mundial sería arrasadora. Mao no se cansaba de advertir que la lógica de la guerra era parte de la lógica del capital insistiendo en que, en definitiva, el poder nace del fusil. Fidel, el Che y prácticamente la totalidad de comunistas aceptan esta verdad concreta, objetiva, relativa y absoluta, pero rechazada por Allende.
En 1959, F. Sternberg publica La revolución militar e industrial de nuestro tiempo. Para finales de la década de 1960 se acumulaban los datos sobre el agotamiento de los recursos y el impacto de la industria en naturaleza propiciando que en 1972 se publicase Los límites del crecimiento del Club de Roma que da pie a que B. Commoner publicara El círculo que se cierra, demostrando la responsabilidad del capitalismo en esa «nueva» crisis. En 1977 sale a las librerías La ciencia y la institución militar de G. Menahem y, por lo menos desde 1980, se inicia el debate sobre los terribles efectos de una guerra nuclear de modo que entre 1985 y 1988 se publican varias ediciones del impactante libro colectivo Invierno nuclear. Para entonces estaba surgiendo, desde ese 1980, un marxismo abierto al decir de Mandel, mientras que muy poco después sectores marxistas debaten la tesis del exterminismo lanzada por E. P. Thompson.
No podemos olvidarnos del desarrollo imparable desde entonces del marxismo llamado ecológico que tuvo en la revista Ecología política de 1991 uno de los avances decisivos, sobre todo al introducir la explotación patriarcal como parte sustantiva que debía ser analíticamente estudiada: por ejemplo, la necesaria aportación de Brinda Rao: La lucha por las condiciones de producción y la producción de las condiciones para la emancipación: las mujeres y el agua en Maharashtra, India, en el número 1 de la revista. Luego volveremos a los recursos vitales y al patriarcado, problemáticas que nos llevan a otras también cruciales como los efectos de la explotación imperialista de los pueblos, en este caso de la India: todas ellas poderosos argumentos sobre la actualidad del comunismo.
Hemos reseñado una ínfima parte de la larga lista de hitos teóricos sustentados directa o indirectamente en el método marxista que fundaron las bases para que, incluso durante las modas post, la ideología neoliberal, la implosión de la URSS, etc., reverdeciera un marxismo –por ejemplo, Fundamentos y límites del capitalismo, de L. Gill de 1996– capaz de explicar dos cosas con majestuosa coherencia lógica: en primer lugar, por qué se agudiza la contradicción entre el modo de producción capitalista y la naturaleza, la vida por decirlo en el lenguaje actual. Y en segundo lugar, por qué el comunismo multiplica su actualidad, su vigencia, como única alternativa posible y necesaria frente al capitalismo. Fijémonos en que hemos concatenado textos sobre filosofía, política, historia, salud, economía, militarismo, ciencia y naturaleza, es decir, que la actualidad del comunismo se sustenta en la totalidad del pensamiento crítico.
Pero no debemos entender por «necesidad» un destino ineluctable, predeterminado de manera ciega y automática. Si en las ciencias naturales la necesidad solo se entiende integrando en ella la contingencia, el azar, en las llamadas «ciencias sociales» la necesidad del comunismo solo se comprende desde las aperturas o cierres creados por las tendencias de la lucha de clases, por sus derrotas y victorias. Las leyes sociales son leyes tendenciales en las que la necesidad se expresa mediante la complejidad extrema de la lucha de clases, complejidad en la que intervienen también lo irracional, el terror y las catástrofes, además del heroísmo, la conciencia y el deseo, todos ellos comportamientos humanos que exigen recurrir siempre a lo «político» en sus inagotables expresiones. Las salidas a todas las crisis son siempre alternativas políticas, es decir, activadas desde y para intereses sociales precisos: nunca son exclusiva y restrictivamente «económicas».
La posibilidad del comunismo surge de las entrañas rugientes de estas contradicciones: la presencia objetiva de lo político al margen de nuestra capacidad subjetiva para comprenderla, la dialéctica entre «necesidad y posibilidad», otra categoría imprescindible. P. Molina habló del Marxismo como tragedia en 1992, pero es mejor considerarlo como «opción dramática». Sin mayores precisiones, la categoría de «necesidad y lucha» es en lo social lo mismo que la de «necesidad y casualidad» en lo natural: en la historia de la praxis «necesidad y lucha» aparecen como unidad ya en los orígenes del método dialéctico, según L. Sichirollo en Dialéctica de 1976.
Desde la crisis de octubre de 2007 la actualidad del comunismo ha vuelto a la escena cotidiana. El capital hace esfuerzos desesperados por ocultar el incuestionable valor praxeológico del marxismo como «opción dramática» que aparece más urgente día a día: si en la Alemania de 2005 solo se habían vendido 500 ejemplares de El Capital y 400 del Manifiesto Comunista en el primer año de la crisis, hasta octubre 2008, se habían vendido más de 2.400 ejemplares del primero y 2.800 del segundo, sobre todo entre jóvenes de 20 a 25 años. A comienzos de 2015 el Manifiesto Comunista seguía siendo uno de los libros más vendidos en Gran Bretaña.
En 2013, P. González Casanueva empleó el término de «ecocidio» para expresar la gravedad extrema del ataque capitalista a la naturaleza. Un año después, J. Beinstein escribe, en 2014, Comunismo o nada para mostrar que ni siquiera el caos sería un mínimo y perverso consuelo ante la irracionalidad destructora del capital, porque solo sobrevendría la nada, simplemente la nada. La actualidad del comunismo significa, por tanto, que nuestro futuro depende de nuestra fuerza revolucionaria.
¿Qué hace posible y necesario el comunismo?
Debemos conocer la diferencia entre las leyes de la evolución del capitalismo y las categorías que empleamos en el estudio de esas leyes. Las leyes tendenciales expresan las constantes, las regularidades del movimiento del capital, de sus contradicciones, mientras que las categorías o conceptos muestran las regularidades de las relaciones estructurales, formas generales del problema que analizamos, las conexiones entre sus momentos y sus aspectos. Las categorías o los conceptos solo son verdaderas si muestran la unidad y lucha de contrarios que determina internamente la evolución del problema que analizamos.
Esto hace que las categorías tengan tres características: son históricas, surgen en un determinado tiempo y espacio de la historia, median entre la especie humana que existe en ese momento histórico y la naturaleza, y, para ser ciertos, los conceptos o categorías han de ser flexibles, móviles, capaces de exponer el movimiento de las contradicciones del proceso que estudian, según la conversión materialista y praxeológica del dicho hegeliano de que «la contradicción es el criterio de verdad, y la falta de contradicción el criterio de error».
La revolución científica del siglo XVII solo logró llegar al método lineal y mecánico del conocimiento de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento como progreso automático atado por las limitaciones de la lógica formal, que negaba la complejidad, la bifurcación, la emergencia de lo nuevo, la autopoiesis, la contradicción, la lógica dialéctica… Los primeros economistas burgueses, sobre todo Smith y Ricardo, estaban constreñidos por estas limitaciones objetivas a su época. Sin embargo, y pese a que desde el siglo XIX era ya patente el fracaso del método mecanicista, aun así, los ideólogos burgueses y en concreto los «economistas vulgares», tal como los denominaban Marx y Engels, siguieron y siguen interpretando superficial y formalmente el sistema capitalista.
Decimos esto porque la ideología burguesa no puede conocer qué es el capitalismo, peor aún, ha surgido y se moderniza para legitimarlo elaborando una imagen falsa, mentirosa, que oculta sus leyes tendenciales y sus contradicciones antagónicas. El mismo concepto de ley tendencial que iremos descubriendo es incomprensible para la ideología burguesa que no supera el estrecho límite de la lógica formal. Pero ¿de qué leyes y contradicciones hablamos? Empecemos por las principales leyes del desarrollo capitalista:
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La centralización y concentración del capital, que explica por qué las grandes corporaciones van absorbiendo a las pequeñas, o destruyéndolas; por qué se crean monopolios y grandes alianzas; por qué las grandes empresas van diversificando sus departamentos y ramas productivas, por ejemplo, un gigante farmacéutico adquiere empresas químicas y pacta con la industria militar; por qué desarrollan departamentos financieros propios y otros negocios de servicios, etc., para abarcar más mercado; por qué crean redes de pequeñas empresas dependientes de ellas; por qué estudian al milímetro los altibajos de otros negocios para, si son más rentables, apropiarse de ellos invirtiendo capitales según la ley de perecuación que explica por qué tienden a igualarse las ganancias de las empresas.
