1. Prólogo a la edición de 2021 de Lenin, Txabi, Argala
Lenin, Txabi, Argala: Sobre la actualidad del V Biltzar, el libro que prologamos, fue escrito hace casi una década, en 2012. Como veremos en estos años una parte de la izquierda abertzale se ha integrado en el orden material y simbólico del capital. Las declaraciones públicas de varios de sus dirigentes en la segunda mitad de octubre de este año, así como la ponencia oficial para el congreso de Sortu a celebrar a comienzos de 2022, muestran que la ruptura del soberanismo no es solo con el significado de los últimos sesenta años de lucha, sino que va más allá, rompe con el proyecto socialista revolucionario de la izquierda abertzale, con ese proyecto que una asamblea de ETA definió como comunista.
En esta década, de 2012 a 2022, han sucedido muchas cosas y para comprenderlas en su totalidad es necesario releer el libro que prologamos y responder a las preguntas de ¿por qué se han agotado las sucesivas ediciones anteriores de este texto publicado por primera vez en 2012? Esta es la primera pregunta que debemos responder. La segunda ¿por qué hay demanda suficiente como para editarlo ahora? Y la tercera ¿cuándo perderá vigencia este libro?
Hemos de empezar contextualizando el momento de su primera edición. Para 2012 ya se había consumado lo esencial de la ruptura en la izquierda abertzale entre el sector que entraba de lleno y sin condiciones en la vía institucional y los grupitos que la rechazaban, y entre ambos extremos flotaba un amplio grupo militante desorientado y perplejo por los métodos y la rapidez con la que la burocracia había liquidado decenios de lucha de liberación nacional de clase. En 2007 había estallado una crisis que cogió por sorpresa no solo a la burguesía sino también a buena parte de la izquierda, que se limitó a repetir el mantra que la simplificaba como mera «crisis financiera» aunque era patente que ese simplismo solo beneficiaba al capital y destrozaba al proletariado, y por ello reforzaba a los Estados imperialistas, como el español y el francés, ya que impedía descubrir sus debilidades históricas y actuar en consecuencias.
Contraviniendo el elemental principio de realidad, la mayoría de la dirección de la izquierda abertzale de aquel período vivía al margen de las contradicciones objetivas, desoyendo las crecientes advertencias sobre la extrema gravedad de la crisis mundial: de hecho, años más tarde no tendrían más remedio que admitir que no las tuvieron en cuenta. Sin embargo, pronto y mediante ofertas selectivas, depuraciones encubiertas e imposiciones burocráticas, la dirección fue totalmente copada por el reformismo, silenciándose las críticas a sus métodos o, lo que es peor, denunciando y desprestigiando a la «disidencia».
Un papel destacado en esta censura lo jugó el órgano oficial Naiz-Gara, que al poco de surgir en 1999 rompió la línea sociopolítica y cultural estratégica del diario Egin, cerrado junto a otros medios críticos por el juez Baltasar Garzón, y se lanzó por el sendero de lo que desde 2004 se denominaría «normalización social» mediante «sacar el conflicto de la calle y llevarlo a las instituciones». No podemos extendernos en explicar el marco ideológico entonces dominante en la sociedad, una mezcla de triunfalismo neoliberal, delirios postmodernistas, chulería ideológica de la casta académica e intelectual, dominio del imperialismo físico y psíquico, desprecio del pensamiento crítico y del marxismo, impunidad mediática y propagandística de los «derechos humanos» burgueses y de su «paz», etcétera.
Este «sentido común», en la verdadera acepción de su contenido, también pudría desde dentro la conciencia abertzale en la medida en que es una realidad ideológica objetiva, estructural en cuanto sistema de dominación subjetiva con componentes más o menos desarrollados de irracionalidad según los casos; por tanto y como «cadena mental», solo es superable con la praxis revolucionaria en la que es decisivo el desarrollo de la teoría crítica. Si la praxis no se multiplica o peor, se estanca y retrocede, entonces avanza el «sentido común» y su pareja, el pragmatismo. Aunque nos adelantemos un poco en nuestra presentación, el pragmatismo y el «sentido común» han sido elevados al rango de concepción filosófica, epistemológica y política del reformismo abertzale, como se confirma de manera definitiva en la ponencia oficial para el congreso de Sortu de 2022.
Recuperando nuestro hilo, en aquel contexto ideológico estalló la crisis de 2007 sin que la dirección abertzale le prestara apenas atención. O sea, la llamada «nueva estrategia» era desde su origen un revival de las divagaciones pequeño burguesas que huyen de las contradicciones del capital y se vuelcan en idealizaciones sobre las «oportunidades políticas» que se abrirían negociando con el imperialismo. Mientras el pueblo trabajador veía cómo empeoraba su vida, esta dirección abertzale intentaba convencer a la militancia de que podía negociarse con la fiera imperialista. Naturalmente, no empleaba el término «imperialismo», abandonado como el resto de conceptos marxistas imprescindibles para saber qué ocurre, sino que ocultaba la vaciedad de sus tesis con tópicos sobre la «democracia», «ciudadanía», «gobernanza», etc., creando una densa niebla ideológica que le facilitase más adelante caer en vaguedades abstrusas e interclasistas como «demos» y otras. Como siempre, el deslizamiento reformista iba precedido por la depuración de los conceptos marxistas ya que es la única forma de que, más adelante, la base militante acepte sin apenas resistencias la «nueva estrategia». La historia política es aplastante en este sentido: el empobrecimiento teórico de la militancia, su ignorancia, es un requisito previo para el posterior giro reformista.
