Nota: Tesis defendidas en el debate en Errekaleor, Gasteiz, el jueves 23 de febrero de 2023 con el título de Euskal Herria Antiimperialista, NATO ez!
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Pakito Arriaran fue asesinado en 1984 en un combate con el ejército salvadoreño, entrenado y armado por el imperialismo yanqui. Dos años antes le habían amputado una pierna por encima de la rodilla para que no se gangrenara la herida de bala que se la había machacado. Cercado por tropas especiales, no se rindió. Su vida fue una lucha permanente contra cualquier forma de la opresión allí donde él se encontrara, con los métodos y tácticas adecuadas siempre a la gravedad de la injusticia en cada contexto. Su internacionalismo se había formado en su industrial Euskal Herria, se enriqueció en Venezuela, en Nicaragua y se plasmó en El Salvador. Había aprendido, por tanto, de y en duras luchas de liberación nacional de clase. Un antiimperialista como tantos miles que desde inicios del siglo XX se enfrentan con su vida a la barbarie.
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Nos hemos referido al comienzo del siglo XX porque fue entonces cuando el desarrollo irreversible del imperialismo como sucesor de la agotada fase colonial, creó nuevas opresiones y con ellas nuevas resistencias. El antiimperialismo surge entonces como nueva expresión de la lucha de clases mundial entre el capital y el trabajo. Ahora bien, «antiimperialismo» ha existido desde que los pueblos empezaron a resistir los ataques, razzias e invasiones de poderes extranjeros, reinos, ciudades-Estado, grandes Estados e imperios. Pero era un «antiimperialismo» precapitalista, lo que no anula la importancia histórica de las guerras de liberación nacional preburguesas.
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Las luchas y guerras de liberación anticolonial surgieron desde los primeros días del capitalismo mercantil y colonial, preindustrial, y según los casos estaban más o menos relacionadas con las anteriores, con las de liberación nacional preburguesa en la medida en que aún sobrevivían relaciones comunales ferozmente perseguidas por el avance capitalista. La resistencia de África, América, India, China, Oriente Medio, etc., al colonialismo lo demuestra. En casi todas estas luchas actuaban las fuerzas de pueblos que se resistían al saqueo, a la expropiación y privatización de los bienes comunes que, con todas sus diferencias, vertebraban en buena medida la vida social. En unos sitios estaban debilitadas por la represión ejercida por las nuevas clases dominantes más o menos aliadas con los colonialistas porque ambos querían acabar con los restos de relaciones comunales, pero en otros eran aún potentes.
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Los intereses de las castas y clases dominantes, así como el patriarcado, eran utilizados por el colonialismo para dividir a los pueblos, romperlos y dominarlos. Los ejércitos y en especial la industria de la matanza humana, han sido, son, decisivos para la expansión del capital. La defensa de los bienes comunales fue realizada en la mayoría de los casos por las clases oprimidas de esos pueblos, defensa que aporta mucho al antiimperialismo actual, al igual que sucede con los posos de anhelo por la libertad perdida depositados en el fondo de la cultura popular sobrevivientes a las luchas de liberación nacional preburguesas.
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Conforme la historia crítica estudia estas experiencias, descubrimos algunas conexiones que aún mantienen con los combates contra las múltiples formas de propiedad privada, por muy preburguesa que fuera, empezando por la patriarcal. Y en la medida en la que el capital multiplica ahora a la desesperada su afán por la privatización y mercantilización absoluta de la vida y de la naturaleza, en esa medida el antiimperialismo es el heredero de aquellas movilizaciones, subsumidas en las luchas de clases actuales contra la propiedad capitalista como síntesis de todas las formas anteriores de la propiedad privada.
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Durante la segunda mitad del siglo XIX, mientras del socialismo utópico se pasaba al comunismo marxista a través del anarquismo y del comunismo utópico, las izquierdas tuvieron que hacer frente al proto imperialismo de Gran Bretaña, Francia, Rusia, Estados Unidos, Alemania, etc., pero sin disponer de una teoría al respecto. Unido a esto y en la medida en que se multiplicaba el estudio de las crecientes luchas anticoloniales, el comunismo marxista iba comprendiendo tanto la gran capacidad de resistencia de las naciones oprimidas y en especial de las muchas sociedades comunales. También veía la adaptación que hacía el proletariado fabril de formas horizontales, autoorganizadas, asamblearias, etc., típicas del comunalismo.
