Nota: ponencia para el evento Teorías de la praxis y transición al socialismo, organizado por la Universidad Internacional de las Comunicaciones, Caracas, el próximo martes 20 de septiembre a las 14:00 de Venezuela.
Antes de empezar es necesario sentar las bases conceptuales sobre las que vamos a levantar el argumento fuerte que defendemos: la necesidad de que la transición al socialismo esté guiada por la ‘praxis’ de la independencia popular antiimperialista. Por tanto, la primera dificultad que debemos superar de entrada es la de qué entendemos a comienzos del siglo XXI por ‘praxis’ en medio de la peor crisis sufrida por la humanidad trabajadora en toda su historia.
En la decadente Grecia del siglo ‑IV por ‘praxis’ se entendía la fase última del proceso de ganarse la vida en una sociedad esclavista dividida en clases sociales antagónicas y radicalmente misógina, en retroceso socioeconómico y cultural –recordemos la contrarrevolución idealista impulsada por Platón – , y ocupada militar y políticamente por Macedonia desde ‑338. ‘Praxis’, como hemos dicho, era el tercer y último paso en el desenvolvimiento del pensamiento y de la vida, siendo el primero la ‘teoría’, es decir el pensamiento abstracto; el segundo, la ‘poiesis’ que es el proceso de crear algo a partir de esa ‘teoría’, y el último la ‘praxis’ es la acción práctica de la ‘poiesis’.
Aunque en la vida real los tres pasos interactúan sinérgicamente, el peligro que tiene esta división analítica de la epistemología heredada desde el siglo ‑IV es que escinde, separa, rompe la dialéctica materialista del conocimiento ya que al poner en primer lugar la teoría abstracta, en segundo lugar su materialización en la creación de algo concreto y, al final, la práctica social en su conjunto, ocurre que prima el llamado «trabajo intelectual» sobre el también llamado «trabajo manual», dando prioridad a la mente sobre la mano, lo que siempre ha beneficiado a la minoría explotadora.
Uno de los éxitos de la contrarrevolución idealista simbolizada en Platón (−427÷−387) fue el de desprestigiar la filosofía pre-socrática y en especial la fuerza liberadora de los primeros desarrollos de la dialéctica ya en el siglo ‑VIII cuando por dialéctica se entendía el proceso unitario e integral de analizar las contradicciones hasta sus raíces e intervenir sobre ellas optando por la libertad. La emergente Grecia del siglo ‑VIII generó un pensamiento revolucionario –dialéctico– que no escindía la unidad mano-mente, que no rompía la unidad hacer-pensar, sino que asumía su compleja unidad contradictoria lo que le llevaba a enfrentarse con la duda existencial decisiva en el momento de crisis de supervivencia. ¿Qué hacer? Optar por la libertad, o sea, la praxis tal como se entendía en el siglo ‑VIII que era la lucha por la libertad.
Para la oligarquía griega del siglo ‑IV esta praxis dialéctica era inaceptable, y aunque Platón no tenía más remedio que utilizar el término de ‘dialéctica’ lo amputó de su esencia crítica materialista y lo redujo a mera dialógica idealista muy conveniente a los intereses reaccionarios de las clases propietarias de las fuerzas productivas durante los 2.500 años posteriores, hasta ahora mismo. El intelectualismo abstracto, metafísico y mecanicista, dogmático por cuanto anti-dialéctico, ha sido elevado al summum del saber, mientras que la ‘praxis’ ha sido rebajada a simple practicismo empírico e ignorante. Es imposible entender la historia humana bajo la dictadura de la propiedad privada, y de la filosofía, epistemología, axiología e incluso de la ontología en concreto, desde ese intelectualismo enemigo inconciliable de la praxis mano-mente.