Aquí, en este abismo que se abría entre una realidad cada vez más insoportable y un ilusionismo especulativo e irreal propagado por una parte de la dirección, es en donde encontramos una de las razones fundamentales para saber por qué se agotaron las ediciones de este libro. En efecto, para finales de 2008 la realidad era insoportable, situación que explica la fuerza que tuvieron las oleadas de huelgas locales, parciales y generales contra la ofensiva capitalista entre 2009 y 2011, que marcan uno de los períodos de lucha nacional de clase más potente en Euskal Herria y en Europa. También explica que los debates sobre la organización, la interrelación de las formas de lucha, ¡el movimiento popular y Herria Abian!, entre otros, que se mantuvieron en aquellos tiempos pusieran nerviosas a la dirección de la izquierda abertzale que había decidido supeditar totalmente el movimiento popular y la iniciativa autoorganizada a la verticalidad parlamentaria e institucional y a la aceptación de las leyes españolas.
Un ejemplo tan demoledor como otros muchos de esos años, de lo que la supuesta «nueva estrategia» implicaba con respecto a la decisiva autoorganización del movimiento popular en todas sus expresiones, fue la condena de la dirección abertzale a la tenaz resistencia «violenta» ofrecida por el gaztetxe Kukutza en septiembre de ese mismo 2011. Recordemos que Azkuna, entonces alcalde peneuvista de Bilbo, había justificado la brutalidad represiva en base al derecho burgués a su propiedad privada burguesa, derecho antagónico al derecho socialista a la propiedad del pueblo. Fue Marx quien dijo que cuando chocan dos derechos iguales y contrarios, decide la fuerza. Y en Kukutza la fuerza de la violencia injusta, ofensiva, era muy superior a la fuerza de la violencia justa, defensiva.
Pero argumentar el derecho socialista a la violencia defensiva, justa, del movimiento popular era antagónico con la aceptación incondicional de los «métodos exclusivamente políticos y democráticos» que había hecho la dirección abertzale no solo para «negociar» su legalización con el imperialismo, sino también por su propia descomposición ideológica. Hagamos un poco de historia: no era la primera vez en que una cosa así sucedía. Mucho antes de que el mando unificado de la contrainsurgencia imperialista crease su doctrina central aplicada en otras «negociaciones», parte de la cual son los llamados «Principios Mitchel» –recomendamos su lectura en internet– aceptados en 2009 por la dirección abertzale del momento, ya existía una lección al respecto: el Estado exigió a la socialdemocracia alemana a finales del siglo XIX que si quería volver a la legalidad debía rechazar la revolución, debía renegar del derecho a la rebelión. Hubo sectores dispuestos a aceptar argumentando que aumentarían mucho su base electoral y fuerza parlamentaria, pero la mayoría se negó a pasar por esas horcas caudinas. La socialdemocracia alemana fue legalizada de nuevo en 1890 pero sin claudicar, aunque el sector reformista siguió creciendo en silencio hasta que empezó a mostrar su fuerza desde 1905.
Salvando todas las distancias, en Euskal Herria EIA-EE y p‑m se crearon en 1977 pero no fue hasta 1991 cuando triunfó definitivamente el reformismo socialdemócrata. Estos y otros procesos de integración en el sistema fueron estudiados por comunistas abertzales dejando una memoria crítica que, con todas sus deficiencias y junto a otros componentes, ayudaron a explicar el malestar de las bases militantes con la dirección abertzale. El distanciamiento venía produciéndose desde hacía varios años en respuesta a las posturas prácticas de la dirección y a sus muy frecuentes declaraciones públicas, así como a las obscuridades y silencios que acompañaban las «negociaciones» con el imperialismo: la presencia de notorios especialistas internacionales en contrainsurgencia y sus exigencias claudicantes no auguraban nada bueno.
Tal malestar se incrementó desde el 12 de octubre de 2012 cuando cargó la Ertzaintza contra quienes protestaban por otra provocación fascista, deteniendo a once personas. La dirección abertzale no podía enemistarse del todo con estas bases porque a los pocos días se iban a celebrar elecciones vascongadas cuyos previsibles resultados debían legitimar la «nueva estrategia», y las leyes del mercado de votos le obligaban a presentar una oferta electoralista suficientemente difusa y vaga como para atraer votos de muchas partes. Pero menos de cuatro años después hizo lo imposible para que la justa condena social a la provocación del poder consistente en celebrar un evento del criminal FMI en Bilbo, con la presencia del rey español, en marzo de 2014, se hiciera dentro de los «cauces democráticos».
Fue en la coyuntura particular y el contexto general que estamos describiendo, cuando se sacó la primera tirada del libro que prologamos, desarrollando unos debates sobre la valía de Lenin y la actualidad de Txabi Etxebarrieta y Argala. No hace falta ser un lince para comprender que se intentaba ofrecer una perspectiva extensa y profunda de los elementos vitales de la teoría marxista que la larga experiencia vasca había actualizado para entonces, sobre todo cuando se libraba un debate sobre teoría y práctica de la organización revolucionaria que afectaba al futuro mismo del independentismo socialista. Desde esta perspectiva, cobra pleno sentido que deliberadamente nos hayamos limitado a estos ejemplos tan ilustrativos porque materializan una de las razones más poderosas que explican que, muy poco tiempo después, fuera tan bien recibida entre comunistas abertzales el texto que ahora reedita Boltxe.
