«Esta estructura social es ideal para la domesticación, porque en realidad los humanos asumen la jerarquía de dominación. Los caballos domésticos de una recua siguen al líder humano como seguirían normalmente a la yegua que ocupa el primer lugar. Las manadas o rebaños de ovejas, cabras, vacas y perros ancestrales (lobos) tienen una jerarquía semejante […] estos animales sociales se prestan a ir en manada. Dado que son tolerantes con los otros miembros del grupo, pueden ir agrupados; dado que instintivamente siguen a un líder dominante y toman a los humanos por líderes, pueden ser conducidos fácilmente por un pastor o un perro pastor. Los animales gregarios se comportan bien cuando están encerrados en condiciones de hacinamiento, porque están acostumbrados a vivir en grupos densamente atestados en la naturaleza.»
«La psicología burguesa tiene por costumbre en estos casos querer explicar mediante la psicología por qué motivos, llamados irracionales, se ha ido a la huelga o se ha robado, lo que conduce siempre a explicaciones reaccionarias. Para la psicología materialista dialéctica la cuestión es exactamente lo contrario: lo que es necesario explicar no es que el hambriento robe o el explotado se declare en huelga, sino por qué la mayoría de los hambrientos no roban y por qué la mayoría de los explotados no van a la huelga.»
«En la década de los ochenta, todas estas técnicas de guerra psicológica fueron reunidas en un volumen de la CIA bajo el nombre de Counter Intelligence Study Manual, utilizado principalmente en los conflictos de América Central […] Para reunir información sobre una determinada población, los agentes se mezclan entre la gente y asisten a “actividades pastorales, fiestas, cumpleaños e incluso velatorios y entierros” con el fin de estudiar sus creencias y aspiraciones. También organizan grupos de discusión para medir el apoyo local a las acciones planeadas. El proceso de manipulación se pone en marcha y los agentes identifican y reclutan a “ciudadanos bien situados” para que sirvan como modelo de cooperación, ofreciéndoles trabajos inocuos aparentemente importantes. A continuación, transmiten conceptos difíciles o irracionales a través de eslóganes simples […] En los casos en que los intereses de la CIA se oponen de modo irreconciliable a los de la población, el manual sugiere la creación de una organización que actúe como tapadera, con una serie de objetivos muy diferentes a sus verdaderas intenciones. Finalmente, todos los esfuerzos por garantizar la conversión deben adaptarse a las tendencias preexistentes de la población seleccionada: “Debemos inculcar a la gente toda esta información de forma sutil, para que esos sentimientos parezcan haber nacido por sí mismos, espontáneamente”.»
A comienzos de noviembre de 2017 escribí el articulo La artillería como esencia de España analizando el contexto en el que se intensificaba la represión contra personas y colectivos por su defensa de los derechos elementales, concretos, practicables. Los jóvenes de Altsasu –cuatro en la calle y tres encarcelados aún – , el compañero Boro que tenía entonces dos juicios pendientes, y una lista estremecedora e irritantemente larga de personas de bien, encausados o encarceladas. La referencia a la artillería material y moral del Cardenal Cisneros permitía visualizar de inmediato la estrecha interacción entre política, economía, violencia y cultura en la historia del nacionalismo español desde sus balbuceos. Entonces me centré en el contexto político y económico del Estado para, desde ahí, comprender mejor las razones de tanta persecución, amenazas y castigos a crecientes franjas sociales, devastación que se ha intensificado en estos meses. Estaban ausentes, como mínimo, otros tres enfoques más que debían completar mal que bien la crítica del endurecimiento represivo padecemos: la represión político-cultural, otros medios de control y dominio más invisibilizados e imperceptibles, y el contexto internacional.
Las tres citas que encabezan este texto corresponden a un trabajo que escribí para un debate en julio de 2008 –La desobediencia como necesidad– a libre disposición en internet que, con sus limitaciones específicas, por ejemplo no se profundiza en la decisiva teoría del fetichismo, al menos sirve ahora para ofrecer algunas ideas sobre otros medios de opresión que sufrimos y de lo que apenas o en absoluto somos conscientes. Los colectivos y personas a los que dedico este texto son perseguidos precisamente por su desobediencia práctica por cuanto la desobediencia es necesidad prioritaria para la humanización.
