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Tho­mas San­ka­ra: «La libe­ra­ción de la mujer: una exi­gen­cia del futuro»

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No es corrien­te que un hom­bre se diri­ja a tan­tas muje­res a la vez. Tam­po­co lo es que un hom­bre sugie­ra a tan­tas muje­res a la vez las bata­llas que hay que lidiar.

La pri­me­ra timi­dez del hom­bre sur­ge cuan­do se per­ca­ta de que está miran­do a una mujer. Com­pren­de­réis, com­pa­ñe­ras mili­tan­tes, que a pesar de la ale­gría y el pla­cer que sien­to al diri­gir­me a voso­tras, sigo sien­do un hom­bre que ve en cada una de voso­tras a la madre, la her­ma­na o la espo­sa. Tam­bién me gus­ta­ría que nues­tras her­ma­nas aquí pre­sen­tes, que han veni­do de Kadio­go y no entien­den la len­gua fran­ce­sa extran­je­ra en la que voy a pro­nun­ciar mi dis­cur­so, sean tan com­pren­si­vas como de cos­tum­bre, ellas que, como nues­tras madres, acep­ta­ron lle­var­nos duran­te nue­ve meses sin que­jar­se. (Inter­ven­ción en len­gua nacio­nal moo­ré para ase­gu­rar a las muje­res que habrá una tra­duc­ción para ellas.)

Com­pa­ñe­ras, la noche del 4 de agos­to alum­bró la obra más salu­da­ble para el pue­blo bur­ki­na­bé. Le dio a nues­tro pue­blo un nom­bre y a nues­tro país un horizonte.

Irra­dia­dos por la savia vivi­fi­can­te de la liber­tad, los hom­bres bur­ki­na­bé, humi­lla­dos y pros­cri­tos de ayer, fue­ron mar­ca­dos con el signo de lo que más se apre­cia en la vida: la dig­ni­dad y el honor. A par­tir de enton­ces la feli­ci­dad ha esta­do a nues­tro alcan­ce y todos los días mar­cha­mos hacia ella, exal­ta­dos por las luchas, pio­ne­ras de los gran­des pasos que ya hemos dado. Pero la feli­ci­dad egoís­ta no es más que una ilu­sión, y tene­mos a una gran ausen­te: la mujer. Ha que­da­do exclui­da de esta pro­ce­sión feliz.

Si unos hom­bres han lle­ga­do ya a la lin­de del gran jar­dín de la revo­lu­ción, las muje­res toda­vía están con­fi­na­das en su oscu­ri­dad nin­gu­nean­te, des­de don­de comen­tan ani­ma­da o dis­cre­ta­men­te las vici­si­tu­des que han agi­ta­do Bur­ki­na Faso y para ellas, de momen­to, solo son clamores.

Las pro­me­sas de la revo­lu­ción ya son reali­da­des para los hom­bres. En cam­bio para las muje­res no son más que rumo­res. A pesar de que la ver­dad y el futu­ro de nues­tra revo­lu­ción depen­de de ellas: asun­tos vita­les, asun­tos esen­cia­les, por­que en nues­tro país no podrá hacer­se nada com­ple­to, deci­si­vo y dura­de­ro mien­tras esta impor­tan­te par­te de noso­tros mis­mos se man­ten­ga en ese esta­do de sumi­sión impues­to duran­te siglos por dis­tin­tos sis­te­mas de explo­ta­ción. Los hom­bres y las muje­res de Bur­ki­na Faso, a par­tir de aho­ra, deben cam­biar pro­fun­da­men­te la ima­gen que tie­nen de sí mis­mos en el seno de una socie­dad que, ade­más de deter­mi­nar nue­vas rela­cio­nes socia­les, pro­vo­ca una pro­fun­da trans­for­ma­ción cul­tu­ral al replan­tear las rela­cio­nes de poder entre los hom­bres y las muje­res y obli­gar­les a replan­tear­se su pro­pia natu­ra­le­za. Es una tarea temi­ble pero nece­sa­ria, pues se tra­ta de que nues­tra revo­lu­ción dé todo lo que pue­da de sí, libe­re todas sus posi­bi­li­da­des y reve­le su autén­ti­co sig­ni­fi­ca­do en estas rela­cio­nes inme­dia­tas, natu­ra­les, nece­sa­rias, entre el hom­bre y la mujer, que son las rela­cio­nes más natu­ra­les entre unos seres huma­nos y otros.

Vemos has­ta qué pun­to el com­por­ta­mien­to natu­ral del hom­bre se ha vuel­to humano y su natu­ra­le­za huma­na se ha vuel­to su naturaleza.

Este ser humano, vas­to y com­ple­jo con­glo­me­ra­do de dolo­res y ale­grías, de sole­dad en el aban­dono y, no obs­tan­te, cuna y crea­dor de la inmen­sa huma­ni­dad, este ser de sufri­mien­to y humi­lla­ción y, no obs­tan­te, fuen­te inago­ta­ble de feli­ci­dad para cada uno de noso­tros; lugar incom­pa­ra­ble de todos los afec­tos, aci­ca­te de los actos de valor más ines­pe­ra­dos; este ser débil pero increí­ble fuer­za ins­pi­ra­do­ra de los cami­nos que lle­van al honor; este ser, ver­dad car­nal y cer­te­za espi­ri­tual, ¡este ser, muje­res, sois voso­tras! Voso­tras, arru­lla­do­ras y com­pa­ñe­ras de nues­tra vida, cama­ra­das de nues­tra lucha, y que por eso mis­mo, con toda jus­ti­cia, debéis impo­ne­ros en pie de igual­dad como comen­sa­les en los fes­ti­nes de las vic­to­rias revolucionarias.

Es esta la men­ta­li­dad con que todos, hom­bres y muje­res, debe­mos defi­nir y afian­zar el papel y el lugar de la mujer en la sociedad.

Se tra­ta, pues, de devol­ver­le al hom­bre su ver­da­de­ra ima­gen hacien­do que triun­fe el rei­no de la liber­tad más allá de las dife­ren­cias natu­ra­les, gra­cias a la liqui­da­ción de todos los sis­te­mas de hipo­cre­sía que con­so­li­dan la explo­ta­ción cíni­ca de la mujer.

En otras pala­bras, plan­tear la cues­tión de la mujer en la socie­dad bur­ki­na­bé de hoy es esfor­zar­se por abo­lir el sis­te­ma de escla­vi­tud en el que se la ha man­te­ni­do duran­te mile­nios. Es, de entra­da, esfor­zar­se por com­pren­der el fun­cio­na­mien­to de este sis­te­ma, cono­cer su ver­da­de­ra natu­ra­le­za y todas sus suti­le­zas, para des­atar las fuer­zas capa­ces de lograr la eman­ci­pa­ción total de la mujer.

Dicho de otro modo, para ganar una pelea que es común al hom­bre y la mujer, es pre­ci­so cono­cer todos los aspec­tos de la cues­tión feme­ni­na, tan­to a esca­la nacio­nal como uni­ver­sal, y com­pren­der en qué modo la lucha de la mujer bur­ki­na­bé se suma hoy a la lucha uni­ver­sal de todas las muje­res, y más allá, a la lucha por la reha­bi­li­ta­ción total de nues­tro continente.

La con­di­ción de la mujer es, por con­si­guien­te, el meo­llo de toda la cues­tión huma­na, aquí, allá, en todas par­tes. Tie­ne un carác­ter universal.

La lucha de cla­ses y la cues­tión de la mujer

El mate­ria­lis­mo dia­léc­ti­co es el que ha arro­ja­do sobre los pro­ble­mas de la con­di­ción feme­ni­na la luz más fuer­te, la que nos per­mi­te situar el pro­ble­ma de la explo­ta­ción de la mujer en el seno de un sis­te­ma gene­ra­li­za­do de explo­ta­ción. Es tam­bién el que defi­ne la socie­dad huma­na no ya como un hecho natu­ral inmu­ta­ble, sino como algo antinatural.

La huma­ni­dad no pade­ce pasi­va­men­te el poder de la natu­ra­le­za. Sabe apro­ve­char­lo. Este apro­ve­cha­mien­to no es una ope­ra­ción inte­rior y sub­je­ti­va. Se efec­túa obje­ti­va­men­te en la prác­ti­ca, si se deja de con­si­de­rar a la mujer como un sim­ple orga­nis­mo sexua­do para tomar con­cien­cia, más allá de los hechos bio­ló­gi­cos, de su valor en la acción.

Ade­más, la con­cien­cia que la mujer adquie­re de sí mis­ma no está defi­ni­da exclu­si­va­men­te por su sexua­li­dad. Refle­ja una situa­ción que depen­de de la estruc­tu­ra eco­nó­mi­ca de la socie­dad, resul­ta­do de la evo­lu­ción téc­ni­ca y de las rela­cio­nes entre cla­ses a las que ha lle­ga­do la humanidad.