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La proletarización progresiva de la humanidad, que explica por qué disminuye la clase campesina al industrializarse la agricultura, los y las artesanas individuales también decrecen porque se arruinan al tener que competir con los precios industriales, los pequeños patrones tienen que proletarizarse, etc., los autoexplotados no aguantan la presión y terminan asalarizándose, mientras que aumenta la clase trabajadora tanto asalariada como la que depende del salario indirecto, social y público porque se encuentra en paro o jubilada, o depende del salario familiar, etc. La concentración y centralización de capitales hace que, por el lado opuesto, aumenten los asalariados de todo tipo.
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La socialización objetiva de la producción, que explica cómo la concentración y la asalarización se sostienen sobre una imparable mundialización del capital y sobre una tendencia a la coordinación mundial de la humanidad explotada: el capitalismo se adueña del planeta y a la vez y por ello mismo genera la tendencia a que la clase trabajadora coordine su lucha de clases a nivel mundial. Cada vez más los efectos negativos de una decisión empresarial o estatal burguesa se propagan a la velocidad de la luz por un planeta ya regido por la ley del valor, a la vez que las noticias sobre las resistencias populares y obreras superan con creciente eficacia las censuras, mentiras y obstáculos que levanta la burguesía.
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El aumento de la composición orgánica del capital, que explica por qué el capitalista ha de invertir proporcionalmente cada vez más dinero en máquinas –capital constante porque una vez pagadas funcionan con su mantenimiento- y cada vez menos en obreros, en salarios –capital variable porque varían los salarios y el número de trabajadores. Las máquinas transfieren parte de su valor a cada mercancía que hacen, pero son puestas en funcionamiento y utilizadas por los trabajadores: sin estos las máquinas no funcionarían y no se crearía valor. Por tanto hay una relación de valor entre máquina y trabajador. A la vez, las máquinas necesitan materias primas, instalaciones y energía, etc., para funcionar, todo ello bajo la acción de los trabajadores, lo que indica que existe una relación técnica. Ambas relaciones, que son variables, dan forma y contenido a la composición orgánica del capital que, como está confirmado históricamente, incrementa más el maquinismo o capital constante, que la fuerza de trabajo, que los trabajadores o capital variable.
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5. La tendencia a la baja de la tasa media de beneficio, que explica cómo el incremento de la composición orgánica del capital determina que, por término medio y tendencialmente, descienda la tasa de ganancia aunque se produzcan repuntes locales durante un tiempo. El plusvalor, la plusvalía y la ganancia solo la obtiene el capitalista mediante la explotación de la fuerza de trabajo, sea directa o trabajo vivo, o sea indirecta o trabajo muerto y objetivado en las máquinas. ¿Quién ha construido las máquinas?: el trabajador; no surgen del suelo como las berzas, o caen del cielo como la lluvia, de modo que al disminuir la relación de valor y aumentar la relación técnica arriba vistas, entonces tiende a reducirse la tasa de beneficio porque esta solo surge del valor que crea la explotación de la clase trabajadora. En el mismo proceso, al aumentar la relación técnica que requiere cada vez más gasto en máquinas, en capital constante, la relación de valor, tiende a descender: la inversión creciente en cada vez más costosas máquinas tiende a reducir cada vez más el beneficio que se obtiene con la explotación del trabajo.
Hay que insistir en que se trata de una ley tendencial, de una ley que depende de la lucha de clases y, dentro de ella, de las decisiones del Estado de la burguesía. Las seis medidas fundamentales que contrarrestan la tendencia a la caída son: aumentar la explotación social, reducir los salarios, abaratar los precios de las máquinas, aumentar el desempleo para debilitar las luchas obreras, aumentar el saqueo imperialista y aumentar el beneficio del capital financiero. Estas y otra medidas exigen una estrecha relación entre el capital y el Estado para derrotar la lucha de clases y las resistencias de los pueblos que se niegan a ser expoliados por el imperialismo.
Pero la eficacia de estas y otras medidas no es eterna, no es definitiva sino que solo son parches transitorios porque más tarde o más pronto, según las circunstancias, se reinicia el descenso tendencial hasta que, por fin, se produce una crisis de la que la burguesía intenta salir en caso desesperado con la llamada «destrucción creativa»: destruir medios productivos, bienes, infraestructuras… y fuerzas revolucionarias para, sobre ese desierto de sangre y devastación, intentar iniciar otra fase expansiva.
Estas son las leyes inherentes, esenciales, definitorias del capitalismo y solo del capitalismo, no rigen en ningún otro modo de producción. La diferencia cualitativa entre el capitalismo y los modos precapitalistas, por un lado, y el comunismo, por otro lado, radica en la objetividad genético-estructural de estas leyes que encierran en sí mismas como contrarios unidos la lucha de clases permanente entre el capital y el trabajo. Es una objetividad minada internamente por la subjetividad consustancial a la lucha de clases.
Es decir, por esa subjetividad interna e inseparable de la objetividad, las leyes son tendenciales, históricamente transitorias dependiendo su evolución presente y futura de esa lucha de clases, lo que explica que el capitalismo no es eterno sino que puede ser sustituido por otro modo de producción cualitativamente diferente. Por último, las leyes objetivas y tendenciales actúan de forma sinérgica, como una totalidad en desarrollo desigual y combinado.
Para entender el porqué de la dialéctica entre la subjetividad y la objetividad de las leyes capitalistas, para conocer qué dinámicas revolucionarias o reaccionarias chocan en esa dialéctica y qué potencialidades de liberación puede desarrollar la praxis revolucionaria incidiendo en su interior para orientarlas hacia el comunismo, para esto debemos ver las contradicciones básicas del capitalismo:
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La contradicción entre, por un lado, la creciente organización de la producción a escala de las empresas individuales, es decir, la búsqueda de la racionalidad relativa de cada capitalista según las leyes objetivas arriba expuestas; y por el lado contrario la creciente anarquía de la producción mundial al chocar entre sí las racionalidades relativas de cada empresa, de los Estados y, también, los efectos de la lucha de clases, lo que genera una contradicción superior: la irracionalidad global del modo de producción capitalista.
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La contradicción entre, por un lado, la producción social, la producción como proceso de trabajo en el que participa directa o indirectamente la humanidad trabajadora –desde la campesina de tercera edad en Asia que ayuda a alimentar el buey que gira el molino hasta la vendedora subcontratada que vende el café en Suiza pasando por toda la cadena mundial de producción, distribución, venta y realización del beneficio– y, por otro lado, la apropiación privada de lo producido socialmente en beneficio de una cada vez más reducida burguesía –los propietarios de la empresa que produce café a escala mundial y lo vende en Suiza, Pekín y Chile.
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La contradicción entre, por un lado, la necesidad ciega del capital a expandir las fuerzas productivas de manera imparable presionado por las leyes tendenciales descritas y, por otro lado, la incapacidad de la humanidad trabajadora para comprar y consumir lo que se produce en demasía porque, a la vez, los salarios no aumentan lo suficiente debido a que el capital necesita rebajarlos hasta el nivel mínimo necesario para que la humanidad trabajadora se reproduzca y no agote su fuerza de trabajo según los estándares medios socialmente establecidos. Unido a los efectos de las otras contradicciones, esta última hace que al final estalle una crisis de sobreproducción.
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La contradicción entre, por un lado, la necesidad de expandir la tecnociencia como base para multiplicar el beneficio derrotando las resistencias obreras y la competencia de otros capitalistas; y, por otro lado, la necesidad de controlar y restringir el libre desarrollo de la ciencia fuera de los intereses imperialistas. La burguesía impulsó las ciencias en una primera fase, pero ahora necesita controlarla y militarizarla, pero sobre todo abortar los avances científicos que pueden ser monopolizados por competidores y especialmente aquellos que den poder a las clases y pueblos explotados.
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La contradicción entre, por un lado, la irracionalidad global, genético-estructural del capitalismo de mercantilizarlo todo, desde la joven fuerza de trabajo hasta la afectividad y el amor, pasando por la naturaleza en su conjunto y, por otro lado, la capacidad de reproducción de la vida y la capacidad de reciclaje del planeta. No se trata ya de la famosa crisis medioambiental y ecológica, sino de la contradicción antagónica entre el capital y la vida en su sentido lato, fuerte y científico del concepto vida como autopoiesis de la evolución de la materia como categoría filosófica que nos remite hasta sus posibles formas cuánticas de existencia objetiva.
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Y, como síntesis de las contradicciones vistas y en especial de la insoluble entre el capital y la vida, tenemos la contradicción decisiva entre la propiedad burguesa y la propiedad comunista, choque que reaparece a diario en miles de luchas pequeñas y básicas por la recuperación de los bienes comunes privatizados por y para el capital, hasta la lucha revolucionaria por la expropiación de los expropiadores pasando por la recuperación de tierras, fábricas, escuelas, armas, bancos y, en lugar destacado, la recuperación del propio cuerpo, del placer, del sol y de la primavera.
