«El Rey habló un rato con ellos; se les mostró nuestro modo de vida, nuestra magnificencia, y las cosas dignas de verse en una bella ciudad. [Yo] les pregunté qué pensaban de todo esto y qué les había parecido lo más notable. [Ellos dijeron] que habían advertido entre nosotros algunos hombres atiborrados de toda clase de cosas mientras que sus otras mitades eran mendigos ante sus puertas, demacrados por el hambre y la pobreza. Les pareció extraño que estas menesterosas mitades tuvieran que sufrir tantas injusticias y no agarraran a los otros del cuello o incendiaran sus casas»1.
Esta es la versión ofrecida por Montaigne (1533−1592) de la conversación mantenida en 1562 por el rey-niño Carlos IX con tres indios tupinambas hechos prisioneros en Brasil y llevados a París. Las diversas comunidades tupinambas hablaban la misma lengua, pero no habían desarrollado una identidad etno-nacional preburguesa, habitaban amplias costas de Brasil y se enfrentaban entre ellos cuando escaseaban los recursos. Fue la invasión portuguesa la que les enseñó la necesidad de confederarse en algo que podría llegar a ser un proto-Estado indígena no burgués con el objetivo de no ser esclavizados. Las rencillas internas, algunas de ellas muy fuertes, dieron paso a una identidad colectiva que conservó el profundo igualitarismo comunitario expresado por los tres tupinambas: no comprendían cómo las clases explotadas de París no se sublevaban contra los ricos: ¡Había que agarrarles por el cuello e incendiar sus casas! Así el pueblo hambriento recuperaría las riquezas y las repartiría colectivamente, acabando con la pobreza y la miseria.
Hemos iniciado esta ponencia con la lección histórica de los tupinambas porque muestra una constante elemental que iremos analizando: los pueblos tienden a solidarizarse y a estrechar lazos de conciencia cuando las agresiones internas y externas que sufren afectan a los valores esenciales de su existencia. Ahora, cuando el imperialismo se esfuerza casi a la desesperada por dominar el mundo, lecciones históricas como la de los tupinambas deben ser rescatadas de la máquina del olvido, la ignorancia y la mentira que es esa gigantesca industria de la cultura capitalista.
En esta ponencia vamos a utilizar un concepto amplio, abarcador, del imperialismo como la mejor forma de dominio y explotación de uno o varios pueblos por uno o varios Estados. Sabemos que este término adquirió carga científica y potencial heurístico solo a comienzos del siglo XX, por lo que debemos tener siempre en cuenta en qué formación económico-social y en qué modo de producción nos movemos cuando hablamos de, por ejemplo, la dominación imperial sumeria, romana, mongola o azteca, cuando saltamos del imperialismo de mitades del siglo XIX en la India, o en las guerras del opio contra China, al actual imperialismo británico fiel peón de Estados Unidos. Recordemos la advertencia de J.A. Mella: «El dominio yanqui en América no es como el antiguo dominio romano de conquista militar, ni como el inglés, dominio imperial comercial disfrazado de Home rule, es de absoluta dominación económica con garantías políticas cuando son necesarias»2.
J.A. Mella, comunista cubano asesinado en México en 1929 por sicarios de la Isla, había leído en profundidad al Martí de 1895 cuando advertía que: «Es mi deber […] impedir, por la independencia de Cuba, que Estados Unidos se extienda sobre las Antillas y caiga, con todo ese peso colonial, sobre otras tierras de nuestra América […] Yo he vivido dentro del monstruo [Estados Unidos] y conozco sus entrañas»3. Y ambos, Martí y Mella, habían aprendido de la gran lucidez de Bolívar cuando teorizó –y nunca mejor dicho– la necesidad de un programa estratégico para toda Nuestramérica capaz de vencer el ciego impulso yanqui de dominarlo todo. En el contexto del Congreso de Panamá de 1826 no se podía pensar aún en una estrategia antiimperialista4, tal cual el término se entendió desde comienzos del siglo XX, pero es incuestionable que el proyecto de Bolívar era antiimperialista en su sentido histórico.
