«Cuando fue ya evidente la victoria de los siracusanos […] los atenienses estaban en el más completo desánimo y sentían un gran desengaño y un arrepentimiento aún mayor de la expedición1.»
«Si quieres la paz, prepárate para la guerra2.»
«Los suizos son muy libres porque disponen de armas propias3.»
«Un gobierno socialista no puede encabezar un país, si no existen suficientes condiciones para poder tomar enseguida las medidas requeridas, y para espantar a la burguesía, con el fin de conseguir las condiciones primarias de una política consecuente4.»
Leyes de la guerra
Para entender en su actualidad la doctrina político-militar y social de Bolívar y del bolivarianismo, debemos estudiarla a la luz de las experiencias históricas y de las constantes –o leyes de la guerra– que de ellas se deducen. Por ejemplo, el reaccionario5 Sun Tzu (~ s. ‑VI) trataba a los soldados como ignorantes que debían obedecer y machacar sin piedad a las sublevaciones campesinas. Sun Tzu emplea el término de «armonizar» las relaciones entre el pueblo explotado y el Estado para fortalecer políticamente al ejército opresor. Para Sun Tzu: «La guerra es un tema de vital importancia para el Estado, un asunto de vida o muerte, el camino a la supervivencia o a la ruina. Por tanto, es imperioso estudiarla detenidamente […] La política es aquello que armoniza al pueblo con su gobernante, de tal manera que lo siga, con desprecio de su propia vida y sin temer ningún peligro»6.
Sun Tzu dejó constancia de lo que era una certidumbre empírica desde hacía siglos, al menos desde que las sociedades comunales se rompieron entre una amplísima masa trabajadora superexplotada por un lado y una minoría explotadora por el contrario. Ya desde el dinástico antiguo mesopotámico (c. 2850 – 2340 a.e.c.) se conoce la explotación social, sobre todo de la mujer en los textiles7. En las primeras ciudades-Estado de Sumer:
La masa de campesinos y trabajadores sin cualificar, que sumaban probablemente el 90% de la población, vivían como siervos, si no como esclavos, careciendo de derecho alguno, ni siquiera el de propiedad. La tierra pertenecía al templo (o a su deidad) y la administraban los representantes de esta, es decir, los sacerdotes. En una fecha algo posterior –pero no más tarde del principio del tercer milenio– una clase guerrera cuyo mando ostentaban reyes o jefes impuso su autoridad junto a la de los sacerdotes o por encima de la de estos8.
A la vez, la guerra injusta desarrollaba la inhumanidad en su forma más cruda: aparte del exterminio y/o el saqueo practicado desde hacía milenios, incluido el canibalismo, desde hace aproximadamente 5.000 años se generalizó también la esclavización humana en cuanto fuerza de trabajo explotable en todos los sentidos, también el reproductor y el sexual; y por fin surgió la importancia creciente de la captura de «los mejores artesanos o artesanas»9. La Roma republicana ordenó que en la toma de Siracusa en el año ‑212 se apresase vivo al sabio Arquímedes, para que trabajase como esclavo creando máquinas de guerra para las legiones, pero fue asesinado por un soldado romano.
Tenemos aquí un ejemplo brillante de las vicisitudes de las leyes de la guerra, porque la orden de mantenerlo vivo no fue cumplida por los avatares del combate. Pero también tenemos ejemplos extremos de esas lecciones que siguen dándose casi 2.200 años después: la terrible batalla de arrasamiento de Cartago10 en el año ‑146 por Roma, que adelantaba premonitoriamente masacres similares hasta hoy mismo: pueblos que luchaban hasta el final sabiendo que no tenían ninguna esperanza de victoria, simplemente por el orgullo de morir libres. Es importante aceptar que pese a todas sus dificultades, estas leyes de la guerra existen y se repiten en contextos muy diferentes, porque así no caemos en el relativismo absoluto, tan dañino como reaccionario.
Otro ejemplo de la existencia de constantes básicas en la guerra desde que se impuso la propiedad privada y la explotación a ella inherente es que todas las minorías explotadoras han buscado siempre «armonizar», en el lenguaje de Sun Tzu, las relaciones entre el pueblo explotado y la minoría propietaria de las fuerzas productivas, obsesión desesperada de las clases dominantes, de sus Estados y ejércitos, como se confirma leyendo el Poema de Gilgamesh11 de hace ~4.400 años.