¿Qué crisis capitalista?
Para sobrevivir, la burguesía crea otros tres problemas que nunca habían existido antes: Por orden cronológico el primero es la posibilidad de exterminio de casi todas las formas de vida por la irracionalidad militarista del imperialismo, irracionalidad global que desborda cualitativa y cuantitativamente los muy pobres e inseguros destellos de racionalidad que de vez en cuando se logran mediante acuerdos internacionales: por ejemplo, en 2015 se destruyeron 400 ojivas nucleares, pero en 2016 todavía quedaban 15.405, y las amenazantes declaraciones Trump no auguran nada bueno. Pero al invierno nuclear, sobre el que hemos hablado antes, hay que sumarle las destrucciones inconmensurables causadas por la guerra bioquímica y cibernética, que envenenarán a cientos de millones de personas y sumirán al planeta en la oscuridad informática y electrónica: se paralizará todo o casi todo lo que funcione con electricidad, desde hospitales y el suministro de agua, gasolina y gas, hasta ordenadores, GPS marítimo y terrestre, grandes frigoríficos e hipermercados y tiendas, semáforos, ascensores, trenes eléctricos… La sinergia entre guerra nuclear, convencional, bioquímica y cibernética será devastadora.
El segundo problema, es la sexta extinción: el 80% de los procesos ecológicos ya están afectados por el calentamiento global; en cuarenta años han sido extinguidos el 60% de los vertebrados; el 75% de la superficie terrestre ya está alterada… solo 10 empresas emiten el 28% de los gases de efecto invernadero en el Estado español, un Estado en el que hay 30.000 muertes prematuras al año por la contaminación del aire causada por la lógica del beneficio. El Estado español ha cumplido solo una de las 37 medidas internacionales para salvar la biodiversidad. La contaminación atmosférica supone el 3,5% del PIB del Estado español. A nivel planetario solo 90 compañías son las responsables del 60% del calentamiento global.
La FAO advierte, en su último informe, que está en peligro el futuro de la alimentación humana. Se estima que el planeta tendrá 10.000 millones de habitantes en 2050. En un contexto de moderado crecimiento económico, el aumento de población elevará la demanda mundial de productos agrícolas en un 50% respecto de la actual, lo que incrementará la presión sobre los ya muy sobrecargados recursos naturales. Han sido talados casi la mitad de los bosques del planeta y el agua potable subterránea se agota con rapidez. Cada vez se acidifica más la tierra cultivada y pierde feracidad. 2016 ha sido el año más caluroso desde que se tienen registros históricos. Las aguas profundas de los océanos se calientan.
La mitad de los acuíferos de agua dulce del mundo entrarán en agotamiento irreversible si continúa el actual suicidio hídrico. Sea potable o no, el agua es imprescindible para la vida y la economía en su sentido absoluto, en especial para la del turismo y la agroindustria: por término medio, para producir y llevar un kilo de carne a la mesa se necesitan 15.000 litros de agua y si es carne de vaca 7 kilos de crudo de petróleo. El 80% de la tierra agrícola se dedica a la producción de carne que solo aporta el 33% de las calorías de la humanidad y que es consumida sobre todo por los países imperialistas. Una taza de café requiere 140 litros de agua y 20.000 litros para fabricar un ordenador. La irracionalidad del mercado hace que se pierda un tercio de los alimentos mundiales.
Tanto el agotamiento de las reservas hídricas como la irracionalidad alimentaria responden a la lógica del capital, lo mismo que el calentamiento global que empeora todos los restantes problemas: 2016 volverá a ser el más caluroso desde hace miles de años. De los últimos quince años, catorce han sido los más calurosos. Los sucesivos tratados internacionales para reducir en algo la emisión de CO2 a la atmósfera han fracasado porque las grandes potencias los han incumplido directa o indirectamente. El Acuerdo de París de 2016 que busca que el calentamiento global a finales del siglo XXI no supere el umbral de los 2 – 2,5º, cifra límite para evitar la catástrofe, ha nacido muy tocado pese a las declaraciones de prensa y el anuncio de la Administración Trump de que no va a firmarlo ha enardecido a las derechas que rechazan toda reglamentación. El calentamiento de los océanos supone un peligro de consecuencias todavía inimaginables.
El tercer problema es el día del exceso, el día en el que el capitalismo agota los recursos disponibles para el consumo anual, según las estimaciones más rigurosamente cuantificadas. Cualquier familia obrera, asalariada, sabe por amarga experiencia que su día del exceso cada vez llega antes comparado con el mes anterior: desde ese momento o antes incluso hay que apretarse el cinturón, tirar de tarjeta de crédito o pedir ayuda a personas amigas.
En 1970, el día del exceso fue el 23 de diciembre, en 2013 el 20 de agosto, en 2014 el 19 de agosto, en 2015 el 13 de agosto y en 2016 fue el 8 de agosto. Desde el día siguiente a esa fecha, desde el 9 de agosto hasta el 31 de diciembre de 2016 por ejemplo, el capitalismo estuvo comiéndose literalmente el futuro porque el presente energético había sido devorado. Ignoramos aún cual será el día del exceso de 2017 pero es casi seguro que se habrá adelantado con respecto al de 2016. El día del exceso se adelanta cada vez más forzado por las contradicciones del capital, una de las cuales, el agotamiento de los recursos de la tierra, también fue estudiada por Marx y Engels.
Ahora sabemos que además del cambio climático, la crisis hídrica, alimentaria y sanitaria, el capitalismo se enfrenta a la dramática disminución de otros recursos como la reducción de las reservas de minerales estratégicos, de las «tierras raras», nombre dado a un conjunto de quince lantánidos (lantano, cerio, praseodimio, neodimio, prometeo, samario), o «tierras raras livianas». Las «tierras raras pesadas» son europio, gadolinio, terbio, disprosio, holmio, erbio, tulio, iterbio y lutecio. El escandio y el itrio también son consideradas «tierras raras». Estas «tierras raras» son imprescindibles para cualquier desarrollo tecnológico, son por tanto vitales y por ello causa de guerras.
En 2012, Y. Doudchitzky en Las tierras raras: nuevas guerras del siglo XXI escribió que:
El cerio y el erbio participan de la composición de aleaciones metálicas especiales; el neodimio, holmio y disprosio son necesarios en ciertos tipos de cristales de láser; el samario es un componente esencial de los imanes permanentes más intensos que se conocen y que han abierto el camino para la creación de nuevos motores eléctricos; el iterbio y el terbio tienen propiedades magnéticas que se aprovechan en la fabricación de burbujas magnéticas y dispositivos ópticos-magnéticos que sirven para el almacenaje de datos en las computadoras; y el europio y el itrio excitan al fósforo rojo en las pantallas a color. Otras aplicaciones tienen que ver con fenómenos catalíticos en la refinación del petróleo, elaboración de cerámicas superconductoras, fibras ópticas, refrigeración y almacenaje de energía, vidrios de alto índice, polvos de pulido en óptica, baterías nucleares, captura de neutrones, tubos de rayos X, comunicación por microondas, tubos de haz electrónico, equipos de imágenes en medicina, entre otros usos relevantes de las tecnologías moderna.
A la tremenda escasez de tierras raras hay que sumar el agotamiento de las reservas minerales estratégicas «normales» todavía existentes. En 2011, W. Dierckxsens escribió en la obra colectiva El colapso de la globalización que:
El posible fin mineral del planeta Tierra constituye una relativa novedad científica internacional de alarmantes consecuencias. Antes de enfrentar una crisis energética, la humanidad enfrentará una crisis de escasez generalizada de minerales. En pocas décadas, nuestra civilización habrá consumido los combustibles fósiles y dispersado los mejores materiales por el planeta sin posibilidad real de recuperación. El colapso sistémico es cada vez más evidente, a menos que se gestione de forma radicalmente distinta el recurso mineral. El proceso de reciclaje podrá posponer el pico pero no lo evitará. De los 57 minerales existentes, 11 (casi el 20%) ya llegaron a su máxima extracción: mercurio (1962), telurio (1984), plomo (1986), cadmio (1989), potasio (1989), fosfato (1989), talio (1995), selenio (1994), zirconio (1994), renio (1998) y galio (2002). Y más de la mitad de los minerales llegarán a su punto máximo de extracción en los próximos treinta años.