¿Por qué hablar de represión político-cultural? Antes de responder veamos algunas cosas sin extendernos por obvia a la represión político-cultural que golpea a Catalunya: la televisión autonómica vasca censura una noticia sobre el libro El desarme. La vía vasca, de Iñaki Egaña; la Diputación de Araba censura una exposición sobre los jóvenes de Altsasu; en Bilbo la policía entra en Ipar Haizea, local de la juventud digna; un sindicatos policial pide que se vuelvan a usar las pelotas de goma y la consultoría empresarial PwC propone acabar con el sindicalismo vasco para multiplicar los beneficios patronales. La Ley Mordaza golpea con decenas de multas que ascienden ya a 30.000 euros a la Murcia rebelde que defiende la integridad de un barrio popular. En Valladolid se detiene a tres mujeres por pegar carteles sobre la huelga del 8 de marzo. El búnker insiste en poner letra cristiana al himno militar español, se reactiva la fascista «formación del espíritu nacional» y mediante el ataque a la lengua catalana se prepara el ataca al euskara, galego… Jueces, fiscales, intelectuales y comisarios de arte pierden los nervios cuando se les recuerda que existen presos y presas políticas censurando la obra Presos políticos en la España contemporánea de Santiago Sierra. Se enjuicia a músicos y tuiteros, con las condenas a Valtonyc y Pablo Hasel, por ahora… En abril Boro tendrá su segundo juicio: en el primero ha sido condenado a año y medio, y en mayo se iniciará el juicio contra Indar Gorri, grupo de seguidores de un club de fútbol.
Las prácticas perseguidas tienen innegables contenidos políticos, como toda cultura en sí misma. Pero, ¿de qué cultura hablamos?, ¿es la misma cultura la loada en Babelia que es una oficina de ventas de la industria cultural del Grupo Prisa o la desarrollada en La Haine, lugar de la praxis de Boro?, ¿es la misma cultura la del sindicalismo combativo que piensa y habla en lengua vasca que la cultura internacional burguesa de PwC que propone liquidar ese sindicalismo? Samir Amin dijo que «la cultura es el modo como se organiza la utilización de los valores de uso». Si la sociedad organiza horizontalmente la utilización colectiva de los valores de uso porque se basa en relaciones de propiedad comunal, etc., entonces la cultura creada primará esos valores sociales; pero si es la verticalidad autoritaria basada en la propiedad privada la que lo hace, entonces la cultura reforzará el autoritarismo vertical, una de las características de la industria de la cultura que fabrica mercancías ideológicas. Naturalmente, entre ambos extremos existen casi infinitas combinaciones dependiendo de múltiples situaciones y momentos históricos.
La privatización del conocimiento social empezó con la propiedad patriarcal al expropiar el hombre el saber producido por las mujeres; se desarrolló con la opresión étno-nacional al expoliar el conocimiento de los pueblos oprimidos y no solo sus riqueza, siendo emblemática la fallida orden romana de mantener con vida a Arquímedes en la Siracusa del siglo ‑III para exprimirle su saber; se reforzó en las sociedades tributarias en las que los encargos reales, religiosos y de las castas comerciantes adornaban paredes y féretros, y escribían loas maravillosas; se impuso en la Grecia de Tales de Mileto en el siglo ‑VII cuando se enriquecía con sus conocimientos y, más tarde, cuando Platón denunciaba la venta del conocimiento. En el siglo ‑I Cicerón explicaba que el saber es propiedad privada. Con el retroceso del dinero y del valor de cambio en la Alta Edad Media europea casi se paraliza la mercantilización del pensamiento, incluso en el siglo XIV Petrarca criticaba a quienes usaban los libros como mercancía, pero a comienzos del siglo XV ya se patentaba la tecnología de la construcción naval. Desde entonces y hasta ahora el capitalismo hace lo imposible por aplastar todas las resistencias populares contra la mercantilización de la vida y del conocimiento.
En el trasfondo de esta expropiación privatizadora del potencial creativo del valor de uso cuando es administrado colectivamente está la explotación de la fuerza global de trabajo de la mujer en cuanto muy especial y único «instrumento de producción». La creciente oposición global del sistema patriarcado-burgués –Trump quiere liquidar el derecho de aborto– a la emancipación de la mujer trabajadora y a la huelga del próximo 8 de marzo ejemplarizan la lucha de clases en su forma más básica para mantener la muy alta tasa media de beneficio que obtiene el capitalismo con esta explotación. Facebook ha censurado la imagen de una venus paleolítica, de hace 30.000 años, con la excusa de combatir la pornografía. Además de un ataque a la ciencia y al arte, es un ataque a la emancipación de la mujer por cuanto las venus paleolíticas refuerzan la certidumbre de que el poder patriarcal ni es eterno ni es «natural» y no está «genéticamente» anclado en la humanidad, sino que es resultado de adversas y desastrosas derrotas. Por otro lado, la obstinación del nacionalismo español dentro de la progresía e izquierda estatal ha quedado también al descubierto en las divisiones entre grupos feministas para organizar la huelga del 8 de marzo, mujeres de las naciones oprimidas con conciencia de serlo han sido acusadas de querer «politizar el feminismo» al defender elementales derechos reprimidos por el nacionalismo español.