Que es una obsesión actual vuelve a quedar claro siguiendo los varios debates que está realizando el Pentágono para ver de salir del agujero en el que se está hundiendo, destaca el que se libra desde 2019 sobre los nuevos métodos de expolio de los pueblos, en base al desarrollo del concepto de «marco de condiciones explotables»: todos los imperios se han creado y sostenido extrayendo ganancias múltiples de los pueblos y clases oprimidas. El Pentágono ha elaborado un sistema de estudio de los problemas, debilidades y contradicciones de esos pueblos para utilizarlos en su beneficio: la «explotación» se define no en el sentido marxista, sino en su antagónico, en el de ganancia empresarial y político-militar, etc., obtenible. Es el conjunto de tácticas, métodos y estrategias que Estados Unidos emplea para obtener beneficios y ganancias de toda índole «explotando» las debilidades de los pueblos que expolia y quiere saquear12.
Y que seguirá siendo una obsesión enfermiza del imperialismo para mantener su poder en el mundo se desprende de los esfuerzos de toda índole redoblados para ampliar la inagotable gama de pulsiones conscientes e inconscientes que van de la ansiedad al terror pánico pasando por el miedo13, unida esta excitación de la «reserva de reacción» a las exhortaciones tanto «democráticas» como filo fascistas y fascistas de llamamiento «al deber, al sacrificio y a la devoción»14, cada una en sus áreas respectivas. Sin ir muy lejos, la llamada «guerra cognitiva»15 está ideada para masacrar las resistencias futuras simultáneamente desde su exterior e interior, porque es una guerra de largo plazo.
Crisis y guerras
El nuevo método de estudio yanqui para asegurar su poder empezó a ser desarrollado en 2019, cuando le era urgente ampliar las «condiciones explotables» porque, sin ser exhaustivos, en 2017 su antigua estrategia había sido derrotada en Venezuela pese a la brutalidad inhumana de la guarimba. ¿Por qué fue internacionalmente tan importante esta derrota? Porque se sumaba a la que ya se estaba dando en Siria, Afganistán, Irak…; porque a cada instante se incrementaba la tendencia a la «multipolaridad», a la aceptación de las propuestas de China Popular, etc.; porque ya se empezaba a ralentizar la tímida recuperación posterior a la debacle de 2007 – 2008, hasta tal punto que en 2019 casi el 40% de los beneficios de las transnacionales huyeron a los paraísos fiscales16 en vez de potenciar la economía productiva, la rama de producción de bienes de producción.
Esta huida gigantesca hacia la «economía de casino», alrededor del 40% de las ganancias, muestra la debilidad profunda del capitalismo y, por ello, el reforzamiento del militarismo y del autoritarismo. Se comprende así que, entre otras medidas, en 2018 Estados Unidos rompiera unilateralmente el Tratado sobre armas nucleares de corto y medio alcance para compensar con el aumento de esas armas terroríficas la pérdida del inmenso botín venezolano, que daba por seguro. También explica el avance de la OTAN hacia las fronteras rusas incrementando el asesinato sistemático de miles de habitantes de las repúblicas populares del Donbass por el nazismo ucraniano, así como el endurecimiento de las presiones contra China Popular, Irán, Siria, Venezuela, Cuba… Las leyes de la guerra, tendenciales en sí mismas, se confirman otra vez ahora porque todo indica que en la medida en que se agudicen las contradicciones del imperialismo, lo más probable es que el Pentágono desencadene otro ataque contra Venezuela mediante una guarimba más terrorífica que la de 2017.
Apoderarse de Venezuela en 2017 hubiese dado un impulso brutal a la ofensiva mundial de Estados Unidos en unos años en los que el imperialismo estaba preparándose para vencer definitivamente en la larga época de «guerras largas»17 que estaba diseñando. ¿A qué fue debida la derrota del Pentágono? Dicho muy sintéticamente, a que Venezuela había desarrollado una doctrina militar, con sus correspondientes sistemas, estrategias y tácticas, basada en las ideas de políticos y militares entre los que estaba Simón Bolívar, como veremos. Más aún, sabedores del peligro, a partir de ese 2017, por centrarnos en una fecha significativa, se produjo un impresionante enriquecimiento de la doctrina político-militar bolivariana. Vamos a ver algunas de sus aportaciones centrales.
