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La irracionalidad global inherente a las contradicciones del capital escapa cada vez más al limitado poder de control de las burguesías menos suicidas que se aferran a los restos de su racionalidad parcial. Se cumple la advertencia del Manifiesto del Partido Comunista: la burguesía es como el brujo que no puede domeñar el monstruo que ha desatado con sus conjuros. La irracionalidad estructural de la propiedad burguesa, está cada vez menos controlada por la decreciente racionalidad parcial de los burgueses aislados. La sinrazón sistémica anula la razón parcial: todas las expresiones de la crisis de acumulación actual muestran lo irracional del capital, destacando de entre ellas la del militarismo.
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La guerra imperialista contra el Donbass y Rusia es una de sus expresiones más conocidas, pero no la única, con las que interactúa y a las que agrava. La guerra confirma el determinante papel del militarismo en la acumulación de capital y vuelve a sacar a la luz el fracaso de la ideología burguesa en su conjunto y en especial de su variante reformista, a la hora de comprender la razón de la sinrazón burguesa, el hecho de que por el interior de la irracionalidad estructural actúan leyes tendenciales y contradicciones insalvables que solo el marxismo descubre, critica y combate.
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Tanto en OTAN y opresión nacional1, como en 22 Tesis sobre «España» y sobre el internacionalismo2, analizamos algunas expresiones de la crisis: la subsunción de «España» en la OTAN, el debilitamiento del capitalismo español, el renacimiento del nacionalismo españolista de izquierda, la necesidad de independencia político-estratégica de los independentismos socialistas, etc. El marxismo españolista las rechaza total o parcialmente, en especial la independencia político-estratégica. Sin embargo, desde dentro de la izquierda vasca surge una muy interesante «respuesta» al segundo artículo sobre la «sociedad civil»3 a la que volveremos poco después por la importancia del tema teniendo en cuenta el impacto de la militarización en la lucha de clases.
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La crisis de acumulación se extiende e intensifica por momentos. Se aceleran las dinámicas de multiviolencia opresora que tienden a confluir en mayores y más letales choques que tal vez se fusionen en una guerra mundial tras superar fases ascendentes, llegando a lo irreversible. El complejo ganancia-Estado-guerra-ciencia dio vida política al capitalismo desde el siglo XVI, se fortaleció desde 1873, se impuso desde 1914 – 1945 y es vital desde 2011 – 2015: el terror ucro-nazi dirigido por la OTAN es un paso más en la supremacía de la producción de bienes de destrucción, de la supremacía de la industria de la matanza humana, sin la cual no actuarían la ley general de acumulación de capital y la ley tendencial de caída de la tasa media de ganancia.
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La razón de tanta sinrazón es la pavorosa crisis de acumulación del capital, la peor de sus crisis además de la peor de su historia. Aquí surge una pregunta decisiva: ¿puede existir una gota de razón en un océano de sinrazón? O más crudamente: ¿qué voluntad democrática le queda a la burguesía que impulsó la racionalidad hasta la revolución de 1830 para echarse definitivamente en manos de la irracionalidad desde 1848 en adelante? La deriva autoritaria, el ascenso del Estado-fuerte y de su burocracia, el retroceso del poder parlamentario y auge del fascismo, la multiplicación de nuevos sistemas represivos y de violencias y guerras con sus doctrinas correspondientes… Son armas de muerte muy racionalmente ideadas pero para un superior fin irracional e inhumano. Su existencia es fugaz porque la lucha de clases obliga al capital a crear nuevos medios de destrucción que aumentan la sinrazón esencial del sistema.
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En esta carrera hacia el máximo beneficio sin reparar en sus efectos, la burguesía ha detenido su marcha solo cuando le ha derrotado el proletariado, o le ha infundido suficiente terror de clase como para no hacerlo. En otros casos, se detiene únicamente cuando un pueblo al que ataca ha decidido hacerle frente hasta el final. Si Estados Unidos no ha lanzado más bombas nucleares fue por el amenazador aviso de la URSS, tampoco se atrevió Israel. Desaparecida la URSS, Gran Bretaña tampoco se atrevió en Irak porque el mundo estaba cambiando rápidamente.
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Desesperado por recuperar su poder, el imperialismo quiere usar armamento nuclear táctico, armas bioquímicas y bacteriológicas; desencadenar la guerra ciber-espacial; militarizar hambrunas, sequías y pandemias; destruir la economía, cultura y ciencia de los pueblos resistentes… Su doctrina político-militar busca esto y a la vez la garantía de que esa inhumana masacre nunca vista apenas afecte a Occidente sino que aplaste y esclavice a la humanidad. Si la OTAN no ataca directamente a Rusia es por el amenazador aviso de Moscú de recurrir a la defensa nuclear, además por el temor a la fuerza de su ejército, y otro tanto sucede con la tajante amenaza de defensa nuclear de China Popular frente a las agresiones yanquis.