Se trata de una lucha de clases multifacética en sus formas pero que nos remite a la contradicción básica: ¿Cómo discernir el potencial emancipador de la cultura como valor de uso o de la cultura como valor de cambio? Muy en síntesis: es la praxis política que una u otra puede impulsar. Por ejemplo y sin más precisiones ahora: el valor de uso del libro Fariña de Nacho Carretero sobre la narcopolítica, secuestrado por una denuncia personal siguiendo una práctica inquisitorial profundamente anclada en la cultura dominante española, o del libro Patria de Fernando Aramburu, aplaudido a rabiar por el nacionalismo español y bendecido por todos sus poderes. Ambos tienen un valor de uso político-cultural innegable que, si se investiga bien, puede descubrir una conexión sustantiva en el uso de la droga ilegal como arma de destrucción psicofísica de la militancia política no solo en Euskal Herria, aunque cada libro puede tratar esta problemática desde y para visiones contrarias, o incluso ocultarla.
A nada que nos desintoxiquemos de la ideología burguesa y de su concepto de cultura como mercancía con un valor de cambio y eficacia alienante y fetichista, descubrimos que estos y otros ataques tienen como objetivo impedir, cada uno en su área de influencia, que desarrollen el potencial emancipador inherente a la cultura como el modo que tienen las mujeres trabajadoras, los pueblos y las clases explotadas para organizar la utilización de los valores de uso. Una de sus expresiones más brillantes y potentes es la creación de redes de locales, espacios de autoorganización, medios de debate e investigación crítica, recuperación de las asambleas y consejos… Uno de los objetivos de la represión político-cultural es el de impedir que vuelva a generarse una situación de crisis de legitimidad del poder español como la vivida en 2001 desactivada con la victoria electoral de Zapatero en 2004; como la reactivada de nuevo entre 2010 y 2012 con huelgas, movilizaciones, mareas, etc., desactivada con las promesas institucionalistas de Podemos y el colaboracionismo de CCOO y UGT; como la nueva reactivación en ascenso desde verano de 2014 y que tuvo una de las primeras muestras de su gravedad en la abdicación del rey impuesto por la dictadura franquista.
La Ley Mordaza de 2015 tenía la finalidad de derrotar este nuevo ascenso de las luchas, pero no lo logró porque desde finales de 2016 y sobre todo desde verano de 2017 las movilizaciones obreras, populares y sociales han vuelto a la calle, como lo reconoce la CEOE. Las protestas para lograr un aumento de las pensiones, que en Euskal Herria movilizan a miles de personas, son otra muestra de la nueva oleada movilizadora. Ahora Ciudadanos propone que la policía pueda entrar en los centros sociales liberados sin orden judicial y el gobierno español afirma que necesita 20.800 policías y guardia civiles más, sobre todo en las naciones catalana y vasca, con un aumento sustancial de sus salarios.
El desinfle teórico y ético de la izquierda occidental en los últimos decenios se confirma también en el abandono de un concepto clave: el de «guerra social», que en la actualidad tiene en la guerra político-cultural uno de sus frentes decisivos. Ahora a lo máximo que llegan las quejas de la izquierda es al «déficit democrático». Pero la «guerra social» existe: solamente en su frente laboral, el de la explotación de la fuerza de trabajo, cada semana de 2017 el terrorismo patronal ha matado a doce trabajadoras y trabajadores en el Estado. El trabajo ha sufrido 618 bajas mortales en 2017 sin contar los miles de heridos y enfermos física y psíquicamente en la explotación doméstica, la precariedad laboral, la economía sumergida…. Una expresión fundamental de la «guerra social» en su base histórica es la sobreexplotación de la mujer trabajadora y sus asesinatos y violaciones.
