«La civilización y la justicia del orden burgués aparecen en todo su siniestro esplendor dondequiera que los esclavos y los parias de este orden osan rebelarse contra sus señores. En tales momentos, esa civilización y esa justicia se muestran como lo que son: salvajismo descarado y venganza sin ley. Cada nueva crisis que se produce en la lucha de clases entre los productores y los apropiadores hace resaltar este hecho con mayor claridad. Hasta las atrocidades cometidas por la burguesía en junio de 1848 palidecen ante la infamia indescriptible de 1871. El heroísmo abnegado con que la población de París –hombres, mujeres y niños– luchó por espacio de ocho días después de la entrada de los versalleses en la ciudad, refleja la grandeza de su causa, como las hazañas infernales de la soldadesca reflejan el espíritu innato de esa civilización de la que es el brazo vengador y mercenario. ¡Gloriosa civilización esta, cuyo gran problema estriba en saber cómo desprenderse de los montones de cadáveres hechos por ella después de haber cesado la batalla!»1.
Pienso que recordar estas palabras de Marx que van al meollo del terrorismo son la mejor forma de empezar la ponencia que presento a debate internacional y antiimperialista sobre el porqué del aumento de tanta inhumanidad, sobre sus causas de fondo y, en especial, sobre cómo acabar con único terrorismo existente, el imperialista. En el documento de presentación de este Simposio organizado por el Frente Antiimperialista a celebrar en Berlín del 3 al 6 de noviembre de 2023, podemos leer: «Las leyes antiterroristas son la legalización de la explotación, del saqueo y del expolio sin límites del imperialismo» y, un poco más adelante, refiriéndose a los recientes ataques contra las libertades básicas, leemos: «El párrafo 129b de Alemania es un ejemplo perfecto de cómo las leyes antiterroristas no cumplen la ley: 1) No cumple las normas del Estado de Derecho, ni siquiera las normas civiles. 2) Suspende la separación de poderes. 3) Elimina la presunción de inocencia. 4) No castiga el delito, sino la visión del mundo de los ciudadanos».
La impunidad con la que el ente sionista –«Israel»– masacra al pueblo palestino en estos días se ve reflejada en las palabras de Marx sobre la brutalidad extrema de la «soldadesca», del «brazo vengador y mercenario» de la civilización del capital y de su justicia burguesa cuando se siente en peligro ante el poder revolucionario de la clase trabajadora. Son palabras más actuales hoy que en 1871 porque la mundialización capitalista ha extendido esos crímenes allí donde ha podido y, sobre todo, ha multiplicado y perfeccionado sus instrumentos de terror físico y moral.
Un terror fabricado industrialmente y practicado con la tecnología de la muerte en masa, es decir, por esa «industria de la matanza de hombres»2, que era como la definían Marx y Engels en su correspondencia personal, que ya tenía un peso productivo/destructivo enorme en el capitalismo de 1866, cinco años antes de la masacre comunera. La industrialización de la muerte es una fuerza productivo/destructiva elemental para la supervivencia del capitalismo y para la correcta comprensión del papel del terrorismo en el interior de la ideología burguesa3 durante las etapas de su formación y en el imperialismo actual. No podemos extendernos aquí al terrorismo precapitalista, y menos a los treinta y cinco siglos de «bioterrorismo»4.
Ahora bien y para empezar, ¿qué es el «terrorismo»? Una de las mejores respuestas es la de Alfonso Sastre, dramaturgo internacionalmente reconocido y compañero de la inolvidable Eva Forest, los dos comunistas e independentistas vascos: «De este modo abordamos, ya en 1949, el tema del “terrorismo” (1949), y luego hemos insistido tanto en él como en la tortura; y esto tanto en la literatura como en el teatro; y así mismo en nuestra vida social y política. Por cierto, que en algún momento de tantos, yo dije algo que muy bien se puede recordar hoy, y que siempre viene a cuento cuando oímos las opiniones bien-pensantes “contra el terrorismo”; y es que se llama terrorismo a la guerra de los débiles, y guerra –y hasta “guerra limpia– al terrorismo de los fuertes»5.
