Desde el inicio de la pandemia son recurrentes las denuncias del «amateurismo» del gobierno y del presidente de la República. Señalan la incapacidad de prever, el retraso a la hora de tomar decisiones o incluso la sucesión de decisiones y declaraciones oficiales contradictorias. Aunque tienen el mérito de señalar claramente la responsabilidad del Estado y de los intereses que representa, estas denuncias tienden a atribuir a «fallos», «defectos», «incapacidades», «insuficiencias», etc., de los gobernantes, de los hechos que son el resultado o la consecuencia lógica del funcionamiento de un sistema y de sus criterios de prioridad.
Una elección tardía y parcial
En ausencia de una vacuna solo existen dos caminos lógicos para frenar y detener una pandemia: frenar la propagación del virus por medio de la detección y/o del confinamiento o, por el contrario, permitir circular para llegar al llamado umbral de «inmunidad colectiva». El enfoque teórico que se centra en el concepto de «inmunidad colectiva» apareció en 1923 en los debates sobre la eficacia o no de las campañas de vacunación1. El objetivo de esas investigaciones era determinar la tasa de cobertura de vacunación para asegurar una protección óptima de la población destinataria. Así, por simplificar, la lógica consiste en difundir un «virus»2 atenuado para provocar una inmunidad adaptativa. Como no soy médico, no vamos a entrar en el viejo debate sobre la eficacia o peligrosidad de las vacunas que son obligatorias actualmente. En cambio, sin ser especialista es posible y necesario examinar la transferencia de este enfoque teórico desde el campo de las vacunas al de la pandemia. Igualmente es indispensable examinar el atractivo que este enfoque tiene para el pensamiento neoliberal (es decir, la doctrina económica de un mercado sin trabas que impulsa la fase actual de globalización capitalista) de forma explícita, como en los Países Bajos, o implícita, como Francia.
Destaquemos en primer lugar las conclusiones opuestas en términos de política pública del enfoque «inmunidad colectiva» según concierna a las vacunas o la pandemia. En el primer caso lleva a una política activa del Estado en forma de campañas de vacunación o de la instauración de vacunas obligatorias. Existe además la posibilidad de que este carácter activo de las políticas públicas se ponga al servicio de los beneficios de la industria farmacéutica bajo la forma de la imposición de «vacunas inútiles» y/o «peligrosas» que suscita unos debates legítimos. En el caso de la pandemia, en cambio, el enfoque de «inmunidad colectiva» lleva a la inacción pública, es decir, a una lógica de laissez faire. Por supuesto, esta lógica tiene un coste humano que no niegan los partidarios de dicho enfoque. El economista de la salud Claude Le Pen evalúa este coste de la siguiente manera:
Si se contamina el 60% de la población, entonces: 1) La epidemia desaparece; 2) La población está inmunizada contra un rebote epidémico, una recaída o una nueva infección por un patógeno de la misma naturaleza. Es el argumento «salud pública»: la «herd immunity» ofrece una inmunización eficaz, eficiente y definitiva. Excepto que el 60% de una población de 60 millones de habitantes supone 36 millones de personas y aunque la tasa de letalidad de las personas infectadas sea débil, pongamos que del orden de 1 a 1,5%, ¡supone entre 360.000 y 540.000 personas muertas! A decir verdad, sin duda sería menor porque estas tasas de letalidad se refieren a los casos probados cuando muchos sujetos son portadores asintomáticos. Haría falta una serología generalizada para conocer la «verdadera» tasa. Pero incluso dividida por 10, la cifra de entre 36.000 y 54.000 personas muertas es considerable3.
La cuestión planteada por la «inmunidad colectiva» no concierne solo al ámbito médico, sino que cuestiona los criterios de las decisiones políticas y la elección de las prioridades. Y es que este enfoque basado en la previsión de sacrificar a una parte de la población tiene unas ventajas evidentes en materia económica: no frenar la actividad económica ni sus beneficios. El laissez faire como reacción a la pandemia está al servicio del laissez faire en materia económica. Los costes no son de la misma naturaleza según estemos en una estrategia de confinamiento y de detección o en una estrategia de inmunidad colectiva: en el primer caso son económicos y en el segundo humanos. Esta es la razón esencial del atractivo inicial de la inmunidad colectiva para los gobiernos neoliberales. Ha sido necesario esperar a que se aceleraran los primeros contagios por una parte y, por otra, a que hubiera los primeros casos de personas que volvían a contaminarse (lo que ponía en tela de juicio la eficacia real de la inmunidad adaptativa para esta pandemia) para que haya un «cambio de doctrina», por retomar la expresión consagrada, y se establezca el confinamiento. Además, esta elección tardía es una elección parcial, como atestigua el mantenimiento de la actividad en muchos sectores económicos no vitales. Por último, es una elección que se cuestiona continuamente, como atestigua la decisión de empezar la salida del confinamiento con la reapertura de las escuelas con el fin de «liberar» a los padres para que puedan volver a sus puestos de trabajo.