Solo dos años después, en 2019, el general Menry Fernández Pereira publicaba un imprescindible libro que es, en la praxis, el contrario inconciliable de lo que en ese mismo año se empezaba en Estados Unidos a cavilar sobre lo que al poco sería el método del «marco de condiciones explotables». El general dijo: «La participación popular en la tarea de defensa nacional ha de tener como eje fundamental desmontar el aparato ideológico del sistema neocolonialista que, a su vez, permita ir preparándonos para asumir las delicadas tareas de la defensa de la patria […] en la preparación para la defensa, la tarea de primer orden de cada ciudadano y ciudadana es conocer qué le corresponde hace en caso de ser agredidos por una potencia militar extranjera»18.
El general Menry sostiene esta tesis sobre un riguroso estudio de muchas guerras populares contra invasores: desde las resistencias contra Napoleón, hasta Irak, pasando por Afganistán, Mogadiscio, Argelia, Vietnam, Indochina, China, URSS y la Europa ocupada contra el nazismo19. Simultáneamente, la doctrina bolivariana de la guerra se sustenta, como no podría ser menos, en un impresionante papel de teóricos, filósofos, economistas, militares, etcétera, ya estudiados minuciosamente por Bolívar20 y luego ampliada por los desarrollos de la doctrina bolivariana. Las experiencias históricas que la sustentan llevan en su interior muchas luchas válidas hoy mismo sobre la dialéctica de las rebeliones e insurrecciones dentro de guerras prolongadas en países con mayoría social campesina. Es muy ilustrativo a este respecto que ya en 1928 la siempre actual obra colectiva La insurrección armada, publicada por la Internacional Comunista, incluyera un artículo sobre «el trabajo militar del partido entre los campesinos»21.
Son muchas las lecciones que el general extrae de estas guerras populares libradas desde el siglo XIX, de las que ahora nos interesan dos: una y muy importante, la Guerra Popular Prolongada ya fue analizada por Clausewitz22, lo que significa que ya era una forma de guerra de liberación asentada para su época. Yván Salgado Uzcátegui sostiene la misma idea que esta aportación de Clausewitz pero con otro nombre: «La nación en armas»23. Engels ya había analizado al detalle qué es una «nación en armas», especialmente en su artículo sobre los guerrilleros prusianos24 contra la invasión napoleónica. Conceptos claves que nos guiarán durante todo el texto.
Y dos, «la experiencia ha demostrado, a lo largo de la historia, que la guerra imperial nunca ha sido un instrumento para conseguir cambios sociales progresivos; los términos de “democracia y modernidad” no vienen impuestos por la fuerza, además, la soberanía no se transfiere. […] la historia de la resistencia ha hecho reflexionar acerca de que los “imperios” pueden ser derrotados, y Estados Unidos […] ya ha probado “el germen de la derrota” en más de un escenario»25. Pero derrotar a los imperios exige antes que nada «la organización del pueblo rebelde»26.
Si algo tiene un «pueblo rebelde» es moral de combate, de lucha y sacrificio. Clausewitz insiste mucho en la importancia de estos «factores morales»27, entre los que destacan la intrepidez y la perseverancia, cualidades morales especialmente cultivadas por Bolívar, en concreto, y, también, por los ejércitos populares de liberación, sean guerrillas o ejércitos más organizados. Clausewitz insiste más adelante en este factor decisivo: «el corazón y el espíritu de una nación forman un factor importantísimo en los productos que representan la fuerza nacional, guerrera y de combate»28. Por esto, la gravedad de una derrota depende mucho del impacto que el revés haya tenido en la moral de lucha: «Como en una derrota la fuerza moral del vencido queda deshecha en alto grado, resulta a menudo una incapacidad completa para resistir, y toda la acción se limita a ceder, es decir, se cambia en derrota, en huida»29. Clausewitz actualizaba así en las condiciones de inicios del siglo XIX, una constante histórica ya descrita por Tucídides.
La importancia de la moral es incuestionable, aunque debiéramos profundizar un poco en el antagonismo entre la moral de las clases y naciones oprimidas, y la de la minoría opresora. No existe una ética y una moral únicas, por lo que fortalecer la oprimida y debilitar la opresora es decisivo. Aquí entramos de lleno en la dialéctica entre guerra y política, más concretamente entre propiedad privada y luchas sociales.