La impor­tan­cia del mate­ria­lis­mo dia­léc­ti­co radi­ca en haber sobre­pa­sa­do los lími­tes esen­cia­les de la bio­lo­gía, en haber sos­la­ya­do las tesis sim­plis­tas del some­ti­mien­to a la espe­cie, para situar todos los hechos en el con­tex­to eco­nó­mi­co y social. Por muy lejos que nos remon­te­mos en la his­to­ria huma­na, el domi­nio del hom­bre sobre la natu­ra­le­za nun­ca se ha rea­li­za­do direc­ta­men­te, con su cuer­po des­nu­do. La mano, con su pul­gar pren­sil, ya se tien­de hacia el ins­tru­men­to que mul­ti­pli­ca su poder. De modo que no son las con­di­cio­nes físi­cas, la mus­cu­la­tu­ra, el par­to, por ejem­plo, lo que con­sa­gró la des­igual­dad social entre el hom­bre y la mujer. Tam­po­co la con­fir­mó la evo­lu­ción téc­ni­ca como tal. En algu­nos casos, y en algu­nos luga­res, la mujer pudo anu­lar la dife­ren­cia físi­ca que la sepa­ra del hombre.

El paso de una for­ma de socie­dad a otra es lo que ins­ti­tu­cio­na­li­za esta des­igual­dad. Una des­igual­dad crea­da por la men­te y por nues­tra inte­li­gen­cia para hacer posi­ble la domi­na­ción y la explo­ta­ción con­cre­ta­das, repre­sen­ta­das y expe­ri­men­ta­das por las fun­cio­nes y las atri­bu­cio­nes a las que hemos rele­ga­do a la mujer.

La mater­ni­dad, la obli­ga­ción social de ajus­tar­se a los cáno­nes de lo que los hom­bres desean como ele­gan­cia, impi­den que la mujer que lo desee se dote de una mus­cu­la­tu­ra con­si­de­ra­da masculina.

Según los paleon­tó­lo­gos, duran­te mile­nios, del paleo­lí­ti­co a la Edad del Bron­ce, las rela­cio­nes entre los sexos se carac­te­ri­za­ron por una com­ple­men­ta­rie­dad posi­ti­va. Estas rela­cio­nes per­ma­ne­cie­ron duran­te ocho mile­nios bajo el signo de la cola­bo­ra­ción y la inter­fe­ren­cia, y no de la exclu­sión pro­pia del patriar­ca­do abso­lu­to, más o menos gene­ra­li­za­do en la épo­ca histórica.

Engels tuvo en cuen­ta la evo­lu­ción de las téc­ni­cas, pero tam­bién la escla­vi­za­ción his­tó­ri­ca de la mujer, que nació con la pro­pie­dad pri­va­da, con el paso de un modo de pro­duc­ción a otro, de una orga­ni­za­ción social a otra.

Con el inten­so tra­ba­jo nece­sa­rio para rotu­rar los bos­ques, cul­ti­var la tie­rra y sacar el máxi­mo pro­ve­cho a la natu­ra­le­za, se pro­du­ce una espe­cia­li­za­ción de tareas. El egoís­mo, la pere­za, la como­di­dad, el esfuer­zo míni­mo para obte­ner un bene­fi­cio máxi­mo sur­gen de las pro­fun­di­da­des del hom­bre y se eri­gen en prin­ci­pios. La ter­nu­ra pro­tec­to­ra de la mujer hacia su fami­lia y su clan son una tram­pa que la some­te al domi­nio del macho. La ino­cen­cia y la gene­ro­si­dad son víc­ti­mas del disi­mu­lo y los cálcu­los egoís­tas. Se hace bur­la del amor, se man­ci­lla la dig­ni­dad. Todos los sen­ti­mien­tos ver­da­de­ros se con­vier­ten en mer­can­cía. A par­tir de enton­ces el sen­ti­do de la hos­pi­ta­li­dad y de com­par­tir que tie­nen las muje­res sucum­be a la arti­ma­ñas de los astutos.

Aun­que es cons­cien­te de las arti­ma­ñas que están detrás del repar­to des­igual de tareas, ella, la mujer, sigue al hom­bre para cui­dar de todo lo que ama. Él, el hom­bre, se apro­ve­cha de esa entre­ga. Más ade­lan­te el ger­men de la explo­ta­ción cul­pa­ble esta­ble­ce unas reglas atro­ces que van más allá de las con­ce­sio­nes cons­cien­tes de la mujer, his­tó­ri­ca­men­te traicionada.

Con la pro­pie­dad pri­va­da la huma­ni­dad ins­tau­ra la escla­vi­tud. El hom­bre amo de sus escla­vos y de la tie­rra pasa a ser pro­pie­ta­rio tam­bién de la mujer. Esta es la gran derro­ta his­tó­ri­ca del sexo feme­nino. Se expli­ca por los cam­bios pro­fun­dos crea­dos por la divi­sión del tra­ba­jo, debi­do a los nue­vos modos de pro­duc­ción y a una revo­lu­ción en los medios de producción.

Enton­ces el dere­cho paterno sus­ti­tu­ye al dere­cho materno; la trans­mi­sión de la pro­pie­dad se hace de padres a hijos, y no ya de la mujer a su clan. Es la apa­ri­ción de la fami­lia patriar­cal, basa­da en la pro­pie­dad per­so­nal y úni­ca del padre, con­ver­ti­do en cabe­za de fami­lia. En esta fami­lia la mujer está opri­mi­da. El hom­bre, amo y señor, da rien­da suel­ta a sus capri­chos sexua­les, se apa­rea con las escla­vas o las hetai­ras. Las muje­res son su botín y sus con­quis­tas de mer­ca­do. Se apro­ve­cha de su fuer­za de tra­ba­jo y dis­fru­ta de la diver­si­dad del pla­cer que le deparan.

La mujer, por su par­te, cuan­do los amos hacen que la reci­pro­ci­dad sea posi­ble, se ven­ga con la infi­de­li­dad. Es así como el matri­mo­nio con­du­ce de for­ma natu­ral al adul­te­rio. Es la úni­ca defen­sa de la mujer con­tra su escla­vi­tud domés­ti­ca. La opre­sión social es la expre­sión de la opre­sión económica.

En este ciclo de vio­len­cia, la des­igual­dad solo aca­ba­rá con el adve­ni­mien­to de una socie­dad nue­va, es decir, cuan­do los hom­bres y las muje­res dis­fru­ten de los mis­mos dere­chos socia­les, pro­duc­to de cam­bios pro­fun­dos en los medios de pro­duc­ción y en las rela­cio­nes socia­les. La suer­te de la mujer solo va a mejo­rar con la liqui­da­ción del sis­te­ma que la explota.

En todas las épo­cas, allí don­de el patriar­ca­do triun­fa­ba, hubo un estre­cho para­le­lis­mo entre la explo­ta­ción de cla­se y el some­ti­mien­to de las muje­res. Con algu­nos momen­tos de mejo­ría, cuan­do algu­nas muje­res, sacer­do­ti­sas o gue­rre­ras, logra­ron sacu­dir­se el yugo opre­sor. Pero la ten­den­cia prin­ci­pal, tan­to en la prác­ti­ca coti­dia­na como en el plano inte­lec­tual, sobre­vi­vió y se con­so­li­dó. Des­tro­na­da de la pro­pie­dad pri­va­da, expul­sa­da de sí mis­ma, rele­ga­da a la cate­go­ría de nodri­za y cria­da, des­es­ti­ma­da por filó­so­fos como Aris­tó­te­les, Pitá­go­ras y otros, y por las reli­gio­nes más exten­di­das, des­va­lo­ri­za­da por los mitos, la mujer com­par­tía la suer­te del escla­vo, que en la socie­dad escla­vis­ta no era más que una bes­tia de car­ga con ros­tro humano.

No es de extra­ñar, enton­ces, que en su fase expan­si­va, el capi­ta­lis­mo, para el que los seres huma­nos son meras cifras, fue­ra el sis­te­ma eco­nó­mi­co que explo­tó a la mujer con más cinis­mo y refi­na­mien­to. Como esos fabri­can­tes de la épo­ca que solo emplea­ban a muje­res en sus tela­res mecá­ni­cos. Pre­fe­rían a las muje­res casa­das y entre ellas a las que tenían en casa varias bocas que ali­men­tar, por­que eran mucho más cui­da­do­sas y dóci­les que las sol­te­ras. Tra­ba­ja­ban has­ta el ago­ta­mien­to para dar a los suyos los medios de sub­sis­ten­cia indispensables.

Es así como las cua­li­da­des pro­pias de la mujer se adul­te­ran en su detri­men­to, y todos los ele­men­tos mora­les y deli­ca­dos de su natu­ra­le­za se uti­li­zan para escla­vi­zar­la. Su ter­nu­ra, el amor a su fami­lia, su la meticu­losi­dad en el tra­ba­jo se uti­li­zan con­tra ella, mien­tras que no se per­do­nan sus defectos.