Sastre ponía el dedo en la llaga: la dialéctica de contrarios inconciliables entre la violencia oprimida, defensiva, y el terrorismo de los opresores, tal cual lo había explicado otro autor al llenar de historia concreta la definición vacía, hueca y abstracta6 del «terrorismo» de la ideología burguesa según Alain Gresh. Por no extendernos, la dialéctica de contrarios antagónicos interna al concepto de «terrorismo» se plasma también según George Labica7 en el concepto de «violencia» como no podía ser de otro modo: violencia dominada contra violencia dominante, burguesa e imperialista, siendo esta segunda la única que puede y debe ser calificada como terrorista. Y frecuentemente, la violencia defensiva de los y las explotadas ha de dar el salto a la «autodefensa de masas»8 contra las bandas de matones de la patronal que, mediante el terror, quieren derrotar al movimiento obrero.
Sin embargo esta verdad tan obvia a la luz de la historia y del presente está silenciada y hasta anulada en buena medida en la conciencia reformista y confusa, cuando no reaccionaria, de las clases trabajadoras alienadas. M. Walzer afirmó mediados de la década de 1970 que: «La palabra “terrorismo” se utiliza en la mayoría de los casos para describir la violencia revolucionaria. Esta es una pequeña victoria para los campeones del orden, en cuyas filas, de ningún modo resultan desconocidos los usos del terror»9. La victoria del orden al imponer el calificativo de «terrorismo» a la lucha revolucionaria fue debida a factores que debemos analizar en la brevedad de este texto, pero debemos decir que no es una victoria total e irreversible porque no puede barrer del todo y para siempre los efectos de las contradicciones sociales en la conciencia de los y las explotadas porque, como veremos, tarde o temprano resurge la lucha de clases con diversas intensidades.
El mismo Walzer lo reconoció. No era un radical comunista, por lo que tiene aún más valor lo que sigue: «Sin duda, hay momentos históricos en los que la lucha armada es necesaria para lograr la libertad de los seres humanos»100. Y aquí está la razón del porqué la burguesía no logra acabar del todo, barrer, con la recurrente tendencia al resurgir de lo que ella define como «terrorismo». Si la lucha armada reaparece en determinados momentos como «necesaria» para conquistar la libertad, tal cual reconoce el Preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es porque existen imperativos estructurales que nacen de contradicciones objetivas insertan en la naturaleza explotadora del sistema capitalista.
El resurgimiento de las violencias defensivas, justas, y de las represiones y terrorismos contra ellas, es debido simplemente al carácter objetivo de la explotación social y a la realidad objetiva de la lucha de clases al margen de la conciencia subjetiva que se pueda tener de ella. Una de las contradicciones insuperables del capitalismo es la que enfrenta el derecho/necesidad de la lucha obrera contra la explotación con el derecho/necesidad de la burguesía de explotar a la humanidad trabajadora. Marx lo explica así en el libro I de El Capital:
Pugnando por alargar todo lo posible la jornada de trabajo, llegando incluso, si puede, a convertir una jornada de trabajo en dos, el capitalista afirma sus derechos de comprador. De otra parte, el carácter específico de la mercancía vendida entraña un límite opuesto a su consumo por el comprador y, al luchar por reducir a una determinada magnitud normal la jornada de trabajo, el obrero reivindica sus derechos de vendedor. Nos encontramos, pues, ante una antinomia, ante dos derechos encontrados, sancionados y acuñados ambos por la ley que rige el cambio de mercancías. Entre derechos iguales y contrarios, decide la fuerza. Por eso, en la historia de la producción capitalista, la reglamentación de la jornada de trabajo se nos revela como una lucha que se libra en torno a los límites de la jornada; lucha ventilada entre el capitalista universal, o sea, la clase capitalista, de un lado, y, de otro lado, el obrero universal, o sea, la clase obrera11.