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Tal aprendizaje, rastreable sin dificultad en textos, chocaba con el verticalismo burocrático y occidentalista de la mayoría de la izquierda del momento. No debe extrañarnos por tanto que una especie de proto antiimperialismo de izquierda empezara a asomar a finales del siglo XIX, palpitando en la crítica radical del colonialismo, siempre en lucha con la poderosa corriente occidentalista cada vez más abierta al reformismo. La Conferencia de Berlín en 1884 – 1885 para el expolio de África a sangre y fuego por las grandes potencias europeas es uno de los eventos a partir del cual el colonialismo llega a su límite y empiezan a asomar algunas de las características del imperialismo más brutal.
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Uno de los primeros adelantos básicos de lo que sería al poco tiempo el debate sobre el imperialismo, fue el de Engels en 1895 al decir que la colonización era «una simple sucursal de la Bolsa». Desde 1900 diversas izquierdas estudiaron las nuevas formas del capitalismo industrializado, con un creciente capital financiero, como se constató con una tendencia imparable a la militarización como quedó demostrado por Rosa Luxemburg en 1912. Superaríamos con creces los límites del debate sobre el antiimperialismo, si expusiéramos ahora con cierto detalle lo esencial de las variantes de la teoría sobre el imperialismo, por lo que pasamos a lo que es vital para entender nuestra praxis, o sea, tenemos que ir a Lenin.
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Tenemos que volver al «cerebro en acción» que era Ilich, como acertadamente le llamó Raya Duñayevskaya, no para caer en el cegato error del individualismo metodológico burgués, sino para mostrar que la efectividad de su dialéctica nos aporta criterios fundamentales para nuestro antiimperialismo que también aprende en mayor o menor medida, según los casos, de las ideas de quienes han luchado y luchan contra el capital. Nos centramos en Lenin porque pensamos que es el que más ayuda a mejorar la praxis antiimperialista ya que, sintetizando, entre 1912 y 1919 elaboró un método sin el cual es imposible mejorar la lucha antiimperialista también al cabo de un siglo teniendo en cuenta los cambios habidos en el capitalismo.
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Desde 1912 se asistía en Rusia y en Europa a una recuperación de la lucha de clases, y dentro de ella de las luchas nacionales. Lenin encargó a Stalin en 1913 un artículo sobre la opresión nacional, y él mismo se volcó en ella desde 1914. Bajo el impacto de la Primera Guerra Mundial buceó al fondo de la filosofía dialéctica en 1915 y al poco se lanzó al debate sobre el imperialismo en 1916, para de inmediato, en 1917, llegar a las raíces del problema del Estado como antesala, en 1918, de la dialéctica explosiva entre «la patria socialista en peligro» y el internacionalismo dentro de la defensa a ultranza de la democracia soviética, terminando con la Internacional Comunista en 1919, punto crítico de irrupción del antiimperialismo.
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El desarrollo marxista aquí resumido refleja el desarrollo previo de las contradicciones del capitalismo de la época, lanzado ya en la vía de las guerras desde mediados del siglo XIX. La Alemania de finales de este siglo era consciente de que tarde o temprano iría a la guerra contra Rusia y por eso von Bismark advertía que la mejor forma de debilitarla y vencerla era ocupando Ucrania. En 1896 – 1898 Estados Unidos decidió apoderarse de China a cualquier precio. En 1904 Gran Bretaña asumió el objetivo estratégico de apoderarse de Eurasia. En 1914 Estados Unidos diseñó la balcanización de Rusia. En 1922 los planes del nazismo aún no triunfante contra la URSS fueron debatidos en la Embajada yanqui en Berlín. No hace falta que nos extendamos sobre las barbaridades de todo tipo que el imperialismo cometía en el mundo.