Clausewitz tampoco profundiza hasta estas contradicciones de fondo, condicionado por su origen de clase y por el muy débil desarrollo del utopismo crítico en la Alemania de aquellos años, por no hablar aún del socialismo utópico. Sin embargo, ello no anula la gran contribución a la teoría de la guerra: «La guerra es un instrumento de la política»30, tal como lo escribe en el comienzo del capítulo VI (B), aunque su frase más conocida es que la guerra es la continuación de la política por otros medios.
La fuerza interna de esta contribución radica en que Clausewitz entendía la guerra de tal modo que, sin reconocerlo explícitamente, admitía que lo esencial de las leyes de la guerra convencional también se aplican a la llamada «guerra social» en sus dos formas básicas: la lucha de clases en un Estado no oprimido nacionalmente y la lucha de liberación nacional de un pueblo oprimido. Yván Salcedo Uzcátegui sintetiza en tres principios la idea del militar alemán: uno, la guerra consiste en vencer al enemigo; dos, mientras no se le haya derrotado del todo, siempre podrá recuperarse y contraatacar; y tres, se puede regular la dureza de la guerra para obtener una victoria suficiente, según los recursos disponibles31. Son tres principios que se deducen de las leyes tendenciales de la guerra en cualquiera de sus formas.
No hace falta ningún esfuerzo mental para comprender que cualquier conflicto, al margen de su ubicación, extensión e intensidad, transita total o parcialmente por este proceso, un tránsito que puede ser derrotado según cómo vaya la lucha. Un poco más adelante Yván Salcedo Uzcátegui realiza un magnífico resumen de las ideas clausewitzianas de la dialéctica entre los fines y los medios en la guerra, en la que explica cómo pueden evolucionar cada uno de esos tres principios según interactúan fines y medios de la guerra, resumen que puede aplicarse con escasas adaptaciones a la guerra social, de clases, y a la guerra de liberación de los pueblos32, porque, en última instancia, se mueven marcados por las mismas leyes tendenciales.
Las leyes sociales son tendenciales, sobre todo las que expresan conflictos que pueden llegar a ser de supervivencia, de vida o muerte, porque siempre llevan en sí determinantes objetivos, materiales, insalvable, como la base productiva y energética, los recursos vitales, etc. Bolívar leyó con atención al conde de Montecuccoli que insistía en esta cuestión decisiva33, la de asegurar los recursos materiales necesarios para sostener una guerra. El hambre y las carencias derrotan a los ejércitos, a las huelgas y a las revoluciones. Las leyes del ahorro energético y de la planificación racional de su consumo son objetivas en su esencia biosocial, variando en sus formas. Por esto, la lucha de clases y de liberación nacional tiene un fondo de planificación político-militar incuestionable, sin el cual va a la derrota.
Yván Salcedo Uzcátegui muestra cómo el Manifiesto de Cartagena, escrito por Bolívar el 15 de diciembre de 1812, coincide plenamente con el pensamiento de Clausewitz y que, sobre todo y seguramente por eso mismo, acertó de pleno «como si Bolívar hubiese consultado un oráculo»34, lo que se confirmó entre otras muchas cosas al acertar en el papel alienador y explotador que iba a jugar la Iglesia española. El autor se detiene con especial énfasis en la importancia crítica del «objetivo político» de la guerra de liberación anticolonial. Bolívar también coincide con Clausewitz, y con otros grandes militares y políticos añadimos nosotros, en la eficacia de la guerra psicológica y de derrota moral del invasor español inserta en el Decreto de Guerra a Muerte de 15 de junio de 1813 que demostró su efectividad al desmoralizar al cada vez más agotado ejército español, temido inicialmente por su brutalidad represiva35, terror que fue siendo superado por el pueblo venezolano en la medida en que este iba derrotando a los invasores.
Nación en armas
En las condiciones de aquellos años, el concepto clave de «nación en armas» o «pueblo en armas», o «guerra popular prolongada», etcétera, ya anunciaba las tremendas virtudes político-militares que tiene en la actualidad no solo en su forma extrema y definitiva de materialización para derrotar a un ejército invasor sino también, y como veremos, como doctrina general con sus sistemas, estrategias y tácticas adecuadas a cada momento y fase de la lucha de liberación nacional de clase. Pero empecemos por esto: «Un pueblo en armas, o que toma partido por un bando, facilita la destrucción de la base material y moral del ejército enemigo, no mediante un enfrentamiento directo, sino más bien a través de acciones que obliguen al enemigo a desalojar el territorio ocupado o invadido, antes de que ese enemigo –pueblo en armas– lo destruya definitivamente»36.