Los tres problemas nacen de la lógica del capital, de sus contradicciones. Especial importancia en su desarrollo tienen el capital financiero y el militarismo imperialista. Marx creó el concepto de capital ficticio para, entre otras cosas, indicar cómo la burguesía hacía negocios suicidas confiando en ensoñaciones sobre una economía armónica, en equilibrio perpetuo, en la que las inversiones irreales y ficticias porque no tenían soporte material, siempre serían rentables. El peligro de holocausto imperialista, la sexta extinción y el día del exceso son a la capacidad de carga del planeta, a la naturaleza en su conjunto, lo que el capital ficticio es a la caída tendencial de la tasa media de beneficio mundial que se ha desplomado de una media del 40% en 1869 – 1870 a un 20% en 2013.
Sería largo detallar aquí los procesos socioeconómicos que hacen que para reactivar la economía en estas condiciones, las burguesías imperialistas se endeuden hasta cifras inconcebibles: a inicios de 2017 la deuda mundial era estimada en más de 208 billones de euros, el 327% del PIB mundial. Teniendo en cuenta las diversas formas oficiales de deuda que existen, solo el 5% de la deuda global corresponden a los pueblos del mal llamado Tercer Mundo. Pero estas cifras engañan porque en realidad son sus burguesías las causantes de la deuda.
Resulta prácticamente imposible taponar la brecha de la deuda interimperialista cuando la tasa media de beneficio sigue su lenta caída tendencial a pesar de los fugaces repuntes que se esfuman pronto. Tendremos que ver cuánto dura la débil recuperación augurada por el último informe del FMI y avalada por los recientes datos de la Unión Europea, pero la tendencia dominante es la de un largo descenso punteado por períodos de estancamiento y débil crecimiento en contadas regiones mundiales.
Incluso aunque se iniciase un tenue crecimiento sostenido, por ahora Estados Unidos avanzan mucho más despacio de lo pronosticado por Trump, no se suavizarían los tres problemas vistos porque la lógica del capital encierra en sí misma la agudización de la competencia interimperialista, la necesidad de maximizar el beneficio sobreexplotando a los pueblos y aumentando la composición orgánica del capital es lo que termina azuzando la tendencia a la caída de la tasa media de ganancia. Los altos beneficios de muy pocas empresas tecnologizadas no compensan el retroceso o estancamiento de la gran mayoría de empresas obsoletas y endeudadas, las «empresas zombis» que desaparecerán, pero ¿a costa de quién? ¿Del desempleo masivo generado por la incipiente cuarta revolución industrial que destruye trabajo vivo? Lo decidirá la lucha de clases mundial.
La férrea necesidad de la sobreexplotación se ve reforzada por aplastantes datos: Japón y Estados Unidos pierden conjuntamente 549.000 millones de dólares estadounidenses al año por la falta de sueño de sus poblaciones. Alemania pierde el 1,6% de su PIB, Gran Bretaña el 1,9%, Canadá el 1,3%, etc. La explotación capitalista produce «sufrimiento laboral» integrado en la crisis socioecológica, que en el Estado francés genera pérdidas de entre 800 y 1600 millones de euros. Ninguna de estas burguesías se preocupa por la salud de sus clases trabajadoras, todas ellas privatizan en lo posible la sanidad pública convirtiéndola en un caro y rentable negocio: en el Estado español el 10% de familias tiene muchos problemas para cubrir los gastos sanitarios y no pueden hacerlo el 30% de las familias con personas dependientes.
El deterioro de las condiciones de vida de la clase trabajadora responde a la urgencia de recuperar los beneficios por el medio que sea. Es por esto que la gran burguesía cierra filas aplaudiendo al FMI porque ha facilitado que el 1% de la población adulta posea el 51% de la riqueza del mundo o, si se quiere, el 10% más rico posee el 89% y el 50% más bajo el 1%. Las mujeres, más de 18 millones de mujeres sufren malnutrición severa en el mundo, junto a la infancia y la tercera edad son los sectores más golpeados: el 22% de la infancia de Estados Unidos malvive en la pobreza y los planes de Trump aumentarán ese porcentaje. La victoria conservadora en Gran Bretaña puede dejar a 900.000 niños y niñas sin la imprescindible comida diaria que reciben en las escuelas públicas, ahora en peligro.
La conciencia obrera y su capacidad de lucha es golpeada por la crisis porque esta multiplica el sufrimiento laboral, incrementando los suicidios y las depresiones: en el Estado español los suicidios masculinos de entre 50 y 60 años han crecido un 40% entre 2000 y 2013. El consumo cotidiano de psicofármacos y ansiolíticos llega a cifras desconocidas hasta ahora: se ingieren «como si fueran caramelos» según un informe oficial. No deben extrañarnos estos datos: la incertidumbre vital destroza la vida de las personas adultas: el 40% de las y los habitantes de Estado español creen que no cobrarán nada cuando se jubilen. La incertidumbre y el sentimiento de precariedad vital, el 50% de los contratos laborales de abril en el Estado español duran menos de tres meses, tienden a reforzar el individualismo pasivo y la ideología reaccionaria.
Según la Organización Mundial de la Salud la Gran Crisis provoca el incremento de las depresiones, denunciando que la mayoría de las personas trabajadoras que la padecen siguen yendo al trabajo a pesar de su enfermedad por miedo a ser despedidas. La OMS dice que esta enfermedad causa unas pérdidas de 92.000 millones de euros en la Unión Europea por sus efectos sobre la productividad del trabajo. La depresión afecta a la vitalidad, energía y ánimo de la persona enferma, pero también debilita su memoria, su cognición y su autoestima. La Gran Crisis destroza la vida porque reduce la libertad: el 44% de las personas con depresión tiene dificultades para tomar decisiones diarias.
Aun y todo así, la gestión neoliberal del sufrimiento causado por la crisis hace que ese dolor sea rentable al capitalismo: el sufrimiento de la mayoría enriquece a la minoría, aumentando su placer y felicidad, realidad inhumana innegable en la explotación patriarco-burguesa, como veremos. La neurociencia, por ejemplo, rinde cada vez más beneficios económicos y político-represivos de control y manipulación.
Hemos ofrecido unas breves pinceladas de la Gran Crisis. ¿Cómo pueden salir de ella las grandes burguesías imperialistas? Para responder debemos explicar la función de lo político-militar en el capitalismo.
¿Estrategia político-militar?
En el Manifiesto Comunista se pueden leer estas palabras: «Las relaciones burguesas resultan demasiado estrechas para contener las riquezas creadas en su seno. ¿Cómo vence esta crisis la burguesía? De una parte, por la destrucción obligada de una masa de fuerzas productivas; de otra, por la conquista de nuevos mercados y la explotación más intensa de los antiguos. ¿De qué modo lo hace, pues? Preparando crisis más extensas y más violentas y disminuyendo los medios de prevenirlas».
Marx y Engels incluían la estrategia político-militar en su concepción materialista histórica como una fuerza específica con gran influencia en la evolución económica y política incluso anterior al capitalismo, como se comprueba en la carta del 25 de septiembre de 1857 del primero al segundo. En el libro III de El Capital Marx expone sucintamente las seis causas «más importantes» que contrarrestan la caída tendencial de la tasa media de beneficio: la intervención estatal es necesaria para que las seis sean efectivas y en el fondo de ellas está presente en última instancia el recurso a diversos grados de violencia. Tenemos que partir de aquí para entender las dos guerras mundiales como «soluciones» capitalistas, pero sobre todo el antagonismo irreconciliable entre Estado burgués y partido comunista.
Para Marx y Engels la estrategia político-militar era otro de los componentes definidores de la teoría de la organización revolucionaria que fueron precisando desde su primera militancia clandestina y que nunca abandonaron en su esencia aunque la variaran en sus formas durante el medio siglo en el que tuvieron que militar en situaciones, coyunturas y contextos muy diferentes. La naturaleza político-militar de la organización era innegable en la Alemania bismarkiana con la ilegalización de la socialdemocracia, por citar un solo ejemplo. A Engels le apodaban «el general» y fue él quien primero rechazó frontalmente la exigencia judicial alemana de que el partido socialdemócrata ilegalizado renegara del derecho a la violencia revolucionaria como condición para ser legalizado. Esto fue en 1884.
La estrategia político-militar de la burguesía alemana buscaba chantajear al partido con esta propuesta de legalización para que fuera ganando peso la tendencia reformista y pacifista que existía en su interior. Tendencia impulsada desde la década de 1860 por un artista infiltrado que llegó a altos cargos de responsabilidad. La misma exigencia de renuncia del socialismo hacia la patronal a las y los trabajadores despedidos para ser readmitidas de nuevo en sus empresas. La lucha teórica, filosófica y ética, sin la cual no se entiende el papel de la violencia en la historia, es inseparable de la teoría del partido y de la estrategia político-militar. Los bolcheviques y en especial Lenin lo comprendieron así desde 1902. Las dificultades insuperables que tuvo la II Internacional para vencer la ideología nacionalista burguesa en las clases trabajadoras europeas pese a las reiteradas declaraciones oficiales sobre huelgas generales pacíficas destinadas a abortar el estallido de una cada vez más previsible guerra europea, estas dificultades que le llevaron al terrible fracaso de agosto de 1914, tenían mucho que ver con la incomprensión del contenido de lucha teórica y ética de la estrategia político-militar revolucionaria, y del papel decisivo de partido.