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La lucha por la liberación de las colonias dio un salto con el antiimperialismo porque la opresión nacional se intensificó y extendió con la mundialización del capital desde el comienzo del siglo XX y fue tomando fuerza en la medida en que más y más pueblos eran oprimidos por el imperialismo, siempre con el apoyo activo o pasivo de sus clases dominantes. Las dos guerras mundiales del siglo XX muestran también la importancia de la opresión nacional directa y cruda, o encubierta y formal. Pero la resistencia de los pueblos se plasma en Bandung en 1955, en los No Alineados, en las Declaraciones de La Habana y Argel, en la Tricontinental, etc., pero sobre todo en las guerras de liberación nacional, en la «descolonización», la mal llamada Guerra Fría es en realidad una salvaje y multifacética Guerra Caliente imperialista.
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Desde la década de 1970 se van fusionando las opresiones descarnadas y las encubiertas bajo la dictadura de la financierización que surge de las entrañas del capital en crisis e impulsada por Estados Unidos: el Consenso de Washington de 1989 marca un hito que, junto a la implosión de la URSS en 1991 y la euforia imperialista, justifica los ataques a muchos países como la guerra terrorista contra Argelia, destacando la destrucción de Yugoslavia e Irak, varios intentos por trocear Rusia y colonizar sus restos, el intento de asfixia de Cuba, etcétera. La prensa burguesa ocultó la «guerra económica» occidental contra muchos países de Asia en 1997, contra Argentina en 2001, por citar algunas formas de «guerra» no abiertamente militar para recortar sus derechos y dominarlos socioeconómicamente.
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El accionar interno de la ley general de acumulación de capital y de la ley de la tendencia a la baja de la tasa media de ganancia, presionan al imperialismo a explotar a sus trabajadores, a exprimir a las burguesías débiles, a oprimir pueblos y a estrujar la naturaleza, lo que tarde o temprano agudiza la lucha de clases. La debilidad de fondo de Estados Unidos quedó patente en 2001 – 2002 cuando su economía se estremeció con los ataques del 11‑S, acelerando su huida político-militar hacia adelante para recuperar un poder que le goteaba entre los dedos. La hecatombe de 2007 – 2008 mostró que el imperialismo era más débil de lo imaginado y bien pronto sus medidas para no hundirse más empezaron a ser contestadas internacionalmente.
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En ese mismo 2007 Rusia advirtió que la agresividad occidental podía conducir a la guerra. Mientras Nuestramérica actualizaba el sueño de la Patria Grande bolivariana del Congreso Anfictiónico de 1826, la OTAN preparaba la guerra contra Rusia en Europa del Este incumpliendo todos los acuerdos internacionales, masacraba Libia, Siria, Afganistán, endurecía el acaso a Irán y protegía los crímenes sionistas. Por su parte, China perfilaba en silencio lo que sería, desde 2014, la nueva Ruta de la Seda que desquiciaría a Estados Unidos. En ese mismo 2014 la OTAN da un golpe fascista en Ucrania siguiendo el consejo de von Bismark de finales del siglo XIX.
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El terror ucronazi causó miles de muertos, heridos y exiliados en las repúblicas populares del Donbass hasta que intervino defensivamente Rusia en 2022. Se sabe que los acuerdos de Minsk de 2015 fueron una trampa de la OTAN para asentarse en Ucrania, para apropiarse de sus fértiles tierras negras y otros recursos de enorme valor, y para reducir a entre siete o diez minutos el tiempo de bombardeo nuclear de Minsk y Moscú: se trata de un obsesivo deseo que le carcome desde 1945, actualizado varias veces siendo el más conocido el plan de 1977 de una masivo bombardeo nuclear de la URSS con alrededor de cien millones de muertes según estimaciones yanquis.