La militancia buscaba, además de una explicación del giro reformista interno, también de los cambios contextuales, todo lo cual le llevaba a preguntarse muchas cosas y de entre ellas, una exigía una respuesta inmediata: ¿acaso había que echar al abismo la experiencia teórica acumulada? ¿No podía rescatarse nada del naufragio? ¿Tanto había cambiado la sociedad en general y la vasca en particular como para olvidar lo anterior? Estas preguntas eran y son tan importantes que el soberanismo ha tenido que iniciar una revisión de la historia descafeinada de la lucha de clases en todas sus expresiones –Euskal Matxinada– que no desautorice su interclasismo. Lo malo era que estas preguntas no tenían respuesta dentro de la estructura abertzale porque, de un lado, con la excusa de la represión e ilegalizaciones, se había abandonado la formación marxista, algo que estaba deseando una parte de la dirección cada vez más ensimismada por el influjo de las modas ideológicas; y, de otro lado, los textos a debate que se entregaban a la militancia de base eran de una pobreza intelectual pasmosa. De modo que, progresivamente, la autoorganización también surgió en lo teórico creándose grupos de debate fuera del control de la burocracia ensanchando el camino hacia la formación de incipientes organizaciones.
La progresiva independización teórico-política se realizaba sobre todo en militancia joven que veía cómo el giro reformista les abandonaba a su suerte cuando el capitalismo endurecía todas las explotaciones y en la militancia adulta cuya experiencia teórica y política le vacunaba contra las nuevas modas que subyugaban a la dirección. Semejante avance práctico resolvía dudas e indecisiones anteriores, pero, a la fuerza, añadía una pregunta crucial: ¿qué organización se necesita para impulsar la incipiente recuperación teórica y política aún no visible en lo público? ¿Qué seguía teniendo de válido el sistema organizativo que se había ido creando en medio siglo y que ahora era abandonado por la dirección? Veamos un ejemplo.
El debate sobre si debía mantenerse la «cuarta pata» –movimiento popular – , o si debía ser sacrificada en aras de un trípode –instituciones, juventud y sindicalismo– supuestamente más adecuado al parlamentarismo de la «nueva estrategia», este debate fue cortado de raíz como otros, pese a que la autoorganización del movimiento popular había sido, seguía, sigue y seguirá siendo uno de los secretos de la vitalidad de la izquierda abertzale. Sin la horizontalidad en los debates, sin la creatividad militante basada en la lucha cotidiana «a pie de obra», sin la flexibilidad de la forma-movimiento capaz de conectar hacia una misma estrategia las resistencias y conflictos diferentes en su apariencia externa pero insertos en la totalidad de la opresión nacional de clase, etc., sin estas prácticas profundamente asentadas en la memoria colectiva del pueblo trabajador y del proletariados, nunca hubiera llegado a existir la izquierda abertzale tal cual existía a comienzos del siglo XXI.
Sin ellas, la izquierda abertzale hubiera durado mucho menos de lo que está durando y, desde luego, no hubiese empezado a recuperarse en las nuevas condiciones, dejando atrás poco a poco al «soberanismo transformador» que apoya al gobierno de España. Pero el movimiento popular es peligroso para el institucionalismo electoralista porque es incompatible con el verticalismo de la burocracia, porque prefigura algunas prácticas de la democracia socialista de la Euskal Herria independiente, lo que le hace inconciliable con toda claudicación reformista e interclasista ante la burguesía, y por esto fue liquidado como uno de los pilares claves de la izquierda abertzale: la «nueva estrategia» no tolera el poder crítico del movimiento popular.
Las preguntas sobre las que reflexionaban los grupos que se autoorganizaban cada vez más al margen de la dirección abertzale se iban centrando por pura lógica en dilucidar si existía algo parecido a un sistema teórico abertzale elaborado durante medio siglo y en qué medida era el arma teórica necesaria en aquellas circunstancias. Ya se había debatido algo sobre el marxismo vasco, y era llegado el momento de comprobar si podía darse tal adaptación de la valía universal del marxismo a la singularidad vasca. Nosotras y nosotros pensamos que enriquecer el marxismo en su confirmada valía universal mediante la aportación de la singularidad vasca es la única garantía de avanzar en la independencia socialista de Euskal Herria como antesala al comunismo. En la respuesta a la tercera y última de las tres preguntas que planteábamos al comienzo, nos explayaremos al respecto.
Se sigue buscando este texto porque, en síntesis, ofrece el único método capaz de explicar también la evolución de la izquierda abertzale oficial posterior a 2012, al compararla con la doctrina y sistema teórico elaborado en el V Biltzar. En el documento de Rekabarren Taldea de diciembre de 2016 –¿Debiera ser Sortu marxista?, disponible el internet y cuya lectura recomendamos – , analizamos minuciosamente las causas y consecuencias del abandono práctico del marxismo por Sortu. Leamos el punto 10 del cuaderno de sus Bases Ideológicas: «Sortu recoge las experiencias teórico-prácticas de la izquierda y de los movimientos de liberación nacional de todo el mundo y cuenta con el marxismo como uno de los principales métodos de análisis de la realidad social, eso sí, adecuándolo a las condiciones de Euskal Herria, porque lo que Sortu persigue es la construcción del socialismo, no la fidelidad al dogma». Insistimos en la conveniencia de la lectura de nuestro documento
Aun así, y en aras de la rapidez, decimos que Sortu ha abandonado en la práctica el marxismo porque lo ha pulverizado hasta dejarlo en «uno de los principales métodos de análisis de la realidad», sin decirnos en ninguna parte de la ponencia cuales son los demás «métodos de análisis» utilizables simultáneamente con el «marxista», pero advirtiéndonos contra la «fidelidad dogmática», dándonos a entender que los otros «métodos» cuyos nombres oculta, no son dogmáticos. Desde que Naiz-Gara entró a saco en la tarea de marginar y ridiculizar a la «disidencia» no habíamos visto una manipulación tan torpe de la historia de las ideas sociopolíticas, por utilizar la terminología tan querida por la casta intelectual, como la que intentaba hacer el documento de Sortu al que nos referimos. Veremos que la ponencia oficial para el congreso de 2022 termina de cerrar la soga alrededor del cuello de la teoría revolucionaria.