La doctrina de la «nación en armas» o de la «guerra popular prolongada» para decirlo de una forma más adecuada al tema que vamos a analizar ahora, posee múltiples niveles de plasmación, niveles que no tienen que llegar exclusivamente al «máximo» de la desesperada guerra defensiva contra el invasor, porque también se materializa en los «mínimos» tácticos integrados en la estrategia a largo plazo de destrucción del poder estatal burgués para instaurar el Estado obrero. Una de las razones de la incapacidad o ceguera absoluta de la «izquierda» eurocéntrica para asumir el potencial revolucionario y heurístico de la «guerra popular prolongada», es precisamente el rechazo de la dialéctica de entre lo popular y lo proletario, mediada por el concepto de pueblo trabajador.
Pero, se quiera o no aceptarlo, toda estrategia está inserta en alguno o en todos de los sistemas mediante los que se aplica la doctrina comunista. Es desde esta perspectiva desde la que debemos entender el concepto de «guerra social permanente» entre la burguesía y el proletariado, o de «guerra antiimperialista permanente» para la liberación nacional de clase de los pueblos oprimidos. El concepto marxista elaborado en 1850 de «revolución permanente»37 es la síntesis dialéctica de todas estas formas. Aquí nos encontramos de nuevo con la imprescindible mediación del concepto de pueblo trabajador explotado38.
Pues bien, el general Menry Fernández Pereira enlaza directamente la «guerra popular prolongada» con el imprescindible texto de Lenin sobre el socialismo y la guerra39, insistiendo en que «existe un lazo inevitable que une las guerras con la lucha de clases en el interior del país»40. Un ministro prusiano ya dijo a finales del siglo XIX que en toda huelga se escondía la revolución: el contenido político-militar de cualquier resistencia popular y obrera es comprendido más rápida y fácilmente por la burguesía que por el proletariado y aún más tardíamente por la izquierda revolucionaria. El general Menry tiene razón una vez más cuando sostiene que el principio del «pueblo en armas» es una «parte de la teoría social del marxismo leninismo»41. El autor describe las grandes luchas populares, campesinas y obreras, sus relaciones con la dirección política siempre dentro de los sus contextos particulares y singulares, pero manteniendo la presencia de lo universal en todas ellas, hasta centrarse en Venezuela.
Por imperativos del espacio y en aras del objetivo de este artículo, nos centramos en la importancia capital que el autor da a la educación del pueblo, no solo del ejército popular: «El objeto de la educación, por parte de las fuerzas de resistencia, va dirigido a obtener la mayor voluntad de lucha por parte del pueblo, y profundizar la unión cívico-militar»42. La unión cívico-militar es un avance enriquecedor de la efectiva línea de trabajo dentro de los ejércitos elaborada por la Internacional Comunista43, expuesta en el texto de 1928 arriba citado. Esta intervención dentro de las fuerzas represivas fue tan eficaz en determinados momentos, que, además de por otras razones, la burguesía empezó a impulsar el fascismo en grupos de «vigilancia y seguridad» como denunció Dimitrov44 en ese mismo año de 1928. Desde entonces la fascistización de las policías privadas no ha hecho sino aumentar. Además, profesionaliza ejércitos, fanatiza a sus unidades especiales y potencia «las putas del imperialismo»45, o mercenariado.
Estas medidas van especialmente dirigidas contra el avance del socialismo y, sobre todo, cuando ese socialismo dirige la lucha de liberación nacional de un pueblo oprimido, al que se le reprime violentamente el derecho al Estado y a la autodefensa propia. Por tanto, la «educación» y la autodefensa de una nación oprimida ha de desarrollar una pedagogía revolucionaria en la que, de algún modo u otro, aparezcan los contenidos básicos de una estrategia nacional que abarque, como indica Menry Fernández, modelos económicos, sociales, políticos, culturales, geográficos, ambientales y militares46. Por la puerta de estos modelos entramos a un espacio decisivo para las doctrinas político-militares, socioeconómicas, culturales, etcétera, de todas las naciones antiimperialistas para luchar contra el capitalismo actual que depende cada vez más de la «industria de la matanza de hombres»47.
