4. De la revolucion al internacionalismo haitiano
En abril de 1790 los propietarios blancos de Haití menos brutales decretaron una Asamblea General a la que solo podían acudir quienes poseyeran más de veinte esclavos, simultáneamente los pequeños propietarios mulatos presionaban para que se reconociesen sus derechos. Ante la negativa de los primeros, los segundos se insurreccionaron pero fueron vencidos porque al negarse a reconocer los derechos de los esclavos, estos no se sumaron a la sublevación. La represión blanca ejecutada en febrero de 1791 fue atroz. A partir de aquí los esclavos comprendieron que no tenían otra opción que la guerra y en agosto de 1791 «la insurrección comenzó al llamado de un sacerdote vudú de origen jamaicano, el esclavo Boukman, quien no sobrevivió a los primeros combates»1.
Sin embargo, en esta primera fase de la revolución la esclavitud aún seguía vigente y solo fue bajo la extrema amenaza causada por una doble invasión española e inglesa. Previamente los invasores habían intentado atraerse a sectores de esclavos aún no sumados a la revolución, prometiéndoles reformas significativas, solo entonces, el bloque revolucionario formado por negros libres, mulatos y un reducido sector de pequeños propietarios blancos, abolió la esclavitud a finales de agosto de 17932, por lo que debe decirse que «la revolución nace en Haití»3 porque llegó a la raíz del sistema esclavista-capitalista en su sentido absoluto: el problema de la propiedad privada4 tanto de la tierra como de los mismos seres humanos. Comprendemos así que la resistencia haitiana fuera ya entonces, antes de la victoria definitiva, un poderoso acicate para las sublevaciones de los y las esclavas, como la que se dio en la Venezuela de 1795 en la serranía de Coro5. Desde estos años, Estados Unidos tenía una razón más para apoderarse de Cuba: impedir que su independencia y la consiguiente abolición de la esclavitud azuzara los incendios de las resistencias, huidas y rebeliones esclavas en Estados Unidos6, como había ocurrido con la liberación haitiana.
Los «sobrios hombres de negocios» sabían «que tenían tanto que perder»7 porque en 1789 Haití producía el 75% de la caña de azúcar mundial que venía a ser una especie de «petróleo» porque además de su valor culinario, tenía un valor energético apreciable como descubrieron los industriales ingleses al darse cuenta que un cuenco de agua hervida con té –droga excitante que reactiva la conciencia, frena el sueño, etc. – , más el poder calórico de una ración de azúcar recomponía la gastada fuerza de trabajo para seguir siendo explotada. Ese «oro blanco» se fabricaba gracias a una explotación salvaje, uno de cada tres esclavos moría por agotamiento antes de cumplir los tres años de trabajo en la isla, a los que se les negaba la versión burguesa de los derechos humanos: Toussaint, dirigente haitiano, dijo que «hemos sabido enfrentar el peligro para obtener nuestra libertad, sabremos desafiar a la muerte para mantenerla»8.
Efectivamente, vencieron al potente ejército francés. Marx dijo que Napoleón envió a esa invasión a los regimientos más republicanos para quitárselos de encima: «para que allí los mataran los negros y la peste»9. Las últimas tropas francesas fueron vencidas en noviembre de 1803 y en enero de 1804, los nuevos dirigentes de la isla recuperaron su nombre indio. “He dado sangre por sangre a los caníbales franceses, proclamó Dessalines. “He vengado a América”»10, dijo este dirigente revolucionario al proclamar la República de Haití, la primera nación verdaderamente independiente de América Latina. Fue el mismo Dessalines el que decretó medidas estructurales para asegurar de forma irreversible que no volviera aquella forma de esclavitud, también repartió tierras entre los campesinos desposeídos y prohibió que los extranjeros blancos tuvieran propiedades en Haití11.