Entre 2012 y 2016 el mundo y Euskal Herria vivimos una heladora agudización de todas las contradicciones del capitalismo, de todas cuya interacción sinérgica había gestado la crisis de 2007. Ninguna institución burguesa privada o pública, se olió lo que se avecinaba en el otoño de 2007; muy pocos ideólogos del capital intuyeron borrosamente que no podía seguir inflándose eternamente el globo financiero, pero fueron poquísimos de entre los millares de ellos, bien pagados y con grandes equipos a su disposición. El «intelectual orgánico» del capital –FMI-BM-OMC, gran banca y transnacionales, Estados imperialistas y universidades – , fue desbordado por la hecatombe, como lo había sido en 1872, en 1929, en 1968 – 1973, etc. No sin esfuerzo, nos privamos del placer de la dulce venganza al no citar a los marxistas que sí advirtieron de lo que llegaba.
Cuando Washington gastó impresionantes masas de capital públicos, cerró empresas y militarizó aún más la economía para salir parcial y transitoriamente del profundo agujero; cuando la Unión Europea lanzó un devastador ataque contra los derechos sociolaborales y la calidad de vida del proletariado europeo; cuando para 2009 el imperialismo ya había preparado los planes de agresión mundial generalizada contra los pueblos para recomponer la tasa media de ganancia de Occidente y cuando, por no extendernos, estos planes golpearon desde 2011 con brutalidad inaudita sobre todo al norte de África y Medio Oriente en una serie de guerras regionales que persisten aún en la primavera de 2021; cuando y mientras se sucedían estos y otros muchos crímenes, la progre intelectualidad occidental cerraba los ojos, entre los que había valores de ese magma informe, esa sopa ecléctica en la que flotaban Unidas-Podemos, EH Bildu y otras fuerzas. Debiéramos recordar lo que parte de esta progresía comentaba sobre Ucrania en 2013 – 2015, sobre Irak, Libia, Siria…, sin extendernos a Nuestramérica, África, Asia y a la misma Europa.
Solo el marxismo emergió de nuevo, otra vez más, como la única praxis capaz de enfrentarse a semejante inhumanidad, no solo «analizarla». Los misteriosos «análisis de la realidad», cuyos nombres Sortu ocultó, fracasaron o justificaron la barbarie de algún modo. Tal vez fueron estos quienes aconsejaron a EH Bildu que felicitase afectuosamente a los presidentes yanquis Obama y Trump, con claras diferencias en sus formas, pero con una identidad sustantiva: aplastar a la humanidad resistente. De 2008 a 2020 la potencia más criminal de la historia humana, Estados Unidos, contó con el honor de que sus dos presidentes fueran felicitados por la izquierda abertzale oficial. Semejante muestra pública de «diplomacia» era imposible, inconcebible e inaceptable en los años del V Biltzar. Lo mínimo que debiera hacer EH Bildu y por tanto Sortu es pedir perdón a los centenares de miles de personas muertas, heridas, desplazadas y damnificadas en el imperialismo.
Pues bien, las medidas tomadas por el imperialismo desde 2007 – 2008 que hemos visto y sufrido, no son sino la materialización en el presente de las que, según el marxismo, la burguesía no tiene más remedio que aplicar para salir de las crisis: multiplicación de la miseria, de las explotaciones y guerras, de la destrucción de la naturaleza, y agudización de la competencia intercapitalista. No existen otras medidas por muchos nombres pomposos que se les pongan ya que, en último análisis, la ganancia capitalista solo sale de la explotación obrera. No existen los milagros: el dinero no crea dinero. Al V Biltzar no le extrañaría nada de esto. Para 2016, estaba debilitándose la corta recuperación capitalista conseguida con tanta sangre y la lucha de clase seguía creciendo en muchas partes del mundo. Las alarmas aumentaron en estridencia hasta llegar a otoño de 2019 y la catástrofe sociosanitaria de la Covid-19 asestó el golpe definitivo. ¿Qué otra concepción materialista de la historia pudo explicar globalmente lo que estaba sucediendo?
Además de la historia de la lucha de clases, también y sobre todo 2020 ha reafirmado una duda crítica sobre el punto 17 de las Bases Ideológicas, que en abstracto dice así: «Sortu considera un principio irrenunciable el derecho a la rebelión contra toda forma de opresión, dominación y autoritarismo». Pero en concreto, como se está viendo de forma lacerante desde inicios de 2020: ¿solo un derecho abstracto y genérico, tan impreciso que hasta puede ser una «rebelión pacífica por cauces democráticos», o también una necesidad práctica que por serlo chocará inevitablemente con la represión desbordando al pacifismo para ejercer la violencia justa? En la Unión Europea y en el Estado español, la violencia fascista está cada vez más organizada y envalentonada y la pregunta es ¿se puede vencer al fascismo solo con los derechos abstractos?