Dicha «industria» ya era crucial en la mitad del siglo XIX, pero ahora es imprescindible, es vital para el imperialismo, como se aprecia con la guerra injusta contra Rusia del régimen ucronazi sostenido por la OTAN que es abiertamente un «negocio»48. O también: «Para el capitalismo, la guerra no es más que la continuación del mercado por otros medios»49. Las doctrinas político-militares antiimperialistas, como la bolivariana, saben que desde ahora y para lo que se avecina, la independencia nacional y el internacionalismo solo pueden ampliarse si se aplica la «Defensa Integral»50. Más concretamente:
La concepción estratégica de la Guerra Popular Prolongada deviene de la concepción estratégica de la Defensa Integral y abarca todos los campos del poder nacional, porque la guerra moderna es un fenómeno global que envuelve a todos los sectores de la Nación. Es de mayor jerarquía que la Doctrina Militar Bolivariana, porque esta representa solo un ámbito particular51.
La elaboración de esta doctrina, a partir de las ideas de Bolívar, ha sido impulsada también por la necesidad de Venezuela y de toda Nuestramérica de resistir primero y luego vencer al imperialismo allí donde era posible. Christian Arias Barona, en un artículo brillante, describe el avance del peor capitalismo reprimiendo a los pueblos rebeldes con planes de contrainsurgencia, con el militarismo asesino: «La humanidad y la tierra, que en modo más abstracto podemos llamar el trabajo y los bienes comunes, están en la mira del sistema-mundo capitalista ante una fase de agudización de la superexplotación»52.
La explotación salvaje del trabajo y de los bienes comunales exige de un Estado fuerte, militarizado e implacable cuando la burguesía lo necesite: «Un Estado corporativo de la burguesía monopólica y las Fuerzas Armadas»53 tal como lo definió R.M. Marini. La historia militar muestra que un pueblo desarmado está indefenso, y también muestra que la dependencia militar conlleva dependencia nacional. Todas las grandes potencias han buscado siempre desarmar a los pueblos o, al menos, mantenerlos en la dependencia en lo relativo a su armamento: «La dependencia tecnológica y técnica militar puede ser considerada como una herramienta de dominación»54.
Llegados a este punto y antes de finalizar con el debate sobre las tesis, debemos volver de nuevo la mirada a la historia militar, a las leyes de la guerra para apreciar la profunda razón objetiva de la doctrina bolivariana de la «nación en armas» que practica la «defensa integral» y la «guerra popular prolongada». N. Sekunda escribe algo siempre decisivo aprendido de su rigurosa investigación sobre el ejército persa:
La mayoría de las naciones del imperio hacía tiempo que habían dejado de proporcionar instrucción militar a sus jóvenes, de acuerdo con la política persa. Tras la conquista de Lidia, por ejemplo, se anuló cualquier tipo de instrucción militar, y en muy poco tiempo los lidios perdieron todo espíritu de revuelta. Incluso en el caso de querer resistir al imperio no hubieran sabido cómo hacerlo. Así pues, la mayoría de los mercenarios tendían a reclutarse de naciones que todavía permanecían «libres». En la antigüedad esta palabra se podía usar casi como sinónimo de cualquier sociedad que proporcionara alguna forma de instrucción militar organizada a su juventud55.
La Venezuela bolivariana es libre porque está armada, no tiene dependencia militar, tiene unidad cívico-militar y educa a su pueblo en la guerra popular prolongada, la única doctrina que amedrenta y asusta al imperialismo, por ahora ya que, volviendo al principio, el Pentágono estudia sus puntos flacos mediante El marco de condiciones explotables. Estrategias de investigación y análisis sociocultural, para abrir brecha por ellos. La libertad exige vigilancia y lucha permanentes.
Tesis para el debate
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La casi totalidad de la izquierda occidental ha sido derrotada teórica, política y éticamente en la crucial visión de la unidad entre guerra y política, unidad que se diversifica con variadas intensidades y extensiones en todas y cada una de las formas de lucha de clases. Pero esa derrota no se ha dado o se ha dado en mucha menor medida en otros continentes, en aquellos en los que el multifacético reformismo no ha podido realizar su doble tarea: una, convencer al capital de la necesidad de reformas superficiales que disimulasen la explotación asalariada; y otra, dividir y debilitar a la izquierda revolucionaria, facilitando así la represión de la izquierda irreductible y la pervivencia del capitalismo.