Vemos así como interactúan muchas causas parciales en el desencadenamiento de las grandes crisis capitalistas, causas parciales en las que los errores y aciertos políticos llegan a jugar el papel predominante en determinados momentos. Insistimos en que uno de esos errores –más tarde sería un acierto, como veremos- fue el de rechazar la dialéctica entre lo militar y lo político en el interior de las contradicciones capitalistas.
Hemos dicho que la tasa media de beneficio era del 40% en 1869⁄1970 y que ha descendido al 20% en 2013. Pero no ha sido un descenso uniforme y constante, sino período de caída suave, otros bruscos, y con una intensa recuperación en un momento crítico. Veámoslo: Durante la larga crisis de 1873 – 1900 la tasa media desciende del 40% al 35%; se debate sobre si el descenso hubiera podido ser más intenso de no mediar la sobreexplotación colonial que de alguna forma sirvió de paracaídas frenando el descenso, aparte las tasas de explotación y ganancia específicas de los Estados coloniales. Recordemos que es aproximadamente en 1900 cuando irrumpe la fase imperialista, con sus sobreganancias extras, con la militarización desbocada anterior a 1914 y hasta 1918, con el salto a la segunda revolución industrial –de la máquina de vapor a la de gasolina, a la electricidad, la aviación, etc.– factores que unidos a otros explican que hasta 1923 la tasa media descendiese solo un 3%, es decir del 35% de 1900 al 32% de 1923.
La pujante industria militar de esa primera etapa del imperialismo fue uno de los factores que explican la ralentización de la caída tendencial, además de su propia «juventud» expansiva que no encontraba aún muchas resistencias sistemáticas en los pueblos, sin olvidarnos del fin de la guerra de los Boers en África, la revolución mexicana de 1910 – 1917, la revolución de 1905 en Europa y octubre de 1917 con la oleada de revoluciones y contrarrevoluciones subsiguientes. Pero entre 1923 y 1929 la tasa media se desploma del 32% al 22% precisamente en los llamados «locos años 20» en los que parecía que el capitalismo había superado para siempre todos sus problemas.
La creación de la Internacional Comunista en 1919 azuzó la caída tendencial sobre todo cuando en 1920 fijó las veintiuna condiciones que debían cumplir las organizaciones que querían integrarse en ella. La estrategia político-militar para la lucha comunista en aquel contexto mundial estaba sintetizada en las veintiuna condiciones que, en su esencia, no eran sino otros tantos puntos teóricos de fijación conceptual del imperialismo en contenido político-militar, en su núcleo de dictadura socioeconómica amparada en las violencias. Demostrarían su efectividad revolucionaria conforme eran practicadas por decenas de miles de militantes que arriesgando desde la tortura hasta la muerte, luchando contra todas las injusticias. La influencia de la Internacional Comunista como una de las fuerzas que agravaron la crisis de 1929 y forzaron el estallido de la Segunda Guerra Mundial se comprueba estudiando el impacto de sus congresos en la lucha de clases a pesar de que muchos países los comunistas eran cuantitativamente débiles.
Se ha escrito mucho sobre la crisis del año 1929, así que no vamos a extendernos excepto en el tema que ahora desarrollamos, el de la estrategia político-militar capitalista para resolver la crisis mortal entre la burguesía y el proletariado en primer lugar, y luego las crisis interimperialistas. Dejando de lado ahora el debate sobre si el verdadero inicio de la Segunda Guerra Mundial fue en 1931 con la invasión japonesa de Manchuria, en 1936 con la invasión italiana de Etiopía y con la sublevación franquista, o en 1939 con la invasión nazi de Polonia y rusa de Finlandia, lo cierto es que estas guerras forman parte de un feroz proceso militarista en el que se probaban nuevas armas, tácticas y estrategias militares, nuevas formas de guerra psicológica y propagandística, etc., experiencias sin las cuales la guerra «oficial» de 1939 – 1945 no hubiera alcanzado tanta letalidad.
Esta perspectiva larga de la Segunda Guerra Mundial es la que nos permite comprenderla como un feroz e implacable conjunto de medidas desesperadas para aplastar al comunismo y detener la caída tendencial de la tasa media de beneficio intentando abrir otra fase histórica de crecimiento, a lo largo de al menos siete momentos:
Primero, el intervencionismo estatal descarado tanto en las «democracias» burguesas como en las dictaduras fascistas y militaristas. Segundo, imponer el nazi-fascismo y el militarismo en los Estados en los que era fuerte el movimiento revolucionario, destrozándolo. Tercero, rearme masivo con la integración de la ciencia en la guerra. Cuarto, absoluta simpatía y apoyo político-económico de la gran burguesía «democrática» hacia el nazi-fascismo y tolerancia inicial a su expansionismo contra la URSS, enemigo mortal a destruir. Quinto, guerra interimperialista en Europa por error estratégico de Hitler al invadir Polonia, luego extendida a Asia por el ataque japonés a Estados Unidos. Sexto, guerra mundial total con cuatro niveles: por un lado, contra la URSS, por otro lado, interimperialista, además, contra la resistencia de los pueblos ocupados y por último, lucha de clases dentro de los Estados burgueses. Y séptimo, proyecto de guerra imperialista convencional y nuclear contra la URSS desde 1944 que no llegó a materializarse por varias razones, pero sí se inició una «cruzada anticomunista mundial» que aún sigue.
Como consecuencia de esta guerra absoluta entre el capital y el trabajo, y entre opuestos capitalismo, la tasa media de beneficio que en 1929 había caído al 22% ascendió vertiginosamente al 37% en 1945: la barbarie y el caos, la sangre en cantidades inimaginables, el horror científicamente aplicado salvaron al capitalismo. Sin embargo, pese a tan inhumano salvajismo desatado, la tasa medida del 37% alcanzada en 1945 estaba por debajo de la del 40% de 1869. El capitalismo daba muestras de cansancio aun habiendo vampirizado tanta energía humana, tanto trabajo vivo. La propaganda burguesa habla de los «treinta gloriosos» como otra época dorada del capitalismo: entre 1945 y 1975, pero en realidad entre 1945 y 1966 la tasa media de beneficio mundial descendió el 37% al 26%, algo superior al 22% de 1929 pero con una clara tendencia de caída a pesar de la tercera revolución tecnológica propiciada por la ciencia militarizada, del keynesianismo y del supuesto «Estado del bienestar» (¿?), de la «convivencia pacífica» garantizada por el XX Congreso del PCUS de 1957, del posterior eurocomunismo y su «reconciliación nacional»…
El siglo XX ha sido definido como el siglo de la violencia, de las guerras, y lo que llevamos del siglo XXI indica que hemos entrado en otra fase de la historia bélica en la que las nuevas guerras «irregulares» conviven con otras convencionales, con nuevas doctrinas de contrainsurgencia, etc. Por otra parte, ni el neoliberalismo y su Consenso de Washington, ni la maraña de aparatos internacionales de control y dirección del capitalismo, ni las sucesivas «nuevas economías» –punto.com, economía inmaterial, economía inteligente, etc.– ni el imparable capitalismo «criminal», ni la financierización ni nada de nada han podido evitar la crisis de 2007 y que siguiera cayendo la tasa media de beneficio incluso con los fugaces repuntes localizados regionalmente, y en lo que va hasta 2013 la cuesta abajo llega al 20% como media, con un mínimo del 18%.
La estrategia político-militar ha sido una constante del capitalismo desde el siglo XVI y en especial desde el XVII. Como venimos exponiendo, según se agudiza la lucha de clases se refuerza esta constante hasta acaparar el grueso de las tareas de los Estados burgueses, sobre todo de los imperialistas. La izquierda europea fue muy consciente de su importancia en la lucha de clases hasta comienzos de la década de 1960 cuando un conjunto de factores facilitaron el desarme teórico, político y ético pacifista de los partidos comunistas formados en la matriz de la URSS. Una reducida parte de la izquierda occidental siguió fiel a las enseñanzas de la historia y, al margen de que recurrieran o no a la lucha armada fracasando en sus objetivos, lo fundamental es que mantuvieron esa visión teórica sobre la importancia de lo militar que vuelve a ser imprescindible no solo para responder a la estrategia imperialista en sí misma sino también a prácticas contrarrevolucionarias que reaparecen con la crisis, como las varias formas de neofascismo, racismo, terrorismo machista, etc.