A tra­vés de los tiem­pos y los tipos de socie­da­des, la mujer siem­pre ha teni­do una tris­te suer­te: la des­igual­dad, siem­pre rati­fi­ca­da, fren­te al hom­bre. Las mani­fes­ta­cio­nes de esta des­igual­dad han podi­do ser muy diver­sas, pero siem­pre ha existido.

En la socie­dad escla­vis­ta, el hom­bre escla­vo esta­ba con­si­de­ra­do como un ani­mal, un medio de pro­duc­ción de bie­nes y ser­vi­cios. La mujer, cual­quie­ra que fue­ra su ran­go, esta­ba opri­mi­da den­tro de su pro­pia cla­se y fue­ra de ella, inclu­so las que per­te­ne­cían a las cla­ses explotadoras.

En la socie­dad feu­dal, basán­do­se en la supues­ta debi­li­dad físi­ca o psí­qui­ca de las muje­res, los hom­bres las some­tie­ron a una depen­den­cia abso­lu­ta del hom­bre. A la mujer la man­te­nían, con pocas excep­cio­nes, apar­ta­da de los luga­res de cul­to, por con­si­de­rar­la impu­ra o prin­ci­pal agen­te de indiscreción.

En la socie­dad capi­ta­lis­ta, la mujer, que ya sufría una per­se­cu­ción en el orden moral y social, tam­bién está some­ti­da eco­nó­mi­ca­men­te. Man­te­ni­da por el hom­bre cuan­do no tra­ba­ja, sigue están­do­lo cuan­do se mata a tra­ba­jar. Nun­ca se insis­ti­rá bas­tan­te en la mise­ria de las muje­res, nun­ca se hará sufi­cien­te hin­ca­pié en su seme­jan­za con la mise­ria de los proletarios.

Sobre la espe­ci­fi­ci­dad del hecho femenino

Por­que la explo­ta­ción ase­me­ja a la mujer con el hombre.

Pero esta seme­jan­za en la explo­ta­ción social de los hom­bres y las muje­res, que vin­cu­la la suer­te de ambos en la His­to­ria, no debe hacer­nos per­der de vis­ta el hecho espe­cí­fi­co de la con­di­ción feme­ni­na. La con­di­ción de la mujer reba­sa las enti­da­des eco­nó­mi­cas y con­fie­re un carác­ter sin­gu­lar a la opre­sión que sufre. Esta sin­gu­la­ri­dad impi­de esta­ble­cer equi­va­len­cias que nos lle­va­rían a sim­pli­fi­ca­cio­nes fáci­les e infan­ti­les. En la explo­ta­ción, la mujer y el obre­ro están redu­ci­dos al silen­cio. Pero en el sis­te­ma capi­ta­lis­ta, la mujer del obre­ro debe guar­dar silen­cio ante su mari­do obre­ro. En otras pala­bras, a la explo­ta­ción de cla­se que tie­nen ambos en común vie­ne a sumar­se, para las muje­res, una rela­ción sin­gu­lar con el hom­bre, una rela­ción de enfren­ta­mien­to y agre­sión que se escu­da en las dife­ren­cias físi­cas para imponerse.

Debe­mos admi­tir que la asi­me­tría entre los sexos es lo que carac­te­ri­za a la socie­dad huma­na, y que esta asi­me­tría defi­ne una rela­ción que nos impi­den ver a la mujer, aun en el ámbi­to de la pro­duc­ción eco­nó­mi­ca, como una sim­ple tra­ba­ja­do­ra. Una rela­ción pre­fe­ren­te y peli­gro­sa, mer­ced a la cual la cues­tión de la mujer siem­pre se plan­tea como un problema.

El hom­bre, por tan­to, se escu­da en la com­ple­ji­dad de esta rela­ción para sem­brar la con­fu­sión entre las muje­res y sacar par­ti­do de todas las arti­ma­ñas de la explo­ta­ción de cla­se para man­te­ner su domi­nio sobre las muje­res. De un modo simi­lar, en otras oca­sio­nes, unos hom­bres domi­na­ron a otros por­que con­si­guie­ron impo­ner la idea de que en vir­tud de la estir­pe, la cuna, el «dere­cho divino», unos hom­bres eran supe­rio­res a otros. Es el domi­nio feu­dal. Del mis­mo modo, en otras oca­sio­nes, otros hom­bres con­si­guie­ron some­ter pue­blos ente­ros por­que el ori­gen y la expli­ca­ción del color de su piel les die­ron una jus­ti­fi­ca­ción supues­ta­men­te «cien­tí­fi­ca» para domi­nar a quie­nes tenían la des­gra­cia de ser de otro color. Es el domi­nio colo­nial. Es el apartheid.

No pode­mos pasar por alto esta situa­ción de las muje­res, por­que es la que lle­va a las mejo­res de ellas a hablar de gue­rra de sexos, cuan­do se tra­ta de una gue­rra de cla­nes y de cla­ses en la que debe­mos pelear jun­tos y com­ple­men­tar­nos. Pero hay que admi­tir que es la acti­tud de los hom­bres lo que pro­pi­cia la alte­ra­ción de los sig­ni­fi­ca­dos y con ello fomen­ta todos los exce­sos semán­ti­cos del femi­nis­mo, algu­nos de los cua­les no han sido inú­ti­les en el com­ba­te de hom­bres y muje­res con­tra la opre­sión. Un com­ba­te que pode­mos ganar, que vamos a ganar si recu­pe­ra­mos la com­ple­men­ta­rie­dad, si sabe­mos que somos nece­sa­rios y com­ple­men­ta­rios, si sabe­mos, en defi­ni­ti­va, que esta­mos con­de­na­dos a la complementariedad.

Por aho­ra, hemos de reco­no­cer que el com­por­ta­mien­to mas­cu­lino, tan car­ga­do de vani­dad, irres­pon­sa­bi­li­dad, arro­gan­cia y vio­len­cia de todo tipo para con la mujer, es incom­pa­ti­ble con una acción coor­di­na­da con­tra la opre­sión de esta. Y qué decir de esas acti­tu­des que deno­tan estu­pi­dez, pues no son más que des­aho­gos de machos opri­mi­dos que, con el tra­to bru­tal a su mujer, pre­ten­den recu­pe­rar por su cuen­ta una huma­ni­dad que el sis­te­ma de explo­ta­ción les niega.

La estu­pi­dez mas­cu­li­na se lla­ma sexis­mo o machis­mo, for­mas de indi­gen­cia inte­lec­tual y moral, inclu­so de impo­ten­cia físi­ca más o menos decla­ra­da, que muchas veces hace que las muje­res polí­ti­ca­men­te cons­cien­tes con­si­de­ren nece­sa­rio luchar en dos frentes.

Para luchar y ven­cer, las muje­res deben iden­ti­fi­car­se con las cla­ses socia­les opri­mi­das: los obre­ros, los campesinos…

Un hom­bre, por opri­mi­do que esté, siem­pre encuen­tra a alguien a quien opri­mir: su mujer. Esa es la terri­ble reali­dad. Cuan­do habla­mos del infa­me sis­te­ma del apartheid nues­tro pen­sa­mien­to y nues­tra emo­ción se diri­gen a los negros explo­ta­dos y opri­mi­dos. Pero nos olvi­da­mos, lamen­ta­ble­men­te, de la mujer negra que sopor­ta a su hom­bre, ese hom­bre que, pro­vis­to de su pass­book (sal­vo­con­duc­to), se per­mi­te unas corre­rías cul­pa­bles antes de vol­ver con la com­pa­ñe­ra que le espe­ra dig­na­men­te, con su sufri­mien­to y su pobreza.

Pen­se­mos tam­bién en la mujer blan­ca de Áfri­ca del Sur, aris­tó­cra­ta, segu­ra­men­te rodea­da de bie­nes mate­ria­les, pero por des­gra­cia máqui­na de pla­cer de esos hom­bres blan­cos lúbri­cos que para olvi­dar sus fecho­rías con­tra los negros se entre­gan a un desen­freno des­or­de­na­do y per­ver­so de rela­cio­nes sexua­les bestiales.

Tam­po­co fal­tan ejem­plos de hom­bres pro­gre­sis­tas que viven ale­gre­men­te en adul­te­rio, pero serían capa­ces de matar a su mujer por una sim­ple sos­pe­cha de infi­de­li­dad. ¡Entre noso­tros abun­dan esta cla­se de hom­bres, que van a bus­car un supues­to con­sue­lo en bra­zos de pros­ti­tu­tas y cor­te­sa­nas de todo tipo! Por no hablar de los mari­dos irres­pon­sa­bles, cuyos suel­dos sir­ven para man­te­ner que­ri­das y engro­sar sus deu­das en el bar. Y qué decir de esos hom­bre­ci­llos, tam­bién pro­gre­sis­tas, que se con­gre­gan en un ambien­te las­ci­vo para hablar de muje­res de las que han abu­sa­do. Creen que así se miden con sus seme­jan­tes o que les humi­llan cuan­do andan detrás de las muje­res casadas.