Mella sabía que las formas de explotación y saqueo dependen en última instancia de los modos de producción dominantes y de sus formaciones socioeconómicas. Conocía los crímenes españoles contra su pueblo durante la guerra de la independencia: asesinadas alrededor de 300.000 personas de todas las edades y sexos. Lo más terrible, como indica R. Izquierdo Canosa5, es que de ellas solo 12.000, es decir un 4% del total, pertenecían al Ejército Libertador, mientras que el 96% restante, unas 288.000, eran personas civiles, desarmadas, de las cuales 260.000 murieron de malos tratos, hambre y enfermedad en los campos de concentración españoles siguiendo la estrategia de Reconcentración ideada por el general Weyler, que se adelantó a los campos de exterminio nazis. En cuanto a Filipinas, se calcula que murieron 600.000 personas de aquel país en la guerra de 1898 – 1910 contra la ocupación norteamericana6, que siguió a la larga ocupación española.
Mella, comunista y por ello culto y crítico, estaba al tanto de las tierras desoladas que dejaban tras de sí los romanos con su dominación imperial, no ignoraba la crueldad casi inconcebible de los españoles así como de los británicos en la degollina de la sublevación india de 1857, la ferocidad de los norteamericanos contra los pobladores autóctonos. Para integrar en un concepto flexible todas aquellas prácticas utilizó el término dominación para expresar lo que es común a la barbarie romana, británica y norteamericana. Veamos varios ejemplos que muestran la permanencia de formas de dominación –y de ella en sí misma– en todas las sociedades rotas por la unidad y lucha de contrarios entre la mayoría explotada y la minoría explotadora, dueña de las fuerzas productivas. Tenemos el papel de la cultura, la lengua, etc., en estas formas de dominación, de imperialismos genéricos: ni la república ni el imperio romano en su fase politeísta abusaron de la cultura como medio de opresión, solamente con el triunfo del cristianismo la cultura oficial, la religión, se convirtió en arma de dominio imperialista para el siglo IV7.
Para resumir cómo actuaba el imperio español en esta cuestión, son excelentes las ideas da A. Arana que transcribimos:
Puede decirse que Castilla vigila al Papa para que no se salga del papismo. En el Concilio de Trento los teólogos castellanos son considerados como «martillo de herejes». Esta obsesión por guardar la ortodoxia en teología, primaba lógicamente porque en la época, con la aplastante presencia de la religión, la ideología, cualquiera que fuese, había de pasar por el campo teológico. Los primeros revolucionarios, Cromwell, Lutero, Hus, tuvieron que, para elaborar una ideología revolucionaria, revolucionar primero la teología. De ahí el cuidado con que la monarquía absolutista de Castilla perseguía cualquier desviación teológica. La ortodoxia teocrática y su mantenimiento a sangre y fuego eran las premisas de la contrarrevolución a escala europea, que era casi tanto como decir mundial. De esta guerra entre las emergentes potencias «protestantes» y la Monarquía Hispánica, dependía la marcha de la civilización por una vía de progreso o de estancamiento y despotismo. Si hubiese vencido en esta guerra mundial Castilla (junto a sus países satélites), quizá hoy los regímenes más prominentes que conoceríamos serían los habituales de Latinoamérica8.
Gran Bretaña impuso a la India la lengua inglesa como lengua oficial en 18359, lo que da una idea exacta del papel de la cultura como arma explotadora. Pero, tanto en la India como en Canadá, contra cuyas poblaciones los colonos aplicaron «el terrible terror inglés»10, Gran Bretaña empleó además de las masacres militares, las hambrunas y el pánico, también la cooptación y el soborno, como lo había hecho Roma, pero con un añadido: mantener la ficción de cierta libertad de debate cultural, de reflexión política y artística. Así, la férrea dominación lingüístico-cultura quedaba oculta por una astuta censura que toleraba espacios de semilibertad siempre vigilada. En esta especie de juego de espejos, algunas veces la intelectualidad india burlaba y desbordaba las sutiles censuras, pero…, como dice R. Darnton: «El hecho de que los indios a veces los superaran en su propio juego no hacía ninguna diferencia puesto que los británicos tenían las respuesta definitiva: la fuerza»11.