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La guerra defensiva de Rusia es parte de una resistencia internacional creciente contra el militarismo occidental que a su vez es el puño de acero de su imperialismo socioeconómico, tecnocientífico e ideológico-cultural, agresiones que buscan revertir la tercera Gran Depresión capitalista e iniciar otra fase expansiva. Las crisis del capital responden a una compleja dialéctica entre sus contradicciones y leyes tendenciales y la incidencia en ellas de la lucha de clases en sus múltiples expresiones, siempre dentro de la totalidad del modo de producción capitalista y de las diversas formaciones económico-sociales que en ella evolucionan. Por esto, las alternativas a las crisis son siempre sociopolíticas e inseparables de la lucha de clases. No debemos olvidarlo porque volveremos a ello cuando veamos el choque entre lo que llaman multipolaridad y unipolaridad, choque en el que inciden determinantemente todas las formas de opresión, explotación y dominación de las naciones, pueblos y Estados por el imperialismo tal y como existe ahora.
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El antiimperialismo debe ser consciente de que todas las medias imperialistas tienen contenido y finalidad política, de lo contrario está perdido porque, sin brújula política, rápidamente se cae en el ONG-ismo, la antesala de la absorción por el capital, o de su disolución en el orden burgués. Un ejemplo fueron las ONG «humanitarias» a partir de 2011 con los crímenes contra Siria, Libia…, «humanitarismo» ya definido en 2001 con la Doctrina Bush «guerra preventiva para defender los derechos humanos» o «agresión positiva» que lo permite todo y que tanto sufrimiento causa. Otro ejemplo lo tenemos en la política de sanciones a muchos países, golpeando a sus poblaciones hasta que se arrodillen ante el imperialismo. Otro es la campaña de rusofobia, etc. Pero hablar de política y más aún de guerra, es hablar de Estado burgués, tema que desarrollaremos más adelante porque ahora debemos profundizar un poco más en la opresión nacional.
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La insistencia de Lenin en la opresión nacional desde 1912 – 1913, por no retrotraernos a 1900 con su defensa a ultranza de la independencia de China frente al ataque zarista, confirmó una de las características centrales del imperialismo que en esos momentos estaba a punto de estudiar. Desde entonces hasta ahora aumentan las formas directas e indirectas de opresión, explotación y dominación nacional en sí, también sobre Estados «independientes» pero sujetos al dictado del capital financiero-especulativo de modo que la muy real «soberanía limitada» es mayor o menor según los casos, pero siempre real. La Unión Europea asume voluntariamente que su «soberanía» decrece en la medida en que necesita la «protección» de Estados Unidos para no ser irremisiblemente superada por Eurasia y la multipolaridad, sobre todo si Rusia gana la guerra. Y lo asume porque cree que las ingentes ganancias que obtendrá con la balcanización rusa, paso previo para sojuzgar a China, compensarán la dominación yanqui que ya sufre: prefiere ser cola de león que cabeza de ratón.
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El antiimperialismo debe, por tanto, guiarse siempre por la certidumbre de que toda política socioeconómica, militar, etc., capitalista, o sea la producción de valor y de plusvalía, conlleva la inevitabilidad de la opresión nacional, del sojuzgamiento y la dominación es sus diversas modalidades e intensidades, también la cultural. Ignorar o subvalorar las crecientes formas de opresión nacional lleva al antiimperialismo a un callejón sin salida y, al final, a su integración activa o pasiva en el imperialismo al que dice combatir. Uno entre miles de ejemplos: los ocho largos años de silencio de la «izquierda» europea ante el terror ucronazi contra las repúblicas del Donbass e, inmediatamente después, su apoyo a la OTAN contra Rusia o su «ni-nismo» y pacifismo con la excusa de, según ellos, tratarse de una «guerra interimperialista».
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La creciente complejidad y abarcamiento de la opresión nacional en todas sus formas, como estamos viendo, choca frontalmente con el simplismo mecanicista y determinista de la lógica formal. El estudio de Hegel por Lenin nos facilita la comprensión de la importancia de la liberación nacional en la lucha antiimperialista porque nos hace ver cómo interactúan los múltiples elementos de la contradictoria conciencia nacional con y en la lucha de clases y ante las agresiones imperialistas. Las raíces profundas de la identidad nacional, que siempre están en movimiento y en lucha interna, son impactadas con más o menos ferocidad por las agresiones externas. Comprender esta dialéctica entre los subjetivo y lo objetivo es imprescindible en el antiimperialismo.
