Durante el verano de 2019 se debatió en la izquierda abertzale y en sectores del reformismo la segunda entrega de nuestra trilogía sobre perspectivas. Recomendamos enfáticamente que ahora primero se relea esa segunda entrega –(https://www.boltxe.eus/2019/02/19/ikuspegiak-i-perspectivas‑i/ y https://www.boltxe.eus/2019/09/02/aurrerantz-11-ikuspegiak-ii-perspectivas-ii/) para, después, poder contrastar lo que ahí se exponía con la evolución acaecida en los últimos nueve meses y con lo que sostenemos en esta tercera entrega. Aquí solamente vamos a reproducir su último párrafo:
Como vemos, las dificultades son ingentes. Sin embargo, si observamos la dinámica real en los últimos años apreciamos un significativo avance en todos los sentidos comparando el presente con la situación de hace ocho años, por ejemplo, cuando se dio por concluida la oleada de huelgas generales del pueblo trabajador, cuando se empezó a pedir perdón al Estado aceptando sus leyes, cuando se decapitó al movimiento popular…, con la caída en picado de la combatividad de buena parte de la militancia revolucionaria.
En la tercera y última entrega de esta serie desarrollaremos algunas propuestas sobre y para una posible confluencia tendente a una organización.
Pero los hechos mandan. El desarrollo de las contradicciones desde verano de 2019 nos ha obligado a añadir un capítulo más a esta serie que debía acabar en este tercero pero que se prolongará hasta inmediatamente después de las elecciones autonómicas en la CAV del 5 de abril de este año. ¿Por qué la prologamos? Desde luego no porque la burguesía vascongada haya adelantado sus elecciones autonómicas presionada por un sinfín de problemas cada vez más incontrolable por ella. Tampoco porque el gobierno de Nafarroa, en manos de la sucursal del PSOE apoyada por el regionalismo vasquista y el reformismo abertzale este siendo ninguneado por el gobierno español. Menos aún porque, como estaba previsto, EH Bildu se escora más y más hacia un «soberanismo constitucional» justificado con irrintzis. Ni siquiera porque Macrón ha impuesto antidemocráticamente el severo recorte de derechos sociales en Iparralde, etc. Estas tendencias estaban previstas, eran muy probables por las relaciones de fuerza y han terminado dándose.
Nos preocupan y mucho estas y todas las formas que adquieren las contradicciones que minan el presente del capitalismo vasco y por eso mismo queremos pasar del análisis de la forma –por ejemplo, la corrupción que sumerge al PNV, PSOE, PP…– a la crítica del contenido: la corrupción como una necesidad creciente en el capitalismo en general y que la burguesía residente en Euskal Herria multiplica para aumentar sus ganancias. Por ejemplo, sin la corrupción que pudre a la burguesía y sus instituciones, muy difícilmente hubieran muerto –«homicidios laborales»– los dos trabajadores en la catástrofe de Zaldibar. Pues bien, además de la corrupción, desde verano de 2019 se ha intensificado el choque entre las dos líneas que expusimos en la segunda entrega: la decisiva, el empeoramiento social, y, la secundaria, el respiro transitorio obtenido por el gobierno de Madrid con la muleta de Podemos y el apoyo directo e indirecto de otras fuerzas.
En el imperialismo occidental se libra una pugna sorda, importante aunque no decisiva, entre estrategias diferentes pero no contrarias para enfrentar el avance de Eurasia y disputarle el poder tecnocientífico, energético, financiero y demográfico, por tanto militar, primero en África, América Latina, Asia Central y en el subcontinente indio, y luego en el mundo. A la vez, dentro de este imperialismo, también chocan grandes potencias entre ellas, tanto para robarse unas a otras como para intentar quedarse con la mejor parte del botín que puedan obtener una vez derroten a Eurasia y vuelvan a dominar el mundo. En esta pugna de titanes y colosos, el Estado español es un enano pasivo sin derecho al pataleo, pero con un valor geoestratégico en lo militar, con una deuda muy importante que el capital financiero transnacional no perdona, con una economía fuerte en servicios pero débil en industria, y con una gran debilidad en su cohesión estato-nacional burguesa, pero con un peso político internacional que los grandes potencias necesitan atraer a su lado sobre todo cuando la economía mundial sigue debilitándose y con ella la europea –que entre otras cosas no sabe qué precio ha de pagar por el Brexit, el coronavirus, la creciente tensión en Oriente Medio, etc.– y por tanto la española y la vasca.
