Cuando desconocemos una realidad, por muy brutal que sea, parece que de alguna manera estamos exentos de responsabilidades para con ella. Pero cuando no es una única realidad sino una continua cascada de horrendos acontecimientos, la cosa cambia. ¿Cómo explicamos que nos enteramos tan solo de lo que el capital desea? Y qué casualidad que esa ignorancia es la que no perturba nuestra tranquilidad, nuestra estabilidad personal, familiar, colectiva, el acceso al trabajo (el o la que lo tenga), la falta de compromiso ante terribles sucesos, etc. Esto es lo que ocurre con una franja importante de la población, vasca en este caso.
Alguien nos dirá que jamás ha firmado ser un ignorante. Cierto. El asunto es que cuando nos pasamos viendo y oyendo, casi una hora de informativos televisivos al medio día y otro tanto por la noche (los que puedan y soporten hacerlo) y nos parece normal lo que nos cuentan, es como si hubiéramos firmado que ese es el tipo de noticias que queremos oír, ver y no otras. Las consecuencias de la lucha de clases no son noticia y si lo son pueden esconderse, por ejemplo, entrevistando al vecino del piso segundo izquierda que dirá lo que al capital le interesa transmitir.
De repente nos hacen llegar noticias sobre combates y situaciones críticas en varios países de todos los continentes y lo mismo que aparecen desaparecen. Hace meses dijeron los medios de comunicación del capital que Yemen corría el riesgo de padecer una epidemia de cólera que iba a afectar a más de la mitad de los casi 30 millones de habitantes que tiene el país.
¿Y si tal es la magnitud de la tragedia por qué aparece y desaparece sin más explicación? Aparece cuando la ministra de defensa española (respondiendo a alguna ONG) afirma que sí se venden armas a los wahabitas de Arabia Saudí, que es cierto, pero que estos misiles son inteligentes y, por lo tanto, no había riesgo para la vida civil.
Lo que realmente acontece es que la que en principio iba a ser la guerra más corta de Oriente Medio, Arabia Saudí lleva cuatro años sin poder doblegar a los hutíes (movimiento Ansarolá) y, a la vez, se convierte en un callejón sin salida para los agresores. Un despilfarro en mercenarios, armamento y autoridad para Arabia Saudí (de momento se lo puede permitir por sus reservas de petróleo principalmente) y en una sangría para los yemenís. Nadie imaginaba que los más parias y poco temidos de ese ámbito geográfico, que hacen de puente entre Oriente Medio y África, iban no solo aguantar el envite saudí sino ponerle en serios aprietos.
Ni Arabia Saudí, ni sus aliados ni, sobre todo, los sionistas y los yanquis habían calculado el poder del Eje de la Resistencia. Hace un tiempo que los sionistas no pueden hacer ninguna barbaridad de cierta entidad sin que la respuesta le llegue por alguno de los caminos que pasan por el Líbano (Hezbolá), Irak, Siria, Irán, los movimientos palestinos o los hutíes de creencia chiita.
Dejando de lado esa complicada situación, en extremo explosiva, no podemos dejar de señalar un par de cuestiones que como vascas nos tocan de lleno y que tienen que ver directamente con el título del artículo.
El asunto es que vivimos dispersos/as entre España y Francia y nos damos cuenta que muchas y muchos no sabemos que hay alrededor de 100 empresas vascas directamente relacionadas, en la actualidad, con situaciones de guerra a lo largo y ancho del mundo. La cosa no va de las escopetas casi de arte que se hacían por aquí. Estamos hablando de tanques, sistemas de precisión, de misiles inteligentes… Sí, de esos que habla la ministra de defensa española. Pues sí señora, está reconocido que los saudíes envían esos misiles a hospitales, escuelas, mercados, mezquitas, etc., del Yemen. Precisamente los artefactos caen donde los saudíes quieren masacrar a la población civil a ver si de alguna manera consiguen poner a su favor el curso de la guerra.
A estas alturas del escrito, hablamos de la empresa Sener que nutre de mortíferas armas a Arabia Saudí, Turquía e Israel entre otros bárbaros asesinos. El que fue millonario y del Opus Dei, Enrique Sendagorta, sabía mucho de esto. Es bien conocido que Sener es una empresa referencial en sistemas de misiles inteligentes. La empresa SAPA que vende sus carros de combate a los yanquis no se queda a la zaga. Y no seguimos porque sería interminable el uso terrorista para el que son fabricadas armas en Euskal Herria, norte y sur.
Tampoco queremos dejar sin mencionar el tema de los desplazados de las guerras imperialistas o los huidos a causa del hambre. Evidente razón humanitaria de acogida y denuncia permanente, con la salvedad de que no hemos visto el mismo empeño cuando comienzan las guerras. Se invaden y destruyen países acusados de enriquecer uranio, por supuestamente tener armas de destrucción masiva, etc. Por una parte, ¿qué ocurre? ¿Inglaterra, Francia, Israel, Estados Unidos… no tienen armas de destrucción masiva? Por otra parte, ¿esas muertes bajo bombas de fósforo no valen lo mismo que los ahogados, ambos consecuencia de la rapiña de los imperialismos yanqui, francés, inglés, etc.? Es evidente que más de uno tendrá que replantearse tal cuestión.
Las cifras y otros datos debieran decirnos algo de lo que nos podemos informar con un poco de interés. 5.000 niños yemenís muertos o heridos desde que comenzó la guerra en 2015. Y no son datos de una organización de izquierda con interés en la cuestión. Son datos de Unicef. Asimismo, medio millón de niñas y niños han tenido que dejar la escuela. Dos millones de niñas y niños sufren desnutrición aguda y 360.000 son menores de 5 años. Infraestructuras concienzudamente destrozadas por parte de los saudíes. Es lo mismo que Israel hizo en su última invasión en el Líbano o en Gaza. En proporción, asesinan a más civiles que milicianos o militares. Eso no es una casualidad. Eso quiere decir: o te rindes a mis necesidades o acabo contigo (con millones de personas) de una u otra manera.
¿Seguiremos con el tema de la «ignorancia consentida»? En nuestras manos está.
Jon Iurrebaso Atutxa
26 de octubre de 2019