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El pacifismo nunca ha amansado a la fiera, la envalentona. Solo el miedo la detiene, y no siempre, como se vio con el nazismo. No hablamos de ilusas fantasías de desarme, paz, consenso, pragmatismo…, sino del modo de producción capitalista que se reproduce haciendo de la vida el negocio de la muerte, vampirizando el trabajo vivo para defecarlo como trabajo muerto, como su propiedad privada. Hablamos de esto porque nuestra racionalidad crítica y dialéctica nos permite saber que si hoy sigue creciendo la barbarie burguesa es sobre todo por la fuerza criminal que le da su rentable industria de la matanza de la vida: existe por tanto una razón inhumana dentro de irracionalismo del capital.
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La ideología burguesa queda desbordada en cada crisis, pero la dureza desconocida y el alcance total de la presente hace que cunda el desconcierto en muchos sectores, mientras que en otros giran a la ferocidad bélica. Como ejemplo de la primera, ofrecemos dos artículos que confirman la incapacidad y desconcierto de las corrientes que se sustentan en la ideología yanqui del pragmatismo en las crisis. Uno4 gira alrededor de un mundo ficticio, superpuesto al real, con el que solo tiene unas borrosas conexiones imprecisas y huecas. El otro5 es una aplicación del anterior al parlamentarismo.
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Ambos eluden, evitan la objetividad de la unidad y lucha de contrarios y en sus letras revolotea el meliorismo bienintencionado del liberalismo yanqui que el pragmatismo hizo suyo. Ninguno penetra en los hornos de la explotación del trabajo por el capital ni menos aún en la dictadura burguesa que los mantiene bullentes. Destacamos solo dos principios pragmáticos que los recorren: uno, la realidad y sus contradicciones tiene menos importancia que la subjetividad, por tanto, los pactos, acuerdos, consensos entre fuerzas antagónicas son más valiosos que la lucha social de masas; y otro, la reducción de la verdad a simple criterio de utilidad funcional inmediata en pos de victorias electorales interclasistas, estos principios del reformismo yanqui de finales del siglo XIX estructuran los dos artículos.
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La historia muestra que las grandes crisis también desbordan a muchas izquierdas revolucionarias que se retrasan con respecto a la velocidad de agudización de las contradicciones. En estos casos el retraso es más acentuado en todo lo relativo a las contradicciones que afectan especialmente a las complejas identidades de las clases sociales en lucha, burguesía y proletariado, como los problemas de opresión nacional en las izquierdas de Estados que oprimen a otras naciones, como el caso español y francés, sean en algunas izquierdas de pueblos trabajadores oprimidos como Catalunya, Andalucía, Euskal Herria, Castilla, etc.
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El nacionalismo republicanista y de izquierda español resurge periódicamente en cada uno de los enormes terremotos que cuartean al Estado español como marco material e ideológico de acumulación de capital. En esta zona geo-productiva, cuyas fronteras dependen de los vaivenes de la lucha de clases y no de la «identidad nacional española», muchas izquierdas ceden ante el nacionalismo español sin percatarse de que la revolución socialista es imposible mientras subsista «España», sobre todo una vez que ha sido subsumida como base militar-económica de la OTAN.
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El bloque de clases dominante en el Estado tiene su centralidad en la casta intra-burguesa formada por grandes burgueses, militares, Iglesia y monarquía. Esta casta, que es más que una elite, ha sido y es decisiva en la construcción histórica de «España» y desde el siglo XVI nunca ha tenido remordimientos en supeditarse a poderes extranjeros para salvar sus propiedades. A la vez, creaba un nacionalismo básico con varias caras que ha podrido de un modo u otro a la izquierda estatalista, que no del Estado. El Partido Comunista de España es un esplendoroso ejemplo de esta miseria españolista.
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Una buena parte de las quiebras irresolubles que estallan con violencia extrema en cada crisis estructural de «España» provienen del hecho de que esa casta que guía los destinos del bloque de clases dominante, siempre quiere reducir al mínimo los derechos burgueses de las clases propietarias de las naciones que oprime, incluso negándolos dictatorialmente. Y siempre aplasta los derechos democráticos-radicales y, en especial, los derechos socialistas de sus pueblos trabajadores.