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Si el colonialismo era xenófobo, el imperialismo es racista, y el pensamiento de ambos se regía y rige obviamente por la lógica formal. Ello explica en parte la incapacidad de la «izquierda» eurocéntrica para comprender las razones de las titánicas resistencias de los pueblos, incluso esta izquierda no quiso o no supo ni pudo extraer lecciones de la lucha de liberación nacional de clase contra la ocupación nazi-fascista en la Segunda Guerra Mundial apoyada por los colaboracionistas. Tampoco aprendieron nada o muy poco de las profundas razones de las luchas en África y Asia. Semejante incapacidad intelectual en todos los sentidos sigue cosechando fracasos hoy en día. Más aún, una de las razones de la fuerza del nazifascismo actual radica en su manipulación de los contenidos reaccionarios insertos en el contradictorio sentimiento e identidad nacional mayoritariamente dominada por la burguesía. Dado que la «izquierda» desprecia la dialéctica ni puede saber de dónde surgen, cómo evolucionan e interactúan y, en especial, como intervenir en ellas liquidando sus contenidos reaccionarios e impulsando los progresistas.
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Aquí tenemos que volver al Lenin de 1912 – 1915 años en los que impactado por las crisis parciales que se apelotonaban, decidió volver a Hegel pero en otro contexto diferente al de 1908. Basta leer, por ejemplo, En torno a la cuestión de la dialéctica escrito por Lenin en 1915, para entender la aceleración del majestuoso avance de los bolcheviques desde esos años en adelante. La dialéctica no es un recetario de fórmulas que se aplican desde el exterior al problema que se quiere resolver, sino que debe ser descubierta en su interior, en su auto-movimiento generado por la unidad y lucha de sus contrarios, por la lucha que libra en su identidad. El conocimiento es como una espiral que va abarcando más y más problemas multilaterales que supera siempre al pensamiento rectilíneo y unilateral, rígido, fosilizado, subjetivo, cegato.
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En su libro El imperialismo fase superior del capitalismo, de 1916, Lenin bucea, analiza, critica, sintetiza, destaca y resume lo fundamental de un sinfín de otras investigaciones hasta descubrir la dialéctica del imperialismo, sus leyes tendenciales y contradicciones. Ahí radica su fuerza y su permanencia sustantiva a pesar de los cambios formales. Son muy conocidos sus cinco puntos: los monopolios se imponen a las medianas empresas; el capital industrial se fusiona con el financiero y la oligarquía financiera pasa a ser la facción burguesa dominante; la exportación de capitales desplaza a la exportación de mercancías; los monopolios y las oligarquías financieras tienden a crear poderes político-económicos para repartirse la Tierra; y el imperialismo termina repartiéndose el mundo.
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Han transcurrido 107 años desde su publicación y el antiimperialismo le debe mucho, sobre todo en las áreas que estamos analizando: la opresión nacional, el método dialéctico que emerge de ella, la cuestión del Estado y de la guerra, y el papel clave del internacionalismo proletario, además de la teoría imperialista. Sin explayarnos en una precisa valoración a la luz del siglo transcurrido, sí hay que decir que esa quíntuple característica está ya demostrada desde entonces y ahora es parte de la teoría marxista de la crisis del capital, que da coherencia histórica al antiimperialismo. Por ejemplo, los debates que cimentaron los movimientos contra el imperialismo de entre 1950 – 1980 a las que nos hemos referido; el debate de la «fase exterminista del capitalismo» como sucesora de la fase imperialisa, de esa época; los de los Foros de Sao Paulo y de la antiglobalización desde 1990; el bolivarianismo y la Patria Grande; los de si debe avanzarse del lema «socialismo o barbarie» al de «comunismo o caos»; los del «capitalismo de la catástrofe», etc., e incluso los del ambiguo «socialismo del siglo XXI», por citar algunos, giraron alrededor del eje de Lenin, más cerca o más lejos, pero giraron y giran.