Cualquier debate filosófico es un debate político, cualquier término o concepto refleja en su seno la lucha de clases, y la minoría explotadora tiene las de ganar en la guerra cultural porque monopoliza gracias a su Estado la fuerza socioeconómica, político-educativa y militar. Pero la importancia de esta guerra cultural es mayor de lo que nos hacen creer porque la cultura implica una axiología, un complejo ético-moral, de modo que la cultura dominante es la del amo, y la ética dominante también es la ética del amo, y ambas son esclavas del irracionalismo de la propiedad privada: ¿cómo justificar éticamente si no la feroz inhumanidad del esclavismo en cualquiera de sus formas en los sucesivos modos de producción post-comunales?
¿Qué ‘praxis’ puede justificar ahora mismo la esclavitud asalariada esencial para el capitalismo, y dentro de esta la esclavitud patriarcal, infantil, racista…? Solo puede hacerlo la ‘praxis’ inherente a la explotación social generalizada vital para imperialismo. ‘Praxis’ reducida al agotamiento psicosomático de la humanidad explotada como simple «mano física», fuerza de trabajo alienada e inconsciente de sí, propiedad del intelecto imperialista, de los «cerebros pensantes» de las grandes transnacionales, del capital ficticio de alto riesgo, obediente a las órdenes de la tecnociencia y de la industria de la matanza humana, de la OTAN y del Pentágono. ‘Praxis’ enemiga mortal del socialismo y del comunismo, es decir, de la humanidad.
Sin embargo, dentro de la historia «que nunca ha existido» para las clases dominantes, la de las resistencias, motines, rebeliones, revoluciones sociales, siempre ha existido la praxis como dialéctica de la unidad y lucha de contrarios, aunque los y las sublevadas aún no fueran conscientes de la enormidad de su logro práctico: dar el salto de la obediencia pasiva a la acción consciente y libre. Marx demostró que un paso práctico vale más que cien programas teóricos y que la ignorancia que genera la «sorda coerción del capital» explica por qué la «mano» explotada acierta, aprende y produce teoría revolucionaria en contra de la «mente» explotadora: «lo hacen, pero no lo saben». Y el proceso de autoaprendizaje de la praxis revolucionaria en su autodesarrollo fue expuesto por Marx en sus imprescindibles y siempre actuales Tesis sobre Feuerbach.
¿Por qué son actuales cuando fueron escritas en 1845? Por la misma razón por la que sigue siendo necesaria la praxis dialéctica del siglo ‑VIII. Tempus fugit, de acuerdo, el tiempo huye, se escapa y no vuelve, pero los problemas fundamentales de cualquier sociedad oprimida permanecen mientras siga sufriendo la explotación. Peor aún, se agudizan al extremo conforme dejamos que se pudran y emponzoñen la sociedad y la naturaleza, y eso es lo que está sucediendo ahora bajo una crisis nunca conocida en la antropogenia, una crisis que nos obliga al menos para este debate, profundizar en una cuestión con dos rostros en uno, como Jano, dios al que podríamos definir como aportación romana a la dialéctica griega. La cabeza de Jano tiene dos rostros para ver simultáneamente el pasado y el futuro del tiempo que vuela, y así decidir cuándo se abre la puerta a lo nuevo, al futuro, o sigue cerrada encadenando el presente al pasado, a lo viejo. Abrir la puerta al futuro es construir la libertad según la praxis de la unidad mano-mente, práctica-teoría.
Demócrito (−460÷−370), tan odiado por Platón, ya se dio cuenta de lo venenoso que era el dinero, la forma más cruel de la propiedad privada. El dinero da la libertad al amigo rico y se la quitaba al amigo pobre, rompiendo su amistad porque la libertad del dinero es la de comprar o vender el tiempo de trabajo del empobrecido, explotando al amigo pobre, destruyendo su personalidad y su libertad, mostrando en la práctica lo que el Manifiesto del Partido Comunista expondría teórica y políticamente tiempo después. Podemos definir esta obrita como el gozne sobre el que gira la puerta que se abre al futuro impulsada por la praxis revolucionaria que ya para entonces había escrito obras brillantes que desbordan las limitaciones de esta ponencia.