No se puede reducir lo político-militar a la mera estructura jerárquica de los ejércitos de la burguesía, de sus fuerzas represivas en suma. En realidad es un componente interno a su ideología y práctica de clase desde su primera aparición histórica, cuando se arrogó para sí y solo para sí el derecho a la guerra y a la rebelión contra la tiranía monárquica pero los negó al pueblo trabajador tanto para resistirse a esas guerras como para rebelarse contra la explotación burguesa. Este es el secreto de la estrategia político-militar de la clase dominante y de su Estado como forma política del capital.
Tres son los objetivos principales de la estrategia político-militar: uno, impedir que surja y se afiance la independencia política de clase del pueblo trabajador; dos, en el caso de no lograrlo aplicar las medidas represivas necesarias para aplastarla y, tres, según la jerarquía imperialista del Estado, disponer de la fuerza militar suficiente para asegurar la explotación de otros pueblos y defender el espacio de acumulación del capital –«nación» en el sentido burgués– ante posibles ataques externos. La defensa de la propiedad privada y del Estado del capital son las prioridades que dan sentido unitario a esta estrategia por debajo de los objetivos específicos de cada nivel.
Tras las lecciones aprendidas de la derrota de la revolución de 1848 – 1849 Marx y Engels desvelaron minuciosamente ese secreto en la Circular del Comité Central a la Liga Comunista y en El 18 brumario de Luis Bonaparte. Por debajo de sus diferencias, estos textos muestran cómo el capital iba generando mecanismos de orden global en los que interactuaban diversos instrumentos represivos materiales y culturales, parlamentarios e institucionales pero también extra y paraestatales, instrumentos que se desarrollarían aún más con el tiempo, como la creación de organizaciones pre-fascistas y paramilitares, este proceso complejo puede derivar en el fascismo a partir del bonapartismo, la utilización reaccionaria de lo que se ha definido como «lo irracional en política», la cobardía de clase de la burguesía «democrática» dispuesta a aplastar al proletariado para impedir que siga avanzando en el proceso revolucionario, etc.
Estas tendencias reaccionarias, operativas ya en la mitad del siglo XIX se integraban entonces dentro de la estrategia político-militar de la burguesía a pesar de las innegables autonomías relativas con las que operaban cada una de ellas. La ramificación acelerada de esta lógica es la que explica por ejemplo que recientemente se hayan descubierto conexiones nazis en el ejército alemán tras más de seis décadas de «desnazificación». Lo mismo debemos decir con respecto al autoritarismo racista y machista que se expande imparable en las fuerzas policiales cada vez más militarizadas, en el silenciado ascenso del fundamentalismo cristiano.
Aunque la forma más brutal de la estrategia político-militar se despliega en las guerras contrarrevolucionarias, golpes militares y fascismos, no es menos cierto que se llega a estas situaciones solo en momentos críticos. Por lo general, la estrategia político-militar tiene fases o escalones sucesivos de menor a mayor violencia represiva, de control y vigilancia preventiva a una escalada represiva frecuentemente acompañada por el endurecimiento de la guerra psicológica. La Ley Mordaza, por ejemplo, forma parte de los niveles bajos de la estrategia político-militar de la burguesía española. No es una simple ley represiva, es parte de la estrategia global.
Una de las muchas ventajas que otorga el criterio de actualidad del comunismo es que nos despierta de toda somnolencia democraticista y credulidad pacifista porque nos descubre la realidad del poder burgués en sus bases últimas, aunque no se apliquen en la práctica más que en escasa medida y siempre que no haga falta. La actualidad del comunismo nos explica que según sea la dureza de la lucha de clases será la dureza represiva y que debemos prepararnos para vencerla. La necesidad del partido, de la organización comunista, vive en esas mismas contradicciones objetivas como su antagonismo subjetivo que, mediante la praxis, de transforma en fuerza material.
¿Autogestión, comuna, cooperativismo…?
La independencia política del pueblo trabajador, así como la independencia nacional del pueblo sometido a expolio imperialista, son los dos enemigos irreconciliables a batir por la estrategia político-militar burguesa. La independencia política de clase aparece como fuerza consciente antagónica una vez que la clase obrera y el pueblo trabajador han asumido como necesidad la destrucción del Estado de la burguesía y la socialización de la propiedad privada.
Desde la aparición del comunismo utópico, con todas sus limitaciones, la salvaguarda por la clase dominante de su monopolio de la violencia y de la propiedad ha sido una constante. La independencia política del proletariado pudo expresarse de forma teórica a partir de la mitad del siglo XIX sobre todo con la Comuna de París de 1871: desde entonces el comunismo como autogestión social generalizada aparece ya como un objetivo cada vez más factible y no únicamente como una necesidad. Pero la condición de su existencia es a la vez la causa por la que la burguesía necesita liquidarla. Dicho radicalmente, la condición de existencia de la independencia política de clase es la exigencia de desaparición de la propiedad y viceversa: son dos exigencias contrarias, necesariamente inconciliables.
La independencia política de clase se desarrolla mediante la pedagogía de la propia lucha, asumiendo siempre que dentro de la sociedad capitalista es imposible abrir la fase del socialismo si previamente no se ha liquidado el sistema político-militar burgués, su Estado de clase. El reformismo dice que sí, y también lo dice la tergiversación reformista de Gramsci, pero la historia dice que no. ¿Entonces para qué sirve el cooperativismo, la comuna, la autogestión socialistas que con extremas dificultades quieren prefigurar el socialismo siquiera en algunos de sus principios mínimos? Sirven para aprender que el pueblo trabajador puede auto organizarse, auto gestionarse, auto determinarse y auto defenderse sin necesidad de un poder exterior y opresor.
Pero estas prácticas serán minoritarias si no van unidas a las grandes luchas de la clase obrera y del pueblo trabajador contra todas las formas de explotación. Es muy difícil desarrollar la conciencia política necesaria para crear formas embrionarias de autogestión que prefiguren de algún modo el socialismo si no se ha aprendido en las luchas sociales cotidianas que no puede reformarse la esencia del capitalismo: el máximo beneficio mediante la explotación social. La conciencia política revolucionaria emerge como tal cuando se vivencia en los hechos cotidianos que el capitalismo no se derrumba por sí mismo sino que hay que destruirlo. Desde esta perspectiva, la praxis comunera en sus múltiples expresiones es la forma autoorganizada más efectiva para debilitar algunos de los pilares más flexibles y resistentes del sistema burgués. Es la mejor pedagogía pero la más difícil de practicar porque se enfrenta a la misma lógica del capital: la ley del valor, la teoría de la plusvalía, la dictadura del trabajo abstracto.
En condiciones de «paz social», de «normalidad democrática», es decir de sumisión, la burguesía tolera el sindicalismo regulado y limitado al interior de la fábrica, del taller; tolera la acción parlamentaria solo dentro de sus instituciones de clase; permite la «acción cívica» en escuelas y universidades, hospitales, servicios públicos; acepta la «libertad de expresión» siempre que no demuestre la irracionalidad del sistema… Pero de inmediato maquina contra cualquier práctica autoorganizada de independencia política de clase, la que fuere, desde una empresa recuperada hasta una cooperativa socialista, pasando por la acción política del sindicalismo revolucionario y la supeditación del parlamentarismo a la lucha de clases, a los movimientos populares, a la iniciativa del pueblo trabajador.
Una frontera porosa y flexible define en cada fase de lucha de clases lo tolerable y lo intolerable para el capital, y esa flexibilidad la decide su estrategia político-militar: en último caso, lo que nunca permite la clase dominante es que la independencia política de clase del pueblo trabajador se concrete en fuerza de masas con organizaciones de contrapoder real capaces de infligir derrotas estructurales al capital y menos aún permite que de esas victorias de contrapoder el pueblo avance a situaciones de doble poder: aquí está el límite.
La actualidad del comunismo saca a relucir los límites infranqueables de la autogestión, de las comunas, del cooperativismo, del conjunto de formas radicales de lucha vital cotidiana, de lucha política en su sentido radical, avisando que la clase dominante nunca permitirá que se desarrollen más allá de un límite de seguridad; pero a la vez, la actualidad del comunismo dice que esas luchas son imprescindibles, necesarias en sí mismas por su innegable eficacia pedagógica.
¿Y el sistema patriarco-burgués?
Si la economía política legitima la explotación capitalista, su parcialidad y subjetividad se multiplican exponencialmente cuando hay que ocultar el patriarcado y la opresión nacional. La denominada correctamente «economía invisible» es una base elemental de los beneficios capitalistas.