El V Biltzar lo tenía muy claro. ¿Lo tiene Sortu? (La postura actual la veremos al comentar la ponencia oficial para el congreso de 2022, ahora sigamos analizando el 2020.) Aunque es mucho suponer, concedamos por un momento que sí, que los tremendos acontecimientos desarrollados desde 2016 y en especial desde 2020 le han convencido de que el derecho a la rebelión no es abstracto ni metafísico, sino concreto, o sea un derecho/necesidad, un derecho que también es una necesidad imperiosa dado el nivel de inconciliabilidad de las contradicciones capitalistas. El derecho al aborto, a la salud, a la cultura y lengua propias, etc., es un derecho general que asciende a necesidad concreta que se conquista con la fuerza porque el capital se niega a reconocerlos en la práctica ya que solo admite su sexualidad, su salud, su cultura… Y volvamos a Marx: cuando dos derechos iguales y contrarios chocan, decide la fuerza… Pero si es así, Sortu se mete en un buen lío porque ¿qué objetivos tiene esa rebelión necesaria? ¿Qué estrategia debe dirigirla y qué tácticas hay que aplicar? ¿Qué organización es necesaria para ello y cómo prepararla sabiendo que más temprano que tarde ese derecho/necesidad chocará de frente con la burguesía y su Estado? La ponencia oficial para el congreso de 2022 nos responderá a estos y otros interrogantes.
Un ejemplo, ahora crece por el mundo la exigencia de la expropiación de las grandes farmacéuticas capitalistas y su recuperación como empresas públicas, socialistas para Rekabarren Taldea: expropiar a los expropiadores, una exigencia humana, ética. Viendo cómo crece este tsunami, en Estados Unidos y en algunos gobiernos de la Unión Europea incluido el español, surgen voces que dicen estar dispuestas a negociar formas de control de las patentes de las vacunas contra la Covid-19. Pero una cosa es que el Estado burgués garantice el control público de las patentes y otra que las patentes sean propiedad socialista. En el primer caso, el Estado puede devolver esas patentes a la industria privada cuando quiera o cuando pueda, pero en el segundo, el Estado se tendría que suicidar como la URSS, o el imperialismo tendría que aplastarlo, como lo intenta con Cuba que tiene una industria socialista de la salud muy efectiva.
¿Qué hacer en Euskal Herria? Además de exigir la socialización de la salud con la lucha obrera, una vez liberadas las patentes –en este ejemplo – , impulsar un poderoso movimiento popular capaz de impedir que los gobiernillos vascongado y navarro las entregasen a la burguesía, como lo hacen con los gaztetxes: Kukutza en 2011 y sobre tantos gaztetxes atacados por las fuerzas represivas para reinstaurar la propiedad burguesa, como el gaztetxe Maravillas de Iruña en 2018… o simplemente permanezcan pasivos como con Euskaltel, o con Tubacex, reprimiendo a golpes la resistencia de sus trabajadores. Ahora bien, eso supondría un ataque directo al derecho de propiedad, derecho intocable como advirtió Azkuna en representación del PNV. La «lucha» parlamentaria e institucional debería llevar al interior del parlamento la fuerza social de las masas en la calle y supeditarse a sus directrices siguiendo el brillante ejemplo de la lucha victoriosa contra la nuclearización. Pero esta estrategia justa, que es la del V Biltzar, supone un choque de trenes entre la fuerza y la razón del pueblo trabajador y la fuerza y la sinrazón del capital, con el inevitable choque de violencias justas e injustas. ¿Entonces?
La respuesta de Sortu la veremos en su ponencia oficial, la de LAB en los resultados de su próximo congreso y la de EH Bildu la estamos viendo todos los días. Mientras tanto, veamos cómo EH Bildu se esfuerza por extender la «normalización», es decir, reforzar la «norma» vigente. En una reciente entrevista en la prensa burguesa, el presidente del EH Bildu ha dicho que «Felipe González es la X de los GAL, pero no quiero ver en la cárcel a Felipe González». Inmediatamente le han llovido aplausos y loas de todas partes por su «calidad de estadista». Desde la izquierda se le ha criticado por «perdonar», por «dar carpetazo» al terrorismo de los GAL.
Pero es una crítica errónea porque se hace desde el campo de la justicia burguesa, no desde la socialista. Lo que debiera haber dicho es que el Estado nunca juzgará a Felipe González porque sería juzgarse a sí mismo y al imperialismo. Debiera haber añadido que Felipe González será sometido a la justicia popular, no a la burguesa, porque hay dos justicias antagónicas: la socialista y la capitalista. El pueblo trabajador se identifica con la primera, la socialista, aún inexistente; mientras que la burguesía ya tiene su justicia, que defiende la propiedad privada. Y debiera haber concluido diciendo que, naturalmente, él quiere ver a Felipe González en la cárcel socialista, cualitativamente diferente a la capitalista.
Se nos preguntará ¿qué tiene que ver con el texto que presentamos una de tantas declaraciones en defensa del sistema que hacen un día sí y otro también los portavoces del reformismo abertzale? Pues todo. Es más, esas declaraciones dan la razón al texto y muestran por qué no decae su demanda. Como leeréis en el texto que ahora reedita otra vez Boltxe, una característica del V Biltzar y de la tradición marxista en su conjunto es la de delimitar siempre las fronteras insalvables entre explotación y liberación, entre amo y esclava, entre capitalismo y socialismo. Por el contrario, la práctica totalidad de las declaraciones y ruedas de prensa de EH Bildu emborronan u ocultan ese antagonismo, de modo que la imagen psicopolítica y el mensaje ideológico que penetra en la población refuerza por activa o por pasiva uno de los componentes fundamentales de la dominación social invisibilizada: la creencia de que no existe explotación o, al menos, es tan tenue y secundaria, insubstancial, que hasta EH Bildu podrá acabar con ella mediante la fascinante magia del voto y de la «normalidad».
El famoso debate entre Nixon y Kennedy de 1960 confirmó dos cosas que ya venían diciéndose: una, que la carga psicopolítica del lenguaje corporal es tanto o más importante que el estricto y seco lenguaje oral político; y, otra, que la mayoría inmensa de los telespectadores no solo están psicológicamente predispuestos acríticamente hacia sus «líderes» sino que, a la vez, se han debilitado mucho sus alertas críticas y defensas conscientes al poco tiempo de sentarse ante el aparato televisivo. La experiencia posterior a 1960 agrava mucho lo entonces confirmado. El marketing político-electoral sabe cómo central la atención del público en determinados mensajes simples, cargados de emotividad y que afectan a las dependencias afectivo-simbólicas del público.
