«La teoría crítica debe ser capaz de desarrollar una mirada dialéctica, modo de ver lo no visto, pues los rasgos principales del capitalismo, como a menudo recordaba Marx, no resultan inmediatamente visibles.»David McNally:Monstruos del mercado, Levanta fuego, Madrid 2022, p. 23.
Algunas izquierdas revolucionarias empiezan a recuperar conceptos fundamentales de la crítica marxista al capitalismo que habían abandonado por razones que no podemos exponer en este breve texto. Tal y como está el mundo, no existe otra alternativa que rescatar y actualizar aquellas verdades que estructuran la praxis comunista. Una de ellas es la de «guerra social», una de las brújulas conceptuales imprescindibles para guiarnos por el denso enmarañamiento aparentemente caótico de subcrisis múltiples hasta descubrir el secreto último: la civilización burguesa resquebrajándose en sus raíces por la crisis de acumulación del capital, la peor de su historia en lo cuantitativo y en lo cualitativo.
La guerra social es la totalidad concreta de violencias multifacéticas que el capital lanza contra la humanidad trabajadora para intentar abrir una nueva fase de acumulación. El Estado es imprescindible para coordinar estratégicamente esas violencias, porque solo él, en cuando forma político-militar de la acumulación ampliada, puede coordinar los muchos frentes de la guerra social entre el capital y el trabajo. La alienación y la ignorancia de ese engrudo insípido y pegajoso que es el reformismo, más la dejadez por la concreción teórico-política y el endiosamiento de la abstracción formalista de muchas izquierdas, hace que en los últimos tiempos amplios sectores del pueblo trabajador vasco floten a la deriva en un vacío conceptual bajo la mayor campaña de manipulación psicopolítica de masas sufrida hasta el presente. Veamos varios ejemplos:
Uno y el más clamoroso pero no decisivo: no ver que la guerra imperialista contra Rusia es parte de la guerra social para derrotar al proletariado y a la competencia anti yanqui del bloque de potencias emergentes, derrota sin la cual el llamado Occidente seguirá retrocediendo a la vez que aumentará la lucha de clases en su interior. La guerra social es permanente desde que existe la propiedad privada, pero dio un salto con el capitalismo y dentro de este ha superado fases hasta la actual, la que comenzó en 2007 y ha escalado hasta el momento actual.
El capital tiene tres grandes bloques de soluciones para estas crisis: aplastar al proletariado, aplastar a la competencia y abaratar lo más posible el precio de la energía saqueando a los pueblos y destruyendo la naturaleza. Imperialismo solo hay uno, el occidental bajo las órdenes de Estados Unidos. En las «zonas calientes» la guerra social adquiere formas de guerras convencionales, todas ellas, además, con medios nuevos como son las «guerras» cognitivas, psicológicas y propagandísticas, híbridas, de cuarta generación, económico-alimentarias y sanitarias, etc., que en el fondo se refieren al «eterno» método de emplear todos los medios posibles de destrucción y de crear otros de mayor poder de destrucción.
La crisis viene impulsada en definitiva por el accionar subterráneo, oculto por el sentido común de la «normalidad», de la ley general de la acumulación de capital y por la ley de caída tendencial de la cuota media de ganancia, ambas inseparables del proceso de la lucha de clases. Si repasamos los textos de partidos, organizaciones y sindicatos que ahora circulan por Euskal Herria para diversos congresos o debates próximos, vemos la ausencia de estos conceptos imprescindibles, aunque sí podamos ver alguna referencia vaga y abstracta al socialismo, y apenas al comunismo.
Dos, la guerra social se endurece en la medida en que se ahonda la crisis, no se rinde el proletariado ni los pueblos explotados, en la medida en que se agudiza la competencia entre potencias. Por diversos caminos, lenta, gradual o directamente, según las situaciones, la burguesía amplía la represión y, según los casos, reactiva movimientos autoritarios, machistas, racistas, populistas y fascistas preparando las condiciones para un recorte drástico de la democracia oficial, o para destruirla, si fuera necesario, dejando al descubierto la dictadura del capital.
La guerra social debe intensificar el militarismo para lograr que la juventud obrera acepte ser esclava de la explotación asalariada y carne de cañón de la OTAN. La militarización penetra en la totalidad económica, política, psicológica, cultural, ético-moral, sexual, porque la crisis es total y no puede quedar nada del orden del capital sin militarizar su contenido. En la Unión Europea, y en los Estados francés y español, esta dinámica de guerra social es incuestionable y va endureciéndose, además, con la legitimación reformista. La militarización y la guerra social atacan con especial virulencia las identidades nacionales de los pueblos oprimidos en la Unión Europea.