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Las razones del fracaso absoluto o relativo del bloque reformista en su totalidad o en sus expresiones más fuertes han de ser analizadas en cada situación concreta pero hay una especie de constante más o menos visible que les recorre: tanto la resistencia popular como la debilidad de la burguesía en esos contextos impidieron que se asentasen sólidamente sistemas de cooptación, integración y división eficaces, quedando casi siempre la brutalidad represiva como el único o más efectivo método de supervivencia del capitalismo. La represión es legitimada por sectas religiosas reaccionarias, además de por la industria cultural imperialista y otros medios conocidos readecuados periódicamente a las necesidades explotadoras.
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Lo político-militar, y en sí la «guerra» en general, es un componente ineludible en la praxis marxista que se sostiene en la objetividad de la dialéctica de la unidad y lucha de contrarios. Si se le amputa esto, el marxismo es destruido en su esencia, dejándolo en vulgar reformismo pacifista, electoralista, que acepta incondicionalmente el horizonte de tolerancia del capital. Por el contrario, la definición del Estado burgués como la forma político-militar del capital se basa, además de en la experiencia histórica, también en la cotidianidad de todas las formas de lucha de clases y de liberación nacional, así como en el contenido violento de todas las medidas burguesas para intentar recuperar la tasa media de ganancia. Cada vez más directa y públicamente, el Estado es la garantía última del capital para sobrevivir. Destruir ese Estado es, así, decisivo para la libertar humana mediante la extinción de todo Estado.
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Las leyes de la guerra social, de la lucha de clases, como encuadre objetivo de las guerras convencionales, imponen a la izquierda revolucionaria obligaciones ineludibles cuyo incumplimiento acarrea la derrota, acelerada por la adoración irracional y contra toda evidencia del fetiche parlamentarista y pacifista. La lucha de clases y de liberación nacional existen al margen y en contra de fantasías reformistas porque la explotación es una realidad objetiva que ninguna subjetividad delirante puede ocultar por mucho tiempo. De la misma forma que un dedo no tapa ni el sol ni la luna, el fanatismo fascista no puede negar la objetividad de la ley general de la acumulación del capital y de la ley tendencial de caída de la tasa de ganancia.
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La subjetividad es parte de las contradicciones objetivas que hacen estallar crisis y guerras. La subjetividad revolucionaria organizada como fuerza político-militar material puede hacer que esas guerras y crisis se vuelvan contra el capital impulsando la libertad. Bolívar, como toda persona revolucionaria, era muy consciente del potencial liberador de la conciencia en esos momentos decisivos y por ello insistía en la educación histórica, ético-moral y política del pueblo para que actuase decisoriamente antes, durante y después de esas guerras y crisis.
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La exizquierda occidental desprecia estas lecciones y loa ese engrudo insípido que es la ideología burguesa. Derrotar al reformismo es una exigencia sin la cual no hay libertad concreta, puede haber una ficción de libertad abstracta en una existencia mísera, nada más, pero bajo las presiones de una esquizofrenia social galopante. La derrota del reformismo solamente es posible en las luchas concretas, mediante su creciente coordinación e integración en una praxis emancipatoria superior.
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Se ha de ser consciente de que cada uno de los avances específicos en esa praxis, sufre más temprano que tarde dosis represivas siempre un poco más duras que lo que correspondería según el mito de la justicia burguesa. Toda coerción siempre es más dura que el peligro real que esa lucha popular reprimida contiene para la burguesía: esto también es una ley de la guerra injusta. Y el terror fascista desencadenado contra la revolución siempre es cualitativa e inconmensurablemente superior a la justa violencia defensiva ejercida por la nación trabajadora en armas: esta también es una ley de la guerra reaccionaria.
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La doctrina político-militar es adaptable a la lucha de clases en Estados imperialistas o sumisos al imperialismo. Hay que preparar sistemáticamente los objetivos, fines y medios del comunismo. La dialéctica entre partido, independencia de clase y espacios de contrapoder es imprescindible, orientada hacia la extensión y defensa a ultranza de esos contrapoderes conquistados. La «cuestión del poder» debe dirigir todas las luchas por menores que sean y debe buscar tanto la neutralización y disolución de las fuerzas represivas oficiales y privadas, como el trabajo militante en el interior del ejército convencional, cuando fuera posible.