En reali­dad solo son unos joven­zue­los lamen­ta­bles de los que no val­dría la pena hablar si no fue­ra por­que su com­por­ta­mien­to delin­cuen­te pone en cues­tión la vir­tud y la moral de muje­res de gran valor que habrían sido suma­men­te úti­les a nues­tra revolución.

Lue­go están todos esos mili­tan­tes más o menos revo­lu­cio­na­rios, mucho menos revo­lu­cio­na­rios que más, que no per­mi­ten que sus muje­res mili­ten o solo se lo per­mi­ten de día, pero gol­pean a sus muje­res por­que han sali­do a reunio­nes o mani­fes­ta­cio­nes noc­tur­nas. ¡Ay de los des­con­fia­dos y celo­sos! ¡Qué pobre­za de espí­ri­tu, qué com­pro­mi­so tan limi­ta­do, tan con­di­cio­na­do! Por­que vamos a ver: ¿una mujer des­pe­cha­da y deci­di­da solo pue­de enga­ñar a su mari­do por la noche? ¿Y qué cla­se de com­pro­mi­so es ese, que pre­ten­de que la mili­tan­cia se sus­pen­da al caer la noche y no recu­pe­re su valor y sus exi­gen­cias has­ta que no sale el sol?

¿Y qué pen­sar, por últi­mo, de esas pala­bras sobre las muje­res oídas de labios de los mili­tan­tes más revo­lu­cio­na­rios? Pala­bras como «mate­ria­lis­tas, apro­ve­cha­das, tea­tre­ras, men­ti­ro­sas, chis­mo­sas, intri­gan­tes, celo­sas, etc., etc…». Cosas que pue­den ser ver­dad, ¡pero apli­ca­das a las muje­res y tam­bién a los hom­bres! ¿Qué pue­de espe­rar­se de nues­tra socie­dad, si ago­bia metó­di­ca­men­te a las muje­res, las apar­ta de todo lo que se con­si­de­ra serio, deter­mi­nan­te, de todo lo que esté por enci­ma de las rela­cio­nes subal­ter­nas y mezquinas?

Cuan­do alguien está con­de­na­do, como las muje­res, a espe­rar a su amo y mari­do para dar­le de comer, y reci­bir de él auto­ri­za­ción para hablar y vivir, solo le que­dan, para entre­te­ner­se y crear­se una ilu­sión de uti­li­dad o impor­tan­cia, los chis­mes, el coti­lleo, las dis­cu­sio­nes, las tri­ful­cas, las mira­das de sos­la­yo y envi­dio­sas segui­das de male­di­cen­cias sobre la coque­te­ría de las otras y su vida pri­va­da. Los varo­nes que están en las mis­mas con­di­cio­nes adop­tan las mis­mas actitudes.

Tam­bién deci­mos que las muje­res, ay, son negli­gen­tes. Por no decir cabe­zas de chor­li­to. Pero ten­ga­mos en cuen­ta que la mujer, ago­bia­da o inclu­so ator­men­ta­da por un espo­so lige­ro, un mari­do infiel e irres­pon­sa­ble, un niño y sus pro­ble­mas, abru­ma­da por la admi­nis­tra­ción de toda la fami­lia, en estas con­di­cio­nes ten­drá una mira­da extra­via­da, refle­jo de la ausen­cia y la dis­trac­ción de la men­te. Para ella el olvi­do es un antí­do­to de la fati­ga, una ate­nua­ción de los rigo­res de la exis­ten­cia, una pro­tec­ción vital.

Pero tam­bién hay hom­bres negli­gen­tes, y mucho; unos por el alcohol y los estu­pe­fa­cien­tes, otros por varias for­mas de per­ver­si­dad a las que se entre­gan a lo lar­go de su vida. Pero nadie dice que estos hom­bres sean negli­gen­tes. ¡Cuán­ta vani­dad, cuán­tas vulgaridades!

Vul­ga­ri­da­des con que se com­pla­cen para jus­ti­fi­car las imper­fec­cio­nes del mun­do mas­cu­lino. Por­que el mun­do mas­cu­lino, en una socie­dad de explo­ta­ción, nece­si­ta muje­res pros­ti­tu­tas. Estas muje­res, a las que se des­hon­ra y sacri­fi­ca des­pués de usar­las en el altar de la pros­pe­ri­dad de un sis­te­ma de men­ti­ras y robos, son chi­vos expiatorios.

La pros­ti­tu­ción es la quin­tae­sen­cia de una socie­dad don­de la explo­ta­ción es la nor­ma. Sim­bo­li­za el des­pre­cio del hom­bre hacia la mujer. Hacia una mujer que no es otra que la figu­ra dolo­ro­sa de la madre, la her­ma­na o la espo­sa de otros hom­bres, y por tan­to de cada uno de noso­tros. Es, en defi­ni­ti­va, el des­pre­cio incons­cien­te hacia noso­tros mis­mos. Solo hay pros­ti­tu­tas don­de hay «pros­ti­tu­yen­tes» y proxenetas.

¿Quié­nes van con las prostitutas?

Ante todo, los mari­dos que obli­gan a su mujer a ser cas­ta y des­car­gan en la pros­ti­tu­ta su las­ci­via y sus ins­tin­tos de vio­la­ción. Así pue­den tra­tar con res­pe­to apa­ren­te a sus espo­sas y dar rien­da suel­ta a su ver­da­de­ra natu­ra­le­za cuan­do están con la chi­ca lla­ma­da de vida ale­gre. Así, en el plano moral, la pros­ti­tu­ción es simé­tri­ca del matri­mo­nio. Los ritos, las cos­tum­bres, las reli­gio­nes y las mora­les se adap­tan a ella. Ya lo decían los padres de la Igle­sia: «Para man­te­ner la salu­bri­dad de los pala­cios hacen fal­ta cloacas».

Lue­go están los clien­tes impe­ni­ten­tes e intem­pe­ran­tes que tie­nen mie­do de asu­mir la res­pon­sa­bi­li­dad de un hogar con todos sus pro­ble­mas y huyen de las car­gas mora­les y mate­ria­les de la pater­ni­dad. Enton­ces explo­tan la direc­ción dis­cre­ta de una casa de tole­ran­cia como el pre­cio­so filón de una rela­ción sin consecuencias.

Tam­bién está la cohor­te de quie­nes cen­su­ran a las muje­res, al menos públi­ca­men­te y en los luga­res decen­tes. Ya sea por un des­pe­cho que no tie­nen el valor de con­fe­sar y les ha hecho per­der la con­fian­za en todas las muje­res y con­si­de­rar­las un ins­tru­men­tum dia­bo­li­cum, ya sea por hipo­cre­sía, por haber pro­cla­ma­do de for­ma repe­ti­da y tajan­te un des­pre­cio por el sexo feme­nino que pro­cu­ran asu­mir ante una socie­dad de la que han adop­ta­do el res­pe­to a la fal­sa vir­tud. Todos ellos fre­cuen­tan a escon­di­das los lupa­na­res has­ta que, a veces, se des­cu­bre su doblez.

Lue­go está esa debi­li­dad del hom­bre que con­sis­te en la bús­que­da de situa­cio­nes poli­án­dri­cas. Lejos de noso­tros hacer jui­cios de valor sobre la polian­dria, una for­ma de rela­ción entre el hom­bre y la mujer que han pre­fe­ri­do algu­nas civi­li­za­cio­nes. Pero en los casos que denun­cia­mos, esta­mos pen­san­do en los gigo­lós codi­cio­sos y hol­ga­za­nes man­te­ni­dos gene­ro­sa­men­te por seño­ras ricas.

En este mis­mo sis­te­ma, la pros­ti­tu­ción, en el aspec­to eco­nó­mi­co, pue­de igua­lar a la pros­ti­tu­ta con la mujer casa­da «mate­ria­lis­ta». Entre la que ven­de su cuer­po pros­ti­tu­yén­do­lo y la que se ven­de en el matri­mo­nio, la úni­ca dife­ren­cia con­sis­te en el pre­cio y la dura­ción del contrato.

Al tole­rar la exis­ten­cia de la pros­ti­tu­ción, reba­ja­mos a todas nues­tras muje­res al mis­mo ran­go: pros­ti­tu­tas o casa­das. La úni­ca dife­ren­cia es que la mujer legí­ti­ma, aun­que está opri­mi­da, dis­fru­ta como espo­sa de la hono­ra­bi­li­dad que con­fie­re el matri­mo­nio. En cuan­to a la pros­ti­tu­ta, solo le que­da la valo­ra­ción mone­ta­ria de su cuer­po, una valo­ra­ción que fluc­túa con los valo­res de las bol­sas falocráticas.