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La permanencia de El imperialismo fase superior del capitalismo no solo es debida a su método dialéctico ni a su excelencia teórico-política, que también, sino que además reforzó el decisivo libro de El Estado y la revolución, escrito en 1917 elevándose sobre los sólidos cimientos anteriores, pero centrándose en la cuestión crítica: el poder del Estado burgués en su núcleo duro de aparato decisivo para la dictadura del capital, y de aquí su valor inestimable para el antiimperialismo. De nuevo el siglo transcurrido no le ha quitado ni un ápice de verdad al libro y cualquier organización antiimperialista lo confirma a diario. Vamos a exponer seis tesis al respecto:
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El Estado analizado por Lenin en 1917 ha extendido sus poderes y tentáculos, mucho más allá de lo que era imaginable, conservando su esencia pero desarrollando nuevos instrumentos que, en lo que nos concierne, están diseñados para combatir la lucha antiimperialista. El Estado es la forma político-militar del capital y por eso es el planificador geoestratégico tanto de todas las formas de represión como, a la vez, impulsor de su acumulación ampliada. El antiimperialismo es, por su contenido, enemigo mortal de ese poder opresor y uno de los objetivos prioritarios a destruir por ese Estado, sea el español, el francés o en yanqui.
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La naturaleza político-militar y socioeconómica del Estado impulsa la guerra abierta contra Rusia y las encubiertas contra China Popular, contra cada vez más Estados formalmente soberanos, por no hablar de las naciones oprimidas. La salida de la tercera Gran Depresión exige a Estados Unidos una múltiple estrategia político-militar que, al margen de su aplicación más o menos brutal en cada caso, obligue a los pueblos a aceptar la dominación socioeconómica imperialista, pues voluntariamente no lo harían o no lo harían del todo, según las presiones que sufrieran. La lucha de clases interna en cada país es aquí fundamental ya que el imperialismo «aconseja» a sus siervos en las burguesías en esos países. Cuando esos pueblos intentan avanzar al socialismo, Estados Unidos multiplica sus agresiones para «recuperar la democracia».
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El capital financiero, el financiero-especulativo y el ficticio en todas sus formas, incluidas las de alto riesgo, no actúan en el vacío absoluto, sin ningún sostén militar que les proteja e ideológico-cultural que les legitime y oculte su inhumanidad. Tienen algunos pocos Estados-cuna imperialistas que les garantizan una retaguardia segura para acumular y desde la que lanzar sus ataques globales: se trata del automovimiento de la contradicción expansivo-constrictiva inherente al concepto simple de capital que también, y por ello mismo, exige la expansión de la industria de la matanza humana, como llamaban Marx y Engels al militarismo. El ataque terrorista de la OTAN reventando la Nord Stream 1 y 2, multiplicando la dependencia europea, demuestra la obediencia de la Unión Europea y el papel de la guerra en la estrategia socioeconómica yanqui como el Estado-cuna decisivo del grueso de estos capitales, dentro de la jerarquía imperialista.
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El Estado burgués dirige o tele-dirige una arrasadora industria político-mediática de falsificación cultural, dictadura ideológica y alienación psicopolítica de masas. Muchas son las formas de nombrar esta sistemática degradación de nuestra especie de sujeto activo, consciente de sí y para sí, a objeto pasivo, inerte y carne de cañón en todas las expresiones de la guerra global —guerra social— del capital contra el trabajo a escala planetaria. La llamada «guerra cognitiva» es la forma más tecnologizada de los métodos clásicos de guerra cultural y de la auténtica «guerra ética» que se está librando ahora mismo. El antiimperialismo debe intervenir en todos estos frentes en los que se libran estas guerras que buscan destruir la conciencia crítica, el sentimiento de colectividad y especialmente su memoria militar.