Debemos rendir honor al pueblo haitiano porque rechazó el nombre oficial de su territorio puesto por los invasores –isla La Española– reinstaurando el nombre del exterminado pueblo arahuaco que la habitaba: Haití. Un ejemplo de internacionalismo como pocos en la historia, de etnogénesis de una nación nueva creada mediante el sincretismo revolucionario de varias etnias africanas y colonos, criollos y mestizos. Por tanto, las ayudas prestadas por Haití a la libertad de otros pueblos no eran oportunistas, sino que surgían de las raíces antiimperialistas e internacionalistas del pueblo revolucionario:
Haití dio apoyo material así como aliento espiritual a las luchas de liberación en la América hispana. El giro radical y emancipador que adoptó Simón Bolívar en 1815 estaba directamente vinculado al apoyo que recibió de Haití. Tras sufrir una serie de derrotas entre 1811 y 1815, Bolívar apeló al presidente Pétion en petición de ayuda y este se la concedió bajo la condición de que se comprometiera a liberar a los esclavos de todas las tierras que consiguiera independizar de España. La política emancipadora de Bolívar radicalizó la lucha por la independencia y le hizo entrar en conflicto con muchos republicanos poseedores de esclavos12.
Otro ejemplo de internacionalismo haitiano fue el intento de ayudar a liberar a Cuba en 1829, movilizando su ejército a petición de México, proyecto fracasado, no porque Haití se echara atrás, sino por el brusco cambio del contexto internacional que sirvió de excusa al gobierno mexicano para abortar la liberación. En ese mismo año, los españoles desbarataron la intentona insurreccional dirigida por la organización Águila Negra13 la embajada española en Estados Unidos informó al gobernador de Cuba del intento, aunque no pudieron destruir la organización porque estaba muy bien preparada para la lucha clandestina.
El siglo XVIII fue el de la «sublevación en las Indias»14 con luchas tan fuertes como la segunda rebelión de los comuneros paraguayos desde 1717, los pequeños plantadores de cacao en la Venezuela de 1749, las insurrecciones de Catamarca y de La Rioja de 1752, la sublevación maya de 1765, la sublevación de Túpac Amaru y de los comuneros de Nueva Granada en 1781, el comienzo de la revolución haitiana, etc. La dominación imperial y colonial de la época aprendió muchas lecciones de aquellas luchas que, con sus cambios, sigue aplicando en el presente. No hace falta que nos extendamos sobre los terrorismos militares, las presiones económicas y políticas, los golpes de Estado judiciales, etc., que el imperialismo actualiza cada determinado tiempo, porque otras y otros autores lo explican mejor. Sí queremos apuntar dos cuestiones que volvieron a ser muy importantes en la emancipación haitiana y lo seguirían siendo en la historia posterior: el «imperialismo religioso» y el narcoimperialismo.
4. De la revolucion al internacionalismo haitiano
- Sergio Guerra Vilaboy: Breve historia de América Latina, Ciencias Sociales, La Habana 2006, p. 87.
- Sergio Guerra Vilaboy: Idem., p. 88.
- Jorge Abelardo Ramos: Historia de la nación latinoamericana, Peña Lillo-Edic. Continente, Buenos Aires 2012, pp. 146 – 148.
- C.L.R. James: Los jacobinos negros, Casa de las Américas, La Habana 2010, pp. 45 – 61.
- Nelson Martínez Díaz: La Independencia Hispanoamericana, Historia 16, Madrid 1999, p. 61.
- J.A. Mella: «Cuba, un pueblo que jamás ha sido libre», El antiimperialismo en la historia de Cuba, Ciencias Sociales, La Habana 1985, p. 131.
- C.L.R. James: Los jacobinos negros, Casa de las Américas, La Habana 2010, pp. 58 – 59.
- C.L.R. James: Idem., p. 145.
- K. Marx: «La rebelión india», Sobre el colonialismo, PyP, Argentina 1973, nº 37, p. 151.
- Pau Farmer: Haití. Para qué, Argitaletxe Hiru, Hondarribia 1994, pp. 69 – 81.
- Sergio Guerra Vilaboy: Breve historia de América Latina, Ciencias Sociales, La Habana 2006, p. 91.
- Beverly J. Silver y Eric Slater: «Los orígenes sociales de las hegemonías mundiales», Caos y orden en el sistema-mundo moderno, Akal, Madrid 1999, p. 177.
- Sergio Guerra Vilavoy: El dilema de la independencia, Ciencias Sociales, La Habana 2007, pp. 216 – 218.
- Jorge Abelardo Ramos: Historia de la nación latinoamericana, Peña Lillo-Edic. Continente, Buenos Aires 2012, p. 104.