La oficina de prensa de EH Bildu sabe de todo esto, lo que confirma que precisamente busca lo que quiere cuando organiza y lanza fotografías de amigables reuniones entre opresores y oprimidos; cuando emite declaraciones sobre las fuerzas represivas en las que la crítica desaparece del todo o está suavizada hasta tal nivel que resulta casi imposible oírla en el enorme ruido mediático; cuando implora reuniones con la patronal u otros poderes burgueses y una vez realizadas difunde idílicas escenas de armonía. También sabe la oficina de prensa que en determinadas circunstancias necesita sacar de la chistera la marioneta roja para que en una corta intervención parlamentaria desempolve y airee las viejas tradiciones de crítica implacable, para esconderlas de inmediato por mucho tiempo. La oficina sabe que la imagen descontextualizada de una armoniosa escena queda gravada como mínimo en el subconsciente de las masas previamente «trabajadas» en una larga campaña a favor de la «normalización».
La efectividad alienadora y paralizante de esas imágenes y mensajes simples de concordia interclasista aumenta en los contextos de crisis sistémica como la que malvivimos desde 2007, trágicamente endurecida desde inicios de 2020. Comprendemos así por qué cuando EH Bildu se convirtió en aval de las políticas presupuestarias del gobierno español en noviembre de 2020, las bases votantes de EH Bildu variaron entre la aprobación de la mayoría silenciosa de votantes, por un lado, y, por otro, la muy escasa presencia de militantes de base en los actos internos en los que EH Bildu y Sortu iban a justificar semejante apoyo a una facción del capital español.
Pero si estas declaraciones buscan reforzar la «normalización» pública, hay otros comportamientos menos conocidos que buscan la «normalización» oculta a ojos de la mayoría de la población, pero no del Estado, como es todo lo relacionado con el acatamiento de la justicia española por parte de presos y exiliados, y las presiones a militantes sometidos a procesos judiciales para que aceptaran las exigencias del poder para evitar la cárcel.
Por lo visto tan rápidamente hasta aquí, comprendemos por qué se mantiene desde 2012 la demanda del libro que prorrogamos: porque recupera y expone cuestiones decisivas para nuestro contexto elaboradas por el V Biltzar, que se mueven en otro universo y miran a otro horizonte rechazados por el «soberanismo transformador». Pero ¿se mantendrá esa demanda después de 2021?
Se nos objetará que nada de lo dicho hasta aquí trata sobre los resultados electorales de EH Bildu, sobre su quehacer en las instituciones para mejorar las condiciones de vida del pueblo obrero, o evitar que empeoren por los ataques del capital, sobre sus efectos en la política de alianzas con otras fuerzas para sumar votos hacia el «soberanismo transformador», etc. Es cierto, nos hemos ceñido al contenido del libro de 2012 porque trata de una cuestión previa sin cuya resolución ninguna política institucional puede ser efectiva a medio y largo plazo.
La conquista de la democracia burguesa, al margen ahora de su calidad, siempre ha sido y es un objetivo revolucionario. No es verdad que cuanto peor, mejor; que «contra el franquismo se luchaba mejor», etc. Lo que ocurre es que la izquierda desprecia el método dialéctico y por ello olvida que, sin la lucha en la calle, la «democracia parlamentaria» aparece como lo es que es: un veneno que pudre la conciencia e integra al proletariado en el sistema. Supeditar la acción de las masas en sus propios problemas a las negociones institucionales es el primer paso para luego anteponer siempre el parlamentarismo a la iniciativa del pueblo y, en un segundo momento, romper la relación del institucionalismo con el pueblo. El V Biltzar era muy consciente de este riesgo objetivo que surge de la naturaleza misma del orden burgués y de su ideología interclasista.
Ningún parlamentarismo separado de la lucha obrera y popular evita a medio y largo plazo el empeoramiento de las condiciones de vida de las clases explotadas. Esta lección histórica es tan apabullante que nos produce vergüenza tener que recordarla ya que indica el peligroso retroceso de la conciencia popular, el aún más peligroso aumento de la ideología burguesa y la inquietante incapacidad de la izquierda para explicar la dialéctica entre depauperación absoluta y relativa en una sociedad en la que crecen las fuerzas productivas, aumenta el enriquecimiento burgués y sus sistemas represivos. Está demostrado que el parlamentarismo no ha detenido el empobrecimiento y el empeoramiento de las condiciones de vida de la juventud obrera y del pueblo trabajador en estos últimos cuarenta años de «democracia», mientras que sí ha enriquecido, y mucho a la burguesía, y ha mejorado espectacularmente su forma de vida.
El parlamentarismo aislado totalmente de la lucha fuera de sus muros ha sido y sigue siendo la mentira más efectiva para ocultar el aumento de la explotación y la pobreza relativa y absoluta en este período, que es una realidad incuestionable. El parlamentarismo solo ha sido efectivo en casos muy puntuales cuando ha sido parte integrada en y supeditada a la lucha de liberación nacional de clase como totalidad superior, flexible pero unitaria. Y cuando por lo que fuera, esa lucha externa decisiva se ha debilitado o despistado, casi de inmediato se ha producido el contraataque capitalista para recuperar sus privilegios, sirviéndose de sus leyes parlamentarias, estatales y represivas, mientras que la izquierda, atada a la mentira de la «democracia» se negaba a llevar la lucha obrera al Parlamento y otras instituciones del capital y de los Estados que nos oprimen, como sí se hizo durante el V Biltzar.