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En las naciones trabajadoras oprimidas esto requiere un debate más preciso porque todo, absolutamente todo el aparato material y simbólico, «democrático» o abiertamente dictatorial, que sustenta el imperialismo está en función de desnacionalizar al pueblo oprimido. Bajo la explotación, opresión y dominación nacional de clase, no puede existir ni existe instancia política alguna que sea mínimamente neutral: todas son pro imperialistas, y las decisivas llegan a serlo brutalmente. Esta realidad lo condiciona todo.
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Recordemos a Maquiavelo: «Los suizos son muy libres porque disponen de armas propias». Armas morales y materiales para quebrantar o asustar, según otra traducción de esta sabia advertencia de Marx, a la burguesía propia y al imperialismo, añadimos nosotros.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 21 de agosto de 2023
- Tucídides: La guerra del Peloponeso, siglo ‑V.
- Vegecio: Epitoma rei militaris, siglo IV.
- N. Maquiavelo: El príncipe, 1531.
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- Tao Hanzhang: Idib., p. 89.
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- J. Guilaine‑J. Zammit: El camino de la guerra, Ariel, Barcelona 2002, pp. 54 – 60.
- Fernando Quesada Sanz: «La muerte de Cartago. La guerra más salvaje», Desperta Ferro. ¡Cartago debe ser destruida!, Madrid, Antigua y Medieval, nº 31, septiembre-octubre 2015, pp. 46 – 50.
- Abel Rebollo: «Una historia de rebelión y diluvio», Días rebeldes, Octaedro, Barcelona 2009, pp. 10 – 12.
- N.M. Laster-Loucks y B. A. Okonofua: «El marco de condiciones explotables. Estrategias de investigación y análisis sociocultural», julio-agosto 2023, Military Review (https://www.armyupress.army.mil/Journals/Military-Review/English-Edition-Archives/July-August-2023/Exploitable-Conditions-Framework/).
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- Rómulo Pardo Silva: Se prepara un futuro de guerras largas, 27 de junio de 2023 (https://rebelion.org/se-prepara-un-futuro-de-guerras-largas/).
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- General Menry Fernández Pereira: Ibid., p. 76.
- Karl von Clausewitz: De la guerra, Ediciones Ejército, Madrid 1980, pp. 162 y ss.
- Karl von Clausewitz: Ibid., p. 204.
- Karl von Clausewitz: Ibid., p. 26.
- Karl von Clausewitz: Ibid., pp. 715 y ss.
- Yván Salcedo Uzcátegui: Bolívar y Clausewitz. Vidas paralelas en la política y en la guerra (1812−1813), op. cit., p. 16.
- Yván Salcedo Uzcátegui: Ibid., pp. 21 – 26.
- Yván Salcedo Uzcátegui: Ibid., p. 56.
- Yván Salcedo Uzcátegui: Ibid., pp. 74 y ss.
- Yván Salcedo Uzcátegui: Ibid., pp. 81 y ss.
- Yván Salcedo Uzcátegui: Ibid., p. 110.
- K. Marx y F. Engels: Circular al Comité Central de la Liga Comunista, marzo de 1850 (https://www.marxists.org/espanol/m‑e/1850s/50_circ.htm).
- V.I. Lenin: Declaración de los derechos del pueblo trabajador y explotado, enero de 1918 (https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1918/enero/03.htm).
- V.I. Lenin: El socialismo y la guerra, julio-agosto de 1915 (https://www.marxists.org/espanol/lenin/obras/1910s/1915sogu.htm).
- General Menry Fernández Pereira: Guerra Popular de Resistencia, op. cit., p. 122.
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- J. Dimitrov: Acerca de las medidas de lucha contra el fascismo y los sindicatos amarillos (https://www.marxists.org/espanol/dimitrov/1928.htm).
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- Christian Arias Barona: «Dependencia, militarismo y contra-insurgencia: relaciones de dominación y acumulación de capital en América Latina», Teoría del Imperialismo y de la Dependencia, Néstor Kohan (compilador), Edit. Trinchera, Caracas 2023, p. 405.
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- Nick Sekunda: El ejército persa 560 – 330 a.C., Edic. del Prado, Ejércitos y Batallas, nº 38, 1994, p. 23.