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El Estado, apoyado por los poderes paraestatales y las grandes corporaciones, interviene de mil modos para ampliar esas formas de dominación y destrucción psico-política con la tecnología de la «guerra digital» contra las clases y los pueblos explotados, y contra el antiimperialismo que debe y puede responder con un programa ofensivo que solo puede orientarse al socialismo: tender al fin de la propiedad intelectual, hacia la desmercantilización de la creatividad, hacia la horizontalidad y democratización de las redes sociales, o sea, socializar la industria político-mediática dentro de un poder popular organizado en Estado socialista.
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La lucha antiimperialista se enfrenta tarde o temprano a la violencia injusta, a la represión y hasta la tortura como antesala del exterminio masivo, jaleadas y exigidas por la propaganda del capital. El golpe de Estado en Perú es un ejemplo de la escala ascendente de violencias que sufre un pueblo cuando quiere independizarse, esa escala puede terminar en el exterminio de una o dos generaciones, como se enseñaba en la Escuela de las Américas: se «pacifica» un pueblo asesinando un tercio de su población. Los y las compañeras antiimperialistas también son víctimas del terror aplicado por esa unidad formada por la burguesía autóctona y el imperialismo. Los crímenes ucronazis contra la población del Donbass, que incluso ahora no han concluido del todo a pesar de la liberación rusa de muchos de sus territorios, muestran cómo es la «civilizada» OTAN. Lo más significativo es que en esta guerra como en casi todas, voluntarios antiimperialistas se enfrentan contra voluntarios imperialistas.
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Llegamos así al último punto sobre el antiimperialismo que, pese a todo, es continuador del internacionalismo bolchevique: la adecuación al capitalismo actual de la dialéctica entre la consigna de «La patria socialista está en peligro» de febrero de 1918 y la creación de la Internacional Comunista en marzo de 1919. A no ser que se caiga en la puerilidad más infantil asegurando que ya no nos sirven de nada aquellas impresionantes experiencias, delirio frecuente, tenemos que reconocer que al menos desde 1919, por no retroceder más en el tiempo, se repiten machaconamente en la lucha de clases dos procesos esencialmente unidos al antiimperialismo: el patriotismo socialista y los esfuerzos de cada vez más pueblos y Estados por distanciarse, cortar amarras con el poder yanqui, una de cuyas expresiones actuales es la llamada «multipolaridad».
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Ciñéndonos a la patria socialista, ya en la revolución de 1848 quedó claro que la burguesía vendía su país al mejor postor, traición ya permanente desde la Comuna de París de 1871. Son conocidas las ideas de Marx y Engels de que la independencia de Irlanda y Polonia solo sería posible con sendas revoluciones agrarias y con otras medidas que les protegieran de la dominación económica, en especial a Irlanda de Gran Bretaña. Hoy estos países sufren una verdadera «soberanía limitada», peleles de Estados Unidos, y que golpea con especial virulencia a sus clases trabajadoras. La revolución bolchevique abrió una fase nueva: la construcción de la patria socialista basada en el pueblo en armas, en la socialización de las fuerzas productivas/reproductivas y en el internacionalismo proletario. El antiimperialismo completaba así su unidad: acabar con la patria burguesa y construir la socialidad, la de la nación trabajadora.
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El mayor impulso a la libertad habido en la historia fue la fundación de la Internacional Comunista, organizando el antiimperialismo más allá de lo que en aislado podía hacer el partido bolchevique: desde entonces, la independencia efectiva de las naciones solo podría ser tal gracias al socialismo como antesala o como fase primera del comunismo. Desde entonces, las burguesía medianas y débiles optan por aceptar grados de «soberanía limitada», de «protectorado», o simplemente la total dependencia —«repúblicas bananeras», «Estados fallidos», etc.— del imperialismo. Muy pocas son las pequeñas facciones de la mediana burguesía que se oponen al imperialismo. La expansión del capital financiero-especulativo, ficticio y de alto riesgo, anula en la práctica la independencia burguesa de casi la totalidad de los Estados. El caso de Europa y la OTAN es ejemplar: el Pentágono, Washington y Walt Street han teledirigido la «unificación» o, como ahora, la dominan en las cuestiones centrales.