Uno de los grandes avances en los medios de dominación del imperialismo desde la mitad del siglo XX ha sido el empleo de lo que Gayarik Spivak define como «violencia epistémica»12 tal como nos lo recuerda S. Casto-Gómez en su crítica a las «ciencias sociales» en cuanto instrumento para crear obediencia, reforzar el orden e imponer las disciplinas de explotación. Por ejemplo, la violencia epistémica ampara y protege a la ideología burguesa de los derechos humanos abstractos, de las críticas y denuncias de las clases y pueblos explotados, lo que le permite al imperialismo ocultar sus atrocidades bajo la excusa de sus «derechos humanos» ideados desde el siglo XVII por la burguesía en ascenso. Pero ya entonces esos derechos exclusivos del capital fueron negados en la práctica concreta a las clases, naciones y mujeres explotadas.
Lo cierto es que, como decíamos, desde la segunda mitad del siglo XX y para derrotar al socialismo y a la URSS, el imperialismo puso en marcha un conjunto de medios de dominación que reforzaban y legitimaban los crímenes de sus ejércitos. Uno de ellos era el paquete compuesto por los derechos humanos burgueses y por la llamada libertad de cultura y prensa. En 1977, Fidel Castro destrozó el mito burgués de los derechos humanos basados en la propiedad privada de las fuerzas productivas; lo hizo en el inicio de esa campaña de alienación que justo había comenzado con la derrota del imperialismo yanqui en 1975 a manos del heroico pueblo vietnamita:
Al imperialismo le ha dado ahora por la manía de hablar de los derechos humanos, para los imperialistas los derechos humanos equivalen al derecho a la discriminación racial, al derecho a la opresión de la mujer, al derecho a saquear los recursos naturales de los pueblos; para los imperialistas los derechos humanos son el vicio, la miseria, la pobreza, la ignorancia. Solo los países revolucionarios luchamos verdaderamente por derechos humanos, por la dignidad del hombre, por la libertad de los pueblos13.
Mientras el imperialismo se sentía con fuerza, apenas habló de los derechos humanos tal cual se recogen en la Declaración Universal de la ONU de 1948, del «sacrosanto derecho a la rebelión contra la opresión y la injusticia» como se afirma explícita y oficialmente en su Preámbulo. Ninguna prensa «libre» defendió el derecho de resistencia de la población de la isla de Diego García en el océano Índico cuando en 1966 fueron expulsados para siempre «con un acción brutal de violencia»14 por los británicos para establecer allí una estratégica base militar imperialista. Tras la victoria del pueblo vietnamita y los avances antiimperialistas, el capital abrió el frente de sus derechos concretos de clase, presentándolos como «derechos humanos». Durante mucho tiempo, el imperialismo ha disfrutado de una ventaja aplastante en la lucha teórica y ética, que es parte de la lucha de clases, sobre los derechos en general debido a la pusilanimidad de la mayoría de la izquierda.
Pero la concienciación aumenta conforme las y los explotados se organizan contra el enorme poder de manipulación realizada permanentemente por el altísima concentración transnacional de las empresas de des-información15. R. Sánchez y J.A. Luna nos explican que:
Una de cada tres personas que fue al cine en 2019 lo hizo para ver una película del gran imperio californiano, que se ha disparado tras comprar Pixar, Lucasfilm o Marvel. Disney no inunda la taquilla con decenas de películas sino que explota sus nuevas marcas con pocos estrenos… pero muy grandes. Siete de las diez cintas más taquilleras son suyas16.