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Las burguesías «de provincias» siempre ceden por miedo al ejército español pero sobre todo y fundamentalmente por miedo a su proletariado. Según las coyunturas y las crisis se tensan más o menos los repartos del pastel de la explotación entre «España» y estas burguesías «periféricas», conscientes de que necesitan al Estado para sobrevivir como clase. Justifican las concesiones que hacen al Estado diciendo que sus intereses y los de su nación son los mismos, lo que es cierto porque la nación burguesa integra al proletariado alienado. No hace falta decir que el reformismo ayuda al mantenimiento de esa ideología sobre todo cuando ha renunciado pragmáticamente a la revolución y al independentismo disolviéndose en la nebulosa soberanista.
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Entre izquierdas de las naciones oprimidas también surge algún desconcierto porque la crisis de acumulación ha sido reforzada por el giro al centro de parte de la antigua izquierda abertzale. Por un lado, parece que se retrocede a tesis de antiguas escisiones en la larga historia de ETA como proceso con sucesivas direcciones políticas, tesis que minusvaloraban el contexto sociohistórico de acumulación de capital en Euskal Herria y por tanto como marco autónomo de lucha de clases. Este es un error garrafal de ubicación espaciotemporal y simbólico-cultural de la lucha revolucionaria en un marco singular y concreto que, por ello, tiene especificidades diferentes a marcos más generales en su particularidad y universalidad. Como se aprecia, utilizamos categorías del método dialéctico.
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La casi exclusiva y muy excluyente dedicación a la defensa de un «comunismo» flotante, sin base material ni encuadre sociohistórico alguno, es decir, sin apenas referencia a la opresión nacional o, peor, con abundantes referencias peyorativas a la identidad nacional e incluso al «nacionalismo etnicista», es un craso error de valoración que es utilizado por el reformismo para acusar injustamente de reaccionarismo a quienes tienen toda la razón por reivindicar el comunismo. También el desprecio acrítico e ignorante con el que se ignoran los grandes logros prácticos de la izquierda abertzale clásica, facilita las falsas acusaciones del reformismo.
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El marco autónomo de lucha de clases existe porque el capitalismo se ha formado en un contexto de opresión nacional determinado por la invasión militar en sucesivas fases, de las que se destacan tres: la anterior a la industrialización iniciada a finales del siglo XIX, la de la industrialización franquista y monárquico-militar, y la que se ha iniciado desde finales del siglo XX también bajo la vigilancia española. Es impensable imaginar que la lucha de clases no ha sufrido influencia alguna por esta historia. Es impensable imaginar que tampoco ha influido sobre los sentimientos, identidades y símbolos nacionales y culturales en las clases sociales vascas. Es impensable imaginar que los movimientos populares –por mucho que se les denigre – , y obreros, así como los cambios que el capital introduce en la fuerza de trabajo en los últimos tiempos, estén libres del contexto de opresión nacional.
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Es impensable imaginar la historia de los conflictos humanos, de cualquiera de ellos, sin tener en cuenta la contradictoria realidad objetiva y subjetiva, material y simbólica colectiva, comunal, clánica, tribal, étnica, etno-nacional, nacional-cultural, nacional, estato-nacional, o como deseemos denominar a esa compleja constante. Estas diferencias ya estaban presentes cuando se usaba a la mujer como moneda de cambio o tributo entre clanes y tribus, o se las raptaba, y el exterminio o la esclavización de un clan por otro para quitarle sus recursos avanzaba ya lo básico de lo que llamamos «opresión nacional».
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Las sociedades clasistas precapitalistas también se sostenían sobre formas específicas de «opresión nacional» en cada una de ellas y los pueblos que luchaban por liberarse lo hacían en base a sus concretas y singulares condiciones sociohistóricas, relacionadas con la universalidad del modo de producción dominante y con las particularidades que tenía en una región más o menos amplia: no era lo mismo la lucha nacional germana contra Roma sin apenas centralización estatal, que la permanente resistencia del centralizado imperio persa contra el mismo invasor.
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Dentro del capitalismo, el marco autónomo de lucha de clases va unido al de lucha de liberación nacional de clase en pos de la independencia socialista, porque la nación burguesa vasca, catalana, andaluza, galega, etc., son capitalistas y sub-imperialistas en mayor o menor grado según los casos, apoyando siempre a la OTAN y aceptando la opresión española y francesa. Por tanto, la liberación nacional en su sentido marxista de recuperación por el proletariado de las fuerzas productivas que hasta ese momento eran propiedad del capital, solo puede realizarse mediante la revolución socialista que impulse el avance al comunismo, proceso en el que «España» desaparecerá al romperse las cadenas que le identifican como «cárcel de pueblos».