La estrategia del PP, apoyada en sus objetivos centrales por Ciudadanos y el PSOE, y no combatida con radicalidad por Podemos, es una estrategia de «guerra social» clásica y descarada en lo relativo a la liquidación de libertades y derechos públicos, sociales y nacionales, y encubierta en lo relativo a minar paulatinamente la conciencia de las clases y naciones explotadas, y al desgaste de la vida, cuando no a su muerte. Una moda intelectual recurre a la expresión de «necropolítica» como la fase más destructora de la «biopolítica» con lo que se diluye las contradicciones y responsabilidades del capitalismo: lo que existe en realidad es una violencia represiva político-cultural que forma parte de la guerra social. La izquierda revolucionaria debe recuperar los conceptos radicales que son los únicos que explican cómo romper las cadenas radicales.
En el artículo La artillería como esencia de España, del 5 de noviembre de 2017, expuse algunos pocos datos sobre la situación interna del Estado que, en su conjunto, servían para explicar el porqué del endurecimiento represivo que entonces se agudizaba. Ahora conviene que veamos cómo el contexto mundial presiona al Estado en, al menos, cinco problemas permanentes, que le obligan a extender e intensificar la guerra social y político-cultural en defensa de España como marco de acumulación de capital. Los resumimos:
Uno, la persistencia de sentimientos y culturas nacionales no españolas cuya expresión más palpable ahora mismo es el Principat de Catalunya pero que en caso de la lengua y cultura se extiende con más o menos fuerza por los Països Catalans, por mucho que el nacionalismo español lleve años intentando negar lo evidente y destruir las memorias colectivas de estos territorios. Pero también están activos los volcanes lingüístico-culturales vasco y galego, esa identidad andaluza que da signos de despertarse, la persistencia a pesar de siglos de alienación de otras identidades desprestigiadas como «dialectos regionales»…
Frente a este problema irresoluble el Estado solo tiene tres alternativas: una, el palo, como el que ahora sufre Catalunya y a otra escala en el resto de la «nación española»; otra, la zanahoria, una reforma tímida y tramposa que beneficie a los de siempre: por ejemplo, la rápida fortuna de la Monarquía; y, por último, el palo y la zanahoria, al estilo de los pactos con la burguesía vasca, en los esta se queda la zanahoria y los palos los sufre el pueblo trabajador. Las tres exigen que se refuerce el nacionalismo español como cemento ideológico que cohesione la acumulación de capital bajo la figura de la Monarquía.
Dos, el atraso científico, educativo, en la productividad del trabajo, etcétera, que, junto a otras debilidades permanentes, hacen que sea muy insegura la recuperación actual basada en la sobreexplotación, en la relativa baratura del crudo, en las ayudas de Bruselas, en el turismo y, resumiendo, en la misma lógica endógena de las fases de siete o diez años de crisis periódicas que tienden a la reactivación por la simple destrucción previa de fuerzas productivas obsoletas, deficitarias. El Informe sobre la ciencia y la tecnología en España de finales de enero de este año es demoledor: la inversión no financiera en I+D ha retrocedido al nivel de 1999, mientras que se agranda la distancia con respecto a las grandes economías internacionales: ahora se invierte el 1,19%, pero la media de la Unión Europea en I+D+i es del 2%. Desde 2008 se ha reducido a la mitad el número de empresas españolas que declaran invertir en I+D y la media de inversión estatal en tecnociencia es la mitad que la de la Unión Europea. Para alcanzar la media de la OCDE en inversión tecnocientífica la economía española debería triplicar su inversión actual y duplicarla para alcanzar a la Unión Europea.
La desidia por la ciencia que ha tenido siempre el bloque de clases dominante es la causa de que solo el 6% del estudiantado adquiera la suficiente comprensión lectora, frente al 11% de la Unión Europea y el 12% de la OCDE. El drástico recorte en las becas estudiantiles impuesto por el PP en el último lustro y el impulso a la educación privada, generalmente católica, empeora la crisis educativa. Tal hándicap se entiende también por la opción del capital español hacia el cemento, el turismo, los servicios y la energía, en detrimento de la industria desde, al menos, el desarrollismo franquista: Más del 70% de la riqueza acumulada en el Estado español desde la mitad del siglo XX es debida a la «economía del ladrillo».
El retroceso del capitalismo español en la producción tecnocientífica mundial exige, además de inversiones masivas sostenidas durante años, el desarrollo de otro sistema educativo capaz de crear una fuerza de trabajo en reciclaje permanente. El peso muerto pero políticamente rentable de la industria educativa católica, uno de los anclajes centrales del nacionalismo español, dificulta sobremanera que la débil burguesía laica se atreva a impulsar una educación tecnocientífica que más temprano que tarde genera dudas críticas. Por tanto, al Estado le es perentorio el control ideológico de la educación centralizado desde el nacionalismo español.