En Euskal Herria la militarización creciente se sostiene en el poder armado franco-español y sus brazos regionalistas, en la propia lógica militarista del capitalismo contemporáneo, todo lo cual nos lleva en directo a la OTAN. Inquieta en extremo la indiferencia por esta militarización social objetiva, al margen de su invisibilidad subjetiva, que domina la miseria teórico-política del reformismo soberanista, pero que también está presente en ciertas izquierdas comunistas. Lo peor es que esa invisibilidad refuerza otros medios de opresión y explotación nacional de clase como la legitimación de las formas «democráticas» y «pacíficas» de la guerra social al invisibilizarse la creciente militarización represiva que estamos sufriendo.
Tres, en Euskal Herria la normalización de la omnipresencia represiva en todas sus formas, también contra nuestra lengua y cultura, va unida a un retroceso de la lucha contra el autoritarismo múltiple al alza, contra el avance de la irracionalidad en la vida cotidiana. Se restringen derechos y libertades, pero el reformismo soberanista sigue apoyando al gobierno del GAL, del austericidio, de la segunda traición al pueblo saharaui y de la sumisión a la OTAN. Esto explica que no hayan llegado a 20.000 los y las manifestantes contra el fascismo pese a la masiva propaganda realizada para llegar a todas las «sensibilidades».
El irracionalismo se extiende por el capitalismo en crisis. Tropas ucronazis que entraban hace pocas horas en la Jerson abandonada por Rusia llevaban insignias militares de la trigésimo sexta división de granaderos SS de finales de la Segunda Guerra Mundial formada por criminales y convictos excarcelados, así como tanques con el emblema del Sol Negro de la mística esotérica nazi, que hace referencia a los doce sabios arios que, bajo la dirección del Führer, dirigirán la supremacía aria en el mundo. La Unión Europea se ha negado a condenar el nazismo en la ONU. Es sabido que hay ertzainas con emblemas de ultra derecha, que aumentan las relaciones entre la terrorista Israel y la burguesía vasca al mismo tiempo que reprime cualquier acto de solidaridad y recibimiento a presos y presas políticas: hay que destruir la memoria de lucha y hay que imponer el militarismo imperialista.
La guerra social y la militarización objetiva y subjetiva en su quehacer polifacético y multidimensional tienen sin embargo límites e impotencias según sea la capacidad de organización del pueblo obrero. Por ejemplo, si la forma lingüístico-cultural de la guerra social está reduciendo el uso del euskara en la vida pública, no está logrando, por contra, detener la recuperación de los colectivos y de las luchas euskaltzales; sí logró contener la lucha salarial durante la pandemia, y que desde un tiempo rebrota con fuerza; sí logró, igualmente, contener las reivindicaciones del pensionariado, de la sanidad, de la educación y del conjunto de explotaciones capitalistas, aunque ahora asistimos a su reverdecimiento, como se aprecia en las movilizaciones y huelgas actuales; si las mujeres trabajadoras venían impulsando buena parte de esas luchas anteriores a la pandemia, desde hace un tiempo vuelven a ser ellas las que ocupan el primer lugar en muchas reivindicaciones.
Sin embargo, desde antes de la pandemia y de manera acelerada desde inicios de 2022, la guerra social está introduciendo formas nuevas de dominación y de explotación reforzadas por ese militarismo extremadamente autoritario cuando no nazi-fascista. Cuando, precisamente, más falta hace que las fuerzas revolucionarias nos situemos por delante de los golpes, descubriendo sus puntos débiles y avisando cómo se les puede vencer, cuando ser vanguardia en el sentido comunista es imprescindible, el grueso de las fuerzas revolucionarias ha retrocedido a la retaguardia de las luchas obreras.
Cuatro, una de las razones del retraso de las izquierdas para volver a ser vanguardia es, sin duda, su despiste o negativa a enfrentar decididamente la guerra social en curso, con el peso decisivo del militarismo y de la OTAN; y dentro de este error o indiferencia actúa también el efecto desmovilizador que tiene el semi-debate sobre«unipolaridad» y «multipolaridad». La práctica totalidad de los «finos analistas» de la industria político-mediática cavilan en base a las generalizaciones de la geopolítica burguesa que surgieron al inicio de la fase imperialista como método analítico a las órdenes de las burguesías occidentales, y nunca según el materialismo histórico, sino contra él.