Hemos puesto la lección histórica incuestionable de los resultados objetivos de cuarenta años de «democracia parlamentaria», pero podemos recurrir a otros muchos del pasado reciente y del ahora mismo: el apoyo de EH Bildu al gobierno español no ha logrado de este avances sustantivos en nada sino todo lo contrario, el mantenimiento de los recortes aplicados desde 2010; no ha logrado más que el gobierno aplique limitadamente su propia ley devolviendo gota a gota a las presas y presos a cárceles cercanas a Hegoalde, etc. Tampoco el parlamentarismo ha detenido al avance fascista en ninguna parte, sino que ha paralizado casi todas las luchas antifascistas con su verborrea legalista. La impotencia del parlamentarismo alejado del pueblo trabajador es contundente en Vascongadas: solo votó el 49,22% en las elecciones autonómicas de 2020, un desastre para la «democracia» que va mucho más allá del miedo a la Covid-19 y del voto a EH Bildu de amplios sectores de Elkarrekin-Podemos. ¿Para qué seguir…?
El libro que prologamos plantea, como decimos, la cuestión previa sin la cual el parlamentarismo en aislado resulta ser lo que es: el medio de subyugación más efectivo del capital porque, entre otras razones, el poder real, efectivo, nunca está al alcance de las decisiones parlamentarias e institucionales, sino fuera de ellas. Está básicamente en el proceso de producción de plusvalía desde cuyas profundidades, desde esas raíces, se extiende a la sociedad burguesa como las ramas de un árbol, siendo el Estado el tronco que las conecta con las raíces de la explotación asalariada. El parlamentarismo es una de las ramas del árbol, nada más, y cuando la lucha obrera que nace en los infiernos profundos de la producción de plusvalía asciende hasta las ramas, entonces la represión del Estado las poda con su ley o las arranca con el terror militar y fascista, mientras que, internamente, despedaza al movimiento obrero revolucionario dentro mismo del proceso productivo, en las fábricas, domicilios, escuelas, hospitales…
En las naciones oprimidas la realidad es aún peor. Veamos otro ejemplo: el municipalismo abertzale lógico en sí mismo, como demuestra la historia, debiera sin embargo insistir machaconamente en que los ayuntamientos son estructuralmente parte del andamiaje estatal, aunque sea la parte más cercana al pueblo trabajador por razones obvias. Se comete un error con nefastos efectos acumulativos cuando el «soberanismo transformador» hace del municipalismo una de sus bazas decisivas para aglutinar sectores dubitativos, pero sin apenas concienciar con rigor teórico y político del papel de los ayuntamientos en la explotación estatal, creando ilusiones vanas y falsas que terminan desmovilizando al pueblo. Solamente la supeditación del municipalismo a las asambleas de vecinos, culturales, es decir al movimiento popular y sobre todo al movimiento obrero y sindical de esa zona, solo esto puede garantizar la fuerza consciente del municipalismo como parte de la lucha nacional de clase.
El libro que prologamos se ha visto confirmado con la ponencia oficial para el congreso de Sortu a celebrar en 2022. En aras de la brevedad vamos a sintetizar la valoración de la ponencia en cinco puntos.
Uno, una ojeada superficial del documento lleva al error de creer que Sortu ha vuelto a un cierto izquierdismo porque alguna vez cita al socialismo, a la lucha de clases y una vez hasta al «comunismo ecofeminista», y nada más. Viendo lo que hemos visto en esta década, se trata de una táctica oportunista para evitar ser definitivamente encasillado con razón en el bloque socialdemócrata. Sortu también sabe que a su izquierda crecen organizaciones revolucionarias abertzales; sabe que dentro suyo ha surgido una tendencia crítica que, para superar las trabas que impiden el debate democrático interno, ha tenido que publicar en abierto su ponencia a la totalidad desatando la ira de la dirección de Sortu; sabe que pese a que quiere dar la imagen de amplia participación de su mermada militancia en los debates, hasta ahora esta ha sido floja por lo que está haciendo un esfuerzo desesperado para incentivarla; sabe que el endurecimiento de la explotación puede facilitar el reforzamiento de la izquierda revolucionaria fuera del soberanismo y de las críticas dentro… Todo ello le ha llevado a dar alguna pincelada de rojo a las primeras páginas de la ponencia. Nada más.
Dos, sin embargo, de inmediato se descubre la maniobra: la estructura conceptual del texto no tiene nada que ver sino al contrario con lo que tenemos como una de las prioridades: la creación de un partido revolucionario marxista. Ello exige antes que nada una correcta caracterización del sistema capitalista: en ninguna parte del texto se emplea el concepto de imperialismo; varias veces se define a los Estados español y francés como «post-imperiales» y a las crecientes contradicciones inter imperialistas como «tensiones geopolíticas» (¿?)… Es decir, está ausente la esencia más inhumana del capitalismo y, peor aún, en ningún momento se define a la burguesía vasca como imperialista, es más la palabra «burguesía», además de otras, no aparece en todo el texto… ¿será que no hay que criticar al imperialismo porque la autoderrota estratégica se ha «negociado» con él?