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El internacionalismo marxista siempre se ha basado en estos principios, nunca ha absolutizado el comunismo de manera mecánica y lineal, unívoca, economicista, negando o subvalorando la cuasi infinita gama de factores que operan internamente en la lucha de clases de las naciones oprimidas, entre los que destacan las formas de explotación, opresión y dominación imprescindibles para el capital nacionalmente opresor como son la opresión patriarcal y nacional, y la mercantilización de la vida, de la naturaleza y, a otra escala pero también importantes, sus relaciones con otros partidos, sindicatos y movimientos sociales o populares. La extrema variedad de colectivos de toda índole que por múltiples razones resisten y luchan en el campo de «lo nacional» solo puede ser comprendida conociendo la historia de resistencia de ese pueblo, nunca desde el exterior y en base a determinismos economicistas que sólo ven la «lucha de clases pura» entre dos idealizaciones: la proletaria y la burguesa.
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Por eso es un grave error inmiscuirse en las luchas de otros pueblos sin respetar sus marcos, forzando discusiones abstractas. Abstractas por la ausencia de contenido concreto sobre el marco nacional de lucha, por la ausencia de la necesidad de la independencia socialista, por la ausencia de la necesidad de la permanente lucha contra «España». Todavía es más error cuando con prepotencia se dan lecciones sobre sus supuestos errores, interpretados desde situaciones exteriores, por no hablar de la prepotencia que puede llegar sino al insulto sí a la descalificación engreída. Estos procederes son muy frecuentes en los «internacionalistas» de los Estados nacionalmente opresores, y menos frecuentes en las izquierdas de las naciones oprimidas, aunque también los hay.
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Otra expresión del desbordamiento en algunas izquierdas abertzales es la poca atención que se presta al debate teórico-político sobre el socialismo como la única alternativa ante la crisis de acumulación y ante el militarismo imperialista. Cuando sufrimos una de las mayores guerras culturales, psicológicas y propagandísticas, si no la mayor, que han dejado pequeño al plan ZEN de 1982 – 1983, se echa mucho en falta tanto debates esclarecedores sobre qué sucede y qué debemos responder, como luchas conjuntas sobre reivindicaciones urgentes y necesarias.
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Es verdad que por redes sociales, portales digitales, pasquines y carteles, órganos de prensa de organizaciones revolucionarias, etc., circulan textos generalmente breves y surgen debates cuya efectividad depende mucho del medio en el que se realizan. Pero esto es una cosa y otra más necesaria es generalizar la costumbre de una especie de «debate colectivo» a diferentes niveles sobre el presente y el futuro.
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Hemos dicho arriba que el segundo texto nuestro –22 Tesis sobre «España» y sobre el internacionalismo–, mereció un interesante comentario que hemos ofrecido arriba, y que trata entre otras cosas sobre el uso que hacemos del concepto tan peligroso, polisémico y debatido de «sociedad civil». Sin poder extendernos ahora y a la espera de más profundizaciones, debemos decir que estamos de acuerdo en lo básico del planteamiento crítico, y que por eso siempre que usábamos el concepto de «sociedad civil» en el texto lo hacíamos entre comillas para recalcar la necesidad de emplearlo con pinzas, huyendo de la posibilidad siquiera de rozar la demagogia reformista que permite y que se inició ya en la década de 1960.
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Dado que el objetivo de nuestro texto era otro y que por razones de espacio debíamos volcarnos en nuestro objetivo, nos limitamos a entrecomillar el concepto, aunque, por lo visto, tendríamos que haberlo precisado críticamente algo más. Lo cierto es que «sociedad civil» apenas aparece excepto puntualmente en los documentos, textos, vocabulario y léxico de la izquierda abertzale hasta el momento en que su corriente reformista empezó a usarlo. Desde entonces abunda junto con otros términos típicos de las corrientes postmodernas, eurocomunistas, postmarxistas… En este mismo texto hemos insistido en la rica complejidad de la fuerza de trabajo, del proletariado y el pueblo trabajador del capitalismo actual, que es justo lo contrario de ese «saco de hinchadas vaciedades» que es la «sociedad civil».
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Por último, en el texto al que nos referimos ahora aparecen ideas que por su valía consideraremos en la siguiente entrega.
- https://boltxe.eus/2022/05/25/otan-y-opresion-nacional/
- https://boltxe.eus/2022/07/21/veintidos-tesis-sobre-espana-y-sobre-el-internacionalismo/
- https://boltxe.eus/2022/06/02/respuesta-de-inurri-gorria-al-texto-otan-y-opresion-nacional/
- https://blogs.publico.es/dominiopublico/47372/una-guerra-larga-no-asumamos-su-marco/
- https://www.publico.es/politica/arkaitz-rodriguez-secretario-general-sortu-apostamos-politica-alianzas-pragmatica-amplia-flexible.html