¿Aca­so no es un artícu­lo que se valo­ri­za o des­va­lo­ri­za según el gra­do de mar­chi­ta­mien­to de sus encan­tos? ¿No se rige por la ley de la ofer­ta y la deman­da? La pros­ti­tu­ción es un com­pen­dio trá­gi­co y dolo­ro­so de todas las for­mas de escla­vi­tud feme­ni­na. Por lo tan­to, en cada pros­ti­tu­ta debe­mos ver una mira­da acu­sa­do­ra diri­gi­da a toda la socie­dad. Cada pro­xe­ne­ta, cada clien­te de pros­ti­tu­ta escar­ba en la heri­da puru­len­ta y abier­ta que afea el mun­do de los hom­bres y lo lle­va a la per­di­ción. Si com­ba­ti­mos la pros­ti­tu­ción, si ten­de­mos una mano ami­ga a la pros­ti­tu­ta, sal­va­mos a nues­tras madres, her­ma­nas y muje­res de esta lepra social. Nos sal­va­mos a noso­tros mis­mos. Sal­va­mos al mundo.

La con­di­ción de la mujer en Burkina

Si a jui­cio de la socie­dad un niño que nace es un «don de Dios», el naci­mien­to de una niña se reci­be, si no como una fata­li­dad, en el mejor de los casos como un rega­lo que ser­vi­rá para pro­du­cir ali­men­tos y repro­du­cir el géne­ro humano.

Al hom­bre­ci­to se le ense­ña a que­rer y con­se­guir, a decir y ser ser­vi­do, a desear y tomar, a deci­dir y man­dar. A la futu­ra mujer, la socie­dad, como un solo hom­bre y nun­ca mejor dicho, le impo­ne, le incul­ca unas nor­mas inape­la­bles. Unos cor­sés psí­qui­cos lla­ma­dos vir­tu­des crean en ella un espí­ri­tu de ena­je­na­ción per­so­nal, desa­rro­llan en esa niña el afán de pro­tec­ción y la pre­dis­po­si­ción a las alian­zas tute­la­res y a los tra­tos matri­mo­nia­les. ¡Qué frau­de men­tal tan monstruoso!

Así, niña sin infan­cia, des­de los tres años de edad ten­drá que res­pon­der a su razón de ser: ser­vir, ser útil. Mien­tras su her­mano de cua­tro, cin­co o seis años jue­ga has­ta el can­san­cio o el abu­rri­mien­to, ella se incor­po­ra, sin con­tem­pla­cio­nes, al pro­ce­so de pro­duc­ción. Ya tie­ne un ofi­cio: ayu­dan­te domés­ti­ca. Una ocu­pa­ción, por supues­to, sin remu­ne­ra­ción, pues ¿aca­so no se dice que la mujer, en su casa, «no hace nada»? ¿No se escri­be «labo­res domés­ti­cas» en sus docu­men­tos de iden­ti­dad para indi­car que no tie­nen empleo? ¿Que «no trabajan»?

Con la ayu­da de los ritos y las obli­ga­cio­nes de sumi­sión, nues­tras her­ma­nas van cre­cien­do, cada vez más depen­dien­tes, cada vez más domi­na­das, cada vez más explo­ta­das y con menos tiem­po libre.

Mien­tras que el hom­bre joven encuen­tra en su camino las oca­sio­nes para desa­rro­llar­se y for­jar su per­so­na­li­dad, la cami­sa de fuer­za social aprie­ta aún más a la mucha­cha en cada eta­pa de su vida. Por haber naci­do niña paga­rá un fuer­te tri­bu­to duran­te toda su vida, has­ta que el peso del tra­ba­jo y los efec­tos del aban­dono físi­co y men­tal la lle­ven al día del Gran Des­can­so. Fac­tor de pro­duc­ción al lado de su madre, más patro­na que mamá, nun­ca la vere­mos sen­ta­da sin hacer nada, nun­ca libre, olvi­da­da con sus jugue­tes, como él, su hermano.

Adon­de­quie­ra que mire­mos, de la Mese­ta Cen­tral al Nor­des­te, don­de pre­do­mi­nan las socie­da­des con un poder muy cen­tra­li­za­do, al Oes­te, don­de viven las comu­ni­da­des aldea­nas con un poder sin cen­tra­li­zar, o al Sur­oes­te, terri­to­rio de las colec­ti­vi­da­des lla­ma­das seg­men­ta­rias, la orga­ni­za­ción social tra­di­cio­nal tie­ne al menos una cosa en común: la subor­di­na­ción de las muje­res. En este ámbi­to nues­tros 8.000 pue­blos, nues­tras 600.000 con­ce­sio­nes y nues­tro millón y pico de hoga­res tie­nen com­por­ta­mien­tos idén­ti­cos o pare­ci­dos. En todas par­tes la con­di­ción de la cohe­sión social defi­ni­da por los hom­bres es la sumi­sión de las muje­res y la subor­di­na­ción de los segundones.

Nues­tra socie­dad, toda­vía dema­sia­do pri­mi­ti­va­men­te agra­ria, patriar­cal y polí­ga­ma, explo­ta a la mujer por su fuer­za de tra­ba­jo y de con­su­mo, y por su fun­ción de repro­duc­ción biológica.

¿Cómo expe­ri­men­ta la mujer esta curio­sa iden­ti­dad doble: la de ser el nudo vital que ata a todos los miem­bros de la fami­lia, que garan­ti­za con su pre­sen­cia y sus des­ve­los la uni­dad fun­da­men­tal, y la de estar mar­gi­na­da, rele­ga­da? Es una con­di­ción híbri­da don­de las haya, en la que el ostra­cis­mo impues­to solo tie­ne paran­gón con el estoi­cis­mo de la mujer. Para vivir en armo­nía con la socie­dad de los hom­bres, para some­ter­se a la impo­si­ción de los hom­bres, la mujer encie­rra en una ata­ra­xia degra­dan­te, nega­ti­va, entre­gán­do­se por completo.

Mujer fuen­te de vida, pero tam­bién mujer obje­to. Madre pero cria­da ser­vil. Mujer nodri­za pero mujer excu­sa. Tra­ba­ja­do­ra en el cam­po y en casa, pero figu­ra sin ros­tro y sin voz. Mujer bisa­gra, mujer con­fluen­cia, pero mujer enca­de­na­da, mujer som­bra a la som­bra del hombre.

Pilar del bien­es­tar fami­liar, es par­te­ra, lavan­de­ra, barren­de­ra, coci­ne­ra, reca­de­ra, matro­na, cul­ti­va­do­ra, curan­de­ra, hor­te­la­na, molen­de­ra, ven­de­do­ra, obre­ra. Es una fuer­za de tra­ba­jo con herra­mien­ta en desuso, que acu­mu­la cien­tos de miles de horas con ren­di­mien­tos desesperantes.

En los cua­tro fren­tes de com­ba­te con­tra la enfer­me­dad, el ham­bre, la indi­gen­cia y la dege­ne­ra­ción, nues­tras her­ma­nas sopor­tan cada día la pre­sión de unos cam­bios en los que no pue­den influir. Cuan­do cada uno de nues­tros 800.000 emi­gran­tes varo­nes se va, una mujer se car­ga con más tra­ba­jo. Los dos millo­nes de bur­ki­na­bés que viven fue­ra del terri­to­rio nacio­nal han con­tri­bui­do así a agra­var el des­equi­li­brio de la pro­por­ción de sexos, de modo que hoy en día las muje­res cons­ti­tu­yen el 51,7% de la pobla­ción total. De la pobla­ción resi­den­te poten­cial­men­te acti­va, son el 52,1%.

La mujer, dema­sia­do ocu­pa­da para aten­der como es debi­do a sus hijos, dema­sia­do ago­ta­da para pen­sar por sí mis­ma, sigue tra­ji­nan­do: rue­da de for­tu­na, rue­da de fric­ción, rue­da motriz, rue­da de repues­to, noria.

Las muje­res, nues­tras muje­res y espo­sas, apa­lea­das y veja­das, pagan por haber dado la vida. Rele­ga­das social­men­te al ter­cer ran­go, des­pués del hom­bre y el niño, pagan por man­te­ner la vida. Aquí tam­bién se ha crea­do arbi­tra­ria­men­te un Ter­cer Mun­do para domi­nar, para explotar.

Domi­na­da y trans­fe­ri­da de una tute­la pro­tec­to­ra explo­ta­do­ra a una tute­la domi­na­do­ra y más explo­ta­do­ra aún, pri­me­ra en la tarea y últi­ma en el des­can­so, al lado de la lum­bre pero últi­ma en apa­gar su sed, auto­ri­za­da a comer solo cuan­do que­da algo; y, detrás del hom­bre, sos­tén de la fami­lia que car­ga sobre sus hom­bros, en sus manos y con su vien­tre a esta fami­lia y a la socie­dad, la mujer reci­be en pago una ideo­lo­gía nata­lis­ta opre­si­va, tabúes y prohi­bi­cio­nes ali­men­ta­rias, más tra­ba­jo, malnu­tri­ción, emba­ra­zos peli­gro­sos, des­per­so­na­li­za­ción y muchos otros males, por lo que la mor­ta­li­dad mater­nal es una de las taras más into­le­ra­bles, más incon­fe­sa­bles, más ver­gon­zo­sas de nues­tra sociedad.

Sobre este subs­tra­to alie­nan­te, la irrup­ción de unos seres rapa­ces lle­ga­dos de lejos agrió aún más la sole­dad de las muje­res e hizo aún más pre­ca­ria su condición.