Llega un momento en el que la necesidad de la burguesía de estrujar al proletariado hasta su último aliento choca frontalmente con la necesidad proletaria de vivir creativamente: choque de trenes. Al intentar extender el capital al máximo de la explotación vital, la lucha de clases obrera por limitar la jornada de trabajo, es decir, por limitar la explotación, llega a su carácter universal. Marx demuestra que el choque de las dos fuerzas antagónicas y los dos derechos/necesidades antagónicos correspondientes, la que explota y la que es explotada, también es universal y se plasma en todas y cada una de las expresiones de esa explotación, aunque con altibajos y períodos incluso de aparente desaparición, pero con una tendencia objetiva a reaparecer. Veamos un ejemplo de cómo se universaliza este choque de trenes, ahora en la experiencia de Nuestramérica:
La lista de los objetivos por los que se lucha es enorme: contra las privatizaciones; por la reforma agraria, por recuperar espacios urbanos, por los derechos de indígenas y negros, contra la introducción de semillas genéticamente modificadas, por el aumento de los salarios y los derechos laborales, protección de la biodiversidad y del medio ambiente, por los derechos de las mujeres, para bloquear carreteras controladas por las corporaciones y la construcción de aeropuertos, por la destitución de funcionarios corruptos del gobierno, por programas de salud y de educación, por el acceso popular a los medios de comunicación controlados por las corporaciones, por la nacionalización de los recursos naturales, y así sucesivamente12.
Respondiendo a esto, las formas e intensidades de las represiones y del terrorismo son cada vez más complejas y diversificadas porque también lo son las formas de explotación que tienden a ser totales por las necesidades ciegas de la acumulación ampliada de capital. Al multiplicarse estas expresiones, tarde o temprano se multiplican las reivindicaciones y las luchas consiguientes. Esto hace que las leyes «antiterroristas» también tiendan a serlo porque deben reprimir las nuevas formas de resistencia, además de las existentes. Según la conciencia subjetiva la superación de la alienación y el fetichismo va ascendiendo de la simple reforma político-sindicalista por el salario y una democracia burguesa menos restrictiva hacia una conciencia revolucionaria orientada a la destrucción del Estado del capital y la creación de un poder socialista basado en el pueblo en armas, conforme se produce este avance, se endurecen las represiones hasta que irrumpe el terrorismo, de modo que ocurre lo que detalla el colectivo Lau Haizetara Gogoan:
Desapariciones forzadas. Asesinatos y fusilamientos en masa clandestinos (paseos, fosas comunes, cunetas…). Detenciones y encarcelamientos masivos por motivos ideológicos, discriminación racial, credo o identidad sexual. Internamiento de miles de prisioneros políticos y sociales en campos de concentración y de exterminio. Secuestro de niñas y niños como actos de guerra, genocidio y represalia sobre los «vencidos». Confinamientos, destierros… como medida de represión y anulación contra personas y sus actividades. Castigos masivos a trabajos forzados y mano de obra esclava. Secuelas físicas y mentales provocadas por el terror, la soledad, la exclusión social… siendo frecuentemente causa principal de muerte. Utilización del hambre como elemento de guerra y represión. Torturas y trato humillante y vejatorio por motivos ideológicos, étnicos y culturales. Represión de género. La mujer sufrió una represión añadida: fue víctima de abusos sexuales y violaciones como estrategia de guerra y represión. También sufrió los efectos más opresivos de la educación y, en general, una situación de marginación y dependencia. Establecimiento de tribunales militares y civiles de excepción. Establecimiento de la escuela como elemento de represión, que incluye la pérdida forzada de la identidad cultural, lingüística e ideológica. Prohibición de uso de la propia lengua y cultura. Forzar a prisioneros de guerra a servir en las fuerzas de una potencia enemiga. Ilegalización de partidos, sindicatos, organizaciones socioculturales, etcétera. Contratación de mano de obra bajo condiciones de explotación. Despidos de trabajadores y medidas de exclusión social. Anulación de todos los derechos civiles, políticos, sociales, libertad de expresión… Depuraciones: de funcionarios, de maestros… Robo y saqueo de propiedades y bienes como medio de represión y vía de enriquecimiento de los responsables13.