Un dato definitivamente esclarecedor resume lo visto hasta ahora; por el solo hecho de nacer, cada persona sometida al Estado español debe 23.332 euros al capital financiero, que es la parte que dicen los burgueses que le corresponde pagar de la deuda pública total de su Estado, que ella misma ha incrementado un 4,8% en 2019. El capital en su conjunto y en estatal sobre todo, saben perfectamente que las clases y naciones oprimidas no han obtenido apenas mejora alguna con ese débito que solo ha enriquecido a la clase dominante, pero a la vez van a cargar esa deuda a las y los explotados. ¿Cómo va a hacerlo? Le obligarán de mil modos, y al final le sacarán el dinero a golpes durante toda su vida y luego a sus descendientes.
En estas condiciones estructurales en las que insistimos una y otra vez, el gobierno del Estado español ha conseguido un período de tranquilidad relativa e incierta para poder cumplir sus objetivos empezando por el primero: aumentar su bolsa de votos y su mermada fuerza electoral para no tener que depender de alianzas inseguras y exigentes. Para lograrlo debe recuperar credibilidad entre los sectores populares que le votaban haciendo algunas reformas urgentes exigidas con grandes movilizaciones; debe mejorar el soborno de las medianas y pequeñas burguesías de Catalunya, Euskal Herria, Galiza… y atraerse a las nuevas fuerzas regionalistas cansadas del hipercentralismo que les arruina y despuebla; debe contentar al capital demostrándole que esas reformas no dañan sus beneficios y que, en el peor de los casos, son una imprescindible inversión de futuro para «hacer una España mejor» y más capitalista; debe negociar las condiciones de Bruselas y mantener tranquilo a Trump dejándole hacer lo que quiera en sus bases militares…
Pese a su debilidad en escaños, el gobierno dispone de bazas importantes: su amplio poder territorial en el Estado, el apoyo incondicional del PNV, Compromís, BNG…, las ganas irrefrenables de ERC y menos publicitadas pero reales de JxCat para negociar un mejor reparto de la tarta catalana, el miedo al neofascismo y al trifachito de sectores sociales, las tensiones dentro del PP que pueden estallar tal vez después de la ronda de elecciones autonómicas en Galiza, Vascongadas y Catalunya de abril a otoño, el giro de la extrema derecha al centro-derecha de la Iglesia española al nombrar al cardenal de Barcelona jefe de la Conferencia Episcopal, etc. Pero sobre todo dispone de dos fuerzas decisivas: CCOO y UGT, y Podemos, que, como estaba anunciado, asume sin complejos que es una «empresa de la política institucional», burocrática y con buenos sueldos para garantizar la fidelidad de sus empleados en el «trabajo parlamentario».
El gobierno PSOE-UP tiene plazo hasta finales de 2020, cuando termine el ciclo de elecciones autonómicas; cuando se vea con más claridad cómo marcha el capitalismo estatal y cómo triunfa o fracasa el esfuerzo del PP por tragarse a Cs y frenar el ascenso de VOX, o al menos disciplinando desde y para sus intereses un poco más a la extrema derecha, una vez que su aliado clave, la Iglesia, ha girado al centro-derecha; cuando se vea también cómo marcha el capitalismo mundial bajo el impacto del estancamiento, del coronavirus, del Brexit, de las elecciones en Estados Unidos, de las guerras comerciales y tecnológicas, de las guerras regionales, de los precios del crudo según deriven los multi-conflictos entre Occidente y Eurasia y dentro mismo de Occidente, etc.