El concepto de unipolaridad oculta la dominación cuasi omnímoda del imperialismo desde finales de la década de 1980 y sirve para ocultar sus crímenes y legitimar a Estados Unidos, lo mismo que sucede con el término de «imperio» y toda la palabrería negrista. La liquidación del rigor conceptual debilitó tanto a la izquierda en proceso de cierre que, por ejemplo, se planteó que debía abandonarse el término de imperialismo. Sucede otro tanto, pero a la inversa, con el de multipolaridad nucleada por Eurasia, que impide ver las diferencias de todo tipo que existen entre Estados con políticas socioeconómicas incluso antagónicas aunque tengan puntuales intereses comunes contra Estados Unidos y sus súbditos. El imperialismo conoce esas diferencias y busca agudizarlas.
El imperialismo tiene una disciplina estratégica irrompible que no es otra que la defensa a muerte de sus inmensas propiedades, para lo que lanza una guerra social militarizada interna y externa. El imperialismo sabe que es catastrófico para él la caída del dólar, del euro, de la libra, del yuan, es decir, de su dictadura monetaria, por citar uno solo de los crecientes problemas a los que se enfrenta provocados deliberada y astutamente por las grandes potencias que dirigen la multipolaridad. Otro peligro mortal es, por ejemplo, el deterioro imparable de las instituciones mundiales creadas desde 1944 – 1945, básicas para el normal funcionamiento del saqueo imperialista desde entonces, y lo peor es que va creciendo la conciencia de que hay que reformarlas en profundidad o crear otras nuevas que reflejen la realidad actual del mundo. Existen muchos ejemplos más.
Pero, y sin pormenorizar, la llamada multipolaridad solo tiene intereses comunes tácticos o a medio plazo contra el imperialismo porque hay en ella burguesías conservadoras que se defienden de Estados Unidos pero que explotan a sus trabajadores, burguesías que buscan un relativo equilibrio «entre iguales» con el imperialismo, burguesías nuevas que buscan «un mundo mejor», pero sin socialismo, y varios Estados que buscan el «socialismo de mercado» en connivencia pacífica con el imperialismo. Cualquier avance en derechos concretos, progresistas, socioecológicos, etc., y cualquier retroceso del imperialismo son bienvenidos, pero siempre debemos saber cuáles son las debilidades internas de la multipolaridad y, en especial, cómo es la lucha de clases que existe en su interior, porque el imperialismo busca romper o debilitar esa unidad.
Existe una peligrosa ambigüedad sobre los contenidos socioeconómicos, políticos, etc., de la multipolaridad a la hora de avanzar en las «nuevas relaciones internacionales», lo que permite al reformismo insistir en el pragmatismo posibilista, en la vieja utopía siempre fracasada de la transición gradual, pacífica, sin sobresaltos revolucionarios al socialismo aprovechando la ayuda de la mayoría internacional multipolar. Se trataría de un avance lento, muy lento y entrecortado, con retrocesos, pero como según la tesis dominante sobre la multipolaridad, cada vez se integran más burguesías en su proyecto con tal de librarse del imperialismo, llegará el momento en el que esas burguesías se convenzan de las ventajas del «socialismo de mercado», o lo que es más probable: de una «democracia avanzada».
Estamos ante una versión más del evolucionismo lineal y automático de la derecha socialdemócrata desde finales del siglo XIX, de la «emulación pacífica» del XX Congreso del PCUS en 1956, del pacifismo eurocomunista desde 1970, del «avance pacífico» del XX Congreso del PCCh de 2022. Pero por contexto y gravedad de la crisis actual, el multipolarismo no puede ser comparado con lo que supuso el apoyo internacionalista a la Corea atacada por Estados Unidos en 1950 – 1953, al Congreso de Bandung de 1955, a las Declaraciones de La Habana de 1960 – 1962, a la Tricontinental desde 1961, a la solidaridad con Vietnam de comienzos de 1970, a la Declaración de Argel de 1976, a grupos internacionalistas por todo el mundo que no podemos citar ahora como, por ejemplo, los críticos con los foros sobre que «otro mundo es posible», a las avanzadas propuestas del ALBA y de la solidaridad petrolera de Chávez para con los pueblos empobrecidos por el imperialismo…
Y cinco, los cambios acaecidos desde 1945 nos exigen que concretemos lo más posible cuales son las diferencias entre los procesos arriba citados y la multipolaridad, porque solo así podremos descubrir las nuevas armas introducidas por la dirección político-militar burguesa en la guerra social. Este es uno de los requisitos esenciales para que la izquierda revolucionaria vuelva a ser la vanguardia que se necesita en la actual fase de lucha de liberación nacional de clase. Sin embargo, como venimos insistiendo desde hace tiempo, una de sus grandes fallas es su miope mirada dialéctica que le obliga a moverse lentamente frente a los rápidos acontecimientos que se amontonan. No hace falta decir que el reformismo odia la dialéctica porque adora el pragmatismo.