La experiencia alemana y mundial desde mediados del siglo XIX nos aporta más lecciones al respecto. La base de la teoría marxista había sido desde 1848, por poner una fecha, la rotunda demostración de siempre llegaba un momento a partir del cual la burguesía se negaba en redondo a cualquier concesión o reforma por ridículas que fueran con tal de parar en seco y de hacer retroceder la autoorganización sociopolítica ascendente de la clase obrera orientada a la toma del poder. Por esto y para adelantarse a un golpe terrorista se teorizaba la necesidad de instaurar un «poder despótico», una «dictadura proletaria», un gobierno popular que «asustara» a la burguesía o «quebrantase» su voluntad de organizar una contrarrevolución asesina, como reiteró Marx en 1881: una permanente insistencia en la necesidad de que el pueblo en armas impusiera las medidas necesarias para asegurar el avance al socialismo.
Desde la perspectiva burguesa, la necesidad/derecho obrero de acabar con la explotación tomando las medidas necesarias, era y es «terrorismo»; para el proletariado era y es «libertad». Mientras Marx extraía las lecciones de la Comuna, el ministro alemán de represión del momento decía que la revolución late en cada huelga. Las leyes antisocialistas de Bismark de 1878 a 1888, adelanto del actual «antiterrorismo», hicieron creer al grueso de la burguesía que la socialdemocracia renunciaría al derecho a la revolución con tal de ser legalizada. Se le exigió que renunciara a ese derecho y que aceptara única y exclusivamente la legalidad burguesa.
Pues bien, en ese debate Engels, que estaba totalmente en contra de aceptar la exigencia burguesa de rendición obrera incondicional, escribió: «Solo por la resistencia desafiante hemos ganado respeto y nos hemos transformado en una potencia. Solo el poder es respetado, y únicamente mientras seamos un poder seremos respetados por el filisteo. Quien haga concesiones no podrá seguir siendo una potencia y será despreciado por él. La mano de hierro puede hacerse sentir en un guante de terciopelo, pero debe hacerse sentir»14. En esta respuesta a los claudicacionistas, es decisiva la relación entre poder, mano de hierro con guante de terciopelo y fuerza y decisión para golpear a la burguesía en el momento preciso.
Las leyes antisocialistas fueron derogadas y la «soldadesca» acuartelada aunque seguía vigilando a los grupos revolucionarios, ya que lo que el Estado buscaba era conceder algunas reformas para desactivar el ascenso de la conciencia obrera contando con la tarea interna del reformismo apoyado por la prensa y por el Estado, se decidió atacar al proletariado con otros medios, como la guerra ideológica a favor de las corrientes reformistas que fueron creciendo en la burocracia parlamentaria, sindical, política y comunicacional del partido, una tensión interna que estalló abiertamente a raíz de la revolución de 1905.
Durante esta revolución que sorprendió a todo el reformismo, pero menos al partido ruso, que venía preparándose desde 1902 en un contexto represivo, surgió una sorprendente y rica interacción de formas de lucha: desde los soviets hasta las guerrillas, pasando por las barricadas urbanas. Analizando el papel de la violencia armada, Lenin escribió que «el Partido Obrero Socialdemócrata Letón (sección del POSDR) publica normalmente su periódico, con una tirada de 30.000 ejemplares. En la sección oficial se insertan las listas de espías, cuya supresión es deber para cada persona honrada. Los que ayudan a la policía son declarados “enemigos de la revolución” que deben ser ejecutados y responder, además, con sus bienes»15.
Leyendo a Lenin recordamos la definición de A. Sastre del terrorismo que podríamos llamar «bueno», «legal» como la «guerra limpia» de las clases opresoras, y a la vez, dialécticamente, el terrorismo «malo», «criminal», como la guerra de los pobres, de los y las explotadas: para el zarismo la ejecución de espías y colaboradores con la represión era puro «terrorismo asesino», como lo había sido la resistencia comunera tan solo un tercio de siglo antes. La expropiación de los bienes de los colaboradores con el zarismo era para la burguesía el ejemplo más escalofriante del «peligro comunista» que atacaba el sacrosanto derecho a la propiedad privada y que, por tanto, debía ser aniquilado con la «guerra limpia» sin reparar en costos. Y fue tan machacado que hasta el que luego sería conocido como partido bolchevique fue casi liquidado pese a haberse preparado desde hacía al menos tres años gracias a las lecciones teóricas del ¿Qué hacer? de Lenin.