Si esta evolución es positiva para el PSOE, aumentando su poder y debilitando a Podemos-UP y al trifachito, no es descartable que amenace con adelantar las elecciones generales en algún momento a partir de finales de 2021 o comienzos de 2022 para, de ser posible, echar del gobierno a Podemos-UP, empezando a gobernar en solitario para rentabilizar mejor los votos en las siguientes elecciones generales; y si no da para tanto, apretar las clavijas al incómodo «aliado» y al resto de partidos forzándoles a ceder en reformas importantes para la facción burguesa estatal y europea que apoya al PSOE y que lo utiliza como instrumento para frenar a la facción abiertamente pro yanqui, en las pugnas arriba descritas. Hablamos de futuribles, pero futuribles que beneficiarían al PSOE y a la socialdemocracia europea con su correspondiente proyecto capitalista internacional.
Es desde esta nueva realidad ya establecida como podemos entender mejor cuatro cosas sin las cuales nos resulta imposible seguir nuestro análisis ahora, en este, y sobre todo en el cuarto y último, a realizar después de las elecciones autonómicas en Vascongadas.
Una y fundamental, decisiva: la huelga general del pasado 31 de enero puede significar que, por fin, la lucha de clases en Euskal Herria haya iniciado una nueva fase en respuesta a los cambios acaecidos en el capitalismo desde hace años. Puede hacerlo porque su impacto sociopolítico ha sido cualitativo al ir a la raíz de la explotación nacional de clase y por tanto a las raíces de los intereses y conciencias de la burguesía y del proletariado. La huelga ha movilizado a los colectivos golpeados por todas y cada una de las opresiones, y lo ha hecho sobre todo desde una crítica de base e inconciliable con el capital. Por tanto, su potencial de futuro es enorme.
Pero también decimos que «puede significar» el inicio de una nueva fase en la lucha de liberación nacional de clase porque no es totalmente seguro que sea así. Veamos. A pesar de que es innegable que aumentan las formas concretas de lucha de clases, todavía están aisladas unas de otras, carentes de una unidad estratégica y lo que es peor, sin una vertebración política interna garantizada por una organización revolucionaria proletaria nacida del pueblo trabajador. Estas y otras deficiencias facilitan sobremanera la dominación burguesa en el seno de la clase mediante, al menos, cinco vías:
Primera: El anclaje de la sumisión fetichista a la «democracia» vigente sobre todo en su forma estatutaria en Vascongadas, foral en Nafarroa y republicana en Iparralde, anclaje al que hay que unir la presencia del nacionalismo español y francés en sectores más o menos amplios de la clase trabajadora. Segunda: La debilidad del proyecto político de ELA y la supeditación de LAB a la política del reformismo abertzale, de modo que sus bases combativas carecen de una estrategia revolucionaria para vencer día a día al reformismo en cualquiera de sus formas. Tres: La debilidad del movimiento popular en conjunto, que frena la fusión entre ambos componentes básicos de la unidad de la lucha de clases en sí misma, sobre todo en el capitalismo actual. Cuatro: el nefasto efecto del interclasismo, del democraticismo y de la demagogia ciudadanista de EH Bildu que refuerza la sumisión fetichista de amplios sectores del pueblo trabajador en las instituciones del capital y de los Estados opresores. Y cinco, el propio documento de las fuerzas convocantes, su Tabla de reivindicaciones, tiene agujeros ideológicos por los que pueden descolgarse sectores que opten por acuerdos con la burguesía, o por los que entren fuerzas sociopolíticas que desde dentro desvíen, escindan y paralicen la dinámica prometedora iniciada.
Dos, a todo esto hay que unir la propaganda de las alianzas del PNV con el PSOE en Hegoalde, propaganda basada en promesas de desarrollo del Estatuto y de la Foralidad siempre que el pueblo trabajador acepte que se puede «democratizar» la constitución monárquica desde las instituciones del capital. Semejante machaconeo va acompañado de promesas de mejoras sociales que nunca llegan sino que retroceden, pero que mantienen en la paciente espera pasiva a sectores trabajadores porque la izquierda revolucionaria abertzale todavía tiene dificultades para entablar una lucha teórica y ética sobre la necesidad del independentismo socialista. La legitimación de las fuerzas represivas del Estado en Hegoalde, sobre todo de la Ertzaintza y de la Policía Foral, es parte de esta alienación sistemática. La apología del euroimperialismo y de Occidente tiene como objetivo reforzar en la clase obrera su rechazo al internacionalismo, a la crítica del imperialismo y una estrategia revolucionaria contra la Unión Europea en la que el internacionalismo proletario sea la base de la independencia confederada en una Europa Socialista.