Tres, la ausencia de cualquier referencia al imperialismo le permite a Sortu afirmar que «que la voluntad democrática de los Estados es muy incierta». ¿Puede acaso ser «cierta» la voluntad democrática de un Estado imperialista? Solo es «cierta» en un caso: cuando se trata de la democracia que refuerza directa o indirectamente a ese imperialismo. Esto se ha demostrado de nuevo durante la década de supuesta «paz negociada»: es el capital el beneficiado en lo estrictamente económico, pero no en lo político, como veremos al final. Y que «la vía unilateral debe cumplir unos requisitos mínimos para ser reconocida y legitimada internacionalmente: que el proceso sea pacífico y democrático, que esté basado en mayorías, que esté situado en las instituciones actuales y que se muestre voluntad de acuerdo, una y otra vez». O sea, que además de ser ese imperialismo que no se nombra quien decide si Euskal Herria se merece más o menos libertad, además de esto, el soberanismo reafirma lo que lleva una década diciendo: que siempre respetará las instituciones capitalistas.
Cuatro, para lograr las mayorías necesarias Sortu necesita una forma organizativa «nueva», que en realidad es tan vieja como la tesis menchevique: «Es militante de Sortu toda persona que se afilie a Sortu o, dicho de otro modo, es militante de Sortu toda persona que tenga el mínimo grado de compromiso con la organización que se desprende del hecho de afiliarse a la misma, independientemente de cuales sean sus niveles de participación y aportación. Porque tal y como se decía en Zohardia, esta organización tiene que ser capaz de aprovechar todos los niveles y formas de aportación, desde la más pequeña hasta la más grande, desde las más puntuales hasta las más permanentes». Los mencheviques sostenían exactamente lo mismo; como Zohardia decían que una organización «cerrada», la bolchevique, impedía movilizar todas las potencialidades, que para ello hacía falta una «abierta» porque la revolución socialista todavía no era posible y antes había que ayudar a la burguesía democrática a tomar el poder y después, con tiempo, avanzar a la socialista. Este debate entre ambas formas de organización comunista y la que terminaría siendo la socialdemócrata comenzó poco antes de 1848, llegó a su culmen entre 1902 – 1912 y es permanente desde entonces. La historia ha dado la razón a la forma organizativa comunista.
Y cinco, el soberanismo asume la versión posibilista europea del pragmatismo yanqui y Sortu ensalza el «pragmatismo estratégico» que desde su inicio chocó frontalmente con el marxismo. Existe una coherencia entre el silencio ante el imperialismo, el menchevismo y el pragmatismo que se basa en la tesis bernsteiniana de que lo decisivo es la táctica, el medio adecuado, y no el objetivo, el fin que se dice perseguir. El documento de Sortu está vertebrado por este pragmatismo posibilista –«ventana de oportunidades»– que justifica cualquier cambio táctico, cualquier giro sorpresivo, etc., con tal de que EH Bildu incremente sus votos. Naturalmente, ello exige una militancia «abierta» a esos cambios, es decir, poco o nada formada teóricamente: el pragmatismo y la teoría revolucionaria se repelen mutuamente. Por eso en todo el documento no se hace ninguna referencia no ya al marxismo sino a cualquier subteoría parcial que de algún modo critique el imperialismo, revindique la organización comunista, defienda la coherencia estratégica e insista en la siempre vital formación teórica de la militancia. Basta ver los textos ideológicos de Sortu, de las empresas Naiz-Gara y Txalaparta, etc., para percatarse de ello.
Este pragmatismo justifica las bochornosas declaraciones de algunos de los dirigentes soberanistas durante los actos del décimo aniversario de la autoderrota y las justificaciones pasadas y presentes sobre que se apoya el gobierno español a cambio de «traer a casa» a los y las prisioneras. También para justificar el no haber elaborado ni debatido durante esta década una perspectiva estratégica sobre la verdadera crisis sistémica del capitalismo mundial: ¿para qué hacerlo si el debate abriría la caja de Pandora entre la militancia multiplicando sus resistencias a la «nueva estrategia» que podría haber sido rechazada ya en los primeros debates? Para el reformismo, la ignorancia, el silencio y la obediencia siempre han sido y son más efectivas que el conocimiento crítico públicamente contrastado.
El pragmatismo también sirve para ocultar el fracaso real que ha obtenido el Estado español que solamente puede presentar como «trofeo» el cese voluntario de su actividad por ETA y luego su autodisolución. El Estado ocupante necesita presentar esto como una «victoria» suya, la autoextinción de ETA sin ser derrotada, cuando él mismo lo sabe y los saben a su vez quienes están al tanto de los entresijos. Tampoco en lo estrictamente político, el Estado y con él la burguesía vasca han salido vencedoras, al contrario, y como hemos visto, es innegable el proceso de (re)construcción de una izquierda abertzale «nueva», joven y adulta, infinitamente más formada teóricamente y, sobre todo, que está ampliando y profundizando su anclaje en las raíces materiales y simbólicas del pueblo trabajador vasco.
Siendo cierto que en esta década la burguesía ha asestado duros golpes al pueblo trabajador, empobreciéndolo, sobreexplotándolo, aumentando así ella su tasa media de ganancia, es más cierto aún que el pueblo obrero se está recuperando, y más aún lo está haciendo el independentismo socialista. El Estado se frotaba las manos creyendo que «sin ETA» y con un soberanismo socialdemócrata y menchevique podrido por la ideología del pragmatismo yanqui desintegraba para siempre al pueblo trabajador y a su centro, el proletariado. Tampoco puede saborear esta «victoria», lo que explica su nerviosismo creciente, la ampliación de la guerra cultural a niveles histriónicos y el endurecimiento represivo que está aplicando.
Por todas estas razones, el libro que aquí prologamos seguirá ayudando a reflexionar críticamente a centenares de militantes que se suman o que vuelven a la lucha de liberación nacional de clase, o que necesitan profundizar o recordar sus conocimientos por las crecientes exigencias de la lucha contra un capitalismo cada vez más complejo en sus formas y cada vez más brutal en sus contenidos.
Petri Rekabarren
Euskal Herria, 20 de octubre de 2021
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