De la misma forma que el exterminio en sangre de 1871 en París y el de la revolución rusa de 1905, pusieron al descubierto sin velo alguno la realidad estructural del terrorismo del capital, por ceñirnos a Europa sin nombrar las atrocidades coloniales, de esta misma forma pusieron en la mesa del debate teórico-político los cambios sociales que ya se estaban dando en el interior del capitalismo por el comienzo de la fase imperialista como se sufrirían abiertamente desde 1912 y que estallarían definitivamente desde 1914 hasta ahora. Forzado por esos cambios apareció el debate sobre las relaciones entre la acción parlamentaria y las violencias contrarias en la lucha de clases. Fue entonces cuando Rosa Luxembug escribió lo que sigue:
El terreno de la legalidad burguesa del parlamentarismo no es solamente un campo de dominación para la clase capitalista, sino también un terreno de lucha, sobre el cual tropiezan los antagonismos entre proletariado y burguesía. Pero del mismo modo que el orden legal para la burguesía no es más que una expresión de su violencia, para el proletariado la lucha parlamentaria no puede ser más que la tendencia a llevar su propia violencia al poder. Si detrás de nuestra actividad legal y parlamentaria no está la violencia de la clase obrera, siempre dispuesta a entrar en acción en el momento oportuno, la acción parlamentaria de la socialdemocracia se convierte en un pasatiempo tan espiritual como extraer agua con una espumadera. Los amantes del realismo, que subrayan los «positivos éxitos» de la actividad parlamentaria de la socialdemocracia para utilizarlos como argumentos contra la necesidad y la utilidad de la violencia en la lucha obrera, no notan que esos éxitos, por más ínfimos que sean, solo pueden ser considerados como los productos del efecto invisible y latente de la violencia16.
Esta y otras ideas levantaron ampollas en la cada vez más poderosa burocracia reformista y le crearon enemigos personales a Rosa y al grupo al que pertenecía, enemigos que mandaron torturarla y asesinarla junto a sus camaradas mediante el terrorismo del capital para ahogar en sangre la revolución alemana de 1918. En 1923 triunfó el fascismo; en 1931 – 1937 Japón invadió Manchuria, atacó a la URSS e invadió China; en 1933 el nazismo, en 1936 – 1939 el franquismo… y en 1941 una parte del terrorismo del capital invade la URSS mientras que la otra parte, la de la «guerra limpia» del imperialismo yanqui y británico, cometen crímenes «menores» y se ven forzados a aliarse con la URSS para derrotar al nazi-fascismo y al militarismo nipón por razones de pura competencia interimperialista, que no por ayudar al socialismo que estaba demostrando su eficacia guerrillera en la Europa ocupada17. Estados Unidos y Gran Bretaña «limitaron al mínimo»18 su participación en la guerra contra la Alemania nazi, con tal de desangrar lo más posible a la URSS, para debilitarla frente a un ataque posterior para destruirla del todo.
En efecto, no había terminado la Segunda Guerra Mundial cuando se inicia la nueva fase histórica de agresión a la URSS y al socialismo mundial, en la que jugarán un papel crucial los restos del nazi-fascismo, del franquismo, del imperialismo nipón. Las dos expresiones del terrorismo del capital –Alemania/Japón y Estados Unidos– se unifican en una sola: la OTAN, que tiene un corolario en otras alianzas político-militares que «protegen el mundo libre», reforzadas muy especialmente con la creación del Estado sionista. Esta arquitectura tiene también sus bases en las imposiciones yanquis de Bretton Woods y en la ONU, todo ello coordinado y dirigido por Estados Unidos.
Con estos y otros instrumentos, «la civilización y la justicia del orden burgués», iniciaron una permanente «guerra limpia» que ocultaba el tsunami del terrorismo imperialista sobre todo contra India, Indonesia y Vietnam19, pero que ya se aplicaba en la práctica con menor intensidad dentro del imperialismo contra las fuerzas revolucionarias. En Alemania Federal, por ejemplo, desde otoño de 1945 el ejército aliado recurrió a antiguos nazis para crear la «policía industrial» que le apoyaba en el control y la represión de la incipiente autoorganización obrera20 de base movilizada en aquellos tiempos de extrema penuria. Es conocido cómo miles de nazis convertidos en «demócratas de toda la vida» fueron integrados en la nueva estructura de poder y en la OTAN, y cómo esta utilizaba a mafias criminales y grupos de extrema derecha en la guerra sucia contra sindicatos y partidos de izquierda.