El gozne es la dialéctica mano-mente, práctica-teoría. Las obras anteriores a el Manifiesto sintetizaban intelectualmente lo que la humanidad había materializado con sus luchas, síntesis reforzada con un riguroso estudio crítico del capitalismo. El resultado fue nada menos que un avance decisivo en la teoría de la crisis que ya estaba siendo elaborada con anterioridad. Recordemos que la dialéctica griega del siglo ‑VIII giraba alrededor del salto a la opción por la libertad como resultado de la acumulación de contradicciones. La teoría de la crisis sostiene que la acumulación cuantitativa de subcrisis que confluyen sinérgicamente en una mayor, hace que se produzca un salto cualitativo a partir del cual se entra en un proceso irreversible que solo puede concluir con una de las tres salidas: victoria de las clases explotadas, victoria de las explotadoras o exterminio mutuo de ambas clases antagónicas en lucha permanente.
La irreversibilidad abierta por ese salto cualitativo surge del hecho de que la burguesía es como el brujo que no puede dominar las fuerzas destructivas que ha desatado con sus conjuros. Durante años, las contradicciones del capital y sus leyes tendenciales de evolución, expresadas fundamentalmente en la ley general de la acumulación de capital y en la ley tendencial de caída de la tasa media de ganancia, han minado las raíces de la acumulación hasta que la crisis de 2007 puso al descubierto el pudrimiento del sistema. Desde entonces y a pesar de los esfuerzos del imperialismo, vuelve a ulular cada vez con más fuerza el espectro del comunismo que empieza a asomarse tenuemente detrás del choque entre el imperialismo y el bloque formado por Eurasia y otros Estados que se le van sumando. Los términos de unipolaridad y multipolaridad solo reflejan una parte del choque a muerte, latente o público, entre el capital y el trabajo a escala mundial.
La transición al socialismo va apareciendo como una necesidad cada vez más perentoria porque a diario aumenta el sufrimiento humano, se ahonda la crisis socioecológica bordeando la catástrofe y se acelera el paso de la posibilidad a la probabilidad de una guerra devastadora: jamás en nuestra historia ha sido tan extremo, destructor e insufrible el antagonismo absoluto entre, de una parte, el potencial liberador y humanizador de las fuerzas productivas guiadas conscientemente por el pueblo en armas; y de otra parte, el irracional poder inhumano de las relaciones de propiedad capitalista. Este antagonismo mortal se manifiesta cruda y descarnadamente en todas las áreas del malvivir humano, sean las que fueren, también en las más insignificantes e íntimas en apariencia.
La transición al socialismo partiendo de la praxis revolucionaria, aquí vista en su generalidad y en el tema que nos concierne, debe tener en cuenta al menos seis cuestiones que forman una totalidad interactiva:
Primera, frente al peligro cada vez más próximo de catástrofe en todos los sentidos, hay que lograr que la dirección hacia la libertad, hacia el comunismo, sea la decidida por el pueblo obrero. El concepto dialéctico de praxis es aquí crucial: la unidad mano-mente solo queda asegurada cuando el proletariado ha desplazado del poder estatal a la minoría intelectualista propietaria del viejo Estado opresor, que desprecia al pueblo, a su sudor, su sangre y su cansancio; es decir, cuando el presente y el futuro lo decide esa «mano física» tan denostada por la oligarquía griega y todas las clases dominantes posteriores que han impuesto su dictadura intelectual sostenida en su dictadura de clase. Por esto es crucial que el pueblo en armas imponga la unidad mano-mente.
Este punto tiene mucha más importancia de la que imaginamos: la escisión trabajo manual-trabajo intelectual, o mano-mente, refuerza la esclavitud emocional, psicológica y afectiva, además de ética y cognoscitiva, que impide que el proletariado desarrolle sus impresionantes capacidades emancipadoras. Nunca habrá una praxis revolucionaria allí donde la mayoría sea esclava emocional e intelectual de la minoría, sumisa y acrítica ante sus órdenes.