Tres, frente a todo esto, el reciente paso de EH Bildu para integrar en su seno a cuatro conocidos representantes del españolismo más reformista y burocrático no hace sino multiplicar las presiones desmovilizadoras que atan a sectores del pueblo trabajador a la pasividad institucional. Ya se ha iniciado un debate en la prensa estatal sobre cómo hacer de EH Bildu una especie de «Casa Común de la Izquierda» pero limitada a Hegoalde. La «Casa Común» ha sido y es el anzuelo para que sectores del reformismo menos blando asuman de coz y hoz la dirección del reformismo más blando. Cuando Euskadiko Ezkerra aceleró su putrefacción se aliaba con el eurocomunismo, abriendo así la puerta para entrar luego en la «Casa Común» del PSOE en 1993, mientras otros sectores entraban en la del PNV. Poco antes, en 1990, importantes sectores del PCE dirigido todavía por Santiago Carrillo, desbordaban por la derecha a su maestro en la claudicación entrando en masa en la «Casa Común» del PSOE, un año antes de que lo hiciera el mismo S. Carrillo; poco a poco entrarían también en ella otros conocidos ex militantes de ETA.
Lo fundamental de esta maniobra de EH Bildu no radica en absoluto en su nombre sino en su filosofía y en su viabilidad. La primera ha estado latente en sectores del abertzalismo desde siempre, tomando una forma de democraticismo interclasista y abstracto en la carta Demokracia Bai de diciembre de 2018 firmada por conocidas personas de la casta política, incluidas al menos dos de las cuatro que han firmado la propuesta-debate con EH Bildu. Y su viabilidad depende del ritmo y firmeza en la integración del reformismo abertzale en la «democracia constitucional» española, y ganas no le faltan.
Por último, cuatro, lo aquí visto puede presionar de mil modos a la mayoría de las fuerzas sindicales, populares, culturales, políticas… que han impulsado la huelga general del pasado día 30 de enero para que no abra una «primavera roja» quedándose en un pobre año gris. Los resultados de las elecciones autonómicas del 5 de abril pueden influir en un sentido negativo, paralizante, si no formándose una fuerza revolucionaria que retome la senda mantenida hasta 2010, sin mayores precisiones ahora. Pero de esto y de las perspectivas del futuro debatiremos en la última entrega de esta serie en abril de 2020.
Ahora queremos insistir en que lo que aquí está en juego es, ni más ni menos, el desarrollo de la independencia política de clase des pueblo trabajador orientada hacia el socialismo, o la continuidad de la dependencia política interclasista orientada hacia pactos estables con la mediana burguesía, en el contexto capitalista mundial y vasco ya establecido y al que siempre hacemos referencia. Las declaraciones que se hicieron antes y durante la huelga general iban orientadas hacia el retorno de la estrategia sociopolítica ofensiva de la clase trabajadora o sea de alrededor del 80% de la población, advirtiendo, mejor decir amenazando, a la burguesía que si no devuelve los derechos sociales y democrático arrancados al pueblo con diversas violencias, se entrará en una «primavera roja».
Por sí misma y si no es frenada por el reformismo político-sindical y/o por las represiones, la dinámica de la lucha de clases tiende hacia objetivos más democrático-radicales e impulsores de ulteriores avances al socialismo. Si esta tendencia objetiva no es saboteada de mil modos, sino que es impulsada políticamente, es muy probable que se reinicie un fortalecimiento de la independencia política del pueblo obrero frente a las contradicciones actuales. El desarrollo de la independencia política ha sido hasta hace dos lustros una constante en la izquierda abertzale, teorizada en lo esencial aunque expresada con diversas formulaciones. La independencia política es una de las bases cotidianas sobre las que se levanta la independencia nacional de clase. Recuperarla es imprescindible como también lo es practicarla bajo las presiones del capitalismo actual. Veremos si la vía recuperada globalmente con la huelga general coge fuerza o se estanca, o peor queda sólo en un espejismo desmoralizador ante un nuevo retroceso hacia algo parecido a una «Casa Común» con txapela.
Aurrerantz
Euskal Herria, 13 de marzo de 2020