Fuera de Europa, el terrorismo se aplicó allí donde estuviera en peligro la propiedad burguesa. En 1954 la CIA organizó un golpe de Estado en Guatemala para impedir una tibia reforma agraria que limitaba en algo el poder de las grandes agrobusines yanquis: alrededor de 100.000 personas fueron asesinadas. Lo más impactante de este crimen es que un general golpista, formado por Estados Unidos, declaró que «Basta con matar al 30% de la población para obtener la paz»21. En 1957 Estados Unidos puso en marcha la «doctrina Eisenhower»22 para apoyar a las burguesías árabes supuestamente amenazadas por la URSS, es decir, para reprimir cualquier reivindicación popular incómoda al capital.
La crisis de finales de la década de 1960 y la oleada prerevolucinaria que ascendía por el mundo, reforzó la tendencia al «Estado fuerte»23 que ya estaba controlado internamente por la estructura político-militar imperialista, siendo la OTAN un poder incuestionado. Para esa época la «guerra limpia» se había ensuciado incluso en su apariencia externa con ese casi millón de exterminados en Indonesia con el Método Yakarta24 que era una de las mejores experimentaciones del terrorismo en esa década, cuyas lecciones se aplicaron en el Plan Cóndor25 de trágica fama, que junto a otros crímenes masivos abrieron la fase del «terrorismo norteamericano»26 desde la era Reagan hasta ahora. Entre 1980 – 1989 Centroamérica fue objeto de una implacable contrainsurgencia yanqui apoyada por mercenarios a sueldo y tropas de las burguesías locales, calculándose un mínimo de 250.000 asesinados, torturados y desaparecidos27. El tránsito del «Estado fuerte» al «Estado terrorista» fue expresado así por W. Schulz:
El Estado terrorista se caracteriza por dos elementos particulares: 1) la creación de una estructura arcana o clandestina de represión, paralela a su estructura visible o manifiesta; y 2) el uso masivo y sistemático del terrorismo de Estado mediante los siguientes sistemas: detención ilegal (desaparición)-interrogación/tortura-desaparición definitiva […] En términos teóricos, se trata de un proceso de concentración y autonomización del poder en el núcleo del Estado, es decir, en su complejo militar y de inteligencia –apoyado generalmente por fracciones de la clase dominante y, a veces, de sectores medios– el cual, mediante la creación de un sistema clandestino de represión y el uso del terrorismo, procura lograr cuatro objetivos:
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Neutralizar los controles internos de la sociedad política (el Estado), por ejemplo, el control judicial sobre las fuerzas policíacas.
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Neutralizar los controles de la sociedad civil. La relación entre sociedad civil y el Estado está regulada normalmente (en la sociedad burguesa) por una serie de normas definidas que explicitan los derechos de ambas entidades y estipulan sus obligaciones. Esta normatividad, expresada en la constitución, el derecho de habeas corpus, la división de poderes, los derechos humanos, la existencia de una prensa independiente, etcétera, limita la capacidad de acción del poder ejecutivo. Al actuar fuera de estos controles mediante un sistema arcano represivo, el Estado burgués puede emplear medidas totalitarias para atacar ciertos sectores de la sociedad civil o política sin tener que abandonar su fachada de democracia formal.
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Aumentar el efecto psicológico de la represión al volverla anónima y omnipresente.
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Protegerse contra la crítica a la violación de los derechos humanos tanto dentro del país como en el extranjero28.
Los devastadores efectos psicopolíticos en las poblaciones sometidas al terrorismo más planificado han quedado confirmados por múltiples investigaciones, sobre todo cuando se sufre la desaparición programada de familiares, amigos y conocidos a manos del Estado. Son múltiples los «usos políticos del miedo»29 y muy resistentes a las terapias sus efectos demoledores en la personalidad que quienes sufren a diario la desaparición forzada de personas queridas, como se descubre estudiando las consecuencias en el pueblo chileno de las «caravanas de la muerte»30 organizadas por la dictadura pinochetista bajo la dirección de la CIA yanqui.