La mirada dialéctica descubre que lo «invisible» que actúa por debajo de la apariencia, es lo que realmente determina las causas de la guerra social, del militarismo y de la multilateralidad. Eso «invisible» es la tendencia ciega del capital a sufrir cada vez más crisis devastadoras que vuelven a estallar con intervalos menores y con fuerzas nuevas y más destructoras por momentos. La mirada dialéctica nos descubre, por tanto, la necesidad y la posibilidad del comunismo, pero nos avisa de que aún no se ha desarrollado lo suficiente el deseo del comunismo que es la expresión práctica, esencial y concreta de la conciencia-para-sí en su forma genérica.
Este deseo del comunismo solo puede ser deseo vital, ético e histórico, lo que le hace imprescindible para la derrota irrecuperable del capital y de la opresión nacional. Conceptos como alienación, reificación, fetichismo, etc., pero también el de miedo, nos explican las razones fundamentales del retraso del deseo del comunismo, que es mucho más que la conciencia político-revolucionaria, que surge de la superación de los límites de la conciencia reformista. Por esto mismo, el deseo del comunismo choca ya con algunas de las fuerzas que impulsan la multipolaridad y, en la medida en que se expanda, chocará con las burguesías y reformismos que creen que la multipolaridad es la vía pacífica definitiva por fin encontrada, vía que ha expulsado de la historia al comunismo.
Pero el imperialismo sabe que solo le salvará una prolongada guerra social interna y una gran guerra militar o varias pequeñas simultáneas externas contra la multipolaridad a la vez que para amenazar a los Estados que piensan sumarse a ella. Estos conflictos ya van acompañados y son inseparables de otros, de otras «guerras» que ya se libran, como la «guerra ecológica» que acaba de librarse en Egipto durante el COP-27, por poner un solo ejemplo. Los pueblos oprimidos nacionalmente estamos especialmente indefensos ante esta vorágine porque somos y seremos peones, sujetos pasivos, a sacrificar por los Estados ocupantes.
La mirada dialéctica es implacable en estas y en todas las verdades que descubre: las naciones oprimidas no tenemos otra alternativa de existencia que construirla en nuestro avance al comunismo. No podemos atarnos a las promesas de quienes creen que la multipolaridad, con avances y conquistas relativas en comparación al infierno de la OTAN y su guerra social, nos dará la independencia socialista. No lo hará por dos grandes razones entre otras menores: el subimperialismo franco-español nunca se integrará en ese proyecto sino que lo combate y combatirá a muerte; y burguesías determinantes de la multipolaridad pueden terminar negociando con el imperialismo con tal de frenar y derrotar la lucha de clases que pudiera crecer en sus países.
Por tanto, cualquier tardanza o espera de las izquierdas de las naciones oprimidas, de la vasca en nuestro caso, en la pedagogía práctica del comunismo como necesidad posible y deseable, no hace sino reforzar, facilitar el proceso de acumulación ampliada de capital, motivo de nuestra explotación. Más aún, en la medida en la que ante los duros golpes de la pavorosa crisis actual las izquierdas permanezcan sin debatir un mínimo plan común que facilite al menos coordinar las luchas más importantes, coordinación que facilite un básico aprendizaje común en lo esencial, en esta medida se alejarán las posibilidades de avance, se debilitará la conciencia de la necesidad de la revolución socialista y, con todo ello, el deseo del comunismo quedará en simple romanticismo inútil ante la efectividad multifacética de las represiones inherentes a la guerra social y a la militarización a ella unida.
Petri Rekabarren
19 de noviembre de 2022
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