Segunda, la reinstauración de la praxis colectiva se sostiene y a la vez impulsa la extensión e intensificación de la lucha de clases, de micropoderes fácticos en el interior de la esas cárceles que son las «dulces familias», en calles, barriadas vecinales, centros de trabajo, escuelas y universidades… allí donde la fuerza de trabajo sea explotada de cualquier forma e intensidad. La ‘praxis’ intelectualista que ve el mundo desde las nubes de la abstracción nunca sabrá qué luchas se autoorganizan en esos infiernos, el por qué y menos aún el para qué. La dialéctica de la praxis sí lo sabe porque ella vive en esos hornos. ¿Alguien cree que Chávez, por ejemplo, pudo siquiera imaginar el programa bolivariano si no viviera desde dentro, en su núcleo al rojo vivo, los llantos y esperanzas de su pueblo y por extensión de toda Nuestramérica?
Tercera, la praxis dialéctica es la única que puede sacar fuerzas de la nada cuando todo se vuelve contra la revolución, cuando contraataca el imperialismo y sus siervos internos logran movilizar algunos sectores reaccionarios que estaban esperando al momento preciso, cuando todo parece perdido. Ningún proceso de liberación se ha librado de estas crisis de supervivencia generadas por sus problemas internos y por las agresiones externas. Muchas situaciones prerrevolucionarias y muchas revoluciones han detenido su avance, han retrocedido y hasta han sido ahogadas en sangre al sufrir los golpes de estas crisis. Han seguido avanzando los que sí han fiado su futuro a la intervención consciente y masiva del proletariado que sabe que solo puede dirigir al pueblo trabajador y a los sectores sociales aliados, al socialismo.
Cuarta, la creación del socialismo solo puede realizarse cuando, además de otras condiciones necesarias, también se logra la reunificación del «trabajo manual» y el «trabajo intelectual» en la praxis dialéctica. Las burocracias pudren la libertad, las luchas y las revoluciones, desde sus mismas raíces al crear un abismo insondable entre dirigentes y dirigidos. Desde que la propiedad privada aplastó a las formas comunales de propiedad social, las revoluciones políticas se han limitado a cambiar un modo de propiedad privada por otro, lo que explica que las clases dominante victoriosas hayan mantenido la dictadura intelectual correspondiente aplastando los intentos populares de reunificación mano-mente por muy utópicos e idealistas que fueran. Con limitaciones, las primeras luchas proletarias desde finales del siglo XIX intentaron reunificar la práctica con la teoría, y en cierta forma lograron algunos avances hasta que la oleada revolucionaria de 1830 impulsó el proceso que sería irreversible desde la revolución de 1848, pese a sus altibajos y derrotas espeluznantes.
Quinta, la transición al socialismo en las condiciones actuales ha de desarrollar al máximo la capacidad creativa de las clases y naciones explotadas, y de los países que buscan desconectarse de la densa y flexible red de dominación mundial tejida por el imperialismo, que intentan avanzar hacia otras normas internacionales que sin ser socialistas sí permiten una mejora de las condiciones de vida y trabajo de sus pueblos. La guerra imperialista contra las repúblicas populares del Donbass y contra Rusia, se suma a otras guerras tanto o más salvajes que Occidente lleva tiempo lanzando contra los pueblos que no se arrodillan: son guerras ofensivas destinadas a crear las bases militares de otras guerras posteriores más atroces todavía que no se detendrán hasta poner la bandera del dólar en los Estados que buscan liberarse del imperialismo.
Y sexta, la transición al socialismo ha de basarse también en la reintegración de nuestra especie en la naturaleza, que debe ser simultánea a la reunificación mano-mente: ambas se necesitan para tener visos de futuro, y sin la fusión de ambas no habrá transición alguna al socialismo.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 17 de septiembre de 2022