La eufo­ria de la inde­pen­den­cia olvi­dó a las muje­res en el lecho de las espe­ran­zas rotas. Segre­ga­da en las deli­be­ra­cio­nes, ausen­te de las deci­sio­nes, vul­ne­ra­ble y por tan­to víc­ti­ma pre­vi­si­ble, siguió sopor­tan­do a la fami­lia y la socie­dad. El capi­tal y la buro­cra­cia se pusie­ron de acuer­do para man­te­ner a la mujer some­ti­da. El impe­ria­lis­mo hizo lo demás.

Las muje­res, esco­la­ri­za­das dos veces menos que los hom­bres, anal­fa­be­tas en un 99%, con esca­sa for­ma­ción pro­fe­sio­nal, dis­cri­mi­na­das en el empleo, rele­ga­das a fun­cio­nes subal­ter­nas, las pri­me­ras en ser aco­sa­das y des­pe­di­das, abru­ma­das por el peso de cien tra­di­cio­nes y mil excu­sas, siguie­ron hacien­do fren­te a los desa­fíos que se pre­sen­ta­ban. Tenían que per­ma­ne­cer acti­vas, a cual­quier pre­cio, por los hijos, por la fami­lia y por la socie­dad. A tra­vés de mil noches sin auroras.

El capi­ta­lis­mo nece­si­ta­ba algo­dón, kari­té y ajon­jo­lí para sus indus­trias, y fue la mujer, fue­ron nues­tras madres quie­nes, ade­más de lo que ya esta­ban hacien­do, tuvie­ron que hacer­se car­go de la reco­lec­ción. En las ciu­da­des, don­de se supo­nía que esta­ba la civi­li­za­ción eman­ci­pa­do­ra de la mujer, ella se vio obli­ga­da a deco­rar los salo­nes de los bur­gue­ses, a ven­der su cuer­po para vivir o a ser­vir de señue­lo comer­cial en las pro­duc­cio­nes publicitarias.

Sin duda las muje­res de la peque­ña bur­gue­sía de las ciu­da­des viven mejor que las muje­res de nues­tros cam­pos en el orden mate­rial. Pero ¿son más libres, más res­pe­ta­das, están más eman­ci­pa­das, tie­nen más res­pon­sa­bi­li­da­des? Más que una pre­gun­ta, se impo­ne una afir­ma­ción. Sigue habien­do muchos pro­ble­mas, ya sea en el empleo o en el acce­so a la edu­ca­ción, en la con­si­de­ra­ción de la mujer en los tex­tos legis­la­ti­vos o en la vida dia­ria. La mujer bur­ki­na­bé sigue sien­do la que lle­ga detrás del hom­bre, y no a la vez que él.

Los regí­me­nes polí­ti­cos neo­co­lo­nia­les que se han suce­di­do en Bur­ki­na Faso han abor­da­do el asun­to de la eman­ci­pa­ción de la mujer con el plan­tea­mien­to bur­gués, que no es más que ilu­sión de liber­tad y dig­ni­dad. La polí­ti­ca de moda sobre la «con­di­ción feme­ni­na», o más bien el femi­nis­mo pri­ma­rio que recla­ma para la mujer el dere­cho a ser mas­cu­li­na, solo tuvo reper­cu­sión en las esca­sas muje­res de la peque­ña bur­gue­sía urba­na. La crea­ción del minis­te­rio de la Con­di­ción Feme­ni­na, diri­gi­do por una mujer, se pro­cla­mó como una victoria.

Pero ¿exis­tía una con­cien­cia real de esa con­di­ción feme­ni­na? ¿Se tenía con­cien­cia de que la con­di­ción feme­ni­na es la con­di­ción del 52% de la pobla­ción bur­ki­na­bé? ¿Se sabía que esta con­di­ción esta­ba deter­mi­na­da por estruc­tu­ras socia­les, polí­ti­cas y eco­nó­mi­cas, y por las ideas retró­gra­das domi­nan­tes, y que por con­si­guien­te la trans­for­ma­ción de esta con­di­ción no era labor de un solo minis­te­rio, aun­que tuvie­ra a una mujer al frente?

Tan es así que las muje­res de Bur­ki­na, des­pués de varios años de exis­ten­cia de este minis­te­rio, com­pro­ba­ron que su con­di­ción no había cam­bia­do en abso­lu­to. Y no podía ser de otro modo, por­que el plan­tea­mien­to de la eman­ci­pa­ción de las muje­res que había desem­bo­ca­do en la crea­ción de ese minis­te­rio-coar­ta­da no que­ría ver ni poner en evi­den­cia las ver­da­de­ras cau­sas de la domi­na­ción y la explo­ta­ción de la mujer. No es de extra­ñar, enton­ces, que pese a la exis­ten­cia de ese minis­te­rio, la pros­ti­tu­ción aumen­ta­ra, el acce­so de las muje­res a la edu­ca­ción y el empleo no mejo­ra­ra, los dere­chos civi­les y polí­ti­cos de las muje­res siguie­ran en el lim­bo y las con­di­cio­nes de vida de las muje­res, tan­to en la ciu­dad como en el cam­po, no hubie­ran mejorado.

¡Mujer flo­re­ro, mujer coar­ta­da polí­ti­ca en el gobierno, mujer sire­na clien­te­lis­ta en las elec­cio­nes, mujer robot en la coci­na, mujer frus­tra­da por la resig­na­ción y las inhi­bi­cio­nes impues­tas a pesar de su aper­tu­ra men­tal! Sea cual sea su sitio en el espec­tro del dolor, sea cual sea su for­ma urba­na o rural de sufrir, ella sigue sufriendo.

Pero bas­tó una noche para situar a la mujer en el cen­tro del pro­gre­so fami­liar y de la soli­da­ri­dad nacional.

La auro­ra siguien­te del 4 de agos­to de 1983, por­ta­do­ra de liber­tad, alum­bró el camino para que todos jun­tos, igua­les, soli­da­rios y com­ple­men­ta­rios, mar­chá­ra­mos codo con codo, en un solo pueblo.

La revo­lu­ción de agos­to encon­tró a la mujer bur­ki­na­bé en una situa­ción de sumi­sión y explo­ta­ción por una socie­dad neo­co­lo­nial muy influi­da por la ideo­lo­gía de las fuer­zas retró­gra­das. Tenía que rom­per con la polí­ti­ca reac­cio­na­ria, pre­co­ni­za­da y apli­ca­da has­ta enton­ces tam­bién en el ámbi­to de la eman­ci­pa­ción de la mujer, y defi­nir cla­ra­men­te una polí­ti­ca nue­va, jus­ta y revolucionaria.

Nues­tra revo­lu­ción y la eman­ci­pa­ción de la mujer

El 2 de octu­bre de 1983 el Con­se­jo Nacio­nal de la Revo­lu­ción expu­so cla­ra­men­te en el Dis­cur­so de Orien­ta­ción Polí­ti­ca cuál era el eje prin­ci­pal del com­ba­te por la libe­ra­ción de la mujer. Se com­pro­me­tió a tra­ba­jar por la movi­li­za­ción, la orga­ni­za­ción y la unión de todas las fuer­zas vivas de la nación y de la mujer en par­ti­cu­lar. El Dis­cur­so de Orien­ta­ción Polí­ti­ca pre­ci­sa­ba, acer­ca de la mujer: «Se incor­po­ra­rá a todos los com­ba­tes que enta­ble­mos con­tra los obs­tácu­los de la socie­dad neo­co­lo­nial y por la cons­truc­ción de una socie­dad nue­va. Se incor­po­ra­rá en todos los nove­les de pla­ni­fi­ca­ción, deci­sión y eje­cu­ción para la orga­ni­za­ción de la vida de toda la nación».

Esta empre­sa gran­dio­sa se pro­po­ne cons­truir una socie­dad libre y prós­pe­ra don­de la mujer sea igual al hom­bre en todos los ámbi­tos. No pue­de haber una for­ma más cla­ra de con­ce­bir y enun­ciar la cues­tión de la mujer y la lucha eman­ci­pa­do­ra que nos espera.

«La ver­da­de­ra eman­ci­pa­ción de la mujer es la que res­pon­sa­bi­li­za a la mujer, la incor­po­ra a las acti­vi­da­des pro­duc­ti­vas, a las luchas del pue­blo. La ver­da­de­ra eman­ci­pa­ción de la mujer es la que pro­pi­cia la con­si­de­ra­ción y el res­pe­to del hombre.»