Estudios rigurosos han llegado a la conclusión de que el trabajo de la mujer aportaba entre el 70% y el 80% de las necesidades energéticas humanas durante el larguísimo y decisivo comunismo primitivo. Ha sido destrozada la mentira de la debilidad biológica e intelectual de la mujer en comparación con el hombre. Sabemos que la compañera de Marx, Jenny, influyó poderosamente en la redacción del Manifiesto Comunista, del mismo modo que lo hicieron las ideas de Flora Tristán y del feminismo socialista utópico. El Manifiesto critica que la mujer sea un instrumento de producción en manos de la burguesía. Por su parte, el pensamiento de Mary Burns, compañera de Engels, fue decisivo para que este comprendiera la importancia de la liberación irlandesa.
Para los modos de producción basados en formas de propiedad patriarcal, la mujer es un instrumento de producción cualitativamente superior a la fuerza de trabajo masculina por cuatro razones: una, tiene más resistencia biológica para sobrevivir y para realizar esfuerzos continuados relacionados con su estructura psicosomática media, mientras que el hombre es más fuerte en trabajos pesados. Esta característica hace más explotable a la mujer en múltiples tareas: desde la «economía invisible» en general hasta la doble y triple jornada de trabajo, pasando por todas las modalidades de trabajo no retribuido, etc.
Dos, la mujer produce vida, es decir, produce fuerza de trabajo explotable en todos los sentidos, produce carne de cañón para la clase dominante, pero también produce seres humanos críticos y conscientes, personas luchadoras que no se doblegan ante la injusticia. La propiedad patriarcal vigila muy estrechamente que la mujer solo produzca vida alienada. Uno de los medios más inhumanos para asegurarse de que sea así y de que sobre todo produzca carne de cañón es el infanticidio femenino. Otro es la ablación del clítoris para destruir la independencia sexual y afectiva de la mujer.
Tres, la mujer produce cultura en el sentido humano, marxista, porque produce valores de uso en el trabajo doméstico aunque sea bajo explotación patriarcal. Existen muchos indicios que sugieren que los principales avances en la cultura de la antropogenia fueron obra de la mujer, desde la domesticación del fuego hasta el conocimiento de las plantas, raíces, pequeños animales, así como la primera cestería, textiles y cerámica, o en todo caso tales avances se realizaron en sociedades matrilineales, sin dominación patriarcal. La historia de las diosas, de la madre-naturaleza, etc., también avala esta tesis. Castrar o controlar la capacidad de la mujer para crear cultura va a unido al control de su poder productor de vida.
Cuatro y último, la mujer produce placer en el sentido pleno del término, no en el pobre sentido del placer patriarcal centrado en su sexualidad masculina, falocéntrico. Al margen de las sucesivas formas históricas de familia, los cuidados maternales con su afectividad en la primera crianza hasta las relaciones interpersonales durante la vida, este proceso es básico para garantizar un mínimo de felicidad y de placer. Incluso en la educación infantil realizada solo por hombres, por lo que la tranquilidad afectiva y emocional –claves para entender el placer– se obtiene por métodos no machistas, no patriarcales, porque ya existe una emancipación relativa post patriarcal. Manipular o aniquilar esta forma de placer es una necesidad para el orden patriarco-burgués, para su consumismo basado en el mercado sexo-simbólico y para la industria cultural.
Los sucesivos modos de producción basados en la propiedad patriarcal, que es parte de la propiedad privada de los medios de producción, han variado las diferencias de estatus de clase entre las mujeres trabajadoras explotadas y las mujeres de las clases explotadoras, de modo que no podemos hacer un corte absoluto entre mujeres y hombres. Existe una conexión irrompible entre la mujer explotada en la Sumeria de hace 6.000 años y la trabajadora actual, al igual que la existe, en el lado contrario, entre la mujer de la clase dominante sumeria y la trabajadora actual. Cada modo de producción basado en la propiedad privada exige su estudio detallado: las mujeres de las clases explotadoras siempre han vivido mejor que las mujeres de las clases explotadas y debiéramos decir que las mujeres ricas han intuido o sabido que vivían bien a costa de las mujeres explotadas.
Considerando todo esto, podemos comprender las dinámicas que hacen de la mujer un «instrumento de producción» sean imprescindibles para el capitalismo. Un estudio de 2015 afirmaba que la mujer aportaba el 52% del trabajo mundial pero recibía un 24% de salario menos que los hombres y ocupaba el 25% de los puestos administrativos. Cuando se profundiza en la explotación y se llega al trabajo del cuidado en la familia, trabajo no remunerado, entonces la aportación de la mujer se incrementa por término medio mundial en cinco semanas más de trabajo no remunerado al año.
Según un estudio de 2010 del Banco Mundial las mujeres aportaban alrededor del 47% del gasto medio en salud, siendo el 48,8% de ese porcentaje en forma de trabajo no remunerado. En 2015 una investigación publicada por la prestigiosa revista The Lancet afirmaba que la aportación de la mujer a la salud suponía el 4,8% del PIB mundial. El trabajo no remunerado de cuidado de la infancia por parte de las mujeres viene a suponer el 13% del PIB mundial a comienzos de 2016. Un estudio de comienzos de 2017 del BBVA afirma el PIB mundial aumentaría en un 12% si se tuviese en cuenta el trabajo no remunerado de la mujer.
El capitalismo en su conjunto y los hombres en su individualidad obtienen ingentes sobreganancias materiales y psicológicas con la explotación diaria de la cuádruple fuerza de trabajo de la mujer. Un dúctil y tentacular sistema de dominación reproduce las explotaciones según los altibajos de la lucha feminista. Una vez más, el Estado patriarco-burgués es clave para mantener las opresiones, forzando que incluso en el interior del machismo más furibundo se concedan a la mujer algunos derechos burgueses: ser policía y militar, también juez, altos cargos políticos y religiosos… pero siempre dentro del sistema y sin alterar lo sustancial.
Una de las fuerzas irracionales que sostiene la dominación patriarcal es la necesidad masculina de reafirmarse ante un universo de miedos y dudas que los sucesivos sistemas patriarcales han mantenido activos en lo profundo de la personalidad machista. La duda y el miedo manipulados impulsan comportamientos autoritarios y brutales. Las religiones del libro –judaísmo, cristianismo e islamismo– juegan aquí una tarea fundamental en la que luego nos extenderemos. De este modo, la sinergia entre ganancia material y miedo y duda explica mucha de la persistencia histórica del terrorismo machista. ¿Qué dudas y qué miedos socialmente construidos y mantenidos?
Uno es el miedo a la menstruación: la mujer rompe la simplona lógica masculina que cree que la sangre solo puede surgir de una agresión externa asestada a la pasiva naturaleza de la mujer. Para el pensamiento patriarcal la naturaleza, la mujer, es pasiva en sí y por sí, por lo que debe ser dominada, fecundada, penetrada para que sea productiva, y eso produce sangre y dolor. La mentalidad masculina, y más en su expresión burguesa, no comprende que la naturaleza tiene vida propia, se rige y funciona por sus leyes específicas y que por eso mismo la mujer menstrua porque es una fuerza independiente, no menstrua por debilidad sino por su superioridad cualitativa: producir vida. La mentalidad ecocida del sistema patriarco-burgués cree que, al contrario, esa sangre expresa la debilidad consustancial a la mujer naturalizada. Pero la experiencia enseña que no es así y por eso el hombre vuelve a la perplejidad, a la incomprensión, al rechazo y al miedo.
Otro, el segundo, es el himen, la virginidad como muestra de una posible libertad de la mujer que debe ser impedida. El hombre no puede permitir que sea la mujer la que decida cuándo y con quién pierde su virginidad, y menos teniendo en cuenta la creencia de que la mujer como la naturaleza ha de ser fecundada por su propietario. La solución patriarcal es hacer de la mujer virgen propiedad del hombre. Saber o creer que es el primero que rompe el himen le tranquiliza por un tiempo ya que cree que la mujer no tiene experiencia, no tiene referencia alguna para comparar y que puede así vivir engañada. Pero es un consuelo vano y fugaz porque pronto le surge la duda.
El tercero es el del parto o dicho de forma cruda: el de la paternidad. Hasta que la ciencia creó el método genético, la paternidad era un acto de fe, y sigue siéndolo para quienes no pueden pagarlo o no se atreven a encargarlo, o creen que un 98% o 99% de certidumbre nunca es suficiente. Siempre revolotean las dudas sobre eso que llaman «infidelidad», «engaño», «relaciones simultáneas», etc. El acceso a los anticonceptivos, la libertad relativa que permite el trabajo extra doméstico, las apertura de relaciones que posibilita internet, estos y otros cambios aumentan las dudas no ya estrictamente sobre la paternidad sino sobre la libertad entera de la mujer.