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El antiimperialismo ha creado múltiples formas de solidaridad, ayuda, formación, etc., que van desde el voluntariado armado hasta Socorro Rojo, pasando por un sinfín de grupos culturales, sanitarios, cooperativistas, etc., respetando la voluntad de los pueblos pero intentando enseñar con el ejemplo que muy poco de eso servirá si no se avanza hacia el socialismo. Esta pedagogía es decisiva ahora, cuando la «multipolaridad» está creando tantas esperanzas frente a una crisis nunca vista en medio de un salvajismo del capital sin piedad. No tenemos espacio para extendernos al respecto, ofrecemos a los y las lectoras el artículo de Petri Rekabarren Guerra social, multipolaridad o revolución1 de 21 de noviembre de 2022.
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Para terminar enumeramos los temas concretos a debate en Errekaleor sobre la Euskal Herria Antiimperialista:
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Además de sufrir el imperialismo occidental liderado por Estados Unidos, padecemos diariamente el imperialismo franco-español según lo denominaba el independentismo socialista hace décadas.
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No se puede combatir al primero, el yanqui, si previamente no se lucha contra el segundo, el imperialismo franco-español. Aunque los dos forman uno y el yanqui es el que manda en lo estratégico y decisorio, el segundo está permanentemente operativo en todo momento, manifiesta y hasta violentamente en la realidad vasca.
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El imperialismo franco-español tiene más tropas de todas clases, más servicios secretos, más dominación sociopolítica, económica y lingüístico-cultural, etcétera, que el yanqui, también presente pero en menor medida por ahora.
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La nación trabajadora vasca es explotada por el capital en sí, buena parte de los beneficios de la explotación van a parar a la burguesía autóctona y al imperialismo franco-español, sin olvidar al capital internacional.
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Estados Unidos y la OTAN sacan ganancia de la opresión de Euskal Herria, saben que la burguesía vasca les necesita para defender sus intereses exteriores, su pequeño subimperialismo sobre todo, porque la dominación interior la tiene asegurada por ahora por los medios represivos globales del imperialismo franco-español.
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La crítica de la OTAN, la exigencia de su desmantelamiento inmediato, es la manera directa y unitaria de enfrentar al imperialismo en su conjunto, pero debe ir dentro de la crítica de los ejércitos e instituciones franco-españolas, de sus Estados. Una denuncia abstracta de la OTAN apenas sirve de algo si no es parte de la crítica concreta de los Estados francés y español.
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La denuncia de la OTAN en el Estado español es la denuncia del Estado español en sí mismo, porque la OTAN, junto a la Monarquía, a la Iglesia y al IBEX-35 y otras grandes empresas, forman el andamiaje material e ideológico del nacionalismo estatal, que tiene una ramita socio-liberal y reformista, otra del llamado «marxismo español» y otra en el republicanismo progre. Por tanto, acabar con la OTAN es acabar con el Estado español.
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A diferencia del De Gaulle de 1966, la burguesía francesa actual también necesita de la OTAN para ralentizar su innegable retroceso en la jerarquía imperialista y ante el avance de Eurasia y la multipolaridad. Su cohesión nacional burguesa es mucho más sólida que la española, pero la OTAN le da un poder político-militar sin el cual no puede mantener su debilitado subimperialismo comparado con el yanqui.
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La OTAN en su conjunto, y la franco-española en particular, quieren introducir el militarismo racista en la juventud vasca y occidental, para alienarla y convertirla en carne de cañón para su reconquista del mundo. Es imprescindible intensificar las luchas concretas contra el entramado socioeconómico, político-militar e ideológico-cultural de esa industria de la matanza humana que es la OTAN en Euskal Herria.
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La derrota de la OTAN en su agresión a Rusia es una necesidad estratégica para la humanidad y para Euskal Herria. El antiimperialismo la ha de explicar con detalle y ha de impulsar toda serie de denuncias y movilizaciones al respecto. La victoria imperialista reforzará al fascismo, su derrota reforzará las luchas obreras y de emancipación nacional de clase.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 22 de febrero de 2023