Esto indi­ca cla­ra­men­te, com­pa­ñe­ras mili­tan­tes, que la lucha por la libe­ra­ción de la mujer es ante todo vues­tra lucha por el for­ta­le­ci­mien­to de la revo­lu­ción demo­crá­ti­ca y popu­lar. Una revo­lu­ción que os da la pala­bra y el poder de decir y obrar para la edi­fi­ca­ción de una socie­dad de jus­ti­cia e igual­dad, don­de la mujer y el hom­bre ten­gan los mis­mos dere­chos y debe­res. La revo­lu­ción demo­crá­ti­ca y popu­lar ha crea­do las con­di­cio­nes para este com­ba­te liber­ta­dor. Os corres­pon­de a voso­tras obrar con res­pon­sa­bi­li­dad para, por un lado, rom­per las cade­nas y tra­bas que escla­vi­zan a la mujer en socie­da­des atra­sa­das como la nues­tra, y por otro, asu­mir la par­te de res­pon­sa­bi­li­dad que os corres­pon­de en la polí­ti­ca de edi­fi­ca­ción de la socie­dad nue­va, en bene­fi­cio de Áfri­ca y de toda la humanidad.

En las pri­me­ras horas de la revo­lu­ción demo­crá­ti­ca y popu­lar ya lo decía­mos: «la eman­ci­pa­ción, como la liber­tad, no se con­ce­de, se con­quis­ta. Corres­pon­de a las pro­pias muje­res plan­tear sus deman­das y movi­li­zar­se para hacer­las reali­dad». Nues­tra revo­lu­ción no solo ha mar­ca­do una meta en la lucha por la eman­ci­pa­ción de la mujer, sino que ha seña­la­do el camino a seguir, los medios nece­sa­rios y los prin­ci­pa­les acto­res de este com­ba­te. Pron­to hará cua­tro años que tra­ba­ja­mos jun­tos, hom­bres y muje­res, para cose­char vic­to­rias y avan­zar hacia el obje­ti­vo final.

Debe­mos ser cons­cien­tes de las bata­llas reñi­das, los éxi­tos alcan­za­dos, los fra­ca­sos sufri­dos y las difi­cul­ta­des encon­tra­das para pre­pa­rar y diri­gir los com­ba­tes futu­ros. ¿Qué es lo que ha hecho la revo­lu­ción demo­crá­ti­ca y popu­lar por la eman­ci­pa­ción de la mujer?

¿Cuá­les son los logros y los obstáculos?

Uno de los mayo­res acier­tos de nues­tra revo­lu­ción en la lucha por la eman­ci­pa­ción de la mujer ha sido, sin duda, la crea­ción de la Unión de las Muje­res de Bur­ki­na (UFB por sus siglas en fran­cés). La crea­ción de esta orga­ni­za­ción es un gran acier­to por­que ha dado a las muje­res de nues­tro país un mar­co y unos medios segu­ros para enta­blar el com­ba­te vic­to­rio­sa­men­te. La crea­ción de la UFB es uan gran vic­to­ria, por­que une a todas las muje­res mili­tan­tes con obje­ti­vos con­cre­tos, jus­tos, para el com­ba­te liber­ta­dor diri­gi­do por el Con­se­jo Nacio­nal de la Revo­lu­ción. La UFB es la orga­ni­za­ción de las muje­res mili­tan­tes y res­pon­sa­bles, dis­pues­tas a tra­ba­jar para trans­for­mar la reali­dad, a luchar para ven­cer, a caer y vol­ver a levan­tar­se cada vez para avan­zar sin retroceder.

Ha sur­gi­do una con­cien­cia nue­va entre las muje­res de Bor­ki­na, y todos debe­mos estar orgu­llo­sos de ello. Com­pa­ñe­ras mili­tan­tes, la Unión de las Muje­res de Bur­ki­na es vues­tra orga­ni­za­ción de com­ba­te. Ten­dréis que afi­lar­la bien para que sus tajos sean más cor­tan­tes y os depa­ren cada vez más vic­to­rias. Las ini­cia­ti­vas que el gobierno ha teni­do des­de hace algo más de tres años para lograr la eman­ci­pa­ción de la mujer son sin duda insu­fi­cien­tes, pero han per­mi­ti­do cubrir una eta­pa del camino, y nues­tro país pue­de pre­sen­tar­se hoy en la van­guar­dia del com­ba­te liber­ta­dor de la mujer. Nues­tras muje­res par­ti­ci­pan cada vez más en las tomas de deci­sión, en el ejer­ci­cio efec­ti­vo del poder popular.

Las muje­res de Bur­ki­na están allí don­de se cons­tru­ye el país, están en las obras: el Sou­rou (valle irri­ga­do), la refo­res­ta­ción, la vacu­na­ción, las ope­ra­cio­nes «Ciu­da­des lim­pias», la bata­lla del tren, etc. Poco a poco, las muje­res de Bur­ki­na ocu­pan espa­cios y se impo­nen, hacien­do retro­ce­der las ideas falo­crá­ti­cas y retró­gra­das de los hom­bres. Y segui­rán así has­ta que la mujer de Bur­ki­na esté pre­sen­te en todo el teji­do social y pro­fe­sio­nal. Nues­tra revo­lu­ción, duran­te estos tres años y medio, ha tra­ba­ja­do por la eli­mi­na­ción pro­gre­si­va de las prác­ti­cas que des­va­lo­ri­zan a la mujer, como la pros­ti­tu­ción y otras lacras, como el vaga­bun­deo y la delin­cuen­cia de las jóve­nes, el matri­mo­nio for­zo­so, la abla­ción y las con­di­cio­nes de vida espe­cial­men­te difí­ci­les de la mujer.

La revo­lu­ción pro­cu­ra resol­ver en todas par­tes el pro­ble­ma del agua, ins­ta­la moli­nos en los pue­blos, mejo­ra las vivien­das, crea guar­de­rías popu­la­res, vacu­na a dia­rio, pro­mue­ve una ali­men­ta­ción sana, abun­dan­te y varia­da, y con ello con­tri­bu­ye a mejo­rar las con­di­cio­nes de vida de la mujer burkinabé.

Esta debe com­pro­me­ter­se más a apli­car las con­sig­nas anti­im­pe­ria­lis­tas, a pro­du­cir y con­su­mir bur­ki­na­bé, impo­nién­do­se como un agen­te eco­nó­mi­co de pri­mer orden, tan­to pro­duc­tor como con­su­mi­dor de pro­duc­tos locales.

La revo­lu­ción de agos­to, sin duda, ha avan­za­do mucho por la sen­da de la eman­ci­pa­ción de la mujer, pero lo hecho has­ta aho­ra es insu­fi­cien­te. Nos que­da mucho por hacer.

Para lle­var­lo a cabo debe­mos ser cons­cien­tes de las difi­cul­ta­des con que tro­pe­za­mos. Los obs­tácu­los y las difi­cul­ta­des son muchos. Ante todo el anal­fa­be­tis­mo y el bajo nivel de con­cien­cia polí­ti­ca, agra­va­dos por la pode­ro­sa influen­cia de las fuer­zas retró­gra­das en nues­tras socie­da­des atrasadas.

Debe­mos tra­ba­jar con per­se­ve­ran­cia para supe­rar estos dos obs­tácu­los prin­ci­pa­les. Por­que mien­tras las muje­res no ten­gan con­cien­cia cla­ra de la jus­te­za de nues­tra lucha polí­ti­ca y de los medios nece­sa­rios, corre­mos el ries­go de tro­pe­zar e inclu­so de retroceder.

Por eso la Unión de las Muje­res de Bur­ki­na tie­ne que cum­plir ple­na­men­te su fun­ción. Las muje­res de la UFB tie­nen que tra­ba­jar para supe­rar sus insu­fi­cien­cias, para rom­per con las prác­ti­cas y el com­por­ta­mien­to que siem­pre se han con­si­de­ra­do pro­pios de muje­res y lamen­ta­ble­men­te se sigue dan­do a dia­rio en los com­por­ta­mien­tos y los razo­na­mien­tos de muchas muje­res. Son todas esas mez­quin­da­des como la envi­dia, el exhi­bi­cio­nis­mo, las crí­ti­cas ince­san­tes y gra­tui­tas, nega­ti­vas y sin fun­da­men­to, la difa­ma­ción mutua, el sub­je­ti­vis­mo a flor de piel, las riva­li­da­des, etc. Una mujer revo­lu­cio­na­ria debe ven­cer estos com­por­ta­mien­tos, espe­cial­men­te acen­tua­dos en la peque­ña bur­gue­sía. Por­que son per­ju­di­cia­les para el tra­ba­jo en gru­po, dado que el com­ba­te por la libe­ra­ción de la mujer es un tra­ba­jo orga­ni­za­do que nece­si­ta la con­tri­bu­ción del con­jun­to de las mujeres.

Jun­tos debe­mos tra­ba­jar por incor­po­rar a la mujer al tra­ba­jo. A un tra­ba­jo eman­ci­pa­dor y libe­ra­dor que garan­ti­ce a la mujer su inde­pen­den­cia eco­nó­mi­ca, un peso social mayor y un cono­ci­mien­to más jus­to y com­ple­to del mundo.