El «Estado terrorista» de finales del siglo XX está siendo endurecido en respuesta a la decadencia relativa del «imperialismo del dólar» de manera que la «identidad entre producción y destrucción»31 llega a unos extremos que confirman con sangre la muy correcta tesis marxista de 1845 de que llega un momento de no retorno en el que las fuerzas productivas se transforman en fuerzas destructivas, por lo que debemos insistir en que nos encontramos dentro de un «terrorismo global de Estado»32 que normaliza y legitima que los servicios secretos británicos y yanquis puedan detener, torturar y asesinar a cualquier persona en el mundo33 porque se resiste a la necesidad ciega de la acumulación de capital. También lo hacen otros servicios secretos imperialistas, por no hablar de la política sionista del terror contra la niñez palestina34, terror a la detención, malos tratos y cárcel que desde hace algo más de una semana es puro miedo a ser asesinado por las bombas sionistas.
El «Estado terrorista» ha endurecido la censura, prohibición y condena a quienes expliquemos la verdad de ese terrorismo. Dicen que malvivimos en un «territorio hostil»35 para quienes defendemos el derecho a la resistencia armada de Palestina, cuando en realidad sufrimos algo más que simple «hostilidad» contra el siempre necesario derecho de libertad de investigación y comunicación críticas. El «Estado terrorista» impone su «derecho al secreto»36 y vigila y reprime la necesidad/derecho a la información veraz y contrastable para ocultar que la Unión Europea colabora con el sionismo al impedir que los y las palestinas que lo deseen puedan refugiarse en países europeos37. Aquí mismo, en Alemania, el control represivo dio otro salto en 2021 cuando aumentó el seguimiento judicial de Junge Welt prestigiosa publicación marxista38, y tramita la ilegalización de Samidoun39, colectivo de solidaridad con los y las prisioneras palestinas.
Los controles, vigilancias y represiones internas en Alemania tienes múltiples funciones, una para cada reivindicación y para cada forma de lucha obrera y popular, pero en su conjunto, en su unidad doctrinaria, destaca una, la esencial: asegurar el orden interno en lo que respecta a su propiedad privada y en lo que respecta a su muy necesaria militarización imperialista. La forma más actual de esa doctrina del Estado como la forma político-militar del capitalismo germano es el llamado «Pacto Alemán» que no es sino una verdadera «alianza de guerra contra la población»40.
El imperialismo occidental dirigido por Estados Unidos sabe que va perdiendo poder y dinero a lo largo de esta tercera Gran Depresión, y no solo por la mayor productividad de otros países competidores en el mercado mundial, sino sobre todo porque su estructura productiva está obsoleta, porque su tasa media de ganancia va a la baja y porque, a la vez, la clase trabajadora no ha sido derrotada totalmente lo que frena la ansiada sobreexplotación que todas las burguesías, desde la yanqui hasta la griega, pasando por la alemana, etc., quieren imponer a golpes si fuera posible.
En 1859 Marx escribió que cuando las fuerzas productivas llegan a una determinada fase de su desarrollo expansivo, chocan con los frenos que les imponen las relaciones de propiedad existentes, de modo que de esa contradicción entre las fuerzas productivas y los intereses de la clase dominante surge una época de revolución social41. Ahora, el gigantesco potencial emancipador latente en las fuerzas productivas actuales puede resolver los acuciantes problemas que golpean a la humanidad si es –ese potencial – desarrollado y dirigido racional y conscientemente hacia la resolución de los problemas y de las necesidades, pero el imperialismo se niega a ello con desesperación fanática.