Tres, sin embargo la omnipresencia de la industria cultural internacionalizada y su poder de penetración entre la población joven tiende a debilitar el cada vez más desprestigiado nacional-catolicismo y sus valores tradicionales. La industria cultural tiene para la juventud ofertas especiales de consumo ideológico y normativo alienantes, machistas y violentos, pero difíciles de rebatir para el autoritarismo dogmático. La impotencia de la Iglesia es patente: sus tensiones en la burocracia, los escándalos por su mentirosa doble moral de castidad dogmática y abusos y violaciones sexuales, su desprecio hacia el empobrecimiento social imparable y su egoísmo por apropiarse de bienes comunes y acumular riqueza, su cruzada permanente en defensa de España y de la Monarquía… semejante medievalismo solo puede defender sus intereses apretando las clavijas autoritarias, o pactando un aggiornamento con la débil burguesía laica muy inquieta también por la «degradación moral» generada por las pautas hiperviolentas de las mercancías culturales fabricadas para la juventud.
Otra cuestión totalmente opuesta es qué deben hacer las izquierdas del Estado frente al poder alienador de la industria cultural, problema mucho más grave para las izquierdas de las naciones oprimidas por el simple hecho de carecer de Estado y además y sobre todo sufrir la represión político-cultural española.
Cuatro, la necesidad de fortalecer el ejército tal como están haciendo las grandes potencias imperialistas, con un compromiso de aumentar un 80% el gasto militar para 2024. Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Japón, el Estado francés… el rearme, que es intenso y generalizado, responde a la agudización de las contradicciones mundiales: las dos grandes depresiones del capitalismo provocaron dos guerras mundiales, las crisis graves entre esas depresiones han provocado guerras locales e incluso han rozado situaciones al borde de los conflictos atómicos que Estados Unidos estuvo a punto de desencadenar en Corea de 1950 – 1953, en Cuba en 1962, la guerra de Vietnam en 1972, la guerra del Yon Kipur 1973… evitados por la intervención de la URSS.
Las diferencias y oposiciones interimperialistas encrespadas desde la Gran Crisis de 2007 obligan al euroimperialismo a incrementar sus fuerzas militares, también bajo las nuevas presiones de la Alianza Euroasiática. La guerra comercial iniciada por Obama y que Trump ha exacerbado se inscribe en esta confrontación al alza. El Estado español necesita por tanto militarizarse más aún para responder a las exigencias europeas y norteamericanas, aparte de su militarización policial interna, como hemos visto. De nuevo, la burguesía española debe adoctrinar en su nacionalismo a la joven carne de cañón desde su primera infancia para que aumente el número de «profesionales de las armas», o corre el riesgo de enfrentarse a otro rechazo juvenil del servicio militar si es que quiere restableces su obligatoriedad.
Y, cinco, el potencial crítico de los nuevos medios de comunicación que se manifestó ya en 2001, 2010 – 2012 y claramente desde 2016 en adelante a pesar de la trituradora represiva que es la Ley Mordaza de 2015, aumenta la desazón del capital. Por suerte para el Estado español, encuentra una eficaz ayuda legitimadora en la involución autoritaria que recorre al imperialismo: los ataques a la libertad de internet se endurecerán conforme se multipliquen las tensiones mundiales. El capital sabe que ese potencial crítico no radica en los medios en sí, sino en las organizaciones, grupos, asambleas, sindicatos, partidos… que les dan vida, sostienen e impulsan. La represión político-cultural ataca a la unidad práctica formada por las militancias y los medios: es esta dialéctica la que asusta al Estado y el capitalismo en su conjunto y por eso endurece su guerra social.
Las cinco dinámicas muy resumidamente analizadas sirven para explicar por qué la represión político-cultural, en concreto, y la guerra social, en general, intensificadas en los últimos tiempos no responden solo a causas endógenas al Estado español, sino también a las presiones mundiales. Es importante comprenderlo así porque si nos limitásemos exclusivamente al Estado caeríamos muy fácilmente en la creencia de que podría acabarse con la represión mediante reformas parlamentarias dejando intactas las contradicciones del modo de producción capitalista. Esta creencia irracional surgió en el socialismo utópico reformista y reaparece una y otra vez con nuevos ropajes, y no conduce sino a fracasos reiterados.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 2 de marzo de 2018