Nues­tra noción del poder eco­nó­mi­co de la mujer debe apar­tar­se de la codi­cia vul­gar y de la avi­dez mate­ria­lis­ta que con­vier­ten a algu­nas muje­res en bol­sas de valo­res espe­cu­la­do­ras, en cajas fuer­tes ambu­lan­tes. Son muje­res que pier­den la dig­ni­dad, el con­trol y los prin­ci­pios en cuan­to oyen el tin­ti­neo de las joyas o el cru­ji­do de los bille­tes. Algu­nas de estas muje­res, lamen­ta­ble­men­te, hacen que los hom­bres cai­gan en los exce­sos del endeu­da­mien­to o inclu­so de la corrup­ción. Estas muje­res son peli­gro­sas are­nas move­di­zas, féti­das, que apa­gan la lla­ma revo­lu­cio­na­ria de sus espo­sos o com­pa­ñe­ros mili­tan­tes. Se han dado tris­tes casos de ardo­res revo­lu­cio­na­rios que se han apa­ga­do y el com­pro­mi­so del mari­do se ha apar­ta­do de la cau­sa del pue­blo por tener una mujer egoís­ta y aris­ca, celo­sa y envidiosa.

La edu­ca­ción y la eman­ci­pa­ción eco­nó­mi­ca mal enten­di­das y enfo­ca­das pue­den ser moti­vo de des­di­cha para las muje­res y por tan­to para la socie­dad. Soli­ci­ta­das como aman­tes, son aban­do­na­das cuan­do lle­gan las difi­cul­ta­des. La opi­nión común sobre ellas es impla­ca­ble: la inte­lec­tual está «fue­ra de lugar», y la que es muy rica resul­ta sos­pe­cho­sa. Todas están con­de­na­das a un celi­ba­to que no sería gra­ve si no fue­ra la expre­sión mis­ma de un ostra­cis­mo gene­ra­li­za­do de toda una socie­dad con­tra unas per­so­nas, víc­ti­mas ino­cen­tes por­que des­co­no­cen por com­ple­to cuál es su deli­to y su defec­to, frus­tra­das por­que día a día su afec­ti­vi­dad se trans­for­ma en hipo­con­dría. A muchas muje­res el saber solo les ha dado des­en­ga­ños, y la for­tu­na ha pro­du­ci­do muchos infortunios.

La solu­ción de estas para­do­jas apa­ren­tes con­sis­te en que las des­di­cha­das cul­tas o ricas pon­gan al ser­vi­cio de su pue­blo su gran ins­truc­ción, sus gran­des rique­zas. Así se gran­jea­rán el apre­cio y has­ta la adu­la­ción de todas las per­so­nas a las que darán un poco de ale­gría. En estas con­di­cio­nes ya no podrán sen­tir­se solas. La ple­ni­tud sen­ti­men­tal se alcan­za cuan­do se con­si­gue que el amor a uno mis­mo y de uno mis­mo se con­vier­ta en el amor al otro y el amor de los otros.

Nues­tras muje­res no deben retro­ce­der ante las luchas mul­ti­for­mes que les per­mi­ti­rán asu­mir­se ple­na­men­te, con valen­tía, y expe­ri­men­tar así la feli­ci­dad de ser ellas mis­mas, y no la domes­ti­ca­ción de ellas por ellos.

Toda­vía hoy, para muchas de nues­tras muje­res, la pro­tec­ción de un hom­bre es la mejor garan­tía con­tra el qué dirán opre­sor. Se casan sin amor y sin ale­gría de vivir con un patán, un insul­so ale­ja­do de la vida y las luchas del pue­blo. Es fre­cuen­te que las muje­res exi­jan una gran inde­pen­den­cia y recla­men al mis­mo tiem­po la pro­tec­ción, peor aún, estar bajo el pro­tec­to­ra­do colo­nial de un varón. Creen que no pue­den vivir de otro modo.

¡No! Tene­mos que decir­les a nues­tras her­ma­nas que el matri­mo­nio, si no apor­ta nada a la socie­dad y no las hace feli­ces, no es indis­pen­sa­ble, e inclu­so se debe evi­tar. Al con­tra­rio, mos­tré­mos­les cada día el ejem­plo de unas pio­ne­ras osa­das e intré­pi­das que en su celi­ba­to, con o sin hijos, están de un humor exce­len­te y pro­di­gan rique­zas y dis­po­ni­bi­li­dad a los demás. Inclu­so des­pier­tan la envi­dia de las casa­das des­di­cha­das, por las sim­pa­tías que se gran­jean, la feli­ci­dad que les depa­ra su liber­tad, su dig­ni­dad y su disponibilidad.

Las muje­res han dado sobra­das mues­tras de capa­ci­dad para man­te­ner s su fami­lia, criar a los niños, en una pala­bra, ser res­pon­sa­bles sin nece­si­dad de estar some­ti­das a la tute­la de un hom­bre. La socie­dad ha evo­lu­cio­na­do lo sufi­cien­te para que se aca­be la mar­gi­na­ción injus­ta de la mujer sin mari­do. Revo­lu­cio­na­rios, debe­mos lograr que el matri­mo­nio sea una opción enri­que­ce­do­ra, y no esa lote­ría de la que se sabe lo que se gas­ta al prin­ci­pio, pero no lo que se va a ganar. Los sen­ti­mien­tos son dema­sia­do nobles para jugar con ellos.

Otra difi­cul­tad, sin duda, es la acti­tud feu­dal, reac­cio­na­ria y pasi­va de muchos hom­bres, que tie­nen un com­por­ta­mien­to retró­gra­do. No quie­ren que se cues­tio­ne el domi­nio abso­lu­to sobre la mujer en el hogar o en la socie­dad en gene­ral. En el com­ba­te por la edi­fi­ca­ción de la socie­dad nue­va, que es un com­ba­te revo­lu­cio­na­rio, estos hom­bres, con sus prác­ti­cas, se sitúan en el lado de la reac­ción y la con­tra­rre­vo­lu­ción. Por­que la revo­lu­ción no pue­de tener éxi­to sin la eman­ci­pa­ción ver­da­de­ra de las mujeres.

Por eso, com­pa­ñe­ras mili­tan­tes, tene­mos que ser muy cons­cien­tes de todas estas difi­cul­ta­des para afron­tar los com­ba­tes futuros.

La mujer, lo mis­mo que el hom­bre, tie­ne cua­li­da­des pero tam­bién defec­tos, lo que demues­tra que la mujer es igual al hom­bre. Si des­ta­ca­mos deli­be­ra­da­men­te las cua­li­da­des de la mujer, no es por­que ten­ga­mos de ella una visión idea­li­za­da. Sim­ple­men­te que­re­mos poner de relie­ve sus cua­li­da­des y habi­li­da­des, que el hom­bre y la socie­dad siem­pre han ocul­ta­do para jus­ti­fi­car la explo­ta­ción y el some­ti­mien­to de la mujer.

¿Cómo pode­mos orga­ni­zar­nos para ace­le­rar la mar­cha hacia la emancipación?

Nues­tros medios son irri­so­rios, pero nues­tra ambi­ción es gran­de. Nues­tra volun­tad y nues­tra fir­me con­vic­ción de avan­zar no bas­tan para alcan­zar la meta. Debe­mos sumar fuer­zas, todas nues­tras fuer­zas, coor­di­nar­las para que la lucha ten­ga éxi­to. Des­de hace más de dos déca­das se habla mucho de eman­ci­pa­ción en nues­tro país, hay mucho deba­te al res­pec­to. Hoy se tra­ta de abor­dar el asun­to de la eman­ci­pa­ción de for­ma glo­bal, evi­tan­do las irres­pon­sa­bi­li­da­des que impi­die­ron reu­nir todas las fuer­zas en la lucha y qui­ta­ron impor­tan­cia a esta cues­tión cru­cial, y evi­tan­do tam­bién las hui­das hacia delan­te que deja­rían atrás a aque­llos y sobre todo aque­llas que deben estar en pri­me­ra línea.

(…)

Por eso, com­pa­ñe­ras, os nece­si­ta­mos para una ver­da­de­ra libe­ra­ción de todos noso­tros. Sé que siem­pre halla­réis la fuer­za y el tiem­po nece­sa­rios para ayu­dar­nos a sal­var nues­tra sociedad.

Com­pa­ñe­ras, no habrá revo­lu­ción social ver­da­de­ra has­ta que la mujer se libe­re. Que mis ojos no ten­gan que ver nun­ca una socie­dad don­de se man­tie­ne en silen­cio a la mitad del pue­blo. Oigo el estruen­do de este silen­cio de las muje­res, pre­sien­to el fra­gor de su borras­ca, sien­to la furia de su rebe­lión. Ten­go espe­ran­za en la irrup­ción fecun­da de la revo­lu­ción, a la que ellas apor­ta­rán la fuer­za y la rigu­ro­sa jus­ti­cia sali­das de sus entra­ñas de oprimidas.

Com­pa­ñe­ras, ade­lan­te por la con­quis­ta del futu­ro. El futu­ro es revo­lu­cio­na­rio. El futu­ro per­te­ne­ce a los que luchan.

¡Patria o muer­te, venceremos!

Tra­du­ci­do por Juan Vivanco

8 de mar­zo de 1987

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