Una elección ideológica
Así, el atractivo que tiene la inmunidad colectiva para los neoliberales tiene una base económica: obstaculizar lo menos posible la actividad económica. También tiene una indudable dimensión ideológica. Para darse cuenta de ello basta con recordar algunos ejes del discurso y de la lógica neoliberal: la idea de una jerarquización legítima de la sociedad en «perdedores» y «ganadores», la noción de «jefe de cordada» como aquella persona que tiene un valor superior a las demás, el principio del sacrificio de las personas más vulnerables, el axioma de una competencia sin obstáculos en todos los dominios y la creencia de que esta provoca dinamismo o excelencia, etc. Con el neoliberalismo nos encontramos ante el reflejo de la teoría filosófica de Herbert Spencer de la necesaria y deseable «selección natural» para la especie humana. El médico Dirk Van Duppen y el bioquímico Johan Hoebeke escriben lo siguiente al resumir las relaciones entre el «spencerismo» y el neoliberalismo:
Según Spencer, lo que rige la naturaleza humana es la «lucha por la supervivencia» por medio de la «ley del más fuerte». Spencer clasifica a la humanidad en pueblos y razas superiores e inferiores, lo que justifica por medio de una pseudociencia el racismo y la división de la sociedad entre una elite y las demás personas. Según esta ideología, la competición es el principal motor del progreso. La herencia determina quienes siguen siendo pobres, parados o no tienen éxito, y cualquier ayuda a su favor es inútil. […] El neoliberalismo ha logrado volver a poner de moda muchas de estas ideas4.
El atractivo que tiene el enfoque de la «inmunidad colectiva» para el gobierno Macron no es sorprendente ni nuevo. No es sorprendente porque se hace eco de su visión neoliberal global ni es nuevo porque se defiende regularmente, a menudo de manera implícita y a veces de manera explícita. Esto es lo que hace varios meses decía, por el ejemplo, el director general del CNRS [siglas en francés de Centro Nacional para la Investigación Científica] para justificar la ley de programación plurianual de investigación: «Hace falta una ley ambiciosa, no igualitaria (sí, no igualitaria), una ley virtuosa y darwiniana, que aliente a los científicos, equipos, laboratorios y establecimientos más eficientes a escala internacional, una ley que movilice las energías»5.
La preocupación principal de no obstaculizar la actividad económica y sus benéficos llevan inevitablemente a la clase dominante a sacrificar a una parte de la población. Estamos claramente en presencia de una necropolítica, es decir, de una política de la muerte que se desprende ella misma de la política que plantea como prioridad absoluta preservar el beneficio.
- Paul E.M. Fine: Herd Immunity: History, Theory, Practice, Epidémiologic Reviews, volumen 15, n° 2, Oxford, 1993, pp. 265 – 302.
- Utilizamos este término para simplificar porque, de hecho, existen diferentes tipos de vacunas. La generalidad del término «virus» basta aquí para nuestro razonamiento, que no pretende ser médico sino económico, sociológico y político. Si hemos hecho el esfuerzo, difícil para nosotros, de leer algunas obras médicas es para examinar la pertinencia de transferir una teorización de un campo preciso (el de las vacunas) a otro (el de la pandemia).
- Claude Le Pen: La théorie de l’immunité collective ou les ayatollahs de la santé publique”, 24 de mayo de 2020 (https://www.institutmontaigne.org/blog/la-theorie-de-limmunite-collective-ou-les-ayatollahs-de-la-sante-publique).
- Dirk Van Duppen y Johan Hoebeke: L’homme, un loup pour l’homme? Les fondements scientifiques de la solidarité, Investig’action, Bruselas, 2020, pp. 17 ‑18.
- Antoine Petit, «La recherche, une arme pour les combats du futur», Les Echos, 26 de noviembre de 2019.