Aquí mismo hemos debatido no hace mucho sobre la Factoría Disney –Comunicación, contra hegemonía y praxis decolonial, 28 de noviembre de 2019– así que no me extiendo más en la cuestión excepto para proseguir por un momento el comienzo del método expositivo de la ponencia que acabo de citar: presentar unos ejemplos históricos muy ilustrativos sobre el tema que tratamos para dejar clara desde el principio la idea que defendemos: el debate sobre el imperialismo nos lleva a la opresión nacional, al saqueo de los bienes del pueblo atacado u oprimido, a las luchas de liberación antiimperialista y, por ello mismo, al problema de la propiedad privada de las fuerzas productivas.
Mella no pudo estudiar las transformaciones de las formas de dominación imperialista porque, como hemos dicho, se intensificaron sobre todo desde finales de la Segunda Guerra Mundial, tras la derrota de Estados Unidos ante la heroica Vietnam, y se entrelazaron, como veremos, con una vuelta a la irracionalidad del mito del «destino manifiesto» de Estados Unidos desde 1630 en adelante. Pero Mella sí estaba en lo cierto sobre el imperialismo capitalista en cuanto forma superior de la dominación imperial, según se ve leyendo sus palabras: «“¡Delenda est Wall Street!” He aquí el grito nuevo y salvador. Quien no lo dé, se pone a servir, aunque solo sea con su inacción, al poderoso enemigo común»17
- Ronald Wright: Continentes robados, Anaya y Muchnik, Madrid 1994, p. 25.
- J.A. Mella: «Cuba, un pueblo que jamás ha sido libre», El antiimperialismo en la historia de Cuba, Ciencias Sociales, La Habana 1985, p. 140.
- James D. Cockcroft: América Latina y Estados Unidos, Ciencias Sociales, La Habana 2004, p. 333.
- Indalecio Liévano Aguirre: Bolivarismo y Monroísmo, Grijalbo, Venezuela 2007, pp. 81 – 90.
- Raúl Izquierdo Canosa: El flagelo de las guerras, Ciencias Sociales, La Habana 2005, p. 67.
- D. Bleitrach, V. Dedal y M. Vivas: Estados Unidos o el imperio del mal en peor, Edit. José Martí, La Habana 2006, p. 220.
- Karlheinz Deschner: Opus Diaboli, Yalde, Zaragoza 1990, p. 89.
- Alberto Arana: El problema español, Hiru Argitaletxe, Hondarribia 1997, pp. 41 – 42.
- AA.VV.: «Creación del Imperio británico», Enciclopedia Salvat-El País, Madrid 2004, tomo 17, p. 332.
- B. Alden Cox: Los indios del Canadá, Mapfre, Madrid 1992, p. 50.
- Robert Darnton: Censores trabajando, FCE, México 2008, p. 143.
- Santiago Castro-Gómez: «Ciencias sociales, violencia epistémico y el problema de la “invención del otro”», La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales, Clacso, Buenos Aires 2003, pp 145 – 161.
- Fidel Castro: Discurso en el estadio Bernadino Somalia, 13 de marzo de 1977, Edic. OR, La Habana 1977, pp. 24 – 25.
- Josep Fontana: Por el bien del imperio, Pasado & Presente, Barcelona 2013, p. 851.
- Alfredo Moreno: (Comunicación política) Cinco monopolios construyen el relato del mundo, 15 de diciembre de 2018 (http://www.resumenlatinoamericano.org/2018/12/16/comunicacion-politica-cinco-monopolios-construyen-el-relato-en-el-mundo/).
- Raúl Sánchez/José Antonio Luna: Mickey Mouse ya tiene las Gemas del Infinito: una de cada tres películas que se ven en el mundo pertenece a Disney, 8 de enero de 2010 (https://www.eldiario.es/cultura/cine/Mickey-Mouse-Gemas-Infinito-Disney_0_982702068.html).
- J.A. Mella: «Cuba, un pueblo que jamás ha sido libre», El antiimperialismo en la historia de Cuba, Ciencias Sociales, La Habana 1985, p. 143.