Que se abriera definitivamente una fase de revolución social a escala mundial no quiere decir que automática y linealmente surgieran procesos prerrevolucionarios por todas partes, y que todos ellos triunfaran mecánicamente. No. Quiere decir que hemos entrado en la fase crítica de la antropogenia porque ese desarrollo de las fuerzas productivas es a la vez, dialécticamente, desarrollo simultáneo de las fuerzas destructivas de modo que la lucha de clases mundial puede terminar en la victoria socialista, en la victoria capitalista o en la destrucción mutua de las clases en lucha, en el Holocausto. Todo depende de la lucha de clases.
Desde incluso antes de la tercera Gran Depresión en 2007 – 2008, se acumulaban subcrisis que, en su tendencia evolutiva hacia la confluencia sinérgica, anunciaban que el capitalismo iba a entrar en la más devastadora crisis genético-estructural de su historia. Así ha sucedido y por ello el antiguo dilema de opción entre socialismo o barbarie, ya enunciado por Engels pero concretado por Rosa Luxemburg en 1915, ha dado el paso al dilema de opción entre comunismo o caos elucidado por el bolchevismo en 1919. No son dilemas ni contrarios, ni opuestos ni siquiera diferentes, sino que el segundo es la confirmación dialéctica del primero tras las terribles lecciones de la Primera Guerra Mundial y de la oleada de revoluciones entre 1914 y 1919. Pero la dialéctica de la historia no se detiene. La Segunda Guerra Mundial nos enseñó el inhumano terrorismo de las bombas nucleares yanquis, y si no las ha podido lanzar después como había previsto, fue porque enfrente tenía a la URSS. Además, desde finales de los años sesenta se han ido confirmando dinámicas explosivas inherentes al irracionalismo capitalista en cuanto tal, como la destrucción de la Naturaleza; también han surgido formas nuevas de contradicciones estructurales.
La tercera Gran Depresión, que a finales de 2023 está más agravada que hace diecisésis años, forzó desde 2011 la recomposición de las alianzas entre pueblos y Estados frente a la furia imperialista. De forma explícita y oficial, fue el «premio Nobel de la Paz», Obama, el que ordenó al Pentágono que reactivara al máximo la militarización, o dicho correctamente: la industria de la matanza humana como método de salida de la crisis genético-estructural en beneficio de Estados Unidos en primer lugar y después de las burguesías que le son fieles. En eso estamos: terror e industria de la matanza humana son lo mismo.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 27 de octubre de 2023
- K. Marx: La guerra civil en Francia, Obras escogidas, Progreso, Moscú 1984, tomo II, pp. 249 – 250.
- K. Marx: «Carta a Engels, 7 de julio de 1866», Cartas sobre El Capital, Ediciones Bolsillo, Barcelona 1974, p. 119.
- Carlos Tupac: Terrorismo y civilización, Colombia, 2011, tomo 2, pp. 443 – 744. Hay edición en Botxe Liburuak, 2018; y en acceso libre mediante PDF en https://elsudamericano.wordpress.com/2017/07/13/terrorismo-y-civilizacion-por-carlos-tupac-en-pdf/.
- Estilete: 35 siglos de bioterrorismo I y II (https://herritarbatasuna.eus/eu/blog-iritziak/714 – 35-siglos-de-bioterrorismo y https://herritarbatasuna.eus/eu/blog-iritziak/709 – 35-siglos-de-bioterrorismo).
- Alfonso Sastre: Los intelectuales y la utopía, Debate, Madrid 2002, p. 39.
- Alain Gresh: Terrorismo, un concepto vacío, 30 de marzo de 2019 (https://www.lahaine.org/mundo.php/terrorismo-un-concepto-vacio).
- George Labica: Violencia dominante, violencia dominada, 19 de febrero de 2009 (https://www.lahaine.org/est_espanol.php/violencia_dominante_violencia_dominada).
- Ariel Orellana: Ante la embestida de matonaje patronal los trabajadores debemos fortalecer el clasismo, la solidaridad efectiva y la autodefensa de masas, 11 de noviembre de 2023 (https://elporteno.cl/ante-la-embestida-de-matonaje-patronal-los-trabajadores-debemos-fortalecer-el-clasismo-la-solidaridad-efectiva-y-la-autodefensa-de-masas/).
- Michael Walzer: Guerras justas e injustas, Paidós, Barcelona 2001, p. 269.
- Michael Walzer: Ibid., p. 280.
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