¿Qué hacer frente a tanta duda creada y mantenida socialmente que corroe la autoestima del hombre? Hay que saber que toda relación explotadora como es la del «amor» burgués empieza a fallar en su eficacia, en la obtención de la tasa media de beneficio sexo-económico y afectivo que es en su esencia, la duda obliga al patrón-marido a ampliar los controles. Como en toda dinámica de explotación para obtener un beneficio, también en el «amor», ocurre que el aumento de las vigilancias termina bien por encrespar las resistencias bien por caer en la pasividad, lo que siempre redunda en un descenso de los beneficios obtenidos por el explotador.
Frente al misterio de la menstruación, la virginidad y la paternidad, la especificidad del poder patriarcal hace que la violencia opresora adquiera muchas más formas, siendo la de la violación física y la muerte su práctica culminante aunque hay otras tantas formas de violación como resistencias hay que vencer. La categoría general de violación es clave en los modos de producción basados en la propiedad patriarcal.
Nunca se desarrollará el comunismo si el sistema patriarco-burgués sigue actualizando estos miedos que impulsan brutales fuerzas contrarrevolucionarias.
¿Religiones?
El comunismo como posibilidad y necesidad actuales engarza con la antigua utopía del reino de la justicia que aparece en las primeras referencias a la lucha contra la miseria y la explotación. La fuerza evocadora y movilizadora de la justicia en su expresión utópica volvió a ser confirmada con la rebelión taiping en la China de 1851 – 1864, en la que un cristiano converso supo adaptar a la cultura campesina el igualitarismo que late en versiones populares del cristianismo. La muy diferente cultura china no fue obstáculo para que el pueblo explotado hasta la extenuación luchara desesperadamente en una larga guerra social que solo fue vencida con el apoyo militar sistemático del colonialismo occidental a la podrida y corrupta clase dominante china, con un costo humano que se estima de entre 20 y 50 millones de muertes.
La facilidad con la que el sincretismo utópico cuajó en China se explica por la dialéctica entre la objetividad de la explotación y la subjetividad del mensaje igualitarista. En las religiones del libro, de la Biblia, son frecuentes las referencias a la propiedad común en sentido literal o figurado, también en las denuncias de la corrupción y de los abusos de los ricos contra los pobres. Clemente de Roma, de finales del siglo I, derivaba el nombre de Caín del hebreo que significaba algo así como envidia de la posesión, envidia de la propiedad ajena y apropiación privada de la tierra. Pero a pesar de la relativa abundancia de denuncias de la propiedad privada, hay que decir que, de un lado, se inscribían en la esfera de la ética individual y, por otro lado, eran contrarrestadas por otras muchas en defensa de esa misma propiedad y de aceptación sumisa del orden establecido. Como mínimo hay cinco referencias míticas contradictorias en sí mismas que abren perspectivas de resistencia de masas si previamente existen condiciones objetivas y subjetivas que las facilitan e impulsan, o que las cierran al condenar las rebeldías a los peores castigos.
La primera es el mito del ángel caído, de la primera rebelión contra dios por parte de ángeles que fueron derrotados y condenados al infierno eterno. Uno de los peores castigos fue el de cortarles las alas, amputarles una de las cualidades básicas, la de no tener que andar por la tierra: sin alas nunca podrán volar hasta la altura de dios, estando por tanto siempre debajo de él con la indefensión que ello acarrea. Desde entonces, el ángel caído fue convertido en diablo, en Satán, en el Mal. El peor pecado capital, el de la soberbia, fue imputado para siempre al diablo. Y la humildad es la primera de las siete virtudes. Desde entonces las ansias de justicia, los motines y las rebeliones utópicas y ucrónicas han tenido que superar el estigma contrarrevolucionario de la soberbia como pecado horrendo que anula toda legitimidad a la resistencia, excepto aquella permitida por la Iglesia cuando justifica el tiranicidio, el derecho a derribar o matar al tirano cuando incumple la ley de dios.
La segunda es el mito sumerio de la mujer rebelde, de Lilith, que se mantiene presente en las tradiciones antiguas y en el judaísmo oral pero cuyo nombre fue borrado en la versión cristiana de la Biblia para aniquilar toda posibilidad de liberación de la mujer. Lilith se separó de Adán y fue a vivir libre lo que es imperdonable. La defensa de la dignidad es una constante en Lilith: se negaba a estar debajo del hombre durante el placer sexual; de nuevo aparece la simbología de la verticalidad del poder. Eva y María son los mitos antagónicos creados para extirpar el poder evocador de Lilith. La Biblia cristiana endurece el machismo de los libros judíos porque en estos hay dos versiones de la creación de Eva: en la primera, dios la crea a la vez que Adán; en la segunda, dios duerme a Adán y crea a Eva de una de sus costillas. El cristianismo oficializa la segunda versión para reforzar el poder patriarcal.
La tercera es el mito de la expulsión del Paraíso, de la prohibición del pensamiento crítico y científico, la condena al trabajo y al parto con dolor, como castigo de dios a Adán y a Eva por desobedecerle. La crueldad de este mito es inhumana y por ello es uno de los argumentos irrebatibles de la corrección ética del ateísmo humanista y comunista: «dios es malo» porque prohíbe «comer del árbol de la ciencia del bien y del mal», ya que la manzana nos hará «ser como dios». La responsable del pecado es Eva aunque también lo es Adán por no mantener su autoridad siendo embaucado por ella. Desde entonces volver al Paraíso ha sido un anhelo pero lleno de temores para no volver a provocar la ira divina.
La cuarta es el mito de las Bienaventuranzas o del Sermón de la Montaña, en el que las bienaventuranzas oficialmente admitidas pueden ser interpretadas de modos diferentes, opuestos y hasta contrarios según los intereses sociales en lucha en cada época. No vamos a discutir aquí el hecho de que solo Mateos y Lucas hacen referencia a este sermón pero con diferencias, ya que lo que nos interesa es su uso social: por un lado, se condena la injusticia pero se exige pasividad, mansedumbre y se ensalza el pacifismo; por otro lado, se insinúa que vencerán los que sufren persecución por defender la justicia. Pero esa ambigüedad está muy escorada hacia la espera pasiva de la llegada del Mesías.
Y la quinta es el mito de las Siete Palabras, en el que se exponen las debilidades del Jesús Hombre. P. Casaldáliga, representante de la teología de la liberación, ha intentado descifrar las contradicciones irresolubles de las Siete Palabras pero fracasa en todas, sobre todo en la cuarta: «Dios mío, Dios, mío, ¿por qué me has abandonado? Todos nuestros pecados se hacen hematoma en tu Carne, oh Verbo. Todos nuestros rictus te deforman el Rostro. En tu soledad se refugian todas las soledades de la Historia Humana… En tu grito vencido (¡misteriosa victoria!) detonan, oh Jesús, todos nuestros gritos ahogados, todas nuestras blasfemias… ‑Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué nos abandonas en la duda, en el miedo, en la impotencia? ¿Por qué te callas, Dios, por qué te callas delante de la injusticia, en Rio o en Colombia, en África, en el mundo, ante los tribunales o en los bancos…?».
Amparándose en estas y otras contradicciones, las burocracias religiosas no han tenido muchas dificultades para dominar desde su interior las corrientes utópicas que han ido surgiendo y cuando no han podido abortarlas en un principio han pedido ayuda a los ejércitos de las clases dominantes para aplastarlas en el campo de batalla. Muchas veces han recurrido a los dos métodos, como ha sido el caso reciente en Nuestra América con la teología de la liberación, hoy reducida a una sombra. En el Estado español, el nacional catolicismo no tardó mucho en desplazar las superficiales innovaciones de la época de Tarancón y en Euskal Herria los famosos «curas vascos» nunca han dado el paso para crear una «una iglesia nacional» como sí hicieron los movimientos protestantes desde el anglicanismo del siglo XVI, o como pudo haberlo intentado el movimiento hugonote de Hego Euskal Herria, fracasando. El meritorio esfuerzo de cristianos como Herria 2000 Eliza choca contra una máquina autoritaria decidida a expandir su poder.
El fundamentalismo cristiano se está reorganizando y avanza mientras la prensa solo habla del fundamentalismo islamista; sin embargo el primero es potencialmente mucho más destructor que el segundo dado que domina religiosamente en el imperialismo occidental. Con respecto a la reacción cristiana, el grueso de la izquierda está cometiendo un error muy parecido al de la despreocupación de la estrategia político-militar burguesa: no formar a su militancia en la defensa a ultranza del ateísmo militante, de los valores humanos socialistas, de las enseñanzas de la ciencia crítica, del internacionalismo.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 29 de mayo de 2017
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